jueves, 30 de enero de 2014

Carta a Henning Mankell - Nacho Mirás Fole

Carta a Henning Mankell - Nacho Mirás Fole

Escribirle de tú a tú a Henning Mankell me trae a la memoria una escena que presencié en Barcelona a principios de los años noventa. El entonces presidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, visitaba un centro gallego, una de esas embajadas de la diáspora en la que yo trataba de buscarme la vida como profesor de gaita.
Como toda asociación legal, aquel colectivo de emigrantes tenía su propia junta directiva. Y el tipo que la encabezaba, que creo que era taxista, no se anduvo con hostias: Fue cruzar la puerta Pujol con su séquito y el jefe de los gallegos emigrados le espetó: “Señor Pujol, ¡de presidente a presidente!” ¡Ole tus cojones!, me dije al escuchar a mi compatriota. Claro que enseguida pensé: También tiene razón; qué más dará el número de presididos, el asunto es presidir. Complejos, los justos. Así que, querido y admirado Henning Mankell, de presidente a presidente:
Ni yo conozco Suecia ni tú la empanada de mi madre, y a eso hay que ponerle remedio. Aunque tú vives de escribir lo que quieres y yo de hacer lo que puedo o lo que me dejan; aunque tú eres Dios y yo un humilde fontanero del periodismo, leo con agrado que has decidido hacer pública tu lucha contra el cáncer a través de una columna en el Göteborgs-Posten. Digo lo de “con agrado” porque eso nos une: yo llevo haciéndolo cuatro meses a través de este blog y te puedo asegurar que me ayuda mucho. A ti te ayudará también. Ojalá coincidiésemos escribiendo de las enfermedades ajenas y no de las propias, pero en el bombo de la vida una mano ha sacado tu número, el mío, el de mi amigo y admirado José Luis Alvite… Y el sorteo sigue. Aunque nos separan la tierra, el idioma, la edad y la cuenta corriente, el cáncer, el puto cáncer, Henning, nos junta en este viaje en el que no podemos hacernos los suecos.
Tú creías que tenías una hernia discal -deberías conocer a mi padre, que sufre más por las hernias fiscales que por las discales y por la pensión que por la tensión- y, de un día para otro, te ataron un lazo rosa. Lo mío tampoco fue tan diferente. Escribías ayer en el Göteborgs-Posten que la ansiedad que te provocan tus tumores “es muy profunda” aunque, a grandes rasgos, puedes mantenerla bajo control. Conozco bien esa sensación, que también es la mía. Y dices que quieres afrontar la narración de tu cáncer como una lucha “desde la perspectiva de la vida”. En eso también somos iguales, desconocido sueco; desde la perspectiva de la muerte ya se encargan el enterrador y el señor de marrón que viene cada mes a cobrar el recibo del seguro de decesos. No me digas que también te gusta Abba.
Lo tuyo es grave, pero lo mío no es leve: ataque epiléptico por sorpresa; tumor cerebral; craneotomía pterional y tres placas de titanio; anatomía patológica con resultado de astrocitoma anaplásico en grado III; y ahora, desde hace ya más de una semana, radioterapia y quimioterapia a todo lo que aguante el animal. Los detalles están en los otros 31 textos de este blog, pero seguro que tienes más cosas que leer o que escribir. Te saco ventaja.
Cuando yo empecé a enseñar mis paños mayores aquí para poner en orden mis sentimientos y dolerme acompañado, como suelo decir, no me esperaba que conseguiría alistar semejante ejército para llevármelo a la guerra. Y si lo he hecho yo, que a tu lado soy un breve en una página par, qué no conseguirás tú. Como comparar a Xan das Bolas con Ingrid Bergman.
Hoy, Henning, cuando van ocho días de tratamiento, han empezado a flaquearme las rodillas y tengo menos apetito, pero confío en que sea una sensación pasajera. Hasta ahora no había ocurrido. A ti y a mí nos van a meter mucha física y mucha química en las entrañas y toda esa carga, como el estrés o la rabia, afectan por acumulación. Hoy he asistido a la octava sesión de radioterapia en la churrería radiactiva del Complexo Hospitalario Universtario de Santiago y, mientras me cocinaban el cerebro, una mano anónima borró el “Ignacio” de mi tarjeta de paciente oncológico y lo sustituyó por “Nacho”, sabiendo que me hacía ilusión. No podía menos que agradecérselo al personal con una pedrea de Toblerones importados de Suiza por mi amigo Juan Capeáns. Bah, retazos de mi nueva vida como paciente oncológico.

Termino, que hoy estoy especialmente cansado y soy consciente de que tengo menos posibilidades de que me leas que de que los Reyes Magos me traigan un Scaléxtric. Si los dos salimos de esta, que vamos a salir, te propongo en todo caso un trato: tú regresas a Galicia y pruebas la empanada sobrenatural de mi madre. En la sobremesa te pondré al corriente de una cantidad de sucesos tal que convencerás a Wallander para que se mude a un piso en Fontiñas, junto a los juzgados de Santiago, donde se corta el bacalao de las tragedias españolas. Aquí, de un tiempo a esta parte, en la crónica negra somos los putos amos. Hasta conseguiré que mi compañero Xurxo Melchor te presente al juez Vázquez Taín, a cuya mesa van a parar los asuntos más gordos. Estoy seguro de que si nos invadieran los extraterrestres, el caso le tocaría también a Taín. En compensación -vale, serás Mankell, pero la empanada de Toñita no la vas a encontrar en Ikea-, yo vuelo a Suecia -corro con los gastos, faltaría más-, tú me guías por tus dominios y me dices cómo carallo tengo que hacer para que tu hijo Kurt Wallander deje de tener la cara de Kenneth Branagh. Es como cuando me hablan de El Lute, no dejo de ver a Imanol Arias. ¿Hay trato? Ánimo con lo tuyo amigo, ánimo con lo mío. Si el cáncer y los periódicos nos han unido, que sea por una buena causa. Venceremos nós, Henning, que en el otro mundo nunca saben qué hacer con los muertos de izquierdas. Lo sé por todos los difuntos de mi familia que siguen ocupando ilegalmente las ruinas del purgatorio. Un abrazo radiactivo.

miércoles, 29 de enero de 2014

Mi Autobiografía - José Luis Alvite (Diario 16)

Mi Autobiografía - José Luis Alvite (Diario 16)


Ahora va en serio. Todo eso del "Savoy" fue sólo una terapia. En realidad nunca estuve en Nueva York y Lorraine Webster fue sólo un sueño. No tengo 65 años biológicos pero soy un tipo por el que la vida no pasó desde luego de puntillas .He sobrevivido a cuatro paquetes de tabaco diarios durante más de treinta años y para mí todo lo que me ocurre desde hace algún tiempo es una prórroga antes de acabar mi vida en los penaltis .Soy escéptico , inestable y soñador .Tuve la crisis de los cuarenta a los nueve años .Fui tan delgado que las amigas de mi madre no sabían si darme un beso o una limosna .También tenía un porte elegante , calmoso y subliminal y una piel tan fina y suave que no podía apuntar nada en ella sin riesgo de me pasase a la sangre. Mi aspecto entonces era frágil , tan quebradizo que al cura de la parroquia siempre le pareció que tendría que darme la comunión con un pulverizador. Jugué al fútbol de interior de enlace en el equipo del instituto pero en las fotos parezco el triste capellán de Alcatraz. Mi vida está llena de errores , de bajezas , de culpas y de insomnio. A veces pienso que lo mejor que me ocurrió fue el acné juvenil pero supongo que exagero. Me casé dos veces y nunca fui un buen marido ni un padre del que presumir. Lo único sano que pude transmitir a los míos es mi apellido, aunque comprendo que mi primera mujer no lea esto sin sentir un asco razonable. Tuve que abandonar nuestro hogar el día que mi hija Eva celebró la primera comunión. Lo hice fingiendo un aplomo que sólo era una mezcla de cansancio , soledad e incertidumbre. Era tarde y sólo tenía una bolsa del supermercado con un par de mudas y dos zapatos de goma desiguales. Los primeros días de aquella terrible posteridad los pase en las cafeterías para sentir cerca a alguien que hablase de cosas corrientes e imaginar que me hubiesen aceptado en la tertulia , incluso sin vacunarse, si por un instante se me pasase por la cabeza la tentación de arrastrarme hasta su mesa con mi cafelito en las manos y una náusea a duras penas sujeta por el fino hilo de mi fracasada sonrisa de cura recién masturbado. Era verano y no olvidaré la desoladora sensación de ser el único tipo que paseaba por la orilla del mar con zapatos de goma de distintos pares y un traje gris en el que la mierda se había puesto tan dura que me dolían las ingles al cruzar las piernas como si hubiese atrapado en ellas una hoja de bacalao. Mi pobre hija tenía ocho años y no me despedí de ella porque tenía un nudo en la garganta y la razonable sospecha de que no se emocionaria por mí. No había sido un padre corriente , uno de esos padres que ayudan a con los deberes del colegio y siempre parecen los padres más altos , más guapos y más interesantes del mundo , aunque sean grises y rudimentarios y huelan a especies para callos. Cuando quise cogerla en brazos por primera vez , mi hija estudiaba segundo de Filología Inglesa y pensé que lo primero que se le ocurría sería denunciarme por acoso sexual.Mis hijos son la única parte de mi cuerpo que no se merece la silla eléctrica. Estoy en "Diario 16" porque el "Grupo Voz " sabe que soy un buen tipo , un tipo sin doblez , alguien que partiría con cualquiera su último cigarrillo.Dice mi madre que que cada vez me abraza tiene la sensación de haberse tropezado con alguien al que la espalda le tapa el rostro. Es verdad que resulto serio y que mirándome a los ojos , nadie diría que tengo ilusión por algo . Pero se equivocan.Mi madre sabe que lloro a solas y que mi terrible vida sin ataduras es la única manera que conozco de dar vueltas en cama sin meterme en ella. Les agradezco que me lean. No soy un buen ejemplo para mis hijos porque no me conocen bien. Pero les juro que si no fuese un tipo tan reservado , incluso ellos considerarían exagerada la tentación de tratarme de usted .Créanme : sólo soy un buen tipo al que la vida le enseñó a gritar con la boca cerrada. 

