domingo, 19 de enero de 2020

La historia de Carmen - Susu

La historia de Carmen - Susu

Una vez más me siento obligada a escribirte. Me gustaría creer que será la última, pero lo dudo. Yo pensaba que las cosas iban mejor entre nosotros. Imagino que pasamos fases mejores y peores.
Alguien cercano me contó la historia de una mujer a la que llamaré Carmen para no desvelar su nombre real. Quiero que escuches esta historia atentamente y que olvides tu móvil por unos minutos.
Carmen lo daba todo por sus hijos. Todo es todo.
Les lavaba y planchaba la ropa. Les ayudaba con sus tareas. Les llevaba y recogía del colegio. Les preparaba las mejores comidas.
Cuando regresaban a casa sus cuartos estaban perfectamente recogidos y la casa olía a perfume. La cena, servida en el plato a las ocho en punto. Los pijamas, bien colocados sobre sus camitas.
Todos comentaban lo buena madre que era Carmen. Lo entregada que estaba a su familia. Y las visitas iban y venían deshaciéndose en constantes elogios. Carmen era una mujer popular y todos disfrutaban de su casa y de sus guisos.
¡Qué trabajadora y qué paciencia de Santa! Comentaban.
No había madre en el universo que pudiera compararse. Además, era sorprendente porque nunca pedía nada. Y casi nunca se enfadaba. Lo encajaba todo bien con una sonrisa siempre en la cara.
De sus hijos la más pequeña era también la más rebelde. La que tuvo más problemas en el colegio. La que dio más guerra porque no quería casarse y tardó en decidir qué hacer con su vida. También era la que tenía más sensibilidad y desde pequeña observaba a su madre con extrañeza y cierta melancolía.
Mientras Carmen fue joven todo fueron elogios. Su marido sacaba pecho y sus hijos se enorgullecían de tener a la mejor mamá del mundo. Una mamá que jamás pedía, ni se quejaba de nada y en cambio lo daba todo.
Pero el tiempo fue pasando y Carmen enviudó, y la vejez la asaltó a la velocidad del rayo. Casi como si de una maldición se tratara. Entonces fue dejando de cocinar y poco a poco desaparecieron los invitados.
Sus amigos y familiares ya a penas se acercaban a visitarla. Esto la puso muy triste. Tanto había dado a los demás que sentirse sola le parecía una condena injusta. Le costaba ver la casa vacía.
La tristeza aceleró la vejez y la vejez agrandó la tristeza. Y un día también dejó de ser guapa y le falló la rodilla. Y luego la vista. Y como una margarita que va perdiendo uno a uno todos sus pétalos, terminó postrada en una silla de ruedas.
Pero lo que fue sorprendente de verdad es que durante todo ese proceso de deterioro sólo la pequeña de sus hijos, la más rebelde, fue a visitarla.
Un día Carmen la telefoneó para que acudiera en su ayuda. Quería ducharse y no se atrevía a hacerlo sola. Ni siquiera con aquella silla. Ese día hablaron y le confesó su pesar.
-¿Por qué no vienen a verme el resto de tus hermanos? ¿Por qué tengo la casa vacía?
Por fin se atrevió a verbalizar su pena.
-No vienen porque les diste tanto que te olvidaste de enseñarles lo más importante.
-¿Qué era lo más importante, hija?
-Te olvidaste de enseñarles que tú también les necesitabas.
Mamá, nunca pediste un regalo por Navidad. Y dejaste de comer en más de una ocasión por darnos más comida. Tampoco reconociste nunca que estabas cansada y que necesitabas que alguien te ayudara. Nunca luchaste por tu lugar en la casa, por tu espacio en el sofá, por tus sueños, porque alguien te preparara un día el desayuno. Creías que dándolo todo ese lugar estaría asegurado. Pero no es así, madre. No nos enseñaste a cuidarte.
Entonces, escuchando aquellas palabras que se le habían clavado en el alma como puñales, Carmen se dio cuenta de cuál había sido el gran error de su vida, pero ya era tarde. Había criado a un montón de hijos egoístas y comodones que no hacían más que poner excusas para no ir a verla. Ni siquiera estaban dispuestos a pagar para que alguien externo pudiera ayudarla. Se quejaban de los míseros sueldos que cobraban aquellos cuidadores y se hacían mala sangre creyendo que encima se aprovecharían.
Al menos Carmen tenía a su hija y ella la acompañaría hasta el final de sus días.
Es importante que las mujeres dejemos de pretender ser como Carmen y reivindiquemos nuestro lugar dentro de la familia. Hay que pedir más y sin miedo.
Esta historia te la cuento a ti, especialmente a ti. Por todas esas veces que no respondiste. Por todos esos momentos en los que quise explicarte y no supe.

