jueves, 30 de abril de 2015

Hable de sexo con Munilla - David Torres

Hable de sexo con Munilla - David Torres

Muchos feligreses saben por experiencia que el confesionario funciona a menudo como consultorio sexual: “¿Practicas tocamientos? ¿Cuántas veces al día? ¿Solo, con amigos, en familia?” Estas y otras relevantes cuestiones no obedecen a la natural curiosidad del sacerdote, sino al estricto cumplimiento de su vocación, centrada obsesivamente en el sexto mandamiento. Una vez despachados los pecados habituales (“¿Has matado mucho esta semana? ¿No? ¿Has puteado a tus empleados? ¿Has pegado a tu mujer? ¿Has robado, has defraudado a Hacienda, tienes cuentas en Suiza?”), el confesor se lanza en plancha a la entrepierna, al aparato reproductor, que es lo que de verdad le interesa al Gran Jefe allá arriba. Un creador, sobre todo si es supremo, se interesa fundamentalmente por la procreación.
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha publicado un manual sobre sexualidad católica (y no digo lo de manual con segundas intenciones) que va a entrar directamente a las listas de best-sellers, a hacer la competencia a eminencias del rango de Belén Esteban y Risto Mejide. El condón, la regla, el aborto, los abusos a menores: no hay charco donde el obispo no meta el pie, a menudo los dos y a veces hasta el alzacuellos. Por ejemplo, la naturaleza “cíclica” de la condición femenina, que afecta el humor, la sensibilidad y la susceptibilidad de las mujeres: “A algunas les da por la actividad o la limpieza”. Debería incluir una tabla de estadísticas respecto al desgaste de detergentes y mochos de fregona en conventos de monjas de clausura.
No podía faltar, por supuesto, la referencia a la homosexualidad, una “depravación grave” según las Sagradas Escrituras, otro manual de prácticas sexuales que lleva milenios en vigor y que entró en las listas de best-sellers mucho antes que el grimorio de Munilla e incluso que los de Risto Mejide. Munilla se apoya en la Biblia y en San Pablo para desacreditar a Kinsey, a Havelock Ellis y hasta al Papa Francisco, que hace poco se preguntaba quién era él para juzgar a un gay si busca a Dios y tiene buena voluntad. Pues haber sido obispo vasco, pibe, que no es lo mismo predicar desde Roma que desde Donosti.
Buena parte del volumen está dedicado a la masturbación, una práctica que el obispo considera “violencia contra el cuerpo”, “autoviolaciones”, tal como las denomina el clero polaco con exquisito neologismo. Los estudios clásicos sobre sexualidad humana consideran la masturbación exactamente lo contrario, un ejercicio de descubrimiento del propio cuerpo, una exploración del deseo, un saludable desahogo en el peor de los casos. Pero qué sabrán ellos. Pudiera parecer que el voto de castidad supondría un serio veto para el conocimiento a fondo de estas cuestiones, pero es justamente al revés, como lo demuestra aquella escena brutal de La última noche de Boris Grushenko, en la que Woody Allen y una aristócrata rusa ponían patas arriba un dormitorio. Cuando la aristócrata, felizmente despeinada, le decía cómo es que sabía tanto de sexo, Woody Allen respondía: “Será porque practico mucho cuando estoy solo”.

Una lástima que Munilla no dedique un capítulo del libro a lo último en masturbación post mortem: un reciente invento que consiste en rellenar un consolador transparente con las cenizas del ser amado para que siga cumpliendo sus obligaciones maritales desde el más allá, dando un nuevo significado a ese dicho cristiano de “polvo al polvo”. Probablemente lo incluya en posteriores ediciones de su manual, quizá al tiempo de que Nacho Vidal publique al fin ese estudio teológico sobre el poder de la oración y el alcance de la fe que tanto tiempo llevamos esperando.