Leche peliroja - José Luis Alvite

Leche peliroja - José Luis Alvite

Mientras hablábamos sobre la problemática fidelidad de los hombres a sus parejas, me dijo de madrugada una fulana en un garito: "Estuve casada con un hombre decente que pasaba en casa más tiempo que el suelo. Lo dejé por un tipo de dudosa reputación que paga nuestras copas con sus papeletas de empeño. Mi madre me dijo que mi marido no me había dado un motivo para que lo abandonase. ¡Esa es la cuestión, cielo! ¿Acaso crees que lo habría dejado si tuviese algún motivo para hacerlo?". A las feministas radicales estas cosas les gustan poco porque creen que comprometen la integridad moral de las mujeres y las subestiman. Yo les diría que la vida es la que es y que también los hombres se dejan arrastrar por mujeres que les plantean continuos problemas hasta que los despluman por completo media hora antes de abandonarlos con un par de calzoncillos sucios en la consigna de cualquier estación de autobuses. No hay muchas diferencias entre ellas y nosotros. La tentación está ahí para todos. En una conversación sincera sostenida ayer sobre este mismo asunto con una amiga, no me importó reconocer que con mucha frecuencia las mujeres que en un momento dado nos hacen felices a los hombres suelen ser las mismas que, por lo general, nos destrozan la vida. No hace falta recurrir a la Phyllis Dietrichson de "Perdición" para identificar cerca de nosotros a la mujer barbitúrica y fatal que te alegra la existencia al mismo tiempo que pudre tu vida. Cuando ella es la chica buena y él es el tipo perverso, el efecto es el mismo, y el resultado, idéntico. La perversidad atrae a todo el mundo por igual y solo es cuestión de liquidez que te dejes ir o te conformes con la desgracia de ser su frustrado espectador. El tipo duro no es necesariamente un hombre sin sentimientos, frío, implacable, a veces incluso cruel. Puede tratarse de un hombre amoral pero afable, rudo y cariñoso a la vez, un tipo que con indisimulada emoción le regala a su chica las orquídeas que una hora más tarde le obligará a tragarse en medio de una trifulca. Yo no dudo que el hombre hogareño sea edificante y ejemplar. Sin duda lo es. Las mujeres se casan con esa clase de hombre. Luego vienen los desengaños porque ella se aburre de aquel tipo tan sensato y tan organizado y se busca la vida al lado del fulano del que tan mal le hablaron sus amigas. ¿Por qué ocurre eso? ¿Tanto atractivo tiene cierta clase de indecencia?¿Y tan difícil es sustraerse a ese encanto? Supongo que en ambas preguntas la repuesta ha de ser afirmativa. Muchas mujeres que en público lo niegan, en privado admiten sentirse tentadas por cierta desidia moral, seguramente porque la encuentran más excitante que la monótona y profiláctica decencia de sus vidas. Es fácil dejarse arrastrar por esa tentación, pero resulta más complicado el retorno. Pero de eso hablaremos mañana.
Todo el mundo sabe de alguien que lleva treinta años casado y asegura estar "tan enamorado como el primer día". Yo eso nunca lo he creído, sinceramente. Un tenista que lleve toda la vida ganando casi todos sus partidos y disfrutando en la cancha, lo más probable es que llegue un momento en el que se aburra de jugar y decida retirarse. Con el exceso de victorias, incluso al eterno ganador al final el laurel le produce urticaria. No creo que haya muchas razones para creer que la vida en pareja suscita más lealtad que la práctica del tenis. Nadie olvida su primer beso, a veces ni siquiera los dos centenares que le siguen en la misma boca, pero, ¡demonios!, al cabo de un tiempo lo que era placer se convierte en rutina y donde encontrábamos antes un aliciente para seguir, nos tropezamos ahora con esos restos de comida que casi sin darnos cuenta nos joden el aliento al mismo tiempo que nos pudren el amor. Con la convivencia se gana en confianza lo que se pierde en delicadeza, de modo que al final uno echa de menos los momentos iniciales de la relación, aquellos días de torpeza y pudor en los que acostarte con tu chica te parecía le comienzo de un fascinante descubrimiento que no acabaría nunca de completarse. Como me dijo de madrugada una fulana en un garito, "siempre resulta agradable cenar con el hombre que te gusta y darte cuenta de que eres tú quien da todo el rato vueltas en su cabeza. Lo malo viene cuando por quedarte mucho tiempo a su lado descubres que después de la maravillosa cena con velas viene sin remedio el jodido tufo de la defecación. No hay un solo dios al que no puedas imaginar sentado en el retrete". Como cualquier otro mito, el del amor eterno se resiente con facilidad tan pronto alguien cae en cuenta de que nada era tan maravilloso como suponía, ni tan inamovible, y descubre que por muy barata que sea, siempre resulta más tentadora la ropa interior que la vecina pone a secar en su tendal. Todos sabemos del caso de los recién divorciados que de regreso de firmar el acta judicial que disuelve su vínculo, lo celebran por todo lo alto compartiendo por última vez la cama. Muchas mujeres casadas descubren con motivo de su fracaso matrimonial que lo verdaderamente apasionante no es ser la esposa, sino ser "la otra". Un amigo mío que lleva dos años divorciado se ve ahora regularmente con su ex esposa y asegura que son felices. Dice que el matrimonio funciona mejor cuando su destrucción convierte a cada miembro de la pareja en una novedad. "Mi ex mujer me adora desde que descubrió que lo nuestro es hasta cierto punto inmoral", me dijo. No hubo mucho que discutir sobre eso. Yo estuve de acuerdo al instante. Aunque nos cueste reconocerlo, a los hombres en el fondo nos encantaría la surrealista posibilidad de que nuestra mujer fuese al mismo tiempo la esposa de otro hombre. Acostarse con una mujer casada tiene siempre el encanto añadido de vaciarle la nevera a su marido. Era de la misma opinión la mujer con la que no hace mucho me tomé de madrugada unas copas en "El Corzo": "La prolongada vida en pareja destruye cualquier emoción por fuerte que sea. El sexo pierde valor si deja de ser un pecado, un delito o un vicio. Auque te hayas casado con la persona más maravillosa del mundo, cariño, al final descubres que un hombre que vuelve a deshora a casa tiene más perdón que aquel otro que tarda demasiado en salir de ella". ¿Exaltación del hombre malo? ¿Apología del canalla? Sin duda, lo es. Es evidente que a las mujeres el director del banco les tienta menos que el tipo amoral y calavera que atraca la sucursal a cara descubierta y le guiña sin disimulo el ojo a la cajera. Esto otro me lo dijo otra madrugada la misma fulana de la que hablé antes: "Es importante que tu marido conserve en cierto modo el misterioso encanto de un extraño, como si te acostases con alguien que no es él. Te aseguro que el matrimonio sería una institución mas sólida si además de producirte placer, te causase remordimiento".

Autorretrato - José Luis Alvite

Autorretrato - José Luis Alvite

He tenido siempre una vida interior agitada, a veces incluso angustiosa, y sin embargo me considero un hombre tranquilo. Como jamás me marqué objetivos, considero mi meta cualquier lugar al que haya llegado. Por culpa de esa actitud he acudido tarde a muchas citas y me consta haber perdido por ese motivo unas cuantas oportunidades que no se me volvieron a presentar. No importa. Siempre pensé que escalar sin compañía tiene la ventaja de saber que no arrastrarás a nadie en tu caída. Por otra parte, superé los remordimientos de mi impuntualidad gracias a haberme convencido de que quien no tiene la paciencia de esperar por ti probablemente tampoco se merece la suerte de que llegues. Las mujeres que me amaron saben que nunca se me dio bien demostrar los sentimientos y que si no las abrazaba mucho era por la misma razón por la que en mis lejanos días de incipiente boxeador se me había dado tan mal sacar los brazos. Reconozco haber tenido algunos éxitos en la vida, no muchos, pero eso supongo yo que se debe a simples descuidos o a lo mucho que a algunos hombres nos cunden los fracasos. Debo reconocer que en términos generales no soy un tipo con mucha suerte y eso explica que si a veces compro lotería es para permitirme el gesto inútil de la esperanza, igual que cuando me siento al lado del teléfono a esperar esa llamada de Meg Ryan que nunca llega. Estoy hecho para perder y repetir derrota no es para mí en absoluto peor que repetir camisa. Mis alternativas vitales han sido en el fondo tan homogéneas que es como si hubiese planificado mi vida con la agenda de un muerto. La verdad es que sólo tengo cierta fe en el escepticismo. Hasta los cuarenta años sólo una vez me tocó un premio en un sorteo y desistí de cobrarlo porque su importe no alcanzaba a cubrir lo que tendría que pagar en el autobús que me llevase a recogerlo. Tampoco eso importa mucho. Puedo sobrevivir con poca cosa. Todavía ahora creo, como cuando era sólo un muchacho, que en ocasiones para ser un hombre de mundo es suficiente con haber estado alguna vez de madrugada al otro lado de la calle, sobre todo si al otro lado de la calle funciona a deshora uno de esos locales nocturnos en los que sólo te buscaría la gente que por algún motivo temiese encontrarte.

