lunes, 28 de diciembre de 2020

Agotamiento pandémico - Juan José Millás

Agotamiento pandémico - Juan José Millás


La añoranza de los viajes interrumpidos por el coronavirus

Se me está olvidando viajar. Recuerdo cuando cogía el tren o el avión para dar una conferencia o presentar un libro aquí o allá. Desde hace tiempo solo voy de un sitio a otro de mi barrio, de un sitio a otro de mi casa. Si la maleta tuviera alma, se sentiría vacía porque está realmente vacía. Hueca. Uno de los lugares que más visito de mi barrio es la farmacia. Lo hago con cualquier excusa: para comprar pañuelos de papel o pastillas para la garganta. Cosas inocentes, como ven. Tengo cierta amistad con una de las farmacéuticas, muy joven y muy bien informada.

–¿Qué quieres hoy?, me dice.

–Cualquier comprimido que me puedas dar sin receta, le digo.

Cada vez son menos las cosas que se pueden adquirir sin prescripción médica en estos establecimientos. Si no hay mucho público, la boticaria y yo hablamos un rato de la vida mientras me envuelve unos caramelos de eucalipto. Tiene un novio al que le amputaron hace un par de meses la pierna izquierda. Me lo contó con toda naturalidad tras recomendarme un suplemento alimenticio para los picores de los tobillos. Pienso yo que perder una pierna no es poca cosa, pero, dado que ella no le dio importancia, tampoco yo quise hacer un drama de ello. Me quedé con ganas de preguntarle qué habían hecho con la extremidad desechada, pero no me pareció correcto. Creo que las incineran, no sé si con su calcetín y su zapato.

La imagen de esa pierna suelta, que imagino bastante peluda, me asalta con frecuencia.

–¿Qué piensas?, dice mujer.

–Nada, digo yo.

–Nada, no. En algo pensarás.

–Al novio de Pilar, esa farmacéutica amiga mía, le han amputado una pierna, la izquierda. Pienso mucho en ella.

Mi mujer suspira y vuelve a subir el volumen de la tele. Comprendo que le carguen mis obsesiones.

–Necesitas volver a viajar, dice, moverte.

Por la noche voy a ver la maleta, que hasta hace unos meses era una compañera inseparable y estoy a punto de abrirla para comprobar que sigue vacía. Pero no lo hago por miedo a hallar en su interior la dichosa pierna. Me estoy volviendo loco.

domingo, 27 de diciembre de 2020

No pueden con este Rey - Julián Ballestero

 No pueden con este Rey - Julián Ballestero


Ladran, luego cabalgamos, ha debido pensar el Rey. La prueba inapelable de lo muy acertado del mensaje de Navidad de Felipe VI ha sido el ataque en tromba de todos los voceros del radicalismo parlamentario, desde los comunistas de Podemos a los golpistas de ERC, pasando por los filoetarras de Bildu y los nacionalistas hipócritas del PNV. Toda la caterva política del peor populismo coincide en censurar su discurso, mientras todo el constitucionalismo le aplaude, con la ominosa excepción del PSOE (si es que se puede encuadrar en el bando constitucional a lo que queda de ese partido) que le ha propinado una de cal y otra de arena.

Imaginemos por un momento que esta caterva de populistas antidemócratas, de bolivarianos y aprovechateguis, hubiera alabado el discurso del Rey. Usted y yo estaríamos ahora mismo temblando. Hubiera sido como para salir corriendo del país.

Por suerte para nosotros, Felipe VI ha vuelto a ganarse el sueldo. Ha demostrado el mismo valor y la misma determinación que exhibió el 3 de octubre de 2018, tras el levantamiento en Cataluña y cuando gobernaba (es un decir) Mariano Rajoy. Ante la desidia del gallego y su equipo de burócratas, el monarca dijo ese lo que la gran mayoría de los españoles pensábamos del golpe de Estado en Cataluña, de Puigdemont, de Junqueras y de sus conmilitones: “Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado” y “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estado de Autonomía”. Dos frases necesarias y contundentes para poner a los delincuentes en su sitio.

En esta ocasión no se trataba de salvar a España de la peor amenaza en 36 años, sino de resistir el acoso de los rebeldes liderados por el Marqués de Galapagar, esa banda de socios presupuestarios de Pedro Sánchez, todos ellos empeñados en romper nuestro país. Los mismos que en octubre 2018 estaban en la oposición y ahora se han infiltrado, como las voraces termitas en la madera, en el Gobierno de la nación.

Felipe VI solventó con una larga cambiada el espinoso asunto de la reconvención de su padre. Socialistas y podemitas exigían una condena firme. Los comunistas bolivarianos querían sangre, olían sangre y veían una ocasión pintiparada para avanzar en sus planes de sustituir la monarquía por una república bananera para colocar a los marqueses de Iglesias-Montero en la Zarzuela porque el chalé de Villatinaja se les ha quedado pequeño, con tanto niño...

Y Sánchez, por su parte, no pretende destruir ni construir, le da igual con tal de mantenerse sobre los mullidos colchones monclovitas. El Doctor se conformaba con demostrar que aquí manda él, que para eso es presidente del Gobierno y lo será, si un meteorito gigantesco no lo impide, durante otros tres años.

Por eso su mamporrera Carmen Calvo presionó a la Casa Real para forzar al Rey a decir lo que no quería decir, a atacar a su padre y a defender la necesidad de regular la monarquía con una Ley de la Corona diseñada por el Gobierno.

Pero este Rey es mucho rey y no se ha dejado manejar. Trabajador, honrado, preparado, inteligente, afable, buena gente, buen diplomático y muy firme en sus convicciones democráticas (denle la vuelta a todos estos adjetivos y tendrán una perfecta descripción de Pedro Sánchez), Felipe VI sabe que, ante la innegable crisis de la monarquía, ha de ganarse el puesto demostrando que es útil a los españoles y que todos podemos confiar en él cuando vienen mal dadas. Si para ello hay que resistir en solitario, contra viento y marea, los embates del sanchismo, el comunismo y toda la mala hiel del radicalismo parlamentario, está dispuesto a aguantar.

Lo hizo el jueves en la alocución navideña. Se negó a ‘matar’ al padre al estilo freudiano y se refirió a Don Juan Carlos de manera sucinta, elegante y a la vez suficiente: “Los principios éticos nos obligan a todos sin excepción, por encima incluso de lazos personales o familiares”. No hacía falta más. El Rey se ha desmarcado del emérito enviándolo al exilio y apartándolo de los protocolos relevantes de la Casa Real. Pero sin duda la mejor y más eficaz forma de marcar las diferencias con el reinado brillante en lo público y tan inmoral en lo privado de su padre es mantener un comportamiento intachable y desarrollar una labor útil para los españoles, como está haciendo Felipe VI.

Al sanchismo el discurso le supo poco y enseguida salieron sus portavoces a pedir más, a exigir más pasos hacia la renovación de la Casa Real.

Y es cierto que, a la vista del impresentable comportamiento moral y fiscal del Rey emérito, resulta obvio que la monarquía española necesita renovación. El problema es quién promueve esa renovación y en qué sentido. Si la corte sanchista donde anidan los antimonárquicos comandados por el Coletas es la encargada de promover esos cambios, lo más probable es que no se encaminen a mejorar sino a destruir la Corona. No pueden afinar el funcionamiento de la monarquía quienes conspiran día tras día para destruirla.

Así que habrá que acometer cualquier cambio legal con calma y mesura. Desde luego, mientras Felipe VI siga en Zarzuela, no hay prisa.

“Sois la hostia, la hostia” - Arturo Pérez Reverte

“Sois la hostia, la hostia” - Arturo Pérez Reverte


Llama a la puerta un mensajero, deja su paquete y se marcha. Y mientras cierra la puerta, Conchi, la señora que trabaja en casa desde hace veintisiete años, me comenta: «Hay que ver qué educados son estos muchachos americanos, ¿verdad? Y lo bien que hablan». Luego vuelve a sus asuntos y yo me quedo pensando que sí, en efecto. Que en su mayor parte son muy corteses y hablan un español excelente, mejor que el de los nacidos a este lado del Atlántico. Aunque luego, al vivir aquí, ya en contacto con la zafia idiosincrasia nacional, se les vaya pasando.

Alguna vez comenté mi admiración por las palabras que un campesino peruano o ecuatoriano dijo en la tele tras un terremoto: «Pues verá, señor, hubo un temblor de tierra espantoso, el techo oscilaba, y agarré a mi familia para ponerlos a salvo y salvar nuestras vidas». Una situación que, no me cabe duda –y a ustedes tampoco–, un español medio habría resuelto seguramente con: «Joder, se lió parda, hubo un terremoto del copón y salimos cagando leches». Y no digan que exagero. Hace unos días, una española responsable de no sé qué departamento de sanidad expresaba así su admiración por el trabajo de sus colegas durante la pandemia: «Sois la hostia, la hostia. Flipo, flipo, flipo».

