sábado, 30 de noviembre de 2013

Carta del maestro Alvite: La grava de un sombrero - Nacho Mirás Fole

Carta del maestro Alvite: La grava de un sombrero - Nacho Mirás Fole
Desde que existe este blog -que fue pionero en la blogosfera, no nacimos ayer-, aunque he cambiado varias veces de diseño, permanece en la cabecera, como una declaración de principios, una frase de mi maestro y amigo José Luis Alvite: “El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él“. Siempre me gustó por lo muchísimo de verdad y de enseñanza que encierra. Alvite, como sabéis, se enfrenta ahora mismo a una doble batalla durísima de la que ya hemos hablado. El hombre que, cuando dejó La Voz de Galicia, me clavó en el corazón una declaración por la que me nombraba su “heredero natural”, ahí es nada, me dedicó también un cariñoso comentario en Facebook hace unos días. Sin su permiso, maestro, le doy visibilidad a tus palabras porque, como aquella vez en aquel restaurante, lo que dices me ha hecho crecer diez centímetros como persona. Y yo nunca he sido tan alto. Coged, amigos lectores, un paquete de pañuelos si acaso, porque os va a hacer falta; yo casi encharco el teclado. Pero llorar no es malo, como tampoco lo es reír, siempre y cuando los mocos o la carcajada nazcan en el manantial del corazón. Habla el maestro José Luis Alvite, así que  yo no puedo más que callar:
“Sé de qué hablas y cómo te sientes, amigo Nacho. Asediada por dos cánceres, mi vida se rebela y amenaza con írseme de las manos sin haberla apenas tuteado. Aunque ya no soy un joven periodista, me cuesta aceptar que mi próxima noticia sea el mármol de mi sepulcro. Y sobre todo, me niego a tu mala suerte y reclamo la adversidad para quienes, como yo, tantas veces nos sentimos avergonzados por haber tenido peor reputación que nuestra conciencia y mejor salud que la muerte. En el momento extremo de mis peores noticias me he dado cuenta de que la vida también puede ser hermosa aunque, por falta de tiempo para ir lejos, hayas de conformarte con que la acera de enfrente te espere a este lado de la calle. Tienes mi admiración profesional y mi sincera amistad de muchos años. Y te advierto, amigo mío, que tenemos pendiente aquella cena aplazada y una de esas largas sobremesas en las que desfallecen sin remedio el rencor, la maldad y la muerte. Cuídate y sigue. Aplaudiré a tu paso. Y si me ves caído en el camino, por favor, piensa que nosotros hemos nacido para ser enterrados con la grava que cabe en un sombrero. Pero no te detengas, hermano. Ya sabes que en el periodismo perder el tiempo se considera menos digno que perder la vida, del mismo modo que sabes que vivimos en un país en el que el talento se considera una perversión de la inteligencia. Te deseo lo mejor. Sabes como soy y cuánto te aprecio. Permite que tus lectores sigamos enjuagando cada día la mirada en tus ojos aún tan limpios”.
Pon bar y hora, amigo. Te estaré esperando.

El campanario - José Luis Alvite

El campanario - José Luis Alvite

Mi cuerpo presiente el verano y te echo de menos. ¡Echarte de menos! La madrugada que nos presentaron en el 'Savoy', tú mismo me dijiste: "Vamos, nena, yo sólo soy la clase de hombre al que echar de menos". Y creo que tenías razón. Me lo advirtió Ernie aprovechando que te habías ausentando para sugerirle 'el menú' al pianista. Me dijo: "Olvídalo, encanto. Ese hombre no te conviene. A nadie le conviene un tipo que tiene dos pies izquierdos". ¿Recuerdas, Al? ¿Recuerdas que hablamos del matrimonio? Bailábamos en medio de la pista, rodeados de apáticas parejas que parecían lodo. Aminoraste tus pasos. "Alguien como tú jamás debe casarse con alguien como yo. Estamos deshechos el uno para el otro, nena. Tú y yo sólo nos casaríamos para ir a medias en los gastos del divorcio". No supe encajarlo. Me parecía una falta de educación por tu parte, así que alcé la voz. Y entonces detuviste el baile: "No me gustan las mujeres que chillan al hablar, nena. Si hablas tan alto, no te oigo". Siempre supe que había otra mujer en tu vida. Tus ojos prendían al mirar. Pensabas en alguien. Noté que era como si retrocedieses al bailar. Era ayer en tus ojos, Al, lo supe en todo momento. Estaba entre tus brazos, maldita sea, pero no reparabas en mí. Tus brazos me quedaban flojos. Dios Santo, Al, en tus abrazos había otra talla de mujer. No tardé en comprender que era como si me abrazases de oídas. Conservo una carta de Ernie acerca de ti. Hay cosas en las que no estoy de acuerdo pero otras son tu vivo retrato, como cuando dice que "un tipo como él sería feliz si recordase haber olvidado a alguien, si supiese de alguien que le devolviese el correo, si una mujer le aceptase como es, un hombre triste y confuso que a solas se confiesa escribiendo sus pensamientos en el interior de un dedal. En el fondo es un tipo cabal, razonable y entregado que sólo usa las uñas de las manos para cortar las uñas de los pies". Cuánta razón tenía el viejo Ernie. Al cabo de los años comprendí que eras de esa clase de de hombre que aprendió a gritar con la boca cerrada, un templo con el campanario en el sótano.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Un título fácil: Alvite - Pedro Narváez