Día completo, día Comansi - Nacho Mirás Fole

Día completo, día Comansi - Nacho Mirás Fole

Diario de campaña. Día 9 de las hostilidades. Si al enemigo no lo freímos con los aceleradores lineales del Hospital Clínico Universitario de Santiago o lo envenenamos con lingotazos de Temozolomida, siempre nos quedará la posibilidad de ahogarlo. Y que nadie me venga con que en Santiago la lluvia es arte; ¡la lluvia es agua, señora! Y qué manera de caer. Hoy ha tocado ITV en el cuartel general: análisis de control, visita al oncólogo y radiación vuelta y vuelta; me he ganado el sueldo que me paga la Seguridad Social.
En el hospital de día del servicio de oncología los resultados de los análisis corren prisa. De lo que te salga depende que puedas continuar o no con el tratamiento, así que el revelado es rápido, casi a la misma velocidad con la que la señora Julia, viuda de Sandine, positiva los carretes de 35 milímetros de los turistas japoneses en su tienda de la Rúa do Vilar.
Con la vena perforada y taponado con algodón y esparadrapo acudí a la puerta 11. Cuando entras en el depacho de un oncólogo la sensación es parecida a la que tienes si te llaman del departamento de recursos humanos de la empresa: o te perdonan la vida o date por jodido. Desconfiad de toda gestión sanitaria o laboral que no se pueda resolver por teléfono. Esta vez hubo suerte. “Los análisis están perfectos -dijo el especialista- está todo muy bien. ¿Algún síntoma?”. La verdad es que, excepto el hormigueo en los dedos que se suaviza escribiendo o tocando a la gaita electrónica a toda hostia The Clumsy Lover, no. Me dan más náuseas algunas noticias y algunas personas que la quimioterapia, y eso dice mucho de mi resistencia física al Temadol y poco de mi tolerancia hacia el género humano. Pero se trata de cáncer, no de principios.
Antes de despedirme con un apretón de manos y de darme la enhorabuena por haber sobrevivido a la primera semana de tratamiento físico y químico, el doctor me recomendó que instalase en el iPhone una aplicación para contar los kilómetros que camino cada día. De momento los cuento por horas y me salen no menos de quince o dieciséis. 
Siguiente parada de la mañana: la farmacia del hospital, esa cámara frigorífica en la que el Servicio Galego de Saúde refrigera por igual a los medicamentos y a los farmacéuticos. De ahí sales con tu dosis personalizada de veneno en una bolsa de plástico y con una sonrisa segura. Qué bien sienta un poco de aire del sur en este humedal compostelano.
Papeleos, trámites, citas… Esto de matar al cáncer tiene una logística a la que enseguida te acostumbras, pero da lata. Mientras esperaba mi turno en el mostrador de control me fijé en un cartel que anuncia el banco de pelucas para pacientes oncológicos. “Mondo y lirondo como estoy -pensé- como no done pelos del pecho…”. Es un gran servicio, sin duda. Porque esta enfermedad, en sus múltiples formas, es de las que no se conforma con comerte por dentro. Como yo voy pelado de serie es algo que llevo ganado, no hay mal que por bien no venga.
Ya en la planta -3, la única novedad en la séptima sesión de radioterapia fue musical. Me atornillaron a la máquina número 1 y me frieron una vez más sobre un patrón musical que incluye algún cambio: Do-Do (octava)-Do-Sííííí. Me acuerdo mucho estos días de los dictados del conservatorio. Nadie ha sabido explicarme todavía por qué cada máquina tiene su propia sintonía radiactiva. Soy todo oídos.
Cuando salía de radiarme, en el pasillo me paró un hombre de barba y jersey gris. “¿Nacho Mirás?”, preguntó. No me pareció momento para contestar con el grito de guerra familiar -el que no lo conoce es que no está a lo que está-, así que respondí que sí. “Pues yo -dijo- soy el jefe de la churrería”. Ha sido una manera diferente de conocer a Antonio Gómez, responsable máximo del servicio de radioterapia del Clínico de Santiago. Si se les va la mano con la sartén ya sé a quién pedirle la hoja de reclamaciones. Pero eso no va a pasar. Ahora que tengo el olfato disparado huelo de lejos a los que saben lo que se traen entre manos. Y aquí hay calidad profesional y humana, no es peloteo. La única queja que tengo es el ruido que hacen las puertas. La agudeza auditiva es otro súper poder fruto de la operación en la que me descorcharon el cráneo para sacarme un astrocitoma anaplásico en grado tres con su correspondiente rebozado de cerebro. Así que cada vez que alguien le da un hostiazo a una puerta pienso que va a salir Tejero mandando callar a Gutiérrez Mellado; el corazón en un puño.

Y por fin, después de las cuatro, por si no me había radiado bastante, acudí puntual a los estudios de Radio Galicia-Cadena Ser en Santiago. Si me dicen hace cuatro meses que Carles Francino me invitaría a tomar café con Isaías Lafuente, Juanlu Sánchez, Roberto Sánchez, Jon Sistiaga, Cristina Fallarás o con él mismo en La Ventana no me lo habría creído. No entraba en mis planes ser una celebrity de la oncología, pero el día que decidí enseñar mis paños mayores lo hice con todas las consecuencias. Y qué mejor excusa para ser mi propio reportero de guerra en Prime Time que la etiqueta #atomarporculo, sobre la que Francino y su equipo montaron el programa de ayer. Lo que dije está aquí, incluida mi intención de sodomizar al cáncer. Lo que no dije, pero pienso en firme, son las cosas y las personas que pienso mandar #atomarporculo cuando se acabe esta emergencia sanitaria en la que vivo instalado y pase a ser un enfermo crónico. Sí, lo mío es para siempre. Soy el sueño de cualquier mujer soltera: casado, dos hijos, una gata y un cáncer. Me van a llover las ofertas. Pero, por si eso no ocurre, de momento las prioridades las pongo yo. Si la vida son cuatro días y te dicen que a ti igual te dan tres, me sobra lastre indeseable del que desprenderme. ¡A tomar por culo! Gracias por prestarme el micro amarillo, Francino. Si mañana me convalidan la sesión de radio en la churrería ya te informaré, aunque me da que Gómez va a decir que no. Voy con la droga y os dejo una foto de una de las sesiones radiactivas recreada con clicks por mi amigo Xoán A. Soler y su hija Lola. Mañana toca renovación semanal de la baja laboral, esa mierda burocrática que pienso tramitar yo mismo mientras me mantenga vertical. To be continued.

martes, 28 de enero de 2014

'La rata' Meola - José Luis Alvite

'La rata' Meola - José Luis Alvite

A Tyson ese Lewis le dio una buena paliza y le dejó los párpados como si le hubiese atizado con un abrelatas. Dicen las crónicas que había tanta sangre en el suelo como en los guantes de Lennox. Fue duro, muy duro, y el sector más púdico del boxeo reclama que el combate tendrían que haberlo detenido antes de consumarse la escabechina. Fue muy duro lo de Tyson. Pero nada comparado con lo que le ocurrió en el 62 a Sony 'Sweet' Sullivan. Peleaba en el Madison contra Teddy 'La Rata' Meola y recibió tantos golpes, que Chester Newman escribió en el 'Clarion' que "la pelea fue tan sangrienta que tendrían que haberlo parado el día anterior". 'La Rata' Meola apenas recibió golpes en los ocho asaltos que Sony le aguantó en pie. Y no fue una noche especial para él. Era lo suyo dar sin recibir, como si boxease a cobro revertido. Escribió Newman en el 'Clarion' que "ese Meola es un boxeador distinto a cuantos he conocido en mis años de aficionado al boxeo. Seguí algo sus pasos y recuerdo haberle visto pelear en el Flamingo de Las Vegas y aquella noche tenía en el rincón el embudo de la escupidera y un cenicero. Cuando derribó a su rival, lo hizo sin soltar un solo instante el cigarrillo que llevaba en la comisura de los labios. A 'La Rata' Meola da la impresión de que sólo podría tirarle a la lona un cáncer de pulmón". Anoche recordamos con Sony en el 'Savoy' su pelea contra Meola. Cuarenta años después de aquello, todavía lo recuerda con dolor: "Nada más verle frente a mí en el ring, me pareció tan corpulento como si fuesea pelar contra una pandilla. En el primer asalto me dio cuatro golpes terribles en cada guante y sentí que mis manos se acercaban un par de centímetros a los codos. Caí definitivamente en el tercero. Los ojos me hacían gárgaras en la sangre. A sus puños mi cara le quedaba pequeña". La mitad de las facciones de Sony hubo que rasparlas de los guantes de 'La Rata', que recogió los aplausos desde el centro del cuadrilátero como si acabase de hacer guantes con una paloma. En el 'Clarion' escribió Chester Newman que "a Sullivan tardó quince días en salirle la barba".

