domingo, 28 de junio de 2015

10 amantes ¿es mucho o poco? - Isabel Vicente

10 amantes ¿es mucho o poco? - Isabel Vicente

¿Quién no ha contado alguna vez el número de parejas sexuales que ha tenido a lo largo de su vida? Vale, vale; quienes siguen con la misma pareja desde los 16 años y no han sido infieles lo tienen fácil, pero a tenor de las cifras, son muchos los que cuentan con las dos manos y les faltan dedos.
Los estudios de psicólogos, institutos de sexología y marcas de preservativos consideran, en base a las encuestas, que la media de una mujer europea es de 10 parejas sexuales, aunque no sé si creérmelo porque elevan a 30 esta cifra en el caso de los hombres. Y es que al parecer, las mujeres tendemos a rebajar la realidad y los hombres a aumentarla porque, por mucho que evolucionemos y nos modernicemos, se sigue identificando la promiscuidad como golferío en el caso de la mujer y como hombría en el caso de los varones.
En cualquier caso, a las europeas nos ganan por goleada las asiáticas que, según un estudio de la Sociedad Europea de Ginecología, declaran una media de 14,3 parejas; seguidas por las latinoamericanas, con 12 relaciones; y por las norteamericanas, con 11 parejas de cama a lo largo de su vida, lo que no sé si significa que las europeas somos más contenidas o que tendemos a olvidarnos de algún que otro escarceo de infausto recuerdo.
Según los psicólogos, cuando las mujeres intentamos cuantificar todos nuestros affaires, tendemos a tomarlo con calma recordando nombres y situaciones, mientras que los hombres responden habitualmente a la pregunta de con cuántas mujeres se han acostado dando una cifra aproximada, y no se paran a evocar a aquella chica con la que se liaron un verano en la playa o aquella otra con la que mantuvieron un tórrido encuentro en el asiento trasero del coche e incluso, en muchos casos, no se acuerdan ni del nombre.

A las mujeres esto no nos pasa porque, por lo visto, por muy cutre que sea el encuentro sexual, tendemos como bobas a darle una pátina de romanticismo y, cuando recapitulamos, nos acordamos de Pepito o de Juanito con aquella luna o aquella canción. Eso sí, si nos avergüenza, podemos borrar totalmente de la memoria ese revolcón de diez minutos en el aseo de un bar con aquel impresentable al que ni habríamos mirado de no ser porque Pepito esa noche se lió con otra en nuestras narices. La cuestión es: ¿hay alguna cifra correcta? ¿Tener una única relación para toda la vida es una suerte o te van a tomar por pavisosa? ¿Hay que experimentar antes de hacerse monógamos? ¿Te van a mirar mal si te pasas de la media? Ni idea. Pero, por si las moscas, yo voy a hacer lo mismo que una de mis amigas que siempre responde lo mismo: "Menos que Madonna y más que Santa Teresa".

lunes, 22 de junio de 2015

Pecados de juventud - Isabel Vicente

Pecados de juventud - Isabel Vicente

Uno de mis amigos, de lo más serio, formal y moderado, confesaba el otro día algunas de las burradas que hizo de joven, como la noche en que cinco o seis se pusieron a cantar ante un cuartel de la guardia civil una canción sobre los altos vuelos de Carrero Blanco poco después del atentado. Si entonces alguien hubiera filmado la cancioncita, mi amigo hubiera podido tener problemas por apología del terrorismo o algo así pese a que ni por asomo ha simpatizado jamás con ETA.
Por edad, muchos de mi generación participamos en protestas en la transición y me recuerdo, casi una cría, con unos amigos algo mayores corriendo delante de los "grises", como se llamaba entonces a los antidisturbios. Luego, con veintipocos hice alguna que otra cosilla de la que no me siento orgullosa y ante la que doy gracias por haber disfrutado de mi juventud en una época en la que no había móviles con cámara de fotos y no existían las redes sociales. Como la mayoría de jóvenes, dirán. Claro. ¿Quién no ha cometido algún exceso a esa edad? ¿Quién no se ha llevado sin pagar una pulsera de El Corte Inglés o ha bailado borracho sobre una barra; o ha gritado contra el poder establecido con 18 años sin pararse a pensar si la protesta era legal o ilegal?
Viene este rollo a cuenta de los ataques que está sufriendo el nuevo gobierno de Manuela Carmena en Madrid y concretamente del caso de su portavoz, Rita Maestre, quien en 2011 participó junto a medio centenar de jóvenes, en su mayoría mujeres, en una protesta en la capilla del Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid, a favor del laicismo y en contra de la Iglesia por la que está imputada por un delito contra los sentimientos religiosos.

