sábado, 31 de octubre de 2020

Confinamiento inteligente - Alberto Estella Goytre

 Confinamiento inteligente - Alberto Estella Goytre

Habrá que someterse a lo que manda la Junta de Castilla y León, aunque no nos convenza. Estamos en un perímetro que abarca toda la Comunidad Autónoma, región cuya superficie es la mayor de Europa, de suerte que no deberíamos padecer esa especie de claustrofobia que se ha apoderado de muchos de nosotros. La disposición no nos confina, no nos mete en la cárcel, ni en un zulo etarra. No tenemos que andar de un lado para otro, arriba y abajo, como el pobre Revilla, que en un cuchitril de poquitos metros cuadrados, antes de ser liberado, se había hecho la maratón. Tampoco nos meten en “el cuarto oscuro”, con el que se castigaba antañazo. En mi casa era un ropero sin ventanas, que visité algunas ocasiones. (Un hermano, rebelde a la medida, aprovechando que una baldosa se movía, levantó todo el suelo con las uñas). Pero entonces aceptábamos la disciplina colegial y la casera. Ahora es muy distinto. Un padre con ganas de presumir de autoridad ante un amigo, ve llegar al mayor y quiere hacer una demostración: ¿A qué hora vas a volver a casa esta noche, hijo? Respuesta: ¡A la que me salga de los cojones! El progenitor, corrido, solo pudo añadir: ¡Pero ni un minuto más! Si la autoridad fuera de las que controlan el cumplimiento del toque de queda, la reacción sería análoga y puede que seguida de insultos y amenazas.

Mientras se decreta el confinamiento domiciliario programado —que está enseñando los dientes—, Mañueco nos ha invitado al “auto-confinamiento inteligente”. Tiene razón. Los espabilados ya lo practican y los apocados porque ya están muertos, pero de miedo, y se han refugiado en el burladero, que en este caso es su casa, algunos la segunda vivienda. El problema son los desorientados, como ese conductor octogenario que se mete en la autovía a contramano, y los que no saben ni que norma acatar, ni como interpretarla, a costa de la diarrea legislativa. De ahí viene el meme de la madre que, cuando su hija le pregunta a qué hora vuelve, le dice “no sé, mira el Boletín Oficial del Estado”. Las preguntas a los servicios oficiales son tan chuscas como ¿puedo salir a comprar condones?, ¿puedo ir a regar mis chirimoyos?; tengo la novia en Vilar-Formoso y yo vivo en Fuentes de Oñoro, ¿puedo atravesar la frontera para verla?... No sé si el Colegio de Abogados y el Ayuntamiento tendrían que montar un turno de oficio telefónico y gratuito para atender las numerosas dudas.

Cuestión distinta son los rebeldes, quienes confunden el derecho constitucional al libre tránsito con el derecho a contagiar al prójimo. A ellos hay que añadir los ceporros, zoquetes, cenutrios, quienes justifican su insensatez con algunos sofismas como este: “Pues si los Pujol no están todavía en la cárcel y los terroristas y autores del golpe de Estado catalán van a salir ya, ¡hala!, me voy de festuqui y botellón”. Castilla y León es la primera de España en calidad de enseñanza, pero todos sabemos que “lo que natura no da, Salamanca no presta”. Acabaremos encerrados nuevamente, por la virulencia del bicho y por las imprudencias —por no llamarles delitos—, de unos pocos irresponsables —por no decir delincuentes—.

El confinamiento voluntario que sugiere Mañueco —y en poco tiempo ordenará—, puede ser incluso gratificante. Conozco monjas que llevan 75 años en clausura y son felices. Lo grave son los contagiados que han pasado ya por el hospital y padecen secuelas, los que hoy llenan ya las UVI, y sobre todo los muertos. Ahora que vienen los días de los Santos y los Difuntos, nunca ha habido tantos que llorar. La pandemia le ha costado la vida a más de cuatro amigos, más jóvenes, más sanos. No he podido acudir siquiera a su funeral y sus rostros se me aparecen diariamente. Pero no tengo vena poética para componerles una elegía. Me sirvo de la muy conocida, de Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé, porque el poeta nació precisamente un 30 de octubre (hace 110 años), su amigo del alma murió como los contagiados —“se me ha muerto como del rayo” reza la dedicatoria—, y porque es una de las más hermosas que conozco. El de Orihuela confiesa “tanto dolor se agrupa en mi costado/que por doler me duele hasta el aliento”. En fin, a los fallecidos en casa, la residencia, o el hospital, se les puede aplicar dolorosamente la estrofa: “Un manotazo duro, un golpe helado,/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal te ha derribado”. Cuando aún teníamos que hablar de tantas cosas, compañeros del alma, compañeros.

viernes, 30 de octubre de 2020

Generación Covid - Juan Carlos Laviana

 Generación Covid - Juan Carlos Laviana

Estigmatizados como irresponsables y vagos, los “pandemials” se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbres

Mucho se habla de cómo la pandemia se está llevando por delante a la generación de españoles que se sacrificó para que llegáramos hasta aquí. Es decir, a los viejos. Mucho menos se habla de la generación que ahora comienza a ejercer como tal, es decir, a estudiar o a trabajar, y a los que la pandemia les está hurtando, si no la vida, sí una parte decisiva: la de prepararse para el futuro y dar los primeros pasos profesionales. Es decir, los jóvenes.

Ya se les llama pandemials o generación covid. Se vaticina que los jóvenes ahora en la universidad o comenzando a trabajar sufrirán una lacra para toda la vida. No solo por el impacto de la pandemia en sus vidas –viendo enfermar o morir a sus padres y abuelos o cayendo ellos mismos enfermos–, sino también por el impacto brutal que el tiempo perdido en este interminable paréntesis tendrá en su formación y en su salto al mercado laboral, y, por tanto, en su futuro.

Contaba la pasada semana el periodista chileno John Müller que la matrícula pregrado en Estados Unidos se había reducido en un 16,1% y el número total de universitarios en un 4%. Las facultades españolas más exigentes tuvieron que elevar este curso sus notas de corte para el acceso por la fundada sospecha de que tanto en el Bachillerato como en la EBAU se había abierto demasiado la mano, dadas las especiales circunstancias a las que los alumnos se habían tenido que enfrentar. En el futuro, se mirarán con lupa los currículum de estas promociones, de las correspondientes a 2020 y años sucesivos, porque lo que está por venir pinta peor. El pedagogo Gregorio Luri lo resumía esta semana afirmando que “la generación pandemial tendrá una mancha en su currículum”.

