domingo, 29 de septiembre de 2013

La cueva prehistórica - Juan José Millás


La cueva prehistórica - Juan José Millás
El invierno pasado conocimos testimonios estremecedores de personas que apenas encendían la luz por miedo al recibo. Ni calefacción, ni vitrocerámica, ni plancha, ni bombillas de más de cuarenta vatios. Lo único que permanecía encendido en la oscuridad del frío hogar era la tele. Muchas viviendas adquirieron un tono como de cueva prehistórica. Vimos en la prensa fotos de familias enteras cuyos miembros, cubiertos con mantas, se agrupaban alrededor de la pantalla como nuestros antepasados alrededor de la hoguera. La tele tiene algo de hoguera fría. No puedes asar en sus rescoldos una rata, pero ves cómo se asan en ella, a fuego lento, los concursantes, los componentes del Campamento de verano y demás programas en los que hay que sudar tinta china para pagar el recibo de la luz.

Ahora que la electricidad vuelve a subir, le vienen a uno las imágenes del invierno, con esa combinación de oscuridad y frío tan propia de los países del norte. Las placas de inducción, que con tanto cariño pusimos, sintiéndonos centroeuropeos, se van a quedar sin estrenar. Quizá vuelva el butano, la bombona de butano de camping, en la que haremos deprisa una tortilla para la cena de los niños. Dice Rajoy que estamos saliendo de la recesión, pero no de la crisis, que viene a ser una variante pesimista de los brotes verdes y de la luz al final del túnel. Significa que avanzamos sin movernos del sitio. Entre tanto, los salarios bajan, la vida sube, y el paro no se arregla.

La subida del recibo de la luz, en estas oscuras circunstancias, tiene algo de metafórico.

-Es para que no veamos lo que ocurre -dice un vecino mal pensado.

Hace tiempo que del binomio luz y taquígrafos desaparecieron los taquígrafos, que están en el paro. Si ahora desparece la luz, apaga y vámonos. Las eléctricas, por lo que vemos en la prensa, son ricas, incluso muy ricas, y obtienen enormes beneficios. ¿Por qué entonces esta nueva subida? Respuesta: porque, además de ser ricas, mandan mucho. Sin necesidad de presentarse a las elecciones, determinan la política económica del Gobierno. El Gobierno las podría nacionalizar, pero no se atreve. Les dan trabajo cuando abandonan el Congreso.

Mi hijo - Ernesto Sáenz de Buruaga


Mi hijo - Ernesto Sáenz de Buruaga
Muchas noches, cuando nuestro hijo era casi un bebé, me acercaba a su cuna simplemente para ver si respiraba. Según iba creciendo no perdía esa costumbre de velar su sueño. Le tapaba, le daba un beso, le miraba una y otra vez y me quedaba con esa felicidad indefinible de quien cree que es imprescindible en la vida del otro sin darme cuenta de que quien realmente era imprescindible dormía plácidamente ajeno a mi sonrisa bobalicona. Y es que, como dice el cantautor mejicano Tito Fernández en una hermosa letra, «cada vez que me acuerdo de mi hijo me da como una punzada. Aquí, adentro del pecho donde se halla colocada tan sensible, tan nombrada y tan propensa a la emoción esa masa colorada que se llama corazón». Solo desde el corazón, desde el amor, se puede hablar de los hijos. Solo puede sentirse padre o madre quien se estremece solo de pensar que pueda pasarle algo y no puedes ayudarle. Por eso me remueve las entrañas la historia de esa pobre niña de Santiago cuyos padres cruzaron todas las líneas de lo que puede sentir un ser humano para planificar la muerte de su hija. No me interesa lo que ha pasado. Ni el móvil, ni la investigación, ni el castigo divino y humano que les espera a estos perturbados. Solo sé que esa niña que parecía tan querida, tan esperada, no lo había sido nunca.
Esta noche volveré a la cama de mi hijo Juan que tiene 20 años. Le daré el beso de cada día y volveré a sentir esa sensación de plenitud que crece con el paso de los años, porque volviendo a la letra del autor mejicano, «ya no da los problemas entretenidos de niño. Incluso sin ir más lejos ayer me trajo a su novia. Yo por dentro les bendije y por fuera me puse serio porque debo confesar que me dio un poco de miedo mirar en aquellos mozos cómo se ha pasado el tiempo». El hijo ocupa siempre su lugar. Te hace vibrar y te disgusta. Da igual cuántos se tengan. Da igual que pasen los años. Da igual que te hagan abuelo. La vida es tan simple como querer y ser queridos. Un hijo te da la vida y hay quien se la quita.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Saqueo de UGT al dinero de los andaluces - Victoria Prego



Saqueo de UGT al dinero de los andaluces - Victoria Prego
Lo que tenemos delante de los ojos es una trama de estafa al erario público montada por el sindicato UGT que, hasta este momento, se ha limitado a decir que todas la tropelías cometidas, y que este periódico viene describiendo desde hace meses, se debían a una serie de «errores».
Y ahora es el secretario de Comunicación en Andalucía del sindicato el que se ha limitado a decir que ellos no hacen facturas ni albaranes falsos. Y nada más. Ni una explicación mínimamente solvente o digna de consideración. Es un comportamiento propio de quien se siente protegido por más altas instancias y no se ve en la necesidad de decir nada. Pero ya es imposible seguir escurriendo el bulto porque las evidencias son de naturaleza escandalosa.
Es ya imposible ocultar que la UGT andaluza ha venido ordeñando a la Junta para financiarse «por lo privado» mucho más allá de la legalidad y más allá también de lo que reciben de las subvenciones publicas. Es más, da toda la impresión, por no decir que es evidente, que este sistema lleva años practicándose.
Que un sindicato, que en otro tiempo tuvo como objetivo la defensa de los trabajadores, haya distraído el dinero destinado a programas para los desempleados para pagarse cuchipandas en la Feria de Abril, es algo difícil de digerir. Y ahora se sabe que se organizaba un «bote» para sus gastos propios que se detraía del presupuesto de las distintas consejerías de la Junta de Andalucía. Es un escándalo mayúsculo e intolerable, máxime viniendo de quien viene.
Nunca hemos podido conocer las cuentas sindicales, lo cual ya es un motivo de profunda sospecha, especialmente en esta España de las estafas continuadas. Y ahora comprobamos que además saquean el dinero público por la vía del delito. Porque lo que hoy publica EL MUNDO es un delito. Un robo.
Ahora queda por saber qué hace la Junta de Andalucía con todos estos capítulos escandalosos de quien ha sido su apoyo durante los 30 años que el PSOE ha estado gobernando allí. No queremos ni pensar que éste haya sido un sistema machihembrado de común acuerdo entre partido y sindicato. O entre gobierno andaluz y sindicato. Pero, visto el comportamiento de la Junta en los ERE falsos, no es descabellada esta hipótesis, que ojalá se demuestre falsa.
No podría la UGT organizar un tinglado semejante, reservándose «botes» en empresas colaboradoras si no se viviera en Andalucía en un régimen eternizado en el que partido y sindicato consideran, es evidente, que el dinero público es suyo porque suyo es, y será, el poder.
No sólo UGT tiene que dar explicaciones inmediatas. También la Junta ha de reaccionar ante estos datos de una forma contundente o entrará inexorablemente en el saco en el que ya está su sindicato hermano.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Mariano se mide el PIB - David Torres


Mariano se mide el PIB - David Torres
Mariano es un señor que vendió en su programa electoral que, apenas ganara las elecciones, la economía se saldría de madre, el paro se evaporaría como la humedad y además lloverían longanizas los días impares. Había que ser muy ingenuo para comprar esa moto pero, después de siete años de Zapatero, la gente estaba dispuesta a tragarse biblias de canto. Y se las tragaron, en efecto. Parafraseando a Chesterton, lo malo de quienes dejan de creer en el socialismo no es que no crean en nada: es que pueden creer en cualquier cosa. Incluso en el PP, que es una moto para la fe de Steve McQueen.
Dos años marianos después, la economía no es que haya repuntado mucho, hay casi dos millones de parados más aunque, eso sí, también treinta y un puestos de trabajo recién hechos, y las longanizas llueven únicamente en los comedores sociales, única secta religiosa que sigue aumentando en estos tiempos de crisis. El programa electoral de Mariano hoy sirve para decorar las mesillas de noche de los moteles más piadosos de los Estados Unidos. Cuando se les agotan los folletos sobre la Teoría del Diseño Inteligente, ponen en el cajón un programa electoral de Mariano traducido por Sarah Palin.
Con todo, como ocurre con los sucesivos inquilinos de La Moncloa, José Luis y Mariano empiezan a parecer gemelos univitelinos, no sólo en el desastre de la gestión económica, sino en el optimismo vital y en el fervor profético. José Luis anunció que habíamos salido de la crisis prácticamente antes de entrar en ella, y Mariano acaba de avisar que la recesión casi ni nos ha rozado y que ya pasa de largo, como si la recesión fuese uno de esos huracanes caribeños en lugar del anticiclón de los Azores.
Aquí en España el presidente, más que de presidente, ejerce de hombre del tiempo. Escudriña las nubes, avizora el sol y pide paciencia. José Luis aprendió meteorología en dos tardes y Mariano ni siquiera sabe aún señalar el mapa con el puntero. Pero se ha medido el PIB, que es algo así como el miembro viril del país, y se ha puesto muy contento al descubrir que le ha crecido dos décimas más de lo previsto. No es lo suficiente como para quedar a cenar con Merkel, pero de momento ya ha encargado el champán, que el cava le puede salir caro.
Con todo, al presidente el optimismo no le acaba de sentar bien, tal vez porque llevaba dos legislaturas desempeñando el papel de cenizo oficial y hay que reconocer que ahí lo bordaba. Haga lo que haga, Mariano siempre será recordado por la gestión del desastre del Prestige, que es el modelo que guía sus pasos, sobre todo ahora que España suelta hilillos de sangre de proa a popa cual petrolero embarrancado. Primero, negar la realidad, luego, quitarle importancia, y después, darle la espalda a todo remo. Capitán, capitán, que hay mujeres y niños. Sí, hombre, para follar estoy yo ahora.

