martes, 10 de diciembre de 2013

Una reverencia de cretona azul - José Luis Alvite (diario 16)

Una reverencia de cretona azul - José Luis Alvite (diario 16)

Fue hace mucho tiempo, cuando yo era un niño sin usar y el paisaje en Cambados era carnívoro y al atardecer los barcos se alejaban del muelle desabrochando el mar y tía Pepita ponía al fuego la sarten con aceite viejo y entonces ganchillaba para mí aquellos platerescos huevos de color beige. Tía Pepita era una comadrona expeditiva , corpulenta escéptica cuya salud mejoraba todas las noches cuando se soltaba el ceñidor y dejaba que su cuerpo se expandiese en una deflagración sin sexo , en una explosión como una metástasis de queso. Esto fue hace muchos años , cuando la orina en España era membrillo y las mujeres parian en las narices de tía Pepita , que les gritaba mucho y entre cuyas herramientas pensaba que no hubiese desentonado un megáfono . Regresaba de un parto con tía Pepita en un taxi negro con ruedas blancas , un taxi como Fred Astaire con claqué diesel .Cruzamos el puente sobre el Umia hacia Cambados .Atardecia beige sobre mi niñez , muchacho.Ella ganchillaba y yo miraba por la ventanilla con aquellas gafitas que me daban un extraordinario parecido con Pio XII . A contraluz volaban en chino los cormoranes sobre el estuario del Umia y las anguilas redactaban en hebreo por las hoces del río entre la arena .Tía Pepita mandó detener el coche a la salida del puente y el taxista apagó el motor . Entonces arrie' la ventanilla y vi todo aquello mientras la noche empezaba a pasar a lápiz el paisaje .En el silencio del coche se sentía el ganchillo de tía Pepita haciendo rezar el hilo .Recordé a mi madre los días que viajábamos en tren y pasábamos rozando la casa de Iria Flavia en la que nació Camilo José Cela y el cementerio de Adina , donde enterraron a Rosalía, y las parras sobre las que se veía venir el bellisimo óxido del otoño .Yo entonces leía a Salvador Rueda y a Shakespeare y a Mallarme' y a Zamacois y las cartas que me mandaba a Cambados mi madre y que remataban con la encantadora brida de su firma elegante y sencilla como una reverencia de cretona azul.NTodo aquello ocurría en directo para mí .Frente a mis ojos salpicaban los camarones como puñados de circonitas y las sollas segaban la hierba que entraba hasta el mar en Catro Arboriños y aquellas vacas cambadesas le disputaban la comida a las gaviotas y a los jureles y las gallinas ponían románicos huevos gigantes con un bocio de piedra y guano que les hacía pesar como petancas .Eisenhower y Franco renovaban el acuerdo de que España era un país de utilización conjunta y en África , Patricio Lumumba intentaba un comunismo con gafas , un comunismo universitario que naufragó en una rambla de sangre .Entonces los libros de historia tenían cincuenta páginas menos y yo era un niño delgado y sensible con aquella sonrisa de mi madre en la que siempre tuve permiso para soñar. Ahora busco su rostro en los trenes y en los autobuses del verano y al otro lado del olor de las comidas hechas a fuego lento. Ya digo : fue hace mucho, al poco de morir Ghandi con su esqueleto de bicicleta , cuando a la salida del puente sobre el Umia tía Pepita mandó parar el coche y mi llanto no fue un secreto .Enfriaba el vapor en la bordalesa de las placentas y rezaba el lino en las agujas .Y superado por tanta belleza , me volví hacia tía Pepita y pregunté : 《¿Puedo aplaudir ? 》.