Un título fácil: Alvite - Pedro Narváez

José Luis Alvite ha amagado con un epitafio en vida, si bien como él mismo pastorea no hay difunto que entre en el traje de un articulista, unos señores que tan pronto se hinchan como sufren el gatillazo de las palabras, así que menos lobos, al cabo, lo que en general se escribe podría atillarse en un calcetín y todavía quedaría espacio para el pulgar de Pau Gasol. No es su caso ni el del hombre que le acompaña en la mejor página que hoy pare la Prensa española, de cuyo nombre me permitirá no acordarme. Alvite tiene suerte de que hoy todas las chicas del Savoy bailen para él sin esperar a que se lo relate una radiografía sin música y sin humo a la hora indecente a la que citan los doctores. José Luis, muchacho, una palabra suya bastará para sanar la enfermedad periodística de no decir nada dándole vueltas a todo, unos con la lengua herida de tanto mordérsela o necesitada del preservativo de grafeno de Bill Gates, tanto es su ardor sintáctico; otros porque un día se creyeron la esperanza del ofi cio cuyas cuartillas se corrompen en nuestras narices entre la endogamia y el onanismo. Alguna vez fantaseé con sentarme en esa barra reservada que debió intuir Edward Hopper cuando a Alvite aún le preparaban la merienda en su casa, pero los trenes se encuentran en un punto antes de que nos dé tiempo de solucionar esos problemas martirizantes del colegio en los que había que deducir en qué estación y a qué hora. Siguiendo el neologismo papal, Alvite primerea hasta para dar su propio parte médico, que es como hacer un poema del prospecto del paracetamol. Tal vez el escritor se haya desahogado pero a los demás nos hace el favor de ponérnoslo más difícil todavía. Leo todos sus artículos, algunos tantas veces que me conocen de carrerilla. Si fuese más guapo le dedicaría además un piropo personal, pero hasta en el Savoy hay cosas que no paga el dinero.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Ni ánimo ni consuelo - Alfonso Ussía

Ni ánimo ni consuelo - Alfonso Ussía


Mis palabras no pretenden el consuelo, y menos aún, el ánimo. Hay preocupaciones que se digieren en soledad. En la soledad está el valor y el coraje. Me refiero a José Luis Alvite, que le ha escrito una bellísima carta a Carlos Herrera recordándole su disposición limitada por un cáncer de pulmón y de colon, «dos golpes en un sólo mazazo». Su oncólogo le ha anunciado que su situación es muy comprometida. Alvite, además de un extraordinario y luminoso escritor –el mejor, sin duda, de los que firman en este periódico–, es un hombre siempre acompañado de sensaciones y sentimientos. Lo del pulmón se lo atribuyo a los humos del «Savoy», que él colaboraba en nublar para condensar su ambiente. Lo del colon viene de su insobornable humanidad. Los gélidos, los embuchados en tripas de acero no padecen. Son inmunes al desgarro físico de los demás. El cáncer aprovecha los resquicios del amor y el sufrimiento para invadir los cuerpos de las personas que aman y sufren. De las que viven, no de las que prefieren la riqueza a las palabras de una mujer o el poder económico a una noche en la que uno no encuentra ni su propia casa. Escribió José María Pemán que todos los sentimientos del ser humano se reflejan y reúnen en el colon, y no en el corazón, que es una máquina trabajadora y admirable, pero insensible. Sucede que el corazón ha ganado su prestigio, y lo ha mantenido durante siglos, gracias a los poetas. Los poetas no se han movido del corazón, la luna y el horizonte. En los poetas rusos hay muchas campanas que suenan entre la niebla de la estepa, pero son una excepción. Es el colon el que siente, pero los poetas no consideran romántico escribirle a una mujer un poema intestinal. «Te quiero con todo mi colon» no suena bien, y de ahí la mentira continuada del corazón, que trabaja pero no ama. Yo mismo, al leer la carta de José Luis Alvite a Carlos Herrera he creído sentir un latigazo de pesadumbre en mi corazón, cuando en realidad la angustia se ha depositado en mi colon, y ahí sigue todavía. Presenté en Madrid un libro de José Luis. Artículos publicados en LA RAZÓN reunidos en un volumen. Un gozo literario, una maravilla poética. Falló el otro presentador, y yo estuve inspirado y me salió la presentación de dulce. Mientras se oía la atronadora ovación, Alvite me susurró: «Como el otro no ha venido y te ha salido tan bien tu discurso, voy a proponer que lo leas otra vez». Y así lo hice. Con Alvite todo es posible, y creo que su libro es el único que se ha presentado dos veces seguidas sin cambiar una coma del texto. José Luis es un gallego alto y poderoso. La Baja Andalucía y Galicia compiten en talento literario. Jose Luis añade a su talento su absoluta y heroica compenetración con la bohemia. Nadie en España escribe como él lo hace. Todo es figuración y metáfora. Y un humor celta sonriente y pausado, inconmensurable. Alvite se presenta siempre como un ser vencido, un personaje que sólo disfruta cuando pierde una oportunidad o se equivoca. Es la negación de la cursilería arribista, del empresario agresivo, del puto emprendedor. Y se ha manifestado en tantas ocasiones derrotado, que hasta es posible que supere la amenaza de una nueva derrota, aunque su oncólogo le haya dicho que su situación es muy comprometida. Mis palabras no van hacia el ánimo ni el consuelo. Se reúnen en la admiración y el egoísmo. Para mí es un honor compartir página con un escritor pasmoso, extraordinario y único. El mejor del periodismo literario actual. Y mi preocupación es egoísta, porque nos anuncia que es probable que deje de escribir, y esa intención no se la perdono.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Comentario de Antonio García Barbeito a Alvite