Lo comento con mi amiga y editora Pilar Reyes, nacida en Colombia, y dice algo que me deja pensativo: «Hay una parte de tradición, de la antigua cortesía y habla de las clases dominantes españolas, que ha sido referencia social durante siglos. Pero es que, además, en España se es posmoderno, pero en América se es todavía moderno. La cortesía, el buen hablar, son herramientas prácticas. Allí, donde hay lugares de una pobreza extrema, aún se cree en ellas para la vida diaria, para mejorar el futuro. Van en un mismo paquete llamado educación».

Ésa es la palabra que me queda bailando en la cabeza: educación. Y poco tiene que ver con la posición social. La educación y sus consecuencias visibles, como la cortesía o el buen hablar, se manifiestan de muchas maneras en Hispanoamérica. Incluso entre gente humilde, incluso en la violencia. Y doy fe de ello: en Colombia me quisieron robar hablándome todo el rato de usted; en El Salvador me encañonaron diciéndome hijoputa con extraordinaria cortesía, y en Nicaragua un militar formuló la más extraordinaria amenaza de muerte que me han hecho jamás: «Amigo, no perdamos la dulzura del carácter».

En mi opinión, ese respeto por el lenguaje, y en especial su culto entre las clases humildes de allí, tiene mucho que ver con la esperanza de un futuro mejor. En lugares donde la pobreza es tan intensa que la movilidad social resulta difícil o casi imposible, la educación en su sentido amplio ha sido, durante siglos, la única posibilidad. Ahora el narcotráfico ofrece una siniestra vía alternativa, pero subsiste el reflejo de la antigua honrada esperanza: soy pobre y estoy condenado a una vida mísera, pero si mi hijo aprende, habla bien, tal vez su vida sea mejor que la mía. Así se explica que familias de una indigencia extrema se sacrifiquen para que uno de ellos estudie, salga adelante y ayude a toda la familia a mejorar. Por eso gente atrozmente pobre se las arregla para que al menos un hijo o una hija vayan al colegio, donde heroicos maestros hacen lo que pueden. Para que un día los chicos tengan un trabajo digno, o viajen a Estados Unidos, o a España, y vivan mejor de cómo vivieron sus padres y sus abuelos.

Deberíamos recordar eso cada vez que un mensajero con cara de maya o azteca llama a la puerta para dejar un paquete. Cuando oímos su «buenos días, señor» al entrar en un taxi, un bar o un restaurante. Cuando una chica con pelo negro y rostro de Malinche dice «¿me regala su pin?» al acercarle la tarjeta de crédito. No es servilismo ni humildad, sino una visión del mundo más sufrida y noble que la nuestra: la huella del esfuerzo y sacrificio de quienes los educaron para que su futuro fuese diferente. Ojalá conservaran esa nobleza de maneras en vez de perderla al vivir aquí. Son muchas las lecciones de dignidad y coraje que pueden darnos esos tipos bajitos de hablar suave, que cuando los ofendes, orgullosos como indios y españoles que son, te miran con ojos oscuros y peligrosos; o esas mujeres de voz dulce y cabello negro, que tanto saben de sufrimiento y de vida. Aprendieron de la vieja España, cuya sangre llevan y cuya lengua hablan, cuando todavía éramos alguien de quien se podía aprender; y ahora están aquí porque tienen derecho a estar. Son tan nuestros como nosotros suyos. No los hagamos avergonzarse de lo que somos. No les defraudemos la memoria.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Junto a la tristeza duerme el sueño del amor - Olga Seco Seco

Junto a la tristeza duerme el sueño del amor - Olga Seco Seco


Tengo la impresión de estar muriendo y resucitando al mismo tiempo. Más allá de la cronología está el acto instantáneo del recuerdo, el mismo que sin consideración, proyecta la imagen continúa de los afectos y los convierte en conciencia personal.

Al tratar de entender determinadas cosas, muchas veces, los pensamientos se funden con las contradicciones y nos conducen a la pereza más absoluta. Creo que hoy por la noche todos vamos a estar a disposición de la tristeza. Aunque, pensándolo bien, junto a ella, la mayoría de las veces duerme el sueño del amor. Resulta difícil, por no decir imposible, ordenar con coherencia tantas cosas... La única compañía duradera es la de uno mismo; a su lado no se experimenta la sensación de abandono y entre sus formas nace la fortaleza.

Trato de destruir (con furia) todos los recuerdos que me sitúan en otros escenarios y no puedo. No, no puedo fraccionar el amor, y darle un rasgo de recuerdo. Jamás pensé ( se me saltan las lágrimas) que iba a vivir la ausencia de mis hijos. Y ya ven: hoy, precisamente hoy, será la primera vez. Toda una vida juntos, para darme cuenta, que el rasgo más esencial del ser humano es que cada uno vivimos nuestra vida.

No debemos poner jamás nuestros fines personales por delante; creo que el amor más puro se encadena al universo y no es de dominio de nadie.

Queridos lectores: sean valientes y no conviertan la noche de hoy en la noche de los epitafios. Sí, hay muchas sillas vacías, muchas ausencias, mucha luz que nos falta. Pero junto a tantas cosas dignas de figurar en el museo de las penas, siempre hay “alguien” que de forma espontánea nos brinda su cariño. Solo me queda darles las gracias por su fidelidad y de forma natural ofrecerle un abrazo. La vida está hecha para vivir... ¡Salud!

Ni el bicho puede con la Navidad - Ánxel Vence

Ni el bicho puede con la Navidad - Ánxel Vence


Mucha gente dice detestar la Navidad, pero lo cierto es que hasta los ateos más recalcitrantes ceden en sus principios al llegar estas fechas de algodón y almíbar. Esta primera –y es de esperar que última– Nochebuena de la pandemia no se diferenciará gran cosa, al parecer, de las anteriores. Salvo en algún que otro reino autónomo quisquilloso, las familias separadas por la distancia se moverán con libertad para que no falten los brindis, los inevitables chistes de cuñados y la felicidad un tanto impostada y decididamente comercial propia del acontecimiento.

El SARS-CoV-2 ofrecía este año un excelente motivo para dejar a un lado las riñas que propician las reuniones de parientes. Meter en un comedor de pocos metros a un grupo de personas que no se ven durante el resto del año es un grave riesgo –y no solo de contagio–; pero las autoridades no han podido o querido aprovechar la ocasión de limitar los daños.

Mucho es de temer por tanto que, al calor del alcohol, que en Nochebuena goza de bula, vuelvan a dispararse las discusiones sobre política y fútbol con los infaustos resultados habituales. Entre todas las del año, la llamada noche de paz es, paradójicamente, la que más trabajo da a los cuerpos de policía atareados en tan amorosa fecha por las pendencias de familia.

Tal vez conscientes de esos peligros navideños, los gobiernos del resto de Europa han decidido dejar correr la Pascua hasta el año 2021, aprovechando el pretexto –por otra parte, cierto– del coronavirus. No ocurre lo mismo en España, donde nunca perdemos la oportunidad de dejar pasar una oportunidad.

Es así como, aun a riesgo de que el coronavirus se dé un festín e impulse la tercera ola de la epidemia, las diversas autoridades al mando han decidido que la celebración de las navidades bien vale un contagio. Igual que París bien valía una misa para Napoleón.

Para un agnóstico como Dios manda, la Navidad debiera ser en principio una fecha igual que otra cualquiera; pero eso es tanto como desconocer el peso de la tradición judeocristiana en Europa y, señaladamente, en España.

De poco valdrá recordar que las tradiciones suelen ser mucho más recientes de lo que se piensa; o que a menudo tengan un origen puramente mercantil. El pretexto para aumentar las ventas puede ser un atasco de tráfico en Estados Unidos, como el que da su nombre al Black Friday; o el remoto suceso natalicio del que nació el actual calendario gregoriano (antes juliano).

El motivo de la tradición es lo de menos. Importa más la necesidad de generar deseos de compra con la esperanza, casi siempre cumplida, de que la clientela aligere los stocks de los vendedores.

Con epidemia o sin ella, la Pascua navideña no deja de ser una variante cristianizada de las fiestas que en la antigua Roma solían organizarse a la mayor gloria del dios Saturno. Seguramente no será casualidad que los romanos celebrasen sus saturnales entre el 17 y el 24 de diciembre con grandes banquetes, mucho lucerío y derroche de regalos.

Se comprende, pues, el ansia de las autoridades por preservar tan antigua tradición incluso en tiempos de pandemia. No hay bicho que pueda con la Navidad.


miércoles, 23 de diciembre de 2020

Somos un misterio - Juan José Millás

Somos un misterio - Juan José Millás


Con frecuencia, mis sesiones de psicoanálisis comienzan mal y terminan bien, como algunas novelas. Comienzan mal porque llego a la consulta estresado, sin ánimos. Hoy he visto, por ejemplo, en la calle, antes de entrar, una pelea a puñetazos entre dos hombres mayores por una cuestión de aparcamiento. Los dos creían tener derecho al único hueco que había en toda la manzana. Uno de ellos se ha bajado del coche y le ha mentado la madre al otro. El otro ha salido hecho un basilisco y se ha lanzado contra el agresor verbal con una furia infinita. Al poco, los dos habían perdido las mascarillas, sangraban por la nariz y tenían desgarradas las camisas. Hemos logrado separarlos entre cuatro o cinco viandantes, para que no se mataran, pero han continuado diciéndose cosas horribles mientras cada uno se metía en su automóvil y escapaban a toda velocidad, como si huyeran de sí mismos. El hueco ha quedado vacío.