jueves, 23 de abril de 2015

Chino y de Bilbao - David Torres

Chino y de Bilbao - David Torres

Hace algún tiempo, en un programa de televisión donde apareció en su papel de monje shaolín caminando sobre brasas ardientes, Juan Carlos Aguilar dijo: “Yo como budista pienso que las llamas son seres vivos. Me comunico con ellas, les pido permiso y les pido perdón. Y creo que ellas también me piden perdón, porque no creo que esté haciendo algo malo”. Su parlamento recuerda un poco la hermosa plegaria que pidió al fuego San Francisco de Asís antes de que el cirujano le clavara un tizón ardiente en el ojo: “Hermano fuego, Dios te hizo bello, poderoso y útil, te ruego que seas amable conmigo”. Por lo demás, no había muchas más similitudes entre el poverello y el falso chino de Bilbao excepto aquella curiosa afirmación de Dostoievski de que no hay nada más parecido a un asesino que un santo.
Años después, Juan Carlos Aguilar, en su gimnasio budista de Bilbao, pisoteó a dos mujeres una tras otra como si pisara brasas ardientes y, en efecto, tampoco pensó que estuviera haciendo algo malo. Por la serenidad con que medita durante el juicio -casi a punto de echarse una siesta-, la falta de arrepentimiento y de compasión que demuestra, es evidente que todavía lo sigue pensando. La ertzaintza lo sorprendió en medio de una orgía de sangre con una pobre mujer africana que moriría poco después a causa de la paliza recibida. Tenía escondidas en el gimnasio varias bolsas con montones de restos humanos. Los policías que lo detuvieron afirman que, en aquel momento, estaba medio ido y Aguilar achacó sus crímenes a un tumor cerebral que lo dejaba “en un estado de borrachera permanente”. Debe de ser un caso médico digno de estudio, uno de los pocos cuyos efectos secundarios incluyen la melopea, la irresponsabilidad, la violencia, el homicidio y el gusto por guardar trofeos de sus víctimas. El tumor va ya para dos años.
Si no fuese por el rastro de mujeres muertas que ha dejado a su paso, la historia de este impostor made in China daría mucha risa. Hasta que se le cayó la careta, su vida era una especie de campaña electoral continua entre las artes marciales y el budismo de importación. Se cambió el nombre de Juan por el de Huang y decía que era el primer occidental que había logrado el título de monje shaolín; que era maestro diplomado de taekwondo; que había sido tres veces campeón del mundo de kung fu y ocho campeón de España; que era un experto en técnicas de relajación y meditación oriental; que era Licenciado en Humanidades, Antropología y Derecho por la Universidad de Deusto. Lo entrevistaron en directo Pepe Navarro, Javier Sardá y Eduard Punset, una gradación de gurús de la comunicación que explica por sí sola la decadencia de la televisión en España (faltó que le entrevistaran Risto Mejide y Jorge Javier Vázquez). En vez de charlar de religión y de energías alternativas, a Punset tenía que haberle cortado un pan Bimbo a golpes de kárate.

Luego, tras los asesinatos, empezaron los desmentidos desde China y desde diversas federaciones españoles de artes marciales: ni era monje, ni era shaolín, ni campeón mundial, ni de España, ni de Bilbao. Ni kung ni fu ni fa. La mayoría de los turistas viaja a China y vuelve con unas fotos de la Gran Muralla, pero Juan Carlos regresó con la cabeza rapada, una túnica naranja, un máster en budismo y un doctorado en hostias aplicadas. Estas dos últimas disciplinas, la espiritualidad y la de zurrar la badana, no son tan contradictorias como pudiera parecer: como señaló Truman Capote, lo único en común que tenían todos los serial killers que él entrevistó en prisión era que todos creían en Dios y todos tenían tatuajes. Entre atentado y atentado, Bin Laden se pasaba el día orando a La Meca y a menudo la espiritualidad oriental gasta una mala leche de cojones. Por ejemplo, Bruce Lee cerraba los ojos, juntaba las manos y ya no se sabía si estaba rezando o calculando el monto de la patada y el buzón dónde le iba a mandar los dientes al colega. Ahora, en el banquillo, cuando Juan Carlos se pone a meditar ya no se parece a Gandhi, ni siquiera a Bruce Lee, sino a Carlos Jesús, aquel pobre zumbado que fundó una secta andaluza después de recibir la iluminación de un cable de alta tensión. La ex esposa del ex monje confesó que se separó de él porque era “demasiado espiritual”. O sea, que se pasó de espiritual, se pasó de monje, se pasó de kung fu, se pasó de brasas ardientes y se pasó de la raya. Juan Carlos se empeñó en ser chino y de Bilbao con mucho más ímpetu y dedicación que los comerciantes chinos que regentan un badulaque en Bilbao y ni siquiera usan txapela.