Comentario de Antonio García Barbeito a Alvite

Hola, amigos. Allá arriba, en la esquina izquierda del mapa, según miramos España desde aquí abajo, un genio está echando al mar de papel mensajes de náufrago, dentro de una botella de tinta. Necesita hacerlo, no tanto para que vayamos a tratar de salvarlo como para decirnos que sigue vivo en el oleaje, y quiere compartir con nosotros ese cansancio de gaviota herida del ala a la que la playa empieza a quedarle grande. Un genio, José Luis Alvite, anda escribiéndonos a todos, aunque en la dirección de su carta ponga "Carlos Herrera". Sabe Alvite que es imposible que esa carta sea sólo para Carlos, porque, además, Carlos quiere, necesita, hacerla de todos. Seguimos cerca de tu palabra, querido, admiradísimo José Luis, que es la más cierta forma de estar cerca de ti. Para tu tranquilidad, en esta ciudad de quienes te queremos, siempre habrá tren. Y si no lo hubiera, lo construiríamos sólo por la gloria de verte llegar. Toma mi abrazo, compañero, que es también, seguro, el de toda la gente de esta página.
AGB


Carta a Carlos Herrera - José Luis Alvite

Carta a Carlos Herrera - José Luis Alvite

Querido Carlos Herrera: Por primera vez no puedo culpar de mi ausencia a la desidia, ni alegar que una monada ciega de Denver me salió al paso y sin motivo alguno se encaprichó conmigo. Tampoco me servirá de excusa la vieja historia de cuando era un niño muy delgado y el viento al azotar me levantaba del suelo y me cambiaba de acera, de raza y de familia. Esta vez es el cáncer, amigo Herrera, esa cosa que yo pensaba que en mi caso sólo podría ser una mancha que, puesto en lo peor, haría una metástasis como de tebeo en la tapicería del coche. Cáncer de colon y cáncer de pulmón. Dos golpes en un solo mazazo. Fue algo desproporcionado, como encontrar un centollo en elinterior de una almeja, pero, ¡qué demonios!, tantos años entreel humo del Savoy me enseñaron que la penumbra te salva del disgusto de que con la luz descubras que en la cola del piano no estaba sentada la mujer con la que contabas, sino el tipo impasible que viene a precintar las manos del pianista. Es una de esas veces en mi vida que la peor noticia no me la da Hacienda. ¡Qué quieres que te diga!, el caso es que lo he encajado sin pestañear, no porque sea un valiente, sino, sencillamente, porque siempre supe que el mío en la vida sería un viaje en el que inesperadamente al tren se le acabarían por detrás el humo, y por delante, las vías. No sé, Carlos, amigo mío, …estas cosas ocurren y seguro que tienen algún sentido. Dice mi oncólogo que «la situación es muy comprometida» y eso significa que mi buena suerte puede haber cambiado a peor y que la vida ya no me dará la siguiente patada en el culo apócrifo de otro hombre. No importa. Ojalá pueda volver a tu lado. Y si no vuelvo,por favor, piensa que fue sólo porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren.

Alvite escribe a Herrera

martes, 26 de noviembre de 2013

Tacones - José Luis Alvite

Tacones - José Luis Alvite

Lorraine siempre lo tuvo claro. Sabía que en una mujer los tacones son una plusvalía de la personalidad, un arma imprevisible, la verticalidad de la lujuria. Las mujeres de tapa baja no existen si hay un tabique de por medio. Lorraine lo sabía. Las chicas de 'Savoy' lo saben. Lo tacones se sienten con la esquina por doblar,mientras se acerca ella con su magnífica y temeraria belleza en off. Una noche me dijo Lorrie en el 'Savoy': "Cariño, los tacones son las pulsaciones de la personalidad. Calzada con esa clase de zapatos, te sientes más penetrante y más segura, audaz, temible, punzante y persuasiva. Puedes no haber ido a la escuela, encanto, pero con un par de buenos tacones, cualquier hombre tiene la extraña sensación de que es como si te hubieses comprado los zapatos en la librería".Lorraine tenía cualidades domésticas que nadie conoce salvo unos pocos íntimos. En casa resultaba cercana y vulnerable. No perdía su belleza, ni su prestancia, es cierto, pero en tapa baja mi querida Lorrie tenía el profiláctico atractivo de un médico de varices. De regreso en casa muchas noches me fijé en ella mientras calentaba café. Es verdad que se conservaba interesante y atractiva, pero era como haber encontrado la Estatua de la Libertad en un sótano.Uno nunca sabe qué determinación tomar respecto del alma femenina. Me gustan las mujeres durante el desayuno, con el rostro sin corregir por el maquillaje, las mujeres con el cuerpo tal cual es en realidad, al pie de la letra, cordiales y cansadas, con esa sonrisa de diario en la que se mezclan las falsas ilusiones y el mal sabor de boca. Pero cada noche en el 'Savoy' me fijo en las coristas de Ernie.Son irreales, lo sé, pero al andar se escucha en el club, como ganglios de 'Chanel', el morse de sus ovarios, la dulce marimba de sus tacones tiroteando por la espalda el nombre del trompetista. Y entonces regreso tarde a casa. Y me siento tan inmensamente feliz, que me entran ganas de pasarme por el cementerio a darles las buenas noches a los muertos.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Póker flambeado - José Luis Alvite