Por lo visto, la cosa fue subida de tono, algunas de las protestonas mostraron los pechos y lanzaron consignas de lo más gráficas como "vamos a quemar la Conferencia Episcopal", "el Papa no nos deja comernos las almejas" ; o "contra el Vaticano poder clitoriano". Y ahora es cuando se ha montado el fregado. ¿Debe Rita dimitir o ser destituida por Manuela Carmena? Los contrarios a Podemos creen que sí por estar imputada, y los de Podemos creen que no porque no todas las imputaciones son iguales. Piden ahora la dimisión de la concejala los mismos que justificaban como pecados de juventud que alguno de los suyos apareciera en una vieja foto con el brazo en alto, y la justifican los que, a su vez, exigían la dimisión de los que salen en un vídeo de hace años jaleando a Franco. Ya está bien de hipocresías, más que nada porque a ver quién es el guapo que sale limpio de una exposición pública de todos sus actos de los 17 a los 30.

viernes, 19 de junio de 2015

Neocalorrismo entre rejas - David Torres

Neocalorrismo entre rejas - David Torres

En Uno de los nuestros, una de las grandes películas de Scorsese, los jefes mafiosos se pasaban el día entero en prisión preparando los espagueti de la cena con una atención al detalle que ríete tú de Masterchef. Uno removía durante horas la salsa de tomate, otro iba laminando el ajo con una cuchilla de afeitar, otro iba hirviendo el agua en la olla, y mientras tanto Paul Sorvino le explicaba a Ray Liotta que hacían falta tres clases de carne para amasar las albóndigas. De hecho, la primera vez que iba a la cárcel, antes de cumplir la mayoría de edad, a Ray Liotta los viejos mafiosos le aplaudían y le atizaban pescozones cariñosos, como si fuese a ingresar en la facultad de ciencias aplicadas. O en Tele5.
Entre rejas siempre ha habido clases, porque la justicia podrá ser ciega pero no gilipollas. A finales de los setenta floreció en España el cine calorro, en el que abundaban los elencos con delincuentes auténticos, rateros, ladronzuelos de coches y navajeros de tres al cuarto. En esa cinematografía límite nunca faltaba la escena carcelaria con su escupidera, su bigote lacio, su póster de gasolinera y su calzoncillo con zurraspa. Poco a poco, apenas el país fue despegándose la costra y la losa, empezaron a proliferar los delincuentes de gomina, pedigrí y cuenta corriente, gentuza que tenía el currículum guardado entre los antecedentes penales y, en medio de éstos, un doctorado honoris causa. El calzoncillo aliñado reapareció en un video justo encima del Director General de la Guardia Civil, sentado en un sofá de cuero junto a varias putas, con la nariz a punto de nieve y avisando al cámara que tuviera cuidado, que nunca se sabe dónde acabarán estrenando la película.
En los últimos tiempos el neocalorrismo se ha extendido por la geografía carcelaria hasta el punto de que ningún partido político puede tomarse en serio a no ser que tenga por lo menos dos docenas de imputados, cincuenta sospechosos y al menos un ex ministro alojado entre barrotes. Aunque siempre estuvo muy mal vista, la delincuencia ha acabado por ponerse de moda, lo mismo que el herpes genital o la barriga cervecera. Hoy en día no eres nadie si no conoces a alguien en el trullo y le mandas un mensaje por el móvil para fardar con los amigos.

