sábado, 31 de agosto de 2013

¡Adolf! - Arcadi Espada



¡Adolf! - Arcadi Espada
Querido J:
El anuncio de un coche. Planos de una aldea. Hay hombres trabajando en el campo. Una vieja hierve patatas. Otro grupo se afana en las tareas de construcción de una casa, albañilería. Se oye un rumor y levantan la cabeza. Un ojo de niño también lo ha oído. Y el que va guiando unos bueyes. Aparece el salpicadero de un coche, el cuentakilómetros. En el centro destaca, encendida, una alarma. Ahora vemos por qué. El coche, que está atravesando la aldea, se encuentra de repente con dos niñas que juegan en mitad de la calle. Pero ha logrado frenar a dos palmos. El triángulo rojo de la alarma vira al verde, y es que la madre se ha llevado a las dos niñas, sanas y salvas, hacia el interior de la casa y la carretera está expedita. En ningún momento se ve al conductor y la impresión es que ha sido la activación de la alarma lo que en verdad ha salvado a las niñas. El coche parece que llega a otro pueblo. Hay en la calle un niño que hace volar su cometa. E inmediatamente una mujer tras la ventana que lo observa con la sonrisa tierna de una madre. Mientras tanto el coche sigue su marcha. El ritmo y el volumen de la música crecen. La narración se reduce a una serie de planos alternos entre coche y niño. Los dos corriendo. De pronto la secuencia binaria se interrumpe. Aparecen, muy rápidos, a la velocidad de lo irreparable, un plano de la madre, otro del frontal del coche, que ahora vemos que es un Mercedes, y otro de Adolf Hitler. Sobre este último plano la música estalla y se convierte en un golpe. Un cuerpo rueda sobre el asfalto. Un ave sale volando, y es un águila, y es nacionalsocialista. Durante unos segundo vacíos se oye solo su chillido. La madre reaparece con la cara desencajada, corriendo hasta el lugar del hecho y gritando: «¡Adolf!» Se deduce que el Mercedes, sin inmutarse, ha seguido su camino. Ya está saliendo del pueblo, que se llama, según el cartel que vemos, Braunau am Inn, municipio austríaco. El fundido en negro da paso a un rótulo: «Detecta los peligros antes de que surjan». Otra vez el grito ¡Adolf!, aún más desgarrado, una promesa de tambores y el plano final: el niño de la cometa sobre el suelo, su cuerpo muerto en forma de esvástica.
Uf. Joder, yo lo he visto 5 veces para poder describírtelo, pero te juro que la primera vez, en seco y sin contexto, como lo vi yo, emociona de veras. Luego pasas unos segundos comprendiendo la pirueta. El anuncio de un sistema que detecta los peligros si la conciencia humana falla. De ahí que el coche haya frenado a dos palmos de las niñas que saltaban a la cuerda. Pero de ahí también que haya proseguido impertérrito su camino atropellando al niño Adolf Hitler: ninguno de sus contemporáneos vio el peligro. (¡Ah, el grave peligro de los soñadores, colgados de sus cometas!). ¡Sólo vio el peligro la Mercedes!, que liquidó sin contemplaciones al niño. No es extraño que la empresa se haya desvinculado del anuncio, y que a lo largo de toda la escena unos obstinados rótulos nos recuerden que se trata de un trabajo escolar –el talentoso trabajo, dirigido por Tobias Haase, de la escuela de cinematografía de Baden-Württemberg–, y que Mercedes-Benz no ha autorizado.
Si te tomas unos minutos más la admiración por la sintáctica pirueta empieza a clarear en desasosiego. Naturalmente se trata de una ficción. De una doble ficción. No solo el niño Hitler no murió, sino que no podía de ninguna forma morir, porque según nuestra conocida creencia las cosas sólo pudieron suceder como sucedieron. Pero la ficción no sólo suspende la credulidad emocional, por así decirlo, sino también la del propio razonamiento. Y eso significa que ya estás dentro de ese Mercedes que atraviesa el idílico Braunau am Inn al encuentro del niño Adolf y de su madre. Y que te parece francamente repugnante lo que va a pasar, es decir, que tu coche mate a un niño. Párate un segundo en esto que te digo, de que sea tu coche y tal. Es decir. Tú y yo podríamos aceptar una argumentada hipótesis de laboratorio: mejor que muera el niño de la cometa en vez de seis millones de judíos. Eso está muy bien. ¡Quién podría contradecirlo! Pero sucede algo distinto cuando eres tú el que ha de matar al niño; y esa es la turbadora grandeza emocional del cine: ha dejado de ser una hipótesis de laboratorio y tú vas en ese coche: tú eres la alarma y tú decides. Algo similar pasa con el dilema, tan usado, de las agujas del tren. Una cosa es que tú acciones una palanca, desvíes el vagón y en vez de morir cinco personas muera una. Pero otra cosa distinta es que tú tengas que tirar a un gordo desde el puente para que su cuerpo desvíe el tren y se salven las cinco. La diferencia que registra la lengua española entre matar y morir. Y tus propias manos empujando al gordo. Es por esa diferencia verbal y por ese tacto humano que hay muchas más personas que accionarían la palanca de las que echarían al gordo puente abajo.
Tu Mercedes va a matar a Adolf Hitler. Es un niño. Sí, pero crecerá y construirá Auschwitz. Es un niño, ahí está su madre. Sí, pero si él muere 54.999.999 personas se librarán de la muerte en Europa. Es un niño.
El anuncio ha traído polémica en Alemania. La trae cualquier intento de lo que llaman humanizar a Hitler, sin tener en cuenta, como nos advierte sagazmente Kahneman que ni siquiera Hitler pudo ser Hitler las 24 horas del día, y que se tomó su tiempo para acariciar criaturas, ser bondadoso con los perros y tal vez jugar con cometas. Pero la polémica se comprende, porque incrustados en esa poderosa ficción, en el asombroso peligro del cine, la sentencia de nuestra naturaleza moral es firme: ni aun sabiendo que será Hitler mataríamos a ese niño.
Sigue con salud,
A.

El 'caddy' - José Luis Alvite'

El 'caddy' - José Luis Alvite'
  
¡Oh, Dios, querida Kate!: Era noviembre en la costa. ¿Recuerdas, vieja amiga?Las mucamas bajaban a la playa a coger camarones con los joyeros de las señoras y al atardecer las langostas salían del agua y podaban los jardines en Hyannis Port.Se recogía en cursiva a barlovento la taiga de los veleros.
En el rostro de Rosse se demacraba lentamente el arrecife de la vejez. En noviembre eran pan de molde las playas y el agua pronunciaba en voz baja el pubis de abedul de las muchachas. ¿Recuerdas, querida Kate? ¿Recuerdas que Pat le añadía 'Chanel' a los rosales? Y tú y yo nos sentábamos al borde de la arena y mirábamos cómo en el cuerpo de las niñas maduraba en diferido la lujuria. Fue una mañana como aquella. En Dallas se escuchó el trote de tres disparos hilados trágicamente como el merodeo de una res sin una pata. Lo dijeron por la radio. Le habían disparado al presidente. En las rocas de Hyannis Port los muchachos rastreaban los delfines con un sedal y una ortodoncia.¡Dallas! Dios Santo, Kate, fue en aquella ciudad, una mañana que veraneó noviembre y Zapruder filmó por el aire aquel 'scat' de tres disparos que sonaron en el coche de JFK como un aplauso en obras.
Al presidente el cráneo le quedó en ayunas. Una bala le había reventado la cabeza. Sevio al trasluz de la luminosa mañana de Dallas la angorina roja de la muerte revoloteando sobre el coche de JFK. La comitiva corrió a Fort Worth. En el hospital Parckland el presidente respiraba esparadrapo y azabache. Luego detuvieron a un tal Oswald, un muchacho corriente, una errata, un tipo de la traída.El cadáver del presidente voló a Washington en una esquela. Y ahora sólo sabemos que en la elegante colina de Arlington es suya la suave sepultura con 'caddy'.

viernes, 30 de agosto de 2013

La loza de Dios - José Luis Alvite

La loza de Dios - José Luis Alvite

Querido Ernie: Me he instalado en una casita frente al Mar de Arousa. Quería conocer los sitios de los que tanto nos hablaba de madrugada Al en el 'Savoy'. Todo era cierto. Aquí es románico el cielo bajo y a los moribundos les dan a probar la cena hirviendo de los niños. Tenía razón que a veces esto es tan húmedo que las gaviotas salpican como hisopos al volar.No le digas que te he escrito. Siempre le molestó que se interesasen por él. No olvido la noche que le dispararon mientras cantaba Lorraine Webster. No dijo nada. Se tomó el balazo como un cumplido. Pero aquella madrugada que no se fijaba en mí, recuerdo que le vi peinarse con el llanto. Antes de que una ambulancia le llevase al hospital, te dijo: "No es nada, Ernie, muchacho; me he tragado en ayunas la bala del martini, eso es todo".Soy feliz en esta tierra, pero ¿qué quieres que te diga?, a veces echo de menos que huelan a tabaco las flores. Así olían la noche que me despedí de él y me regaló un puñado de rosas que parecían abiertas en una sartén y me dijo: "Te conozco tan bien, Kate, que podría olvidarte de memoria". No comentó nada pero le noté cansado y te lo advertí. Me dio la sensación de que la vida le estaba pasando factura y de que mientras bailaba, se sentía unos cuantos kilos por encima del peso de su estatua. Le sonaba el corazón como un caballo en el fango. Y, sin embargo, conservaba la fluidez de sus modales, aquella fantástica y falsa indolencia de cuando le conocí y cenábais juntos y Al abría las ostras con el ala de su sombrero. ¿Y su sonrisa, Ernie! He visto muchas sonrisas en mi vida pero ninguna como la suya. Al sonreía con aquel amargo rictus y su sonrisa,Dios mío,a su rostro tergiversado por los sueños y los vicios le sentaba como una ganzúa la sonrisa. La última noche que le vi, me pareció que en sus ojos empeoraba el tiempo.Se hace tarde Ernie. Prométeme que cuidarás de Al. Su coche no puede perderse esto.Al atardecer Dios es loza en las campanadas de las iglesias.