La escena me ha dejado mal cuerpo. ¿A qué llamo mal cuerpo? Pues no sé, a una situación de extrañeza respecto de mis brazos y de mi tronco, y de mi estómago. Como si me pertenecieran y no me pertenecieran a la vez. Como si me asombrara de mí mismo y de la humanidad a la que pertenezco. Como si yo no formara parte de esa humanidad en la que sin embargo he de desenvolverme. La violencia física me altera de un modo desproporcionado.

Total, que me he tumbado en el diván y he estado en silencio unos minutos, intentando recomponerme. Desde que trabajamos con mascarillas, me cuesta más hablar. Psicoanalizarse de ese modo resulta endiabladamente raro. Luego he relatado la experiencia que acababa de vivir y la terapeuta ha dicho que lo sentía mucho. No esperaba eso. Por lo general, trata de indagar en las causas íntimas productoras del daño. Esta vez, sin embargo, se ha solidarizado conmigo, como si comprendiera en toda su profundidad mis sentimientos. Esa actitud, inexplicablemente (o no) me ha recompuesto. He vuelto a sentir como mío mi estómago y como mías mis piernas y mis brazos, incluso me he sentido parte de la humanidad, pese a todos sus defectos. He salido de la sesión, en fin, mejor de lo que entré, perdonándome por haber asistido a una escena tan desagradable. ¿Somos o no somos un misterio.

martes, 8 de diciembre de 2020

¿Quién eres? - Juan José Millás

 ¿Quién eres? - Juan José Millás

Sara tiene veintitrés años y acaba de ser condenada por un jurado popular a dieciséis de cárcel. ¿Qué hizo Sara? Sara tenía una hija de diecisiete meses con la que vivía en un apartamento de Málaga. A la joven Sara le pesaba mucho la niña, así que Sara cogió un día a la pequeña, la metió en la cama grande, de matrimonio, del dormitorio principal, le puso al lado un biberón y unas galletas, bajó la persiana para dejarlo todo, incluida su conciencia, a oscuras, abandonó la casa, que cerró con llave al salir, y se marchó para no volver.

Ignoramos qué hizo con la llave.

La cría se quedó sola en aquella burbuja espacio-temporal del dormitorio pánico. Suponemos que lloraría, suponemos que dejaría de hacerlo por agotamiento, suponemos que dormiría a ratos, suponemos que tuvo hambre y que mordisqueó quizá alguna de las galletas perdidas entre las sábanas. Suponemos que no llegó a utilizar el biberón por falta de destreza. Los expertos creen que no vivió más allá de cinco días desde que fuera abandonada, aunque el cadáver tardó en descubrirse un mes. Un mes muerta sobre una cama de matrimonio en una habitación con las persianas echadas.

Durante ese mes, Sara llevó una vida normal, celebrando incluso su vigésimo cumpleaños en noviembre de 2018. Le decía a la gente que la niña muerta permanecía en realidad al cuidado de otra persona, no sabemos de quién. Durante el juicio, Sara admitió su culpabilidad y dijo que se arrepentía mucho de su acción. A nosotros nos gustaría conocer, querida Sara, la calidad de ese arrepentimiento. Nos preguntamos si durante tus salidas nocturnas contabas las horas y los días que tu hija llevaba sola. Si te la imaginabas exhausta por su llanto improductivo, si la visualizabas buscando una raya de luz entre las lamas de plástico de la persiana. Sara, Sara, dinos también si podías dormir cuando cerrabas los ojos por la noche, si contabas las galletas que le habías dejado a tu bebé, si pensabas que la leche del biberón se podía descomponer antes de que la usara.

¿Quién eres tú, Sara? ¿Cuánto tiempo calculaste que sobreviviría tu hija? ¿Cuánto crees que podrás sobrevivirla tú?

domingo, 29 de noviembre de 2020

Eloy Sampedro

 Una juez de Salamanca valida que un jubilado cobre el plus de maternidad


C.A.S.

Hace un año el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a raíz de una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, declaró que el complemento de maternidad de las pensiones en España (que incrementa entre un 5% y un 15% la prestación de aquellas mujeres que hubiesen tenido al menos dos hijos) era discriminatorio con los hombres que también tuvieron descendencia y que éstos debían ser recompensados en la misma medida que sus parejas por su contribución demográfica al sistema.

Cuando Julián Ingelmo, un jubilado salmantino de 67 años, casado y padre de familia numerosa, escuchó aquella noticia por casualidad en la radio, decidió consultar a su abogado si podía exigir a la Seguridad Social ese complemento de maternidad para elevar su pensión de poco más de mil euros. El letrado, tras estudiar la jurisprudencia europea y el precedente en Canarias, decidió animarle a reclamar ese plus, que en su caso supondría el incremento máximo del 15% por haber criado a cuatro hijos. Cabe recordar que el complemento es del 5% de la pensión por dos hijos, del 10% por tres hijos y del 15% por cuatro o más hijos.

En un primer momento Julián Ingelmo envió una solicitud al Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), que rápidamente fue denegada por el organismo estatal. El Real Decreto Legislativo General de la Seguridad Social reconoce el complemento de pensión sólo a las mujeres trabajadoras “por su aportación demográfica a la Seguridad Social”. Tienen derecho a este complemento aquellas pensiones de jubilación, viudedad o incapacidad permanente a partir del 1 de enero de 2016.

El pensionista salmantino no desistió y formuló una reclamación previa contra esa denegación que también fue rechazada. Algo desanimado, fue su abogado Eloy Sampedro el que le empujó a pelear por este plus, que discrimina a los hombres, en los juzgados. El pasado mes de marzo, en pleno inicio de la pandemia el letrado presentó la demanda contra el INSS y Tesorería de la Seguridad Social.

La Justicia reconoce también la “aportación demográfica” de los hombres a la Seguridad Social

Tras meses de espera, la insistencia ha surtido efecto. La magistrada del Juzgado de los Social número 2 de Salamanca falló esta semana a favor del jubilado salmantino. Es la primera sentencia de este tipo en Castilla y León.

La juez reconoce el derecho de Julián Ingelmo “a percibir el complemento de maternidad de su pensión de jubilación en un porcentaje del 15% de la base reguladora”. De esta forma, este salmantino pasará a cobrar en torno a 150 euros más al mes en su pensión de por vida y además, con efectos retroactivos al 6 de diciembre de 2019. Aunque el INSS aún puede recurrir la sentencia, la magistrada señala que deberá iniciar igualmente el abono de la prestación.

Julián Ingelmo expresaba su satisfacción a este periódico por la sentencia a su favor. “La constancia ha merecido la pena”, admitía, mientras confiaba en que una vez pase la pandemia pueda celebrar como se merece el aumento de pensión con su mujer y sus cuatro hijos.

Las sentencias en Canarias y después también en Galicia y Murcia a favor de padres pensionistas han provocado un aluvión de demandas similares de jubilados por toda España aprovechando la interpretación del tribunal europeo que considera discriminatoria la normativa española. Habrá que ver si ante este resquicio legal de la llamada “aportación demográfica”, el Instituto de la Seguridad Social decide modificar y matizar el Real Decreto. Mientras tanto, cada vez son más los pensionistas jubilados que se plantean reclamar en los juzgados este plus para elevar su pensión.

sábado, 28 de noviembre de 2020

El estrés en Bachillerato - Andrea Iglesias Mato

 El estrés en Bachillerato - Andrea Iglesias Mato

Soy una chica de dieciséis años y estoy cursando primero de bachillerato en Santiago. En menos de una semana me enfrento a la semana de exámenes globales de la primera evaluación. Es una etapa totalmente nueva y diferente, añadiendo a mayores la atípica situación de pandemia que estamos viviendo. Probablemente durante la siguiente semana me pasaré los días estudiando y sometida a un estrés fuera de lo común. Y es que no solo es por estos exámenes, es por todo. Nada más entrar en esta etapa te dicen que todas tus notas cuentan, que tienes que conseguir una buena media si quieres estudiar una buena carrera. Por no hablar de la palabra más nombrada, la temida ABAU. Una serie de exámenes de diferentes materias que realizarás nada más terminar bachillerato y que cuenta un cuarenta por ciento de tu nota.

Lo que quiero decir con todo esto es que sí, ya sé que me juego la media en cada examen, no hace falta que me lo repitan. Además, hay que destacar que el nivel de ansiedad es altísimo, todos conocemos a alguien que haya sufrido este trastorno o alguno similar durante esa época. También tiene importancia la fuerte presión a la que estamos sometidos, no necesariamente del ámbito familiar, sino que también puede ser autoimpuesta. A mayores, se añade también la incógnita de qué carrera estudiar, una de las mayores decisiones de tu vida, que la mayoría de alumnos que cursan bachillerato no tienen clara.