Como es lógico, las prisiones deben adecuarse al nivel de vida y estar acondicionadas por si un día van a pasar las vacaciones allí gente de alcurnia: un banquero, una tonadillera, un torero, un tesorero o un presidente de la patronal. La Pantoja ha estado un tiempo en Alcalá de Guadaíra , poniendo en cintura a las funcionarias de prisiones hasta el día en que la soltaron y los fans la estaban esperando para sacarla a hombros. Se rumorea que hasta es posible que Ruiz Mateos vaya unos días a Soto del Real, huyendo del calor veraniego. Si el juicio contra Urdangarín sigue adelante, los arquitectos de prisiones van a tener que incluir pistas de balonmano sol y sombra.

martes, 16 de junio de 2015

El regalo de bodas - Juan José Millás

El regalo de bodas - Juan José Millás

Para Cristina de Borbón, la pérdida del ducado (o de un ducado, no sé) debe de ser dolorosa. Cada microcosmos es un mundo. A mí mismo me duelen cosas que nunca creeríais. Pero finalmente se trata de un asunto doméstico que en un país (o un reino) en el que hay tres millones de niños pobres debería tener menos relevancia. Comprendemos no obstante el ruido: para una institución que se manifiesta por sus gestos más que por sus palabras, es un modo de decir: "Mira cómo nos comportamos ante la corrupción". Pues bien, ya lo vemos, muchas gracias, pero despojar a doña Cristina del ducado (o de un ducado) es como si a mí me retiraran el título del bachillerato elemental frente a un pelotón de fusilamiento. Y eso que yo tuve que luchar por él, que entonces incluía un examen de reválida. Para poseer un ducado, en cambio, no tienes que hacer otra cosa que encontrarte en el sitio justo a la hora convenida. La duquesa de Alba, que en paz descanse, disponía de títulos a mansalva sin otro mérito que el de haber nacido. Nacer, en determinados ámbitos, constituye un demérito porque significa una boca más que alimentar. La tómbola de la vida, que decía Marisol.
El ducado de Palma del que disfrutaba (no nos imaginamos cómo) doña Cristina fue un regalo de bodas de su padre. Significa que a la gente común las bodas nos salen por un ojo de la cara, mientras que los reyes no tienen más que abrir el baúl de los títulos y desempolvar uno.
-Te regalo este diploma de duquesa.

¿Eso es regalo? Si me presento yo con un título nobiliario en la boda de una sobrina mía que acaba de casarse, me retira el saludo. Los ricos, como tienen de todo, se regalan y se desregalan cosas simbólicas. Es otro modo de decir que cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Lo raro no es eso, lo raro es que a nosotros nos parezca una noticia con la que abrir los periódicos y los telediarios. Se insiste tanto en ello que acaba uno pensando que, en vez de un título nobiliario, le han extirpado el hígado. Y no, el hígado lo tienen todos los miembros de la Casa Real en su sitio y convenientemente forrado. Ahora vendrá el capítulo de los derechos de sucesión.

martes, 9 de junio de 2015

El deporte de ser negro - David Torres

El deporte de ser negro - David Torres

A raíz de que se sentase uno en la Casa Blanca, la policía estadounidense ha detectado que en el país todavía quedan muchísimos negros andando sueltos por las calles. Últimamente se han dedicado a dispararles, golpearlos y acojonarlos con tanta insistencia que da por pensar si no le estarán dedicando cada faena al presidente. Si Obama hubiese sido chino o latino, lo más probable es que el porcentaje de heridos y muertos de esas etnias hubiese batido marcas. No vamos a pensar que el país que vendió una espantosa guerra civil como una cruzada por la abolición de la esclavitud sigue siendo racista hasta los topes. No, es mejor pensar que se trata de un exceso de celo policial, como si tuvieran a Cristina Cifuentes de Delegada del Gobierno en Dallas.
En efecto, cuando Roosevelt, después del ataque a Pearl Harbor, ordenó ingresar a los ciudadanos estadounidenses de origen japonés en campos de concentración, lo hizo para protegerles de posibles linchamientos y para que no saliera una filial amarilla del Ku-Klux-Klan. Lo que pasa es que a los funcionarios encargados de su protección se les fue un poco la mano. Detrás de la mano, se les suele ir también la porra, la pistola, la constitución, los derechos civiles, en fin, todo el paquete. Por eso Estados Unidos, el paraíso de las libertades, sigue siendo un país donde ser negro sigue siendo un deporte de riesgo. No te digo nada si eres negro y pobre, entonces pasear por ciertas barriadas blancas es el equivalente a la escalada libre en Yosemite.
La desventaja de los negros respecto a los judíos se ve a simple vista. Cuando Fritz Lang, antes de salir por piernas hacia el exilio, se presentó ante Goebbels, no le cabía la camisa en el cuerpo. Se quedó helado cuando el ministro de Propaganda del Reich le dijo que iba a nombrarle Ario Honorario. Al protestar Lang, avisándole de que era judío, Goebbels replicó: “Yo soy el que decide quién es judío y quién no”. Eso es algo que difícilmente podría decidir con Jesse Owens, con Louis Armstrong o con Marthin Luther King. Por eso, en la amplia historia de Hollywood abundan los productores judíos, los directores católicos y las actrices rubias, pero durante décadas el actor negro más famoso fue un blanco con la cara tiznada y la actriz negra más célebre una esclava gorda que le apretaba el corsé a Vivien Leigh.