jueves, 29 de agosto de 2013

‘Hooligans’ de la guerra - David Torres


‘Hooligans’ de la guerra - David Torres

Al igual que sucedió en la guerra de Irak, de repente han surgido en los periódicos y las tertulias, como setas venenosas, un montón de expertos bélicos, audaces reporteros de salón, mamporreros del dios Marte que van a corear el lanzamiento de cada misil igual que cheerleaders ansiosas en un concurso de falos. Casi todos son, por supuesto, machotes por delegación, matones de papel, gente que nunca ha ido a una guerra, que no se imagina en una guerra, que nunca va a ir a una guerra, que ni siquiera ha hecho la mili y que, la verdad, no tiene ni media hostia.
Nada en la tragedia siria es nuevo aunque no por ello deja de ser repugnante. He escrito lo suficiente sobre Assad y su régimen de terror como para dejar claro que el asco que me produce un homicida en masa como el presidente sirio es sólo comparable al que me producen ciertos premios Nobel de la Paz pintados de negro, los guardianes del orden mundial y los eternos alabarderos de la masacre. Quienes, de golpe, se han dado cuenta de que está muy feo matar con armas químicas a niños indefensos, como si fuese humano y decente aniquilarlos a tiros, a bombazos y a mazazos, con la impudicia con que lo lleva haciendo Assad desde hace años. La ONU siempre ha sido una mierda colosal con forma de paralepípedo y tres siglas falsas pero pocas veces se habrá comprobado tan rápidamente su inutilidad esencial, su hipocresía y su sevicia como estos últimos días. Oír discutir a sus cómites de expertos (los mismos que aconsejaban la dieta de insectos para paliar el hambre infantil en África) es tan patético como oír a miss Florida y miss Alabama pidiendo por la paz mundial en un certamen de belleza. La misma semana que se celebra el aniversario del discurso de Martin Luther King en la marcha por los derechos civiles (una de las mayores piezas oratorias del siglo XX) Obama ha quedado a la altura de Paris Hilton. Tal vez un poco por debajo, porque Paris Hilton al menos tiene la excusa de ser tonta de bote. Sólo un tonto de bote podía esperar algo más de ese triste Tío Tom que ejerce de negrero en Guantánamo.
Derrocar a Assad es una cosa y matar civiles indefensos es otra. Declarar una guerra es una cosa y lanzar una lluvia de misiles es otra. Nos dirán que son armas inteligentes pero ninguna tan lista como para explotar en las narices del hijoputa que la dispara y del hijo de la gran puta que lo aplaude. Después de diez años, hasta Paris Hilton es capaz de ver lo que hicieron las armas inteligentes en Irak y los efectos de la pax americana sobre un país devastado, sin orden y sin ley, presa de luchas intestinas y mucho más sangriento e inseguro que antes de la intervención militar. A todos los valientes que jalean el sí a la guerra, les está faltando tiempo para agarrar un fusil y marchar de voluntarios a liberar Siria. Y si se les ha pasado la edad, que envíen a sus hijos, que seguro que están bañándose tranquilamente en la piscina y zampando bollos a dos manos. Mientras no lo hagan, yo seguiré pensando que no son más que una piara de cobardes indecentes, calientapollas para marines y ardientes hooligans de la guerra, siempre que la guerra pille a cinco mil kilómetros de casa.

¡Envíame un meil! - Amando de Miguel


¡Envíame un meil! - Amando de Miguel
Así se pronuncia entre nosotros, "meil", pero se escribe mail. Es un anglicismo más. Es una voz reconocible en distintos idiomas. Alude a la "mala" o "malla" en la que llevaban las cartas los correos. Los correos (porque corrían) eran los esforzados jinetes que llevaban la correspondencia de un lugar a otro. Para ir más rápidos se turnaban (sobre todo los caballos) en las posadas o "postas" del camino. En el siglo XIX se produce el gigantesco avance de los servicio de correos o postales a través del tren. Se redujo el precio y sobre todo aumentó la seguridad.
Ahora lo que tenemos es "correo electrónico". Tendría que ser "correo" sin más, pues el antiguo servido de Correos solo queda como testimonial para las cartas de los bancos, el Ayuntamiento, las multas y la publicidad. Los bultos de más peso los llevan los mensajeros o las empresas de logística. Es lástima ese cultismo de "logística" porque hay un término griego más auténtico: "metáfora” (= traslado o mudanza de un lugar a otro).
El correo electrónico o e-mail (pronúnciase "imeil") es una maravilla por su inmediatez y porque es uno de esos raros servicios que resultan gratis. El problema está en que, dada esa facilidad, la mayor parte de los correos que le llegan a uno son perfectas sinsorgadas o puerilidades. Bastará asegurar que hay personas desconocidas que me envían media docena de correos todos los días. No me atrevo a quitarles la ilusión.
Más fácil sería emplear el teléfono, no ya móvil sino ubicuo. Sin embargo, un mail queda más fino, sobre todo por la fuerza de la palabra escrita. Scripta manent (= lo que se escribe puede ser una prueba) y en cambio "las palabras se las lleva el viento". Por eso la expresión "envíame un meil" es una nueva forma de afecto o amistad.
Hasta hace un par de siglos los que escribían eran pocos y por eso las cartas o misivas eran casi un género literario. Pero hoy casi todo el mundo puede escribir y escribe, al menos mensajitos telefónicos o similares. De ahí la proliferación de tantos textos inanes, muchas veces hechos con la irresponsable técnica del "corta y pega" con materiales ajenos.
Una de las nuevas tareas cotidianas de muchas personas es "abrir el correo", se entiende, el electrónico. Se ha convertido en una obligación tan higiénica como las abluciones matutinas. Con las tabletas y otros enseres portátiles ya no hay pretexto para dejar de cumplir esa obligación. Lo malo es que no está escrito, pero se impone el deber social de contestar a los correos que le llegan a uno. Es asunto materialmente imposible y estéticamente degradante. Visto así el caso, la informática no nos ha facilitado la vida sino que ha venido a complicarla. Por lo menos podríamos aprender un nuevo estilo en esa literatura de los mails o meils. Por ejemplo, podríamos suprimir los ringorrangos de saludos y despedidas, que estaban bien para la literatura epistolar de antaño.
Especialmente irritante es ese correo que parece que se lo envían exclusivamente a uno. Sin embargo es fácil percatarse de que es una copia de otros muchos dirigidos a un inúmero de destinatarios. Nos acercamos al spam (un acrónimo que no sé lo que quiere decir), o sea, la multiplicación de correos sin sentido que se distribuyen casi al azar. Es un exceso de información que nos dificulta la vida. Lo malo es que todo esto es irreversible. Es tan útil el correo electrónico que aceptamos resignados las posibles inconveniencias.

La compasión - Salvador Sostres


La compasión - Salvador Sostres
DESDE QUE he sido padre he podido comprender por fin a mi madre. No sus consejos, delirantes; no su actitud, devastadora y demencial; no su modo de intentar competir con su madre en una batalla que por falta de talento y de inteligencia ha tenido siempre perdida. He comprendido la enfermedad, la destrucción interior que tiene que estar sufriendo para acabar siendo tan mezquina con mi hermana y conmigo.
Con mi hija he comprendido que sólo desde la locura y la enajenación se puede ir contra el vínculo más sagrado, y que sólo desde el abismo interior más angustioso y enfermizo puede una madre llegar a ser miserable con sus hijos. Mi hija me ha descubierto la verdadera profundidad de la compasión, y lo que antes era en mí incomprensión y resentimiento ahora es nostalgia, perdón y una tristeza infinita.
La piedad es la verdadera musculatura del alma. Sin piedad nuestra imperfección nos domina y estamos a la merced de nuestros defectos. Sin gratitud somos perros. Yo no espero nada de mi hija y soy muy consciente de que con ella sólo tengo deberes. Soy su primera y última línea de defensa, lo que para nada significa que ella tenga que defenderme a mí o que me deba algo.
Algunos dicen no querer la compasión de nadie: es una arrogancia típicamente adolescente, aunque se dé en personas de edad avanzada. Si estás atento a las enseñanzas de la vida pronto te das cuenta de que todos necesitamos caridad, que significa amor; y que normalmente no la merecemos. Si la maldad o la rabia no han colapsado tu corazón es imposible no admitir que la compasión es la única respuesta posible al terrible dolor del mundo.
Ser padre no me ha hecho valorar más a mi madre sino perdonarla más y entender que a veces perdemos el control de nuestros actos, y que el odio es estéril y que sólo el amor, aunque desesperado, trae paz y permite continuar. La Cruz está en el patio de jugar.
Ella me abrazó como yo abrazo a mi hija, ella me miró como yo la miro y la adoro. Usamos la fuerza para castigar pero sólo somos fuertes perdonando. Vencer es una superioridad pero sólo en la compasión alcanzamos la grandeza. El amor más intenso me ha enseñado a comprender y a perdonar. La ternura es la metáfora de la solución universal.

Testamento - José Luis Alvite

Testamento - José Luis Alvite

En los peores momentos de mi vida salí adelante sentado frente a la orquesta del 'Savoy' mientras alguien como Lester Page repasa la lista de mis chicas con la suave doblez del saxo. El camarero sirve mi cena. "No está muy caliente, Al, así que te recomiendo que te comas esto antes de que cicatrice".
¡Condenado Lester! Siempre se las arregla para entornarme los ojos. Fue su saxo el que hace veinte años me ayudó a decirle a Peggy Schultz que estábamos hechos el uno para el otro y que era por nuestros hijos por quien preguntaban mis sueños. Bailamos un buen rato. El saxo de Lester era viento a favor, muchacho, y en la boca de Peggy ocurrió mi boca. Me sentí feliz aquella noche. No necesitaba nada. La tenía a ella entre mis brazos y sabía que mientras sonase el saxo del 'Savoy', sería sólo mía esa media hora de eternidad con la que sueña un hombre cuando está tan cansado que caería de rodillas si se posase una mariposa en el ala de su sombrero. Peggy me transmitía ese extraño fuego que no quema, el fuego del cuerpo, el llevadero calor de la sangre, suave fuego del grifo. "Me siento a gusto, contigo -le dije-, y es como si mi maldito corazón estrenase calzado". ¡Dios!, me hubiese mudado a vivir con ella en el fuelle entre dos vagones de un tren sin ojos.
Anoche no había una rata en el 'Savoy'. Pero estaba Lester Page. Y mientras Ernie hacía caja contando las monedas con una pinza de depilar, recordé a Peggy Schultz. Fue hace veinte años, una noche como la de ayer, aquel día que se despidió de mí y cuando salí a la calle, de ella sólo quedaba en el aire el borrador de su perfume.No volví a saber de ella. Pero la recuerdo cada vez que en el saxo de Lester Page amaina una nota larga y suave que es como si le pasase al humo de mis cigarros el cepillo con el que Peggy Schultz hacía rezar la melena y los poetas sacaban a la calle la basura y el testamento.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Fulanas de agua - José Luis Alvite