Si añadimos las nuevas trabas a la movilidad, la merma en la formación resulta brutal. El cierre de fronteras no solo ha supuesto un portazo al turismo, sino a los movimientos de los Erasmus, a los intercambios con universidades extranjeras y a las becas que permitían a nuestros estudiantes completar sus estudios en el extranjero.

En el mundo laboral, los datos no son más alentadores. No solo las empresas se encuentran en estado de hibernación y, por tanto, con las contrataciones en suspenso, sino que además, según un informe publicado por la red social Linkedin, los ascensos se ha reducido en un 40%, así que los recién llegados se enfrentan a un tapón que les impedirá progresar durante años. Y, por si esto no fuera ya suficiente, el recurso de ir a trabajar fuera de nuevo aparece vetado por la movilidad restringida.

Ni Zoom, ni Skype, ni las mágicas soluciones digitales van a remediar este retroceso sin precedentes. El paréntesis en el que vivimos lleva camino de no cerrarse y, por tanto, de dejar de ser paréntesis para convertirse en unos amenazantes puntos suspensivos.

Esta generación cuenta, además, con un hándicap añadido. Sobre los pandemials ha caído el estigma de ser irresponsables, de carecer de una cultura del esfuerzo, de que consiguen los títulos aun habiendo suspendido, de que se pasan la vida en un eterno botellón o en mastodónticas fiestas en colegios mayores, de que aborrecen las mascarillas y ponen en riesgo la vida de quienes les rodean. No hay más que ver las imágenes de ciudades universitarias como Salamanca o Granada, con las que se intenta convertir en general lo que solo era excepción.

Se les ha colgado el sambenito de ser una generación poco sociable, de vivir aislados, encerrados en el microcosmos de sus móviles. Y la nueva situación ha venido a agravar el problema. Si no les dejamos ir a clase, si les instamos a hacer vida de campus o patios de colegio virtuales, se encerrarán más en sí mismos. Qué razón tiene la rectora de Granada cuando denuncia que “cierran las aulas y dejan abiertos los bares.”

Hace apenas unos meses, debatíamos sobre si esta iba a ser la primera generación en mucho tiempo que iba a vivir peor que la de sus padres. Hoy ya se ha acabado el debate. Vivirán peor, como han vivido peor las generaciones a las que una convulsión les ha restado años de vida: la generación que vivió la guerra, la generación que padeció la hambruna del 41 y, ahora, la generación que padeció el coronavirus. El presidente Macron lo plasmó en un lema digno de estamparse en una camiseta: “Es duro tener 20 años en 2020”.

lunes, 26 de octubre de 2020

Hasta luego a la spanish way of life - Pablo Montes

 Hasta luego a la spanish way of life - Pablo Montes

El estilo de vida español o lo que los modernos llaman ‘spanish way of life’ ha recibido un misil en su línea de flotación. Nuestra manera de entender el ocio y las relaciones personales tan envidiada en medio mundo se ha convertido en un enemigo cruel. Y eso no quiere decir que en España estemos equivocados. O que a partir de ahora tengamos que despedirnos por los restos del ‘café torero’, las cañas con la pandilla al salir del curro, el pincho de tortilla en barra, el vermú de los domingos, las opíparas cenas en la bodega de un colega o los besos y los abrazos a diestro y siniestro. Espero y deseo que solo sea un “hasta luego”. Pero eso sí, un hasta luego de verdad. No nos aferremos a un imposible y nos creamos más listos que nadie. Nos guste o no, la pandemia y esas costumbres tan arraigadas son como el agua y el aceite. Creo que ocho meses de tortura deberían ser más que suficientes para aceptarlo. Nos va la vida y la cartera en ello.

Con la experiencia acumulada, sería de obtusos seguir tomando medidas bajo un prisma español. Nuestras costumbres se tienen que amoldar a la nueva realidad y no al contrario. Es la única forma de que, por ejemplo, la hostelería sobreviva. Es demoledor decirlo así, pero durante un tiempo solo podremos ir a los bares solos o con las personas que convivamos. Ni más, ni menos. Si nos empeñamos en que sigan siendo centros sociales donde reunirnos con cuarenta y la abuela, la abuela acabará bajo tierra y el bar, con el cartel de ‘se traspasa’. Esa será la única forma de salvar a la hostelería. Porque si algo queda claro es que los bares y restaurantes no son focos de contagios por sí solos. Lo son cuando vamos a ellos con Paco, Pepe y el de la moto y nos ponemos a parlotear sin mascarilla como si no hubiera un mañana.

Después de dos días enfrascados en una absurda moción de censura, el jueves tuve claro que las palabras de Ana Oramas en el Congreso habían dado en el clavo. Somos un país fallido. Ese día, el Consejo Interterritorial de Salud no fue capaz de finalizar con una voz única para la aplicación inmediata del toque de queda. Al siguiente, el felón Pedro Sánchez nos regaló uno de sus vergonzosos discursos vacíos cuando horas antes, el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, había sido claro: “no podemos esperar ni un día más”. Se quedó incluso corto, ya que en cuestión de tres semanas el sistema sanitario va a colapsar. En ese momento no nos quedará otra que volver al dramático confinamiento de marzo. Afortunadamente el viernes Castilla y León dio una nueva lección y se anticipó con una medida necesaria e imprescindible a la que se oponen los que se aferran a la ‘spanish way of life’. ¿Por qué? Porque nuestra cultura nos dice que hay que estar a las once de la noche pululando por la calle y meternos en el ‘sobre ‘a la una. Lo siento, pero ahora no toca. El toque de queda es una herramienta vital para controlar uno de los focos principales de contagio en Salamanca: las juergas juveniles. Porque los datos siguen siendo demoledores. En el área de salud donde residen gran parte de los universitarios, San Bernardo y Oeste, la incidencia acumulada es de 131,5 casos por cada 10.000 habitantes con 271 positivos en los últimos siete días. Los que conocemos bien esa zona sabemos que la mayoría de sus residentes son personas mayores y estudiantes. Si los datos correspondieran a los primeros, ya no quedaría vivo ni el apuntador.

Con la pandemia desbocada es de necios soñar con una Navidad ‘typical spanish’. Es desalentador, pero la cena de Nochebuena tendrá que ser como una más. Pretender meter en casa a los padres, abuelos, primos y cuñados será una garantía de que el día de Reyes, el único ‘regalo’ que traerán los Magos de Oriente será el funeral de un ser querido. Así de crudo. Así de real.