Tal vez para nosotros no sea aún demasiado tarde.

viernes, 17 de enero de 2020

Un español roncando por la patria - David Torres

Un español roncando por la patria - David Torres

No nos engañemos: la inmensa mayoría de los refranes populares no atesoran más que chismes de abuela, sabiduría de mesa camilla que algún Paulo Coelho prehistórico acuñó en una expresión feliz que fue pasando de boca en boca para desgracia de sus paisanos. Ya se sabe que todos los refranes mejoran una barbaridad si se añade a la primera parte “entre las sábanas” y a la segunda “entre las piernas”. Por ejemplo: quien a buen árbol se arrima (entre las sábanas), buena sombra le cobija (entre las piernas). O bien: no por mucho madrugar (entre las sábanas), amanece más temprano (entre las piernas).
Sobre esto del madrugar se habrán dicho más tonterías, con toda seguridad, que sobre cualquier otra cosa, especialmente en lo que concierne al trabajo, una actividad tan perniciosa que lo primero que recetan a los enfermos es descanso. A quien madruga (entre las sábanas), Dios le ayuda (entre las piernas). Precisamente por madrugar, a Margallo le pasó factura el sueño atrasado y se echó una breve siesta en la Eurocámara sobre las cuatro y media de la tarde. “No soy muy consciente de haber dado una cabezada en el Parlamento europeo” escribía Margallo poco después en su cuenta de twitter. Era la prueba definitiva que sus enemigos andaban buscando, puesto que, de haber estado consciente, no habría pegado esa cabezada casi mortal. La inclinación de testuz era tan aparatosa que el realizador decidió cambiar de plano y dar tiempo a que avisaran un médico, no fuese que Margallo se hubiera roto dos o tres vértebras.
Todos sabemos que las sesiones parlamentarias no son más que una prolongación de las lecciones del colegio, una labor dura e ingrata por la que estos jornaleros del sillón se llevan un sueldo espectacular, en torno a los diez mil euros mensuales entre unas cosas y otras. Por qué no cobran lo mismo un neurocirujano o un camionero es un misterio, teniendo en cuenta que estos profesionales no pueden permitirse el lujo de ponerse a pescar en el trabajo, salvo riesgo de acabar con cuatro muertos en mitad de la autopista o una arteria convertida en una manguera. La verdad es que a menudo da la impresión, entre las calvas en las sesiones, las lecturas a deshora, la afición a los videojuegos y las exploraciones nasales, que el cometido de un parlamentario consiste básicamente en luchar contra la tentación de la siesta. En Bruselas es peor, ya que muchos eurodiputados podrían ponerse a oír canciones de Julio Iglesias por los cascos y nadie iba a notar la diferencia.
Margallo, al menos, ha tenido el coraje de roncar apoyado patrióticamente en una pulserita con la bandera española y luego no se ha disculpado con torpes excusas de que estaba imitando a El pensador de Rodin o reflexionando en profundos dilemas europeos. La siesta, el yoga ibérico, le ha servido para demostrar que, como él mismo dice, tiene la conciencia muy tranquila, tanto que se oye a razón de cinco ronquidos por minuto. Luego ha citado a Unamuno para explicar que duerme mucho, pero cuando está despierto (entre las sábanas), está más despierto que nadie (entre las piernas). Sobre todo a la hora de contar los billetes, ahí ni parpadea el tío. También podía haber hecho una paráfrasis de Machado:
Ya hay un español que quiere
dormir y a dormir empieza
entre una España que ronca

y otra España que bosteza.