Fulanas de agua - José Luis Alvite

"Una luz que no desmiente tus ojos y mesa para dos, eso es jazz, muchacho", me dijo Ernie en el 'Savoy' aquella madrugada en la que comprendí que en la primavera de los tipos como nosotros las flores habían muerto cerradas. Cenábamos con Fiona Worley, una vieja cantante de 'blues' en cuyo rostro empezaba a amontonársele el bajo vientre. Fue Fiona quien años antes me había dicho que "la vejez es seguramente el único disparo sin orificio de entrada". "Es natural envejecer. Lo único que tiene remedio son los modales de la edad. Serás feliz si descubres lo elegante que resulta hacer frases de Truman Capote aprovechando que te sube a la boca, como grisú, el flato de tu cadáver". A Fiona Worley los tragos de 'bourbon' le sonaban en la garganta como si mease en una ocarina.
Suave luz amordazada y mesa para dos, esa es la receta de Ernie Loquasto para sobrellevar de madrugada la soledad con los dedos de alguien echando sobre el piano, como estraperlo, dos cucharadas de la sangre pasmada de Oscar Peterson. Aquella madrugada Ernie estuvo especialmente melancólico y me pareció ver en sus ojos el aniñado 'medley' de su lejana juventud y su sangre corriéndole por las venas como un obcecado pájaro de opio. Miró a Fiona y le dijo: "Vamos, nena, no me vengas con historias de tu juventud. A tu edad yo ya era veinte años mayor que tú. Importa poco el tiempo. Si la luz no desmiente tus ojos, incluso parecerá cierto que te conservas como a los doce años, cuando sí que era cierto que te conservabas bien. ¡A la mierda el tiempo! Estuve en la guerra de Europa pero era tan joven que tardé en comprender que el III Reich no eran cuatro maricones nazis con una Lugger en el liguero".Fue una madrugada de poca luz y tres en una mesa para dos. A Fiona le sonaba en los pulmones un popurrí de sangre con piñones. El hielo en las copas se había vuelto lodo y con el viento, las banderas del Waldorf parecían fulanas de agua.

Abortos hitlerianos - David Torres



Abortos hitlerianos - David Torres
La publicidad es el arte de vender una moto a quien ni siquiera necesita una bicicleta. Desde aquellos rudimentarios anuncios de bolis Bic (con su machacona melodía grabada en los rodapiés de la memoria), el arte de vender motos se ha afinado hasta el punto de que hay vallas publicitarias plantadas en nuestro pasado como si fuesen cuadros o poemas, y hermosas películas de treinta segundos de las que ni siquiera recordamos no ya la marca sino el producto. Alguien dijo que la mayoría de los genios que en los años cincuenta se dedicaban a la física, en los sesenta se dedicaron a la lingüística y en los ochenta desembocaron en la publicidad. No sabemos qué puñetas hacen ahora pero pueden apostar lo que quieran a que no están ni en la economía ni en la política. Los genios trabajan en cosas serias.
Por el título elegido seguro que más de uno se pensaba que otra vez la habían liado los de Nuevas Generaciones. Pero no. Resulta que unos becarios han realizado un ensayo de anuncio de automóviles donde un Mercedes de última generación husmea por un poblado austríaco de principios del siglo XX, se detiene delante de unas niñas que juegan, atropella violentamente a un niño un poco hosco y se da a la fuga mientras la madre grita desgarradoramente: “¡Adolf, Adolf!” Adolf Hitler, por supuesto. El crimen se subsana con un slogan ciertamente posmoderno: “Mercedes, el único coche que detecta el peligro antes de que aparezca”.
El poderío del relato se escuda en la ilusión, conmovedora pero falsa, de que la ruptura de un solo eslabón temporal puede provocar la irrupción de un porvenir alternativo. El tema está suficientemente trillado en la literatura de ciencia-ficción: el ejemplo más egregio tal vez sea El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, novela que curiosamente también presenta una ucronía nazi. Sería hermoso suponer que al eliminar al pequeño Adolf, eliminamos también de un plumazo el bombardeo de Guernica, el pacto germano-soviético, la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio. También, de paso, el vergonzoso vasallazgo de la casa Mercedes Benz a la causa del nazismo, estigma que comparte con otras muchas empresas de automóviles, bancos, refrescos y farmacéuticas. Los Mercedes no sólo no protagonizaron ningún atentado contra el Führer, sino que eran los vehículos favoritos para el transporte de ganado nazi. Hermann Göring, von Ribbentrop y el propio Hitler los usaron a menudo (hasta Franco, que se pirraba por los Mercedes, recibió uno como regalo personal de su colega alemán). El anuncio funciona como una de esas gomas de borrar que utilizaba a veces la Pantera Rosa para irlo borrando todo, incluido a sí misma.
Mucho más elegante, y también más eficaz, fue un anuncio de preservativos de hace dos o tres décadas en los que se veía a diversas parejas de ancianitos felices. Debajo de cada feliz pareja un cartel rezaba: “Los padres de Hitler”. Y luego: “Los padres de Stalin”. Y luego: “Los padres de Mussolini”. Y al final: “Si ellos hubieran usado condones X”. Ya que jugamos al anacronismo redentor de detectar el peligro ochenta años después de que aparezca, resulta más limpio un método contraceptivo que un asesinato selectivo a toro pasado. Incluso el aborto en esos casos hubiera sido mejor opción, aunque, claro, siempre habrá quien prefiera el asesinato. Este espacio, como todos los míos, no ha sido subvencionado ni por el whisky Ardbeg ni por el Partagás Short que tanto me ayudan en la inspiración. Ni siquiera por bolis Bic.

martes, 27 de agosto de 2013

Cadáver empedernido - José Luis Alvite

Cadáver empedernido - José Luis Alvite

Como soy un fumador empedernido, no mido la vida por el tiempo sino por los cigarrillos, igual que ajusto mis textos echándole un vistazo a las colillas acumuladas en el cenicero. Si a alguien se le ocurriese calibrar la importancia de mi trabajo, yo le sugiero que en vez de preguntarse cuántas páginas he escrito, se ocupe mejor en averiguar cuántos cigarrillos me he fumado. En mi casa se sabe cuál es la habitación en la que escribo porque aunque estuviese vacía, sería la única en la que fuesen marrones las paredes blancas. Al reincorporarse al trabajo después de su día libre, el barman Tino Landeira sabía por el tabaco de la basuras cuanto tiempo había estado en "El Corzo" la noche anterior, calculando a razón de seis cigarrillos por hora, que es mi velocidad de crucero tragando humo. Algunas mujeres con las que tuve algo que ver jamás me reprochan mi vida discontinua, ni mi falta de insistencia, pero en el momento de romper me advirtieron que el dolor que pudiese haberles causado a su corazón no era nada comparado con las quemaduras que les había dejado en la cama. Mi amigo el actor Pancho Martínez fue colega de copas durante muchos años de madrugada entre el humo del tabaco en los bares de la ciudad. Una mañana nos cruzamos en una calle de Compostela y dudó si saludarme. La mañana estaba limpia de nubes y Pancho me dijo que al no haber humo entre nosotros le costaba reconocerme. Fue un encuentro un poco frío, distante, casi como de dos tipos que se hubiesen equivocado al creer reconocerse. Nos encontramos aquella misma noche en "El Corzo" y nos dimos el abrazo fraternal que nos habíamos negado apenas doce horas antes. A Pancho no le faltaba razón. Si lo has conocido en el fondo del mar, será difícil que identifiques en la calle al buzo que pasea sin su escafandra.
Se me consume el cigarrillo que prendí al empezar este texto y lo acabaré a tiempo de aplastar la colilla en el cenicero. Solo me falta añadir que la última vez que me miré los pulmones en la consulta del médico, el tipo, al saber que era tan fumador, no me dijo "tosa" para afinar en la auscultación. Se limitó a decirme: "Por su tos ya veo que es usted un fumador consumado, de modo que para auscultarle, y sin que sirva de precedente, le pediré que haga un esfuerzo para no toser". Después me presté a unas placas que el médico miró con austera indiferencia y apostilló con un comentario que me llenó de felicidad: "Supongo que lo que hay detrás de esa nube son los pulmones sorprendentemente sanos de un fumador de cinco cajetillas diarias que lleva camino de convertirse en un cadáver empedernido". Fin del artículo. La colilla es ese gusano que apenas asoma por debajo de la firma. Si esperábais algo mejor, será mejor que los busquéis en el humo. 

Aire en rama - José Luis Alvite

Aire en rama - José Luis Alvite

A veces, en el 'Savoy', echo de menos París. Estuve hace años con Lorraine y la ciudad casi se nos vuelve un vicio. En el Sena es mediodía a media tarde y juraría que no hay sitio igual y que sólo en París el peluquero te coloca la cabeza frente al espejo y te dice: "¡Voila, monsieur!; si lo desea, puedo dejarle el pelo más largo". Llevaba apenas unos días en la ciudad y aquel tipo me colocó una servilleta alrededor del cuello para afeitarme. Por un instante imaginé al verdugo de la guillotina haciendo lo mismo con el cuello de los desgraciados. ¡París! En París cuesta separar la sangre y la comida. Tienen una extraña calma, esa calma epidural que dan la Historia y un idioma que se morrea. Un tipo me dijo: "No se apure, caballero, aquí cerramos a la hora de abrir". Luego salí a la calle y me fijé en las muchachas. ¡Dios santo!, hablan con el mismo embarazado entusiasmo que si fuesen a escupir en el 'martini' la lengua de Cary Grant. Algo tienen las francesas, no sabría decir qué tienen,muchacho, pero el caso es que sólo a alguien como Jean Seberg podría quedarle bien el peinado de Lee Marvin. Pero nadie tiene a su lado una mujer como ella. He de aceptarlo con resignación: en la vida de una mujer así un tipo como yo sólo podría entrar por su fe de erratas. Tienen algo distinto, un toque especial, ese matiz que les permite convertir en canciones la ginebra y en tafetán el mármol de los cementerios. Esas mujeres tienen el útero a juego con el bolso de mano. Los labios de Juliette Greco eran obscenos y cálidos como fibromas.Nuestro último día en París, los pájaros de Orly eran aire en rama. Se cernía sobre la pista un plomizo cielo de manga larga. Nos sirvió café una amarga mujer que resultaba mayor, trágica y sentimental como si hubiese estado de azafata en el Calvario. Me dijo: "Una no es lo que parece. Pasé años en Pigalle. Fue allí donde aprendí a rezar con la vagina".¡París! Dice Ernie que en París el cáncer de garganta es un dialecto del francés.