martes, 24 de septiembre de 2013

Al pudridero - Raúl del Pozo



Al pudridero - Raúl del Pozo
Los diablos de humo encima de los tapices de oro no anuncian nada nuevo. Al Rey lo operan mañana después de unos días de rumores, esta vez rumores con fundamento: los políticos han sido informados de su recaída y han dado su opinión sobre las previsiones constitucionales. El viernes a media mañana se hablaba de regencia. Me vino a la memoria Baldomero Espartero, el espadón que llegó a la regencia cuando el trono de España, según Galdós, necesitaba de un regente bien macho y de muchos riñones. Me acordé de Doña Virtudes, esperando la mayoría de edad de Alfonso XIII, y de otros sustituyendo a reyes locos o mamoncetes.
Las regencias surgen por incapacidad física o porque se le va la olla a Su Majestad. Buscan a un primo, una madre, un general, un turista, y le dan atributos regios para un periodo transitorio. Éste no era el caso; Don Juan Carlos ha sido operado muchas veces y ha desempeñado su cargo. Pero está claro que hay camarilla no de monjas de llagas, sino de áulicos que quieren echar ya al Rey al pudridero como se arrojan los galgos. Intentan un descarte en la baraja, ese invento español, poner al Príncipe porque es joven y está preparado y no hay que ir a buscarlo a alguna dinastía de Hola. Vive a 400 metros de su padre.
Antes casi no le dejamos llegar, ahora lo tratamos como a un desperdicio. «¿Y quién era Juan Carlos? –se pregunta Tierno–. Un pobre muchacho semientontecido por el paso por las academias militares». Un muñeco animado, Juan Carlos El Breve. Enseguida intuimos que la designación había sido acertada porque se puso a la cabeza de la democracia convirtiéndose en uno de los hombres más influyentes del siglo XX. Se ganó el respeto de la izquierda y de los intelectuales. Tierno también dice que vio en palacio a unos personajes, seguramente con copas en las manos, quizá tarareando el himno de Riego y le preguntó a su acompañante que quiénes eran. «Son los intelectuales –le contestó–. Están todos. Son unos 200».
Yo preferiría una República, pero estamos paseando sobre un terremoto. Cataluña quiere irse. No debemos romper el labio borbónico que simboliza la unidad de la nación. Don Juan Carlos, uno de los pocos reyes buenos de la historia, se resiste a ir al pudridero, donde sólo pueden visitar frailes agustinos.
Sufriendo atroces dolores, solo como un galgo, pasó los últimos meses escuchando el tictac de los relojes de bronce que muestran las fases de la luna. Le ocurrió como a Berlusconi, que tras acostarse con todas la putas del Mediterráneo duerme con Dudú, su caniche blanco. Ya avisaron las coplas: cuán pronto se van los placeres y dulzores.

El rey abdica por partes - David Torres


El rey abdica por partes - David Torres
Como el rey va abdicando por partes ahora le toca a la cadera. Primero abdicó de Hugo Chávez, luego de cazar elefantes y después de Corinna, no estoy seguro, hay tanta abdicación que es difícil recordar el orden. En los últimos tres años don Juan Carlos ha abdicado también de un pulmón, una rodilla, un talón de Aquiles, una cadera, otra cadera, una hernia discal y una estenosis de canal. Una prótesis más y al final el mensaje de navidad lo va a acabar dando Darth Vader.
Es normal que las listas de espera de los quirófanos estén colapsadas teniendo en cuenta que el rey ha desequilibrado él solo el presupuesto de la Seguridad Social por varias décadas. Hay que pagar el diez por ciento de los tratamientos caros para poder pagarle a nuestro monarca el cien por cien. Debe de ser que los borbones sobreviven por encima de nuestras posibilidades.
No obstante, la profesión médica no es la única que se forra a costa de los desvelos de la salud real: el viernes había más de un centenar de periodistas apostados en la Zarzuela, preocupados por si la cadera tocada era la derecha o la izquierda. Al final se confirmó que era la izquierda, como nos temíamos. El rey lleva toda la vida apoyado sobre sus dos caderas, la derecha y la otra, pero, con su diplomacia habitual, nunca ha desvelado su preferencia por ninguna de las dos. A esto, en términos técnicos, se le denomina tener cintura, y en términos monárquicos, campechanía.
A pesar de su cintura campechana, últimamente el rey está dando trabajo a un montón de cirujanos que, sin sus achaques, no sabrían qué hacer con el bisturí. Otro tanto ocurre con la inmensa mayoría de los periodistas patrios con la posible excepción de Peñafiel. Eso sin contar chóferes, camilleros, enfermeras, portavoces, farmaceúticos y políticos. España entera vive pendiente de la última lesión de don Juan Carlos, como si el país fuese un equipo de fútbol torpedeado por la baja de su delantero estrella. Lo malo es que al rey no podemos traspasarlo igual que a Kaká y fichar a cambio un príncipe africano, que suelen salir bastante más baratos que cualquier dinastía francesa. Y eso que el país, igual que el Real Madrid sin Kaká, va tirando mal que bien con el jefe de estado en dique seco.
No, España es un país donde no se tira nada y no vamos a empezar ahora con un borbón. Aquí hay mucho desagradecido que habla mal del rey cuando, si no fuese por los partes médicos de la Zarzuela, muchos periodistas tendríamos que salir a la calle y empezar a escribir sobre la realidad en lugar de sobre la realeza, con lo desagradable que es eso. Imagínense, ponerse a hablar de los pobres que rebuscan en las basuras, de los enfermos que se van a quedar sin tratamiento, de los morosos que deciden escurrir el bulto suicidándose en lugar de seguir pagando la letra del banco, como es su obligación. Don Juan Carlos, en cambio, sigue al pie del cañón, prolongando el ejemplo de su antecesor en el cargo, aquel general bajito del que, vistas las últimas muestras de cariño y apoyo recibidas, habría que pedir otra autopsia, a ver si en vez de muerto va a estar de baja por hibernación.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Giorgio Cafaro - José Luis Alvite

Giorgio Cafaro - José Luis Alvite

Cuando me lo presentaron en el 69, supe que estaba ante un tipo diferente. A Giorgio Cafaro le sentaba el traje como un féretro. Alguien me dijo que en cuatro cárceles le pusieron reparos para cumplir condena. Nunca había visto un rostro con tantas cicatrices. Se corrió por ahí que Giorgio Cafaro conservaba en casa el retrato que una madrugada le hizo un tipo en Mobile-Alabama. Su cara estaba tan repujada por la vida, que dijeron que aquel tipo le hizo el retrato con aguja e hilo. El rostro de Cafaro parecía restos de comida.
Giorgio notó que le miraba y me dijo: "Tengo un rostro de varios tomos, amigo mío".También me comentó que la última vez que estuvo en un quirófano, le habían reparado la cara con la rodilla de un muerto. Pensé que estaba frente a un tipo inolvidable, uno de esos hombres cuyo rostro es como recordar un codazo. En la mirada de Giorgio Cafaro siempre hacía mal tiempo.
Hablaba poco pero aprendí algunas cosas de él. Me dijo: "Soy un tipo tranquilo. Aprendí a correr en el interior de una caja fuerte. Puedo hacer fuego frotando dos pedazos de hielo. En la vida hay que ser contenido, muchacho. De niño supe que para sobrevivir en las circunstancias que se me venían encima, un hombre tiene que aprender a tragar saliva en días alternos. Eso es lo que vale: las cosas que te enseñan de niño. A fin de cuentas, muchacho, la vida es el tiempo que un hombre tarda en volver a casa". Eso me dijo aquel tipo al que el corazón le latía como una gotera de hule en un saco de flemas.
Giorgio murió en el 74. Fue un infarto pero el forense le dijo a Ernie que el corazón de aquel fulano había sufrido un desprendimiento de tierra. Nunca olvidaremos el sepelio. Fue memorable. El coche fúnebre se estrelló contra un árbol. Murieron los dos empleados de la funeraria. Chester Newman escribió en el 'Clarion' que el cadáver de Giorgio Cafaro tenía tan buen aspecto, que prestó declaración durante media hora.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El fogonero - José Luis Alvite