Me encanta mi país y su cultura. No quiero ser un alemán o un nórdico hasta el fin de mis días. Pero ahora toca cambiarnos de chaqueta durante algún tiempo. Decirle hasta luego a una forma de vida maravillosa que debemos aparcar si queremos soñar con recuperarla.

viernes, 23 de octubre de 2020

El milagro de los penes y los palotes - Olga Seco

 El milagro de los penes y los palotes - Olga Seco


Los ojos son la voluntad que le da forma a la vida. Pero por desgracia, lo que vemos, no siempre exalta el lado más convincente de la inteligencia. Es curioso, con ellos podemos distinguir la sensibilidad; podemos leer el libro más absurdo e incluso ver el lado más generoso del amor. Me refiero a ver bonito lo feo, y con color, lo gris y pardo. Además (por si fuera poco) con los ojos podemos participar de la insistencia sin que se note. Ya lo creo, ya... Los mirones se animan solos, cualquier ocasión es buena para darle sentido al término. Muchas veces (sonrío) se reconocen tanto en lo que miran que pueden llegar a excitarse. Pero excitarse de verdad. La entrepierna afirma lo que pretendemos negar con nuestro silencio.

Hace pocos días, con el último canto del gallo casi reciente, me fui a tomar café a un bar. Era pronto, aún la noche imponía su autoridad y el día ni tan siquiera recelaba de ella. No estaba muy concurrido, por lo tanto, era posible identificar todas las presencias y sin hacer esfuerzo. Desde el ángulo natural de la mesa, pude ver que yo era la única mujer en el bar que alumbraba con café el amanecer. El resto era todo hombres; unos tomaban café y otros copas de lo que fuera. Animados con “sus cosas” hablaban y hablaban. Menos uno, sí, uno que estaba solo y supongo que por aburrimiento no paraba de mirarme. Comprendí (sonrío) que me estaba desnudando con la mirada y con la discontinuidad del hecho no me quedó más remedio que dejarme. Al rato llegaron dos hombres y se pusieron a su lado. Los tres llevaban el mismo mono de trabajo; de forma natural, el mirón dejó de mirarme, pero no sabía yo que lo “mejor” estaba por venir... Entre risas escucho: “Joder, tío, ¿qué te ha pasado hoy que estás “to” palote?” Al escuchar semejante cosa, no pude contener la risa, por lo visto: los ojos son igual que las tiendas de chucherías. Ya ven, con ellos, se pueden convertir los penes en palotes.

Deseo inconfesables - Juan José Millás

 Deseos inconfesables - Juan José Millás

Aparece el gato en casa con un conejo muerto. Ayer trajo una paloma. Se pasa la vida haciéndonos regalos que dan asco. No acierta, el pobre. A ver cuándo aparece con un iPhone. Por la tarde voy a cortarme el pelo y la peluquera me cuenta que ha visto un gato con un conejo en la boca cruzando la calle. Le oculto que es mi gato. La peluquera tiene un hijo pequeño que deja al cuidado de los abuelos. De otro modo, no podría trabajar, me dice. Lleva una mascarilla de doble filtro, para protegerse doblemente del virus. De vez en cuando, se detiene y me mira a los ojos para decirme algo que considera de especial importancia. Por ejemplo:

–¿Usted ha deseado que un hijo suyo se muriera?

–Yo no –le digo.

–Pues yo sí –añade elevando las tijeras con la punta hacia arriba.

Se arrepiente de ese deseo, pero el psicólogo le ha dicho que no debe avergonzarse de él.

–Los deseos son deseos y nada más que deseos –concluye–. También he deseado que me toque la lotería y ya ve usted.

Dicho esto, reinicia el trabajo con toda naturalidad. Me pregunto cómo hemos llegado del gato con el conejo muerto al deseo de la muerte del hijo.

Tras unos instantes de silencio, me pregunta si yo tengo deseos inconfesables. Le digo que sí y me mira a través del espejo, como a la espera de que los enumere, pero me da vergüenza, claro.

–Me da vergüenza –digo.

–La vergüenza no va a ninguna parte –dice ella.

–El gato que has visto esta mañana cruzando la calle con un conejo muerto es mío –confieso.

–Pero eso no es un deseo –dice.

–El deseo es que al gato lo atropelle un coche. No me gusta que se pase el día por ahí y vuelva con palomas y conejos muertos.

–¿También mata palomas?

–También.

Sugiere aclararme un poco el pelo y le digo que no. Al llegar a casa, el gato está tumbado en el sofá.

–He hablado de ti con la peluquera –le digo.

Vox a voces - DavidTorres

 Vox a voces - DavidTorres


Hasta la fecha, la mayor demostración de oratoria de Vox tuvo lugar en mayo, Castellana arriba y Castellana abajo, con todos sus forofos montados en coche y tocando el claxon. A la gravísima falta de respeto que, según ellos, constituía la inacción de este gobierno de rojos contra una plaga de origen feminista, respondieron mediante una algarabía de bocinazos en la que sus líderes, encaramados a la cúspide del estruendo, rebosaban éxtasis y felicidad, como si estuvieran celebrando una goleada en un partido de fútbol en vez de protestando por la mala gestión de una pandemia que contabilizaba ya miles y miles de muertos. Probablemente se liaron entre unas cosas y otras. Probablemente el espíritu de duelo nacional se esfumó al caer en la cuenta de que estaban en la antaño llamada Avenida del Generalísimo.

Por lo que dijo ayer en el Congreso de los Diputados, Santiago Abascal bien pudo haber subido con un coche a la tribuna y ponerse a pegar bocinazos. Casi mejor hubiera sido que subiera únicamente con la bocina y se dedicase a apretarla como un loco, al estilo de Harpo Marx cuando veía un pastel de chocolate o corría detrás de una mujer aterrorizada. Varias horas de bocinazos clamorosos e histéricos habrían sido más elocuentes, más entretenidos y sobre todo más veraces que esa interminable sucesión de mentiras y jeremiadas, desde estadísticas falsas a acusaciones de fraude electoral, pasando por la fabricación de un virus chino y exportado por vía aérea. Una verdadera lástima que ni el reglamento ni el protocolo del hemiciclo lo permitan porque, convenientemente ataviado con un sombrero y una peluca color zanahoria, Abascal habría ganado muchos puntos como orador.