lunes, 26 de agosto de 2013

Cunas de sangre - José Luis Alvite

Cunas de sangre - José Luis Alvite

¡Dios Santo, Al! De cuando te conocí sólo queda en mi sonrisa el escarmiento cansado de la tuya cuando me dijiste: "Esto se acaba, nena. Ya no queda nada de cuanto nos unía. Anoche comprendí que llevamos semanas durmiendo en cuerpos separados. En tus ojos hace tiempo que no hay carta para mí. Con las llaves de casa he mandado fundir una veleta". Así acabamos. ¡Fue tan breve! La noche que nos presentaron, jugabas al billar al fondo del club. Tus carambolas eran un telegrama de palomas afinadas por el cuco de tus tacadas. A veces cerrabas los ojos y sé que escuchabas en las sienes el dulce ábaco de las bolas aplaudiendo sobre el tapiz como una manada de claqué, como una crucifixión. ¡Dios Santo, Al!, yo era una muchacha de pueblo. Nunca había visto nada igual. Mear con las piernas cruzadas era lo más bajo que había caído nunca. Mi pubis era una muñeca de abedul con las anginas de amianto.El humo arropaba tu rostro. Ernie nos presentó: "No le hagas mucho caso a ese tipo. Dicen que el escape de su coche sabe idiomas". Callaste con una mano por la mitad la habladuría de una carambola. Me miraste a los ojos. La orquesta cambió de asunto. Tus ojos me pusieron el cuerpo en otra hora. Semanas más tarde me había hecho a tu ambiente y me sentía a gusto en el 'Savoy', entre toda aquella gente que le daba las buenas noches a los muertos. Fueron días imborrables. Yo aprendí a bailar en zig-zag y tú te acostumbraste a dormir ocho minutos seguidos sin apoyar la espalda contra la pared. Creí que aquello no acabaría nunca. En tu rostro la cicatriz de aquel balazo me parecía un aforismo. Decían que te desvelaba cerrar los ojos. Me despediste al pie del autobús. Amanecía. Sobrevolaba la bahía un párrafo de gaviotasaltas. Leí tu nota donde de la ciudad quedaba apenas una pandilla de luces. "Es mejor así. No podría sobrevivir en el 'Savoy' una mujer que se arregla mojando en leche su lápiz de ojos". Dicen que a veces en tus carambolas sollozan las palomas.

domingo, 25 de agosto de 2013

Interacciones y efectos secundarios - Juan José Millás


Interacciones y efectos secundarios - Juan José Millás
A ver, yo soy nacionalista cibernético como Aznar, por poner un ejemplo, es nacionalista español, y me jode que haya gente, cada vez más, que escriba Internet con minúscula. Nadie pone Portugal ni Grecia con minúscula, aunque sean unas muertas de hambre, sería un insulto para ellas, que romperían relaciones diplomáticas con los países agresores. Pues lo mismo ocurre con la Red, escrito asimismo con mayúscula, pues se dice de las dos formas, Internet y Red, igual que decimos Reino Unido o United Kingdom. Como nacionalista excluyente, valga la redundancia porque, seamos claros, no hay nacionalismos de otra clase, detesto a los putos inmigrantes que entran en Internet a curiosear, a medrar, y que lo ponen todo perdido porque, y es un modo de decirlo, tiran los papeles al suelo y no recogen las cagadas de sus animales ni las propias.
Estos hijos de perra, cuando regresan a su países analógicos de mierda, nos ponen a parir a los patriotas cibernéticos y alientan a sus gobiernos para que nos invadan en impongan aquí las cicateras leyes que rigen en su mundo. Que si derechos de autor, que si cánones, que si arbitrios, tasas, tarifas, yo qué sé, que pasemos por caja, vamos, o por taquilla, en fin, que apoquinemos. Creen que pueden, en la república de los bits, aplicar las normas medievales del reino de los átomos. Que se metan sus normas por el culo, que si para algo se inventó la Red fue para escapar de las estrecheces ideológicas del pensamiento analógico.
Así las cosas, he montado con otros colegas una patrulla de vigilancia armada que recorre cada día los principales chats y foros de nuestra república para detectar a los domingueros y echarlos a patadas. Están por todas partes, los muy hijos de puta. Ayer revisamos un foro de hipocondríacos y la mayoría de los participantes eran viejunos del mundo analógico muy preocupados por el colesterol, por la tensión arterial, por la composición de la saliva y porque no se les pone tiesa. No se les pone tiesa, pero tienen pánico al Cialis, por si los efectos secundarios. No se les levanta, que es como si no saliera el Sol, y su preocupación, no te lo pierdas, es si la pastilla les dará diarrea. ¿Se agobia alguien por los efectos secundarios de ser vasco, catalán o español? Si tú eres catalán, me cago en dios, lo eres con todas las consecuencias, no vas a andar mirando en el prospecto las incompatibilidades. Es como si un socio del Atleti preguntara, al solicitar el carné, por las interacciones. ¿Me haría daño ser del Atlético de Madrid y checheno al mismo tiempo? Váyase usted al cuerno. Nadie pregunta al médico si es compatible el paracetamol con la quimio ni la diálisis con las juanolas.
Total, que cuando tropieces en un foro con uno de estos tiquismiquis extranjeros que entran en las páginas de pornografía con más precauciones que un biólogo en una cueva de murciélagos, no lo dudes, se trata de un intruso y hay que devolverlo a patadas al universo analógico, de donde jamás debió salir. No apurarse: se asustan con nada. Les dices que eres del FBI y que tienes su ID y que los vas a acusar de pederastia o de trata de blancas y salen como conejos, jajaja, con el rabo entre las piernas (¿o eran, y ahora no caigo, los perros los que salían con el rabo entre las piernas?).
En cuanto al Gobierno, que es a lo que íbamos en el párrafo penúltimo, si Zapatero, que era un posturitas, no se atrevió con nosotros e hizo para salvar la cara aquella gilipollez de la Ley Sinde, a Rajoy nos lo comemos con patatas al menor movimiento regulador. Que ponga el IVA del cine, del teatro, de los libros o de la música a la altura que quiera, pero en el otro lado. Nosotros, al otro lado, no vamos ni de picnic, pero en este lado que deje las cosas como están o le montamos un trending topic que se caga. Ya lo sabe él que se caga, por eso Wert, que es un bocazas, de Internet habla siempre con la boca pequeña. Aquí, y a mucha honra, damos el catecismo y las hostias gratis.
Y os dejo porque estoy de patrulla y cuando estoy de servicio no me extiendo. Pero, no os lo perdáis, acabo de pasar por un foro de cobardes donde un gilipollas analógico preguntaba si es normal desear la muerte del padre. Pues claro que es normal, imbécil, sobre todo si se trata de tu padre, ¿no ves que de tal palo tal astilla? Lo dicho, esta gentuza atraviesa la frontera como el jubilado USA cruza a México para echar una cana al aire. Y esto no es México, amigos, esto es Internet, un territorio libre, cuyos principios fundacionales, tan vigentes hoy como el primer día, estamos dispuestos a defender hasta donde sea preciso. Así que, señores analógicos, dejen ustedes de tocarnos los cojones o les metemos por el culo una ráfaga de bits envenenados.

Samantha Lee - José Luis Alvite

Samantha Lee - José Luis Alvite
  
La noche que la conocí, Ernie me echó una mano. Jamás había cenado algo tan exquisito en el 'Savoy'. En un aparte le pregunté al cocinero qué había hecho para mejorar tanto la calidad del menú. "Nada especial, muchacho: lavé la vajilla". Samantha Lee había estado casada con un fulano al que no le cabía la cabeza en el cráneo. La chica estuvo unos días actuando en el 'Savoy'. No cantaba gran cosa pero sus labios eran muslos. Sonreía como si cruzase las piernas por delante de la garganta. Él se llamaba Jess Mancuso y amañaba combates de boxeo: "Ya sabes, Ernie, con las apuestas 10 a 1 encontra, el tipo asmático de las gafas graduadas tumba en el quinto asalto al gigante al que las orejas le quedan como los tiradores a un féretro". Y eso -el dinero fácil- fue lo que encandiló a Samantha Lee, que de economía sólo sabía que "lo malo del dinero es que sale caro". La noche que la conocí en el 'Savoy' empezaba a aliviar el luto de su vestido. Jess Mancuso había sucumbido en el incendio de su mansión en Staten Island. Un fuego pavoroso lo había quemado todo. Chester Newman escribió en el 'Clarion'. "Los bomberos no recuerdan nada igual. En la mansión de Mancuso incluso se quemó el fuego de la chimenea". Samantha Lee llegó cuando de la casa sólo quedaban los restos humeantes. Aquello era irreconocible. La identificación de su marido sólo fue posible porque, según la Policía, "era el único mueble capaz de sostener un cigarro en la boca". Samantha quedó ligeramente postrada. Luego se cepilló el pelo y pareció más animada. A los bomberos les plantó una denuncia porque le habían puesto pingando la piscina. ¡Samantha Lee! Cuando la conocí le quedaba la voz justa para anunciar su retirada. Y la última noche que cenamos en el 'Savoy', me dijo: "En el fondo fui una estúpida, Al, cariño. Me gasté todo el dinero de Jess Mancuso en pagarle al tipo que me enseñó a contarlo".

sábado, 24 de agosto de 2013

Jarrita marrón - José Luis Alvite

Jarrita marrón - José Luis Alvite

Esto toca a su fin. La guerra se acaba. Los rusos están a las puertas de Berlín y el teniente Torrance ordenó planchar las banderas y extender sobre los tanques manteles para el desayuno. Por las tiendas alguien corrió anoche que ya están camino de primera línea el barman y las sombrillas. Será una broma pero dice el teniente que en el último bombardeo sobre Francia nuestros aviones soltaron a partes iguales bombas y palomas. Huele a blusas el aire sobre Europa.Echaré de menos todo esto, muchacho, incluso echaré de menos tanto dolor. El alma humana lo relativiza todo y todo lo da por bueno si consiguió superarlo. Todavía resuenan en mis oídos las blasfemias de Patton diciendo que el éxito en la guerra consiste en avanzar como si huyeses. Fue un tipo duro ese maldito hijo de perra, muchacho, pero te curas de espanto y ahora mismo tengo la sensación de haber visto al general Patton recorriendo Europa de pie sobre el 'jeep' con una tiza y un puntero. La noche anterior a que le relegase Washington, se acercó a mi hoguera sin mirarme y dijo: "Muchacho, un día comprenderás que para un soldado el final de la guerraes como hacerte mayor y dejar la escuela. Hemos visto caer a muchos hombres, y de tanto cavar, al sepulturero le llegan los brazos al suelo, pero te juro, hijo,que para un tipo como yo, la guerra fue el único internado que pude soportar". ¡Qué tipo, George! Nadie le vio llorar, pero un asistente suyo me juró haber encontrado lágrimas en las heces de Patton.Tiene razón el teniente Torrance. Esto se acaba. Me he pasado dos años a unas cuantas curvas de casa pero el olor de la artillería entre las cepas, las campanadas de los pueblos y haber bailado 'Jarrita marrón' con los compañeros de barracón, también eso, todo eso, es mi hogar.Y un día recordaré estos años como si hubiese recorrido Europa pasando a lápiz los muertos. Dicen que al soldado Mitchell le repatriarán sus piernas envueltas en papel de regalo.

viernes, 23 de agosto de 2013

Esto es odio - David Gistau.



