jueves, 31 de julio de 2014

Yo soy esta alegría - Salvador Sostres

Yo soy esta alegría - Salvador Sostres
CUANDO mi mujer tiene una cena y me quedo en casa con la niña son las noches más amables. La niña juega a lo suyo y de vez en cuando corre hacia donde estoy y me dice que me quiere mucho. También corriendo regresa a sus juegos. Sobre las nueve y media la acuesto y antes de las diez se duerme. No se despierta hasta la mañana siguiente. Yo puedo escribir o mirar alguna serie, acostarme más temprano que de habitud, y estoy bien y agradezco haber tenido unas horas tan agradables con mi hija, y un fin del día sin rasguños.
Cuando soy yo el que salgo recibo mensajes de la más grotesca naturaleza sobre que la niña no hay manera de que se duerma, o insólitas crónicas de despertares repentinos a la una y media «con el sueño que yo tenía y lo poco que he podido dormir estos últimos días». En ninguno de los textos se me culpa directamente de nada pero son claramente acusatorios. Cosas que mi hija nunca hace cuando está conmigo acaban siendo culpa mía.
Y esa euforia de fin de cena que de repente se interrumpe, y ese gin-tonic que se vuelve amargo a medio trago. Todo se ensombrece cuando asoma el tanque devastador de tu esposa haciéndote sentir culpable.
Un hombre es un sistema de felicidad. Un hombre aseado, responsable y libre es una proposición de alegría. Yo soy esta alegría y esta felicidad soy yo. La dulzura de una noche con mi hija y el tren mítico del fin del mundo cuando salgo con mis amigos. Ni reniego de la suerte que tengo ni considero que nadie me deba nada. Son una cosa y lo mismo sentimiento y destino. Hemos llegado aquí cuidando de nuestras almas y hay motivo para celebrarlo.

Los hombres tenemos que aprender a llevar nuestra propia contabilidad y no dejarnos impresionar por la propaganda enemiga. Ni somos culpables por ser felices ni peores padres por tener amigos y mesa segura en los buenos restaurantes. Hay una esperanza de mundo mejor que hace que avancemos y esta esperanza es siempre nuestra. Somos la luz que alumbra el pesimismo. Somos ternura contra el resentimiento. Cualquier artefacto de felicidad es un invento masculino. Si fuera por nosotros todavía retozaríamos en el Paraíso, inocentes y estupendos. No os ganamos porque seamos más fuertes, sino porque estamos más contentos.

martes, 29 de julio de 2014

Olor a papel - Jose Luis Alvite

Olor a papel - Jose Luis Alvite
Cada vez que un adolescente me presenta a su chica como su primera novia, y aunque los vea a simple vista muy enamorados, sé que van a sufrir porque pasado algún tiempo aquello quedará en nada, cada uno se buscará otra pareja y con el paso de los años se recordarán con una pizca de nostalgia y relativo entusiasmo, sin descartar que incluso hayan caído en el olvido y ya no representen nada el uno para el otro. Hay pocas sensaciones que soporten incólumes el paso del tiempo. Yo no soy nada materialista para estas cosas, pero comprendo que haya tipos que si recuerdan a su primera novia no es porque ella fuese verdaderamente inolvidable, sino por el dinero que le costó en su día aquella relación. La chica que cenaba centollo es más inolvidable que la que se conformó con un bocadillo de tortilla aliñado con tanta mostaza que hasta le escocían los ojos al mirarlo. Los muchachos de ahora hacen sus gastos a escote con sus parejas y aunque la ruptura del noviazgo les causa dolor, al menos no les quebranta el bolsillo tanto como se lo quebrantó a sus padres o a sus abuelos muchos años antes, cuando para salir con una pareja, además de prever las reacciones de su chica en la última fila del cine, tenían que calcular con precisión sus gastos de mantenimiento. Yo sé que las mujeres son más espirituales que los hombres, tienen por lo general una percepción sensible del amor y suelen entregarse arrastradas por una mezcla de voluptuosidad y sensatez, aunque será razonable admitir también que hubo un tiempo en el que a conquistar el corazón de una mujer ayudaba mucho que en la barra del bar te adelantases a pagar su bocadillo de calamares, aprovechando, claro está, lo bien que a ella se le daba no darse cuenta de lo que hacías. Podía ocurrirle a cualquiera de nosotros que ella se sincerase con un aplastante sentido de la realidad: “Yo sé que tienes un alma sensible y que recogerías en un ramo para mí todas las flores del jardín público, y que darías la vida por mí, también lo sé, te juro que lo sé, pero tienes que comprender que tu amigo Moncho tiene coche”. Yo a mi primera novia le ofrecí desbrozar a su antojo el camino hasta plantarme a su lado en las puertas del cielo, pero ella, toda sinceridad, me dijo que lo que quería era que se enamorase de ella un chico que la llevase a las afueras de la ciudad en moto. Uno se da cuenta de estas cosas con el paso del tiempo, cuando se hace mayor y comprende que además de alimentar el alma, el amor es una cosa que a veces mejora mucho si incluye algo que merezca la pena masticar. Hay momentos para todo, lo sé, y no dudo de que una buena canción pueda ser decisiva para llegarle al corazón a tu pareja, pero, ¡demonios!, también sé que a veces a ella el dichoso poema de Neruda le apetece menos que una ración de gambas al ajillo. Hay en el desencadenamiento del amor un componente suculento y materialista que suele pasar inadvertido y tiene luego un peso indudable en el transcurso de la relación. Aunque resulta difícil descifrar el lirismo casi cristalográfico de la mirada femenina, uno sabe de manera intuitiva que cuando cierta clase de mujer se fija en él le esta averiguando al mismo tiempo el alma, la liquidez y los bienes raíces, que es lo que les ocurre a los marchantes de arte cuando de un cuadro lo que ven no es la intención o el significado, sino el precio. No seré yo quien condene esa perspicacia aritmética de ciertas mujeres a la hora de enamorarse, aunque admito que a mí eso me produce un indudable rechazo porque nunca pude entender que medio kilo de percebes pueda decir más del alma de un hombre que su fina sensibilidad poética y su soltura para robar flores en el parque. Pero así son a veces las cosas y así las veía la fulana que una madrugada me dijo en su tugurio: “Fui adolescente como cualquier mujer, cariño, y sé de qué demonios hablo cuando me refiero a eso que a veces por error alguna gente llama amor. También yo me enamoré del chico sensible que se gastaba el dinero en las librerías y le olía la boca a papel. Era un buen muchacho y en su momento me sentí orgullosa de que amenazase con suicidarse por mí si lo dejaba por otro. ¡Bobadas, periodista! Ahora tengo cuarenta tacos, soy diez mayor que mi madre a mi misma edad y sé que la dignidad es un desperdicio de la inteligencia, una jodida malformación de la sensatez. No digo que no sea conmovedor que un hombre diga que suicidará por tu amor, cariño, pero, ¿sabes que te digo?, a mí me gustan más los tipos que sé que se arruinarían por mi”.

Hemorroides - José Luis Alvite

Hemorroides - José Luis Alvite
De niño me dio por pensar que la afición a las cosas pequeñas podría derivar, por la evolución natural del crecimiento, en la realización de grandes sueños. Ésa era la razón por la que pensaba que mi afición a jugar en casa con las moscas concluiría en que al cabo de algunos años sería un reputado piloto de la Fuerza Aérea con una brillante hoja de servicios. Con un razonamiento parecido supuse que por escribir cuatro líneas en un retal de papel de estraza sería más que probable que andando el tiempo me convirtiese en un escritor de largo aliento, al estilo de Don Benito Pérez Galdós, que era un señor muy serio y muy compacto que apilaba libros en su casa igual que en el desván de la casa de mi amigo de la escuela amontonaba su padre leña para la cocina. Es obvio que mi visión era equivocada y que ni estaba en las moscas el cierne de un piloto de combate, ni desde aquellas frases infantiles en el papel de estraza se deduciría la figura de un abnegado escritor enciclopédico como don Benito, que escribió docenas de libros y aún tuvo tiempo para coquetear con doña Emilia Pardo Bazán, una señora de tungsteno a la que a simple vista uno cree que sólo cortejaría cualquier escritor al que de sus amigas casadas le gustasen sólo sus maridos. Puedo imaginar las dificultades de ser piloto de aviación y desde luego conozco las de ejercer como escritor, que es un trabajo en el que lo más determinante no es desde luego la ropa que uno se pone para las fotos, ni la silla en la que se sienta a trabajar. Es mucho más complicado que eso. Creo recordar que fueron veinte días los que el socialista Abel Caballero tardó en escribir su primera novela y no olvido que a la vista de los resultados yo le dije entonces que si fuese un hombre menos audaz y más sensato, veinte días era lo que tendría que haber tardado en no escribirla. Yo ando a vueltas ahora con la preparación de una novela y no estoy muy seguro de que sea una buena idea. Recuerdo aquellas frases del papel de estraza y me digo a mí mismo que la literatura no es algo que se amontone sobre el armazón de la gramática, como se amontona con el tiempo la lana en la silueta de las ovejas. No niego que me gustaría conseguir una novela redonda, adictiva y estupefaciente como la heroína, pero, ¡demonios!, no se me oculta la posibilidad de que al final de tanto esfuerzo en la misma silla sólo consiga desarrollar hemorroides.

Criminal con peces - José Luis Alvite

Criminal con peces - José Luis Alvite
Ahora que los americanos se cargaron a tiros al infame Osama Ben Laden reverdece la polémica sobre la temperatura a la que ha de ser administrada la Justicia. Se enfrentan quienes proclaman la necesidad del enfriamiento de los hechos antes de juzgarlos y aquellos otros que piensan que la Ley ha de actuar en caliente, incluso con los jueces recién levantados de la cama y con la toga por encima del pijama. A mí no me cabe duda de que muy a menudo lo que sale ganando con el dichoso enfriamiento de las garantías procesales no es la Ley, sino quien la conculca. Por eso me inclino por la justicia rápida y concluyente, administrada con garantías pero sin prejuicios ni demoras, sin miramientos, a sabiendas de que el enfriamiento de los hechos para lo que es bueno no es para juzgar a los asesinos, sino para aplacar las erecciones y para escribir la Historia. Estoy de acuerdo en que los norteamericanos de hoy son los descendientes aún frenéticos y turbulentos de aquellos tipos rudos e intrépidos que estudiaban leyes con la Biblia en una mano y la soga para la horca en la otra mano. También sé que no es bueno para la ecuanimidad de la Ley que se administre la Justicia con el criterio incandescente y efusivo con el que se dirimen las preocupaciones sociales en la taberna. Pero conviene no perder de vista que en el caso de Ben Laden se trata del cadáver de alguien que estaba en guerra y por lo tanto se arriesgaba a ser víctima de las normas sumariales por las que se rigen las batallas. Personalmente su muerte me deja impasible, como si los muchachos del «SEAL» se hubiesen llevado por delante a un tipo deleznable que yo creo que incluso le será indigesto a la muerte. Yo sé que suena duro, o cruel, pero así suele serlo la franqueza, de modo que no me importa decir que el de Osama Ben Laden es uno de esos casos en los que ni siquiera me produce incomodidad moral que la Ley se parezca tanto a la venganza. Es posible que ahora los fundamentalistas le conviertan en un mártir camino de adorarle como a un dios. No importa. A mí lo que me preocupa de que hayan arrojado su cadáver al mar es que se les joda el estómago a los peces. El caso, creo yo, es que a veces se hace justicia gracias a que con las prisas alguien es capaz de evitar que en la razón se entrometa a destiempo la maldita sensatez.