Todos estos factores generan cierto nivel de estrés en algunos más que en otros, que puede derivar en dolencias o enfermedades a medio y largo plazo. Algunos de estos trastornos pueden ser diabetes, obesidad o depresión.

Después nos preguntan qué por qué no obtenemos buenas notas si hemos estado estudiando mucho. La respuesta es simple, vivimos tan presionados que no rendimos al cien por cien. Lo único que pido es visibilización a un problema que cada vez está más normalizado.

jueves, 26 de noviembre de 2020

No es lo mismo echar un polvo que echar cinco - Olga Seco

 No es lo mismo echar un polvo que echar cinco - Olga Seco

Qué aspecto más reconocible y conmovedor tienen los calendarios. Aunque, pensándolo bien, todos son la interferencia que esporádicamente se entrecuza a diario. La mayoría de las fechas son la orden que esclaviza a la mente y la pone a disposición de la disciplina de los recuerdos. Dicho de otra manera, en determinados círculos cerrados, la razón se desentiende.

Todos somos el inmenso repertorio que satisface a los números. De cada combinación (sonrío) nace una emoción; ellos (los números) representan nuestra vida. Ya lo creo, ya, no es lo mismo decir “he echado un polvo”, que decir “he echado cinco polvos”. Junto a los números (muchas veces) tropieza la autoestima que nos aleja de lo “normal” y nos conduce a la neurosis. Los números dominan nuestra vida: nos asombran, nos conmueven, nos disgustan, nos turban, nos seducen; y así, un largo etcétera. En todos siempre aparece el motivo que simplifica el plano y le da forma de espacio. Todo es herencia de Pitágoras...

Los números también tienen un lenguaje imaginario. Los que están diciendo que 2021 será distinto, por lo visto, no han entendido la síntesis de una pandemia. Evidentemente, cada persona, hace uso de su razón y la integra en el lugar que considera oportuno. Aunque, pensándolo bien, lo hermético es el espacio cerrado que conserva lo destinado a descomponerse. Muchos días veo el aspecto más convincente del ser humano... Otros veo el tumulto que se aleja de todo compromiso social y entra en trance al ver las piruetas que pueden dar las fechas.

Con tanta necesidad de información una tiene que buscar bien los títulos de las columnas. Considerando que el conocimiento, a día de hoy, es la soledad insaciable del curioso, no puedo apasionarme y titular la columna de hoy: “La herencia de Pitágoras”. Comprenderán que para muchos sería un elemento constitutivo de aburrimiento. Se me antoja inventar un horno y poner a cocer un título caliente, sí, un título que en apariencia apasione a todos los lectores y vengan animados a leerme. El morbo (ya saben) es la vocación de las personas que no piensan. Dicho lo dicho, si han llegado hasta aquí leyéndome, entenderán el título tan “grosero” ( sonrío) de mi columna de hoy. El oficio de escribir es hermoso, con los años, una aprende a transgredir todas las técnicas y comprende que lo único importante es crear. Y creer... Claro, en uno mismo.

martes, 24 de noviembre de 2020

España made in Berlanga - David Torres

 España made in Berlanga - David Torres

Berlanga es uno de los pocos cineastas que se han ganado el derecho a un adjetivo propio, un término que se refiere a algo chusco y excesivo, delirante y ridículo, a medias entre el surrealismo y el costumbrismo, una estética que conecta con el Buscón y el Lazarillo, con algunos grabados de Goya, con el esperpento de Valle-Inclán, con ciertas páginas de Cela y ciertos lienzos del Bosco. Luis José, el incalificable heredero de los Leguineche, intentando patentar una bandeja para el Mundial de Fútbol con una ración de paella, un vaso de gazpacho y una naranja. El cadáver de la madre arrojado al mar, para que no estropee la boda del hijo, que termina arponeado por un submarinista. La subasta de pobres en Nochebuena para decorar la cena de las familias pudientes. El Marqués de Leguineche, que colecciona pelos de coño y que alquila el palacio a los turistas para pagar sus deudas con Hacienda.

Hace sólo unos días se cumplían diez años de la muerte de Luis García Berlanga, en junio del año próximo se celebra el primer centenario de su nacimiento, y Alianza Editorial ha reeditado una versión ampliada del libro El último austrohúngaro, una extraordinaria serie de conversaciones mano a mano entre el genial cineasta, Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les, donde se destripan filias y fobias, tropiezos con la censura, proyectos fallidos y anécdotas impagables de sus rodajes. Este año el homenaje empieza muy bien, con todo el mundo con la cara tapada con mascarillas, la peña montando fiestas clandestinas en casa y un rey emérito huido del país por líos con la justicia, imitando a los Leguineche subiendo a un tren de peregrinos a Lourdes con la fortuna escondida en una escayola.

A veces el cine de Berlanga parece rodado en futuro perfecto, con esos planos-secuencia abigarrados, multitudinarios, enloquecidos, llenos de calles en ebullición, ventanas abriéndose y cerrándose, habitaciones en hilera, diálogos entrecruzados, gente y más gente entre la que, en cualquier momento, allá al fondo, va a aparecer tu cara. Tenía fama de vago y de descuidado, quizá por eso pudo rodar algunos de los planos-secuencia más largos, complejos y elaborados del séptimo arte como si los estuviera improvisando en el momento, acompañado por un elenco y un equipo técnico en estado de gracia. También por eso le pasaban cosas que parecían salidas de uno de sus guiones, cosas inverosímiles como que el estreno de ¡Bienvenido, Mr. Marshall! coincidiera con la llegada del nuevo embajador estadounidense a Madrid. Al pasar por la Gran Vía, el hombre vio un cartel enorme con el nombre de la película y se creyó que era una burla y hubo que retirar el cartel antes de provocar un incidente diplomático.

Sí, con sus películas da la impresión de que podría haberse rodado otra película aun más disparatada tan sólo utilizando los chascarrillos del rodaje. En Los jueves, milagro, tuvo que pelear con un sacerdote, el padre Garau, al que colocaron de asesor religioso y que le replicaba con frases que parecían escritas por Azcona: "Usted creerá que soy un hombre anticuado, ¿verdad? Aquí donde me ve, señor Berlanga, ¡yo he sido el primer cura español que se puso un reloj de pulsera!" O durante la filmación de Tamaño natural, película en la que la muñeca fue violada delante y detrás de las cámaras y en la que aparece Michel Piccoli con lencería femenina, escondiéndose el sexo entre las piernas, en una escena que prefigura el estriptís salvaje de Ted Levine en El silencio de los corderos.

Supersticioso hasta la médula, tenía que incluir en cada película la palabra "austrohúngaro" a modo de fetiche, jamás se ponía un sombrero negro y las pocas veces que viajaba en avión lo hacía con un trozo de madera en la mano. Era también un hipocondríaco de tomo y lomo que no quería morirse ni aceptaba la idea de la muerte, quizá por eso, para conjurarla, siempre metía una toma de un funeral, un entierro o un coche fúnebre, "el motivo más cinematográfico que existe" confiesa Berlanga, "junto con el primer plano del rostro de una mujer, sus piernas y sus senos". Pensaba que, con un poco de suerte, la muerte iba a pasar de largo, como la comitiva de los americanos en ¡Bienvenido, Mr. Marshall! y al final se encontró con el garrote y el verdugo. Al menos, cuando era joven pudo salvarle la vida a su padre, a quien iban a fusilar por republicano: lo intentó apuntándose a la División Azul, pero no sirvió de nada, y al final hubo que vender una fábrica y una finca de la familia para pagar el rescate. Después de los peligros y las penurias en Rusia, Berlanga se comió de postre otra mili en Cartagena. ¿A que parece otra película suya?

lunes, 23 de noviembre de 2020

Alimentos congelados - Carmen Pérez Novo

 Alimentos congelados - Carmen Pérez Novo

Algunas personas creen que los productos alimenticios de primera calidad son los que se adquieren frescos. Y nada más lejos de la realidad. En los últimos años, la industria alimentaria ha desarrollado tecnologías gracias a las cuales tenemos a nuestro alcance la posibilidad de consumir alimentos congelados tan nutritivos como los frescos. Los alimentos congelados son una solución siempre a mano ante un imprevisto. Los que se suelen encontrar en los comercios son verduras, pescado, marisco, carne y precocinados.

Entre sus ventajas conviene saber que la congelación retiene las propiedades nutritivas del alimento. Es un sistema práctico y limpio. Permite organizar las comidas con mucha antelación y su precio es muy razonable. Además, podemos consumir algunos alimentos, sobre todo verduras y hortalizas, que no se pueden encontrar frescas, y, según en qué épocas del año. Lo único a tener en cuenta es que, al comprarlos, hay que seguir las normas básicas que dicta el sentido común. La más importante es rechazar los envases que no estén en perfectas condiciones, o que tengan escarcha o hielo adheridos a la caja, lo que indica que se ha roto la cadena del frío, es decir, que la temperatura bajo cero no se ha mantenido. También tenemos que tener en cuenta que, a la hora de descongelarlo, para que el producto mantenga su olor, sabor y aspecto debe hacerse lentamente. Lo mejor es retirarlo del congelador la noche antes y dejar que se descongele en el frigorífico, pero también puede realizarse a temperatura ambiente, tapado con un plato, o en microondas.