Esto es odio - David Gistau.

Nunca, ni con etarras, fue posible ver que un hospital expresara así rechazo a un paciente con la salud comprometida.
No hace tanto tiempo, durante las conversaciones informales en el Parlamento, los diputados confesaban temor a que llegara un momento en el que no pudieran acudir a una tienda o a un restaurante sin ser molestados. La política ya era un oficio sin prestigio social, ajeno al brillo fundacional de los personajes de la Transición, y los que lo ejercían se iban resignando a una pérdida de espacio vital perfectamente anticipada por la sensación de asedio que imponían las vallas policiales alrededor del Congreso. Las vallas trazaban la frontera al otro lado de la cual regía la inminencia de la revancha. O, al menos, ésa era la creencia que infundía el miedo.

Los indicios no anunciaban desapego, sino rabia, una pulsión feroz que volteaba los desencantos en que estuvieron basados los movimientos pendulares de la alternancia. La extrema izquierda parlamentaria y muchos comentaristas de prensa, más o menos inflamados por un sesentayochismo redentor con el que se veían fotogénicos, azuzaron el nihilismo con una idea volátil. La culpa de la crisis debía concentrarse en los políticos profesionales. El resto de la sociedad no sólo era inocente, sino que a cualquier masa popular, por el solo hecho de serlo, se le concedería por sistema una suposición de superioridad moral. La debilidad de los políticos consistió en aceptar esto. Algunos intentaron hacerse indultar mediante el populismo y el intento contradictorio de formar parte al mismo tiempo de los dos lados de la valla. Otros, simplemente, se escondieron, dejando desguarnecida la defensa institucional. El colapso afectó a todo, desde la Corona hasta los diputados de base que eran pasados por la quilla en las redes sociales. Inmediatamente después, la palabra escrache fue implantada en nuestro vocabulario cotidiano.

Ahora nadie convoca para un asalto final del Parlamento, como al inicio de la legislatura, cuando el triunfo de un partido de derecha abolió las pocas contenciones que pudieran quedar. Cuando la mayoría absoluta sugirió a la izquierda dura intentar apropiarse de soluciones extra-parlamentarias que habían surgido al margen de las siglas. Sin embargo, el accidente de Cifuentes revela que esa masa a la que se concedió infalibilidad ya ha llevado su odio a unos extremos de crueldad y deshumanización del político que se parecen a aquellos en los que el terrorismo se vuelve tolerable. Habría que evocar las más oscuras sentinas batasunas de los años de plomo para encontrar otro ambiente en el que una muerte, o la posibilidad de una muerte, fuera motivo de semejante festejo. Que incluso los empleados del hospital donde está ingresada Cifuentes se manifiesten en términos parecidos demuestra hasta qué punto el rencor ideológico ha banalizado la desgracia ajena. Nunca, ni con psicópatas, ni con etarras, fue posible ver que un hospital expresara así rechazo a un paciente con la salud comprometida. Nunca antes, además de sus lesiones, se diagnosticó la militancia política del herido como algo que concierne a sus cuidadores. Es un espectáculo ignominioso que retrata cierta degradación colectiva que será difícil de reparar, y de la que en buena parte son cómplices todo aquellos que atisbaron en el odio una oportunidad de hacer política por otros medios. Lo peor es que en ninguna parte se intuye la existencia de una nueva energía institucional que sea capaz de contrarrestar esta inercia destructiva que se potencia a sí misma con el salvoconducto de la izquierda.

Joven jugador de Wii agredido sexualmente


Joven jugador de Wii agredido sexualmente

Descuidar la retaguardia es uno de los peores errores que se pueden cometer jugando a cualquier FPS. Especialmente con la Wii, sin un respaldo de silla que te proteja.

Atención, las imágenes que vienen a continuación pueden herir su sensibilidad.

El quirófano de la risa


El quirófano de la risa

¿Hay algo más humillante que explicar en un hospital que "accidentalmente" un enorme bote de desodorante se ha introducido por tu ano?

Pues si llegas así a un hospital de Manila, en Filipinas, te puede pasar algo mucho más bochornoso: convertirte en el centro de atención de una juerga descomunal, con risas, fotos, videos, chistes y un montón de gente (diría que hasta personal de limpieza hay por ahí) sin perderse detalle y jaleando al cirujano.

El vídeo está trufado de momentos increíbles: Gente haciendo fotos con el móvil a pocos centímetros, gritos de "¡ya salío el bebé!", "¡bravo, bravo!" y el cirujano descojonándose y destapando el bote para rociar al personal. En el Daily Telegraph explican más detalles.

Yo me pregunto si este tipo de intervención se hace con anestesia total, o parcial. Porque si el pobre paciente estuvo consciente durante esos minutos, es para levantarse, coger el bote y metérselo por ahí al primero que coja.

Aviso que el vídeo puede herir sensibilidades, pero si te animas a verlo, no olvides conectar los altavoces.

Cirujanos filipinos extraen entre risas un bote del orto de un paciente

Pensó que lo peor que podía pasarle era haberse metido aquel bote de desodorante por el ano en un momento de pasión. Se equivocaba. Creyó que explicar los síntomas a los médicos de urgencias del hospital de Manila al que acudió a extraerse el objeto sería la situación más humillante de su vida. Y volvió a equivocarse. Lo que nunca imaginó el sufrido paciente es que, salvo el cirujano al mando, todos y cada uno de los miembros del quirófano iban a grabar –entre risotadas- la operación con sus teléfonos móviles y al menos uno la colgaría en Internet.

Lo que no calcularon los crueles doctores es que Mundo Insólito estaría ahí para narrárselo al mundo.

El paciente, de 39 años, fue operado el pasado 3 de enero, después de una fiesta de Nochevieja más divertida de lo previsto en la que ligó con otro hombre. El paciente no recuerda cómo el bote de desodorante llegó a su recto, pero no parece haberle hecho gracia la exclamación de “¡Ha salido el bebé!” (minuto 1:56) del personal médico, de modo que ha denunciado a los más de diez profesionales (es un decir) allí presentes.

El presidente de la Asociación Médica Filipina, José Sabili, ha ordenado una investigación por violar la ética médica y ha anunciado que puede concluir con la retirada de licencias de ejercicio médico.

AVISO: Las imágenes de este vídeo pueden herir su sensibilidad (amén de colaborar al oprobio y la mofa del sufrido paciente).


La chuleta - José Luis Alvite

La chuleta - José Luis Alvite

Dice Ernie que las mujeres tienen que dar disgustos y que la comida tiene que dejar manchas. El 'Savoy' no se distingue precisamente por una sofisticada carta internacional. También es cierto que la clientela no es la más refinada del mundo y que al paladar de algunos de los muchachos le cuesta distinguir entre una chuleta y una silla de montar. Falta clase, sofisticación, idiomas, en la mesa del club de Ernie Loquasto, pero nadie duda de que el género es de la mejor calidad. Las chuletas del 'Savoy' son grandes y expresivas y con un par de frunces podrías hacerte con ellas un juego de máscaras de Edward G. Robinson. Dice Larry el pianista que en los momentos de más terrible soledad de madrugada en el club, recuerda haber encontrado consuelo en la rotunda carne cocinada por Jake Morandi. "Te quedas mirando aquel pedazo de carne, muchacho, y no sabes si comerla o sincerarte con ella". A Larry, como a los muchachos, lo que le gusta es llevarse a la boca algo denso, sabroso, abundante, que se sepa que estuvo vivo y que tuvo familia. "Ya sabes, Al, una de esas chuletas que tienen parecido con alguien, la carne de siempre, la receta eterna, uno de esos enormes trozos de carne que bien se merecen llevar tu apellido".Ernie detesta las vanguardias. Dice que no hay vanguardia como el pasado, sobretodo a la hora de comer. Una de las veces que cenamos en un sitio de moda, le dijo al maitre: "Muchacho, todo esto está muy bien de color. Pero nosotros estamos anticuados y no solemos masticar pintura, así que, si no te importa, amigo, llévate el tebeo y tráenos para cenar un pedazo de carne al que le quede justa la pamela de Peggy Lee".A Ernie le gustan los matrimonios que empiezan mal y la carne vuelta y vuelta"y esas mujeres crudas a las que miras a la cara y tienes la sensación de haber visto por una vez en la vida un rostro de cuerpo entero".