miércoles, 8 de enero de 2020

El gobierno comino - Luis Ventoso

El gobierno comino - Luis Ventoso

Nace un pato cojo que caminará lo que permita Junqueras
Meritxell Batet, la nacionalista catalana del PSC que preside el Congreso, ejerce su moderación con sosiego. Suele permitir que los portavoces se despachen sin apremiarlos ni reconvenirlos (incluso cuando insultan al Jefe del Estado, como Bildu el domingo). Pero ayer Batet rompió su tónica tranquila urgiendo varias veces a la oradora de ERC, Montserrat Bassa, para que fuese rematando su discurso. ¿Por qué le entraron esas prisas súbitas a Batet? Pues porque Bassa, hermana de una dirigente sediciosa condenada a 12 años de cárcel, se vino arriba y cantó «La traviata» sobre el pacto Sánchez-ERC. «La gobernabilidad de España me importa un comino», confesó desde la tribuna del Congreso. Y acto seguido explicó que lo único que buscan invistiendo a Sánchez es alcanzar «la República catalana independiente desde la cordialidad con España» (frase perfectamente omitida en el Telediario de ayer de TVE, no vaya a ser que el pueblo perciba el talón de Aquiles de nuestra gloriosa «coalición progresista»).
Éxtasis. Sánchez levitaba en su pedestal. Hasta dirigió a los fotógrafos que lo retrataban. El vicepresidente Iglesias prorrumpió en gruesos lagrimones, cual ayatolá iraní, conmovido por haber asaltado al fin un cachito de cielo. La euforia seguirá unas semanas. Por decreto se pueden hacer muchas cosas. El Gobierno de la «coalición progresista» tiene apoyos para cepillarse la reforma laboral y subir el sueldo mínimo, anotándose así dos tantos propagandísticos de «sensibilidad social». Pero los golpes de efecto iniciales serán solo un espejismo. A la larga, Sánchez es un pato cojo, como denominan en la jerga americana a los presidentes de cartón-piedra. Si ERC ha mantenido el apoyo al PSOE pese a las inhabilitaciones de Junqueras y Torra, Sánchez tiene que haberles presentado un ofertón bajo cuerda, algo más que competencias y dinero. Así que cuando se acerquen los presupuestos, ERC le pasará su factura: o me das el referéndum, o despídete del chiringuito. Con tal de dormir en La Moncloa, Sánchez es capaz de continuar con las cuentas de Montoro ad infinitum. Pero el suyo pasaría entonces de Gobierno Frankenstein a Gobierno zombi, pues carece de mayoría para reformar la Constitución y en la actual no cabe lo que exige ERC.

Esta fotografía no llega al gran público, debido a las televisiones. Toda la trompetería oficialista predica ya un mismo argumento: la derecha española es antidemocrática y cuasi fascista y se niega a aceptar que ha ganado una mayoría progresista, que arreglará el problema territorial dialogando y traerá «justicia social». Efecto Pavlov: en cuanto las cadenas machaquen esta sintonía varias semanas, el público concluirá, en efecto, que Casado y Arrimadas -no hablemos ya de Abascal- son los nietos de Franco y deben ser aislados. Pero el Gobierno del comino continuará renqueando. Porque alberga dos hiperegos. Porque los radicales de este camarote de los Marx -sección Karl- tropezarán con el rigor fiscal de la UE. Y, sobre todo, porque el surtidor de gasolina del coche lo maneja Junqueras, que no se apeará jamás de su república de Exin Castillos.