martes, 24 de marzo de 2020

Sánchez, por favor, no cojas el virus - Julián Ballestero

Sánchez, por favor, no cojas el virus - Julián Ballestero

Quién nos iba a decir que a estas alturas de marzo estaríamos rezando para que Pedro Sánchez no coja el virus, porque tras la baja de Carmen Calvo (otra enferma entre las pancarteras del coronavírico 8-M), Pablo Iglesias sería presidente en funciones y daría un golpe de estado al estilo caribeño, porque va en sus genes comunistas.
En fin. Quién nos iba a decir que a estas alturas estaríamos encantados de poder seguir hablando de las ocurrencias de los golpistas catalanes, como hacíamos hace menos de un mes, y de la España que se rompía ante las narices de un Gobierno tancredo, de los problemas de quiebra de la Seguridad Social o del crecimiento descontrolado de la deuda pública.
Todos esos asuntos han sido barridos por el viento de la pandemia. Llevo tres semanas opinando sin parar del coronavirus. He escrito de casi todo, casi siempre para criticar y muchas veces para pronosticar catástrofes. Lo cierto es que algunas denuncias fueron premonitorias. Por ejemplo, el viernes días 6, hace dieciocho días, escribí: “La epidemia de coronavirus lleva camino de convertirse en la fosa del Ejecutivo socialcomunista, cuya debilidad, falta de coherencia y capacidad para producir insomnio a los españoles se está confirmando a medida que avanza la enfermedad... Les han atropellado los contagios y van a acabar anunciando, tarde y mal, las prohibiciones que se negaron a aplicar cuando se veía venir la explosión de casos”. Augurio confirmado.
Dos días después, el 8 de marzo de nuestros pecados, decía en esta misma página: “El Gobierno tenía hoy domingo una buena oportunidad para demostrar su sensibilidad con la epidemia adoptando alguna medida para evitar el contagio en las manifestaciones del Día de la Mujer que se prevén multitudinarias. No lo ha hecho... Parece que el alineamiento sin fisuras con la ideología de género está muy por encima de la defensa de la salud de todos los españoles”. Otro pronóstico cumplido.
Y han sido críticas no solo al Gobierno, también a la Junta. El día 12 apunté: “El tiempo dirá si las recomendaciones aprobadas ayer resultan suficientes para evitar el contagio descontrolado en Castilla y León, aunque Mañueco se arriesga a quedarse corto y a tener que adoptar en los próximos días o semanas las medidas más duras”. En efecto, se quedó corto y ahora propone restricciones más duras que las aprobadas por el Ejecutivo sanchista.
Al día siguiente tocaba de nuevo mirar a Moncloa. Era el día 13 y en aquel artículo indicaba: “El presidente del Gobierno anunció ayer algunas iniciativas de medio pelo, tras un mes de esconder la cabeza en la arena. Sánchez debería declarar el estado de alarma, diseñado justamente ante crisis sanitarias, tales como epidemias y situaciones de contagio graves”. Esa vez el Ejecutivo de la nación acabó por moverse, pero como siempre tarde y mal, como censuraba en un “De calle” el domingo día 15: “Ayer mismo el Gobierno volvió a las andadas al retrasar veinticuatro horas la urgente y vital declaración del estado de alarma, en una jornada donde los afectados por el coronavirus se dispararon un 35%”. Y el día 17 martes desmontaba en estas páginas el mantra sanchista de que este Gobierno no hace sino seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias y de los expertos: “La OMS insistió ayer en que no podemos luchar contra esta pandemia si no sabemos quién está infectado. El director general de la Organización Mundial de la Salud ha lanzado un mensaje muy simple a todos los países: pruebas, pruebas, pruebas. Y en España, en Castilla y León y en Salamanca, se han limitado las pruebas y por tanto se trabaja con cifras de afectados que nada tienen que ver con la realidad. Es solo un detalle revelador sobre en manos de quién estamos”.

Hace siete días me producía terror que estuviéramos en manos de Sánchez y ahora me produce pánico pensar que podemos estar en manos de Iglesias. Solo nos quedan las plegarias.

domingo, 22 de marzo de 2020

Mal humor - Juan José Millás

Mal humor - Juan José Millás

Una copa por videoconferencia
Quedo con un escritor amigo para tomarnos un gin tonic a las seis de la tarde. A esa hora, nos conectamos por Skype y brindamos rozando la pantalla de los ordenadores con el borde de nuestras copas. Los primeros minutos resultan un poco incómodos: o bien nos quitamos la palabra o bien nos quedamos mudos a la vez. La conversación no fluye como cuando nos citamos en el bar. Poco a poco, sin embargo, vamos acostumbrándonos a la situación. Los vapores de la ginebra ayudan. Los frutos del enebro poseen propiedades extraordinarias. Entonces, me fijo en lo que hay detrás de la cabeza de mi amigo: una estantería llena de libros por cuyos lomos identifico el título y el autor. Voy repasándolos uno a uno, disimuladamente, y no veo ninguna novela mía. Podría haber colocado una, pienso, aunque fuera por cortesía.
El asunto me irrita, pero lo disimulo. Hablamos durante media hora de la vida cotidiana y nos damos consejos para soportar con entereza el confinamiento. Él dice que lee mucho.
-Nada mío -le digo intentando no parecer disgustado.
-¿Por qué? -pregunta.
-Estoy viendo los libros que tienes detrás.
-Y yo -responde- también veo los de tu estantería. No hay ninguno mío.
Me doy la vuelta y compruebo que lleva razón. Estamos empatados. La situación nos obliga a echar unas risas y a reflexionar sobre la vanidad. Los escritores vivimos bajo la continua tentación de este vicio. No bajamos la guardia ni en los tiempos del cólera. En esto, mi amigo tose y me protejo la cara, como si los virus pudieran atravesar su pantalla y la mía para darme alcance.
-Te veo muy sensible -dice.

Lleva razón. La reclusión me vuelve irritable. Creo que busco excusas para enfadarme todo el rato. Incluso cuando estoy solo me cabreo conmigo mismo por cualquier insignificancia. Al despedirnos, mi amigo asegura irónicamente que la próxima vez podré ver detrás de su cabeza mis obras completas. Le doy las gracias, cuelgo, y apuro de mal humor el último trago de la copa.