Sangre de jabalí - Jose Luis Alvite

Sangre de jabalí - Jose Luis Alvite
Si quienes abatieron a tiros a Ernesto “Che” Guevara pretendieron destruir su aureola revolucionaria mostrándole al mundo su cadáver semidesnudo y acribillado a tiros, se equivocaron por completo y no consiguieron otra cosa que consagrarlo como un mito. Equivocado o no, Guevara fue un luchador porque dio la cara y se jugó la piel hasta pagar con la vida su arrogancia, su estupidez o sus sueños. No ocurre lo mismo en el caso de Osama Bin Laden, cuyo cadáver redondea una peripecia de diez años en la que jamás ha tenido a su favor el aura romántica de un guerrillero legendario, ni el beneficio de la duda respecto de que hubiese luchado por una causa justa. Al ver su rostro ensangrentado en televisión no he sentido la menor tristeza, tampoco piedad, ni siquiera la compasión que a veces recuerdo haber sentido por una fiera reventada con disparos de postas o por un criminal abatido a tiros mientras atracaba un banco para pagar la hipoteca vencida del piso con el dinero del botín. Reaccioné frente a esa foto del terrorista árabe como supongo que reaccionaría el campesino mientras contempla, como un guiñol caído en el suelo, la cabeza del jabalí que había destrozado días antes su cosecha. Yo sé que Bin Laden era un ser humano, pero no me importa admitir que en este caso su muerte me ha dejado impasible, dicho sea con generosidad y con el esfuerzo que me supone no reconocer que su cadáver me ha producido cierto alivio emocional y ningún contratiempo moral, como si se tratase de una peligrosa alimaña abatida en el transcurso de una larga y concienzuda montería. Ahora comparo su rostro con el de Guevara recién asesinado y aun sin desangrar, y entiendo que Bin Laden jamás se convertirá en un souvenir, ni acabará estampado en las camisetas que se venden, sin otra ideología que la del dinero y la publicidad, en los grandes almacenes de todo el mundo. Puede que alguien salga ahora diciendo que la muerte de Bin Laden es el resultado deplorable de esa montaraz filosofía americana del ajuste de cuentas al margen de la Ley, que tiene tanto que ver con el pasado puritano y fronterizo de una sociedad inquieta y algo caótica en la que nadie meaba el café donde lo hubiese sorbido, un conglomerado de intereses, de pudor y de furia en el que los niños aprendían en la escuela a leer la Biblia y a hacer con una soga el nudo corredizo de la horca. No seré yo quien discuta esa furia antropológica del pueblo americano, ni pondré en duda su primitivismo moral, pero en el caso de Bin Laden, sinceramente, estoy del lado de quienes festejaron su cadáver y no me importa que la muerte del terrorista haya sido el resultado irracional de la ira y no la consecuencia reflexiva de la Ley. Supongo que si pienso así será porque desde la óptica de mi cambiante rusticidad moral lo que veo en esa imagen ensangrentada de los telediarios no es la fotogenia siempre sobrecogedora y triste de un ser humano muerto a tiros, sino la cabeza hermética de un asesino y la incisiva furia dental de una alimaña capaz de devorar a enganchones su propio rostro. Y no me cabe duda de que si le diesen tierra a su cadáver, el rostro escarmentado y cinegético de Osama Bin Laden podría desvelar a varios centenares de generaciones de gusanos que si se lo comen con ansia, no será por placer, sino por falta de luz.

Pensamientos - José Luis Alvite

Pensamientos - José Luis Alvite
- Es evidente que hay novelas escritas por novelistas que detestan la literatura, para ser leídas por tipos que aborrecen la lectura.
- Si el hombre de tu vida te hiciese caso, amiga mía, correrías el grave riesgo de que se convirtiese en tu marido.
- ¿Por qué tan a menudo las pensiones compensatorias del divorcio dejan descompensada la economía de los hombres?
- Tiene que ser verdaderamente terrible que las pocas veces que duerme, el insomne sueñe que está despierto.
- Con la suerte que tengo, estoy seguro de que en el caso de existir la reencarnación yo me reencarnaría en un cadáver.
- Quince años de matrimonio es lo que tarda una mujer de tu edad en ser diez años mayor que tú.
- Cuando era adolescente tenía a menudo la impresión de que al confesarme el sacerdote no averiguaba mi principal pecado por verme el alma, sino por mirarme la mano.
- Una prostituta me dijo hace muchos años que hasta hacía poco tiempo había sido azafata. Después de intimar con ella, me dio en la nariz que seguramente había sido azafata en un bacaladero.
-Si es cierto que Dios está en todas partes, ¿por qué demonios no está también en la cabeza de los ateos?
-Pasarse el enemigo a sabiendas de que la guerra está perdida no está bien visto, pero es tan agradable casi como lo sería para un atleta empezar a correr en la meta.
- Las mujeres operadas para aumentar el pecho van a tener difícil la posteridad porque ni siquiera Dios va a ser capaz de resucitar la silicona.
- Como están las cosas en este país, los mendigos tendrán que andarse con ojo si no quieren que un golpe de mala suerte los convierta en clase media.
- La burocracia española no tendrá remedio mientras para solicitar un papel te obliguen a cubrir tres impresos.
- Como soy muy despistado me preocupa que con motivo de mi muerte no acierte a morir en mi cadáver.
- Admirar un cuadro de Van Gogh constituye una demostración de cultura. Pero hay obras cuya destrucción tendría que considerarse una demostración de civismo.
- A la gente que tiene mala caligrafía lo lógico sería que les mejorase la letra si les temblase la mano

Belleza manuscrita - José Luis Alvite

Belleza manuscrita - José Luis Alvite
A los impresionistas les gustaba retratar a las mujeres en actitudes frescas, naturales y espontáneas, a menudo incluso desprevenidas, como si en un descuido les mirasen el alma adocenada en el escorzo algo trivial de sus manidos cuerpos de diario. Puede tratarse de una agraciada señorita tocada con una pamela amarilla con la sombra azul, o de la prostituta que se recoge el pelo con las manos mientras descansa los pies desovándolos en el agua torda y sobada de la palangana. Me producen serenidad esos óleos rebosantes de expresividad y de ocio, y contemplo con verdadero placer las fotografías que me remiten a rostros femeninos atrapados en un momento de ausencia, quien sabe si abstraídos en la evocación de un recuerdo amargo, en la conjetura de un problema que parece sin remedio o acaso sólo victimas de ese cansancio inesperado y puntual que les sobreviene a las mujeres cuando en la mariposa perpleja de sus ojos parece que se distendiesen, como un chaqué prestado, las alas de un cuervo perdido de su trigal. Buscando en la galería de rostros de mis amigas de Facebook he encontrado en un retrato de Rocío González uno de esos sumariales instantes de amarga belleza, de inclemente desencanto, de cósmica zozobra emocional, que tanto dice del alma de una mujer. No podría asegurar que es el suyo un gesto de dolor; tampoco un rictus de angustia o el deje existencialista de un desencanto vital. Diría que se trata de la distraída fotogenia de una lucidez callada, el clamor sulfuroso de un destello forrado con el resplandor de una ceguera transparente; el ensimismamiento de alguien en cuyos ojos estuviese a punto de ovular su mejor párrafo la mano abdominal del novelista. Yo he mirado unas cuantas veces esa foto del rostro de Rocío González y en la duda de no acertar a detallar la claridad del enfoque o la cuantía de la luz, para que os hagáis una idea de su abstraída expresividad, de tan sugerente abandono, de tanta belleza pasiva y sin pretensiones, os diré que lleva unas gafas de sol montadas sobre la cabeza, una melena afónica con mechas, el cuello acechado sin agobios por un vestido de batista blanca perforada y que en el lóbulo de su única oreja visible hay una perla que le sienta como un asterisco a ese apasionante y manuscrito rostro de mujer en cuya mirada por un momento me ha parecido que pasaba cabizbajo el recuento ácimo de su pasado, el corolario de una vida, el mosto de la esperanza. En el rostro de Rocío González no hay sonrisa. Pero yo con su permiso me tomo la libertad de firmársela con mi última frase de hoy, aunque sólo sea para que sepa que estuve de paso en él.

La rueda de repuesto - José Luis Alvite

La rueda de repuesto - José Luis Alvite
Yo no estoy muy seguro de que el agnosticismo sea una conquista del pensamiento y que la fe, por el contrario, sea la consecuencia de un instinto o la secuela de cierta indigencia intelectual. Lo que me parece indiscutible es que las personas con fe religiosa viven con un sentido de la resignación más desarrollado y soportan mejor las adversidades, incluida la horrible adversidad del dolor. Si se emplea en la elucubración y en las fascinaciones, la inteligencia es sin duda un recurso creativo de primer orden, tanto como lo es cuando se aplica a la pesquisa científica. Empleada en la discusión cartesiana de la fe, la inteligencia puede producir resultados tan devastadores como sin duda lo es el agnosticismo, esa angustiosa sensación de soledad cósmica que en muchos seres humanos conduce a tormentos psicológicos insoportables y a remordimientos difíciles de controlar. El creyente sabe que la vida es un viaje complicado que ha de hacerse por una carretera en pésimo estado y lo afronta convencido de que la fe es su caja de herramientas por si surge alguna avería. No es ese el caso del agnóstico, que hace el mismo viaje y comparte la carretera sin tener la seguridad de llevar la rueda de repuesto en el maletero del coche. Desde las filas del agnosticismo se critica con dureza la pasividad del creyente, al que se considera un ser inapetente y melancólico que prefiere sucumbir con resignación a la injusticia antes que comprometerse en cualquier lucha que requiera cierta agresividad. Luego resulta que tampoco el escéptico es decidido, ni fajador, y que, si bien se mira, el uno y el otro, el hombre de fe y el agnóstico, son en cierto modo cobardes; el devoto, porque cree que en definitiva su destino está en manos de Dios, y el agnóstico, porque en su sofisticado escepticismo cree que al final tendrá que echar mano de la fe cuando el oncólogo ya no le vea remedio a sus problemas de colon. Aunque se dice que Dios prospera sólo donde aún no ha entrado la ciencia, lo cierto es que incluso los ateos recalcitrantes saben que hay momentos de la vida en los que lo que ya no se nos arregla en la farmacia sólo hay alguna remota posibilidad de que se nos resuelva en la iglesia. A lo mejor resulta que en ese viaje vital por la carretera en mal estado, Dios es la rueda de repuesto de los agnósticos en el momento en el que ya no sirve de nada la quimioterapia.