jueves, 22 de agosto de 2013

Prensa - José Luis Alvite

Prensa - José Luis Alvite

En la vida los grandes cambios casi nunca son morales, políticos o sociales, sino tecnológicos. De los refrescos lo que cambia con los vaivenes del mercado no es el sabor, ni la fórmula, sino el envase y la publicidad. E igual ocurre con el periodismo, que tendría que consistir en contarle a la gente las cosas que se supone que le ocurren. La gran conquista del marketing periodístico no suele ser el contenido sino el regalo. Algunas cabeceras lo que le ofrecen de ventaja a sus lectoresno es un articulista distinto, original, sino una cubertería o una faja para las hernias. Por eso ahora la prensa, que era un místico producto alado, casi ornitológico, se vende ahora en un formato que nunca le fue muy propio: la bolsa. Seguramente la próxima gran conquista de la prensa no sea un ordenador más rápido, ni un columnismo insospechado, sino las asas para la bolsa. Un periódico en el que estuve algún tiempo lo único que cambió en sus estructuras fue la máquina del café. Muchos lectores desistieron de los contenidos para quedarse con las ofertas. Lo que interesa de algunos periódicos no son sus noticias o sus opiniones, son sus regalos. Cualquier día un avispado editor da la última vuelta de tornillo ofreciendo en el quiosco un periódico y tres cuartos de pollo. Entonces ya no se requerirá formación específica como lector, sino preparación física bastante para llevarse a casa los cien gramos de papel y la sopera. Y la prensa, Dios Santo, se habrá convertido en menaje del hogar.Nos quejamos de que en España se lee poco pero lo que promocionamos por encima de la lectura es el ajuar. Un día de estos la gente acudirá a los quioscos para comprar la leche. Y así las cosas, muchacho, lo que quedará de la vieja prensa no será el hondo sabor de su pensamiento, sus contenidos o el peculiar olor de la tinta no, ni siquiera el residuo de sus heroicos sufrimientos. El editorial del periódico será entonces el código de barras.

miércoles, 21 de agosto de 2013

El loco - José Luis Alvite

El loco - José Luis Alvite

Amigo Al: Tanto tiempo después de haber entrado en este maldito manicomio, tengo la trágica sensación de que empiezo a acostumbrarme. Mi organismo se ha hecho resistente a los tratamientos y mi espíritu soporta el ostracismo. Desistí de quitarme la vida. El veneno me engorda y he vencido por fin la tentación de saltar al vacío. He aprendido que la libertad no consiste en correr a lo largo sino en correr por dentro, en ser un atleta interior, un fondista del pensamiento. Estos hijos de perra pueden imponerte el pijama pero no los sueños. Ahora comprendo que soy libre para estarme quieto entre mis propios brazos. Por las noches me entregan todavía una novela terapéutica pero no hago caso, así que los enfermeros acabaron por aceptar que alguien como yo mejora mucho si lee con la luz apagada. Y en cuanto a la autoestima, es otra cosa totalmente relativa, amigo. Antes aspiraba a salir en la primera página de un periódico recogiendo un premio o confesando un asesinato, pero con el tiempo he comprendido que el destino publicitario de algunos hombres es salir en el recibo de la luz. Estos tipos me dieron tantas descargas en estos años, muchacho, que si pudiese flirtear con una señora, tendría que advertirle que lo nuestro no sería formar pareja sino hacer masa. Con el voltaje que me sacuden periódicamente, me siento ligero como un telesilla. Recuerdo que de niño mi madre me insistía en la luz del alma. Con el tiempo descubres que lo que llevas dentro, muchacho, es el contador de la silla eléctrica. ¡Y qué importa! El electricista del manicomio me deja extenuado. Creo que el cansancio es la única cordura que me puedo permitir. También podría morirme para alcanzar la lucidez de la posteridad. Pero la muerte me interesa poco. La muerte sólo sería una buena excusa para llegar tarde al electroshock.

Perro de leña - José Luis Alvite


Perro de leña - José Luis Alvite

Como si quisiese saldar una deuda afectiva que tengo con ella, ayer le dije a mi querida Ana Serrano que el día menos pensado nos reuniremos a cenar en cualquier restaurante entre la niebla y la bruma, «y estaremos el uno frente al otro, y tan cerca, que nos separarán apenas el tictac de los relojes y la llama de la vela». Ella se sorprendió mucho de semejante arranque y dijo que no creía haber dado motivo alguno para que me fijase en ella pensando en esa cena. Ana Serrano nunca sabrá lo importante que ha sido y sigue siendo para mí. Sus pies pisan a seiscientos quilómetros de donde pisan los míos, pero yo sé que jamás pierde de vista mis huellas y está pendiente de que mis pasos no pierdan el rumbo si por lo que sea les vence de repente el sueño. A una cena como la que le debo a mi querida Ana Serrano tendría que haber invitado a una muchacha a la que conocí en el otoño del 93 la primera vez que me senté sobre el regazo de mi cadáver en un banco de madera del sanatorio psiquiátrico de Conxo. Vestía como si ella misma se hubiese maniatado frente al espejo del baño y se paseaba muy nerviosa de un lado para otro del maldito pasillo, como si le quemase los pies el suelo. Se detuvo, caminó cuatro pasos hacia mí, y con su aliento en la foto finish del mío, me dijo: «Supongo que te preguntas por qué cojones camino de un lado para otro a tanta velocidad. ¿Quieres saberlo, colega? Pues te diré que camino de un lado para otro a tanta velocidad porque por muy abajo que haya caído yo, me jode que llegue todo el polvo al suelo». No dije nada. Yo estaba en lo mío y fumaba tanto que el humo se me amontonaba como la lana a una oveja. La muchacha dio otra carrera recogiendo en el miriñaque de sus aspavientos el polvo entreverado por la luz de las ventanas del sanatorio y regresó a mi lado con una pregunta: «¿Tú también te has escapado de la calle?». A veces creo que es por aquella muchacha por quien lloro cuando lloro sin motivo. Aquella mañana, mientras esperaba sentado en aquel banco de madera mordisqueado por la termita de la luz eléctrica, escribí en un pedazo de papel: «Me ronda una muchacha husmeante y nerviosa que yo creo que se sostiene sobre el esqueleto de su perro muerto».

Ahora estoy mejor que cuando conocí a aquella muchacha cuyos pies hacían ladrar como a un perro de leña el suelo del psiquiátrico. Y sin embargo, ¿sabes, Ana Serrano?, sin embargo, sé que necesito esa cena con bruma y nubes bajas, aunque sólo sea porque quiero saber qué se siente al compartir contigo en la penumbra el gótico aliento destemplado de la posteridad mientras la flácida llama de cera se ahorca estilizada en la vela. (A la dulce Naría Lucía, para que no se arrodille ante la muerte).

martes, 20 de agosto de 2013

La lencería y la Biblia - José Luis Alvite



La lencería y la Biblia - José Luis Alvite

A cambio de una buena suma de dinero una mujer le propone a su amante que asesine a su marido. “Si es tanto lo que me deseas, no dudarás en hacerlo —le dice— porque ambos sabemos que lo que de verdad estorba nuestros planes no es la mala conciencia, sino mi matrimonio”. Antes de que su amante abriese la boca, ella lo me- tió en un callejón sin salida: “Mi marido no dudaría en acabar con- tigo si le contase lo nuestro. De to- dos modos habrá un muerto en es- ta historia. En tus manos está la in- mensa suerte de que puedes ele- gir”. “¿Y si un día dejamos de amarnos —preguntó él— y decidi- mos romper? ¿Qué harás entonces, nena?”. “Cuando falle el amor nos quedarán intactas las responsabili- dad y la culpa. El remordimiento impide que podamos perder al mis- mo tiempo la cabeza y la memoria. Podrás repudiarme como esposa, encanto, pero siempre me necesi- tarás como coartada. Los hijos atan mucho. Y en esta historia nuestro hijo será el cadáver de mi marido. Ser padres de un cadáver de nues- tra edad no va a despertar mi ins- tinto de maternidad, pero, créeme, tiene la ventaja de que un muerto aligera mucho los gastos de ma- nutención. Los difuntos se confor- man con cenar cualquier cosa fría”... Eso me contó la enfermera Laura Sarandeses. Nunca supe có- mo seguía la historia porque ni ella misma tiene el menor interés en re- matarla. Ni siquiera me confirmó que se trate de una historia real, aunque por su tono de voz parece estar reviviendo algo que realmen- te sucedió. Yo creo que a la seño- rita Sarandeses le habría gustado ser una mujer pillada entre dos hombres, unida a uno de ellos por un sacramento, y al otro, por una pasión. A veces se queda ensimis- mada mientras habla y me parece ver en sus ojos ese inquietante des- cuido que en las mujeres nunca se sabe a ciencia cierta si es un recuer- do, un sueño o una maquinación. “¿Crees que el instinto debe supe- ditarse al deber? En la berrea de los ciervos los machos se matan entre ellos para poseer a la hembra. ¿Por qué nos empeñamos los seres hu- manos en corregir a la Naturaleza? ¿Con qué derecho metemos los rí- os por el grifo?”. “Sinceramente, no lo sé, señorita Sarandeses. Quiero suponer que...”. “No su- pongas nada. Yo necesito solucio- nes y las suposiciones en realidad sólo sirven para cambiar de duda. Dime, ¿matarías por mí?”. Pensé si sería un test y miré a los lados con un gesto automático y superfluo, como cuando al ponerle la fecha a un cheque el cliente del banco mi- ra la hora en el reloj de la pared. Laura Sarandeses seguía con la mi- rada perdida pero sus conjeturas no se habían desviado un solo ren- glón: “Matarías por mí si de verdad me deseases. Frente al desafío de una pasión arrolladora, un hom- bre sólo puede ser una asesino o un cobarde. Me considero una mujer equilibrada, sensata, razonable, in- cluso un ser moral, y sin embargo... algo en mi interior me dice que jamás podría enamorarme de un hombre cuya mirada limpia no es- condiese algo verdaderamente inconfesable.
Que un hombre rico te regale una pulsera de diamantes es natu- ral, casi aburrido. Lo que estreme- ce es la idea de que tu amante te proponga matrimonio regalándote un humilde anillo robado”. “Tra- to de seguirla, señorita, pero...”. “¡El amor! ¿Y qué demonios es el amor? Dime, ¿qué es el amor en realidad? Es lo que queda cuando se esfuma la pasión, el bagazo que resulta de pisotear las uvas. Pref ie- ro la pasión, el impulso, hasta prefiero la furia. Pero soy Laura Sa- randeses, la enfermera jefa del manicomio, tu señorita Sarandeses, la eterna chica de pueblo que consi- deraba pecado apretar las piernas al pensar en Dios. Nadie mataría por mí. Ni tú mismo lo harías, aun- que estuvieses loco de remate. Puedo soportar la idea de no haber sido madre y acepto no haberme casado, pero, ¿sabes?; no me importaría haberme cruzado en el camino de un hombre dispuesto a liquidar a mi marido a cambio de quedarse conmigo. Haría lo que fuese por conseguirlo. ¿La con- ciencia? ¡Bobadas! La conciencia es un sentimiento pusilánime, una antigualla moral. Me ataría a un hombre sin escrúpulos. Le retendría a cualquier precio, aunque ese precio fuese perdonarle la vida, a cambio de que un disparo de su pistola me librase de la abu- rrida vulgaridad de un marido ordinario. Puede que con el tiempo ese hombre dejase de amarme. Una cuenta siempre con eso. Un crimen une más que un hijo. Aun- que los poetas digan lo contrario, lo cierto es que en la duración de una pareja el amor suele ser me- nos determinante que el chanta- je”. “¿Y cómo acaba la historia que me contó al principio, señori- ta Sarandeses?”. “Lo dejo en tus manos. A ti te corresponder de- cidir si eres uno de esos hombres en cuya conciencia la Biblia pue- de menos que la lencería”...