De hecho, hace ya varias décadas, otro político de la misma escuela ideológica de Abascal trepó a la tribuna tocado de un tricornio, sacó una pistola, pegó varios tiros al techo y gritó un escueto: "¡Quieto todo el mundo!" La ultraderecha no es que tenga muchas ideas que ofrecer a la ciudadanía, ni en medio de una crisis galopante, ni en medio de una pandemia mundial, ni en medio de una verbena, pero al menos hay una que tienen clarísima: hay que quitar del poder a estos rojos de mierda, que van a arruinar España y nos van a llenar esto de ateos, de pobres y de moros. El coronel Tejero lo dijo con muchas menos palabras y, poco antes de la moción de censura, en una televisión pública, el vicepresidente del partido, Ortega Smith recordó que Franco ganaba elecciones con mucha más legitimidad moral que las celebradas durante la República: "Otra cosa es si eran democráticas o no, pero siempre las ganaba el régimen". Sus declaraciones podían ser atribuidas tanto a los grumos del virus chino como a la costumbre de la ultraderecha de tomar el parlamento por asalto.

Aparte del papelón, el bochorno y el espectáculo, no es que la moción de censura presentada ayer desde lo más hondo de la caverna vaya a servir de mucho, excepto para ver si Pablo Casado sale por una vez de ella y guiña los ojos cara al sol, o bien se junta con sus correligionarios hasta las últimas consecuencias y montan otra vez una sucursal de Atapuerca. Al fin y al cabo, Vox no es más que una rama desgajada del gran tronco del PP, dos hermanos que, entre pacto y pacto, bien pueden acabar a golpes, como Caín y Abel, Rómulo y Remo o Chicolini y Pinky.

jueves, 22 de octubre de 2020

La derecha como virus - David Torres

La derecha como virus - David Torres


Una de las ventajas de las bacterias y los virus es su capacidad de adaptación, de aprovechar cualquier medio para proliferar y recombinarse, de manera que sortean obstáculos, anticuerpos, antibióticos y sistemas inmunológicos con el único fin de perdurar y reproducirse, que es a lo que venimos todos a este mundo, sólo que si eres un virus tampoco es que tengas muchas más preocupaciones. Como carecen de ojos y orejas, no les hacen falta ofertas culturales, museos ni bibliotecas ni cines ni salas de conciertos; como no hay nada que discutir, no necesitan un parlamento ni una constitución; y tampoco deben preocuparse de buscar casa porque, por el mismo precio, el huésped les ofrece manutención y alojamiento. Y a vivir, que son dos días.

La derecha española se parece bastante a ciertos virus, no sólo en su olímpico desprecio por la cultura (no digamos ya por las bibliotecas, los conciertos o los cines), sino en su habilidad para pactar con lo que sea, dependiendo del momento y del lugar, ya sean nacionalistas, independentistas e incluso los etarras de Bildu, una opción que les escandaliza mucho y que parecía exclusiva de las bacterias de izquierda. Uno de sus grandes éxitos evolutivos consiste en haber estirado su ADN desde el franquismo más recalcitrante hasta el neoliberalismo de nuevo cuño, de modo que aunque parezcan estar peleándose todo el día por ver cuál de ellos es más patriota y más facha, en realidad forman gobiernos de coalición con una facilidad asombrosa, ya sea entre Ciudadanos y PP, entre PP y Vox, o los tres juntos pero no revueltos, que es como mejor funcionan.

En su feroz lucha por la supremacía en las urnas, el virus de la derecha no le hace ascos a nada: lo mismo le da usar el terrorismo yihadista que los inmigrantes ilegales, los manteros que los okupas, emplear como arma arrojadiza los muertos de ETA que el cadáver sagrado de Miguel Ángel Blanco para insuflar dinero a la trama Gürtel. Se trata de un auténtico milagro del oportunismo político y por eso no debe extrañarnos que estos últimos meses también hayan recurrido a la pandemia mundial del coronavirus como palanca donde apoyarse para atacar y minar un gobierno de coalición de izquierdas, una estrategia que ha llenado de pasmo y admiración a los expertos del mundo entero.

En el límite mismo del travestismo biológico se halla la figura de Isabel Díaz Ayuso, una mujer capaz de poner los restaurantes por delante de los hospitales e incluso de los cementerios, y de proclamarse cercada tanto por el gobierno como por el coronavirus: llegó a decir que si los bares cerraban, la gente iba a volver a casa a contagiar a sus familias, con lo que parecía a punto de cumplir el sueño húmedo de tantos madrileños, felices por apalancarse en la barra de un bar hasta el último aliento. Es normal que muchos ciudadanos se vuelvan locos ante la perspectiva de vivir en un botellón continuo, sin restricciones ni horarios, aunque su penúltima vuelta de campana al sopesar la petición de solicitar el toque de queda en toda España ha caído como un jarro de agua fría en una palangana de calimocho.

miércoles, 21 de octubre de 2020

El precio de las mascarillas - José María de Loma

 El precio de las mascarillas - José María de Loma


Se ha ido un señor a Portugal, ha comprado un paquete de veinte mascarillas y ha pagado 1,74 euros. Lo siguiente que ha hecho no es ponerse una. Ha sido colgar un vídeo. Y se ha hecho viral. Un virus viral en tiempo de virus que versa sobre el virus. Las mascarillas en España son muchísimos más caras. Hasta casi un euro una. Ese paquete podría haber costado en nuestro país 19 euros. La clave está en el IVA.

Mientras en Portugal se ha aprobado un decreto por el que a las mascarillas quirúrgicas se le aplica un 6%, en España el impuesto para los productos sanitarios se fija en el 21%. Están demasiado ocupados en intercambiarse jueces. También en otros países la mascarilla o barbijo, delicioso término, son más baratas. Luego dicen que las cambiemos con frecuencia, que las quirúrgicas solo valen para cuatro horas. Apueste a que mucha de la gente que ve lleva la misma del día antes. No se cambian de calzoncillos van a cambiarse de mascarilla.

Con las mascarillas nos clavan por la cara. La mascarilla es un artículo de primera necesidad pero alguien se está lucrando y además se permite la especulación. Se nos están desabrochando las orejas pero también se nos están vaciando los bolsillos. Los que oyen mal lo tienen más difícil: es complicado leer los labios a quien lleva mascarilla. Sin embargo, es imposible hacerse el sordo cuando nos dicen el precio. La mascarilla nos esconde la sonrisa, pero es que no hay nada de qué reírse.