Por otra parte, si lo que se prefiere es comprar alimentos frescos y congelarlos, es importante que tengamos en cuenta la necesidad de comprobar la frescura del producto. Las verduras no tienen que tener marcas, ni hojas lacias y el pescado debe tener la carne dura y los ojos brillantes. Con la carne hay menos problemas. Las hortalizas se tienen que escaldar unos minutos. Se limpian y sumergen en agua hirviendo. Cuando el agua recupere el hervor, se cuecen durante unos minutos. A continuación, se enfrían rápidamente para parar la cocción. Acto seguido, congelar el producto fresco cuanto antes y utilizar bolsas de congelación o recipientes adecuados, porque, en caso contrario, su calidad se resentirá. Tiene que estar bien envuelto, procurando que no quede aire en su interior y, por supuesto, anotar debidamente en el paquete la fecha del envasado.


  

viernes, 20 de noviembre de 2020

Rectificar es de sabios - Fernando Población

 Rectificar es de sabios - Fernando Población


No voy a negar, sería absurdo hacerlo, el cariño y admiración que tengo por Julio López Revuelta, y sigo pensando que cuando ostentaba el cargo de concejal de Turismo, era uno de los activos más importante que tenía Salamanca, al tiempo que gran mérito de la buena marcha de esa actividad en nuestra ciudad era suyo, aunque él siempre dirá que es una labor de equipo.

Tampoco voy a negar que cuando, tras los resultados de las últimas elecciones, el PP tuvo que pactar con Ciudadanos para mantener la alcaldía y Julio dejó Turismo para pasar a manos de Fernando Castaño me pareció una pésima idea y una mala noticia.

Castaño es un tipo peculiar, hay que reconocer que no deja indiferente a nadie, con sus declaraciones, con sus fábulas, con su modo de hacer política. La concejalía de Turismo que, sin duda, era un caramelito dentro del Ayuntamiento de Salamanca, se ha convertido en una manzana envenenada por culpa del bicho malo que nos ha atropellado a todos. Es difícil (o imposible) generar turismo cuando tenemos confinamiento perimetral y la hostelería funcionando a base de mandar comida a nuestras casas (y no es lo mismo).

La duda de si Castaño hubiera igualado la gestión de Julio (mejorarla es muy complicado) quedará ahí, puesto que las circunstancias de uno y otro son radicalmente diferentes.

Ahora sí, me he llevado una muy grata sorpresa al comprobar la defensa de Fernando Castaño del sector de la hostelería, de los suyos. Él mismo comentó que si era el concejal de Turismo, también era el de los hosteleros y ha dado un paso adelante. No es nada habitual que en una manifestación convocada para protestar por el cierre del sector, se puedan ver pancartas agradeciendo a Fernando Castaño su labor. No olvidemos que su “jefe” Igea es uno de los culpables de las medidas tan restrictivas que sufrimos en Salamanca (y en Castilla y León, claro) y no creo que en su partido se sientan muy cómodos con las declaraciones de Castaño. Pero las sigue haciendo.

Por eso no tengo ningún problema en disculparme con mi tocayo por la poca fe que le tenía, y manifestarle mi respeto y apoyo en un momento tan complicado como el que estamos viviendo. Fernando, te ha tocado bailar con la más fea.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Salvemos al soldado bar - David Torres

 Salvemos al soldado bar - David Torres


Es un hec sabido que en el tiempo de los romanos una ardilla podría cruzar la Península Ibérica saltando de árbol a árbol, pero hoy en día tendría que hacerlo yendo de bar en bar. Con tantos bares y tantos restaurantes, el problema no iba a ser llegar hasta los Pirineos: el problema iba a ser salir de Cádiz, de Madrid y de Bilbao. La hostelería es la marca diferencial del país desde mucho antes de que Fraga promocionara el chiringuito de playa como la respuesta española a los búnkers y casamatas del Muro de Atlántico. Si en el desembarco de Normandía los aliados se hubiesen encontrado con unos cuantos chambaos bien pertrechados de cerveza, manzanilla, jerez, migas, gambas y espetones de sardinas, la Segunda Guerra Mundial habría sido otra historia. "Que inventen ellos" decía Unamuno, y nos lo imaginamos diciéndolo apalancado en una barra, mientras se toma un chato de vino y unas anchoas.

En un pasaje célebre del Quijote, tantas veces citado fuera de contexto, don Quijote y Sancho se topan con la iglesia del pueblo y acaban discutiendo, como casi siempre, ya que ellos eran más de tropezar con fondas y posadas, alancear cueros de vino y dirigir ínsulas baratarias. De cualquier modo, la iglesia y la hostelería forman dos de los pilares básicos de la economía hispánica, sin olvidar el negocio de la construcción, que es la tercera pata del banco desde Atapuerca y desde antes de que los bancos fuesen bancos. De ahí las ayudas institucionales a los patriarcas del ladrillo y de ahí el régimen fiscal de manga ancha del que disfrutan las posesiones eclesiásticas en suelo patrio. Lo difícil era que don Quijote y Sancho tropezaran con otra cosa, por ejemplo, con una universidad o una biblioteca.

De inmediato el gobierno ha decidido movilizarse para sostener el sector hostelero, fuertemente golpeado por la crisis del coronavirus y por las restricciones provocadas por las condiciones sanitarias. La hostelería reclama 8.500 millones de euros para garantizar su supervivencia, una cifra que contrasta con los 4 millones destinados a paliar la angustiosa situación del sector del libro. Mientras en otros países las administraciones se desviven para salvar la cultura, aquí la diferencia es de 8.496 millones a favor de la barra libre, el botellón y los calamares. A menos que uno no sea español de pura cepa, no se entiende muy bien que el grueso del rescate se dedique a apuntalar bares, tabernas, tascas, cantinas, discotecas y demás templos del alcohol, mientras se abandonan a su suerte no sólo librerías, cines y teatros, sino también ferreterías, droguerías, talleres, peluquerías, panaderías, estancos, carnicerías y demás negocios abstemios. Parafraseando al clásico, podemos decir que en España vivir no es necesario: beber sí.

Eso de tener los bares cerrados durante el toque de queda es un verdadero problema, porque a veces me da por levantarme muy temprano y tengo que cruzar tres o cuatro calles para llegar hasta mi despacho, donde tengo el ordenador, la biblioteca, el tabaco y otros utensilios de mi oficio. A veces temo que la policía me pare, me pregunte a dónde voy a esas horas y no me libre de la multa, porque resulta inverosímil que alguien se gane la vida con la escritura, no digamos a las cinco de la mañana. Me acuerdo entonces de aquel reality de la aduana de Canadá, donde la policía no investiga tanto si el viajero incauto lleva encima drogas, armas o licor de contrabando, sino que están especializados en detectar si tiene permiso de trabajo. "Usted viene aquí a trabajar, no lo niegue" dice el aduanero, implacable, mandándolo de vuelta a casa como si el pobre hombre aspirase a un puesto en la directiva de Vox. Si los bares estuvieran abiertos, al menos siempre me quedaría el recurso de echar un trago.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Carne de ternura fresca - Tino Pertierra

 Carne de ternura fresca - Tino Pertierra


Marisol: “Siento ternura por cosas insólitas. Como esto no lo va a leer nadie (en cuanto lo escriba daré a la tecla de eliminar) puedo contarlo sin pudor. Por ejemplo, me enternecen las personas que cuando te están mintiendo se ponen coloradas y desvían la vista. Y no se dan cuenta de que llevan un semáforo en rojo en la cara. No deja de ser una forma de sinceridad. Involuntaria, pero sinceridad al fin y al cabo, y puedes tomar precauciones a tiempo.

También me enternecen esos coches a los que el dueño les arregla una parte de la chapa magullada pero no tiene presupuesto (o ganas) para pintarla y el vehículo (gris, por ejemplo) pasa a ser un simulacro de arlequín con un pedazo de color rojo. O verde. Una vez vi un escarabajo amarillo con una aleta azul. Era muy bonito. Debería extenderse la costumbre, o la moda, de pintar los coches a cuadros, o con lunares. Me enternecen las personas que entran en las redes sociales y opinan de todo pensando que le interesa / importa a alguien. Esa ingenuidad (siempre que lo expongan sin exhibir radicalismos pueriles) tiene un encanto que pocos saben verle. Me enternece ver a alguien que intenta llamar la atención de un camarero durante media hora y, lejos de enfadarse, insiste con cierta resignación humillada.