El fogonero - José Luis Alvite

Quise ser el hombre que alimentase sus sueños, administrase sus sentimientos y decidiese su menú mientras en el restaurante se ausentase adrede al baño. «Sólo necesito calor, empuje y placer», me dijo, «de modo que piénsalo bien y vuelve a mi lado cuando aceptes ser mi fogonero». Yo buscaba en ella un alma sensible y delicada, una mujer dulce y pensativa, y me encontré con un motor de explosión. Me dijo que era incansable y que para ella al sexo era una obsesión constante e irrenunciable, algo que le hacía sentirse ansiosa y a la vez insatisfecha,«como si barriese la calle con una escoba que mancha el suelo». Confieso que no supe qué decir. Preferí pensar que bromeaba y que sólo pretendía descolocarme.Un hombre no suele estar preparado para que cierta clase de realidad se parezca al cine, así que prendí un cigarrillo y esperé acontecimientos.Y entonces me dijo ella: «No me parece que seas la clase de hombre que necesito.A mi edad ya no estoy para perder el tiempo con alguien que se pase la noche hablando. Necesito sudor y ruido ,obscenidad y posturas. Quiero perder el control con un hombre que me haga sentir tanto que incluso olvide su nombre al pronunciarlo. Mi corazón ya ha recibido suficientes sobresaltos, cielo; ahora solo necesito a mi lado a alguien que se conforme con lo bien que por la noche muevo el culo. ¿Sabes que te digo?, con el paso de los años me he dado cuenta de que lo que necesito a mi lado no es un hombre culto y adorable que marque mi alma, sino un tipo sórdido y transeúnte cuyo recuerdo sea la mancha más resistente en mi colada». Pensé decidirme y asegurarle que yo era el hombre que buscaba, el jinete tenaz e incansable que entra en la meta con el caballo echado a sus espaldas, pero me contuve. En la duda de perder mi orgullo,preferí salvar mi dignidad.

domingo, 15 de septiembre de 2013

A cup of café con leche - Pedro G. Cuartango



A cup of café con leche - Pedro G. Cuartango
Cuando vi la semana pasada a Ana Botella reivindicar en Buenos Aires el café con leche ante el Comité Olímpico Internacional me vino a la memoria que el gran Honoré de Balzac era adicto a este brebaje, que, según cuenta en su Tratado de los excitantes modernos, le ayudaba a trabajar por las noches y le ponía en contacto con las musas de la inspiración.
«Las ideas me llegan a galope y las ocurrencias se agolpan mientras el café hace correr la tinta sobre el papel cuando me veo apremiado a cumplir con un encargo»; escribió el maestro de Tours que, como Charles Dickens, soportaba largas jornadas con la pluma y el tintero para pagar sus deudas.
A Ana Botella no le sucede lo mismo. Ella también es adicta al café con leche, como hemos podido ver en su reciente comparencia ante los medios, pero los efectos que le provoca son contrarios: le relaja.
Los cultivadores ya preparan un homenaje a la alcaldesa de Madrid que parecía que, en lugar de los Juegos, quería vender «a relaxing cup of café con leche», que era la bebida favorita de la generación del 98.
Lo que resulta difícil de entender es que los indonesios, los chinos y los franceses del COI hayan podido resistirse a un señuelo tan poderoso como tomar una taza con unos churros en la Plaza Mayor. Si Balzac hubiera tenido la oportunidad de acompañar su café con leche de unas suculentas porras, estoy seguro que podría haber escrito varias Comedias Humanas.
El café con leche era la perfecta metáfora de una España de las eternas esencias, pero los miembros del COI no lo han comprendido. Pero eso no es culpa de Ana Botella, que soñaba con los Juegos al igual que Balzac con casarse con Madame Hanska, la condesa polaca por la que suspiró durante años.
Balzac era un gran soñador. Se hizo construir un palacio que nunca habitó, pero que le arruinó. A la alcaldesa le ha sucedido lo mismo: tiene unas instalaciones que han costado el ojo de una cara y no sabe que hacer con ellas.
Esperamos que a esta mujer no le ocurra lo que le sucedió al autor de Eugenia Grandet: que se pasó toda la vida esperando a la condesa y sólo la logró cuando ya estaba en el lecho de muerte. Lo de los Juegos puede exigir una espera aún más larga.
Balzac tenía un gran talento para crear personajes. Muchos de ellos parecen más reales que su propio autor, como el doctor Bianchon al que llamaba en su agonía. Lo que yo no sé es si los Juegos existen o son una ensoñación de la alcaldesa, parecida a la de Marcel Proust al mojar su madalena en la taza de té. Pero siempre nos quedará el cielo de Madrid y el café con leche.

Aire meado - José Luis Alvite

Aire meado - José Luis Alvite

Fue hace mucho tiempo, una noche de invierno. Aquel día hizo tanto frío en la ciudad que dijeron que había nevado en el Metro. La madrugada que conocí a Norma Baccaro,el 'Savoy' estaba tan cargado que ni se veía el humo. Aquella madrugada en el club, John Coltrase sonaba como una paloma bebiendo en una gárgola preñada.Norma era una mujer con mucho mundo encima. Recuerdo que me dijo que sólo lloraba para apagar la sed. Estaba sola. Acababa de romper con un jugador de Las Vegas.Aquel tipo se llamaba Johnny Spellman y se decía de él que le echaba suelas a los zapatos con cartones del bingo y que sus pasos en las calles de la ciudad sonaban como si pisase agua de papel. También dijeron que en la matrícula de su coche había tocado varias veces la lotería. Y que había aprendido claqué bailando encima de una ruleta en marcha.
Apenas pude hablar con ella. Norma llevaba la iniciativa. Me dijo: "Soy una mujer muy relacionada, ya sabes, una de esas mujeres que saben al menos de veinte personas que le devuelven el correo".Tenía en una mejilla una delicada cicatriz, una cicatriz comedida y callada en la que parecía haberse desplomado la sonrisa perdiz y lacónica de Dana Andrews. Ya te digo que apenas pronuncié palabra. Pero se aprenden cosas con una mujer como Norma.Por eso recuerdo que antes de despedirse, me dijo: "He visto tipos que abrían las ratas y se comían su digestión como si fuesen ostras. Es la gente que me gusta, tipos solitarios que se peinan aprovechando el llanto. Pude haberme casado con hombres inmensamente ricos. Pero los aparté de mi camino, encanto. Porque una mujer como yo, Al, cariño, no podría envejecer al lado de uno de esos tipos que vacunan el agua hervida y le planchan raya a las pelotas de tenis".La despedí en la puerta del 'Savoy'. Casi amanecía. Y Norma se alejó tarareando con sus pies las calles mojadas. Y el maldito viento fluorescente echó a correr por la ciudad el abucheo de una pandilla de aire meado.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El ciempiés - Raúl del Pozo


El ciempiés - Raúl del Pozo
Las hojas áureas y rojas anuncian otoño, pero otra vez nos vemos en los escaparates del espejo cóncavo, otra vez y siempre acecha el coñazo del nacionalismo en la España eterna a medio hacer. Va a ser muy desagradable esperar que hagan el nuevo pacto entre las ranas del orden y los bribones mitógrafos. Tal vez un castellano como yo está incapacitado para comprender el nacionalismo, aunque Pío Baroja, que era vasco, profetizó que un día el nacionalismo sería un ciempiés. Lo clavó. La próxima vez llegarán a Atenas, que una vez conquistaron.
Siento mucho mi recaída en el desdén al nacionalismo; cuando empezaba a rehabilitarme. Carles y otros amigos catalanes me llaman para recordarme que tengo que seguir en la cabaña de la reeducación como castigo a mi última columna, en la que decía eso de que el nacionalismo es el camino más corto para llegar al fascismo. Tienen razón al decir que los catalanes han sido un factor de consenso en la última democracia, aunque no logran disuadirme de que el nacionalismo ha sido la última peste para Europa y una kermés de sangre en Yugoslavia. Ese agresivo utillaje de tópicos suele terminar en tragedia y es muy posible que aquí se evite con cheques y cobardías, pero nadie está seguro de que las pasiones no se desborden.
Dicen algunos periódicos norteamericanos, como en vísperas del Maine, que la marcha de los 480 kilómetros la han provocado la crisis y la corrupción en España. ¿Acaso ignoran que los libertadores se han llevado miles de millones de euros a los paraísos fiscales y que en su última gestión han batido todos los récords de despilfarro y grosería identitaria y que están entrampados a merced del Estado central? Que no se equivoquen, Cataluña no es Cuba, aunque se parecen en el hecho de que hayan provocado la última carga aprovechando la debilidad de la nación. Ahora no hay soldados con sombreros de paja. Cataluña no es una colonia, los catalanes no son «ingratos hijos de Cuba».
No pueden montar una guantanamera los que tienen los mismos derechos que nosotros. Esta vez es difícil la independencia porque los nacionalistas quieren una libra de carne cerca del corazón, como el mercader de Venecia.
Algunos tontos del pijo, aunque sean premios Nobel de Economía, insistieron en que España iba a ser rescatada y expulsada de Europa. Parece que se equivocaron. La prima de riesgo española confirma su sorpasso a la prima italiana. A pesar de la crisis y del deterioro de las instituciones, han venido más de 40 millones de turistas y a nadie le ha faltado una inyección, todo ha seguido funcionando con servicios en algunos aspectos espléndidos. España parece que puede salir de la ruina; Cataluña sola, no.