El Holocausto - José Luis Alvite

El Holocausto - José Luis Alvite

No conviene dejarse llevar por el pesimismo. Una vez que lo hice acabé en el diván del siquiatra comiendo turrón de ansiolíticos. Juraría que fueron los días más terribles de mi existencia. Quería recuperar mis ilusiones pero no podía. Mi sueño recurrente era soñar que era insomne. No le veía sentido a mi vida. Revisados ahora, mis textos de entonces parecen escritos con el bombo de la lotería. Estaba desesperado. Me abrumaba la sensación de haberme mudado a un piso que daba al interior de otro piso. Lo más consistente de mi maldita cabeza era la foto del carné. Se me ocurrió pensar que un tipo así sólo podría suicidarse disparándose en la cabeza una bala anticaspa. Leía con la luz de la nevera y bebía leche gris. Una fulana con la que compartí algunos de aquellos días cocinaba a veces para mí y como era muy realista, me decía "cómete eso antes de que cicatrice". Había tanta mierda en la vajilla que un día le sugerí que probásemos a limpiarla con goma de borrar. ¡Joder!, parecía la loza del Holocausto. ¡Buena chica! ¡Excitante mujer! Recuerdo que al andar le blasfemaban las medias en la becerrada de sus muslos. En cama era un soplete. Sudaba guiso de jibia. Por la mañana el catre parecía un accidente de aviación. Me olía a pies la pasta de dientes. No sabría cómo explicarlo pero el caso es que iluminó mi vida en los peores momentos de mi existencia, aunque recuerdo que durante la cena siempre me dio la surrealista sensación de que aspiraba inútilmente a ser una refinada mujer del mundo, una de esas mujeres que fueron a Harvard para aprender que es de mal gusto comer con la boca llena. Fue ella quien una madrugada me dijo: "Tienes que centrarte, cielo. El aire no tiene aceras". Fue como escucharle a Rocío Jurado una copla de Leibniz. No hice caso. La subestimé. Estoy arrepentido. Fui injusto. Creí que el techo cultural de aquella fulana era el almanaque de un chapista. Lo cierto es que su pelo era la librea del aire.

Tomar Gibraltar - David Torres



Tomar Gibraltar - David Torres
Lo de tomar Gibraltar está en la agenda no sólo de los gobiernos españoles de cualquier credo y color, sino en la lista de los reyes magos de todos los españolitos de a pie, a poco españolito que se sea. Lo que pasa es que, una cosa por otra, lo vamos dejando, lo vamos dejando y así no hay manera de tomar un peñón ni de tomar un coñac ni de tomar nada de nada. Un español que se precie siempre tiene la invasión de Gibraltar en mente, un poco por delante del propósito de adelgazar y un poco por detrás del partido del domingo, casi a la par que la victoria en Eurovisión, que es como lo de Gibraltar pero en plan artístico.
El peñón está ahí como la vecina del quinto, visible pero inaccesible, gorda pero apetecible, con sus rulos en el pelo y sus bragas mojadas en las cuerdas de tender la ropa, banderas enemigas ondeando al viento. Con Gibraltar los españoles hacemos examen de conciencia y sacamos del baúl de la memoria histórica no sólo al Cid, a don Pelayo y al Gran Capitán, sino al José Luis López Vázquez que todos llevamos dentro. Cuando uno reflexiona en serio y se pregunta para qué molestarse, suele quedarse un momento estupefacto, pero si es español de pura cepa, enseguida reacciona y da con la respuesta exacta: aunque sea para follarse un mono, coño. El agravio gibraltareño es una muesca añadida a los huesos de Atapuerca, un estado carencial, una lasca del ADN peninsular, un gen específicamente hispánico, lo mismo que la eñe, la cual está tomando por asalto esta página. Desde que ganamos el mundial de fútbol sólo nos queda la invasión de Gibraltar para cumplir nuestro destino como nación y extinguirnos a gusto como especie.
Como será de grave la cosa que Mariano ha interrumpido sus vacaciones para hablar por teléfono con Durao Barroso doce minutos, no sabemos si en español, en portugués, en gallego, en inglés por señas, en llanito o en el lenguaje gestual de los simios. Habría estado bien oír la conversación, aunque con un poco de suerte Durao Barroso la ha grabado en el móvil, como hizo Bárcenas con sus mensajes de ánimo: al final nos enteraremos que en realidad fue un diálogo de emoticonos. Un par de emoticonos son suficientes para expresar la angustia mariana ante el dilema gibraltareño y a Cameron, para responder, le basta con enviarle por uasap a Mariano una mierda con la Union Jack.
Lo mismo el presidente se ha explicado mal y ahora a la delegación comunitaria se le va la mano y empieza a controlar la contabilidad falsa del paraíso fiscal de Génova. En cualquier caso, que Mariano haya interrumpido durante doce minutos su bartola gallega y su footing a lo George A. Romero da una idea de la intensidad de su preocupación patriótica. Un poco por delante del propósito de adelgazar y un poco por detrás del partido del domingo.

domingo, 18 de agosto de 2013

Una fábula de esopo - Fernando Sánchez Dragó



Una fábula de esopo - Fernando Sánchez Dragó
UNOS TANTO y otros tan poco. Leí el miércoles que una empresa surcoreana ha decidido poner dodotis a sus empleados para que no conviertan el horario laboral en un queso de gruyère yendo y viniendo del tajo al váter. No doy excesivo crédito a la noticia, chusca a más no poder, pero cuando el río suena... En Japón trabaja la gente, por gusto y sin retribución alguna, muchas más horas de las que estipulan sus contratos y a nadie se le ocurre tomar más de cinco días de vacaciones al año. Los chinos, ni les cuento. Los norteamericanos gozan (pues gozo es para su nivel de vida) de despido libre, una box para almorzar in situ y un par de semanitas de holganza, como mucho, entre el 1 de enero y el 31 de diciembre. A los alemanes les quitan el móvil al llegar al curro para que no charlen con las novias y los amigotes. Es –todo lo dicho– un estilo de vida. Aquí, en España, llega agosto (y aunque no llegue, porque todo el año es carnaval, como dijo Larra), y las playas se llenan mientras las ciudades se vacían, las tiendas echan el cierre, los funcionarios sestean, las carreteras se colapsan, los políticos practican el senderismo, los grifos de cerveza de los bares no dan abasto, las discotecas parecen vagones de metro en hora punta, el mar se esconde bajo una aceitosa capa de filtros solares, los telediarios entrevistan a señores con michelines y señoras con celulitis que nos informan acerca de lo fresquita que está el agua, los jóvenes aúllan frente a las cámaras como las huestes de Caballo Loco alrededor del campamento del general Custer y el país –¡durante todo un mes, al que luego se sumarán los fines de semana (que empiezan el viernes a mediodía y terminan el lunes a las tres de la tarde), las navidades, la pascua, los puentes, las vacaciones blancas, las fiestas patronales, las bajas por el síndrome postvacacional, las depres de los trabajadores, el cafelito de media mañana y los cigarritos cada veinte minutos!– se transforma, para desesperación de la Merkel, en un continuo jijí, en un constante jajá, en un programa de telecirco, en unas manitas de mus, en una hilera de tumbonas... Muy bien. Es otro estilo de vida. En su derecho están las cigarras a cantar cuanto quieran, pero con una condición: que no se quejen, que no pidan limosna, que se resignen en vez de indignarse... ¿Cómo diablos van a salir de la crisis si a lo único que aspiran es a irse de vacaciones?

Dos baladas - José Luis Alvite

Dos baladas - José Luis Alvite

Sé que no voy sobrado de tiempo, y que si quiero dejar algo para la posteridad, habré de renunciar a escribir mis obras completas con una máquina de coser. En el 'Savoy', muchas madrugadas soñé ganar el 'Planeta' si el 'Planeta' fuese tóxico y si los otros aspirantes escribiesen con un tiro en la sien. ¡A la mierda la gloria! A estas alturas de la vida, uno ya sólo hace planes para el pasado. Aguanto madrugadas enteras sin ir a la cama, y en el mórbido éxtasis del agotamiento juraría que incluso veo doble la oscuridad. ¿Y qué importa? A fin de cuentas, uno empieza a convencerse de que lo mejor que puede hacer en la vida es comprarse unas gafas de cerca con las que buscar las gafas de lejos y mirar al otro lado del río el miriñaque de los rascacielos en la varicela de la noche encendida. La vida sólo puede ir a peor, y así las cosas, muchacho, es un consuelo recordar que la cumbre de tu fotogenia la alcanzaste a los doce años y que aquella luz en tu rostro no era el talento, la premonición o la santidad, sino una mata de lombrices. ¡Qué cosas tiene la luminotecnia del ser humano! Aquella luz de los doce años sólo la vas a encontrar otra vez en tu faz cuando descubras que ha empezado a tirar en tus ojos la tiza de la muerte, y que en tu rostro lo único que grama no es la señorial elegancia de la madurez, sino el demacrado crustáceo de la quimioterapia, el hule con el que llega calladito el viático. Y entonces recordarás lo idiota que fuiste diciéndole a una mujer las frases que habías pensado para otra. Así son las cosas, amigo: le hiciste al oído cuatro párrafos a la única mujer del mundo que lo único que esperaba de ti era una pulsera y un 'martini' haciendo tiempo en Tiffany's.
Una noche te sacará la lluvia en una curva. Y con un poco de suerte, muchacho, el macramé del frenazo dejará sin firma en el asfalto la letra de dos baladas.

sábado, 17 de agosto de 2013

Tipos - José Luis Alvite

Tipos - José Luis Alvite

Al escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la mandíbulareforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba. Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al. No me infunden confianza los tipos cuya sonrisaes como si le tirasen los puntos de fimosis".Cuando le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a cambio unos cuantosrevolcones en los que se sentía "como si estuviese profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder! Presumía de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul Morrisey.La última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza.

