domingo, 15 de diciembre de 2013

Metástasis del amor - José Luis Alvite

Metástasis del amor - José Luis Alvite

"Dicen que el amor es un asunto noble que se suscita por divina revelación".

Eso que con frecuencia llamamos amor, no es nada que no se pase al poco rato con el frío de la calle. Nada en realidad es para siempre, ni siquiera para dentro de dos días, seguramente porque en el corazón de un hombre lo que se produce no es exactamente amor, sino una mezcla de angustia, decepción y ginebra, tres cosas que generalmente se desvanecen a medida que cambia tu suerte y en la calle mejora el tiempo. Una amiga mía que estuvo quince años casada, lo único que recuerda con nostalgia de su marido es que tenía dinero en el banco y los pies calientes. Como todo el mundo, vivieron al principio unos cuantos años de pasión y desenfreno, se desentendían del futuro y vivían la vida al instante, aprovechando el aire viciado de los besos como si fuese el último aliento de sus vidas. Es algo que nos ocurrió a todos en algún momento de nuestras vidas, a menudo porque se cruzó en nuestro camino una mujer que olía distinto, pisaba de otro modo o, simplemente, porque a las dos de la madrugada y con la voz de Sinatra a favor, cualquiera puede fascinar a una mujer a la que una mala noticia del ginecólogo acaba de echarle diez años encima y sabe que el futuro ya no es le mío que parecía ser por la tarde antes de que la maldita ecografía le descubriese en la petaca del útero un bulto que parece una mueca de James Cagney. Y por otra parte, también tú pasabas un mal momento por un grave error en el trabajo, quien sabe si incluso porque la última vez que te miraste al espejo en el bar comprendiste que ya sólo te queda la cuerda falsa juventud de alguien que lleva años viviendo por encima de sus fuerzas y por debajo de su cintura. Entonces ella y tú os cruzáis las miradas en la barra del club y sin deciros nada sabéis a ciencia cierta que estáis sintiendo la misma clase de angustia y que si bien es cierto que el amor es una cosa que sólo anda por los libros y por las películas, en última instancia, ¡qué coño!, en última instancia no hay nada que os impida la dulce e inodora mentira de llamarle pasión al miedo. En circunstancias iguales, todo el mundo se comporta de un modo parecido y le llamamos amarga decepción al asco del mismo modo que le llamamos amor a esa extraña sensación que une a un hombre y a una mujer cuando sus mundos se desploman y un abrazo es el único sitio en el que ponerse de momento a salvo. Dicen que el sentimiento del amor es un asunto noble que se suscita por una especie de divina revelación. Allá cada cual con sus propios engaños. A mí me vendría bien pensar lo mismo pero no soy capaz de hacerlo porque tengo la absoluta certeza de que cuando un hombre y una mujer teóricamente se enamoran, no obedecen a un designio superior a ellos, sino que sólo responden mecánicamente a la acuciante necesidad de buscar consuelo en alguien que comprenda su dolor porque también a él, o a ella, alguien le dio la mala noticia de que tiene en el estómago un cáncer insomne y lleno de vida que come ocho veces al día, como un bebé mamando a gritos en las magras molduras de un féretro. Me dijo de madrugada un tipo en "El Corzo": "Muchacho, no sé muy bien adonde quiero ir a parar con esta manera de pensar pero juraría que el amor es una cosa que arraiga en el corazón cuando te has pasado de copas o de música, o, sencillamente, una metástasis de ambas cosas". No sabría muy bien qué opinar acerca de esa teoría, pero, ¡qué diablos!, la vida me enseñó que el amor es algo que causa el mismo dolor y la misma angustia que si en vez de descubrírtelo el poeta, te lo hubiese diagnosticado el oncólogo.