El éxito de no ganar - José Luis Alvite

El éxito de no ganar - José Luis Alvite

Suele ocurrir que a veces uno se sienta a escribir su columna y no sabe muy bien por dónde tirar.Siempre he pensado que un hombre escribe mejor cuando su inspiración tiene que ver con la desgracia, con la desesperanza o con el rencor. Hay tipos que escriben con el razonable temor de que el éxito perjudique su estilo y malogre su carrera.Sus mejores toques con el escoplo los da a veces el escultor cuando consigue un resultado sorprendente al asestar el golpe con el que pretende demoler su obra aún inacabada. Es en la desesperación creativa cuando surge ocasionalmente el chispazo del talento, sobre todo en esos momentos en los que falla la inspiración y hay que resolver como sea.La perfección en el Arte, como la determinación en el crimen,tiene mucho que ver con lafuria, con la angustia, con ese instante en el que uno tiene la sensación de sentarse en el retrete con la obligación de hacer de vientre sin haber comido. Ocurre lo mismo con el escritor que por haberse enamorado sabe que caerá en ese estado de felicidad que le incapacita para crear. Personalmente he sentido siempre el tirón creativo de la tristeza y he procurado cultivar el fracaso como estímulo para escribir, lo que explica que a veces destruya los boletos de la Primitiva sin consultar el resultado del sorteo.«¿Y por qué coño te gastas el dinero en un juego del que desprecias la suerte?», me preguntó el administrador de las apuestas.«Lo hago –le dije– por la misma razón que siempre tengo a mano un condón por si resulta que no lo necesito». Ésa ha sido en realidad mi vida: una apuesta continuada con la relativa expectativa de ganar y la razonable esperanza de no conseguirlo. Y entre unas cosas y otras he llegado al final de la columna, lo que demuestra que a veces un hombre puede hacer de vientre sin necesidad siquiera de haber comido.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Fe con niebla - José Luis Alvite

Fe con niebla - José Luis Alvite

Mi madre fue una mujer creyente y devota mientras tuvo la sensación de que Dios atendía sus plegarias.Durante tres años caminó descalza en la procesión cambadesa de San Bieito pensando en que el santo salvase a mi hermano mayor del tumor cerebral que amenazaba su vida. No sirvió de nada y,por culpa de aquellas infructuosas caminatas votivas mi madre hubo de operarse los pies. Siete años más tarde enfermó mi padre y ella se gastó una buena suma de dinero en pagar misas redentoras en la parroquia. También resultó inútil y mi padre murió al poco tiempo. Entonces ella aceptó que yo le dijese que para que mi padre fuese al Cielo, habría salido más barato facturar su cadáver por Iberia. Es comprensible que mi madre se haya vuelto escéptica y me parece razonable que si a veces se detiene en la iglesia no es por devoción, sino porque le queda a mano cuando de regreso a casa le puede el cansancio. Mi padre, que en eso era más cartesiano, me dijo en una ocasión que los enfermos de la vista recurrían a Santa Lucía sólo en el caso de no poder pagar los honorarios del doctor Barraquer. Personalmente no sé muy bien por dónde tirar.Supongo que no soy distinto de quienes recurren a los prodigios de Dios cuando en medio de un atroz dolor de muelas fallan los analgésicos. A lo mejor es que la fe es el recurso de los desesperados,algo a lo que aferrarse cuando fracasa la ciencia, la última esperanza en cualquiera de esos momentos de angustia en los que un hombre se da cuenta de que en el momento de sobrevenir el hambre, lo mejor no es desesperarse buscando la comida,sino persuadirse de la conveniencia de perder el apetito. Supongo que algo así le sucedía a aquel amigo mío que padecía de cataratas y que se tranquilizaba con la idea de que el estado de su vista era ideal para recorrer Londres con niebla.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El siquiatra - José Luis Alvite

El siquiatra - José Luis Alvite

Ocurre así desde hace muchos años. Cada vez que siente en las sienes la desoladora disipación mental corre al 'Savoy' y se instala en el club hasta que considera superada la crisis.A Billie Stormont el siquiatra le tiene prohibidas las alturas y hubo de hacer recortes en sus hábitos de viajar en avión y en su debilidad por las mujeres más altas que él. En los peores momentos de su inestabilidad emocional, en el 74 salió de la consulta del Dr.Erdhart por una ventana, con la inmensa suerte de que la clínica estaba en un segundo piso y en el rasante de la calle había una manifestación de judíos contra el siquiatra, de origen alemán. Billie se repuso de las heridas en unos pocos días en su propio domicilio, al Dr.Erdhart le pusieron una multa por arrojar basura a la calle y nadie pudo culpar a la Policía de las cuatro bajas registradas entre los manifestantes.Dice Billie que en el 'Savoy' resiste mejor la tentación de saltar al vacío. Realmente incluso un tipo tan obcecado como él puede entender que resulte difícil estrellarse contra el suelo saltando desde un sótano. Pero le brilla la mirada con esa extraña vidriosidad de la gente inestable. Dice el jefe que a veces Billie le da la sensación de un piloto que a mitad de vuelo hubiese descubierto que el avión lleva las alas en la bodega.Hace años que Billie no acude a la consulta del alemán. Dice que en realidad el Dr.Erdhart sólo le daba conversación y que los mismos resultados los consigue por cinco'pavos' en la barbería de Giacomo Manfredi "y a mayores, me masturba la cabeza".El Dr.Erdhart mantiene su consulta pero la Ley le sigue los talones. Al parecer tiene por costumbre extender facturas fraudulentas. Le ocurrió a Billie y por eso dejó de pasar allí sus chequeos. La última vez que pagó sus honorarios al Dr.Erdhart descubrió que le cobraba doble.El siquiatra se lo dejó claro: "Tienes desdoblamiento de personalidad, Billie, muchacho. Esa es la razón de que desdoble mis facturas".Curt Erdhart no es un gran siquiatra. En su consulta, la enfermera te da un número y un paracaídas.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Problemas con el inglés - David Torres



Problemas con el inglés - David Torres
Por poder, podemos echarle la culpa a Zapatero pero, la verdad, está difícil. Me da en la nariz que algo tuvo que ver el inglés en todo esto. Oir las primeras palabras de Ana Botella en el idioma de Shakespeare y percibir que la habíamos cagado fue todo uno. Yo soy uno de esos negados recalcitrantes que necesitan subtítulos incluso para las primeras canciones de los Beatles, por eso empezó a preocuparme que con Anita Bottle me fuese enterando de casi todo. Tal y como hablaba Anita, hasta me habría dado tiempo a ir pegando los subtítulos con cartulina en el televisor. Algunos periodistas afectos aseguraron luego que el inglés de Ana Botella era fluido y no les faltaba razón. Al menos tuvieron el detalle de no especificar a qué fluido se referían.
Nadie sabe por qué se empecinó esta buena mujer en hablar inglés sin tener la menor idea y pululando en la sala tantos traductores simultáneos esperando ganarse el pan. A lo mejor pretendía equilibrar las listas del INEM entre Buenos Aires y Madrid. Sin embargo, sospecho que el impulso políglota de Ana Botella es el mismo que empuja a cualquier madrileño a liarla parda en cuanto un extranjero le pregunta a traición por el Museo del Prado. Hace unos días, un japonés recién desembarcado en la capital me preguntó en un castellano bastante aceptable dónde estaba la Plaza Mayor y mi respuesta no difirió mucho, ni en claridad ni en extensión, de la perorata de Ana Botella, sólo que yo nunca me hubiera atrevido a sugerirle que se tomara “a relaxing cup of café con leche”, por lo que pudiera pasar. Para sugerir esta clase de cosas hay que haber estudiado inglés avanzado con Aznar y a mí el my tailor is rich se me atragantó desde la EGB. Vi al japonés dirigirse impertérrito hacia la estación de Atocha, aunque también es posible que fuese a coger un taxi para regresar al aeropuerto, volar a Buenos Aires y quejarse ante el COI.
En cualquier caso –ya lo advertí el viernes- lo importante no es ganar sino participar. Hemos contribuido por tercera vez consecutiva a engordar las arcas del cómite olímpico, gente buena y necesitada que empleará la limosna de nuestros cien millones de euros en mariscadas y putiferios en vez de despilfarrarlo en hospitales y colegios como habría hecho un político insensato y poco sensible a las texturas de la política internacional. Además la señora de Aznar cuenta con otros cuatro años para perfeccionar el acento de Georgetown bajo la supervisión de su marido y con la ayuda de los videos del Caudillo, que hablaba inglés legionario en la intimidad. En el avión de vuelta, también pagado a escote por madrileños y españoles, nuestra delegación de genios, glorias, principito y alcaldesa todavía estará elucubrando en qué habrán podido fallar. A lo mejor aún no han caído en la cuenta de que no era muy buena idea iniciar un conflicto veraniego con Gran Bretaña por Gibraltar cuando buena parte de los países del COI son de influencia anglosajona. El problema, no sé si lo he dicho antes, es el inglés.

