martes, 23 de junio de 2020

¡Hasta el culo! - Olga Seco

¡Hasta el culo! - Olga Seco

La realidad actual está impregnada de inercia destinada a sobrevivir. Nuestras acciones son deseos espontáneos que claudican junto al miedo. En realidad, no parece verano, nuestra vida (la de ahora) es postulado de resignación y duda. No tenemos deseo de novedad, además, creo que a muchos les resulta complicado ejercer de turistas. Sin una cierta estabilidad es imposible reanudar la vida; junto al reposo, muchas veces, está el barullo invisible de lo negativo y el orden de las prioridades. ¿Cómo narices vamos a ir a poner las lorzas al sol si mañana igual no tenemos ni para comer? Hay dolores graves, dolores que nos sinceran con nosotros mismos, dolores que nos roban la alegría y nos convierten en renuncia constante. ¿A qué saben de lo que hablo? La indecisión (opinión subjetiva) es una fiera rumiante enjauladas junto a la paradoja...
Otros veranos acudíamos a las playas a derramar el sudor junto a la toalla, pero lo hacíamos tranquilos, sabiendo que lo terrenal es un placer que enciende todos los sentidos; ahora (sin embargo) todo es fuerza impostada por el momento y las circunstancias, una especie de profunda huella marcada en la tierra que no se borra ni con el agua del mar. Las personas, normalmente, junto a la certidumbre encontramos "motivos" pero junto a lo incierto no reparamos más que en lo fundamental. Es imposible asociar el verano a la presuposición; hasta hace un par de días estábamos pidiendo "socorro" y ahora resulta que tenemos que pedir un mojito. Es complicado cambiar de registro solo por una "explicación" conceptual: verano. Hay cosas (opinión subjetiva) que no se pueden desescalar... Una cosa es la ensoñación sonriente que en verano viste con pareo y otra es la dolorosa amargura de lo que hemos vivido, y las condiciones en las que muchos han quedado: sin padres, sin abuelos, sin trabajo y así sucesivamente. Sí, la lista es larga. Se empaña la vista con lágrimas al pensarlo.
No seamos ingenuos y veamos con claridad que el calor que más abrasa es el de la vida. No hacerlo puede llevarnos a tener un pie en el mar y otro en la charca de la muerte.
Me he probado el bikini, ¿y saben qué me ha pasado? No me entran las nalgas, sí, lo del confinamiento (sonrío) ha sido similar a la picadura de una avispa, nos ha dejado todo "inflamado". ¡Hasta el culo!

viernes, 19 de junio de 2020

Lo cotidiano buscará nuevas formas de abrirse camino - Olga Seco

Lo cotidiano buscará nuevas formas de abrirse camino - Olga Seco

Un grupo de científicos de la Universidad de Harvard nos advierte de la importancia de ponernos la mascarilla a la hora de tener sexo. Por lo visto, la "nueva normalidad" viene con ganas de turbación; ahora, sí, resulta que lo más recomendable es practicar el onanismo. Hombre, puestos a entender, no hay nada más valoroso que hacerlo con uno mismo. 
No sé si son curiosidades intelectuales o personales (sonrío) pero les confieso que he leído todas las recomendaciones de cabo a rabo. La verdad, debo decir, que junto al pretexto de la curiosidad (muchas veces) está el morbo. ¿Qué será lo próximo? ¿Hervir preservativos? 
En realidad nuestra existencia se escora al aniquilamiento de todo contacto físico. Pronto nuestro vivir será un ilusorio "ver de lejos" y poco a poco iremos sepultando interiorme todo tipo de deseos y ganas. Es curioso, siempre se desdeño la individualidad, y ahora se aplauda. Fíjense, lo que durante todo la vida se ha dicho sobre la masturbación, y ahora resulta, que debemos de incorporarla a nuestra vida para protegernos de un virus. Lo cotidiano, lo veo venir, acabará sirviendo al recuerdo y buscará nuevas formas de abrirse camino. Aquí ya no hay cuerdos, ni locos: vamos a acabar todos (sonrío) igual que las cabras. 
Hagan acopio de juguetes sexuales (por supuesto individuales) que los cortejos, al paso que va todo, en un futuro pueden llegar a ser motivo de multa. Y así nos ha compensado tanta modernidad, nos creíamos superiores, y resulta que a día de hoy somos esclavos de un puto virus y sus derivadas. Igual (opinión subjetiva) es el momento de tener ideales más profundos y ver en lo superficial una forma de inexistencia. No, no existen realidades concretas; ahora lo estamos viendo y viviendo con la experiencia... Considero que el hoy y el ahora son la única realidad que va modelando nuestra vida y nuestro mundo. ¿Lo demás? Nombres aleatorios que le vamos dando a la nada. 
El pensamiento siempre nos acerca lo que no tenemos a mano. Se me antoja darle un final "sublime" a la columna de hoy y terminar con un beso. Sí, pero un beso con lengua; de los que te dejan trastocado muchos días. Creo que besar con mascarilla es similar a beber una cerveza sin alcohol.