También nos habíamos preguntado por qué los negros corren tan bien y nadan tan mal, y este viernes la policía de McKinney, Dallas, nos hizo una demostración práctica. Al parecer había una fiesta de cumpleaños en una piscina y alguien se quejó porque de repente se encontró con demasiados negros que no habían sido invitados. Eric Casebolt, un cabo de la policía, sacó la pistola reglamentaria y los chavales negros salieron corriendo como velocistas natos: ni uno solo se tiró a la piscina. Jack Johnson, el primer campeón negro de los pesos pesados, a quien arrebataron vergonzosamente el título fuera del cuadrilátero por su costumbre de echarse novias blancas y conducir coches caros, resumió bastante bien la situación: “Soy negro, nunca dejasteis que olvidara que soy negro; de acuerdo, soy negro, nunca dejaré que lo olvidéis”.

jueves, 4 de junio de 2015

Felipe VI, rey de Francia - Javier Carballo

Felipe VI, rey de Francia - Javier Carballo

Francia ha recibido a los reyes de España y la visita ha tenido en Francia una notoriedad que en España se ha vuelto silencio y decadencia
Que yo no sé de lo que se trata. Si es frustración, ceguera, impotencia o imbecilidad. Que yo no sé qué pasa, si es el bosque que no vemos de cerca, detenidos ante el tronco de un árbol, o si es la estúpida arrogancia de quien se ha cansado ya de su propia historia, que es como estar saturado de sí mismo. Que yo no sé qué he sentido ayer, pero hablaba la alcaldesa de París, que es una hija de exiliados republicanos, de San Fernando, de Cádiz, y hablaba con un orgullo de España que sólo es posible escucharlo en un discurso en Francia porque aquí ni existe ese sentimiento, ni nadie reivindica ese orgullo de ser, de haber sido, de seguir siendo. Que yo no sé lo que está ocurriendo, pero aquí la noticia es la pitada monumental al Rey, al himno, a España, y hay que cruzar los Pirineos para que sean los franceses, tan suyos, los que se rindan en el homenaje a lo que fuimos, a lo que somos, a lo que podemos ser. España sólo es España cuando se ve desde fuera.  
“Usted es el rostro de esa España joven, reconciliada, que ha pasado la página de sus horas oscuras y que el pueblo de París acoge hoy con los brazos abiertos”, decía la alcaldesa de la capital francesa, Anne Hidalgo, emocionada antes los reyes de España. Y la cuestión es que nadie aquí es capaz ahora de recordar eso mismo, que el rey Felipe VI es la imagen de una España que se ha superado a sí misma, que se ha recompuesto después de una dictadura fascista que duró cuarenta años y que la monarquía que en otros tiempos, durante tantos siglos, supuso tantas cosas, es ahora el símbolo de una sociedad que supo dejar atrás su pasado más sangriento, y más reciente, para poder mirarse a los ojos sin echarse la mano a la cartuchera.
Nadie aquí es capaz de pronunciar ante los Reyes de España un discurso como el de la alcaldesa de París por el miedo a ser tachado como un trasnochado