lunes, 20 de abril de 2015

Cocineros sin fronteras - David Torres

Cocineros sin fronteras - David Torres

En París se ha montado una trifulca por una obra de teatro del argentino Rodrigo García en que un actor cuelga a un bogavante vivo de un cable, lo parte en dos, lo pasa a la plancha y se lo come ante la platea. El dramaturgo ha salido a defender esta tragedia gastronómica con el audaz argumento de que trata, precisamente, de mostrar la brutalidad de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. No se entiende muy bien por qué los ecologistas no van a protestar a una marisquería, ni menos aún porque el público no se va a ver la misma tragedia en otra marisquería. La obra suena como muy moderna y provocadora, pero lo sería mucho más si cada noche colgaran de un cable a un actor, lo partieran en dos y se lo comieran poco hecho para mostrar las relaciones laborales en el mundo capitalista.
Superada hace mucho la vergüenza de masacrar a un animal en público mediante las corridas de toros, en España ya hemos pasado a la siguiente fase: trocear vivo a un ser humano, masticarlo y escupirlo ante las cámaras. En lugar de un pobre langostino, eligieron a Alberto Sempere, un chaval de 18 años medio crudo al que se le ocurrió presentar una patata también medio cruda con láminas de pimiento y una gamba, casi un autorretrato en 3D. En qué momento. Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, prestigiosos críticos de mejillones, se ofendieron muchísimo, casi como si no supieran que todo estaba precocinado, y por poco la emprenden a sartenazos con el pobre infeliz. Quien hasta se echó llorando en brazos de otro de los jurados.
Masterchef no es un programa de cocina: es un programa de humillación pública, una factoría de frustraciones, pornografía caníbal. La gente se sienta no tanto a aprender nuevos platos y trucos culinarios, sino a ver cómo este par de catedráticos del calabacín ponen cara de catedrático al meter la cuchara en una sopa para luego evaluarla en calabacines. La audiencia, por supuesto, subió cual espuma de Ferrán Adriá, porque a la audiencia, masoquista como ella sola, le encanta ver cómo los amos abusan de los débiles, los pisotean en público y los mandan a la mierda sin indemnización ni paro. Ni la sal, ni el azúcar, ni el vinagre de Módena: no hay aderezo más dulce que las lágrimas, aunque sean auténticas, eso es algo que aprendieron hace mucho los escritores de folletines y los fabricantes de estos realitys más falsos que un euro de madera. La música amenazadora, como de película de Hitchcock; las expresiones ceñudas de ambos cuecehabas; el montaje epilépitco; los planos cortados para mostrar las reacciones de los rivales, encantados de que hayan puesto a un compañero en la picota.