martes, 16 de junio de 2020

La tercera Alejandra - Arturo Pérez Reverte

La tercera Alejandra - Arturo Pérez Reverte

Era la travesti –entonces se llamaban así– más guapa que vi nunca: morena, alta. Alejandra, se llamaba. Y según como la mirases podía parecerse a Candice Bergen y a Julia Roberts. Sólo cuando te fijabas mucho, sobre todo en las manos y la nuez del cuello, intuías que aquello tenía gato encerrado. Y realmente lo había; pues aunque ella ejercía la prostitución, o precisamente la ejercía por ese motivo, en realidad ahorraba para operarse lo que la naturaleza, que a veces es tan hermosa como malvada, le había puesto de sobra.
La conocí a finales de los años ochenta, haciendo unos reportajes para televisión sobre el lado más duro de las noches de Madrid. Ese mundo estaba entonces menos visto que ahora y era más noticia, pero mover una cámara en esos ambientes no era fácil. Durante un tiempo anduve entre putas, chulos de putas, drogadictos, camellos, atracadores y policías. A veces, los infiernos rondaban cerca. Era como ir en taxi a la guerra; a otra guerra no tan espectacular, pero casi tan cruda como las habituales. Me movía bien, respetaba las reglas, sabía escuchar y cómo hacer que la gente hablara. Mi oficio era hacerme aceptar, y lo conseguía con labia y pagando copas o lo que hubiera que pagar. Y fue así como me hice aceptar por Alejandra.
Decir que éramos amigos sería excesivo. Tenía información que yo necesitaba, sobre ella misma y sobre el ambiente en que vivía. Al principio la compensaba por su tiempo. Tomábamos copas en el Madrid peligroso o paseábamos conversando. Apareció en algunos reportajes de forma discreta, sin comprometerse y sin comprometerla. También fue a La ley de la calle, aquel programa de radio nocturno que tenía con mis compadres Juan el yonqui, Ruth la puta, Manolo el policía y Ángel Ejarque, ex boxeador, pícaro profesional y rey del trile callejero. Nos íbamos de copas todos juntos y Alejandra lo pasaba bien. Creo que me tenía afecto. Yo, desde luego, se lo tenía. Era buena persona. Conocí con detalle su vida desgraciada y terrible, despreciada por un mundo en el que tenía difícil encaje. Recuerdo una coletilla suya que surgía a menudo en la conversación: lo máximo a que aspiraba. Un buen hombre que me quiera, repetía. Un buen hombre que me quiera.
Lo pasábamos bien en aquellas noches de copas, cigarrillos y bares canallas. Se reía con mis chistes malos, y yo con ella. Una vez tuvimos bronca seria con mala gente de la que, en buena parte gracias a su temple, salimos bastante bien parados. A su lado aprendí la eficacia de un tacón de aguja como arma defensiva. Era ingeniosa, sarcástica, divertida y valiente, y muchas veces me pregunté cuánto de bueno podía haber habido en su vida de discurrir ésta por otros cauces. Sin este destino cabrón que tanto nos marca, nos enreda y a veces nos condena.
Dejé la radio, dejé la tele, dejé las guerras, escribí novelas y a Alejandra la perdí de vista. La encontré catorce años después, teñida de rubio, en la esquina de la calle de la Bolsa. Ya no era tan guapa. Seguía ejerciendo el oficio. Nos metimos en un bar como en los viejos tiempos y me contó aquellos años sin suerte: una operación de cambio de sexo que no salió como esperaba, un hombre no tan bueno que no la quiso tanto como soñó que la quisieran. Aun así, el viejo orgullo la mantenía erguida frente a mí, sin perder la compostura: digna como la señora que siempre fue, o siempre quiso ser. Nos despedimos tristes, y con sólo dos palabras detuvo mi ademán de sacar la cartera y dejarle algo en el bolso para ayudarla.
Transcurrieron otros doce años sin que volviese a verla. Y poco antes de la pasada Navidad la encontré en los soportales de la Plaza Mayor, donde se sitúan los vendedores de abetos. O más bien creí que era ella. Estaba sentada en una sillita ante una lona sobre la que había trozos de corcho de los que se venden para ambientar los belenes. De nuevo morena, avejentada, gorda, con arrugas en la cara y calentándose las manos en los bolsillos de un anorak sucio. Pensé que era Alejandra, y para comprobarlo me puse delante, contemplando los trozos de corcho. Pero no dio muestras de reconocerme. Me miró a los ojos y su mirada resbaló al vacío, perdiéndose en la plaza. Eso me hizo dudar, así que me agaché y cogí un trozo de corcho. «¿Qué vale?», pregunté. Me miró de nuevo como se mira a un desconocido. «Cinco euros», repuso seca. Le entregué un billete de 50 y movió la cabeza. «No tengo cambio», dijo. Respondí que daba igual, que el trozo bien podía valer esa cantidad. Sin manifestar sorpresa ni dar las gracias, se metió el billete en el bolsillo y volvió a mirar hacia la plaza. Entonces di media vuelta y me alejé con mi trozo de corcho en la mano. Sabiendo que me había reconocido y que era ella.

