lunes, 23 de diciembre de 2013

Mentiras como verdades - José Luis Alvite

Mentiras como verdades - José Luis Alvite

Puedes hacerlo. Está a tu alcance. Nada te impide convertir tu vida en cine. Toma un taxi en la parada más cercana. Acomódate atrás, en diagonal con el retrovisor del chófer. "Lléveme a la estación del ferrocarril. Pero no se apure, amigo; necesito perder ese tren".Hay algo de cinematográfico en los trenes que los hace tentadores y fantásticos. Como si una mujer te dijese: "Has sido un estúpido trayéndome tan temprano a la estación. Un hombre jamás debe llevar a una mujer a la estación a tiempo de que coja el tren".Pero lo cierto es que cosas así sólo ocurren en el cine y que en nuestra maldita vida lo más apasionante puede ser que el maldito glaucoma nos impida llorar. Un día te encuentras al borde de la muerte y desesperas porque no recuerdas nada memorable, una frase incomensurable, como esas del cine, como cuando Burt Lancaster le decía en 'Mesas separadas' a Rita Hayworth: "Nunca había conocido a una mujer que mintiese con tanta sinceridad". Porque las mujeres del cine alcanzan la exquisitez cuando mienten. Sobre todo si son Bette Davis, Gloria Grahame, Joan Benett o Laureen Bacall, mujeres, muchacho, de las que se sabe que mentirían si dijesen la verdad. ¿Y qué me dices de David Nivel? Nadie fue tan elegante como él, que daba la impresión de ser capaz de sorber el solomillo por la pajita del vermú. Hizo sublime todo lo que interpretó y cuando hace unos años dejó de existir, a uno le quedó la sensación de haber visto en el cine a uno de esos elegantísimos tipos que sólo se mueren por rigurosa invitación. Acabamos de revisarle en la citada 'Mesas separadas' y estoy convencido de que muchos pensaréis, como yo, que a los carraspeos de David Niven se les podría llevar la conversación. No le envidio a nadie su coche, su casa, su caída de ojos pero le envidio el sudor a Marlon Brando, que era un tipo que sudaba de cine, como en 'Un tranvía llamado deseo', enloquecido por el calor, la humedad, el ocio y la cerveza. Pero también su daba de lo lindo y como nadie en 'La jauría humana', aquí porque le daban una paliza en otro sitio con calor meteorológico y con tórrido calor social, en medio del amor y de la intransigencia, acorralado por esos americanos conservadores y zafios que comprarían un Van Gogh para enmarcar con él la cabeza de un ciervo. Si estás deprimido porque agoniza tu mundo, porque hay sangre en tu orina, porque la niña volvió vieja del colegio, ¡joder!, ya sé que es duro, pero échale al cuerpo medio litro de morfina y recuerda a Lee Marvin cantando 'Estrella errante' en un paisaje de lodo y juego, en uno de esos sitios cambiantes en los que la mierda de las uñas son una mezcla de oro y rímel. Estas cosas ocurren en el cine y nos ayudan a sobrellevar nuestras vidas. No conocerás a alguien así pero comprenderás que Juana de Arco tenía alma y que Joan Benett, en cambio, tenía bolso. Y soportarás mejor ese terrible momento de la agonía, el sublime instante en el que uno de los tuyos intenta darte la comunión con la cucharilla del postre.