Ya sea en la cocina, en la playa de los semifamosos o en una leonera llena de osobucos de ambos sexos, los realitys son el teleatro del siglo XXI, festivales de la psicopatía, un guiñol repelente donde el público aplaude entusiasmado las más bajas emociones humanas: envidia, codicia, mentira, estupidez, egoísmo a todos los niveles. La televisión siempre ha sido un espejo pero nunca su reflejo fue más asqueroso. Si es verdad eso de que somos lo que comemos, como dijo Feuerbach, el próximo reality podría ser de excrementos y ni siquiera habría que cambiar de jurado.

miércoles, 15 de abril de 2015

Aguirre en campaña - David Torres

Aguirre en campaña - David Torres

Aguirre ha empezado la campaña electoral con tanto ímpetu que lo mismo se pasa la alcaldía de Madrid y empieza directamente la invasión de Rusia. Como sabe que el combate que se avecina será duro, ha preparado un himno bélico en el programa de María Teresa Campos y ha llamado a filas a la Legión Extranjera: negros, gitanos y veteranos de los Tercios de Gallardón y Ana Botella. En el amor y en la guerra todo vale, no nos extrañaría que dentro de poco reclutase incluso un batallón de agentes de movilidad.
Populismo es un término que, curiosamente, no aparece en el Diccionario de la Real Academia (donde en cambio sí podrán encontrar palabras tan hispánicas como “bótox”, “papichulo” o “amigovio”), pero el día en que lo incorporen no hará falta definición: bastará con una foto de Esperanza Aguirre. Lo más aproximado a “populismo” que recoge el DRAE es el clásico “demagogia”, que es en lo que ha venido a parar la democracia actual: “Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”. El pasado miércoles la lideresa reunió a unos cuantos representantes de asociaciones de gitanos en la sede de Génova y le faltó un pelo para arrancarse a bailar una rumba, como hizo pocos días después en el programa de María Teresa Campos. Fue oír el estribillo, “no estamos locos, que sabemos lo que queremos”, y se puso a hacer palomitas con las manos, como poseída por el duende.
Ella sabe de sobra que su público no entiende ni de economía, ni de privatizaciones, ni de llegar a fin de mes. “No estamos locos, que sabemos lo que queremos”, en efecto, lo que ellos quieren es ver a su lideresa haciendo el chorra y a votar que son dos días. Aguirre tampoco está loca y sabe de sobra lo que quiere: el poder, a cualquier precio, aunque sea dando palmas o haciéndose una foto junto a una pobre mujer negra que vaya usted a saber en qué estaría pensando. Para los más desconfiados y reacios, Aguirre también ha preparado sesiones de psicoanálisis callejero en un sofá. La gente podrá hablar con su ídolo de tú a tú y plantearle cualquier cuestión sobre Madrid. De hecho, ya hay una cola enorme de conductores esperando a preguntarle si podrán aparcar el coche en el carril bus de la Gran Vía con la excusa de sacar dinero de un cajero y luego atropellar la moto del agente que vaya a multarles para ir luego a tomar chocolate con churros en su palacete.

Hay una página en internet paralizada desde hace cuatro años que se llama “Esperanza Aguirre haciendo cosas”. Aparecía la lideresa en diversos atuendos y postureos, como los Click de Famobyl: vestida de minero, brindando con Rodrigo Rato, tocando la batería y ojeando áticos en la Ciudad Prohibida de Pekín junto a Ignacio González. Su uniforme favorito, sin embargo, es el de chulapa, que ella reviste de abanico y azul peperoni, y que amenaza con usar también este próximo San Isidro. Carmona también tiene una página de “Carmona haciendo cosas” donde sale imitando a un frutero, subido a un autobús o echando carreras en silla de ruedas, pero con el vestido de chulapa todavía no se ha atrevido y, como saque un sofá en la Puerta del Sol, se lo lleva la grúa. En esto del populismo pinturero Aguirre le gana por la calle. Cualquier día de estos se come un kebab.