lunes, 27 de enero de 2014

Carta del maestro Alvite: La grava de un sombrero - Nacho Mirás Fole

Carta del maestro Alvite: La grava de un sombrero - Nacho Mirás Fole

Desde que existe este blog -que fue pionero en la blogosfera, no nacimos ayer-, aunque he cambiado varias veces de diseño, permanece en la cabecera, como una declaración de principios, una frase de mi maestro y amigo José Luis Alvite: “El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él“. Siempre me gustó por lo muchísimo de verdad y de enseñanza que encierra. Alvite, como sabéis, se enfrenta ahora mismo a una doble batalla durísima de la que ya hemos hablado. El hombre que, cuando dejó La Voz de Galicia, me clavó en el corazón una declaración por la que me nombraba su “heredero natural”, ahí es nada, me dedicó también un cariñoso comentario en Facebook hace unos días. Sin su permiso, maestro, le doy visibilidad a tus palabras porque, como aquella vez en aquel restaurante, lo que dices me ha hecho crecer diez centímetros como persona. Y yo nunca he sido tan alto. Coged, amigos lectores, un paquete de pañuelos si acaso, porque os va a hacer falta; yo casi encharco el teclado. Pero llorar no es malo, como tampoco lo es reír, siempre y cuando los mocos o la carcajada nazcan en el manantial del corazón. Habla el maestro José Luis Alvite, así que  yo no puedo más que callar:

“Sé de qué hablas y cómo te sientes, amigo Nacho. Asediada por dos cánceres, mi vida se rebela y amenaza con írseme de las manos sin haberla apenas tuteado. Aunque ya no soy un joven periodista, me cuesta aceptar que mi próxima noticia sea el mármol de mi sepulcro. Y sobre todo, me niego a tu mala suerte y reclamo la adversidad para quienes, como yo, tantas veces nos sentimos avergonzados por haber tenido peor reputación que nuestra conciencia y mejor salud que la muerte. En el momento extremo de mis peores noticias me he dado cuenta de que la vida también puede ser hermosa aunque, por falta de tiempo para ir lejos, hayas de conformarte con que la acera de enfrente te espere a este lado de la calle. Tienes mi admiración profesional y mi sincera amistad de muchos años. Y te advierto, amigo mío, que tenemos pendiente aquella cena aplazada y una de esas largas sobremesas en las que desfallecen sin remedio el rencor, la maldad y la muerte. Cuídate y sigue. Aplaudiré a tu paso. Y si me ves caído en el camino, por favor, piensa que nosotros hemos nacido para ser enterrados con la grava que cabe en un sombrero. Pero no te detengas, hermano. Ya sabes que en el periodismo perder el tiempo se considera menos digno que perder la vida, del mismo modo que sabes que vivimos en un país en el que el talento se considera una perversión de la inteligencia. Te deseo lo mejor. Sabes como soy y cuánto te aprecio. Permite que tus lectores sigamos enjuagando cada día la mirada en tus ojos aún tan limpios”.
Pon bar y hora, amigo. Te estaré esperando.

El chicle - José Luis Alvite

El chicle - José Luis Alvite

Llevo treinta años en esto. Hay quien dice que el periodismo es una profesión narcotizante. O una enfermedad social. Y que cuesta curarse del periodismo. Dice mi familia que el periodismo es el defecto que más tiempo me ha durado. Mi abuelo, mi padre y mi tío fueron periodistas. Si te crías con gente así, lo normal es que sigas su camino. Aunque yo de niño quería ser monja, luego comprendí que un tipo como yo sólo podría ser monja de alterne. Y fue entonces cundo descubrí que el periodismo tiene algo de santificante y de audaz. Hay varias clases de periodismo. El periodismo económico, que lo hacen tipos trajeados y matutinos, con ese aire saludable y contenido que tienen los anestesistas del Insalud. Hay también el periodismo local, que consiste en contar las cosas de la ciudad o del pueblo al día siguiente de que las haya contado la peluquera. Están luego los reporteros de guerra, que andan por el mundo adelante y un día regresan a casa y tienen que jugarse a 'los chinos' su familia con el director de un banco. A mí me gustó siempre el periodismo de las pasiones humanas, las cosas que le ocurren a la gente cuando le van tan mal las cosas que tienen que ir a la panadería con el revólver. Siempre me gustó la gente sin nada, los tipos amargos y soñadores que sólo aspiran a que sus vómitos hagan juego con sus zapatos. Me fascinó siempre ese mundo plagado de policías, bomberos, macarras, y busconas, gente buena con mala suerte, almas malgastadas, tipos cuyas manos manchan el jabón de tocador. Con una de esas mujeres del arroyo puedes imaginar una novela en el tiempo que bailas un bolero. Conozco a muchas mujeres así. Tienen la cabeza llena de sueños, pero saben que les queda lo que a ti: fe y penicilina. Las grandes cosas del periodismo negro ocurren por la noche, en Palencia y en Chicago. La única diferencia entre un asesinato en Leganés y un asesinato en Nueva York, suele ser el chicle. Para un tipo como yo, el día empieza nada más anochecer. Es entonces cuando se abren las flores de la morgue. Me dijo de madrugada una fulana: "De día te enamoras, pero de noche, aprendes posturas".

domingo, 26 de enero de 2014

Mirás - Manuel Jabois

Mirás - Manuel Jabois
A FINALES de año al periodista Nacho Mirás le serraron la cabeza y le quitaron un trozo de cerebro con su correspondiente tumor. Hubo consecuencias inmediatas, la primera de ellas una tristeza desapacible. En esa parte del lóbulo temporal derecho los médicos tocan la afectividad, el lenguaje y la memoria, contratiempos delicados para el padre Nacho y el periodista Mirás. Pero donde se notan los desajustes es en la interpretación de los olores. Nacho Mirás los reconoce individualmente con potencia de animal, pero no mezcla; ha perdido la memoria olfativa. «Toda la gama aromática que identificaba mi entorno ha ido a parar a la palangana de un quirófano y ha sido sustituida por otra diferente. Te dan unas pautas de medicación y te dicen cómo hay que hacerse las curas, pero nadie te explica cómo te tienes que adaptar a un entorno en el que, de protagonista, pasas a ser un invitado». Ha vuelto a oler a sus hijos por primera vez.
El 31 de diciembre la situación empeoró: el tumor es maligno. Cuando Nacho Mirás comenzó su serie en el blog la tituló Los días tristes creyéndola un relato sobre un colapso sufrido por estrés. Pronto acabaría, pero no acaba. Y he aquí la noticia: no ha dejado de escribir. Tras las sesiones de radio y quimio, Mirás se va al folio y narra en rabudo.com no la II Guerra Mundial sino las Árdenas desde los bosques terribles de Valonia. El proceso arroja un resultado fascinante: una escritura radiactiva. Ha acentuado el humor, que es rasgo inseparable de él, y ha tomado una cercanía a la que sus lectores nos asomamos con vértigo pues es la medida de un talento feroz para los diarios: se escribe con todo o no se escribe.

Mirás es joven, tiene pareja y dos niños. A veces parece que se está contando La vida es bella como Benigni a su hijo siendo los dos personajes a la vez: el que disimula con benevolencia y el disimulado. Pero de igual manera que separa los aromas como Grenouille, hay en su escritura un desmenuzamiento desesperado y tierno de la noticia que no transige con la corrección, sino con el oficio. Cada mañana se va discretamente a la verdad y la huele como el primer día. Somete una crónica a radiación y palia los efectos secundarios de los 150 gramos de Temozolomida; teclear disminuye la hipersensibilidad y evita la cortisona. Pocas veces un periodista de raza se ha llevado la libreta al fondo de la raza misma.