El presupuesto para mascarillas se nos va de las manos (y de la cara) y habrá quien a fin de mes tenga que llevar una hecha en casa, tal vez chapuceramente, con una bufanda. Decía Gómez de la Serna que la bufanda es para los que bufan de frío. Se ven aún pocas bufandas, prenda que un torpe greguerista definiría como gusanotes amigables. Hay escritores que son en realidad una bufanda. Algunas bufandas vienen con su escritor adherido y no hay manera de echarlas al cuello, así que es mejor llevarte al escritor de cañas. Va a ser difícil que este invierno nos entre frío por la boca. En boca con mascarillas no entran moscas. Por si las moscas conviene preguntar en varios establecimiento por los precios, dado que ya se venden también en los súper y otros lugares. Quién indemniza a los fabricantes de pintalabios.

El que cree que una mascarilla debe llevar una bandera no cae en la cuenta de que él se convierte en un mástil. El calvo con mascarilla negra sueña con invertir los términos. Los negacionistas llevan mascarilla en el cerebro. A los acostumbrados a llevar bozal no les extraña este tiempo.

lunes, 19 de octubre de 2020

El club de pijos - Salvador Sostres


El club de pijos - Salvador Sostres


 fueron, pese a sus ínfulas, estos pijos de barrio. Su idea de arte, de belleza y de amor es llevar a sus hijas a la escuela de danza Esther Bosch para que les enseñen a arrastrarse como gogós. Entre el Círculo del Liceo y el Tennis Barcelona, entre la humillante carraca de lo que queda del Grupo Tragaluz y esta reciente última pregunta de la gastronomía que se llama Harry’s -por ver si alguno de sus fatuos clientes se traga en su ignorancia que es el de Venecia- son el colectivo más hortera y cobarde de Europa. Hay burdeles en los que tienes que pagar mucho dinero para que alguien se deje hacer lo que se han dejado hacer estos idiotas. Su aldeanismo es el reverso de su pretensión. Ya no existe la burguesía catalana, porque unos se vendieron las empresas y los otros se escondieron en una cínica neutralidad que les convirtió en cómplices del naufragio. Eso los que no se dedicaron abiertamente a patrocinarlo, diciendo que no querían la independencia pero que pagaban «por si acaso». Faltaron a su deber de liderazgo social, farfullando como viejas lo que no tuvieron la virilidad de decir en voz alta. Luego se hacen las indignadas cuando les retratan en su miseria, pero por culpa de su inhibición nos mandan fanáticos leñadores de Vic y de Gerona. Cataluña ha caído porque los que tenían que poner orden y decir «basta» son unos cretinos con demasiado orgullo para tan poca dignidad. Dimitieron de su clase social, que era la última que les quedaba, porque a la intelectual nunca fueron llamados. El club de pijos de Barcelona es la vergüenza del mundo libre, la necedad que arruina cualquier propósito, la arrogancia y la dejadez en su punto exacto para que el mal pueda desplegar meticulosamente su plan.

sábado, 10 de octubre de 2020

Rastreo de resentidos - Juan Carlos García Regalado

Rastreo de resentidos - Juan Carlos García Regalado


A estas alturas de crisis sanitaria, a estas alturas del siglo XXI -el siglo fallido, tan lejos de lo que sobre él habíamos soñado de niños-, lo de menos, lo menos preocupante, sinceramente, es el virus. El virus, de hecho, ya no es más que un pretexto, la coartada de un grupo salvaje de políticos que están asolando el mundo, con España a la cabeza, en una carrera de dementes y malvados que sólo buscan el empobrecimiento social y el fin de las libertades. Y no lo digo yo, lo dicen ellos, pues ya no esconden sus intenciones, así de siniestros se muestran; lo dicen también algunos periodistas (otros viven estabulados en el gulag ideológico progre-burgués de sus amos). Lo sabemos todos, sobre todo los que quedamos, cada vez menos, con los pies en el suelo, con la cabeza en su sitio, con una idea clara sobre el bien y el mal. Si hace mil años ya se decía que los muros de los manicomios se hacían no para que no se escaparan los locos, sino para que no entrasen más, imagínense en estos días. Y sin manicomios que estamos...

Y mientras escribo esto (jueves 8, 23:05 horas) me llega un mensaje de un amigo: “nos gobierna un jodido psicópata”. Y la noticia que sustenta su enfado, su terror (que es el mío), se refiere a la convocatoria de un Consejo de Ministros extraordinario para declarar el estado de alarma en Madrid y acabar así con la decisión judicial de levantar el cierre de la capital decretado manu militari por Sanidad. Para la Justicia, dicho cierre (como el confinamiento de marzo, a mi juicio) conculcaba “derechos fundamentales” de los ciudadanos. Pero ahí están estos chalados para cargarse, ya sin disimulo alguno, la independencia judicial. ¿Qué más queremos, qué más tendremos que ver?, ¿qué más puede ocurrir?, ¿hasta dónde piensan llevar estos descerebrados la destrucción del Estado y por tanto de nuestras vidas? No hay derecho y alguien tiene que parar todo esto y a todos estos. Insisto una columna más: están en juego la democracia, las libertades, el bienestar y la paz. La paz.

¿A qué esperamos para tomar las calles y reclamar la caída de este Gobierno totalitario? Ahora mismo España no es una democracia. Es una pura dictadura liderada por resentidos y parásitos. Gente con muy mal fondo. Y no hacen falta rastreadores para identificar la parada y fonda de los ciudadanos infectados por el coronavirus, hacen falta rastreadores de gilipollas, de canallas, de chaqueteros, de paletos, de gente que sólo ha nacido para odiar, para desear todo mal al prójimo, a la bandera, a la nación. A la libertad.

viernes, 9 de octubre de 2020

Confinar no sale gratis - Luis Ventoso

 Confinar no sale gratis - Luis Ventoso

La única alternativa de Sánchez provoca daños colaterales

El manifiesto se llama Declaración de Great Barrington, por el pueblo de Massachusetts donde se firmó. Y lo que viene a decir es que mientras no llegue la vacuna, las actuales políticas de confinamiento hacen a la postre más daño que bien. De entrada se paga un gran peaje sanitario: cae la vacunación infantil, empeora el tratamiento de los enfermos de corazón y cáncer -por ejemplo se realizan menos escáneres- y con los encierros han aumentado los problemas de salud mental. Los confinamientos, vaticinan, provocarán un exceso de mortalidad en años venideros. Además, añado de mi cosecha, existe un precio económico (los negocios minoristas se ven arrasados y se ha cegado la demanda); y también un precio social, pues el ser humano necesita relacionarse.