¿Cómo no enternecerse ante los buenos peatones que esperan a que el semáforo se ponga en verde para ellos aunque no vengan coches mientras el resto de viandantes se lo salta sin contemplaciones? Me enternece la gente que mastica muy despacio las palomitas en el cine para intentar que suenen lo menos posible, cuando a su alrededor muchos engullen con la boca abierta. Ternura por los buenos ciudadanos que recogen los excrementos de sus perros y por las personas que no tienen miedo a leer un libro en el bus cuando el resto del pasaje tiene la vista hundida en la pantalla del móvil. Me parece tierno que dos ancianos caminen cogidos de la mano aunque ya no tengan nada que decirse, quizá porque se leen el pensamiento. Aunque mi ternura favorita llega cuando veo a alguien sin paraguas que sonríe bajo la lluvia”.

sábado, 31 de octubre de 2020

Confinamiento inteligente - Alberto Estella Goytre

 Confinamiento inteligente - Alberto Estella Goytre

Habrá que someterse a lo que manda la Junta de Castilla y León, aunque no nos convenza. Estamos en un perímetro que abarca toda la Comunidad Autónoma, región cuya superficie es la mayor de Europa, de suerte que no deberíamos padecer esa especie de claustrofobia que se ha apoderado de muchos de nosotros. La disposición no nos confina, no nos mete en la cárcel, ni en un zulo etarra. No tenemos que andar de un lado para otro, arriba y abajo, como el pobre Revilla, que en un cuchitril de poquitos metros cuadrados, antes de ser liberado, se había hecho la maratón. Tampoco nos meten en “el cuarto oscuro”, con el que se castigaba antañazo. En mi casa era un ropero sin ventanas, que visité algunas ocasiones. (Un hermano, rebelde a la medida, aprovechando que una baldosa se movía, levantó todo el suelo con las uñas). Pero entonces aceptábamos la disciplina colegial y la casera. Ahora es muy distinto. Un padre con ganas de presumir de autoridad ante un amigo, ve llegar al mayor y quiere hacer una demostración: ¿A qué hora vas a volver a casa esta noche, hijo? Respuesta: ¡A la que me salga de los cojones! El progenitor, corrido, solo pudo añadir: ¡Pero ni un minuto más! Si la autoridad fuera de las que controlan el cumplimiento del toque de queda, la reacción sería análoga y puede que seguida de insultos y amenazas.

Mientras se decreta el confinamiento domiciliario programado —que está enseñando los dientes—, Mañueco nos ha invitado al “auto-confinamiento inteligente”. Tiene razón. Los espabilados ya lo practican y los apocados porque ya están muertos, pero de miedo, y se han refugiado en el burladero, que en este caso es su casa, algunos la segunda vivienda. El problema son los desorientados, como ese conductor octogenario que se mete en la autovía a contramano, y los que no saben ni que norma acatar, ni como interpretarla, a costa de la diarrea legislativa. De ahí viene el meme de la madre que, cuando su hija le pregunta a qué hora vuelve, le dice “no sé, mira el Boletín Oficial del Estado”. Las preguntas a los servicios oficiales son tan chuscas como ¿puedo salir a comprar condones?, ¿puedo ir a regar mis chirimoyos?; tengo la novia en Vilar-Formoso y yo vivo en Fuentes de Oñoro, ¿puedo atravesar la frontera para verla?... No sé si el Colegio de Abogados y el Ayuntamiento tendrían que montar un turno de oficio telefónico y gratuito para atender las numerosas dudas.

Cuestión distinta son los rebeldes, quienes confunden el derecho constitucional al libre tránsito con el derecho a contagiar al prójimo. A ellos hay que añadir los ceporros, zoquetes, cenutrios, quienes justifican su insensatez con algunos sofismas como este: “Pues si los Pujol no están todavía en la cárcel y los terroristas y autores del golpe de Estado catalán van a salir ya, ¡hala!, me voy de festuqui y botellón”. Castilla y León es la primera de España en calidad de enseñanza, pero todos sabemos que “lo que natura no da, Salamanca no presta”. Acabaremos encerrados nuevamente, por la virulencia del bicho y por las imprudencias —por no llamarles delitos—, de unos pocos irresponsables —por no decir delincuentes—.

El confinamiento voluntario que sugiere Mañueco —y en poco tiempo ordenará—, puede ser incluso gratificante. Conozco monjas que llevan 75 años en clausura y son felices. Lo grave son los contagiados que han pasado ya por el hospital y padecen secuelas, los que hoy llenan ya las UVI, y sobre todo los muertos. Ahora que vienen los días de los Santos y los Difuntos, nunca ha habido tantos que llorar. La pandemia le ha costado la vida a más de cuatro amigos, más jóvenes, más sanos. No he podido acudir siquiera a su funeral y sus rostros se me aparecen diariamente. Pero no tengo vena poética para componerles una elegía. Me sirvo de la muy conocida, de Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé, porque el poeta nació precisamente un 30 de octubre (hace 110 años), su amigo del alma murió como los contagiados —“se me ha muerto como del rayo” reza la dedicatoria—, y porque es una de las más hermosas que conozco. El de Orihuela confiesa “tanto dolor se agrupa en mi costado/que por doler me duele hasta el aliento”. En fin, a los fallecidos en casa, la residencia, o el hospital, se les puede aplicar dolorosamente la estrofa: “Un manotazo duro, un golpe helado,/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal te ha derribado”. Cuando aún teníamos que hablar de tantas cosas, compañeros del alma, compañeros.

viernes, 30 de octubre de 2020

Generación Covid - Juan Carlos Laviana

 Generación Covid - Juan Carlos Laviana

Estigmatizados como irresponsables y vagos, los “pandemials” se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbres

Mucho se habla de cómo la pandemia se está llevando por delante a la generación de españoles que se sacrificó para que llegáramos hasta aquí. Es decir, a los viejos. Mucho menos se habla de la generación que ahora comienza a ejercer como tal, es decir, a estudiar o a trabajar, y a los que la pandemia les está hurtando, si no la vida, sí una parte decisiva: la de prepararse para el futuro y dar los primeros pasos profesionales. Es decir, los jóvenes.

Ya se les llama pandemials o generación covid. Se vaticina que los jóvenes ahora en la universidad o comenzando a trabajar sufrirán una lacra para toda la vida. No solo por el impacto de la pandemia en sus vidas –viendo enfermar o morir a sus padres y abuelos o cayendo ellos mismos enfermos–, sino también por el impacto brutal que el tiempo perdido en este interminable paréntesis tendrá en su formación y en su salto al mercado laboral, y, por tanto, en su futuro.

Contaba la pasada semana el periodista chileno John Müller que la matrícula pregrado en Estados Unidos se había reducido en un 16,1% y el número total de universitarios en un 4%. Las facultades españolas más exigentes tuvieron que elevar este curso sus notas de corte para el acceso por la fundada sospecha de que tanto en el Bachillerato como en la EBAU se había abierto demasiado la mano, dadas las especiales circunstancias a las que los alumnos se habían tenido que enfrentar. En el futuro, se mirarán con lupa los currículum de estas promociones, de las correspondientes a 2020 y años sucesivos, porque lo que está por venir pinta peor. El pedagogo Gregorio Luri lo resumía esta semana afirmando que “la generación pandemial tendrá una mancha en su currículum”.

Si añadimos las nuevas trabas a la movilidad, la merma en la formación resulta brutal. El cierre de fronteras no solo ha supuesto un portazo al turismo, sino a los movimientos de los Erasmus, a los intercambios con universidades extranjeras y a las becas que permitían a nuestros estudiantes completar sus estudios en el extranjero.

En el mundo laboral, los datos no son más alentadores. No solo las empresas se encuentran en estado de hibernación y, por tanto, con las contrataciones en suspenso, sino que además, según un informe publicado por la red social Linkedin, los ascensos se ha reducido en un 40%, así que los recién llegados se enfrentan a un tapón que les impedirá progresar durante años. Y, por si esto no fuera ya suficiente, el recurso de ir a trabajar fuera de nuevo aparece vetado por la movilidad restringida.

Ni Zoom, ni Skype, ni las mágicas soluciones digitales van a remediar este retroceso sin precedentes. El paréntesis en el que vivimos lleva camino de no cerrarse y, por tanto, de dejar de ser paréntesis para convertirse en unos amenazantes puntos suspensivos.

Esta generación cuenta, además, con un hándicap añadido. Sobre los pandemials ha caído el estigma de ser irresponsables, de carecer de una cultura del esfuerzo, de que consiguen los títulos aun habiendo suspendido, de que se pasan la vida en un eterno botellón o en mastodónticas fiestas en colegios mayores, de que aborrecen las mascarillas y ponen en riesgo la vida de quienes les rodean. No hay más que ver las imágenes de ciudades universitarias como Salamanca o Granada, con las que se intenta convertir en general lo que solo era excepción.

Se les ha colgado el sambenito de ser una generación poco sociable, de vivir aislados, encerrados en el microcosmos de sus móviles. Y la nueva situación ha venido a agravar el problema. Si no les dejamos ir a clase, si les instamos a hacer vida de campus o patios de colegio virtuales, se encerrarán más en sí mismos. Qué razón tiene la rectora de Granada cuando denuncia que “cierran las aulas y dejan abiertos los bares.”