martes, 14 de abril de 2015

Tipos de interés negativos: una nueva burbuja - Juan Ramón Rallo

Tipos de interés negativos: una nueva burbuja - Juan Ramón Rallo

La deuda pública de varios países europeos, incluido España, cotiza o ha cotizado en los últimos meses a tipos de interés negativos. Suiza, de hecho, incluso ha llegado a emitir esta misma semana deuda a diez años a tasas negativas. En principio, se trata de un fenómeno completamente antiintuitivo: los prestamistas no están cobrando por prestar su capital a los Estados, sino que están pagándoles por el privilegio de prestarles. Se trata, claro está, de una situación absolutamente irregular que no presagia nada bueno.
¿A qué se debe el cambio ?
Lo primero que analizar es qué cambios se han producido en los mercados financieros desde 2012 para que los tipos de interés de la deuda española estuvieran entonces disparados y hoy, en cambio, se hayan desplomado. Visto desde fuera, pareciera que los inversores estuvieran locos y que el coste de nuestra deuda fuera esencialmente aleatorio. Pero la explicación es bastante más sencilla: hasta julio de 2012 España estaba abocada a la bancarrota porque nadie se fiaba de su solvencia; a partir de julio de 2012 Mario Draghi prometió hacer "todo lo necesario" para salvar a los países de la Eurozona y los mercados lo creyeron, así que los tipos de interés comenzaron a descender con agresividad.
Pero una cosa es descender y la otra entrar en tipos negativos.
¿Qué son los tipos de interés negativos?
Imagine que compra por 101 euros un bono que le promete 100 euros dentro de un año. En tal caso, usted cerrará una pérdida de casi el 1% anual. Eso es el tipo de interés negativo: el valor actual del bono supera su valor futuro. Usted ha de pagar hoy más de lo que recuperará mañana.
Evidentemente, se trata de una anomalía: lo habitual es que nadie quiera pagar más de 100 euros hoy para recibir 100 mañana. De hecho, lo habitual es querer pagar menos de 100 euros: por ejemplo, 95 hoy a cambio de recibir 100 mañana. Los cinco euros de diferencia son precisamente el interés con el que se nos compensa por inmovilizar nuestro ahorro durante un año (por tenernos que esperar a gastarlo en el futuro) y por incurrir en riesgos.
¿Cuál es la causa?
Las razones que explican los tipos de interés negativos no son únicas, pero todas ellas se complementan:
Abundancia de liquidez global. Tras ocho años de crisis económica, existe una abundante liquidez entre los inversores por dos razones esenciales. La primera es el proceso de desapalancamiento asociado a la crisis: los deudores van (a duras penas) amortizando sus deudas y, en consecuencia, los acreedores van cobrando y acumulando saldos de tesorería. La segunda son los Quantitative Easing de los bancos centrales: estos institutos de emisión imprimen nueva moneda para comprar las deudas todavía no vencidas en manos de los acreedores, inyectando un exceso artificial de liquidez dentro en el sistema económico.
Ausencia de buenas inversiones alternativas. Que exista una sobreabundancia de liquidez no basta para explicar por qué los tipos de interés son negativos. A la postre, si hubiese muchas personas que quisieran tomar prestada esa liquidez se ofrecerían rentabilidades elevadas para inducir a los ahorradores a que se la prestaran. Sin embargo, el capital líquido supera abundantemente las oportunidades en las que se desea invertirlo, de modo que los tipos de interés se hunden. Las razones de este desequilibrio son básicamente dos: la primera, que el proceso de reestructuración y saneamiento productivo de la crisis económica global está lejos de haber concluido, de modo que sin esos ajustes de precios y de factores no aparecen suficientes oportunidades atractivas de inversión; la segunda es que el proceso de desapalancamiento tampoco ha terminado, de forma que muchos agentes económicos (todavía muy endeudados) siguen siendo extremadamente cautos a la hora de incorporar nuevos riesgos a su patrimonio (disponen de un escaso margen para asumir pérdidas). Pocas oportunidades y alta aversión al riesgo.