La noche triste - Santiago González


La noche triste - Santiago González
Fue otra mala noche la del sábado. La Puerta de Alcalá no vio pasar el tiempo y el personal desfiló con la frente marchita. La 1, que había programado un especial para transmitir el espectáculo de un pueblo que iba a encontrar por segunda vez un motivo para dejar de despreciarse, después de aquella tarde en que la bota de Iniesta nos dio el Mundial de fútbol de 2010, también abandonó su programación prevista en cuanto cayó Madrid y adelantó la película de aquella noche: Desde que amanece, apetece, pertinente polisemia, vive Dios.
Hablaré por mí. Habría aceptado resignadamente la derrota tras una lucha agónica con Tokio, pero caer en el primer compás después de haber creído que ya teníamos asegurados 50 votos de 98 no es decoroso. Ser derrotados por Estambul es una sensación tan humillante como la de dos primos míos cuando mi padre se compró un 600 allá por los años 60 y los llevó a dar una vuelta: «¡Tío, que nos adelantan las bicicletas!».
Por otra parte, los argumentos por Madrid sonaban bien: era la única gran capital que no ha organizado nunca unos Juegos, el gasto estaba casi hecho, el deporte español pasa por un momento excelente and so on. También es verdad que desde hace algunos años nuestra imagen exterior ha desmerecido mucho, pero los de 2016 se fueron a Brasil, donde la corrupción no tiene nada que envidiar a la nuestra. Otro error fue la creencia de que Tokio iba a pagar con la derrota lo de Fukushima. No había motivo; los desastres nucleares siempre le han ido bien a la causa olímpica japonesa.
Recuerden los juegos de 1964. Tokio se los ganó a Detroit por 34 votos a 10. En rigor, la capital japonesa había sido designada para organizar los juegos de 1940, pero no pudo ser por la guerra. Casi un cuarto de siglo después se le compensó por ello by también por los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki que pusieron fin a la contienda en Asia. El atleta que encendió el pebetero fue Yoshinari Sakai, llamado el bebé de Hiroshima por haber nacido en aquella ciudad aquel 6 de agosto de 1945.
Dábamos por sentado que Fukushima iba a ser un factor negativo para ellos y no ha sido así, sin que los nuestros fueran capaces de exponer a favor de nuestra candidatura la gesta de Palomares.
La deprimida delegación española sostiene que ha habido juego sucio, intereses bastardos, algo que nuestro acendrado sentido de la ética se niega a comprender. Puede ser. Uno también comprende que en el momento en que la alcaldesa ponderó las virtudes de «a relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor» a los miembros del COI que ya nos habían prometido el voto –joder qué tropa, Romanones–, se les bajara el punto. En todo caso, y después de tres fracasos, vale más dejarlo correr y no arriesgarse al cuarto, como sugería mi primo Enric el viernes en estas mismas páginas. Ah, y a los linces del COE que tan finamente calibraron las intenciones de sus interlocutores que les regalen la colección de El Ala Oeste de la Casa Blanca para que aprendan a negociar votos. Y a asegurarlos.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Alicatado hasta las cejas - Juan José Millás

Alicatado hasta las cejas - Juan José Millás

Estaba tomándome mi gin tonic de media tarde, sin meterme con nadie, cuando el individuo de la mesa de al lado se dirigió a mí:
–Perdone –dijo– ¿sabría usted decirme cuántos metros cuadrados tiene la provincia de Castellón?
Permanecí perplejo unos segundos. No estoy acostumbrado a que me pregunten por los metros cuadrados. Me preguntan la hora, como mucho, y no la doy para no intimar porque detesto a la humanidad y prefiero no tener tratos con ella.
–Ni siquiera sabía que Castellón era una provincia –dije para cortar la conversación en seco.
–¿Y el Vaticano? ¿Sabe cuántos metros cuadrados tiene el Vaticano?
–Ni siquiera sé qué es el Vaticano –respondí con aspereza, llevándome el vaso a la boca.
–¿Y Mónaco? –insistió.
–¡Tampoco sé lo que significa Mónaco! –rugí.
El hombre desistió y regresó a sus pensamientos. Al poco, empezó a nacer dentro de mí un sentimiento de culpa. Que deteste a la humanidad no quiere decir que me sea ajena, lo que quiere decir es que me detesto a mí mismo en cuanto que formo parte de ella. Pedí otro gin tonic, para ahogar la culpa, pero en lugar de eso salió a flote. Saqué, pues, mi iPhone del bolsillo, entré en Internet y busqué los metros cuadrados del principado.
–Mónaco tiene 1,95 kilómetros cuadrados –dije.
El hombre me lo agradeció de un modo exagerado. Detesto también las muestras de gratitud excesivas, de modo que me arrepentí enseguida de mi buena acción. Como se empeñara en pagar mis consumiciones, tuve que explicarle que el gin tonic, como el psicoanálisis, no me hacía nada si no me lo pagaba yo. Aún así, no hubo manera, de forma que pedí un tercero. Mientras daba cuenta de él, el hombre hacía sumas y restas en los márgenes de un periódico deportivo. Cuando le pregunté a qué rayos se dedicaba, dijo que a calcular el número de cuartos de baños que cabían en Mónaco. Como es lógico, pedí un cuarto gin tonic y salí del bar alicatado hasta las cejas.