Hace apenas unos meses, debatíamos sobre si esta iba a ser la primera generación en mucho tiempo que iba a vivir peor que la de sus padres. Hoy ya se ha acabado el debate. Vivirán peor, como han vivido peor las generaciones a las que una convulsión les ha restado años de vida: la generación que vivió la guerra, la generación que padeció la hambruna del 41 y, ahora, la generación que padeció el coronavirus. El presidente Macron lo plasmó en un lema digno de estamparse en una camiseta: “Es duro tener 20 años en 2020”.

lunes, 26 de octubre de 2020

Hasta luego a la spanish way of life - Pablo Montes

 Hasta luego a la spanish way of life - Pablo Montes

El estilo de vida español o lo que los modernos llaman ‘spanish way of life’ ha recibido un misil en su línea de flotación. Nuestra manera de entender el ocio y las relaciones personales tan envidiada en medio mundo se ha convertido en un enemigo cruel. Y eso no quiere decir que en España estemos equivocados. O que a partir de ahora tengamos que despedirnos por los restos del ‘café torero’, las cañas con la pandilla al salir del curro, el pincho de tortilla en barra, el vermú de los domingos, las opíparas cenas en la bodega de un colega o los besos y los abrazos a diestro y siniestro. Espero y deseo que solo sea un “hasta luego”. Pero eso sí, un hasta luego de verdad. No nos aferremos a un imposible y nos creamos más listos que nadie. Nos guste o no, la pandemia y esas costumbres tan arraigadas son como el agua y el aceite. Creo que ocho meses de tortura deberían ser más que suficientes para aceptarlo. Nos va la vida y la cartera en ello.

Con la experiencia acumulada, sería de obtusos seguir tomando medidas bajo un prisma español. Nuestras costumbres se tienen que amoldar a la nueva realidad y no al contrario. Es la única forma de que, por ejemplo, la hostelería sobreviva. Es demoledor decirlo así, pero durante un tiempo solo podremos ir a los bares solos o con las personas que convivamos. Ni más, ni menos. Si nos empeñamos en que sigan siendo centros sociales donde reunirnos con cuarenta y la abuela, la abuela acabará bajo tierra y el bar, con el cartel de ‘se traspasa’. Esa será la única forma de salvar a la hostelería. Porque si algo queda claro es que los bares y restaurantes no son focos de contagios por sí solos. Lo son cuando vamos a ellos con Paco, Pepe y el de la moto y nos ponemos a parlotear sin mascarilla como si no hubiera un mañana.

Después de dos días enfrascados en una absurda moción de censura, el jueves tuve claro que las palabras de Ana Oramas en el Congreso habían dado en el clavo. Somos un país fallido. Ese día, el Consejo Interterritorial de Salud no fue capaz de finalizar con una voz única para la aplicación inmediata del toque de queda. Al siguiente, el felón Pedro Sánchez nos regaló uno de sus vergonzosos discursos vacíos cuando horas antes, el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, había sido claro: “no podemos esperar ni un día más”. Se quedó incluso corto, ya que en cuestión de tres semanas el sistema sanitario va a colapsar. En ese momento no nos quedará otra que volver al dramático confinamiento de marzo. Afortunadamente el viernes Castilla y León dio una nueva lección y se anticipó con una medida necesaria e imprescindible a la que se oponen los que se aferran a la ‘spanish way of life’. ¿Por qué? Porque nuestra cultura nos dice que hay que estar a las once de la noche pululando por la calle y meternos en el ‘sobre ‘a la una. Lo siento, pero ahora no toca. El toque de queda es una herramienta vital para controlar uno de los focos principales de contagio en Salamanca: las juergas juveniles. Porque los datos siguen siendo demoledores. En el área de salud donde residen gran parte de los universitarios, San Bernardo y Oeste, la incidencia acumulada es de 131,5 casos por cada 10.000 habitantes con 271 positivos en los últimos siete días. Los que conocemos bien esa zona sabemos que la mayoría de sus residentes son personas mayores y estudiantes. Si los datos correspondieran a los primeros, ya no quedaría vivo ni el apuntador.

Con la pandemia desbocada es de necios soñar con una Navidad ‘typical spanish’. Es desalentador, pero la cena de Nochebuena tendrá que ser como una más. Pretender meter en casa a los padres, abuelos, primos y cuñados será una garantía de que el día de Reyes, el único ‘regalo’ que traerán los Magos de Oriente será el funeral de un ser querido. Así de crudo. Así de real.

Me encanta mi país y su cultura. No quiero ser un alemán o un nórdico hasta el fin de mis días. Pero ahora toca cambiarnos de chaqueta durante algún tiempo. Decirle hasta luego a una forma de vida maravillosa que debemos aparcar si queremos soñar con recuperarla.

viernes, 23 de octubre de 2020

El milagro de los penes y los palotes - Olga Seco

 El milagro de los penes y los palotes - Olga Seco


Los ojos son la voluntad que le da forma a la vida. Pero por desgracia, lo que vemos, no siempre exalta el lado más convincente de la inteligencia. Es curioso, con ellos podemos distinguir la sensibilidad; podemos leer el libro más absurdo e incluso ver el lado más generoso del amor. Me refiero a ver bonito lo feo, y con color, lo gris y pardo. Además (por si fuera poco) con los ojos podemos participar de la insistencia sin que se note. Ya lo creo, ya... Los mirones se animan solos, cualquier ocasión es buena para darle sentido al término. Muchas veces (sonrío) se reconocen tanto en lo que miran que pueden llegar a excitarse. Pero excitarse de verdad. La entrepierna afirma lo que pretendemos negar con nuestro silencio.

Hace pocos días, con el último canto del gallo casi reciente, me fui a tomar café a un bar. Era pronto, aún la noche imponía su autoridad y el día ni tan siquiera recelaba de ella. No estaba muy concurrido, por lo tanto, era posible identificar todas las presencias y sin hacer esfuerzo. Desde el ángulo natural de la mesa, pude ver que yo era la única mujer en el bar que alumbraba con café el amanecer. El resto era todo hombres; unos tomaban café y otros copas de lo que fuera. Animados con “sus cosas” hablaban y hablaban. Menos uno, sí, uno que estaba solo y supongo que por aburrimiento no paraba de mirarme. Comprendí (sonrío) que me estaba desnudando con la mirada y con la discontinuidad del hecho no me quedó más remedio que dejarme. Al rato llegaron dos hombres y se pusieron a su lado. Los tres llevaban el mismo mono de trabajo; de forma natural, el mirón dejó de mirarme, pero no sabía yo que lo “mejor” estaba por venir... Entre risas escucho: “Joder, tío, ¿qué te ha pasado hoy que estás “to” palote?” Al escuchar semejante cosa, no pude contener la risa, por lo visto: los ojos son igual que las tiendas de chucherías. Ya ven, con ellos, se pueden convertir los penes en palotes.

Deseo inconfesables - Juan José Millás

 Deseos inconfesables - Juan José Millás

Aparece el gato en casa con un conejo muerto. Ayer trajo una paloma. Se pasa la vida haciéndonos regalos que dan asco. No acierta, el pobre. A ver cuándo aparece con un iPhone. Por la tarde voy a cortarme el pelo y la peluquera me cuenta que ha visto un gato con un conejo en la boca cruzando la calle. Le oculto que es mi gato. La peluquera tiene un hijo pequeño que deja al cuidado de los abuelos. De otro modo, no podría trabajar, me dice. Lleva una mascarilla de doble filtro, para protegerse doblemente del virus. De vez en cuando, se detiene y me mira a los ojos para decirme algo que considera de especial importancia. Por ejemplo:

–¿Usted ha deseado que un hijo suyo se muriera?

–Yo no –le digo.

–Pues yo sí –añade elevando las tijeras con la punta hacia arriba.

Se arrepiente de ese deseo, pero el psicólogo le ha dicho que no debe avergonzarse de él.

–Los deseos son deseos y nada más que deseos –concluye–. También he deseado que me toque la lotería y ya ve usted.

Dicho esto, reinicia el trabajo con toda naturalidad. Me pregunto cómo hemos llegado del gato con el conejo muerto al deseo de la muerte del hijo.

Tras unos instantes de silencio, me pregunta si yo tengo deseos inconfesables. Le digo que sí y me mira a través del espejo, como a la espera de que los enumere, pero me da vergüenza, claro.

–Me da vergüenza –digo.

–La vergüenza no va a ninguna parte –dice ella.

–El gato que has visto esta mañana cruzando la calle con un conejo muerto es mío –confieso.

–Pero eso no es un deseo –dice.

–El deseo es que al gato lo atropelle un coche. No me gusta que se pase el día por ahí y vuelva con palomas y conejos muertos.

–¿También mata palomas?

–También.

Sugiere aclararme un poco el pelo y le digo que no. Al llegar a casa, el gato está tumbado en el sofá.

–He hablado de ti con la peluquera –le digo.