Chica con lodo al final del viento - José Luis Alvite

Chica con lodo al final del viento - José Luis Alvite

No sé a vosotros, pero a mi me ha ocurrido con cierta frecuencia que cada vez que intentaba decirle algo a una mujer en la barra del bar, me paraba tanto a pensarlo, que al final de lo que yo sentía por ella sólo se enteraba a medias el cabrón del barman. Mi sentido del ridículo me ha convertido a menudo en un cobarde. O en un imprudente. Como cuando la escribí a una mujer en un posavasos las cosas encendidas que me hacía sentir al mirarla a lo largo de la barra. Ella sonrió y guardó aquella nota en su bolso. La noche siguiente me devolvió aquel posavasos su marido, que resultó ser un viejo amigo mío. Nunca hasta entonces me había sucedido nada semejante. Escarmenté y tomé medidas para que no se me repitiese la historia. La principal fue escribir mis notas en una letra confusa que pudiese ser interpretada de muchas maneras. Su vanidad les permite a algunas mujeres interpretar las notas según su conveniencia, de modo que se sonríen complacidas aunque le hayas hecho llegar por el ir y venir del barman la farragosa letra del médico en la que, con estudiada confusión caligráfica, te diagnostica unas incómodas hemorroides. A lo lago de miles de noches en las barras de los bares he observado que las mujeres se ausentan inmediatamente de recibir el posavasos con una nota elogiosa. Pero no se retiran por prudencia o por no dar lugar a equívocos. Se largan simplemente porque tu letra es muy mala y temen entenderla, tal vez porque las mujeres que yo conozco nunca tienen claro si desean saber lo que realmente piensas de ellas o prefieren disfrutar de la duda en la seguridad de que en esos casos lo peor que se puede hacer con una duda es disiparla. Me dijo de madrugada una fulana en un garito: “Muchas mujeres temen que les digas lo que en el fondo desean con toda su alma escuchar. Por mucho que la propaganda diga otra cosa, somos equívocas, cielo. En realidad yo misma cuando temo correr riesgos si me fijo en un hombre, la verdad es que me tienta acercarme a él, y si no lo hago, es porque en el fondo presiento que esa sensación de peligro puede ser infundada”. También me comentó que es frecuente que las mujeres miren a cada rato el reloj para dar una falsa sensación de prisa. “En realidad –dijo– en realidad yo misma miro el reloj cada vez que temo ser abordada por un hombre que me atrae. Algo en mi interior me dice que debo tener a mano la coartada de la prisa por si tengo que excusarme para evitar un posible peligro. Hay momentos de sus relaciones en los que en una mujer su corazón manda siempre menos que su reloj. Para una mujer, querido, es difícil calibrar si es demasiado tarde para seguir en el bar o demasiado temprano para volver a casa. Nadie duda de que la noche tiene sus peligros, cielo, pero, sinceramente, para una mujer como yo nada hay tan inquietante como la sensación de que la puerta de tu casa sólo la echará abajo a patadas el silencio”.

Una madrugada encontré hace años a una muchacha caminando por el arcén de la carretera vestida de largo. Detuve el coche y me interesé por lo que le sucedía. “Me han arrojado de un coche en marcha unos tipos a los que me resistí porque querían abusar de mi”. Estaba sucia por haber caído en una cuneta llena de lodo. Me preguntó si podría llevarla hasta donde hubiese una cabina telefónica. “¿Te arriesgarás a subir en mi coche? ¿No temes que te ocurra lo mismo otra vez y acabes en el lodo de otra cuneta?”. “Sé que corro ese peligro, pero subiré a tu coche si aceptas llevarme”. “¿Y por qué lo haces?”. “Llevo mucho tiempo alternando a estas horas. Conozco las ventajas y los riesgos. No me subo a tu coche convencida de que no me harás daño. ¿Sabes?, me subo a tu coche porque llueve y hace frío… y también porque, por desgracia, las chicas como yo siempre vivimos a unas cuantas cunetas de donde nos equivocamos de hombre por primera vez”.

Vivía cerca y no tardamos en llegar. En mi vida he vuelto a saber de ella, ni volví jamás a circular en coche husmeando por si acaso sus cunetas. A veces hasta me parece que aquello en realidad nunca ocurrió y que sería de otra cosa el lodo que secó aquella mañana como escarcha de grava en la tapicería del coche. Mujeres como aquella he conocido a unas cuantas al final del cansancio y al borde del sueño. Tal vez sólo fueron imaginación mía. Pero eso importa poco si me sirvió para que con el paso del tiempo recuerde a aquella muchacha y me permite ahora escribir que empezaba a saber algo de ella justo cuando se apeó del coche bajo la lluvia, a la salida de una de esas curvas en las que sólo las comisuras del polvo saben que estuvo allí alguna vez el viento… aquel lugar, amigo mío, en el que tantas veces recuerdo haber escuchado bajo las ruedas del coche las alas de las mariposas, la laringe de la lluvia y el asma de la soledad.

Los periodistas gallegos rinden tributo a José Luis Alvite, con el Premio Diego Bernal

Los periodistas gallegos rinden tributo a José Luis Alvite, con el Premio Diego Bernal

Feijóo ve una "encrucijada nada fácil" para la prensa en Galicia en la actualidad, pero reconoce su papel

En nombre del ausente Alvite, Ramón Castro recibe el Premio Diego Bernal 2014 de manos de Núñez Feijóo y Arturo ManeiroFOTO:
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Entrega del Premio Diego Bernal de Periodismo
SANTIAGO. E.P.  | 25.01.2014  A- A+

El periodista José Luis Alvite ha recibido el reconocimiento de sus colegas de profesión este sábado en Santiago durante la entrega del Premio Diego Bernal 2014 --que otorga la Asociación de Periodistas de Galicia (APG)-- en el que se ha reconocido su trayectoria como "cirujano del alma", en una cita a la que no ha podido acudir el autor de 'Historias del Savoy' debido a su estado de salud.

En un homenaje en el que han estado presentes diversos representantes de los principales medios gallegos, así como amigos y familiares, el periodista Ramón Castro ha sido el encargado de recoger este galardón en nombre de Alvite después de pronunciar un emotivo discurso en el que ha hecho un completo recorrido lleno de afecto por la vida y obra de "un genio único".

De este modo, ha trazado el perfil de "un amigo de sus amigos y compañero de sus compañeros", marcado por "el ingenio" y "la genialidad", a la vez que lo considera "un hombre que defendió el oficio, no tanto la carrera, sino el oficio de periodista".

"Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche", de esta frase de José Luis Alvite se ha valido Ramón Castro para poner un ejemplo sobre la personalidad del homenajeado, a quien varios compañeros le han enviado diferentes mensajes a lo largo de la velada para darle ánimos a continuar en su lucha contra la enfermedad.

PERIODISMO EN LA CALLE

Así las cosas, Ramón Castro ha asegurado que Alvite "pasará a la historia como uno de los más grandes" en la profesión y por defender que "el periodismo tiene que dejar la moqueta y volver a la calle".

Alvite como un "gran buscador de la noticia en la calle", "sin esperar a que llegue la noticia", destacó en géneros como el periodismo de sucesos y es conocido por sus columnas. En 1988 ganó el Premio Galicia de Xornalismo junto a Luis Rial.

Sobre esta forma de entender el periodismo, Castro ha señalado que el periodista Nacho Mirás de La Voz de Galicia --quien también padece cáncer al igual que Alvite-- "se convirtió en su heredero".

Con una inaudita rapidez para construir historias en su máquina de escribir, "Alvite es la madrugada", ha afirmado Castro, quien ha recordado "la absoluta devoción por su mujer Carmen" y sus hijos.

De este modo, ha habido tiempo para recordar como Alvite coincidió en El Correo Gallego con su padre y su tío, en una carrera en la que ha trabajo en diversos medios --Diario 16, La Voz de Galicia, Faro de Vigo, Onda Cero, La Razón, entre otros--, en la que dominó "todos los géneros".

Entre otras cuestiones, Castro ha hecho mención a "la fascinación por el ser humano, en especial por la mujer" de Alvite, su pasión por el cine negro, así como su identificación con el cuadro 'Nighthawks' de Edward Hopper o la canción 'My way' de Frank Sinatra.

"PROMETO CORRESPONDER VUESTRO AFECTO"

Por su parte, el también periodista Javier García Sánchez ha sido en el encargado de leer unas breves palabras de José Luis Alvite en las que ha rogado que disculpen su ausencia debido a su estado de salud por no poder ir a recoger un galardón que le "llena de orgullo".

"Prometo corresponder a vuestro afecto con las primeras fuerzas que recupere", ha dicho Alvite a través de la voz de García Sánchez este sábado en Santiago.

FEIJOO: "ENCRUCIJADA DE LA PROFESION"

Otro de los que han tomado la palabra en este acto ha sido el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, quien ha reconocido el trabajo de Alvite como parte de "una estirpe" y de una generación que "sitúa al periodismo gallego en la cima del periodismo que se hace en el mundo".

"Nunca fuimos los gallegos amigos de dogmas que estrechan el espíritu. No es esta tierra apta para profetas que piden una lealtad ciega, ni para doctrinas que asolan al individuo. Esta idiosincrasia hace que Galicia sea territorio propicio para el tipo de periodismo que cultiva Alvite, y con él, a su quinta de informadores y escritores", ha explicado Núñez Feijóo.

Junto a esto, se ha valido de una cita de Julio Camba para defender que "lo público sí necesita periódicos y los periódicos, evidentemente, necesitan periodistas".

"Sé que estamos hoy en una encrucijada nada fácil para vuestra profesión, sé que existen incertezas, con todo, yo veo, como siempre, al periodismo ligado a la democracia", ha subrayado el presidente de la Xunta.

A renglón seguido, ha destacado que "también la democracia necesita revitalizarse y ensayar nuevas fórmulas", si bien ha remarcado que "la libertad se consigue con la información". "El periodismo nos hace perdurables y nos permite dialogar con el futuro", ha expresado.

COMO VE FEIJOO A LOS PERIODISTAS

En este sentido, el presidente de la Xunta ha apuntado que ve a los periodistas "comprometidos, camaleónicos, sensibles la mayoría de las veces aunque parezca que no, escepticos en casi todos y algunos de ellos bohemios".

"Hay que pensar siempre profesiones adicionales a las que el presente depara espero alguna vez formar parte de esta profesión, evidentemente sin ser periodista", ha apuntado Feijóo que considera que el periodismo "tiene el gran mérito" de contar con personas de otras profesiones.

Finalmente, Feijóo ha bromeado con que "de todas estas particularidades" que ve en los periodistas, la "única" que tiene es la "de bohemio", "por razones de horario, no por convicción".