Póker flambeado - José Luis Alvite

Nada más verle, supe que Winnie Schlessinger no tendría más aplomo de muerto. Decían de él en el 'Savoy' que apoyaba el brazo en sus víctimas para no errar el disparo. La noche que me lo presentó Ernie, aquel tipo me dijo algo que se me quedó grabado para siempre: "Fíjate en esas fulanas, muchacho. Son apetecibles las mires por donde las mires. Pero ellas apenas se fijarán en ti si no encuentran que tienes una mezcla de ternura y dividendos. Y eso, amigo mío, un hombre lo ha conseguido cuando las mujeres descubren que su corazón es un fajo de sangre". Fue una noche inolvidable. Estaban en su punto la orquesta, la luz y las fulanas, y las chuletas tenían la textura precisa para que un poeta escribiese en ellas. Pero aquella velada la recuerdo sobre todo por los comentarios de Winnie Schlessinger. Cuando Ernie trajo a cuento el tema de la preparación cultural, Winnie intervino sin tragar del todo el bocado: "Yo creo que es bueno prepararse. La gente de orden se prepara para sucederse los unos a los otros. Pero los tipos como yo somos gente distinta. Las empresas te inculcan el trabajo en grupo, ya sabes, grupos para todo, para investigar en los laboratorios, para dinamizar el trabajo, eso aprenden los ricos en Harvard, pero nosotros, muchacho, nosotros sólo podríamos pertenecer a un grupo de riesgo". Alguien intercedió en favor de la formación universitaria. Winnie no le dio tregua: "¿La Universidad? Vamos, muchacho, no dudo que sea bueno estudiar en la Universidad, sobre todo si consigues que no se note". Hizo un alto para pedir la cuenta y prosiguió: "John Kennedy estudió en Harvard y al final lo más interesante en su biografía es el catre de Marilyn Monroe. ¿Sabes, amigo?: para meter a Marilyn en su cama, Sinatra sólo necesitó aprenderse el nudo de la corbata". ¡Winnie! ¡Winnie Schlessitiger! Nos vimos muy pocas veces en la vida y hace años que no sé de él. Alguien que estuvo un mes atrás en el 'Savoy', me dijo que lo vieron en una partida de póker a las afuera de Omha y que antes de dar juego y para espantar el frío de su aplomo, Winnie flambeaba los naipes.

Mariano en Treblinka - David Torres

Mariano en Treblinka - David Torres
Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a la respuesta de Mariano cuando le preguntaron en vivo y en directo en un programa de radio por las cuchillas de la valla de Melilla: “No sé si las cuchillas pueden producir efectos sobre las personas. Habrá que mirarlo”. Son palabras que traspasan todos los límites, todas las líneas rojas, que van mucho más allá del cinismo habitual en un político profesional. Yo creo que nunca se había oído antes nada parecido en la historia de nuestra joven democracia. Ni Suárez, ni Calvo-Sotelo, ni González, ni Zapatero, ni siquiera Aznar, se habrían atrevido a decir algo semejante. A pensarlo, sí, tal vez, pero no a expresarlo de tal modo y con tal desfachatez que al pueblo ya no le quepa duda sobre qué clase de pasta está hecho su presidente.
Posiblemente era un órdago a grande, una manera de decir “si los españoles toleran esto, van a tolerar lo que sea” No le falta razón, por desgracia. No es sólo la mentira, la desvergüenza, la charlotada, la negación de la realidad en la que vive agazapado este señor. Hace falta un cuajo especial para decir eso después de los informes médicos, de las fotografías espeluznantes con jirones de ropas ensangrentados, de tantos inmigrantes heridos, de las manos cortadas, de los brazos desgarrados y hasta de una víctima que murió desangrada. La frase me sonaba de algo y no pare de darle vueltas hasta que di con su origen. Estaba en Shoah, el grandioso documental de nueve horas de Claude Lanzmann sobre el Holocausto. Lanzmann entrevista a un campesino polaco que fue testigo de varias masacres en Treblinka y le pregunta qué sintió cuándo vio a los soldados alemanes disparando sobre víctimas indefensas, rematando a culatazos a mujeres y a niños. “Nada” responde el hombre, y luego con una claridad cartesiana (mariana, podríamos añadir ahora), aclara: “Si a usted le cortan un dedo, a mí no me duele”.
En mi libro de viajes por Polonia, La sangre y el ámbar, hay un capítulo dedicado a Treblinka en el que me cuestioné una y otra vez el sentido de estas palabras. Lo titulé La longitud de nuestros dedos y en él me preguntaba qué habría sentido el campesino polaco de haber visto que mutilaban delante de él no a un pobre judío desconocido sino a su mujer, a su madre o a su padre, si sentiría algo cuando viera cómo cortaban los dedos a uno de sus hijos. ¿Dónde empieza el dolor? ¿Hasta dónde alcanzan nuestros dedos?
En un documental mucho más reciente, The Act of Killing, los verdugos que torturaron y asesinaron a miles de personas durante el golpe de estado de Suharto, hablan tranquilamente a la cámara, ríen a carcajadas mientras explican cómo se sentaban todos encima de una mesa una de cuyas patas se hundía sobre el cuello de una víctima. Lo que cuentan es real pero su desparpajo le presta el aire de un guiñol grotesco hasta tal punto que el director les dijo si querían escenificar los asesinatos. Lo hicieron encantados, vistiendo ropajes de gángsters y otros accesorios de las películas americanas que les fascinaban por aquella época. En ningún momento sienten el menor arrepentimiento, la menor culpa, excepto cuando uno de ellos se coloca en el lugar de una de las víctimas. Luego, sentado ante el televisor, ve cómo le pasan el cable mortal a través del cuello, contempla su orfandad, su dolor, su sufrimiento. “¿Ellos lo pasaban tan mal?” le pregunta confuso al director. “La verdad es que ellos lo pasaban mucho peor, porque sabían que íbais a matarlos”. El hombre se tambalea, después de cinco décadas de impunidad absoluta, y unas lágrimas de cocodrilo asoman finalmente a sus ojos.
Tenemos un presidente incapaz de imaginar el efecto de unas cuchillas afiladas sobre la carne humana. El mismo presidente cuyo objetivo político esencial era la salvación de una niña. Vivimos una farsa horripilante.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Perdedores - José Luis Alvite