Deuda pública como sustituto de la tesorería. Abundante liquidez e inexistencia de oportunidades donde aparcarla se traducen en unos muy cuantiosos saldos de tesorería ociosos. ¿Qué pueden hacer con ellos los ahorradores? La respuesta intuitiva es decir que pueden dejarlos en el banco o debajo del colchón. Pero no es tan sencillo como parece: si depositamos la liquidez en el banco, sólo estamos trasladando el problema a un nivel más elevado: ¿qué hará el banco con toda esa liquidez? De nuevo, el banco tiene dos opciones: o depositarla en el banco central o guardarla en sus cajas fuertes (debajo del colchón). Depositar la liquidez en el banco central es caro: el BCE cobra a los bancos un -0,2% por hacerlo. Guardar la liquidez en las cajas fuertes de un banco (o debajo de nuestro colchón) también es caro: hay gastos de mantenimiento y de aseguramiento que deben cubrirse y que, según algunos cálculos, podrían ser equivalentes al -2% anual. Por tanto, la deuda pública de países solventes como Alemania o Suiza puede ser una alternativa barata con la que minimizar el coste de conservación del exceso de liquidez, sobre todo si existe la más mínima desconfianza de que el euro vaya a sobrevivir a largo plazo (mejor ser acreedor del Gobierno alemán, o del suizo, que del Banco Central Europeo). Dicho de otro modo, prefiero pagar un -0,5% por la deuda suiza que pagar el -0,2% por la incierta deuda del BCE o el -2% por guardar el dinero debajo del colchón.
Especulación alcista. Una última razón que explica que los tipos de interés hayan entrado en terreno negativo es la especulación alcista sobre la deuda pública. Como hemos dicho antes, los tipos de interés negativos implican que estoy comprando por 101 euros un bono que pagará 100 euros en un año. Pero ¿qué sucede si espero que dentro de unos días algún inversor esté dispuesto a comprarme ese bono por 102 euros? Pues que obtendré plusvalías a corto plazo. La expectativa especulativa de que el precio de los bonos siga subiendo, aun cuando hayan entrado en terreno negativo, podría explicar parte de sus movimientos al alza. ¿Tiene sentido esperar que el precio de los bonos estatales vaya a seguir subiendo, cuando ya superan el monto que vamos a recibir a vencimiento? Sí, si se espera que los bancos centrales vayan a seguir añadiendo nuevas rondas de liquidez en el mercado o a incrementar los tipos de interés negativos que cobran a los bancos por permitirles depositar su dinero.
¿Cuáles son las consecuencias?
Una vez explicadas las causas de los tipos de interés negativos, queda por tratar de vislumbrar sus dos consecuencias principales:
Estímulo al endeudamiento estatal. Actualmente, a diversos Estados europeos se les está pagando para que se endeuden. Si con tipos de interés por encima del 7% anual nuestros Gobiernos no renunciaban a hiperendeudarse, con tipos negativos van a sentirse orgullosos de emitir deuda como locos. El problema es que, por muy negativos que sean actualmente esos tipos de interés, en el futuro seguiremos teniendo que amortizar esa pesadísima carga de deuda que hoy continúan cebando.
Estímulo a la excesiva asunción de riesgos entre los ahorradores. Si la deuda pública paga intereses negativos, el resto de ahorradores con saldos de tesorería estará crecientemente tentado a invertir en activos que considera poco seguros pero que al menos ofrecen algún retorno. Por ejemplo, esta misma semana el Fondo de Reserva de la Seguridad Social anunció que no invertiría en deuda pública española si ésta persistía en sus tipos de interés negativos. Entonces, ¿en qué invertiremos el ahorro de los pensionistas? ¿En deuda pública portuguesa? ¿En deuda pública griega? ¿En deuda pública nigeriana? ¿En deuda corporativa? ¿En acciones? Expulsados de la zona de confort, sólo nos queda ir asumiendo crecientemente riesgos antes de que las condiciones subyacentes que explican esos altos riesgos se hayan corregido (a saber, la incompleta reestructuración productiva y financiera de la economía).