Aquel mármol con nata - José Luis Alvite

Aquel mármol con nata - José Luis Alvite

Escapo con frecuencia a Cambados para ponerme un rato a salvo de mi depresión y de mi rutina. Todo está muy cambiado respecto del Cambados de mi niñez y de mi adolescencia, aquel pueblo en el que todo era tan fértil que incluso el hambre resultaba abundante. Está distinto del Cambados de entonces, pero yo soy un cambadés retrospectivo y soñador al que le cuesta poco reconstruir los lugares de entonces, las gentes de su tiempo, aquella mezcla de salitre y sandías, el Cambados de Cabanillas y de Asorey, el de la escuela del convento, en la que daba clase don Clemencio, un tipo severo que siempre me pareció que los días de más calor, sudaba escayola. En la calle Infantas tenían su relojería-joyería los hermanos Villar, Juan Manuel, que era calvo y atendía al público, y Santi, enjuto, moreno y artístico, que pedaleaba todo el rato en el fuelle del soplete y luego dejaba morirse lentamente en el crisol, como un amarillento jarabe de naranja azul, la incandescente luz de la escoria mientras enjuagaba con los dedos en su mandolina unas suaves cosas sueltas de Beethowen mezcladas con el tictac de los relojes en aquella especie de túnel de la trastienda donde pasaba el tiempo peloteando en el péndulo del cuco con la misma suave dignidad con la que se escuchaba al atardecer en el Campillo la remanente salmodia de las cadenas de las bicicletas virando hacia el taller de Moncho con el deletreo de una mariposa cristalizada como un abanico de mica entre los radios de las ruedas. Al caer la tarde salía a darse un paseo el señor Magariños, que era alto y tenía el empaque lento y distante de una estatua que saliese por prescripción facultativa de su mausoleo para recorrer con anestesia local el camino hasta La Calzada ayudado con aquel bastón de caña que convertía en morse sus pisadas sobre el braille delante de la tienda de Las Planchadoras, que eran dos viejecitas que vendían unos bollos de leche que tenían el tacto de los crustáceos y el eterno sabor de la cerámica. A veces se sentaba don Joaquín Fole en la terraza del Café Iglesias y yo me paraba a mirarle con la abstracción de quien acaba de ver por primera en su vida a un señor con pantalones blancos que vivía en Cambados pero se merecía seguramente estar sentado en el ambigú del golf de Augusta mientras su "caddy" espolvorea con los dedos cuatro briznas de césped y le mira el peinado al "swing" de las golondrinas para saber, ¡Dios Santo!, de qué lado tiran en ese preciso instante el viento y la envidia. Cuando me ponía enfermo, venía por casa de tía Pepita don Eladio Padín, aquel elegante médico de sombrero que te encontraba acetona en el aliento con el mismo interesante gesto ecléctico e internacional que si te hubiese encontrado uranio. Todavía me siento a veces en una terraza frente al pazo de los Padín e imagino que en lo alto de las escalinatas de granito aparece el ala del sombrero de don Eladio abriéndose paso, como un machete de fieltro, entre la buganvilla y la niebla, aquella niebla de Cambados, ¿recuerdas, Fausto Varela Correa, viejo amigo, recuerdas, Maruxa Durán?, aquella heráldica niebla cambadesa que velaba la costa garrapiñada de Tragove y la prosa marrón de aquellos entierros que se iban, derechitos como un "haiga" de trapo, hasta el cementerio de Santa Mariña D´Ozo, el más hermoso del mundo, un cementerio, Fausto, muchacho, destilado en aquel fértil barroco terminal al que cuando era niño, en mis sueños tía Pepita iba cada mes y medio a retirarle con una cuchara la nata al mármol de mi sepulcro...(A Lino Silva, antes de que se tarde).
Aunque parezca mentira, no revivo mi niñez llevado por un morboso instinto de resistencia al presente, sino porque la infancia es una cosa que se vive a los quince años y se disfruta treinta o cuarenta más tarde, del mismo modo que su mayor impresión nos la causa una película cuando cesa la proyección y prenden las luces. Hay personas que se rehacen al instante y otras que permanecen ensimismadas un rato en la butaca antes de aceptar la realidad puntual en detrimento de la soñolienta realidad del celuloide. A veces sales del cine con la sensación de que una parte de ti quedó atrapada para siempre en la película. En "sueños de un seductor", Woody Allen vive cautivo del influjo de "Casablanca" y se comporta como si estuviese en sus manos seducir a las mujeres con una cuidada combinación de bourbon, nostalgia y dureza, como lo hacía "Boggy", incluso empleando la misma drástica hostilidad con la que en otra película Bogart sometía a su imperio los caprichos rubios de Lisabeth Scott. Y si nos refugiamos en la infancia, muchacho, es porque la infancia es la única película en la que nadie nos puede arrebatar al mismo tiempo la frase y la chavala. Tal vez no recordemos con exactitud las cosas de entonces, pero en la duda de esa minuciosidad, tenemos la ventaja de creer que el pasado no fue exactamente como ocurrió, sino como lo recordamos, a no ser que hayamos sido como esos niños obedientes y textuales que viven al dictado y envejecen con la desoladora sensación de haberse pasado la niñez pedaleando al pie de la letra en el acta del notario. Podría servirnos de coartada la idea de que los recuerdos empiezan justamente donde acaba la memoria y podremos sobrevivir con la certeza de que no es en la precisión del termómetro, sino en la aleatoria sensibilidad de la piel, donde se mide el efecto sentimental del sol. Hay pocas sensaciones tan agradables como la que experimentan las mujeres cuando, por alguna extraña premonición, las coge el frío mientras miran de cerca el fuego. Y en eso consiste tal vez lo mejor de conmemorar la infancia: que te coja el frío mientras recuerdas con amarga felicidad el sol de entonces, los días lejanos y felices, el instante casi inconsciente en el que le pasaste por última vez la lengua al paladar salobre de una herida apenas infectada. Es curioso, cuando uno se hace definitivamente mayor, descubre que falta para el futuro mucha más distancia y mucho menos tiempo que para el pasado. A lo mejor es que a cierta edad afrontas las experiencias con un trágico sentido de la realidad, sabedor, claro, de que la muerte es una cosa que te tiene muy ocupado y no te dejará tiempo para recordar la vida. Incluso cabe la jodida posibilidad, muchacho, de que tu muerte sea la vez que más cerca estuviste de la niñez, aquel ingrávido estado del alma en el que la noche sólo era un largo fundido cinematográfico para cambiarle el peinado a las niñas y el agua al cielo estancado de las palanganas. 
Nos ocurrió a nosotros y a nuestros hijos y les ocurrirá inevitablemente a quienes vengan detrás de ellos. Recordaremos siempre la infancia como algo que ocurrió sin apenas darnos cuenta, un asunto breve y resplandeciente, algo a lo que entonces no le dimos importancia porque toda aquella belleza, tanto color, el ritmo cambiante e indoloro de un espectáculo tan maravilloso, nos pareció la superflua publicidad cuya luz solíamos aprovechar para acertar con Dios en la butaca en el cine. Luego nos sentamos, muchacho, y descubrimos con espanto que la luz verdaderamente importante era la luz del trailer, y que lo que vino luego, pasados los quince años, maldita sea, fue una larga y tediosa película que sólo resultaría inolvidable si fuese tuya la cabeza del tipo que en la butaca delante de la tuya engorda como un globo de tocino hinchado con el aliento del beso fermentado de una fulana que se inclina sobre su regazo como si acabasen de caérsele un pendiente y las amígdalas en el sifón del alcantarillado...

Nada caduca ya - Juan José Millás


Nada caduca ya - Juan José Millás
¿Cuánto dura un filete de vaca en la nevera, cuánto una merluza, cuánto un huevo de gallina? Nos habíamos despreocupado del asunto gracias a las etiquetas que marcan la caducidad, pero quizá regresen, y con más fuerza, aquellas dudas existenciales de otro tiempo.
– ¿Me lo como o no me lo como?
– Ponle un poco de ajo, que desinfecta, y fríelo.
La carne pasada se disimulaba con el sabor del ajo. Por eso en España se utiliza tanto esa liliácea, con perdón. Aseguraba un tío mío que si con un filete de pollo podre te arriesgas a una diarrea, con una sardina corrompida te mueres. Significa que el pescado dura menos que la carne, pero no sabemos cuánto. De ahí que nos pareciera un progreso que nos lo dijera el mismo que vendía el producto. He ahí una forma de responsabilidad.
– Este yogur está caducado.
– Pues tíralo a la basura.
Eso se acabó. Ahora te comes el yogur, y rebañas el bote, para agotar la caducidad hasta sus heces. La caducidad no la marcan ya la salud o el gusto, sino la necesidad.
Fíjense: en Grecia es legal desde hace unos días vender alimentos caducados. Tienen un sistema para descaducarlos consistente en rebajar su precio. No sabemos qué piensan de ello las autoridades sanitarias, si existe aún esta clase de instituciones. Primero nos dicen que los alimentos caducados se pueden comer porque solo pierden algunas de sus propiedades y a continuación se legaliza el atraco. El siguiente paso consistirá en la obligatoriedad de que los alimentos a la venta estén caducados. 
Nos referimos tanto a Grecia porque parece que es el horizonte al que tendemos. Pero nos produce mucha desazón la posibilidad de vivir en un país caducado. Un país en el que consumiéramos, además de cerdo con triquinosis y huevos de gallina apestosos, cultura descompuesta, democracia podrida, condiciones laborales declinadas, políticos fermentados. Y que todo no pareciera normal (y legal) como en Grecia resulta normal (y legal) la venta de productos alimenticios pasados de fecha. Nada caduca ya, excepto nosotros. Nos están acortando la esperanza de vida.

Blues' de Herrera - José Luis Alvite

'Blues' de Herrera - José Luis Alvite
  
Querido Al: Anoche se cumplieron años de aquella madrugada en el 'Savoy' en la que me presentaste a Carlos Herrera. Había tanta humedad en las calles de la ciudad que incluso la lluvia estaba aguada. Recuerdo que al claquetista negro le croaban los pies al bailar. Yo ya no era una chiquilla, cariño, pero le dije a tu amigo:"Así como me ves, encanto, era menor de edad cuando me levanté de la cama". Me pareció un tipo elegante y afectuoso, uno de esos hombres que si diese un mal paso en la vida y tuviese que matarte, le pondría al revólver las gotas de los ojos. Mientras hablaba me fijé en sus manos. Y juraría, Al, cariño, que en las manos de Carlos Herrera se hacían sitio los modales de Cary Grant. Cuando se hizo un silencio, escuché tus toses, Al, pero en el silencio de aquel hombre, ¡Dios!, en el silencio de aquel hombre sólo se escuchaba, como solfeo, el seseo del aire acondicionado. ¡Demasiado para una mujer como yo! Pensé que en la vida de alguien como él, una mujer como yo sólo podría entrar en los descansos para la publicidad. Iba a decirle algo pero nunca me atreví. A fin de cuentas incluso una estúpida como yo podría entender que un tipo como Carlos Herrera sólo sería feliz a mi lado mientras me confundiese con otra.No supe más de él, cariño, ni creo que vuelva a tropezarme con alguien así en lo que me quede de vida. Pero algunas madrugadas mientras conduzco hacia las afueras de la ciudad miro por el retrovisor del coche por si estuviese en el asiento su sombrero. Y entonces me arrimo al arcén bajo la lluvia. Y busco la sintonía de su voz en el ralentí del coche. Una vista aérea de Sevilla es cuanto sé de él, amigo mío, pero cada vez que veo 'Charada' sé que son sus gestos los que hacen pronunciar frente a los ojos de Audrey Hepburn las veniales manos de Cary Grant.Anoche con la humedad era navegable el aire y me acordé de entonces. ¡Qué bobada! Caminando al amanecer bajo la lluvia me pareció sentir en mis pies la víspera de los suyos.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El nadador - José Luis Alvite