Perdedores - José Luis Alvite

Está de moda ser perdedor. Hay música de perdedores, literatura de perdedores, cine de perdedores, incluso hay perdedores de éxito. Porque en el fondo la aspiración del perdedor es el éxito, con lo cual lo que alcanzó con el tiempo y el reconocimiento público es el fracaso, que no deja de ser una interesante manera de perder. A John Wayne, aquel facha de «Boinas verdes», el tiempo le lavó la imagen. Ahora se le considera un perdedor. El viejo Duque nunca cambió de forma de pensar, se le echó encima un cáncer de pulmón y siguió haciendo cine y eso es lo que gusta de los perdedores: que sepan salir adelante mascando juntos el tabaco y el cáncer de pulmón. Además, el perdedor genuino es un ser sin aspiraciones políticas, un tipo de paso, un ser transeúnte e introspectivo que se pasa la vida en trenes y autobuses, en bares de carretera, bajo el sol y bajo la lluvia, a la intemperie literal y psicológica, dispuesto únicamente a echar raíces en un resbalón. Almunia no es un perdedor porque el perdedor que se lleva no es el que sale derrotado de las urnas sino el que perdió la familia, el empleo, la salud y la esperanza. En cuanto a Emilio Botín, podía perder una asamblea de accionistas, pero eso no le mete en el «country», como a Waylon Jennings o Johnny Cash, sino en la sala de retratos del banco. No se puede ser perdedor con chófer. Al perdedor se le nota en las canciones, como a Sabina y a Serrano; pero también en las heces, como a Poe, que acabó echando el cerebro por el culo. Sabina y Serrano no son cantautores sociales sino cronistas de la desolación humana, que no es pariente de la soledad política sino de la soledad emocional. Marcelino Camacho fue perdedor ideológico, pero su tabla de salvación era «Mundo Obrero», mientras que la tabla de salvación de Joaquín y de Ismael en el mejor de los casos sería «La Farola». 

Madera con nudos - José Luis Alvite

Madera con nudos - José Luis Alvite

Aunque resulte chusco y divertido creerlo, un homosexual no es un señor libidinoso y procaz que se divierte pedaleando desnudo en una bicicleta con grumos en el sillín, ni un tipo peligroso que acecha en la puerta del colegio para meterle mano a los chiquillos, y tampoco es un cretino que se conforma con que su techo creativo sea gesticular con los brazos cruzados, masticar las manzanas con muecas o meterse en cama con el busto de Wagner entre las piernas. Los homosexuales fueron perseguidos en su momento por el III Reich por suponerlos un riego para la preservación de la integridad genética y moral de la raza aria y son ahora condenados por la Iglesia Católica por considerar sus obispos que sus inclinaciones constituyen una perversión patológica del alma. Del III Reich los salvó la victoria aliada en la II Guerra mundial; del acoso de la Iglesia los liberan las leyes del pueblo soberano, que en uso de sus derechos constitucionales ha llegado a la conclusión de que, en el peor de los casos, los excesos histriónicos de la homosexualidad sólo pueden acarrearnos el empobrecimiento de la televisión. Que todavía resistan ciertos reductos de intransigencia frente a la homosexualidad no hace sino revelar la facilidad que el género humano tiene para alternar el talento con la estupidez. Pienso yo que la Iglesia podría mejorar su imagen social si probase a tener un conocimiento más preciso y más real del mundo sobre el que pretende influir. Comprobarían entonces sus obispos que la aceptación de la homosexualidad no les produciría un quebranto moral del que no pudiesen sobreponerse con el mínimo esfuerzo que algunos humoristas tuvieron que hacer en su día para sustituir en su repertorio los chistes de gangosos, de ciegos y de maricas. Que la Iglesia desista de ese esfuerzo me parece descorazonador, pero lo acepto habida cuenta de que los obispos no son sino la junta directiva de un club privado al que uno sólo puede acceder si acata sus normas. Desde ese punto de vista nada se le puede reprochar a los padres de la Iglesia, del mismo modo que nos plegamos a la prohibición de bañarnos sin gorro en la piscina municipal, igual que en la pista de petanca se considera inadmisible que participe en la partida un señor que pretenda jugar con globos en vez de con bolas de acero. Menos comprensible es que veneren la imagen de un Jesucristo callejero, pelón y descalzo esos prelados pulcros y jabonosos que tan a menudo confunden el placer con el pecado, la moral con la higiene y cuya historia rebosa de actitudes tan pavorosas como la de resolver con la hoguera cualquier asunto que no pudiesen entender con la cabeza, como, por ejemplo, la redondez de la Tierra o la circulación de la sangre. El caso es que aun reconociendo el derecho de los obispos a mantener a rajatabla sus normas, no deja de pensar uno que por su forma excluyente y dolorosa de entender el Cristianismo, lo que dicen ser culto al Señor, en realidad podría ser considerado un simple y odioso secuestro de Dios, al que harían responsable de haberles inspirado la obstinación con la que defienden la idea oligofrénica de que la homosexualidad es una perversión del alma humana, cuando son muchos los católicos convencidos de que la Historia está plagada de ejemplos que podrían avalar la tesis objetiva de que en no pocos casos, la homosexualidad es un soberbio destello de la inteligencia que le sirve a los hombres verdaderamente excepcionales para trascender las cláusulas morales y los usos sociales hasta descifrar en la fértil soledad de su mente ese misterioso punto de inflexión en el que lo que se percibe del sexo no es su anatomía, sino su emanación, captando sus estímulos con la misma abstracción con la que admiramos un incendio en el que lo que menos importa de su resplandor es el tipo de leña que consume el fuego. La homosexualidad congénita no excluye en absoluto la homosexualidad sobrevenida, que en muchos casos no sólo no constituye un subproducto sodomítico del vicio, como pretenden los obispos, sino el resultado de que, a diferencia de otros animales, el género humano es capaz de la introspección que se necesita para que la inteligencia le lleve un paso más allá que los pies. Y ya que la ciencia admite que al menos el diez por ciento de los hombres son homosexuales, harían bien los obispos en preguntarse cual de los doce apóstoles disfrutó en La Última Cena sentado, con los ojos entornados y la mente en blanco, en los fálicos nudos de la madera...