Qué pena, Anne Hidalgo, alcaldesa de París, porque nadie en España habrá sentido tu emoción, la pasión que le ponías a tus palabras, el peso gordo de quien siente el coraje de alzar la bandera entre los escombros del pasado para seguir adelante, como en esa imagen alegórica de mujer de la república francesa. Hablabas de España y te sentiste en la obligación de matizarte, de contextualizarte, de situarnos a todos. “No sólo lo dice la alcaldesa, sino la republicana educada en el recuerdo de los republicanos; usted, rey Felipe, es, junto a la reina Letizia, el rostro de una España libre y unida, es la razón por la cual vuestra presencia significa tanto para París”. Qué pena, Ana de Cádiz, Anne de París, que nadie en España haya sabido adivinar en el eco de tu voz el lamento de tus abuelos, aquellos republicanos que se fueron humillados, con la única lección aprendida que dan las guerras entre hermanos de sangre. Aquello que dijo Azaña y que nadie aquí recuerda ya: “A otras generaciones, que se acuerden, si alguna vez les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia, con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: Paz, Piedad y Perdón”.



Vídeo: Viaje de Estado de los Reyes a Francia

Francia ha recibido a los reyes de España y la visita ha tenido una notoriedad que en España se ha vuelto silencio y decadencia. Los periódicos, todos, que para eso son un termómetro fiel de las miserias de la sociedad, no le han concedido a la visita de los Reyes a Francia, ni a los discursos, más trascendencia que a una visita de los monarcas a un parque público, en fin de semana, para inaugurar unos columpios. La noticia nunca ha tenido trascendencia, porque aquí las portadas sobre España son otras, y siempre hablan de diferencias, de enfrentamientos, de resquemor. Sólo Francia ha entendido que se trataba de otra cosa, que era otra dimensión. Por eso, los reyes de España han sido recibidos en Francia con el protocolo y la pompa que sólo se reserva a los momentos que merecen inscribirse en la historia. La polémica de aquí, la que nos consume el tiempo, pasado y presente, es otra; es la pitada monumental del Nou Camp para abochornar a los Reyes, para escupirle al himno, para avivar el odio, para cimentar con saliva las diferencias.
Francia ha recibido a los reyes de España y la visita ha tenido allí una notoriedad que en España se ha vuelto silencio y decadencia


Que yo no sé de lo que se trata. Si es frustración, ceguera, impotencia o imbecilidad. La cuestión es que en la emoción de española, y republicana, de la alcaldesa de París se ha visto reflejada como nunca la imposibilidad de España para comprenderse a sí misma, para conocerse, aceptarse y avanzar. La cosa es que nadie aquí es capaz de pronunciar ante los Reyes de España un discurso como el de la alcaldesa de la capital francesa, Ana de Cádiz, Anne de París, por el miedo cierto a ser tachado como un peligroso trasnochado. No existe aquí esa “republicana educada en el recuerdo de los republicanos” que habla del pasado sin rencor, con orgullo; que sea capaz de elogiar a España sin complejos; por lo que hemos conseguido, lo que hemos superado. Nadie es capaz de ver en el Rey no una persona, no un heredero, no una circunstancia o un momento, sino un símbolo de nosotros, de aquello que nos une. Mirar más allá, mirar más atrás. Que yo no sé qué he sentido ayer, pero ha tenido que irse Felipe VI a Francia para sentirse Rey de España sin que nadie le silbe. 

martes, 2 de junio de 2015

La feria y la bonita - Rocío González Martínez

La feria y la bonita -,Rccío González Martínez


A estas alturas yo solía estar organizando un viaje a Madrid, eran momentos de presentaciones de libros, de firmas en casetas bajo las inclemencias del tiempo (calor de asfixiarse o lluvias torrenciales) y si no, eran reuniones para nuevos proyectos. Era el momento de gozar de la capital desde las letras y yo disfrutaba como una niña pequeña en la mañana de Reyes.

Lo que yo pude aprender en esos viajes es impagable. Recuerdo conversaciones en las que me dejaban con la boca abierta, sin metáforas, con la literalidad del mentón caído, mientras escuchaba a la vieja guardia del periodismo español. Las comparaciones son odiosas, pero si ahora se venden menos diarios no sólo es por culpa de internet. Las anécdotas de entonces son algo impensable hoy en día

El año pasado, por estas fechas, comenté con una rotundidad incierta: “El año que viene estás firmando “Las Charlas de Nunca”, seguro”, pero no ha podido ser. A las casetas de Madrid les faltan muchos, pero para mí falta alguien, el mejor, el que estará allí arriba sin ningún tipo de prisa, paladeando humo y gin tonics (hasta el cielo tiene un barman rendido a sus pies, seguro), sonriendo de medio lado y con una algarabía femenina alrededor. Lo imagino pensando que eso de morirse no es tan malo si puedes librarte de la promoción del libro.