Julio Iglesias Aznar - José Luis Alvite

Julio Iglesias Aznar - José Luis Alvite
A mí lo que dicen la mayoría de los políticos que hablan en serio francamente me trae sin cuidado. Por lo general hay en los avatares de la vida cotidiana inclemencias bastante más interesantes de las que ocuparse. Muchas veces los españoles abominamos de nosotros mismos porque nos consideramos una carga para el país, aunque hay que reconocer que vivimos en un territorio muy afortunado en el que la vida resulta agradable a pesar de lo mucho que interferimos en ella. Tenemos una productividad muy baja, casi cinco millones de parados, y a pesar de todo, una tasa de humoristas muy por encima de la media europea. También somos lo bastante listos como para seguir adelante a pesar de que cuando una cosa nos sale mal sólo nos esforzamos lo necesario para empeorarla. Ni que decir tiene que en España lo que los ciudadanos esperamos de nuestros gobernantes es que cuando salgan de La Moncloa tengan al menos la decencia de despegar los chicles de las mesas y tirar de la cisterna del retrete. Lo malo es cuando ventilan nuestras miserias en el extranjero, como acaba de hacer José María Aznar, que dijo cuatro tonterías de las que tal vez no le pasemos factura porque con su mediocre dominio del inglés probablemente le entendieron lo contrario de lo que quiso decir, como le ocurría a Julio Iglesias al principio, cuando al grabar un disco en inglés todo el mundo se daba cuenta de lo mal que cantaba en español por culpa de su dentista. Es triste que el ex presidente Aznar haya hecho un elogio del miserable Gadafi en un momento en el que incluso vomitarían sus rasgos los gusanos que se comiesen el rostro del criminal dirigente libio. Yo quiero pensar que el señor Aznar no quiso decir lo que dijo, pero, coño, para eso habría sido mejor que intentase decir lo contrario de lo que todo el mundo le entendió. Tampoco dudo de su buena fe para apoyar lejos de nosotros la imagen de una España apetecible para los inversores extranjeros, aunque también sospecho que el señor Aznar sufre de esa soberbia que a los presidentes suele quedarles como subproducto de su paso por Moncloa. No soy devoto del presidente Zapatero, ni enemigo del ex presidente Aznar, de modo que mi opinión es lo bastante gratuita como para resultar decente. Por eso me atrevo a decir que lo terrible no es que nuestros políticos pierdan la dignidad, sino que no pierdan al mismo tiempo el habla.

El éxito de caer - José Luis Alvite

El éxito de caer - José Luis Alvite
Muchas veces me entretuve de madrugada leyendo caligrafía de apretón en las puertas de los retretes de los bares mientras, y si nunca tomé nota de las interesantes ocurrencias fue porque me empeñé de muchacho en evitar las reproducciones y ser el autor de cada frase que escribiese. También he huido de los refranes, temeroso de que el tambor de su estribillo se apoderase de mi escritura y la convirtiese en una retahíla de frases hechas, en un convoy de fórmulas, en una especie de hormiguero al que solo mereciese la pena rociar con insecticida. Para sortear la resistencia literaria de un redactor jefe recurrí a tomar como referencia el nombre de Oscar Wilde, aunque siempre fueron míos las reflexiones y los aforismos que tantas veces le atribuí al floreado talento irlandés pensando en vencer la censura de aquel idiota. Yo no sé si mi decisión de evitar lo formulario es la correcta, pero en mis días de marinero en la Armada me di cuenta de que el recluta que destacaba en la perfecta formación de la brigada era precisamente el que llevaba cambiado el paso. Supongo que en mi devoción por esa resistencia a lo reglamentario está el origen de muchas de mis desgracias profesionales y la razón por la que tuve sonados fracasos emocionales que en un par de ocasiones dieron conmigo en el psiquiatra. He querido siempre ser díscolo en la escritura y en la vida, reacio a las instrucciones y a las normas, incluso resistente a seguir el camino que parecía evidente que podría conducirme al éxito. Nunca se me ocultó que mi manera indisciplinada de entender la vida solo podría acarrearme disgustos y la verdad es que he recibido muchos palos para que volviese al camino. Mis obedientes colegas progresaban en el periódico, copaban los mejores puestos y no tenían, como yo, un coche en el que con las lluvias del invierno se me encharcaban los pies. La verdad es que llegó un momento en el que conseguí dominar mis amarguras y me hice resistente al dolor. Supe entonces que en este oficio se puede conseguir cierto éxito cultivando con tenacidad el fracaso hasta convertirlo en un verdadero logro, como ocurre con esas lombrices de California con cuyo asqueroso detrito se abonan los jardines en los que brotan luego las flores más fragantes.

Experiencia, esa patología - José Luis Alvite

Experiencia, esa patología - José Luis Alvite
Un hombre que en los años de su juventud se contuvo de dejarse dominar por las hormonas y se resistió a que el entusiasmo le arrastrase a cometer errores, está condenado a ser en la edad madura un tipo amargo que se felicita por no haberse equivocado pero que en el fondo sabe que tendría que arrepentirse de no haber fracasado en la edad a la que tendría que haberlo hecho. La suerte de no haber caído de joven en algún vicio se corresponderá al cabo de los años con el insoportable arrepentimiento por no haberlo al menos intentado. No es cierto que los muchachos que se salvan de cometer errores puedan ser considerados sabios a una edad prematura. En la existencia de un hombre hay actitudes y circunstancias de su juventud que no tiene mucho sentido evitar. Es cierto que la sabiduría puede darse de manera excepcional a cualquier edad, pero por lo general se trata de una conquista que tiene más que ver con la experiencia que con la actitud y que por lo general aparece asociada a otras patologías. Ocurre lo mismo con al experiencia, que es lo que un hombre adquiere cuando por lo general ya no le sirve de nada, como el aficionado al tenis que aprende la bolea cuando ya sus piernas no le sirven para asestar el golpe antes de que la bola haya dado tres botes. En muchos casos la experiencia es un sustitutivo del vigor y una conquista que el ser humano por lo general no alcanza por su inteligencia, sino por su edad, por la misma razón que si aprende a no apurarse por nada no es porque lo considere una decisión inteligente, sino, lisa y llanamente, porque por culpa del colesterol le fallan las piernas. A mí me lo dijo de madrugada en un antro un tipo que entonces me doblaba la edad y ahora lleva algún tiempo reteniendo tierra en el cementerio: "No es cierto que la sensatez sea un logro. Cuando yo era joven hacía esfuerzos increíbles, a veces incluso sobrehumanos, que en apariencia carecían de sentido y a veces resultaban incluso contraproducentes. Reconozco haber tenido remordimientos de conciencia por culpa de que mis padres se lamentaban de mi poca cabeza. Ahora tengo la edad que entonces tenían mis padres y no pienso en absoluto como ellos. Me jode mucho haber envejecido. Daría lo que me queda de vida por unos cuantos días de desenfreno sin sentido. El problema es que me fallan las fuerzas. Habría querido ser un loco insensato, amigo mío, pero mi mala salud me obliga a la horrible resignación de ser un sabio. Hace meses en un chequeo me dijeron que tenía exceso de azúcar en sangre. Joder, cuando era un muchacho no tenía en la sangre nada que no hiciese arrancar el motor de un coche. Ahora tengo experiencia, si, es cierto, pero, maldita sea, ¿sabes que te digo?, era más feliz, mucho más, cuando a los veinte años de edad no había un solo error en el que no intuyese el placer de repetirlo, ni una herida que no cicatrizase con solo escupir en ella". Aquel tipo murió amargado a los pocos meses por culpa de lo azucarada que tenía la sangre. Yo aquella noche le escuché con relativa intención. Había conocido a otros como él y llevaba años metido hasta el cuello en la noche. Mi problema era que se me estaba yendo de las manos la juventud real y no había caído aun en todos los errores que de muchacho pensaba cometer. Ahora es distinto. He perdido el hábito de la noche y me cuesta resistirla. Después de una madrugada de desenfreno necesitaría la mañana entera en cama para rehacerme. ¡Que distinto era al principio, cuando incluso la muerte me parecía un hábito del que podría recuperarme con más facilidad que del vicio de fumar! Claro, ahora tengo experiencia y puedo alegarla en la tertulia de la sobremesa. Pero sé que me engaño a mi mismo. Un amigo mío que atraviesa por un bache emocional parecido, me comentó el otro día que había hecho planes para recuperar a destiempo los días de placer perdidos cuando era un muchacho. Localizó a una antigua novia que había enviudado y concertaron una cita para trasnochar. Lo hicieron, pero fue un fracaso. Mi amigo reconoció que al meterse en cama con ella se dio cuenta de que las posturas que le permitía su renovada conciencia juvenil, por desgracia se las impedía su dolorosa hernia discal. "Esto es lo que hay –admitió- Por mucho que me duela he de reconocer que las cosas que ahora pasan por la conciencia, eran más divertidas cuando por suerte solo me entraban por los ojos".

El amor y la artrosis - José Luis Alvite

El amor y la artrosis - José Luis Alvite
Es cierto que los seres humanos hemos sustituido la intuición por el conocimiento y que ésa es la razón por la que hemos progresado, lo que explica que en las carreras del hipódromo no seamos nosotros quienes entremos en la meta con el caballo cargado a la espalda. Conservamos sin embargo cierta capacidad intuitiva y presentimos la inminencia de hechos que luego se constata que ocurren. Una de las sensaciones intuitivas más generalizadas es la relativa al amor.NCada vez que alguien pide mi opinión sobre cuál es la esencia del amor, suelo contestar que, a falta de explicaciones bioquímicas que suelen resultar simpáticas pero poco fiables, el amor es algo que no se puede explicar de una manera racional y que si el amor se pudiese explicar, con seguridad no sería amor. A una mujer que nada más conocerla le dije que la quería, hube de darle explicaciones porque ella no entendía que un sentimiento semejante pudiese surgir sin apenas conocernos. Como no podía ser de otro modo, recurrí al argumento de la intuición: «No me pidas que te lo explique. La intuición del amor es algo instintivo. Para saber si uno está enamorado, se guía por el presentimiento, del mismo modo que para predecir el tiempo los ancianos se fían de la artrosis». Le dije también que el conocimiento de la otra persona no sólo no garantizaba el enamoramiento, sino que en muchos casos lo impedía, igual que en el caso del matrimonio la convivencia conduce a menudo a su destrucción. En materia de amor cualquier hallazgo empírico es dudoso y a menudo surge condenado a ser sustituido por un hallazgo nuevo, a veces contradictorio incluso con el anterior. Uno se fija en la boca de la persona con la que desearía emparejarse y hace cuanto puede para seducirla con la esperanza de besarla. Luego surge la convivencia y pueden ocurrir muchas cosas, una de ellas, que detrás del beso aparezca el aliento insoportable. Todo está sujeto a crisis. ¿No se dice ahora que el pan no engorda? Durante siglos los seres humanos creyeron lo contrario apoyados en la referencia de la báscula y resulta que no, que uno puede hartarse de comer pan sin coger peso. Además se recomienda comer de todo y muchas veces al día, en la seguridad de que la gula moderna, que es científica, no engorda como la gula de antes, que era una instintiva gula de recebo. En cambio parece que atiborrarse de amor conduce sin remedio al fracaso por culpa de la torpeza de conocerse bien. Una pareja puede ser feliz si los dos se preocupan de no conocerse demasiado. Ambos sabrían en ese caso que a veces entre un hombre y una mujer las cosas marchan bien hasta que en lo suyo se entromete el amor.