PALABRAS DE CARLOS HERRERA

El acto ha contado con un audio grabado del periodista Carlos Herrera, quien ha dicho a Alvite que "corre la mano como nadie sobre el papel", a la vez que se ha discupaldo por no poder desplazarse desde Sevilla hasta Santiago.

Después de definirlo como un "generoso" amigo a quien admira, el director de 'Herrera en la Onda' ha ensalzado de Alvite que: "La facilidad que tiene para construir una metáfora hace que los demás seamos unos simples escultores de piedra al lado de un fino artista de fino pincel".

"RECONOCIMIENTO MUY MERECIDO"

En el acto también ha intervenido el presidente de la Asociación de Periodistas de Galicia, Arturo Maneiro, quien ha reconocido que la concesión del premio de este año "tiene un sentido más emotivo que otras ediciones" dado que "la fragilidad de la parte humana" de José Luis Alvite no le ha permitido estar presente.

Tras transmitir la "gran emoción" que Alvite le ha trasladado por este premio, Maneiro ha remarcado "la dosis de optimismo" que este premio supone para el periodista por "ser la primera vez que recibe en Galicia un reconocimiento muy merecido".

En su intervención, el presidente de la Asociación de Periodistas de Galicia ha puesto en valor la "ironía", "hacer periodístico" y sus "experiencias vitales y personales", en un reconocimiento que espera sirva "de moral y apoyo en el momento en el que se encuentra".

Desde su primera edición en 1996, entre los galardonados con el Premio Diego Bernal Manuel figuran Martín Ferrand, Pilar Cernuda, Pepe Domingo Castaño, Juan Ramón Diaz o José Manuel Rey Novoa, entre otros.

sábado, 25 de enero de 2014

Sobrevivir al sistema - Nacho Mirás Fole

Sobrevivir al sistema - Nacho Mirás Fole

Acabo la primera semana de guerra radiactiva cansado, pero creo que más por caminar sin medida que por el tratamiento. Procuro ir y volver andando al hospital todos los días. “Si tenemos suerte -me dijo el radiólogo descamisado- el mayor inconveniente de la radiación debería ser venir aquí”. “No se preocupe -le respondí-, yo antes era periodista y profesor universitario; ahora trabajo para la Seguridad Social a tiempo completo. Me va en el sueldo”.
La Siemens Primus no volverá a freírme la cabeza de nuevo hasta el próximo lunes, pero todavía quedan veinticinco sesiones de rayos UVA atómicos. En general, me encuentro bien, pero ya sé que los daños colaterales vienen por acumulación. Estoy prevenido.
En este poco tiempo algo hemos avanzado: he conseguido que acentúen correctamente mi primer apellido al llamarme por megafonía; que la radiactividad empiece a poner a raya al invasor; o que el personal de Radioterapia consulte más estas memorias sanitarias que la página web del Servizo Galego de Saúde. Esta mañana, cuando me desearon buen fin de semana, ellos mismos me confesaron que hubo un gran debate para tratar de averiguar de quién eran los ojos radiactivos que tanto me impresionaron en la sesión del lunes. Anda que no lo saben. ¡Son tuyos, sí! Si consigo que la semana que viene me llamen Nacho en vez de Ignacio, entonces ya sería la hostia. La legislación española es tan absurda que, aunque me bautizaron Ignacio para poder llamarme Nacho, no puedo cambiarlo en los papeles “porque Nacho tiene connotaciones despectivas en algún país sudamericano”, me justificó una vez un funcionario, seguramente el mismo que le obligó a mi padre a registrar como Alejandra María a mi hermana porque Sandra, a principios de los setenta, no era un nombre digno de un ser humano. Así que vivo condenado al Ignacio únicamente cuando me reclaman los hospitales, los bancos o aquella vendedora de seguros de vida de El Corte Inglés a la que ahora lamento no haber prestado más atención. Ni derecho tiene uno en este país a llamarse como le dé la gana.
Entiendo que en servicios como oncología o radioterapia, donde Dios sulfata sin criterio, no debe de resultar fácil para el personal sanitario encariñarse con los pacientes. Por eso los enfermos oncológicos agradecemos de manera especial la humanidad y el trato cercano que nos prestan. Es asqueroso que sea legal bajarles el sueldo en nombre de los recortes cuando semejante asalto debería ser delito. Los de la tijera son, precisamente, los mismos que me obligan a mí y a otros como yo, que bastante tenemos con cargar con lo nuestro, a acudir semanalmente al ambulatorio a pedir la baja. Y si no lo haces tú porque no puedes ni moverte, ya te las apañarás para que lo haga alguien en tu nombre. Si la empresa te deja resolver por fax o correo electrónico tienes suerte, pero de ir al centro de salud no te libras.
Yo tengo radioterapia para treinta días y quimio por ciclos para unos seis meses, y eso en principio. ¿Se creen que esto es un catarro fingido en otoño para poder ir a la vendimia a Ourense, pedazo de ineptos? No tienen ni puta idea, señores de cuello duro y coche oficial, de la carga añadida que representa para cualquier enfermo tener que cumplir también con las anormalidades burocráticas que deberían estar resueltas de oficio. Y cuidado: que no me olvide de acudir puntual a la mutua para que un médico contratado por una empresa privada compruebe con sus propios ojos que tu cáncer no son unas anginas. A mí eso me insulta, y la culpa no es de la mutua que, a fin de cuentas, hace lo que le mandan y gana dinero. Es del sistema, que es así.
En lo mío, por ejemplo, un tumor cerebral que resultó ser un astrocitoma anaplásico en grado III, una cosa muy seria que podría acabar con viuda y dos huérfanos, han intervenido neurólogos, neurocirujanos, oncólogos, radiólogos, un neuropsicólogo, el psicólogo de oncología y mi médico de familia, aquel que me recomienda que lea a Tucídides.¿No le parecen avales suficientes al sisitema que todavía tengo que ir a una mutua privada el 31 de enero? ¿Antes o después de que me frían la cabeza en radioterapia? ¿Me llevo la bolsa para vomitar o me la dan ellos? Es que la quimio es lo que tiene, que lo mismo echo la pota en la salita de espera y pongo la moqueta perdida. Para amarrar los pluses de altos cargos sí que han estado rápidos en los foros políticos, sí. Perdonad la mala hostia, pero este blog no se llama rabudo.com por nada.
A pesar de que hoy me haya dado por poner a parir al sistema, sigo bien de ánimo, convencido de que entre todos le ganaremos el pulso al cáncer y a la burocracia. Antes de meterme la ración diaria de Temozolomida, quería traer a la portada una reflexión que me hizo a través de un comentario mi amigo Santiago Calviño. Y no lo hago tanto por el hecho de que sea médico y voz autorizada en todo este fregado, sino porque tuvo la suficiente visión para darse cuenta de que lo que yo necesitaba para venirme arriba en el postoperatorio era el helicóptero teledirigido que siempre quise tener. Espero que para la siguiente me caiga el Scalextric que nunca me trajeron los Reyes. Gracias, Santi. Soy todo oídos.
Hola Nacho. Sigo leyendo con todo interés tus magníficas crónicas. Gracias por seguir escribiendo a pesar de todo por lo que estás pasando. El enemigo a batir resultó mucho más potente y taimado de lo que parecía. Un cabrón con pintas. Le has ganado una crucial batalla, pero no está vencido.Tu situación me recuerda vivamente la de Inglaterra bajo los terribles bombardeos alemanes, cuando Churchill dijo aquello de que “Esto no es el final, ni siquiera el comienzo del final, pero sí el final del comienzo”. Pues eso, empezó la guerra total y todo el armamento esta desplegado.
La guerra no va a ser corta ni fácil, y habrá muertos, heridos y “daños colaterales”, pero venceréis, porque conocéis muy bien los puntos débiles del enemigo y contáis con armas muy sofisticadas, además de tu envidiable e imprescindible moral de victoria. Necesitarás seguir un protocolo terapéutico muy duro y estricto, como todos los oncológicos, pero presiento que con el tratamiento, tu fuerza y un poco de suerte, se pueden lograr los objetivos. Habrá sangre (poca), espero que pocas lágrimas y muchos sudores y náuseas pero, como Inglaterra, renacerás de tus cenizas mucho más fuerte.
Espero que todos los venenos que tomas le sienten mucho peor a don A.A. (astrocitoma anaplásico) que a ti y que dentro de unos pocos meses te pueda ver con tus niños disfrutando del helicóptero. Como alguien ya ha comentado aquí, la marihuana está aprobada en muchos sitios para su uso en el tratamiento de las náuseas de la quimioterapia y parece ser efectiva, según estudios controlados. Ánimo y adelante, amigo. Un astrocitoma anaplásico no puede ser enemigo suficiente para ti .
Un fuerte abrazo. Buenas noches y Buena Suerte. Santiago Calviño.

Tengo unos amigos enormes, un cáncer y un helicóptero teledirigido. No hay mal que por bien no venga. Hasta pronto.