¿Cuál es entonces su propuesta? Pues proteger a tope a los más vulnerables, los mayores y quienes ya padecen otras patologías, y dejar que el resto de la población continúe con su vida normal. Al tiempo, confían en que se vaya alcanzando de manera natural una inmunidad de grupo. Eso sí, todo con medidas de protección, como lavarse bien las manos y retirarte a casa en cuanto te sientas mal. Y por supuesto, defendiendo a los más amenazados con test masivos y buen uso de la data.

Destacan que el riesgo del coronavirus es mil veces mayor para los más mayores y las personas enfermas. Para los niños, sin embargo, «resulta más peligrosa la gripe». Comparado con el grupo de edad de 18 a 29 años, el riesgo de muerte por Covid entre los de 65 a 74 es 90 veces mayor, y entre los de 75 a 84, 220 veces mayor.

Los autores aclaran que entre los firmantes del manifiesto hay científicos de izquierdas y de derechas y de todo el mundo. De hecho sostienen que los confinamientos, que tanto gustan a nuestro Gobierno «progresista», «causarán un daño irreparable especialmente a los menos privilegiados». Abogan por la enseñanza presencial («privar de ella a los estudiantes es una grave injusticia») e incluso por reabrir los espectáculos y citas deportivas. Eso sí, con la debida cautela para las personas de riesgo. «Es hora de ser más inteligentes», demandan.

Un planteamiento audaz. Tal vez temerario. O tal vez no. Pero que al menos debería ser sopesado, porque lo que estamos haciendo hasta ahora se parece a apagar una llama con un incendio. ¿Podrán los países soportar que se continúe bloqueando la vida normal hasta que llegue la vacuna? Buen debate. Lástima que en España no esté de moda pensar.

jueves, 8 de octubre de 2020

No es cierto que haya tantos torpes - Ánxel Vence

 No es cierto que haya tantos torpes - Ánxel Vence


"Conviene ir con tino en el manejo de ciertas figuras retóricas como la ironía, que luego acabas en las coplas de WhatsApp"

No es verdad que el número de torpes sea infinito, contra lo que decía San Jerónimo de los necios en la Biblia Vulgata. Al menos en España, el INE inventarió hace ya cuatro años en 669.400, exactamente, la cifra de los cortos de entendederas. Ese modesto 1,7 por ciento de la población sería incapaz de resolver tareas sencillas tales como entender los términos de un contrato, seguir unas instrucciones escritas o leer un periódico. Lo que técnicamente se llama analfabetismo funcional, vaya.

A diferencia de un analfabeto sin adjetivos, el funcional sabe leer y escribir, pero no alcanza a comprender lo que está leyendo. Algunos son de necedad esencial y, por tanto, irreparable; pero otros podrían ser rescatados todavía por el sistema educativo, cuya mejora vienen urgiendo desde hace tiempo los pedagogos.

No es un mal porcentaje, a pesar de todo. En Italia, donde la gente goza fama de espabilada, las autoridades educativas calculan que el analfabetismo funcional afecta a un 30 por ciento de la población. Y un estudio de la Universidad de Stanford sugiere que una parte no desdeñable de los universitarios de Estados Unidos es inhábil para distinguir entre una noticia y un anuncio, por más que dominen a la perfección el uso de las herramientas y redes digitales. Peor aún que eso, tienden a tragarse sin el menor asomo de pensamiento crítico los miles de bulos que circulan por internet.

Dicen los de Stanford que el negocio de las redes sociales no ha ayudado gran cosa, sino todo lo contrario, a paliar esas carencias. Están diseñadas para que nadie lea más allá de diez líneas y a lo sumo entienda el sentido de tres o cuatro. Inquietante dato, si se tiene en cuenta que esas cañerías de la Red son a menudo la única fuente de información -llamémosla así- de muchos ciudadanos.

Bien puede dar fe de ello este módico cronista que les escribe y que tiende a incurrir con frecuencia en la temeridad de usar la ironía o, peor aún, el sarcasmo. Y que incluso ensaya el humor en un ambiente tan malhumorado como el actual.

Cuando uno escribe, como hice días atrás, que "va a morir gente que no había muerto nunca, pero en mucha mayor cantidad", el lector cabal advertirá enseguida que el autor está de coña. Habrá, sin embargo, quien perciba literalmente la frase para deducir que el tonto es quien la escribe y no el que la lee tal cual.

Por razones que a este cronista se le escapan, esa frase recortada del artículo acabó multiplicándose como un virus por WhatsApp , Facebook y otros negocios sociales de Mark Zuckerberg. La mera lectura de la crónica hubiera sacado de dudas a aquellos que padezcan dificultades para entender lo que leen; pero los artículos -admitámoslo- son demasiado largos para un simple en esta era de instantaneidad digital.

Hernán Casciari escribió hace bastantes años que una de las muchas ventajas de internet es la de haber logrado que "los tontos se queden en casa conversando entre ellos" por medio del ordenador. Ahora han vuelto a la calle gracias al smartphone; pero tampoco hay por qué zaherir a una figura entrañable como la del tonto del pueblo.

El problema, si alguno hay, no está tan solo en las redes sociales, que van a lo suyo; sino en la deficiente comprensión lectora de algunos de quienes las frecuentan. Hay que explicarles las bromas; y así, estas pierden toda su hipotética gracia. De ahí que convenga ir con tino en el manejo de ciertas figuras retóricas como la ironía, que luego acabas en las coplas de WhatsApp. Y qué va a hacer uno solo contra 669.400.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Defensa de labarra de bar - Antonio Burgos

 Defensa de labarra de bar - Antonio Burgos


No tienes nunca enfrente a nadie a quien puedas contagiar

 sepulturas llenas»; que si echar a la gente a las terrazas, aunque haga la temperatura que haga; que si reducir el número de mesas para establecer una «distancia social» entre cada una de ellas. Y algo que no falla, sea el lugar de España donde la medida se tome: cerrar las barras de los bares. Los bares te pueden dar tu pincho de tortilla y tu caña de cerveza en las mesas que han quedado dentro tras la reducción, o en la terraza, si la hubiere. El dueño de bar que no tenga terraza y el local sea tan pequeño que apenas le quepan tres mesas dentro con las normas de la distancia, está abocado o bien a comerse los ahorros que tenga para mantener su establecimiento heroicamente abierto, o bien a echar el cierre: «Sube el toldo, Leopoldo, y después baja la persiana metálica, pero para siempre del todo».