Artie Stanton - José Luis Alvite

Artie Stanton - José Luis Alvite

Espalda de matrimonio y un par de manos que parecían equipaje, eso era a simple vista Artie Stanton, un tipo de dos en fondo que había amasado una fortuna contándolesu vida entre las piernas a las señoras que acudían a desovar sus cálculos renales enlos balnearios entre Savanah y Charleston. La simétrica geometría de su rostro poseíaesa belleza capicúa de los elegidos. "Artie era un dios a escote", escribió Chester Newman en el 'Clarion'.
 Sus entradas de madrugada en el 'Savoy' resultaban inconfundibles: "¡Qué hay, Nic!,escucho por ahí que tu esposa me es infiel contigo", "¡Más ánimo, Joe, ese saxo suena como una rueda pinchada", "Hola, Terry, encanto ¿sigues imitando a Sammy Davis Jr. con la vagina?", "Laurie, querida, tengo entendido que tu sonrisa vuelve a parecer ropa interior", "No me llena el claquetista nuevo, Ernie; dicen que se lava los pies con ginebra" Luego se sentaba a cenar a nuestra mesa y acudía el camarero: "Lo dejo en tus manos, Charlie: cualquier cosa más tierna que el plato". Un matón vigilaba en el guardarropa el gabán de Artie ¡El gabán de Artie! Se decía que el gabán de aquel fulano era uno de los diez tipos más deseados del país.
Sólo Artie tenía más éxito con las chicas que aquel abrigo. En su mejor año pasaron tantasmujeres por su cama en el Chelsea, que una cicatriz en la ingle de Artie Stanton fue el 'best-seller' del 73. Un año más tarde estaba muerto. Cuatro tipos le tirotearon a la salida del 'Savoy'. Había tanto plomo en su cuerpo, que le hicieron laautopsia con una báscula. Su sepelio fue un éxito social. En el velatorio me dijo Terry Shelton que hubo un instante en que no supo si rezar por el difunto o tirarle los tejos.Al acabar el apasionado desfile de las chicas alrededor del féretro, Ernie y yo retiramos de las manos del cadáver quince citas para lo que restaba de mes.

viernes, 16 de agosto de 2013

Vacaciones por el morro - Carmen Rigalt



Vacaciones por el morro - Carmen Rigalt
Qué cosa tan curiosa, el veraneo. Este año lo noto diferente. Ustedes no se han dado cuenta porque están de vacaciones, pero yo que me paso el día escudriñando las playas, pendiente de ver quién se pone la mantilla blanca o se quita el bikini azul, he detectado en el ambiente serias paradojas. Empezaré por el final.
Leo las revistas del colorín y me harto de ver famosos aterrizando en nuestras costas. Ibiza se lleva la palma. Allí las celebrities cultivan todo tipo de deportes de exhibición. El más llamativo es el flyboard, consistente en mantener el equilibrio encima de un chorro de agua. Se practica en el mar, pero podría practicarse en cualquier fuente de nuestras ciudades si los chorros tuvieran mayor potencia. En Ibiza, Leonardo DiCaprio le ha dado al flyboard con insistencia, dicen que pagado por un ruso, el mismo que hasta hace nada le pagaba los caprichos a Naomi Campbell.
El flyboard está catalogado como un deporte, pero no consta que sirva para bajar tripa. Me aseguran que para no correr riesgos, DiCaprio vino a Ibiza con la dieta ya hecha, pues a él la tripa se le dispara en un pispás. Tampoco el padle surf adelgaza y sin embargo causa estragos entre la gente pija. El hecho de que esta semana hayamos visto a Nieves Álvarez haciendo padle surf en Asturias significa que es un deporte de simple mantenimiento. Nieves, como Letizia, no se puede permitir el lujo de adelgazar cien gramos más porque, para envidia de las plebeyas, es el espíritu de una golosina.
Me consta que en Ibiza está todo el mundo y en Formentera, todo el mundo y un par de cientos más. Aunque eso también tiene truco. Si nos fiamos de las revistas del ramo, todas las celebrities coinciden en un momento determinado del verano, pero lo cierto es que coincidir, lo que se dice coincidir, sólo coinciden en las revistas. Se trata de gente con gran movilidad geográfica que nos saca muchos viajes de ventaja. En Ibiza, la parroquia de julio (los futbolistas) ha dado paso a la de agosto, compuesta mayoritariamente por actores de cine, rockeros, top models, aristócratas y ricos sin oficio. Algunas de esas presencias son efímeras porque van en yate o son carne de fin de semana. Así, podríamos decir que los más sedentarios son la duquesa de Alba, Paris Hilton, Tita Cervera o Fonsi Nieto, mientras que Kate Moss, Bruce Springsteen, Naomi Campbell, SeanPenn y Paulina Rubio han sido carne de fin de semana. Sean Penn, por ejemplo, voló a la isla aprovechando un paréntesis en el rodaje de su última película. Lo hizo acompañado de Cristina Piaget, una española de talla internacional que se ha abierto así las puertas de la historia.
Si Ibiza está petado, no les cuento Formentera. Aquello parece el parking del Bernabéu (suponiendo que el Bernabéu tuviera parking, que no lo tiene). Si todos los que dicen veranear en Formentera han ido a la vez, no les arriendo la tranquilidad. La única baja registrada este año es la de Eugenia Silva, perdida y hallada en una playa de Bali, donde ha practicado alguna modalidad de surf en compañía de su novio (un lejano Borbón de mechón blanco) y la pareja formada por Amaia Salamanca (actriz que debe de trabajar poco a juzgar por lo mucho que se mueve) y Rosauro Varo (profesional de la noche que pone todos sus argumentos al servicio de la bella Amaia). Con ellos estaba también un reconocido currante que lleva por nombre Javier Hidalgo, hijo de Pepe ‘Aviones’ (Viajes Halcón, Air Europa). Si el futuro de la empresa familiar depende de este playboy, mal lo veo. No me extraña que Pepe Hidalgo retrase la edad de jubilación indefinidamente.
Decía que últimamente los veraneos contienen muchas paradojas. Cierto es que ahora (y no sólo ahora: desde mucho antes de la crisis) el español ya no se larga de vacaciones un mes. Ahora va tres días, cinco todo lo más, a un destino vistoso que no haya caído en la vulgarización... Algunos hay que se lo pueden pagar, pero la mayoría se autoinvita a la casa de unos amigos. Juntando varios destinos vistosos, ya tenemos vacaciones por el morro. Dicen que Telma está en la Costa Brava. Me juego el cuello a que ha elegido esta modalidad de veraneo. Le pega mucho una masía del Ampurdán, entre intelectuales finos. Con ella está el seudomarido (Jaime del Burgo), ese sujeto extraño en el que se proyectan tantas sospechas. Ambos venían de Tánger, también de autoinvitarse. Anda que no son listos.

jueves, 15 de agosto de 2013

Los adolescentes y el alcohol - Isabel Calle Santos



Los adolescentes y el alcohol - Isabel Calle Santos
El consumo de alcohol en adolescentes tiene consecuencias muy graves, la primera es que con la ingesta antes de los 18 años existen altas probabilidades de que se convierta en adicción. A su vez el sujeto se vuelve susceptible para las enfermedades de hígado, infartos hemorrágicos, alteraciones en la piel e incluso cánceres, y otras muchas derivadas.
Altera la absorción de nutrientes, clave en este periodo y repercute en el crecimiento, también altera el sistema hormonal. Además es la vía de entrada para el consumo de otras potentes drogas. Repercute negativamente en el rendimiento escolar ya que afecta al cerebro e interfiere en las funciones cognitivas, memoria, atención, elaboración, comprensión y de ahí los suspensos y la bajada en las notas. Además en la afectividad y las emociones produciendo importantes cambios en el estado de ánimo y disminuye los reflejos, por ello tantos accidentes mortales. Interfiere en el análisis de las consecuencias de sus actos y al perder el control en el cerebro se produce impulsividad y violencia, ello ocasiona conflictos y delincuencia y accidentes de tráfico, en muchos casos, mortales.
En cuanto a los trastornos psicológicos que produce el consumo de alcohol en la adolescencia se multiplican por cuatro las probabilidades de sufrir alcoholismo temprano (antes de los 24 años), sufren tendencia al suicidio y trastornos de personalidad. Con frecuencia el consumo de alcohol y la actividad sexual precoz está íntimamente relacionada, de ahí embarazos no deseados, contagio de enfermedades de transmisión sexual, el VIH, ya que en esas situaciones citadas en las que no se piensa en las consecuencias el uso del preservativo no se tiene en cuenta. Y es frecuente en los chicos la disfunción eréctil e impotencia.
Esencial la prevención, los padres pueden ofrecer datos claros en diversos momentos de las consecuencias a todos los niveles y problemas que se derivan del consumo abusivo. Con la educación se puede prevenir fomentando la comunicación razonada y poniéndoles límites a la vez que se les demuestra afecto y cariño, pero que aprendan el "no". Antes que los castigos rígidos y cerrados tienen más efecto la valoración, potenciar sus cualidades y valores humanos y estar atentos al reconocimiento de sus habilidades. Ayudarles a que sean responsables confrontándoles con las consecuencias de sus actos. Inculcarles el esfuerzo y la organización de espacios y tiempos.
Sin un control severo, conviene desarrollar una sintonía afectiva escuchándoles y sabiendo personas y lugares que frecuentan. Sin inmiscuirse en la vida del hijo, escuchando lo que sí quiere compartir para ir elaborando la información esencial de saber "por donde anda". No utilizar el conflicto, los adultos ayudan más cuando demuestran ellos mismos que son capaces de controlarse, y procurar no insultar incluso en momentos en que el hijo esté retando y desafiando.
Importa desde la primera vez que se les identifique el exceso, una intervención clara y que tenga consecuencias negativas, mejor si se negocia al día siguiente no en el momento que llega alcoholizado. En la dinámica comunicacional creada padres-hijos, conviene explicarles lo que los padres sienten sobre su responsabilidad con ellos para que escuchen a su vez los sentimientos y emociones que viven también los padres. A los hijos conviene transmitirles que los padres no son policías controladores sino sus progenitores que sienten por ellos y desean lo mejor y que están ahí para ayudarlos a aprender a crecer y a ser mayores.
Conviene a los padres tratarlos con respeto y dignidad potenciando su autoestima y confianza en sí mismos ya que todo esto es un proceso que les ayuda a aprender a decir "no" y a desarrollar una personalidad más consistente para no dejarse influenciar por el grupo, desarrollando así sus propios criterios y normas de comportamiento sin sucumbir a la presión social.
(*) Psicóloga.