Interior de paloma muerta - Jose Luis Alvite

Interior de paloma muerta - Jose Luis Alvite

Me reafirmo en mi vieja idea de que el rostro castigado de algunas personas es la mala letra de una gran historia. El escritor Francis Scott Fitzgerald triunfó al principio de su carrera y en plena juventud se le cansaban los brazos antes de poder gastar el dinero que medraba como hongos en las palmas de sus manos, pero todo que admiro en él no es sólo su literatura o su triunfo, sino lo digna y elegante que siempre me pareció su caída. Supongo que esa tentación del deterioro humano es la misma que siento al contemplar las ruinas de las ciudades destruidas por la guerra y la que me atrae hacia los jardines abandonados y las viejas estatuas en cuya entereza de mármol prenden tenaces la corrosión y el musgo. De los hombres me atrae menos su expediente académico que los estragos que haya causado la vida en su rostro.

Cada vez que hablo con una mujer interesante y le escucho frases inteligentes, me pregunto si no sería aún más memorable en el caso de que escupiese sangre al hablar. He sentido siempre verdadera fascinación por los personajes fracasados y enfermos, en contraposición con la indiferencia que me producen por lo general los saludables triunfadores. Reconozco sentir admiración por unos cuantos hombres importantes, pero sé que no hay un solo ser humano cuya reputación no mejore a mis ojos si su obra irreprochable va acompañada de las horribles secuelas de un accidente de coche.

Alguien que vivió en el Berlín de entreguerras me reconoció hace algunos años que la capital alemana jamás había sido tan hermosa como cuando resultó arrasada por las tropas soviéticas en la II Guerra Mundial. No me costó estar de acuerdo con aquel tipo. Siempre supe que hay ocasiones en las que cierta clase de arquitectura produce más mediocridad artística que la implacable acción de la artillería. Y lo mismo ocurre con los hombres. Aunque no hubiese escrito una sola obra literaria, Oscar Wilde habría entrado en la inmortalidad por su manera de hablar. Sin embargo, es en la sórdida doblez de su existencia donde radica la grandeza del personaje. Y eso es así en su caso y en el de tantos personajes literarios porque se dejaron destruir por el imponderable peso de su grandeza. Y también, maldita sea, porque la suya es siempre una belleza sutil y vulnerable, un resplandor que sucede como en el rabillo del ojo y que les conduce a la gloria al mismo tiempo que al olvido, como si cada uno de esos maravillosos seres humanos se conformase con ser un gato caminando a oscuras por el interior azul y encarnado de una pobre paloma muerta. 

jueves, 23 de enero de 2014

El premio Diego Bernal reconoce el genio retorcido de Alvite

El premio Diego Bernal reconoce el genio retorcido de Alvite

Carlos Alberto Fernández.

Santiago de Compostela, 23 ene (EFE).- Como periodista, José Luis Alvite retuerce las palabras hasta encontrar una frase que cautive al lector. Es un genio, con todo lo que ello implica, y el sábado recibirá en la capital gallega el premio Diego Bernal, distinción que lleva el nombre de un reportero fallecido que fue delegado de la Agencia EFE.

Se le reconoce con esta entrega a Alvite una fecunda trayectoria profesional que se le planteó como dilema cuando su padre le dijo una frase lapidaria: "Hay dos maneras de estropear la letra, hijo, la masturbación y el periodismo, así que tú verás".

Y él, como relata en el libro 'Historias del Savoy', se dedicó al "periodismo, que, sobre la masturbación, tenía antes la ventaja de que no había que bajarse los pantalones".

Hace semanas que (casi) nadie sabe de Alvite, el melancólico periodista mortal, como él mismo se define en su cuenta en una red social en la que no escribe desde diciembre.

Su teléfono está apagado y el buzón de mensajes lleno mientras centra sus esfuerzos en la batalla contra el cáncer. Imposible entrevistarlo y también saber si irá a recoger el galardón o delegará.

"Me levantaré cada mañana con la esperanza de que la muerte siga dormida", prometió a sus seguidores no hace mucho, aunque parece demasiado tiempo porque la pluma de Alvite se echa de menos.

Como "la vida es una mala costumbre de la que cuesta desprenderse", el extravagante y romántico escritor se aferra a seguir contando historias. "Nunca se me dio bien la lucha. La vida me enseñó a pelear siempre acostado porque esa es la única manera segura de no caer", escribió tras confesar su enfermedad en noviembre.

"Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche" tuiteó con su estilo habitual, cargado de humor negro. Después, trató su dolencia en una carta publicada en la contraportada de La Razón, diario que lo tiene entre sus articulistas, dirigida a Carlos Herrera, quien le puso voz en su programa radiofónico, del que José Luis Alvite es colaborador.

En el prólogo de 'Historias del Savoy', Herrera le define como el más sugestivo, imprevisible y desconcertante escritor por entregas de España y afirma que la suya es "poesía intermedia entre canalla y sublime" con "un humor tan negro como las noches en que se desarrolla".

Noches a su lado las que pasó Luis Rial, con el que ganó el premio Galicia de Xornalismo en 1988. De él relató Alvite en el decano de la prensa española, Faro de Vigo -donde, como él, firmaron su padre y su abuelo-, que estaban tan unidos que "para acertar con el paradero" de uno de ellos "bastaba con conocer el del otro".

Rial, jubilado en activo, con un programa en Radio Obradoiro, del Grupo Correo Gallego, es de los pocos que ha conseguido hablar últimamente con el Premio Diego Bernal 2014.

"Lleva la enfermedad muy serenamente", cuenta a EFE mientras prepara un artículo sobre el escritor.

Cuando José Luis Alvite dejó La Voz de Galicia nombró a Nacho Mirás Fole su "heredero". "Es una enorme responsabilidad. Siempre dije que no estaba a la altura de su escritura", explica a EFE este periodista, que, como el maestro, también pelea contra el cáncer, una batalla que describe en su blog personal www.rabudo.com.

"Para todos los que nos gusta no solo contar los hechos sino recrearlos", Alvite, un gran melómano y amante del cine negro, "es un modelo", concluye. EFE

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El guardaespaldas - José Luis Alvite

El guardaespaldas - José Luis Alvite

Anoche estuvo en el 'Savoy' el viejo Tony Price. Ya cumplió lo ochenta años pero conserva en su aspecto una especie de juventud freática, la remanente juventud de alguien que se hubiese cuidado mucho. Y no es cierto en absoluto. Tony Price fue uno de los tipos más descuidados que conocí. Fumó y bebió cuanto quiso. Incluso fumaba buceando en la piscina de Giacomo Belusi, el viejo gángster de Cleveland que le complicó la vida. Tony fue guardaespaldas de Belusi durante un par de años. Al principio le guardaba el cuerpo al jefe pero a los pocos meses había empezado a guardarle el cuerpo a la mujer del jefe. Ella se llamaba Minnie Galloway y se decía de ella que conocía veinticuatro maneras distintas de bostezar 'La muerte de un viajante'. Al principio Tony fue un guardaespaldas correcto. Y frío, Minnie estaba satisfecha y Giacomo Belusi no desconfiaba de aquel tipo tan frío que sólo podría tener relaciones sexuales durante la cremación. Hasta que un día el gángster de Cleveland sorprendió a Tony Price en la playa encima de su mujer. Fue un momento de gran tensión. Tony dijo que se había limitado a actuar como guardaespaldas. Belusi le pidió explicaciones. No era normal que a Minnie Galloway aquel tipo le guardase las espaldas encima de ella. Tony reaccionó como pudo. Miró a Giacomo y le dijo: "¡Vamos, señor Belusi, sólo intento defender a Minnie de las gaviotas!". Belusi se quedó un rato en silencio. Después, pronunció dos disparos. Tony estuvo tres meses en un hospital en New Jersey. Lo recordamos anoche. Tenía en la habitación un televisor de pésima calidad en cuya pantalla se cruzaban las cadenas. Era como enchufar a la red un bombo de la lotería. Una noche pasaban en un canal 'Centauros del desierto', y 'Lo que el viento se llevó', en otro canal. Tony nos juró por sus muertos que al final, en aquel pésimo televisor, se mezclaron tres cadenas y John Wayne se besó con Clark Gable y con Richard Nixon. El hospital de New Jersey era tan poco recomendable que unos meses más tarde lo reconvirtieron en fábrica de ataúdes para la guerra del Vietnam.

miércoles, 22 de enero de 2014

Dos pamelas - José Luis Alvite

Dos pamelas - José Luis Alvite

Querido Al: Vamos cayendo como moscas. Se nos echan encima la nostalgia y los años y un día descubres que tu próxima chaqueta será la pala del enterrador. Nos acecha la decrepitud. La semana pasada me invitaron a la inauguración de un hotel a las afueras de la ciudad. Se pedía ropa negra y camisa blanca. Así son las cosas, muchacho: una camisa verde fue lo más blanco que pude conseguir. A veces pienso que más vale dejarse ir hasta la inanición. Y que no vale la pena meterle nada al cuerpo. Sería un despilfarro. Darle algo a un cuerpo como el mío, maldita sea, es como guardar el ventilador en la nevera. Presiento mi deterioro en el deterioro de mi coche. Ninguno somos lo que fuimos. Nada en mi coche recuerda los viejos tiempos, cuando su motor era una pajarería y sus luces, dos pamelas amarillas en ta oscuridad. Yo entonces estaba en lo más alto de mi vigor y de mi oficio y le sacaba dos ciudades de ventaja a la patrulla de carreteras conduciendo con mi 'Buic' sobre cuatro balones de rugby. En mi cuerpo aun se presentía la víspera de la juventud. Me movía tanto que aparcaba el coche en cuatro calles a la vez. Mi revólver dejaba en el suelo un casquillo y seis colillas. Estaba en todos los ficheros e incluso me invitaban a las fiestas en comisaría para evitar que esa noche ocurriesen cosas en la ciudad. ¿Y ahora? ¿Cómo son ahora las cosas? Ahora ya no soy nadie. Y cada vez que se comete un crimen, la Policía sospecha que no fui yo. Supongo que es otra señal de mi decadencia. Y que ya es historia que en lo alto de mi escalada, era un tipo tan buscado, que el sastre me probaba los trajes con los brazos en alto. Entonces me sentía capaz de cavar una zanja para enterrar el firmamento. Y me juré que sólo lloraría para apagar la sed. He perdido fuerzas e ilusiones. Incluso me parece que fue un sueño que Ernie nos dio las señas de aquel tipo extravagante y portentoso de cuya peluquería salías con el pelo un centímetro más largo. Incluso creo que ya no sería capaz de enfrentarme a Terry como lo hice aquella noche que la encaré y le dije: "hueles bien, nena; ¿es que has cambiado de sudor?".