El nadador - José Luis Alvite

Me senté frente al mar de Cambados al lado de mis tres vecinas adolescentes y esperé con ellas a que apareciese el nadador levantando a contraluz con sus brazadas aquella orfebrería de agua, como una estatua de linóleo que arrastrase a rebufo de sus pies una jauría de rizos verdes,un fosco rebaño de espuma. Aquel tipo se llamaba Albino y era lo mejor que le ocurría al agua mientras en el astigmatismo vespertino de la luz del día agonizaba septiembre en medio del mórbido calor de una atmósfera de ozono y orina, un denso aire farmacéutico y gutural que a mí me parecíaque salía de los pulmones gomosos de un fraile ardido. Yo las miraba y ellas no perdían de vista al nadador, que iba y venía crucificado en un agua lenta y dorada, fogoso y elegante, incansable,hasta que casi sin luz sobre el paisaje se esfumaba a sotavento y nos dejaba a los cuatro la sensación de haber visto cómo desabrochaba una y otra la marea aquel mariposista incansable y esbelto que se perdía entre la neblina mientras grapaba con sus brazos la mica de la mar en calma. Entonces yo me levantaba en silencio, me alejaba unos metros, me detenía y volvía la mirada hacia mis tres vecinas, que seguían sentadas con sus frescos vestidos de lino, ateridas de encerado placer, aguardando acaso a que con el relente de la noche volviese al tacto molusco de su sexo la porcelana pulcra de la santidad, la sequedad garrapiñada de la decencia. Después se levantarían y caminarían hasta su casa cien metros por detrás de mí –oníricas y silenciosas, adolescentes,culposas y ojivales– con la ilusión del apuesto tritón deslizándose como tinta de sepia por el cartabón de aquellos úteros góticos y pasmados en los que siempre supuse que llevaban fondeada la nutria viscosa del deseo, la ingle teologal y circunscrita de Albino, aquel nadador amniótico que salpicaba de helio la excitante atmósfera de lujuria, ozono y orina.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Hunter falls - José Luis Alvite

Hunter falls - José Luis Alvite

Fue en un sitio como Hunter Falls donde empezó de periodista el reportero Chester Newman que tanto frecuenta ahora el 'Savoy'. El director del diario local aprovechó que Chester era el hijo de la peluquera y que era en el establecimiento de su madre donde se cocía casi toda la vida social. Nunca pasaba nada en Hunter Falls.El pueblo quedaba alejado de las grandes vías de comunicación que atravesaban el país.Recuerda Chester que "el tren había que descarrilarlo para que parase". El veterano reportero del 'Clarion' cuenta a menudo cosas de Hunter Falls, como el asunto de la piscina, que la única vez que tuvo agua fue gracias al sudor del tipo encargado de limpiarle las zarzas. "Cuando veíamos un avión sobrevolar el pueblo -recuerda Chester- el reverendo Nithingale corría a la iglesia a rezar para que se desplomase allí mismo. ¡Joder, Al! -me dijo Chester- es que en Hunter Falls no había otra forma de conocer gente". Era un sitio aburrido pero limpio, extremadamente limpio.Nada se pudría bajo el sol. La gente trituraba todo para la basura, incluso trituraba la trituradora cuando se les estropeaba. Se le daba tierra a las reses tan pronto sucumbían y los perros estaban enseñados para volver a tiempo de morir en casa. Dice el viejo Newman que "gracias a tanta higiene el pueblo salió una vez retratado en el National Geographic". "Y todo, maldita sea, porque en Hunter Falls los buitres se volvieron vegetarianos. Cómo sería la cosa, amigo mío, que en la carnicería de Paddy Chayefski la carne de buitre se consideraba ternera". El tiempo que pasó en aquel pueblo no conoció Chester a otro alcalde que no fuese Steve Hyman, que murió en el cargo. Nadie quiso relevarle jamás. Dice Chester que incluso en un pueblo tan apartado como Hunter Falls, "la gente no es estúpida y conoce otras maneras deperder la reputación". El 'Examiner' de Hunter Falls cerró poco después de ausentarse Chester. Fue precisamente su cierre la noticia más leída en sus ochenta años de historia. Y la única que no tuvo réplica.

Literatura con vibrador - José Luis Alvite

Literatura con vibrador - José Luis Alvite

Conste que jamás escribo con la pretensión de convencer a nadie, ni siquiera con el deseo de que a sus 88 años mi madre sepa por fin que he conseguido en libertad la mala reputación que ella sospechaba que solo podría haber obtenido en la cárcel.Tampoco doy consejos a quienes me los piden pensando en que puedan resultarles útiles para su escritura. «Siéntate cómodo en una silla y cuenta lo que se te ocurra –le digo– sin que nadie te guíe, confiando en que te ayude tu instinto, expuesto a que lo que puedas conseguir después de largos meses de insoportable sentada tenga menos que ver con la literatura, que con las hemorroides. Ni te hagas ilusiones, ni decaigas a las primeras de cambio, como esos atletas que se agotan en el precalentamiento.Es posible que después de mucho tiempo sentado en el mismo sitio no consigas grandes resultados literarios, muchacho,pero al menos te quedará el consuelo de saber lo que se siente al ser taxista».También podría haberle dicho que en mi opinión los hábitos literarios se contraen como consecuencia de haber fracasado en otras pretensiones y que lo recomendable es tener una manera de escribir que resulte tan personal como la conciencia. Al fin y al cabo,el estilo en la escritura depende mucho de lo que uno haya vivido, leído o pensado, igual que la textura de las heces guarda sobre todo relación con lo que se haya comido y con la flora intestinal. Sean cuales sean los resultados, no hay que desanimarse jamás. Hay que afrontar el desafío literario sin pretensiones y sin perder de vista que el éxito social que uno persigue en este oficio es menos fulminante, y menos duradero,que el que habría obtenido si le hubiesen sentado bien los pantalones blancos cuando era joven. El éxito literario es un misterio tan insondable como el de la muchacha que creyó quedar embarazada teniendo sexo con su vibrador.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Aforismos - José Luis Alvite

Aforismos - José Luis Alvite
  
Yo ya lo sabía, francamente, pero Ernie se encargó de recordármelo. Me dijo anoche en el 'Savoy': "Empieza a ocurrir contigo lo que ocurrió conmigo hace más de veinte años,muchacho. Un día te ves en el espejo y comprendes que ese nuevo rasgo en tu cara no es el mohín de un pensamiento, el reflejo de un recuerdo, el rictus de una decepción, sino un síntoma nuevo, un aviso de que algo no marcha bien, la señal inequívoca de que esta vez el mal aspecto no podrás solucionarlo con jabón de tocador o una siesta, no, muchacho, sino con un tratamiento que están probando en Japón con los perros".
No se equivoca el jefe. Pasa con el cuerpo lo que con las vidas, que al final lo que te queda de las experiencias y de los conocimientos es un aforismo y dos refranes. Tu rostro ya no admite nuevas inflexiones, tonos distintos, un rasgo nuevo que acuse una felicidad inesperada, una buena noticia que ni soñabas. Tu cara agotó su cupo de novedades, amigo, y sólo te queda el espacio justo para acatar en blanco la noticia del oncólogo: "Amigo mío, no hay mucho que decir. Puedes rezarte, si ese es tu deseo, pero será tan inútil como tirarle piedras a una catedral". ¡Dios santo!, dice Ernie que al final todo lo que puedes hacer es emplear tus últimas fuerzas en alcanzar la cama y cruzar las manos sobre el pecho. Una noche me dijo Ernie que había conocido a un tipo sin manos que fue presa del cáncer y que en fase terminal estaba tan desesperado que quiso suicidarse. "No tenía fuerzas bastantes para saltar por la ventana, muchacho, así que decidió asfixiarse. ¿Y sabes que hizo? No me lo vas a creer, Al, pero aquel tipo se asfixió mordiéndose la nariz con la boca para no coger aire por ningún sitio". Aquel fulano se llamaba Jake Pallantine. Yace enterrado en Hoboken. En su epitafio puede leerse: "Sirve de poco cuidarse. Al final sólo consigues tener el peso de tu cadáver."

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La calma - José Luis Alvite

La calma - José Luis Alvite 

Siempre me gustó la gente tranquila. Como Ernie Loquasto, que usa los dedos de una mano para contar los dedos de la otra. Y dice que no tiene prisa y que de lo que se trata ahora mismo, con sus años, es de no hacer esperar al sepulturero. Me gustan los hombres como él, muchacho, la gente serena, los tipos que no pierden la calma, como Ernie, que una madrugada en el 'Savoy' me dijo que la vida consiste en alcanzar ese punto de serenidad que te permite desayunar cuando ha empezado a caer la noche. "A mi edad -dice con frecuencia- la única noticia que esperas es encontrarte en la orina el prendedor de la corbata y las amígdalas".Cuando ardió el primer 'Savoy' en el 64, el pianista se llamaba Harry Stanton y también era un tipo tranquilo. Las llamas prendieron en su piano pero Harry siguió tocando. Acabó la partitura cuando ya tenía fuego en las mangas de la camisa. Fue un incendio tan voraz que se dice que incluso ardió el agua de los bomberos. El pobre Harry murió nueve días más tarde en un hospital de la beneficencia. Las quemaduras le habían dejado irreconocible pero no perdió la calma ni el sentido del humor. La última tarde que le visitamos en el hospital, nos dijo que los médicos no le veían porvenir, salvo como combustible para la calefacción del nuevo 'Savoy'. ¡Terrible entereza!Antes de morir, Harry nos hizo una última petición: "Decidle al tipo de la funerariaque me embalsame con desodorante".Un tipo de la edad de Ernie llega a conocer a mucha gente tranquila. Como al 'crooner' Stuart Feldman, que derrochó en el juego el poco dinero que ganó como cantante, pero sin perder nunca la calma. "Le perdimos la pista en el 74, pero un tipo juró haberle visto en el desierto de Mohave. No sé si será cierto, pero también dijo que Stuart cruzó aquel erial mojando pan en la arena".Ernie guarda algunas cartas de mujeres. Son de hace unos cuantos años y se las sabe de memoria. Por eso y porque es un tipo tranquilo, me consta que Ernie es de la clase de hombre que apaga la luz para leer.