Abrazo con lluvia - José Luis Alvite

Abrazo con lluvia - José Luis Alvite
Fue en una oscura tarde de diciembre, hace ya algunos años. En pleno centro de Compostela un joven delincuente me salió al paso con las manos en los bolsillos bajo la lluvia. Habíamos tenido lo nuestro por culpa de lo que él hacía y de lo que yo contaba. Días antes me había seguido a los lavabos de una cafetería, cerró la puerta tras de sí y me puso una navaja al cuello. Me dijo: «Esperaré a que con el miedo se te suban los huevos a la garganta y entonces te los arrancaré con la punta de la navaja, los tiraré al suelo y los aplastaré como si fuesen dos putos caracoles». Me dejó sin aliento, luego retiró la navaja y se largó mientras yo intentaba recordar cómo meaba antes del miedo. Aquella tarde bajo la lluvia supuse que podría repetirse la amenaza y quise cambiar de acera. Entonces aquel tipo me alcanzó, me cortó el paso y me dijo: «Es Navidad y estoy solo. Eres un cabrón de mierda, pero, ¿sabes?, es Navidad y no tengo quien me abrace». Entonces sacó las manos de los bolsillos, abrió los brazos en cruz y esperó el abrazo que tuve el acierto de no negarle. Yo le pasé con mis manos el afecto que aún conservaba a pesar del susto de aquel café y él me hizo llegar a la gabardina el agua de su ropa empapada. No recuerdo que nos dijésemos nada. Tampoco sé si aquel tipo lloraba o era sólo lluvia aquel brillo en sus ojos maleados por la vida y pasmados por el cansancio. No volví a cruzarme con él desde entonces. Supe de sus fechorías y las conté en mi periódico pero ya nunca pude retratarle como lo hacía antes de aquel abrazo mojado. Cada vez que probaba a describirle me salía un tipo cordial, el muchacho solitario y navideño que mendigaba un abrazo bajo la lluvia. Era como si por culpa de sus actos criminales me remordiese a mí la conciencia y fuese incapaz de contar la realidad sin dejar que interfiriese en ella la piedad. Supuse que él agradecería aquella imagen más cordial, pero al mismo tiempo pensé que tal vez aquel perfil más sensible podría desacreditarle entre los otros delincuentes. Ni siquiera estaba seguro de que cualquier día no resistiese la tentación de intimidarme y me siguiese de nuevo a los lavabos de la cafetería, me señalase la garganta con la punta de su navaja y me dijese: «En aquella ocasión era Navidad y te pedí un abrazo. Bien, me diste el maldito abrazo y ahí tendría que acabarse todo. Pero ahora hablas bien de mí y me estás hundiendo. Mis colegas creen que soy tu confidente. ¿Sabes?, yo aquel día quería tu abrazo, joder, no tu reputación»...

sábado, 23 de noviembre de 2013

Aquel disparo en Dallas… - José Luis Alvite

Aquel disparo en Dallas… - José Luis Alvite

Yo tenía catorce años, era viernes por la tarde y en el pan de la merienda ocurrían apenas el trigo, la levadura y las hormigas. En una gotera del baño cojeaba el tiempo. Mi padre dormía la siesta con los zapatos puestos y un libro abierto sobre los ojos. La radio estaba puesta y yo la escuchaba como cada tarde desde el otro lado del tabique, mientras en la respiración de mi padre frenaba el silencio contra los goznes gomosos de un catarro. De repente, en la garganta de la siesta sonó atragantado el ábaco de un disparo lejano en Dallas. Las noticias se suceden confusas. El presidente John F. Kennedy ha sido tiroteado y agoniza en el Hospital Parkland, en Fort Worth. Mi padre carraspea con la novedad y la vecina del primero suelta en su orinal un chorrito de urea que suena como una ocarina sumergiéndose pegada a un calamar en el piélago de una vejiga de ebanista que estuviese infectada por la tinta del castaño. Es media mañana en Dallas, Texas, y media tarde en España, aquel país en el  que incluso eran marrones las camisas blancas. John Kennedy agoniza con el rostro encerado por la luz trigueña de la radio de madera de mi padre. El fontanero no ha venido a reparar la avería del baño y aquel americano alto, jovial y carismático se desangra, croando como una carambola de linfa y marfil, en la onomatopeya del grifo que no cierra. ¿Cuántos disparos? Ni se sabe. ¿Un francotirador? Han detenido a un tal Lee Oswald, un tipo más flaco que su rifle. Al porte de Jackie Kennedy dicen que le sienta como alta costura la sangre del presidente. Cae la tarde en el dial encendido de la radio de madera y en Forth Worth acaba de morir aquel tipo apuesto y fotogénico, culto y desenvuelto, que leía a Platón con sonrisa de galán, gafas de sol y suéter de tenista. Fue hace cincuenta años, cuando aún nos parecía compota de manzana la luz del cine…