martes, 21 de enero de 2014

Adios - José Luis Alvite

Adios - José Luis Alvite

Querido Al: He decidido retirarme. La madrugada es muy exigente y me siento mayor. Estoy tan arrugado, que si me diese por llorar, una lágrima tardaría diez minutos en resbalar entre mis ojos y mi barbilla. La última noche que cené con una mujer, la muy zorra me dijo que me encontrarían joven si confesase treinta años más de los que tengo. Todo ha cambiado a mi alrededor. En mi agenda la próxima cita con una mujer hermosa la tuve hace diez años. Ahora ni siquiera anoto los recados en ella. ¿Sabes Al, muchacho? Anoche mismo abrí la agenda por nostalgia y me encontré con que sólo había una anotación 'Cerrar la agenda'. Todo se desploma a mi alrededor. Hace unos días vi al otro lado de la calle a Norma Gedish. ¡Dios Santo!, está tan delgada que parece que lleve la cabeza en el regazo. Ni le dirigí la palabra. Sé que anda muy mal de memoria. Un amigo común me dijo no hace mucho que a Norma un médico del Bronx le dio muy pocas esperanzas y le recomendó que las pastillas para la memoria se las metiese en la boca con ayuda de un revólver. ¡Joder!, fue como decirle que el cáncer cura el catarro. Me he procurado una casita a las afueras, en un sitio tan oscuro que incluso el sol está a la sombra. Como no hay peces, tampoco hay gaviotas. Pero cómo será mi suerte, maldita sea, que ayer se me dio por acercarme a la ciudad, aparqué en el aeropuerto y me cagaron el coche los aviones. Creo que es un buen momento para despedirme de las noches del 'Savoy'. Todo está tan cambiado, que una noche Ernie Loquasto me dijo que un actor francés le había jurado que ahora en el Louvre hacen exposiciones de comida y que en Chicago las señoras mean de pie, Supongo que es el anuncio del fin de una época. Y que ya sólo nos queda recordar los buenos tiempos, Al, muchacho, cuando el bufé del Waldorf incluía un revólver y si a un tipo le disparabas a quemarropa, no te detenían por acoso sexual. ¿Recuerdas, Al? ¿Recuerdas cuándo éramos jóvenes y mi mirada resultaba tan persuasiva que una madrugada me devolvió dinero un tipo que no debía nada?

Física y química - Nacho Mirás Fole

Física y química - Nacho Mirás Fole

No me parecía muy estético ir en autobús a la primera batalla de mi guerra radiactiva contra el cáncer que se empeña en plantar una coliflor en mi cerebro. Así que, después de una larga caminata con mi amigo Yanqui -ya tendré tiempo de hablar más a fondo de Yanqui, que es un personaje muy importante en esta historia- tomé la decisión de llegar al Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela por mi propio pie. Pensé en el capitán Vázquez Molezún dándole órdenes a mi padre en el viejo cuartel del Hórreo: “¡Pecho pa fuera, barbilla recogida, soldado!”. En el plan de trabajo del servicio de Radioterapia me han encajado cada día, durante los treinta próximos -descontando fines de semana- en un hueco a las dos de la tarde. Así que cada vez que arranque en la SER Hora 14, a mí me estarán friendo la sesera.
Todo lleno de razón, bajé la avenida de Barcelona dispuesto a plantarle cara al enemigo. A falta de fusil o de bayoneta, salí de casa armado con un paraguas Jani Markel que me costó diez euros en un chino hace varios años. Ha aguantado varias ciclogénesis explosivas, así que no me pareció una mala opción para defenderme en la adversidad. Voy a desvelar un secreto: Jani y Markel son los hijos del dueño de la marca, un importador afincado en el País Vasco; cuando colapsé tenía pendiente la publicación de un reportaje sobre el empresario que ha montado un emporio a costa de las borrascas. Al llegar al destino lo más fácil hubiera sido entrar por el edificio de consultas externas, pero me pareció más grandioso hacerlo por la puerta principal.
Suelo llegar con tiempo a los sitios, y a la guerra no iba a ser menos. Antes de bajar a Radioterapia me di una vuelta por el Hospital de Día de Oncología, ahora convertido en mi cuartel general. Mientras hacía tiempo, miré desde la ventana a la inmensidad de Vidán, me puse los auriculares y pinché el tema principal de la banda sonora de esta película basada en hechos reales: Space Oddity, de David Bowie. Después bajé al piso -3 mucho más motivado. Astrocitoma anaplásico, te vas a cagar.
Llegué puntual a la sala de espera, antesala de la radiactividad. Pero las hostilidades tenían retraso porque en la radioterapia y en la sanidad en general, pública o privada, los tiempos siempre son aproximados. Me acuerdo mucho estos días de Gila llamando por teléfono con su camisa roja al enemigo para preguntarle a qué hora piensa atacar. Opté por no intercambiar impresiones con ninguno de los otros pacientes que, muy pacientes, esperaban a ser radiados en las freidoras del Servizo Galego de Saúde. A cambio, me entretuve pensando en la larguísima conversación de la mañana con Yanqui, que estoy seguro de que es el principio de una gran amistad. Y en el abrazo y los besos que me plantó junto al Auditorio de Galicia una conocida política gallega con la que tuve mis diferencias judiciales en el pasado. Su gesto me pareció tan sincero que, por mi parte, ya estás amnistiada. Tabla rasa.
Por fin, desde la megafonía me llamaron a filas. Cuando a mis alumnos de Periodismo les digo que acentuar las mayúsculas es obligatorio, lo hago porque, además de que así lo ordena la Real Academia Española, se evita, por ejemplo, que te cambien el apellido: “¡Ignacio Miras!”. “¡No! ¡Es Mirás, con acento en la á!”, repliqué ya en el mostrador de control. Mi padre siempre usa una regla nemotécnica para que no le jodan la estirpe: “¡Pepe Mirás, por delante y por detrás!”. Yo lo hago también con mis hijos.
Me acompañaron hasta el acelerador lineal y, sin preliminares, me ordenaron tumbarme en la camilla de la freidora radiactiva Siemens Primus que, con la pasta que vale, ya podía tener un acolchado viscolástico. Enseguida te acostumbras. Ser un churro tiene sus inconvenientes. A cuatro manos, me encajaron en la cabeza la máscara hecha a medida la semana pasada y me inmovilizaron: “Si algo no va bien, levanta una mano, te vemos desde la cámara”, me advirtieron. Y empezó la sesión.
A oscuras, los servomotores de la Primus empezaron a moverse y se puso en marcha una coreografía de ráfagas y sonidos. Identifiqué al momento la secuencia musical sobre la que se articula todo: Do-Do (alto)-Do-Sooool. Aunque con otras notas, me recordó a la banda sonora de Encuentros en la Tercera Fase. Va a resultar que los ingenieros alemanes de Siemens son unos cachondos.
Fueron apenas diez minutos, suficientes para memorizar la música radiactiva con la que tratarán de amansar a mi fiera, a mi astrocitoma anaplásico latente en grado III. Cuando se acabó la sesión y me quitaron la máscara, lo primero que vi fueron unos ojos tan impresionantes que pensé que me seguían radiando. No, no estoy metiendo fichas, simplemente es un cumplido; sé que estas memorias sanitarias se leen en el servicio de Radioterapia y no tengo el horno para bollos. Salí de una pieza y me despidieron con una sonrisa y un “hasta mañana”.

Por hoy lo dejo aquí, cuando son las 22.20 y, superada la física de la mañana, empieza la química de la noche. Ya me he metido el Ondansetrón de 4 miligramos que, en teoría, debería evitar las náuseas que me provocarán los 150 de Temozolomida. Esto de la quimio es la hostia: te dan unos medicamentos que contrarrestan las consecuencias de otros. El Ondansetrón evita el vómito pero, a cambio, te estriñe. ¡No quiero ni pensar que, para cagar ligero, tenga que recurrir entonces al supositorio de glicerina! Seguro que la glicerina también tiene efectos secundarios que se corrigen con otro fármaco más. Y, así, hasta el infinito y más allá. Confío en levantarme con la fuerza suficiente para vestir a mis hijos, darles el desayuno y llevarlos al colegio. Y para ir caminando a la segunda sesión de radiación en la freidora alemana. Ya os contaré. Mañana más.