La cama y las fotos - Jose Luis Alvite

La cama y las fotos - Jose Luis Alvite
Supongo que es cierto que cada persona es un mundo y que no hay dos maneras iguales de relacionarse sentimentalmente con la gente. Predominan las personas cuyo objetivo es unirse a la pareja a la que aman y hacen lo posible por conseguirlo, temerosas de que la tentativa salga mal y tengan que sufrir y arrepentirse el resto de sus vidas. Pero hay también otras especies, entre ellas, la del tipo enamoradizo que nunca tiene claro que su pareja sea la definitiva. Suele confundírsele con el mujeriego y yo creo que no pertenecen en absoluto a la misma especie. El mujeriego es egoísta y desaprensivo, todo lo hace en su provecho y salta de mujer en mujer sin reparar en los sentimientos que despierta, ni en el daño que ocasiona. Es distinto en el caso del enamoradizo, que no cambia de pareja movido por un frívolo afán de coleccionismo, ni por la burda tentación del sexo, sino porque algo en su interior le pide ser espectador privilegiado de los sentimientos diversos que despierta en mujeres distintas. Se entrega sin límites y es sincero, lo que pasa es que se para poco en la convivencia con su pareja y suele desistir de las relaciones tan pronto siente la llamada de una experiencia emocional nueva, igual que el tipo que en mitad del un viaje se apea del tren porque de manera inesperada le tienta con una fuerza irresistible la idea de hacer el resto de la ruta en avión. Otras veces el enamoradizo inicia una relación sin dar por concluida la anterior y se vuelca en ambas en la medida de su disponibilidad de tiempo y según le permita el cuerpo. A quienes dicen que no es posible que una persona ame de la misma manera a dos o más parejas a la vez yo les diría que el inconveniente para que eso ocurra no es la capacidad sentimental del corazón del enamoradizo, sino las pocas horas que tiene el día para estar en tantos sitios sin falta al trabajo y sin levantar sospechas. Para no hablar de mi propia experiencia, recordaré lo que me dijo hace tiempo un tipo que vivió durante ocho años una relación triple: "En las condiciones en las que yo vivo hay algo más preocupante que el cansancio físico. El cuerpo da más de sí que la memoria. Ese es el gran problema: que te confundas en la rutina de cada relación o al dar explicaciones. Por eso cuando alguien me dice que acabaré teniendo problemas de conciencia, yo le contestó que no, que las amo a las tres por igual, y que al final lo que tendré no serán remordimientos de conciencia, amigo mío, sino problemas de agenda". En el plano personal he de reconocer que viví de ese modo durante mucho tiempo y que fui feliz mientras por las circunstancias no me vi obligado a elegir. Controlaba perfectamente la conciencia y el sueño, dosificaba las comidas cuando almorzaba el mismo día en dos casas distintas, y aunque dormía poco, a pesar del cansancio y de tantas horas sin cerrar los ojos, mi buena memoria me permitía seguir adelante sin errores que me delatasen. A veces al final de la madrugada dejaba el coche en doble fila y ya no estaba al volver a él. Supe entonces que aunque tuviese dominada la voz de Dios en mi conciencia, tenía más difícil vencer el cerco de la grúa municipal. ¡La maldita grúa municipal! No dejaba de ser irónico que siendo agnóstico, bohemio y librepensador me sintiese moralmente acosado con su maldita grúa por un concejal socialista. Como quiera que el alcalde fue reelegido, al final me centré en aparcar bien el coche, pero mi vida disipada ya no volvió a ser la misma. En cierto modo tuve la extraña sensación de que mi cambiante y promiscua vida sentimental estaba incompleta si el incipiente remordimiento de mi conciencia no iba acompañado del peso oprobioso de una multa de tráfico. Al final, una por otra todas en cierto modo se fueron enterando y cambié de estilo. Seguí con mis vidas paralelas, es cierto, pero de una manera no tan intensa, administrando con menos generosidad mis promesas, sabedor, además, lo reconozco, de que ellas nunca esperaron realmente otra cosa de mí. También para ellas fui su aventura casi sin riesgos, algo con lo que convertir la pasión en una anécdota, una agradable amargura sin complicaciones que a veces llegaba por la puerta con pasteles. Pero así son a veces las cosas: al final el enamoradizo se da cuenta de que la mujer que le admite en su cama no siempre le quiere también en sus fotos.

Palomitas de maíz - Jose Luis Alvite

Palomitas de maíz - Jose Luis Alvite
Puede que mi reciente acercamiento pacífico a los adolescentes se deba a que ya estoy de vuelta de las esperanzas y comprendo que todo es un cúmulo de fatalidades, entre ellas, la dorada fatalidad de la juventud. Ya ni siquiera comparo a los adolescentes de ahora con los de mi generación, ni pretendo que aquellos tuviesen una conciencia social más desarrollada que estos. Son tiempos distintos, incuso cuerpos diferentes. Lo que nosotros hicimos con la conciencia, los adolescentes de ahora a menudo lo hacen con la fisiología, entre otras razones, porque cuando yo era un muchacho solo te estaba permitido excitarte con la gabardina puesta frente al escaparate de la tienda de lencería. En todas las épocas la adolescencia ha sido un estado idealista e impulsivo, y aunque una minoría ilustrada suele encabezar en cada etapa histórica las inquietudes más profundas de su generación, la gran mayoría de los adolescentes de los tiempos modernos se han dedicado tradicionalmente a darse empujones, abrir las cervezas con los dientes y masturbarse en los cines. Hay ligeros matices diferenciales que distinguen a una generación de otra. Uno de ellos es que en sus relaciones sexuales los adolescentes de ahora son capaces de jadear con la cabeza en blanco y teniendo en la boca un puñado de palomitas de maíz. Es cierto que el promedio de instrucción cultural de los jóvenes de mi generación parecía a simple vista superior al de los muchachos de ahora, pero también eso es relativo y tiene una importancia discutible. La educación instrumental con sofisticados recursos tecnológicos ha relegado a la condición de antigualla pedagógica a la educación con memoria. Puede que alguien considere eso muy preocupante y tal vez lo sea. A mi personalmente no me dice mucho en contra de un joven que desconozca la especie del árbol en cuya corteza escarba a navaja un corazón con el nombre de su chica. Dispone de medios abrumadores para averiguarlo pulsando tres o cuatro teclas. Por eso creo que hay una indigencia que no es tan grave como pensamos. Nuestros adolescentes prosperarán como prosperaron sus padres e incuso serán más altos y más guapos. A fin de cuentas, los huevos anidan en los árboles sin tener conocimientos de botánica y los caballos trotan salvajes por los montes sin haber aprendido equitación, igual que vuelan los pájaros sin tener azafatas y piloto. Un mismo valor cultural tiene diferente relevancia según en que época se contemple. Cuando yo era niño, había en Cambados un tipo que vendía por las puertas su carga de marisco, incluidos soberbios camarones largos como dedos y elásticos como tendones. Solía retirarse extenuado de caminar y sin vender buena parte de una mercancía que ofrecía casi regalada. En muchas casas los gatos comían aquel marisco rutinario y excedente porque era algo muy abundante que no daba demasiado prestigio. Entonces se habría considerado ideal que los cerdos comiesen marisco y convirtiesen lentamente en jamón los camarones. ¿Eran idiotas aquellos hombres?¿Lo son los de ahora, que pagan por los camarones tanto como por las alhajas? Aquellos adolescentes de mis veraneos en Cambados se sabían las Guerras Púnicas, el Renacimiento y el “Efecto Venturi”, es cierto, pero,¡demonios!, también eran intensos, soñadores y obcecados, como los adolescentes de ahora, como los muchachos de siempre. Como digo, las diferencias en cierto modo son apenas de matices. A los adolescentes de mi generación por culpa de pecar los condenaba Dios; a los de ahora por culpa de beber los castiga el hígado. En todos los tiempos lucharon los adolescentes y se refugiaron de la realidad en los sueños. Lo terrible es que ahora el cine es demasiado caro para soñar en él. Eso demuestra que, por desgracia, los muchachos tienen que soñar fijándose sin remedio en la triste realidad y en una época en la que todo está tan descontrolado, que pernoctar en casa es a menudo más peligroso que dormir en la calle, entre otras razones porque en muchas familias de ahora solo desprende algo de calor el perro.