Vox a voces - DavidTorres

 Vox a voces - DavidTorres


Hasta la fecha, la mayor demostración de oratoria de Vox tuvo lugar en mayo, Castellana arriba y Castellana abajo, con todos sus forofos montados en coche y tocando el claxon. A la gravísima falta de respeto que, según ellos, constituía la inacción de este gobierno de rojos contra una plaga de origen feminista, respondieron mediante una algarabía de bocinazos en la que sus líderes, encaramados a la cúspide del estruendo, rebosaban éxtasis y felicidad, como si estuvieran celebrando una goleada en un partido de fútbol en vez de protestando por la mala gestión de una pandemia que contabilizaba ya miles y miles de muertos. Probablemente se liaron entre unas cosas y otras. Probablemente el espíritu de duelo nacional se esfumó al caer en la cuenta de que estaban en la antaño llamada Avenida del Generalísimo.

Por lo que dijo ayer en el Congreso de los Diputados, Santiago Abascal bien pudo haber subido con un coche a la tribuna y ponerse a pegar bocinazos. Casi mejor hubiera sido que subiera únicamente con la bocina y se dedicase a apretarla como un loco, al estilo de Harpo Marx cuando veía un pastel de chocolate o corría detrás de una mujer aterrorizada. Varias horas de bocinazos clamorosos e histéricos habrían sido más elocuentes, más entretenidos y sobre todo más veraces que esa interminable sucesión de mentiras y jeremiadas, desde estadísticas falsas a acusaciones de fraude electoral, pasando por la fabricación de un virus chino y exportado por vía aérea. Una verdadera lástima que ni el reglamento ni el protocolo del hemiciclo lo permitan porque, convenientemente ataviado con un sombrero y una peluca color zanahoria, Abascal habría ganado muchos puntos como orador.

De hecho, hace ya varias décadas, otro político de la misma escuela ideológica de Abascal trepó a la tribuna tocado de un tricornio, sacó una pistola, pegó varios tiros al techo y gritó un escueto: "¡Quieto todo el mundo!" La ultraderecha no es que tenga muchas ideas que ofrecer a la ciudadanía, ni en medio de una crisis galopante, ni en medio de una pandemia mundial, ni en medio de una verbena, pero al menos hay una que tienen clarísima: hay que quitar del poder a estos rojos de mierda, que van a arruinar España y nos van a llenar esto de ateos, de pobres y de moros. El coronel Tejero lo dijo con muchas menos palabras y, poco antes de la moción de censura, en una televisión pública, el vicepresidente del partido, Ortega Smith recordó que Franco ganaba elecciones con mucha más legitimidad moral que las celebradas durante la República: "Otra cosa es si eran democráticas o no, pero siempre las ganaba el régimen". Sus declaraciones podían ser atribuidas tanto a los grumos del virus chino como a la costumbre de la ultraderecha de tomar el parlamento por asalto.

Aparte del papelón, el bochorno y el espectáculo, no es que la moción de censura presentada ayer desde lo más hondo de la caverna vaya a servir de mucho, excepto para ver si Pablo Casado sale por una vez de ella y guiña los ojos cara al sol, o bien se junta con sus correligionarios hasta las últimas consecuencias y montan otra vez una sucursal de Atapuerca. Al fin y al cabo, Vox no es más que una rama desgajada del gran tronco del PP, dos hermanos que, entre pacto y pacto, bien pueden acabar a golpes, como Caín y Abel, Rómulo y Remo o Chicolini y Pinky.

jueves, 22 de octubre de 2020

La derecha como virus - David Torres

La derecha como virus - David Torres


Una de las ventajas de las bacterias y los virus es su capacidad de adaptación, de aprovechar cualquier medio para proliferar y recombinarse, de manera que sortean obstáculos, anticuerpos, antibióticos y sistemas inmunológicos con el único fin de perdurar y reproducirse, que es a lo que venimos todos a este mundo, sólo que si eres un virus tampoco es que tengas muchas más preocupaciones. Como carecen de ojos y orejas, no les hacen falta ofertas culturales, museos ni bibliotecas ni cines ni salas de conciertos; como no hay nada que discutir, no necesitan un parlamento ni una constitución; y tampoco deben preocuparse de buscar casa porque, por el mismo precio, el huésped les ofrece manutención y alojamiento. Y a vivir, que son dos días.

La derecha española se parece bastante a ciertos virus, no sólo en su olímpico desprecio por la cultura (no digamos ya por las bibliotecas, los conciertos o los cines), sino en su habilidad para pactar con lo que sea, dependiendo del momento y del lugar, ya sean nacionalistas, independentistas e incluso los etarras de Bildu, una opción que les escandaliza mucho y que parecía exclusiva de las bacterias de izquierda. Uno de sus grandes éxitos evolutivos consiste en haber estirado su ADN desde el franquismo más recalcitrante hasta el neoliberalismo de nuevo cuño, de modo que aunque parezcan estar peleándose todo el día por ver cuál de ellos es más patriota y más facha, en realidad forman gobiernos de coalición con una facilidad asombrosa, ya sea entre Ciudadanos y PP, entre PP y Vox, o los tres juntos pero no revueltos, que es como mejor funcionan.

En su feroz lucha por la supremacía en las urnas, el virus de la derecha no le hace ascos a nada: lo mismo le da usar el terrorismo yihadista que los inmigrantes ilegales, los manteros que los okupas, emplear como arma arrojadiza los muertos de ETA que el cadáver sagrado de Miguel Ángel Blanco para insuflar dinero a la trama Gürtel. Se trata de un auténtico milagro del oportunismo político y por eso no debe extrañarnos que estos últimos meses también hayan recurrido a la pandemia mundial del coronavirus como palanca donde apoyarse para atacar y minar un gobierno de coalición de izquierdas, una estrategia que ha llenado de pasmo y admiración a los expertos del mundo entero.

En el límite mismo del travestismo biológico se halla la figura de Isabel Díaz Ayuso, una mujer capaz de poner los restaurantes por delante de los hospitales e incluso de los cementerios, y de proclamarse cercada tanto por el gobierno como por el coronavirus: llegó a decir que si los bares cerraban, la gente iba a volver a casa a contagiar a sus familias, con lo que parecía a punto de cumplir el sueño húmedo de tantos madrileños, felices por apalancarse en la barra de un bar hasta el último aliento. Es normal que muchos ciudadanos se vuelvan locos ante la perspectiva de vivir en un botellón continuo, sin restricciones ni horarios, aunque su penúltima vuelta de campana al sopesar la petición de solicitar el toque de queda en toda España ha caído como un jarro de agua fría en una palangana de calimocho.

miércoles, 21 de octubre de 2020

El precio de las mascarillas - José María de Loma

 El precio de las mascarillas - José María de Loma


Se ha ido un señor a Portugal, ha comprado un paquete de veinte mascarillas y ha pagado 1,74 euros. Lo siguiente que ha hecho no es ponerse una. Ha sido colgar un vídeo. Y se ha hecho viral. Un virus viral en tiempo de virus que versa sobre el virus. Las mascarillas en España son muchísimos más caras. Hasta casi un euro una. Ese paquete podría haber costado en nuestro país 19 euros. La clave está en el IVA.

Mientras en Portugal se ha aprobado un decreto por el que a las mascarillas quirúrgicas se le aplica un 6%, en España el impuesto para los productos sanitarios se fija en el 21%. Están demasiado ocupados en intercambiarse jueces. También en otros países la mascarilla o barbijo, delicioso término, son más baratas. Luego dicen que las cambiemos con frecuencia, que las quirúrgicas solo valen para cuatro horas. Apueste a que mucha de la gente que ve lleva la misma del día antes. No se cambian de calzoncillos van a cambiarse de mascarilla.

Con las mascarillas nos clavan por la cara. La mascarilla es un artículo de primera necesidad pero alguien se está lucrando y además se permite la especulación. Se nos están desabrochando las orejas pero también se nos están vaciando los bolsillos. Los que oyen mal lo tienen más difícil: es complicado leer los labios a quien lleva mascarilla. Sin embargo, es imposible hacerse el sordo cuando nos dicen el precio. La mascarilla nos esconde la sonrisa, pero es que no hay nada de qué reírse.

El presupuesto para mascarillas se nos va de las manos (y de la cara) y habrá quien a fin de mes tenga que llevar una hecha en casa, tal vez chapuceramente, con una bufanda. Decía Gómez de la Serna que la bufanda es para los que bufan de frío. Se ven aún pocas bufandas, prenda que un torpe greguerista definiría como gusanotes amigables. Hay escritores que son en realidad una bufanda. Algunas bufandas vienen con su escritor adherido y no hay manera de echarlas al cuello, así que es mejor llevarte al escritor de cañas. Va a ser difícil que este invierno nos entre frío por la boca. En boca con mascarillas no entran moscas. Por si las moscas conviene preguntar en varios establecimiento por los precios, dado que ya se venden también en los súper y otros lugares. Quién indemniza a los fabricantes de pintalabios.

El que cree que una mascarilla debe llevar una bandera no cae en la cuenta de que él se convierte en un mástil. El calvo con mascarilla negra sueña con invertir los términos. Los negacionistas llevan mascarilla en el cerebro. A los acostumbrados a llevar bozal no les extraña este tiempo.