Doble burla - Cayetana Guillén Cuervo

Doble burla - Cayetana Guillén Cuervo
No tengo ni idea. No sé cómo se elige lo correcto, ni sé cómo se acierta. Supongo que por intuición. Y por coherencia. Porque paso a paso vas armando una vida en la que tú ya ocupas un segundo plano en el que a veces, incluso, te desdibujas. Los hijos. Tan tuyos como de quien se les cruza por el camino y eligen como parte fundamental de su existencia, sin consultarte. Como tú, que tampoco consultaste de quién enamorarte o a quién seguir al fin del mundo. Pero de ahí a pegarle un corte de manga a quien te cuida hay un abismo. A quién se le ocurre. Tenerlo todo y tirarlo por la borda. Nunca he comprendido porqué quien tiene todas las oportunidades es a menudo capaz de despreciarlas. Dónde está la torpeza a la hora de transmitir que lo que le das no le pertenece si no es por tu generosidad, y que debería cuidarte, cuidarlo, y ganarse que la justicia universal le siga considerando un elegido.
Niños bien con sed de mal. Y ahí voy, a hablar de los hijos de nuestros queridos personajes públicos, que no sólo no dan las gracias por el legado, si no que se funden lo que hay a golpe de portazo. Me quedo muda. Cuando leo que el hijo de Rocío Jurado y Ortega Cano está en la cárcel por robar un coche utilizando la violencia, después de gastárselo todo en un club de carretera, me pregunto qué guarda este chaval en el corazón. Y en la cabeza. Si jamás se ha parado a pensar en lo que le costó a su madre conquistar un rincón en este mundo y en que la decepción es la peor de tristezas. Porque no se trata de un adolescente con malas notas, si no delinquir, que es muy grave. De amenazar, de robar, de pegar, de intimidar, de quemar un vehículo ajeno y de salir corriendo. ¿Pero qué está pasando?

Doble burla. Doble pedorreta a un destino que quiso darle otra oportunidad. Porque hubo un día en que alguien se cruzó el planeta para sacarle de la miseria y darle otra oportunidad, y él ha querido tirarla a la basura. Un drama. Y una desfachatez. Quizá madure, con todo lo que eso significa, y la culpa le tumbe las ganas de seguir tentando a la suerte. Quizá esta sacudida le ponga firme o quizá no, y quiera reivindicar un estilo de vida como rebeldía al exceso y al aburrimiento. Qué jeta. Y sí, precisamente yo, porque también llevo unos apellidos y un legado a mis espaldas, me permito el lujo de opinar. Y de opinar mal. Porque no todo vale. Y porque cada uno tiene una responsabilidad.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El misterio de Asunta - Fernando Ónega

El misterio de Asunta - Fernando Ónega
Hace unas semanas me preguntaron en Tele 5 (Abre tus ojos y mira) por qué el crimen de Asunta despertaba tanto interés mediático. Alegué tres razones: porque los presuntos autores podían ser sus propios padres, porque esos padres eran «de los nuestros» -gente normal, no una familia desestructurada- y porque resultaba incomprensible que dos padres se pusieran de acuerdo para el asesinato de su hija. Al mismo tiempo, se produjo un fenómeno frecuente: la información se alimentó a sí misma, un rumor tiró del otro, en las televisiones elevamos el suceso a categoría de crimen del siglo y una serie de filtraciones más o menos ciertas, más o menos falsas, cargaron las baterías de las tertulias. Soy testigo y víctima del proceso.
Ahora, al levantarse el secreto del sumario, entramos en una fase que a algunos nos hizo exclamar desde la pantalla: oigan, que ni Rosario Porto no Alfonso Basterra están juzgados. Ayer por la tarde, las ediciones digitales de los periódicos eran de una contundencia asombrosa al afirmar en sus titulares que Alfonso había sedado a la niña y Rosario la había matado, sin un matiz para destacar que se trataba de una acusación y sin el cuidado de advertir que se trata de un sumario, no de una sentencia. Creo que nos espera un largo juicio paralelo en los medios de comunicación.
Este cronista se limita a expresar hoy dos extrañezas. La primera, la torpeza de los acusados. No se entiende por qué, después de probar durante meses los efectos del Orfidal, Rosario y Alfonso fueron incapaces de elaborar una coartada para el momento crucial y cayeron en explicaciones tan burdas, que los proclamaron sospechosos desde el minuto uno. Es todo tan extraño y en apariencia tan ingenuo, que a veces hace dudar de la autoría de ambos o de alguno de ellos. Hace falta la serenidad de criterio del juez Vázquez Taín y de los investigadores de la Guardia Civil para superar esas contradicciones y combinar todas las piezas para encajar el puzle. Si Vázquez Taín ha conseguido encajarlas, me fío tanto de su trabajo que doy por buena la investigación y aparco las dudas hasta el juicio oral, menos una: la del porqué del crimen.

Sabemos que hay casos de un padre o una madre que mata a un hijo. Pero nos cuesta admitir que lo hagan ambos, de mutuo acuerdo, tras una larga conspiración homicida y con una estrategia calculada y ensayada. ¿Qué ha pasado por su cabeza, qué miedo tenían para pasar de una hija muy deseada a su homicidio? Ninguna de las teorías esbozadas hasta ahora, desde los celos hasta el cambio de modelo de vida, resultan convincentes. Si los padres fueron los asesinos, tiene que haber una causa mayor. Ese es y me temo que será siempre el enigma de Asunta.