A mi jefe, Alvite, había un texto que le gustaba especialmente, sé que era su favorito y por eso lo traigo hoy aquí, porque al acordarme de él me ha venido a la memoria Teresa, la bonita.

LA BONITA

Se llamaba Teresa, como su abuela, pero le decían “La Bonita” porque desde que nació lo era, una niña casi perfecta, de ojos grandes y pelo negro que hasta en la pelusa de recién nacida se adivinaba la melena larga, ensortijada y azabache que le flanqueaba hoy la cara. Su madre le dijo siempre que hasta la paraban por la calle para decirle lo guapa que era su niña, y su padre, ay su padre, que tenía el silencio de los hombre de bien siempre tuvo una palabra y una caricia para su Teresa. De eso habían pasado años, ella tenía ahora esa edad indeterminada entre los diecimuchos y treinta y pocos que tienen las mujeres de su raza.

Seguía teniendo unos inmensos ojos que hacían casi inexistente la presencia de la pupila, algo más cansados de mirar y de ver, y siempre subrayados por el negro de su lápiz, compañero de siempre y único atisbo de maquillaje en su rostro. Por las mañanas, agua y jabón, la línea continua de su mirada y el día comenzaba.

“La Bonita” tenía el desparpajo propio de una mujer del sur y una cautivadora palabrería que no sólo conocía de sus mayores, sino que no dudaba en utilizarla. Era desconfiada e inocente a la vez. También era madre de tres niños. Y viuda. Se casó hace muchos años sin más papel que la prueba de un pañuelo ensangrentado y fue feliz hasta el final. Su marido, su gitano, nunca le puso la mano encima, en contra de lo que dicen por ahí, y sólo estuvo en un lugar equivocado a una mala hora y no se pudo hacer más.

Ella sola sacaba ahora a sus niños para adelante, no faltaban a la escuela y nunca hubo nadie que le pusiera la cara colorada porque sus niños fueran sucios, sin las tareas hechas o sin el material. La escasez y las lágrimas sus hijos no la verían, eso sería por encima de su cadáver, me contaba, pero tampoco le daba alas a las locuras que tienen otros chiquillos.

Ella vendía en el puesto de una prima, y algo se llevaba, y el resto era de “arreglitos” que hacía por ahí, no le pregunté y ella se sonrió, “no es de droga, te lo juro, que ví caer a muchos y supe de donde venía lo malo, por bien que se estuviera un tiempo, que no les faltaba de ná, el final era el que era y además -se encogió de hombros- ahora está la cosa mu vigilá”

Yo sabía que su palabra estaba escrita a fuego en un bloque de hielo, porque liarme sabía hacerlo, o lo intentaba, pero la verdad es que pasaba tabaco de contrabando, “destraperlo” y en los tiempo que corren hasta podía entender, justificar y aceptar algo tan inocente como dos cartones de tabaco a la semana.

Se bebió su café, en vaso, negro con mucha azúcar y se puso de pie, “paga tú y otro día te convío yo, voy a hacer unos mandaos y voy a tirar pa la casa, los niños habrán terminado ya los deberes”

La paré sujetándole levemente de la mano, “¿te hace falta algo Bonita?” Suspiró y me dijo, “son tantas cosas las que me hacen falta que si empiezo no termino, pero mientras no me falten dos manos para trabajar y un trabajito que hacer y mis niños tengan salú…gracias morena, yo se que puedo contar contigo y aunque no te lo creas, estos cafelitos me saben a gloria y me dan la vida, así me aireo, no es orgullo, sabes que si le hiciera falta a mis niños pediría hasta en la puerta de la Iglesia, aunque allí no va mucha gente ya…” Sonreía.

Y yo me quedé allí mirando como se iba y como los hombres se volvían a mirarla al verla pasar y ella, entre distraída y coqueta salía canturreando del bar ya lejos de donde estaban sus pies.