jueves, 11 de junio de 2020

El cocodrilo, el rey y otras cosas de no creer - David Torres

El cocodrilo, el rey y otras cosas de no creer - David Torres

Hay que reconocer que nos está quedando un año la mar de raro, un año apocalíptico en todos los sentidos del término, aunque también es cierto que la cosa ya venía de antiguo. Probablemente el motivo por el que muchos escritores hemos abandonado la ficción y nos dedicamos a escribir sobre la realidad es el mismo por el cual la realidad ha perdido su pátina habitual de tedio y rutina para dedicarse a escribir novelas. Hoy, por ejemplo, iba en el metro y veía a toda la gente en el vagón con la cara tapada con mascarillas, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para ir a atracar un banco, cuando lo habitual es que el banco desvalije a la gente sin desplazamientos ni embozos ni pretextos de ningún tipo. Nos mirábamos unos a otros intentando reconocernos desde algún rincón del pasado, como concubinas perdidas en un harén subterráneo o más bien como niños jugando a indios y vaqueros en un túnel del tiempo donde no quedaba ya un solo indio.
Vivir en medio de la era del coronavirus es igual que tomar parte en una película fantástica cuyo decorado es el mundo entero, salvo para Casado, Abascal y otros conspiranocios que todavía creen que la pandemia la inventaron entre Sánchez e Iglesias en un laboratorio chino con la ayuda del lobby feminista y la intención de desestabilizar el orden mundial, dar un golpe de estado contra el capitalismo y proclamar una dictadura universal comunista con capital en Caracas. No son los únicos que lo creen, porque además hay gente que les vota. Estos días abres el periódico y te salta a los ojos la tontería más grande que te quepa imaginar, noticias del estilo de Javier Maroto diciendo que las residencias de ancianos son competencia directa del gobierno, que el 8-M era contagioso (ahí está él para demostrarlo) y que por eso se casó con su novio en diferido y dentro de un armario en Sotosalbos.
Aun así, día a día, la realidad se empeña en subir las apuestas a base de titulares completamente inverosímiles, el penúltimo de ellos, el del cocodrilo que tiene acojonado a Valladolid, con los diarios locales trasvasados a un tebeo de Tarzán y la guardia civil rastreando la confluencia del Duero y el Pisuerga. Tenía que ser precisamente en Valladolid, donde hace unos años había un alcalde, León de la Riva, que por sus comentarios machistas, homófobos y racistas, parecía haber salido de la misma charca que el cocodrilo. Entre el murciélago de Wuhan y el cocodrilo de Valladolid, la fauna del mundo entero no para de desmadrarse, ocupando portadas y saltando a las calles desde selvas, bosques, reservas naturales y documentales de la 2.
No menos inverosímil y no menos cocodrilo resulta la noticia de que la Fiscalía Anticorrupción podría iniciar diligencias para aclarar el tremendo lío fiscal del rey emérito y las acusaciones de cohecho por las comisiones del tren de alta velocidad en Arabia Saudí. Diligencias, un término muy adecuado para la justicia española, la cual, en relación a los borbones, viaja unas veces en calesa y otras en parihuelas. Han tardado lo suyo, aunque no tanto como la justicia sueca, que acaba de anunciar que próximamente va a resolver el asesinato de Olof Palme con 34 años de retraso. La globalización aplicada a la corona española viene a corroborar la velocidad de transmisión de un virus desde China: una investigación en Suiza puede terminar con un exilio en la Repúbica Dominicana. Sin embargo, conociendo el percal, lo más probable es que don Juan Carlos haga como Manolo Gómez Bur en aquella película en que, acusado de un crimen, prefería que le aplicasen un artículo de un código penal de la Edad Media: "El exilio, si pudiera ser a Zamora, es que tengo familia".