sábado, 21 de diciembre de 2013

América - José Luis Alvite

América - José Luis Alvite

No nací en el 'Savoy'. Llegué aquí hace muchos años, pero mi origen está al otro lado del mar. Marché porque un tío mío que emigró a Nueva York me escribió rebosando entusiasmo. Su descripción de América no era sesuda pero resultaba tentadora: "Te gustará esto. Es un país muy avanzado pero conserva vestigios del pasado y cierto toque artesanal. Verás grandes hospitales y maneras distintas de matar. Reconozco que es una tierra muy dura. Aquí a los pacifistas los entrenan los marines, los urbanistas suprimieron las aceras y en los centros educativos el revólver se considera material escolar. La gente es muy individualista y se te permite identificarte con cualquier documento, incluso con una placa de riñón. Y en cuanto a la vida familiar, es muy efímera y muy cambiante. Hay tipos que se casan sólo para ir a medias en los gastos del divorcio. Lo normal en un americano medio son tres matrimonios y un cadáver en el jardín. O en el maletero del coche. A un amigo mío le detuvieron en una gasolinera en Galveston. Le preguntaron qué llevaba en el maletero. Mi amigo le dijo que llevaba la rueda de recambio. Y el agente le dijo: Conforme, muchacho, pero te advierto que a la maldita rueda de recambio le asoma una mano. ¡Cosas de los tejanos! Hace años en Dallas regaban con petróleo los jardines. Se veía riqueza por todas partes y los coches allí eran tan grandes que se dice que los aparcaban en dos calles distintas. Seguramente se trata de una exageración, como puede resultar exagerado decir que cualquier cocinero americano conoce al menos diez maneras de estropear la carne. Pero uno se quedaría corto si quisiese contar las bellezas naturales de este inmenso país. Puedes ver los montes más altos, los valles más umbríos, los ríos más caudalosos y los pedregosos ríos en los que hay tantos salmones que hay que devolverlos al agua con una pala. Un tipo que frecuenta el 'Savoy' jura haber visto en Nevada un río que desembocaba en una duna. ¡Gran país! A pesar de que se come mal. Porque en América todo lo que se come viene del congelador. ¡Joder, sobrino!, en América incluso el hielo es congelado”.
En su carta me decía mi tío que América era un sitio acogedor, "gente abierta que te dispara mirándote a la cara". Después se extendía sobre mi temor a sentir el rechazo de un idioma distinto y de una cultura tan diferente de la mía: "En cuanto al idioma, no te hagas mala sangre. Como te digo, en América la gente es muy abierta para todo, incluso para los idiomas. Llevo aquí treinta años y me desenvolví con facilidad desde el primer día. No me lo vas a creer, pero nada más desembarcar comprenderás que aquí todo el mundo habla español, sólo que los americanos, como son tan suyos, el español lo hablan en inglés. Te sorprenderán muchas cosas en América, sobrino: sus paisajes inmensos, sus bosques tan densos que ni siquiera caben dentro los árboles y, sobre todo, la holgura de las ciudades. Cuando visité por primera vez Los Ángeles supe que estaba en un sitio especial porque las calles eran tan anchas, que la gente tomaba el autobús para cambiar de acera. Hay cosas malas aquí, como en todas partes. Por ejemplo, la soledad. Todo el mundo vive muy solo. Un amigo mío se casó únicamente para tener un testigo de su soledad. ¡La maldita soledad del progreso! Un sondeo seguramente manipulado, aseguraba hace algunos años en un periódico de Boston que en América, doce de cada diez matrimonios acaban en divorcio. Te presentaré en el 'Savoy' a un tipo cuya madre se casó unas cuantas veces. Toca el piano en el club de Ernie Loquasto. Y sobre su tapa mantiene desde hace mucho tiempo una foto en la que aparece con su madre y una pandilla de fulanos. En la foto puede leerse: 1954. En Atlantic City, con mis padres. En las bodas intervienen siempre un reverendo y un abogado. Sé de mujeres que se casaron con un tipo y consumaron el matrimonio con otro. Unos amigos míos se casaron y salieron de luna de miel en aviones distintos. Él dijo que se había casado porque un abogado le dijo que el matrimonio era causa de divorcio en cualquiera de los cincuenta estados. Un año más tarde, como no podía pagarse un abogado, se divorció de mi amiga con un cuchillo de cocina”.
Si puedes convivir con un cáncer de laringe, no hay razón para no soportar América. Incluso aunque a menudo lo más parecido al afecto que puedes conseguir de alguien es su indiferencia. Una veterana corista del 'Savoy' compartió cuatro años su vida con un tipo que bailaba con una maleta en cada mano. Pero hay también pasajeros, tipos amables, sentidos y anónimos, hombres sin huellas en cuyo equipaje lo más pesado son las manos. Ella se llamaba Selma Rateway y una madrugada me dijo: "Sabes, encanto, a veces te sientes tan sólo que un disparo en el vientre te parecería ropa".En la América culta y católica de los Kennedy, cada granjero de Nueva Inglaterra tenía un Espíritu Santo en el palomar. En la costa garrapiñada de Maine las langostas parecían crucifijos lavados. Y en Hyannis Port la playa era a partes iguales sémola y pan rallado. A nadie le miraban el color de la piel e incluso las carreteras eran de asfalto azul. Pero el Sur siempre fue distinto. En Alabama, en Georgia, en Mississippi, todavía en los años sesenta en las plantaciones había matas de algodón encarnado. ¡Esto es América! Nada más situarme en el 'Savoy', me dijo Ernie: "Amigo mío, si un policía le pega cuatro tiros a un negro en Nueva York, puede ser asesinato; si ese policía le pega cuatro tiros en Alabama, lo más probable es que sea malversación de fondos". Así era la América que conocí, un sitio en el que se consideraba delito emplear más de una bala en el asesinato de Luther King. Mirando discretamente a tu alrededor podías comprender que Jesse Owens ganó en la Olimpiada de Berlín porque había aprendido a escapar más rápido que nadie los 100 metros lisos. Un racista de Georgia me dijo nada más llegar a América: "Apunta siempre a lo lejos. Nunca dispares a quemarropa contra una mujer negra, amigo; podrían condenarte por acoso sexual". América es un sitio duro y hermoso. Puedes plantar trigo en el mármol pero te costará entrar en el corazón de alguien. Pero al final te acostumbras a un sitio así, un país, en cuyas cárceles cuecen las gallinas en sus jaulas.