Una llave en el sepulcro - Jose Luis Alvite

Una llave en el sepulcro - Jose Luis Alvite
Es cierto que tuve unos cuantos fracasos sentimentales que me hicieron daño y que si me sobrepuse a ellos fue gracias a que nunca me metí en un incendio del que no conociese a tiempo la salida. Puede que en la vida en pareja los tipos como yo no adquieran grandes conocimientos de los avatares del hogar, lo reconozco, pero también es verdad que por lo menos aprende uno a dormir de pie y a hacer deprisa las maletas. A mi primera mujer no supe que decirle en la despedida final porque no hubo tiempo para mucho. Recuerdo que le di dos sorbos a un café mientras el ascensor subía hasta el piso desde el portal y evité parpadear porque tenía los ojos húmedos. No fue un final de película, como me habría gustado, aunque ella no me dejará por mentiroso si recuerdo que le dije que si yo muriese antes que ella, le pedía de favor que arrojase una llave de su casa en la tierra de mi sepulcro por si la muerte me ayudaba a recapacitar y en un arranque de nostalgia acordaba volver. Aquello no tuvo remedio y después de trillar con la memoria los sinsabores de la convivencia, mi matrimonio en cierto modo se convirtió en un error imperdonable, en un puñado de reproches y creo que incluso en un agradable recuerdo. Conocí en una ocasión a una muchacha salmantina que estaba de paso en mi ciudad y le hice una entrevista turística para el periódico en el que trabajaba entonces. Aquella noche salí con ella y la invité a bailar en un pub de la Zona Vieja de la ciudad. Repetimos en la misma noche una docena de veces aquella canción en la que alguien decía “Sé que aun me queda una oportunidad”. No fui su mejor pareja de baile pero no le importó reconocer que era la persona con la que más veces no había podido bailar a gusto una canción. Me disculpé por mi torpeza y le rogué que a su regreso a Salamanca me hiciese llegar con urgencia la factura del podólogo. Fue una agradable velada hasta bien entrada la madrugada gracias a que yo no tenía nada mejor que hacer y ella no dio con una buena excusa para marchar, sin olvidar que en contra de ella se puso la circunstancia de que llovía a cántaros y el taxi más cercano estaba probablemente con las cuatro ruedas pinchadas en su cochera. Dos días más tarde le dediqué mi columna del periódico, me telefoneó y quedamos. Como a mi entonces no me importaba en absoluto confundir la gratitud con el amor, acepté que fuésemos pareja los cinco días que siguieron. Después ella regresó a su ciudad y yo continué dando tumbos por escrito en la mía. Años más tarde la resucité con otro nombre y la convertí en el personaje de ficción que en una crónica del Savoy me decía: “Juré no volver a verte, cariño. Tenía mis motivos para jurar aquello. Luego supe que estabas muy enfermo y he vuelto porque sé que no tienes quien cierre tus ojos”. Aquello en la radio no quedaba nada mal. Naturalmente, fue un hallazgo tardío. Por desgracia, cada vez que cometo un error le pongo remedio cuando hasta puede que sea contraproducente remediarlo. Ahora mismo no sabría decir si la solución a mis problemas de pareja sería vivir con más calma o escribir más rápido...

Libertad sin placer - Jose Luis Alvite

Libertad sin placer - Jose Luis Alvite
En momentos de la vida española en los que la doctrina de la Iglesia era casi tan influyente como las leyes civiles, y a veces incluso más temida, a los ciudadanos se nos reprochaban costumbres que se consideraba moralmente licenciosas, aunque se nos toleraban, y hábitos que comprometían nuestra salud. La Iglesia veía mal la promiscuidad sexual y condenaba el adulterio, pero no se metían ni con los bebedores, ni con quienes fumaban. Yo fui en mi adolescencia uno de aquellos creyentes temerosos de infringir las normas morales y al mismo tiempo disfruté con la tolerancia eclesial en relación con ciertos vicios. No sabría decir en qué momento me alejé de la Iglesia, pero soy consciente ahora de las razones por las que me gustaría alejarme también del Estado. Incluso creo que los poderes civiles son en la actualidad más vigilantes y severos de lo que lo fueron en su día las instancias religiosas. De hecho, la Administración civil no solo convirtió en delitos muchas de las infracciones que para la moral religiosa solo eran pecados, sino que ejerce una doble moral al permitir que se comercialicen productos cuyo consumo en teoría tendría que perseguir por razones sanitarias y que en cambio convierte en fuente de suculentas exacciones fiscales. Ningún gobierno se atrevió por ahora a un enfrentamiento frontal con la hostelería dictando medidas disuasorias del consumo alcohólico, pero las restricciones al consumo de tabaco en sus establecimientos suponen un auténtico castigo indirecto a los hosteleros. Vemos ahora que en su constante tentación represora, los poderes civiles extienden su vigilancia a una institución con la que ni siquiera Dios se había atrevido: la taberna. A lo mejor es que los políticos con el pretexto de velar por nuestra salud quieren obligarnos a una cierta sensatez que a donde nos conduce con descaro no es a las dudosas mieles de una longevidad imperativa, sino a la insoportable amargura de un aburrimiento irremediable. A mí las restricciones impuestas por los políticos a mis hábitos y a mis vicios me hacen mucho daño emocional. No comprendo sus criterios para imponerme la salud como un deber, cuando hasta ahora me la habían publicitado como un derecho. Naturalmente, como ciudadano que soy me atengo a las leyes y procuro cumplirlas. De todos modos, cualquier restricción que se me imponga en materia de consumo de tabaco la convertiré en una reducción drástica, y sin embargo, en cierto modo simbólica. Por la cantidad de cigarrillos que consumo cada día, yo mismo me reconozco un fumador compulsivo, de modo que en el peor de los casos, una reducción sensible del tabaco mejoraría relativamente mis esperanzas de vida gracias a haberme convertido en un fumador empedernido. La verdad es que nunca entenderé que para conquistar la libertad los ciudadanos hayamos de renunciar a los goces que la constituyen. En eso el Estado es tan absurdo como la Iglesia cuando recomienda a sus seguidores el orgasmo sin placer. 

Con la oreja en el oído - José Luis Alvite

Con la oreja en el oído - José Luis Alvite
Durante un almuerzo en Dubrovnik me di cuenta de que el tipo del restaurante se esforzaba por comunicarse conmigo en un castellano portuario adquirido por contagio gracias al contacto diario con el creciente turismo español y tuve en ese momento la horrible sensación de que si él a mí no me entendía bien no era porque yo no hablase su idioma, sino por lo mal que me expresaba en el mío al intentar poner mi vocabulario al alcance de sus conocimientos. Pensé entonces que los españoles hemos sido siempre un pueblo ansioso de salir al extranjero y de relacionarnos con otros pueblos, pero a menudo reacios a la aceptación de sus costumbres y sin duda resistentes al aprendizaje de sus idiomas. Hablamos mucho, gritamos demasiado y nos cuesta escuchar, como si tuviésemos las orejas dentro de los oídos. Millares de compatriotas que vivieron durante años en Alemania regresaron luego sin haber aprendido bien el alemán y, lo que es peor, habiendo echado a perder una parte de sus conocimientos del castellano. Un tipo que trabajó durante muchas campañas en la flota bacaladera me contó que de los días de arribada en puertos de Canadá lo único que muchos de sus compañeros habían aprendido de memoria era el precio en dólares de las busconas y los nombres de las enfermedades que podrían contraer. Fue él quien me aseguró que los españoles sólo mostraríamos verdadero interés por aprender lenguas nuevas si los idiomas diesen que desconfiar, estuviesen castigados o fuesen vicios. Es una suerte que contemos ahora con una hornada de jóvenes con interés por salir al extranjero y ansiosos de aprender los idiomas de otros pueblos. Es alentador que esos muchachos inviertan la endémica pereza idiomática de sus compatriotas en un momento en el que otros muchos jóvenes han sustituido la lengua materna por una jerga sintética en la que en una frase de seis palabras, cuatro podrían acabar mezcladas con las flemas catarrales en cualquier escupidera. Desde luego, a mí me habría gustado comprender en su idioma al tipo de Dubrovnik y compensarle un poco de su amabilidad con los forasteros y de su esfuerzo por hacerse entender en su propio país. Resulta muy incómodo que el camarero que te atiende tenga que adivinar tus necesidades fecales por la congestión de tu rostro. Menos mal que de mi indigencia idiomática me consuelo cada vez que escucho a Julio Iglesias cantando con Willie Nelson y por conveniencia pienso que, según se mire, el inglés sólo es una manera como otra cualquiera de pronunciar mal el castellano.

El gángster del Inserso - Jose Luis Alvite

El gángster del Inserso - Jose Luis Alvite
Creo que se celebra estos días un señalado aniversario de los viajes para la tercera edad promovidos con gran éxito social por el Inserso. Gracias a los excedentes presupuestarios de los años de bonanza, millones de personas mayores pudieron disfrutar de viajes y estancias hoteleras pagadas a precio de ganga. Al tiempo que se paseaba a los jubilados, la Administración aseguraba el sostenimiento de los hoteles en temporada baja, siempre amenazados por la retracción invernal del turismo ordinario. Ahora corren malos tiempos económicos, el paro se vuelve insoportable y todo parece indicar que muchos programas sociales verán recortada sensiblemente su contabilidad. Dudo mucho que el Gobierno incluya en las restricciones presupuestarias el gasto en los viajes del Inserso, entre otras razones, porque el de los pensionistas es un voto emocional que suele agradecer explícitamente las atenciones recibidas, igual que agradece el enfermo de próstata la proximidad del retrete. Pero si se actuase con sentido común, las excursiones del Inserso habrían de sufrir un drástico recorte que permitiese emplear una buena parte de sus presupuestos en atender los subsidios de desempleo que salven de la insoportable lacra del paro a los hijos y nietos de los pensionistas viajeros. Ni siquiera en mejores momentos de la economía se entiende muy bien que se gasten tantos millones en programas turísticos para un contingente humano en el que se incluyen personas que recorren las ciudades monumentales de España sobreponiéndose a la obvia incapacitación de sus terribles cataratas oculares. Una tía mía que recurre habitualmente a los viajes del Inserso no solo desconoce a menudo en que lugar del mapa está su destino ocasional turístico, sino que olvida los lugares que visita casi en el mismo instante en el que los recorre. Se incumple de ese modo uno de los requisitos que hacen recomendable cualquier viaje: su recuerdo. Un elevado porcentaje de usuarios de las excursiones del Inserso necesita además cuidados médicos continuados, si es que el tratamiento principal para sus males irreversibles no es en bastantes casos el viático. Por las referencias de algunos beneficiarios me consta el exquisito tratamiento que reciben los excursionistas del Inserso, siempre atendidos por un personal cualificado y diligente que vela por la integridad física de un pasaje en el que la mitad de las conversaciones son un rico repertorio de toses. Eso no excluye que con frecuencia salte la noticia de que a los viajeros del autobús hubo que distraerlos con una pegadiza canción de Georgie Dann entonada a coro por los pensionistas mientras el guía de a bordo se sentaba discretamente al fondo del vehículo al lado del tipo coronario y corticoide a cuyo cadáver habría de cerrarle los ojos antes de colocarle unas ostentosas gafas de sol para que nadie repare en que en la feliz comitiva del Inserso viaja, con impertérrita expresión de gángster, un difunto que parece prestarle al paisaje la misma borrosa atención astigmática que el resto de los ocupantes. Al final la gira concluye en medio de la alegría general, con el cordial recibimiento a los pensionistas, que retiran sus bultos escamoteados en los fondos del ómnibus, mientras al amparo del revuelo los muchachos de la funeraria acomodan al difunto en su féretro y lo sacan del autocar con aseado disimulo, como si fuesen cuatro músicos de la Real Filharmonía de Galicia retirando las flores de la soprano y la caja barriguda con el violonchelo. Yo no sé si este año mi tía tiene previsto apuntarse a uno de esos viajes del Inserso que tanto dinero le cuestan a la tesorería nacional. Está muy mayor y es francamente elevado el riesgo de que regrese de la turné con las gafas de sol de "Bugsy" Siegel y los pies por delante. Ella es muy animosa y no me extrañaría que reincidiese. Con los años que tiene, y lo mal que anda ahora de memoria, incluso cabe la posibilidad de que a su vuelta haya olvidado que vino muerta.