Esta es una de los más contradictorias medidas, más de lo que les han dicho las sociedades médicas científicas a los que llevan el caos de la política contra la pandemia: «En salud, ustedes mandan, pero no saben». Las patronales de hostelería y los dueños de bares podrían decirles tres cuartos de lo propio sobre las medidas que toman en materia de restauración: «En hostelería, ustedes mandan, pero no saben». No saben, por ejemplo, que la barra del bar, la que siempre mandan cerrar, es mucho menos peligrosa que una mesa en el interior o en la terraza. Dentro o fuera, en una mesa estás sentado en una mesa frente a alguien. Y cuando llegan las copas y las tapas, te tienes que quitar la mascarilla. Entonces tienes enfrente a un señor al que le puedes echar todos los virus que tengas, en caso de que seas asintomático y aún no te hayan hecho el PCR que te confirme que tienes un coronavirus de caballo. En las mesas de interior y de terraza, no se guardan las «distancias sociales» entre los que están sentados. Tenían que montar grandes mesas imperiales como de banquete elegante para que hubiese metro y medio entre tomador de pincho de tortilla y tomador de media ración de ensaladilla. Presentan como una solución lo que es un peligro.

En cambio, la barra del bar tiene unas excelencias higiénicas que nadie ha defendido, ni los propios afectados por la ruina que están trayendo a la hostelería. En la barra del bar no tienes nunca frente a nadie a quien puedas contagiar cuando te quitas la mascarilla, porque ya está aquí la espumosa fresquita y la media ración de croquetas que en esta casa fríen como en ningún sitio de bien. En la barra del bar tienes en todo caso frente al camarero que te sirve, pero sólo en el instante en que te trae tu comanda, y el hombre viene con su mascarilla puesta como corresponde. En la barra del bar no tienes frente al amigo con quien estás copeando y tapeando, sino que está a tu lado. Y con una separación entre parroquiano y parroquiano que para sí la quisieran los que están sentados cuatro en una mesa, cara a cara, con la mascarilla quitada y echándose unos a otros sabe Dios qué miasmas, miarma.

Pido, pues, el indulto para la barra de los bares cuando se tomen las medidas de la vuelta atrás a la Fase Dos o a la Fase Tres. Ya digo: en la barra del bar nunca tienes frente más que a la máquina de café o a las botellas de brandy.

martes, 6 de octubre de 2020

Donald Trump después de muerto - David Torres

 Donald Trump después de muerto - David Torres


La sobrecarga de noticias sobre la salud de Donald Trump no significa nada, entre otras cosas porque lo que interesa es su salud mental y, no hay visos de que ésa vaya a cambiar. Quién sabe, los efectos del Covid-19 son tan misteriosos que a lo mejor Donald Trump reaparece curado, dejando atrás lo de ser un idiota, pidiendo perdón al mundo y retirándose a las montañas a pasear y a leer a Thoreau. La verdad, no parece probable. Los primeros rumores apuntaban a que quizá estaba fingiendo los síntomas para escaquearse de los debates con Joe Biden, pero tampoco se entiende por qué iba a querer Trump escaquearse, una vez probado el terreno de insultos y exabruptos donde se desarrolló el primer enfrentamiento entre ambos. A ningún cerdo le desagrada un buen revolcón en el fango, si es con un colega, mejor.

De manera que todo apunta a que, en efecto, Trump está realmente hospitalizado con el coronavirus, algo que resulta verdaderamente preocupante para su gabinete, para su equipo de campaña, para sus seguidores y, sobre todo, para el coronavirus. El positivo del hombre más poderoso del planeta puede ser el argumento definitivo contra los negacionistas, del mismo modo que el contagio de Magic Johnson significó el punto de inflexión en la lucha contra el SIDA: sólo entonces muchos berzas recalcitrantes cayeron en la cuenta de que no se trataba de un castigo de Dios específico contra los homosexuales y los drogadictos, que si el base de los Lakers había caído presa de la enfermedad cualquiera podía hacerlo.

Que Trump haya llegado al sillón presidencial de la Casa Blanca no debería sorprendernos tanto como que haya aguantado cuatro años en el cargo a base de trolas, paparruchas, fanfarronadas, gilipolleces y pedorretas. Es un triunfo absoluto de la democracia estadounidense, aquella sobre la que discutieron una vez Nixon y Kruschev, cuando el primero le dijo al segundo que en Estados Unidos cualquiera podía llegar a presidente y Kruschev se dio un golpe en el pecho y respondió: "¡Pues fíjese en mí, que mis padres eran campesinos más pobres que las ratas y ahora soy Secretario del Comité Central!" Lo grandioso del sistema americano frente al comunismo soviético es que permite que gente con un grave déficit de estudios, cultura, vergüenza y modales, un botarate racista, machista, clasista, homófobo y megalómano alcance la cúspide del poder sin otro requisito que ser multimillonario.

Muchos se preguntan qué ocurriría si Donald Trump muere antes de presentarse a la reelección, aunque lo que nos inquieta a otros es qué pasará si sobrevive. No sólo es él quien sigue sin tomarse la pandemia en serio, como demuestran las circunstancias en que tuvo lugar el contagio, sin guardar precauciones elementales ni tomar distancia, sin ninguna medida de seguridad, en medio de un acto de campaña que más bien parecía un botellón. Los partes médicos son a la vez optimistas y confusos: no descartan que se halle fuera de peligro aunque de momento su estado no reviste gravedad.