En resumen, la intervención política en los mercados reales y financieros antes de que la crisis económica se haya solventado endógenamente está conduciendo a que Gobiernos y ahorradores privados asuman riesgos desproporcionados: los primeros, para mantener las burbujas estatales sobreendeudándose; los segundos, para conservar su patrimonio impidiendo que pinchen del todo las burbujas privadas. Frenado el reajuste productivo, ralentizado el proceso de desapalancamiento y regados los mercados con excedentaria liquidez artificial, llegamos a unos inquietantes y peligrosos tipos de interés negativos. Las burbujas no salen gratis.

Nos gustan las mujeres poco hechas - David Torres

Nos gustan las mujeres poco hechas - David Torres

En Instagram puedes colgar la foto de una niña vestida como una puta pero no la foto de una mujer tumbada con una pequeña mancha de sangre menstrual. El período sigue siendo un tabú tan antiguo como el mundo. Tanto que la artista paquistaní Rupi Kaur se encontró con que la célebre red social había censurado una serie de fotos que intentaban precisamente normalizar el hecho de la menstruación. Las redes sociales se rigen por un criterio moral tan estricto como el Concilio de Trento en los tiempos en que ordenó alfombrar de túnicas y velos las entrepiernas de El Juicio Final de Miguel Angel. Allí donde colgaba una polla o asomaba un cojón, Daniele da Volterra y Girolamo da Fano corrían pincel en mano para añadirles un calzoncillo al óleo.
El culo más famoso de Instagram es el de Jen Selter, una fanática del fitness que cincela sus carnes a golpe de ejercicios y luego las fotografía para compartir en la red la gloria de sus nalgas. Es un culo acrobático, exagerado, hipnótico, un culo con curvas de nivel, mapa topográfico y vida propia, tan hiperbólico que parece irreal. Por eso mismo puede exhibirse sin pudor ni censura, porque no hay peligro de que nadie lo tome por un culo auténtico. No es como el de Rupi Kaur, que es un culo bello y modesto, casi velazqueño en su perspectiva, pero del cual gotea puntualmente el licor rojo de la vida.
En otra cosa no, pero en esto de la ignorancia de los procesos fisiológicos, Instagram recuerda un poco a Hitchcock que, cuando estaba rodando una de sus primeras películas, se enfadó mucho porque una actriz, con la excusa de que tenía la regla, se negaba a meterse en una bañera. Hubo que explicarle al bueno de sir Alfred -que por entonces aún no era sir pero que ya tenía 26 añitos- lo que era la menstruación. La represión sexual, fruto a medias del ambiente victoriano y de su educación católica, hirvió a cámara lenta en el cerebro de aquel gordaco genial, que en las siguientes décadas se hinchó a filmar tobillos y canalillos, y a matar señoras rubias en la pantalla, hasta que al fin logró el culmen de la violación en el séptimo arte: el brutal asesinato del frutero en Frenesí, quien, al terminar, se zampa a bocados una manzana, como si fuese Adán.

Aunque en Facebook hay docenas de páginas dedicadas a peleas de perros con fotos de animales destrozados a dentelladas, y docenas de páginas repletas de imágenes eróticas de adolescentes menores de edad, pobre de ti como se te ocurra subir una honesta y cuarentona teta. A Facebook, como a Instagram, le molestan las mujeres hechas y derechas; ellos prefieren seguir creyendo en los culos ingrávidos y en los bebés que vienen de París. En El escándalo de Larry Flint hay una escena hilarante donde Larry Flint, el editor de Hustler, interpretado con fogoso brío por Woody Harrelson, le pide a una preciosa modelo desnuda que se abra de piernas y luego le ordena al fotógrafo que saque “un primer plano del conejo”. El fotógrafo se niega, escudándose en la ley que marca esa extraña y nebulosa frontera entre el erotismo y la pornografía. Flint le pregunta: “¿Eres un hombre religioso? ¿Crees que Dios hizo a la mujer?” El fotógrafo asiente. “¿Y cómo hizo Dios a esta mujer? ¿Con coño o sin coño? ¿Y quién diablos crees que eres para corregir la obra de Dios?” Lo mejor de todo es que Milos Forman tampoco se atrevió.