Sexo con kebab - Jose Luis Alvite

Sexo con kebab - Jose Luis Alvite
Tengo dos o tres amigos homosexuales y de acuerdo con las estadísticas que se manejan, supongo que también lo serán algunos otras amistades que jamás lo confesaron. A mi me importa poco la tendencia sexual de la gente. Me alegro de que los homosexuales puedan manifestarse como tales con naturalidad y respeto a quienes prefieren camuflarse como uno más entre los heterosexuales. En ambos casos están en su pleno derecho, igual que uno puede reservarse la profesión que ejerce, el dinero que posee o sus vicios más personales. En nombre de exhibir su libertad, a veces los individuos se sienten presionados a hacer concesiones que no preveían y ventilan su intimidad más restringida solo para no parecer cobardes o reaccionarios. En otros casos, el homosexual se convierte en una especie de muestra gratuita de un falso sentido del humor exhibiendo un repertorio de gestos y frases que no deje lugar a dudas sobre su condición sexual. Eso explica que en el cine español y en las series de televisión nacionales el gay sea siempre un tipo extrovertido y coqueto que no hace en todo el día otra cosa que demostrar su condición sexual, algo tan absurdo como lo sería que el bombero saliese de copas con la manguera y el terrorista dejase constancia de sus sentimientos dinamitando el restaurante en el que acaba de cenar. Se han cometido muchas atrocidades contra los homosexuales invocando curiosamente su defensa desde una óptica supuestamente progresista, como ocurre en el cine de Almodóvar, en algunas de cuyas películas hasta parece que tenga "pluma" el perro del simpático chico gay. A mi no me parece que la dignidad de los homosexuales se repare convirtiéndolos en absurdas caricaturas. Quien haya visto "Brokeback Mountain" comprenderá de qué estamos hablando. Ang Lee puso en imágenes con absoluta seriedad los problemas de una pareja de vaqueros homosexuales enfrentados a los rigores sociales y a los prejuicios morales de los años sesenta, de los que ellos se evaden aprovechando el encubrimiento de su retiro profesional como pastores de ovejas en las inhóspitas y solitarias Montañas Rocosas. Ambos son gay y al mismo tiempo varoniles. Discuten, se enfadan y hasta se sacuden. Un hombre puede ser homosexual sin que se sienta obligado a perder esa cierta mala leche que tradicionalmente se les atribuye a los hombres muy masculinos. No hay nada escrito sobre que un gay no pueda blasfemar haciendo de vientre en el retrete. Es cierto que entre los homosexuales hay corrientes "blandas" y facciones consideradas "rudas", y que en función de cómo se alinee cada cual, así será su comportamiento gestual. A mi me parece muy bien que uno de mis amigos gay se lleve la mano al vientre con el mismo gesto premamá con el que lo hacen las mujeres que presienten en el útero el vacío emocional de la maternidad frustrada, pero también encuentro razonable que mi otro amigo de su misma condición sexual sea un coloso partiendo en mangas de camisa leña para la chimenea y que no descanse de su esfuerzo titánico hasta haber hecho pedazos una tonelada de troncos. Con los dos me siento muy a gusto, sinceramente, aunque sé que uno es ideal para encargarle los regalos para mis amigas y el otro es perfecto para partirse la cara por mí en cualquier pelea. A mi trae sin cuidado lo que hagan con su vida sexual porque para eso tiene cada uno su libertad y su conciencia. Pero tampoco necesito que nadie haga exhibiciones de sus inclinaciones, entre otras razones, porque tengo la impresión de que muchos homosexuales se sienten en el deber de proclamarlo constantemente ante los demás, como si su sexualidad fuese una enfermedad de la que tengan que prevenirnos. Mis amigos saben de qué va nuestra relación y lo llevamos estupendamente bien. No hay problemas jamás. Cada cual hace su papel lo mejor que puede y no recuerdo haber tenido dificultades de convivencia. Ellos evitan considerarme anticuado porque me gusten las mujeres y yo me tengo prohibidos los chistes de maricones. Y no digo que somos una piña, porque, sinceramente, ellos saben que a mi no me van las aglomeraciones ni me gusta sentarme sin haber retirado antes cualquier objeto punzante que haya en la silla. Mi amigo más dulce es amanerado y yo sé que le tienta mucho la feminidad. Yo le miro y encuentro razonable su deseo de que un golpecito hormonal le cambie de sexo. Nunca sería una mujer como las otras, pero eso tendría sin duda la ventaja de que jamás atascaría el retrete del "Corzo" con la "kebab" de sus compresas.

Párrafo de cormoranes - José Luis Alvite

Párrafo de cormoranes - José Luis Alvite
Yo tuve diez años en un momento de mi vida en el que todos los niños de mi edad eran mayores que yo. Bueno, a lo mejor eso me ocurría porque estaba distraído mirando como se estrenaba a mi alrededor la vida y me fijaba poco en ellos. La verdad es que a los diez años a mí me parecía que el mar aún extrañaba la orilla y que, para no perderse de su aroma, la brisa del salitre y el aliento de las flores recorrían al tacto la costa neófita y garrapiñada. Una mañana me adentré en la bajamar de Cambados y me metí hasta la cintura en la paz obstétrica y epidural del agua, caminando sobre un silbante morse de almejas y berberechos, sintiendo en las piernas la suave acupuntura de los camarones, sobrevolado por un párrafo de cormoranes altos, como el bracero infantil y descansado de una azulada plantación de silencio, agua y espuma. Mientras el agua pagana y ladrada me santiguaba las ingles, vi pasar a lo lejos una pañolada de veleros orzando en cursiva para recoger un sorbo de viento en la hernia de sus aparejos. Todo entonces era nuevo para mí y estaba seguro de que a cada rato se abrirían flores en las que jamás antes hubiese estado su aroma y ocurrirían frente a mis ojos cosas fantásticas e inimaginables de las que nadie sabría aún el nombre. Yo sólo tenia diez años, sólo eso, como tú, amiga mía, y, ¿sabes?, entonces me parecía que nada malo podría ocurrirme y que, con el espectáculo de la vida debutando sin ensayos para mí, los trenes se deslizarían sin fatiga sobre la vainica de las vías, como las yemas de los dedos en la bandurria de Santi el relojero; el hambre volvería pan la saliva en rama de los mendigos y sólo la muerte tendría los días contados. Todo era entonces tan hermoso, chiquilla, y tan nuevo, que aún la mitad del humo desconocía cual era exactamente su llama y ni siquiera a los difuntos les habían caído cosas en el olvido. Y te prometo que todo era entonces tan suave, tan fértil, niña, y era todo en aquellos días tan acogedor y entrañable, que podría, si quisiera, recorrer el fondo del mar pisando a oscuras con una campanilla de cera en una mano y una vela ardiendo con sus llamas de miel en la otra mano. Yo tenía sólo diez años, ¿sabes, María del Rocío?, y todo eso sucedió en un momento de mi vida en el que lo malo que pudiese ocurrirme no sería en absoluto peor que encontrarme en la boca el sinsabor de ese puntito cítrico que de paso que te apaga la sed, te cierra los ojos. (A María del Rocío García González).

Chica con correa - Jose Luis Alvite

Chica con correa - Jose Luis Alvite
A mi desde hace bastante tiempo me ocurre que cuando me reúno a comer con alguien me desentiendo del menú porque lo que de verdad me interesa es la sobremesa. También es cierto que me resisto a comer fuera de casa porque por lo general encuentro poco interesantes las conversaciones que siguen al almuerzo o a la cena. A veces la sobremesa languidece en poco tiempo y lo más inteligente es levantarse de la mesa, agradecer la compañía y fingir interés en que se repita el encuentro. En las pocas ocasiones que salgo a comer fuera por asuntos de trabajo, pongo como condición que no seamos más de cuatro en la mesa y que al menos uno de los comensales sea mujer. Durante el almuerzo se tratan por lo general asuntos intrascendentes, circunstanciales, relativos al menú, a la dieta de alguno de los presentes o a lo cambiante que está el tiempo en la calle, hasta que en los postres sale a relucir el motivo crucial del encuentro, algo que a mi, dicho sea de paso, tampoco me hace mucha ilusión porque se maneja un vocabulario técnico que no solo me produce incomodidad, sino que a menudo es causa determinante de rechazo. Entonces miro para la invitada y me pregunto en qué diablos estará pensando, cuales serán sus ideales y sus sueños, qué día le corresponde ovular y cuanto le habrá costado su última depilación. A veces ella come tan poco que ni siquiera arruga la servilleta, ni se le despintan los labios. Mientras los otros dos comensales debaten aspectos técnicos relacionados con el motivo del encuentro, yo escribo algo en un papelito y le paso a ella la nota aprovechando que ellos están muy entretenidos con su vanidad y su jerga: “A las once está abierta la puerta del “Corzo”, a cuatrocientos metros de aquí, en una calle concurrida en la que solo te atracan si entras a comprar ropa en alguna tienda de moda. Estos dos al final se pondrán de acuerdo sin ningún motivo para estarlo y harán un negocio cuyo primer estropicio será pagar la cuenta del restaurante”. Hice algo así en una ocasión y pasadas las doce de la noche ella bajaba las escaleras del “Corzo” segura de encontrarme. Tomamos unas cuantas copas juntos. Me contó que llevaba algún tiempo saliendo con uno de los comensales de aquel día y que estaba pensando en darle un giro a su vida. “No hacemos jamás nada que no esté de antemano en su agenda –me dijo– hasta el punto de que si salimos de viaje no hace una sola parada a la que no le encuentre provecho. En una ocasión llevamos en el coche a su perro. Yo necesitaba ir al baño, pero no se detuvo hasta que tuvo esa necesidad su precioso “husky” siberiano que a mi me parece más emotivo que él. A veces de manera un poco mecánica me dice que me quiere, pero no estoy segura de que mi alma le importe más que su corbata. A veces tengo la sensación de que lo único que me une a ese hombre es la correa del perro”. Aquella fue una velada agradable hablando de la inutilidad sentimental de la gente eficaz. Mi parte en aquel negocio se esfumó sin haberla casi peleado y ella desapareció de mi vida sin dejar siquiera el contundente rastro de algún pufo inolvidable. Hubo luego otras cenas, otros negocios y gente nueva. Y yo pensé en lo que rica que serían algunas personas si no se gastasen el dinero en cenas que solo sirven para encarecer el fracaso de cualquier negocio incipiente. A lo largo fe mi vida me regalaron unas cuantas agendas y lo cierto es que jamás las he utilizado. Siempre he pensado que las cosas que uno no recuerda con facilidad son por lo general las mismas que vale la pena olvidar. Por eso estoy seguro de que mis citas de negocios más rentables fueron justo aquellas a las que por cualquier descuido nunca acudí.