Vieneses - José Luis Alvite

Vieneses - José Luis Alvite

En Viena no hay nadie asomado en las ventanas y la gente es de una amabilidad contenida y algo fría, una cordialidad distante y profiláctica que a mí hasta me ha parecido hostil. Tampoco he visto mucho bullicio en las calles y a veces da la impresión de que son los perros quienes arrastran de paseo a sus dueños. En un recorrido por el Prater me di cuenta de que los vecinos de la capital austriaca se divierten en las atracciones del parque con la misma tristeza que si la felicidad fuese un odioso deber, un castigo que soportan motivados por una especie de abnegación colectiva. Viena resulta una ciudad hermosa y frígida, una cartesiana colección de monumentos que los turistas recorren presos de un silencio riguroso y aplastante, casi doloroso, como si disfrutasen de un placer indebido,igual que si entrasen al Paraíso por la consulta del dentista. Que a Hitler le obsesionase la anexión de Austria demuestra hasta qué punto carecía de sentido del humor el Führer, que era austriaco y había desarrollado ese carácter hosco y peculiar que yo creo que tiene menos que ver con la profundidad de pensamiento que con la mala cocina de uno de esos países centroeuropeos en los que lo que la gente vomita yo juraría que tiene mejor sabor que lo que come. A lo mejor son gente triste y convaleciente porque pagan demasiados impuestos y también porque tienen sus relaciones sexuales en riguroso silencio,de modo que en un austriaco la diferencia fonética entre un orgasmo y un derrame cerebral es casi imperceptible. A mí me han dado la impresión de ser personas saludables y ordenadas, también tremendamente aburridas, herméticas y poco comunicativas, hombres y mujeres que se lavan la cara con penicilina, se aparean sin el menor entusiasmo y engendran sus hijos con la misma disciplina que si desplegasen en el útero las alas de un murciélago.

martes, 3 de septiembre de 2013

Paddy - José Luis Alvite

Paddy - José Luis Alvite
  
Paddy Newman fue siempre un tipo demasiado cómodo. Y tranquilo, muy tranquilo. A menudo tomaba un taxi y le decía al conductor: "Lléveme a la estación de ferrocarril. Pero tómeselo con calma, amigo. Necesito perder ese maldito tren".Fue también un tipo muy descuidado. En una ocasión falsificó dinero utilizando papel higiénico. Pagó un taxi una madrugada bajo la lluvia y el dinero se deshizo en migas como un bizcocho. Cuando le echaron el guante, le dijo al detective Fuller: "No hay para tanto, detective. Me sorprendió el mal tiempo en la calle y tuve que pagar con dinero de verano, eso es todo".Paddy era más que nada un tipo avaro que contaba el dinero en cuatro idiomas para sentirse más rico. Pero odiaba verse envuelto en jaleos. Nada de querellas ni abogados. Una noche me dijo: "Muchacho, los asuntos hay que zanjarlos en privado. Hay tipos que te divorcian con un revólver. Pero de todos modos es mejor arreglar las cosas en familia. Mi mujer y yo no nos soportamos pero coexistimos. Toma nota,muchacho. Nosotros nos llevamos mal de mutuo acuerdo".Recuerdo la noche que Paddy se acarameló con Terry. Le dijo que la amaba y le escribió un poema en su estilo aritmético. Un poema lleno de números. Terry le miró y le dijo: "Vamos, Paddy, una mujer como yo lo que espera de un hombre es un ramo de flores, no la raíz cuadrada de los presupuestos del Pentágono".El último negocio de Paddy fue un restaurante de mala fama en el que Al Capone tendría que entrar con sus padres. El servicio era deplorable y la cantante habría mejorado amordazada. Pero era un sitio barato, el más barato que conoció Ernie en toda su vida. Una madrugada me explicó el secreto. Me dijo: "En el local de Paddy se dice que asan la carne en una escupidera. La rata más pequeña se merece un chófer. El menúes escaso. Te quedas hambriento como si te hubiesen puesto de cena la sonrisa dela Gioconda. Pero es barato. Muchacho, tiene que ser barato un club en el que tu cena la calienta el jefe sentándose en ella".

lunes, 2 de septiembre de 2013

Luz leporina - José Luis Alvite

Luz leporina - José Luis Alvite
  
Hay tipos que tuvieron una vida muy ajetreada y se les nota en la cara. Del implacable Jerry Brewster se dice que estuvo en más peleas de las que vio delante. Se le nota nada más mirarle a la cara. Con razón una madrugada que se tomó libre en el 'Savoy', me dijo que la sonrisa era su única cicatriz de nacimiento. En el 74 le dieron tal paliza y le dejaron tan desfigurado, que su perro le estuvo ladrando quince días seguidos. Al maldito Jerry no le cambian los hematomas del rostro. El médico que le intervino en un hospital de la beneficencia dijo que lo más laborioso había sido volver a meterle todas las facciones en la cara. Si alguien le sacudiese ahora, sólo conseguiría cambiarle la fealdad de sitio. Jerry es un tipo imperturbable, pero una corista que salió con él, comentó en el 'Savoy' que el rostro de Brewster tenía tantas marcas que una vez que le vio llorar, las lágrimas tardaron doce minutos en llegarle desde los ojos hasta la barbilla. Con los terribles golpes acumulados en su dilatada carrera como matón, a Jerry le encajan mal las mandíbulas y cuando bromea con él, Ernie suele decirle que un tipo así no es bueno para confiarle un secreto porque se le caerían las palabras por la comisura de los labios mientras durmiese. Jerry acataba las bromas del jefe con aquella vaga sonrisa partida en la que divagaba una mezcla de resignación, tristeza y rencor. Se sentía un tipo demasiado marcado. Hay rostros inocentes que parece que nunca vieron sangre fuera de las venas y hay tipos culpables de oficio, como Jerry, gente con cuyos rasgos la Policía intenta siempre resolver de un plumazo los asuntos pendientes. Cada vez que le sometían a una rueda de identificación, los testigos y las víctimas no se ponían de acuerdo porque todos habían visto aquel rostro en ciudades distintas y a horas diferentes. A veces la lluvia hace espuma en el jabón cautivo entre las cicatrices de su rostro. Pero algunas noches la atmósfera del 'Savoy' le añade a su rostro la leporina luz de ese extraño encanto que siempre le encuentran las mujeres a los hombres en cuya sonrisa ciega bosteza la muerte.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El gato - José Luis Alvite

El gato - José Luis Alvite
  
Puedo vivir con poco. Me sé el Padrenuestro con baches pero a veces por las noches en la carretera se me escapa y rezo para que mis ojos no duren menos que las flores. En ocasiones para sentirme acompañado me echo a oscuras a la Autopista del Atlántico y corro a cántaros debajo de los aviones. Cuando me siento muy solo, más solo que otras veces, malgasto mi tiempo viajando a granel bajo el cheviot de la noche estrellada. Ocurrió anoche mismo. Estaba desolado por algunas cosas personales.Casi ni me tenía sentado. Estaba tan destrozado, ¡Dios!, que me costaba escupir dentro de mi propia boca. Hice por pensar pero sólo se me ocurrió que el matrimonio tendría que ser causa de divorcio.Me consuela que hay gente que lo tiene peor. A una amiga mía sus hijos le llevaron de regalo al hospital un vestido largo justo el día que acababan de amputarle las piernas. ¡Joder!, cuando quiso ponerse en pie, le llegaba el suelo a la cintura.Lo supe por su hijo. Era un buen muchacho que no estaba muy al tanto de la enfermedad de su madre. Me contó el muchacho que cuando lo del vestido, corrió al mar y buceó en la penumbra para llorar a solas.Conocí en el 'Savoy' algunos casos tristes. Recuerdo ahora a la pobre Kate Hellman. Adoraba los gatos. De jovencita se mantenía delgada corriendo detrás de un afgano que le habían regalado sus padres. En 1974 una parálisis la clavó en una silla de ruedas. "Sólo soy el agujero más alto de la ciudad", decía.Una madrugada en el club recuerdo que me dijo Kate: "¡Por el amor de Dios, Al!, de jovencita aspiraba a mirar el horizonte subida a mis hombros, y ahora, encanto,ahora resulta que he alcanzado la trágica velocidad del mármol". ¡Pobre Kate! En la Navidad del 75 los muchachos del 'Savoy' hicimos una derrama. Queríamos verla otra vez contenta. Kate se había desprendido de su último gato porque no podía alcanzarlo cuando corría. Lo de aquella noche fue una sublime y dolorosa decisión: a la dulce Kate le regalamos un gato sin patas.