Tal y como reacciona la ciudadanía estadounidense ante el fantoche que ocupa actualmente la Casa Blanca no se sabe si una enfermedad grave, incluso una agonía, redundaría en su beneficio o no. No sería extraño que Trump celebrara un reality en el hospital militar donde está recluido y se mostrara ante las cámaras bebiendo lejía a morro, en directo para toda la nación, y que la lejía la paguen los mexicanos. Que falleciera repentinamente podría darle el empujón que necesita en las encuestas. Todo sería cuestión de resucitar en el momento oportuno o de presentar un cadáver aceptable, una posverdad de rigor mortis ataviada con una pelambrera de castor. Los Simpson profetizaron la muerte de Trump, sí, pero también la resurrección de la momia de Lenin. Habrá que esperar.

lunes, 5 de octubre de 2020

Lo dijo Quevedo, punto redondo - Juan Antonio García Iglesias

 Lo dijo Quevedo, punto redondo - Juan Antonio García Iglesias


Nada nuevo acontece bajo el sol de España, por lo que nadie intente descubrir lo que seguramente ya llevará tiempo, siglos incluso, descubierto. De ahí que tan popular sea la expresión que lo avala cuando alguien da como novedoso y por hecho incuestionable aquello que está o debería estar en conocimiento de todos señalándole como el sabueso que acaba de descubrir América. Sabuesos no faltan, ni razones para que los haya en esta España nuestra que no acaba de descubrirse, país en el que nunca pasa nada sin que haya un solo día en el que no pase algo. ¿En qué otro lugar del mundo se pueden permitir este lujo, que sin ser asiático no deja por ello de estar fuera del alcance de cualquiera?

Don Francisco de Quevedo, que si algo tenía (poco abundante entre los españoles de su época y de la nuestra) era que golpe que sacudía acertaba de lleno, todo lo más se pasaba, dijo que “todos los que parecen estúpidos lo son y, además también lo son la mitad de los que lo parecen”, con lo que llamaba estúpido a todo bicho viviente que pasaba por delante de sus narices y se quedaba tan orondo. Si es cierto que lo dijo de otros es prueba de que no se había visto a sí mismo y probablemente nunca se vio salvo en espejos de malísima calidad en los que todo y todos aparecían deformes, sin que el señor Quevedo fuera una excepción a esa regla casi general por la que se dejaba guiar en sus no pocas (a veces pueriles, sin dejar por ello de ser a su manera certeras), apreciaciones, porque, aunque sea un poquito, de la condición de estúpido nadie se libra por ser parte inherente a la naturaleza humana.

Porque ya me dirán qué es el solo hecho de pensar que si mala fue la dictadura sus consecuencias también lo son, que la solución está en acabar con todas ellas y cuanto antes mejor. Pues esto es lo que se debate hoy en los foros políticos más avanzados (progresistas se autocalifican) por quienes se permiten la libertad de exigirles a los demás lo que no se exigen a ellos mismos, que no son un efecto secundario, o sea, una víctima, que por tal cosa se tienen, sino una consecuencia de la dictadura, secuela por la que no cabe discusión posible.

El tiempo pasa y sin embargo nadie parece inmutarse, como si nada ocurriese en torno a todo y a nadie. Lo pasado atrás quedó, como el agua que ya no mueve molino, y si solo por esta razón no debería por qué preocupar, preocupa, además, tanto que tratan de que no se les vaya de las manos porque en ello está su futuro y les va la razón de su existencia, algo que creyeron tener fácil, pero ya no tanto como entonces, cuando todo les rodaba mejor que ahora y -traicionados por sus ambiciones, rivalidades, traiciones, vilezas...- no supieron aprovechar, enzarzándose en una guerra sucia que a ver quién los saca de ella, lo cual no deja de ser una contradicción a esa preocupación por su futuro que los trae de cabeza, porque si el pasado ya no debería importar ¿por qué tanto empeño en recuperarlo?

Ya no están las cosas para exigir, extorsionar, chantajear a nadie para sacarle un compromiso o conseguir un voto de investidura o favorable a los PGE, ni alcanzar una alianza de gobierno a cambio de más exigencia -pero por la otra parte-, más extorsión y más chantaje. ¡Qué tiempos aquellos, aún recientes! Pasaron (o a punto están de que pasen) para dar cabida a los de la desconfianza extrema en todo y en todos. Hoy no basta con ofrecer como remedio para salvar lo suyo, que ahora es mucho más que antes (antes lo tenían aparentemente todo casi ganado, ahora lo tienen todo también aparentemente casi perdido), por lo que la desconfianza es mayor entre las partes implicadas. Y si empecé con Quevedo, a él vuelvo con otra de sus citas, esta que dice: “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Visto lo que hemos visto ¿hay todavía alguien que lo dude?

jueves, 1 de octubre de 2020

¡Viva el Rey!, payaso - Juan Carlos García Regalado

 ¡Viva el Rey!, payaso - Juan Carlos García Regalado


En la mañana de ayer, casualmente, “tropecé” en TVE1 con la sesión del control al Gobierno y me quedé unos minutos viendo el debate, hasta que apareció ese ente llamado Rufián (primer punto: no entiendo que un tío que se apellida Rufián puede representar a los ciudadanos...) No veo nunca la televisión, eso que gano en salud y en higiene mental, pero como ayer vi el espectáculo en directo, pensé que asesinaba a Rufián por vías hertzianas, o catódicas, o como fuera... Y es que no hay derecho a que en una democracia, presuntamente consolidada y fuerte, ocurra lo que por desgracia viene ocurriendo: que su Parlamento sea foro de asesinos, de nazis, de provocadores profesionales, de auténticos payasos que, como Rufián, sólo quieren destruir nuestra convivencia, nuestra paz, y nuestra nación.

Escuchaba a este jeta “hablar” cuando, de repente, sacó la foto de Felipe de Borbón con unos 10 años saludando a Franco. Pensé que me desmayaba de ira, de vergüenza ajena, de pena por esta España llena de odio y rencor, trufada de mindundis, pero muy peligrosos... Y que no vengan con el cuento de que son representantes del pueblo. A Hitler lo eligió el pueblo, “no te jode”. Y perdonen que me exprese así, pero la situación no está para florituras, para paños calientes. Los “maricomplejines” del PP que hagan, que sigan haciendo lo que les dé la gana, que básicamente es colaborar con el enemigo. Y este enemigo nazi-comunista sólo merece ser destruido: están en juego nuestra salud, nuestra economía, nuestro futuro, y nuestra democracia.

Pero lo de la fotito, la barbaridad de la fotito, no acabó ahí, sino que el canalla se permitió el lujo -y le dejaron- de decir en el sagrado Parlamento, que el Rey es el diputado número 53 de VOX, lo cual es un insulto gravísimo hacia NUESTRO Jefe del Estado. No obstante, mejor que el Rey fuera diputado de VOX a que lo fuera de un partido comunista, especialistas en dictaduras, exterminios, y en arruinar al pueblo. Y ¡Viva el Rey!, pedazo de rufián, además de payaso, zoquete, protozoo, bebe-sin-sed y no sé cuántas cosas más.