Vidas destempladas - Jose Luis Alvite

Vidas destempladas - Jose Luis Alvite
Tengo por costumbre escribir con la ventana abierta para que el humo de los cigarrillos no se amontone como maleza en el aire. Si entra frío de la calle por la ventana abierta a mi izquierda, cerca de los pies pongo en funcionamiento a mi derecha un surtidor de aire caliente. En invierno escribo entre dos temperaturas y eso hace que mi cuerpo viva destemplado. Es una sensación que me gusta. Por una parte, el aire caliente me ayuda a percibir las entrañables sensaciones del hogar; por otra, el frío procedente de la calle me recuerda en la piel los alucinantes sinsabores de la vida a la intemperie, los años de dulce naufragio a caballo entre el placer y el remordimiento, en momentos de mi vida en los que comparada con las chicas que yo conocía, la muerte era una monja. Un hombre reflexiona de vez en cuando sobre su vida, analiza los hechos consumados y decide entre dejase ir o poner los pies en otro rumbo. A mí me ha ocurrido eso muchas veces y otras tantas desistí de tomar partido. Supuse que lo mejor era vivir entre la falta y la culpa, entre el error y la enmienda, de manera que me las arreglase para que lo que me pidiese por instinto el cuerpo no me lo reprochase por mala conciencia el alma. Es cierto que en todos estos años me hice muchos reproches morales y que sostuve una lucha continua entre la tentación de caer y la necesidad de levantarme. No es menos cierto que al final el placer pudo siempre más que la dignidad y tomé la decisión de seguir por el rumbo acariciante en el que ya estaba, confiado a mi buena estrella, seguro de ser un naufrago de corcho. Muchas noches me dije a mi mismo que aquello no estaba bien y que tarde o temprano la conciencia podría llevarme a comprar una soga de tres metros y a darle la fatídica patada a la banqueta. La verdad es que otras tantas noches me rehice de la tentación de corregir. Aunque por mi educación tuve siempre cierta necesidad de tranquilizar mi conciencia, al final en mi conducta se imponía algo que me dijo de madrugada un fulano en un garito: “Amigo mío, la conciencia es llevadera en verano y especialmente peligrosa y vulnerable en invierno. Es una simple cuestión de temperatura. Cambiar de cama y de pareja en el transcurso de una misma noche a mí no me supone ningún inconveniente moral por encima de los dieciocho grados centígrados. Lo malo es salir a la calle en esas crudas madrugadas de invierno. El peligro no está en tener una conciencia frágil, sino en abrigarse mal. Puede que resistas cualquier remordimiento, pero, ¿sabes?, es difícil sobreponerse si por culpa de los cambios de temperatura la mala conciencia va asociada al catarro”. Aquel tipo también vivía entre dos temperaturas. Yo lo hice durante mucho tiempo y tuve suerte. Mi conciencia me hizo unos cuantos reproches, pero nada de lo que no pudiese tranquilizarme mi buena salud. Ahora llevo una existencia más calmada y cometo solo errores que a veces apenas son conmemorativos y simbólicos. Mi moral es la de entonces, y las tentaciones, las mismas, solo que ahora me doy cuenta de que escribir entre dos temperaturas sobre mi vida no es en absoluto tan arriesgado como lo que hacía antes, no hace tanto tiempo, cuando de mis errores cambiando de cama, de mujer y de calle bajo la lluvia, no se enteraban ellas por mi cordial y afectuosa manera de mentir, sino por mi escandalosa forma de toser.

Guapos, jóvenes y gays - Raúl del Pozo

Guapos, jóvenes y gays - Raúl del Pozo
La política y la Monarquía vuelven a ser un proyecto de seducción. Dicen que Pedro Sánchez, elegido por las bases, robó la sonrisa a Adolfo Suárez, aquel político valiente, humilde y campechano. Yo creo que lo importante es que, además de seductores, jóvenes, guapos y elegantes, los nuevos iconos transmitan pasión democrática.
Además de ser hombres, mujeres o gays, todos de buen escorzo, la gente espera que limpien las cuadras y las cloacas, extiendan las libertades y contribuyan a reactivar la economía y el empleo.
El otro día me recordaba una jefa del PP que están encantados de que haya tantos gays en las cúpulas de Nuevas Generaciones. A todo el mundo le ha parecido muy bien que los gay friendly hayan sido tan activos en la entronización de Pedro Sánchez, un hetero liberal y agnóstico. El vocablo gay está muy bien aceptado en España -dice Félix Rodríguez González-, por la popularidad que conlleva todo anglicismo. Pero insisto, lo importante es la pasión para darle la vuelta a las cosas.
Hace unos años conté la historia del señor Sardina, un antiguo redactor de Marca, que compartió una de esas noches de juerga con Paco Rabal y Fernando Fernán Gómez. Después de comer conejo con tomate en Manolo Manzanilla, ligaron con tres chicas y se fueron a un apartamento. Paco se perdió con la primera. Fue entonces cuando FFG le dijo a Sardina: «Si quiere una copa más se la pongo; si se duerme, túmbese en el sofá; pero no espere nada más. Paco se las tirará a las tres».
Cuando se le preguntaba a Luis García Berlanga, erotólogo, en qué consistía el gran atractivo de Paco, el follador de la madrugada, contestaba: «Paco tiene aura erótica». Se habla de la erótica del poder, del poder como afrodisiaco y nadie explica que, efectivamente, la belleza es poder, pero el aura hay que convertirla en acción y cambio.
Un historiador comentó que no es el hombre quien gobierna los tiempos, sino los tiempos los que gobiernan al hombre. Pedro Sánchez, nombre de español corriente, descendiente de hidalgo y labrador. Ha encontrado un PSOE al borde de ser el Pasok griego. Bien niquelado, sonriente, humilde, flaco, dicen que estaba crudo para tomar la alternativa. Le acusan de no haber hablado de corrupción ni de puertas giratorias en su primer discurso; y cómo lo iba a hacer si estaba rodeado por los viejos estigmas.

Es importante que vuelva la seducción sin poder hipnótico o método para engañar como en el pasado. En la sociedad del espectáculo y de la imagen, los feos, los tristes no suelen ganar elecciones.

lunes, 28 de julio de 2014

Pujol hace patria - David Torres

Pujol hace patria - David Torres
Pujol andaba tan atareado con la independencia de Cataluña que no encontró ni un hueco para poner en orden unos dineros que llevaba arrastrando en Suiza desde 1980. El pobre estaba tan liado que ni tiempo tuvo para confesar la verdad, aunque hace cosa de año y medio sí sacó un rato para amenazar con querellarse contra cualquiera que publicase que tenía dinero en Suiza. Así son los auténticos patriotas: quieren tanto a su país que su amor no les cabe entero en el territorio nacional y tienen que dejar una parte en el extranjero. Ocurre lo mismo con algunos maridos, que respetan tanto a su esposa que van y se acuestan con otra. Más que nada, por no gastar la propia, que el roce hace el cariño, sí, pero cuando el cariño ya está hecho, empieza el deterioro.
Como catalán de pura cepa, Pujol podía haber elegido España para abrir un depósito en el extranjero, pero España le pillaba demasiado lejos y prefirió Suiza, que es el lugar de veraneo habitual para el dinero negro. En España los billetes de clase alta veranean en Suiza igual que antes los ricos se tumbaban a la bártola en Biarritz, que también es el extranjero o casi. Entre las cuentas de Pujol, las de Bárcenas, las de los banqueros olvidadizos y los misterios dolorosos del PP que van apareciendo puntualmente por los glaciares del Mont Blanc, ahora mismo España no termina en los Pirineos sino en los Alpes. Con tantos euros rebosando de las cajas fuertes suizas, lo mismo ahora un grupo de banqueros avispados va y exige que se considere su cantón como comunidad autónoma española y el yódel una variante del cante flamenco.
Lo que no le perdonan de ningún modo los independentistas a Pujol es que tuviera el dinero en Suiza, como un españolazo cualquiera, pudiendo tenerlo en Andorra. Para colmo de mimetismo, ha pedido perdón al estilo del rey Juan Carlos, aunque no ha llegado a prometer que no lo iba a hacer más, quizá por la dificultad de regresar a los años ochenta. A un administrador catalán se le pueden disculpar muchas cosas pero que no supiera ni dónde guardaba el dinero, como si fuese un sindicalista andaluz o un tesorero de la calle Génova, no tiene perdón de Dios. No se entiende cómo este hombre podía llevar las riendas de Cataluña si durante treinta y picos años no fue capaz ni de arreglar las cuentas de su casa.
A Pujol lo saludé en persona una vez, la noche de Reyes del 2003, durante la ceremonia de entrega de los premios Nadal. Yo había quedado finalista con una novela negra, El gran silencio, que había presentado bajo el pugilístico pseudónimo de “Rocky Marciano”. Con prisas y mal asesorado, como casi todos los políticos, Pujol me contó, mientras me estrechaba la mano, que fue una lástima que Marciano quedara sonado después de tantos combates. Tuve que corregirle allí mismo, en directo, y decirle que el gran campeón blanco había sido el único en toda la historia del peso pesado en retirarse invicto del cuadrilátero, que solía terminar sus combates por la vía rápida y que gozaba de buena salud cuando tuvo la mala suerte de matarse muy joven, al estrellarse en una avioneta. Pero Pujol, aunque sonreía, ya no me hacía ningún caso; debía de estar pensando a ver cuándo sacaba un rato para regularizar esos puñeteros milloncejos que seguían olvidados en Suiza desde que Tarradellas le dio calabazas.

viernes, 25 de julio de 2014

Denuncian el despido de una conductora de autobús "por defender los derechos laborales"

Denuncian el despido de una conductora de autobús "por defender los derechos laborales"

El sindicato CGT afirma que la concesionaria del transporte urbano de Salamanca prescindió de esta trabajadora de manera improcedente, alegando motivos económicos


La Confederación General del Trabajo (CGT) denuncia que la empresa Salamanca de Transportes, concesionaria del servicio público del autobús urbano en la ciudad, ha despedido de manera improcedente a una conductora por motivos no ajustados a la legislación vigente. El sindicato asegura que no hay razones económicas, como alega la empresa, sino que se debe "a la lucha constante de la conductora en la defensa de los derechos laborales y de conciliación de la vida laboral y familiar".

La gerencia de la empresa y el sindicato han mantenido una reunión para tratar el asunto, pero el secretario general de la CGT, Juan García, ha asegurado que el gerente "fue incapaz de explicar qué otras medidas habían tomado o iban a tomar para mejorar las supuestas pérdidas económicas", puesto que un único despido "no puede alterar muchos las cuentas". En las próximas fechas, las reuniones llegarán hasta el Ayuntamiento, ya que en el compromiso firmado para la concesión se estipuló que la empresa garantizaba el mantenimiento de la plantilla a cambio de una reducción salarial. De no ser readmitida la trabajadora, el sindicato ha confirmado que continuarán con sus protestas y no descartan incluso ir a la huelga al contar con el apoyo de los compañeros de la afectada.

La conductora destaca por ser una firme luchadora en la defensa de los derechos laborales y de la conciliación laboral y familiar. En las últimas fechas se había opouesto al cambio de turno y defendía que el curso del CAP que estaban realizando contara como horario laboral, unos hechos que no fueron bien vistos por parte de la empresa. Además, como ha señalado su secretario general, "nuestro sindicato ha sido el único que se ha opuesto a la concesión del transporte urbano, reclamando que sea el propio Ayuntamiento el que gestione este servicio público, lo que supondría un ahorro para las arcas municipales".

Sobran los viejos - Raúl del Pozo

Sobran los viejos - Raúl del Pozo
A pesar de que fue España la que inventó el vocablo liberal, no hay un partido con ese nombre y sólo una minoría se confiesa liberal en las encuestas. Qué bonito es ser liberal, anarquista sin matar obispos. Gobiérnate a tí mismo, defiéndete del Estado que te saquea, huye de la turba, deja de ser hincha. Pero, insisto, en España no hay como en otras naciones europeas un partido liberal. Sí que hay, según la izquierda, neoliberales, nietos de los Chicago Boys, seguidores del Tea Party, partidarios del despido libre y de los desahucios con porras.
Ahora los neoliberales están crecidos porque tienen a Dios de su parte, aunque no al Papa, que cree que esa es la ideología del saqueo. Creía que las acusaciones de corsarios que se les hacía, no eran más que excesos de la demagogia y empiezo a sospechar que Gran Hermano ya no es un estalinista, sino un neoliberal que ha decidido clausurar las residencias de ancianos y meter a los jubilados precoces en perreras. Hasta temo que hayan firmado un acuerdo secreto la patronal y el PSOE para quemar a los fósiles.
Poco después de que Pedro Sánchez pidiera la jubilación de Mariano Rajoy, pensando que su generación sobra, fue a ver al jefe de la patronal y después de la entrevista el patrón de los patrones salió exigiendo a los padres y abuelos que, además de dar de comer a sus hijos y nietos, les cedan los derechos laborales.
Una vez que lograron que el Rey cediera la corona, conspiran, para que los mayores cedan las nóminas a los menores. Terminarán imitando a los esquimales, que cuando sus padres son demasiado mayores los dejan a la intemperie glacial en la puerta de la choza. En nuestro tiempo se acabó el respeto a la maestría. Nadie cree hoy en España que el barco nuevo hay que dárselo a un capitán viejo.
Ya sé que no hay ninguna comida gratis, pero una vez me invito a almorzar Juan Rosell y no detecté que fuera un salteador. Y ahora sale diciendo que lo que hay que hacer en España son contratos con menos derechos. Se pregunta si serían capaces los 11 millones de personas con antigüedad de transferir parte de sus derechos a los cuatro millones de ninis y universitarios.

Como sigan diciendo esas memeces los va a votar su puta madre y van a ir todos los jubilados a apuntarse a Podemos dando garrotazos. Además, parten de un error. Como dijo Cicerón, después de tomarse un bocadillo de polenta, la muerte castiga más a los jóvenes. La prueba es que no todos llegan a la vejez.

lunes, 21 de julio de 2014

Don Oppas y botifler - Raúl del Pozo

Don Oppas y botifler - Raúl del Pozo
Hay menos vociferación. Desciende el número de manifestaciones. Siguen los salarios bajos, desahucios, ERE, desnutrición infantil, créditos urgentes para comedores escolares. Se van cuatro de cada diez jóvenes y dejan el mensaje: no creas a nadie mayor de 40 años. Pero hay menos tensión.
Quizá haya sido el Campeonato Mundial, la versión posmoderna del panem et circenses; la gente se ha matado por un gol de otro olvidando que al otro día tiene que vender sus huesos para hacer dados. La exasperación en todo el mundo se transfirió al linchamiento de los futbolistas y al insulto a la «manga de hijos de puta de la FIFA». Lapidaron las redes a Zúñiga por romper la vértebra a Neymar y pidieron a Casillas que arrojara a su hijo al agua.
Pero de pronto, en julio, que es cuando en España suele estallar, el enfurecimiento se ha dejado para el otoño.
La palabra político, que significaba en origen 'ciudadano', ahora es el nombre de la misma doble pandilla endogámica que pierde millones de votos. Los dos grandes partidos han dejado de decirse «devórame» cuando han comprobado que estaban en el mismo mitin. Los diputados del PSOE olvidaron la orden de sus fundadores: «Para los cargos públicos hay que elegir a los más honrados, y después, vigilarlos como si fueran ladrones».
Los diputados del PP aclamaron en pie a Rubalcaba, al que intentaron demoler durante dos legislaturas. Los tertulianos del bipartidismo se enfrentan ya contra un enemigo común, los nuevos rojos, que no son tan golfos como aquellos de Aullido que decían: «Vender marihuana es un acto criminal. La hierba tiene que ser gratis». Estos son puritanos, no se dejan follar por santos motociclistas y quieren ganar las elecciones.
La apoteosis será en otoño. El nacionalismo, bribonería periférica, invento de católicos, montañeros y banqueros, va a sacar a la calle millón y medio de personas y nadie sabe qué hacer con ellas.
Es muy fatigoso para un Estado vigilar las aglomeraciones de miles de ciudadanos, que unos fines de semana van a Montserrat, otros cambian la matrícula de los coches, y dicen que quieren marcharse, en un viaje absurdo, porque se dirigen adonde ya estamos todos, a una Europa en la que se disolverán las naciones.
El Gobierno contesta, Constitución; el PSOE, federalismo; Mas, acorralado por sus seguidores, está entre la Confederación y el suicidi, si el Estado no le da una solución para su disparate. «Necesita desesperadamente una salida, una victoria aunque sea ficticia», me dice un dirigente socialista.

De momento, todo está tranquilo. Desde que una mujer le dio una hostia a Pere e insultaron a Shakira por cantar en catalán hay sosiego. Pero cuando llegue el otoño unos se acusarán a otros de Iscariotes, Bellidos, Oppas y botiflers.

miércoles, 16 de julio de 2014

Lo normal - Juan José Millás

Lo normal - Juan José Millás


Te despiertas, te asomas a la ventana y qué ves. Un país normal, donde es julio cuando debe ser julio y miércoles cuando debe ser miércoles. Un país con una monarquía contaminada por un grado de corrupción normal, con un presidente del Gobierno que engaña lo normal, una oposición que se opone lo normal, una familia Pujol que se enriquece lo normal, un ministro de Justicia que maltrata a las mujeres lo normal, un Montoro que miente lo normal, un gobernador del Banco de España que se entera lo normal… Tú mismo seguramente eres un parado de larga duración normal, un paria normal. Y ahí estás, asomado normalmente a la ventana mientras por tu cabeza desfilan ideas de venganza normales, de crímenes y secuestros normales, de formas de suicidio estándares.
Y estamos hablando del escaparate, de lo que salta a la vista, de aquello que todas las personas normales, con un par de ojos en la cara, pueden ver. Pero si vamos a la trastienda para echar un ojo, por ejemplo, a Ramón Álvarez de Miranda, nos encontramos con un presidente del Tribunal de Cuentas normal. Ahí está el hombre, con la cartera para el termo y el plátano de media mañana, explicando en sede parlamentaria el funcionamiento normal de la cosa que preside. Si te fijas, tiene la expresión de un caradura normal y corriente, un caradura del montón, podría ser el padrino normal de cualquiera de nuestros hijos. De ahí la normalidad con la que justifica la abundancia de cónyuges y excónyuges, de primos y primas, de amigos íntimos y concuñadas que casualmente han coincidido en el organismo normal que él mismo dirige normalmente. ¿Es normal la normalidad?, te preguntas regresando a la cama cuando, normalmente, hablando, deberías estar de camino a un trabajo normal.

No pasa nada, excepto el PP - David Torres

No pasa nada, excepto el PP - David Torres

Ante la duda de si nos gobiernan canallas o nos gobiernan imbéciles, la mejor respuesta sería echar una moneda al aire. Aunque, en la España actual, seguro que caía de canto. Hace apenas un mes Mariano y De Guindos le entregaban sonrientes a Jenaro García un premio a la excelencia empresarial por su labor en Gowex, y de repente se descubre que la empresa modelo era más falsa que el programa electoral del PP. La sensación es parecida a la que tendría un cocodrilo transportado a un zoológico de Sudamérica y saludado por un caimán: primos hermanos por parte de Darwin.
En una de esas charlas motivacionales que dan vergüenza ajena (es difícil que den propia: esta gente vergüenza no tiene ni tampoco piensan invertir en bolsa), el artífice del mayor tocomocho financiero de los últimos años bromeaba con los empleados diciendo que iba a colocar Wifi en Gotham. A Jenaro García le faltó salir con el maquillaje del Joker, pero es que ya había copiado el papel de Gordon Gekko, un Michael Douglas a la baja al que se le acaba de caer el pelo. En cuanto a De Guindos, entre el papel de cómplice estatal y el de tonto a tiempo completo, ha optado otra vez por hacer de ministro. Lo de Lehman Brothers da para una película de Hollywood; lo de Gowex es más de Pajares y Esteso.
En efecto, el fiasco de Gowex es similar, sólo que en términos monetarios, al accidente de Terra Mítica: un milagro a la inversa. Según las autoridades del parque de atracciones, allí no ha fallado nada porque nada podía fallar, así que habrá que achacar la muerte del joven a la pura y simple mala suerte. Ocurrió lo mismo en el accidente del metro de Valencia, en la tragedia el Palma Arena y en el desastre del tren de Santiago: por más que buscaron, incluso en un Spa en Portugal, no encontraron ni un responsable más allá del conductor. Los gobiernos del PP es que dan muy mala suerte, qué le vamos a hacer. A joderse tocan. Goldfinger, el archienemigo de James Bond, advertía al agente secreto después de tropezárselo por tercera vez: “Una es casualidad, dos coincidencia, tres una acción hostil”. Se llega a enfrentar Goldfinger con la casuística letal del PP y, según está hablando, le cae un petrolero en la nuca. Eso sí, sin mala intención.
Tantas contingencias catastróficas presuponen un patrón de conducta. Sumemos a la impericia de los conductores, la mala leche de los mecánicos que preparan el parque móvil de los motores trucados del PP (Carromero, Aguire, Enrique López, Miguel Ángel Rodríguez, Nacho Uriarte) y ya tenemos una conspiración en toda regla. Darle la mayoría absoluta a la autoescuela del gobierno mariano es como subirse en aquella feria de pueblo donde vi uno de los pilares de la montaña rusa apoyado en precario equilibrio sobre un ladrillo roto. No es de extrañar que recen tanto y que tengan a Dios siempre presente en sus oraciones. Aquí no ha pasado nada, excepto el PP.

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