Gente de orden - David Torres

Gente de orden - David Torres
Nada más terminar de poner orden en la calle, la gente del PP ha caído en la cuenta de que se les ha quedado fuera el campo. Y, más concretamente, el campo de entrenamiento, que es ese lugar donde los militares suelen ir de picnic a pegar tiros y tripazos. Lo sé bien porque en 1989 me tocó la mili en Burgos y una manaña los oficiales nos llevaron de excursión: dos o tres horas de alegre caminata hasta que de repente oímos unos disparos a lo lejos, unos silbidos sobre nuestras cabezas y nos arrojamos de bruces a la hojarasca, igual que en las películas. Muerto de risa, un sargento nos dijo que no nos preocupáramos, que todo estaba calculado, que eran las balas que pasaban por encima del talud de tiro que estaba unos cientos de metros allí abajo. Pero a algunos, instantáneamente, nos dio por pensar qué pasaría si un trozo de plomo rebotaba en el tronco de un árbol y le daba por dirigirse al hígado, por ejemplo.
Morenés es, probablemente, el único ministro del ejecutivo que sabe lo que se hace, por algo es un profesional de la venta de armas. Es como si Montoro fuese enterrador, Cospedal charcutera o Wert bibliotecario, no sé si me explico. Morenés conoce de sobra el riesgo que tiene el material con el que comercia, de ahí que haya tenido que explicar la existencia de un documento donde se propone investigar a militares sospechosos de radicalismo. Con una brillante tautología que no desmerece de los mejores monólogos de De Guindos ha dicho: “Las Fuerzas Armadas tienen que tomar todas las medidas que impidan que ocurran asuntos peligrosos para la propia seguridad de las Fuerzas Armadas”.
Traducido al lenguaje civil, esto no tiene nada que ver con que un señor saque unos tanques de paseo por las calles de Valencia, ni con que un guardia civil bigotón entre en el Congreso a montar una barraca de tiro al plato, ni con que un día a un general más o menos enano le dé una ventolera, monte una guerra civil y fusile de paso a unos cientos de miles de transeúntes que, casualmente, estaban alterando el orden. Se refiere, más bien, a que un soldado borracho empiece por su cuenta una guerra civil en el cuartel sin atender a la cadena de mando. Se refiere a las historietas de la mili burgalesa que contaba antes, sin ir más lejos, al momento aquel en que hacíamos prácticas de tiro y entregaron un fusil ametrallador cargado con cinco balas reglamentarias a un montón de jovencitos que lo más parecido a un arma de verdad que habíamos tenido en las manos hasta ese momento era una escopeta de feria. Por más que el sargento vociferó en diversos tonos que el seguro debía colocarse no en el dispositivo de “ráfaga” sino en el de “tiro a tiro”, un chaval se equivocó, apuntó al blanco y el retroceso de la ráfaga casi le hizo dar media vuelta. Afortunadamente sólo había cinco balas porque si el cargador llega a estar repleto hubiera diezmado al regimiento. Gran colleja y exabrupto ejemplar del sargento al recluta patoso, que se había quedado medio girado con el cetme humeante como un reloj dando las tres y cuarto. Como decía Gila, es lo malo de las guerras, que tienen un peligro.

Derroche de oscuridad - José Luis Alvite

Derroche de oscuridad - José Luis Alvite

En los buenos tiempos del Savoy coincidí en el club de Ernie con unos cuantos tipos que habían aprendido paciencia tocando Jazz en Kansas City. Al estilo «cool» de Lester Young, un tal Artie Calloway permaneció dos semanas en cartel tocando el saxo con una mezcla de providencia y cansancio. Una madrugada me dijo que el Jazz era el resultado de la mala vida y que en los años cuarenta en Kansas City cualquier músico sabía que con los ojos entornados y mientras suena «Fine and Mellow», se percibe «la impagable sensación de haber empezado a dar a ciegas los pasos contados que hay entre la desgana y la muerte». Artie Calloway llevaba años dilapidando el dinero y la vida en lo que él llamaba «un derroche de oscuridad». Sabía que tarde o temprano aquella manera de caer acabaría una mañana cualquiera, «tan pronto me decida a desayunar un balazo en la boca».Conocí en aquellos años a muchos tipos como Artie Calloway, todos ellos músicos espontáneos y criaturas terminales. Aparentaban cierta divertida inmoralidad. Sammy Granger me confesó sus desavenencias conyugales. Decía que «el matrimonio, en realidad, sólo sirve para tener quien te ayude a acomodarte en el féretro». Aquel tipo fumaba, bebía, y el olor de los naipes en sus manos resistía cualquier jabón de tocador. Vivía para el Jazz pero no descuidaba las faldas. Siempre se le conocieron malas compañías. Su mejor momento sentimental lo alcanzó con una tal Minnie, veinte anos más joven que él. Decía Sammy que la edad es lo de menos porque una mujer de treinta sólo tarda diez en cumplir cincuenta». Una noche me dijo: «Minnie es la clase de mujer que le conviene a un tipo como yo, ya sabes, la clase de hombre que compra un billete para el primer tren que haya partido». Según Sammy, Minnie era «una de esas mujeres limpias y amorales que tranquilizan su conciencia masturbándose con el cepillo de dientes». La última noche que actuó en el Savoy, al bueno de Artie Calloway le quedaba el aire justo para la mitad de una oración.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El éxito económico depende de los emprendedores - Isidro Fainé

El éxito económico depende de los emprendedores - Isidro Fainé
El clima que respiramos hoy es muy distinto al de hace un año. Incluso al de hace tan solo unos meses. La economía española comienza a dar señales claras de estabilidad y de recuperación incipiente.
Se comienza a extender un mayor optimismo respecto a las perspectivas económicas de España. Un optimismo cauteloso, como no podría ser de otra manera, pero las cosas se ven distintas. Nuestro futuro se contempla, en nuestro país y fuera, de un modo más positivo.
No en vano, después de nueve trimestres en recesión, la economía española registró en el tercer trimestre de este año un crecimiento del 0,1% en relación con el trimestre anterior. No es mucho, pero es un dato positivo. No solo por el signo, sino porque también sugiere que estamos en la dirección adecuada.
La disminución de las tensiones financieras, la mejora del propio sistema financiero, el buen comportamiento de las exportaciones y la capacidad para atraer inversiones internacionales apuntalan este avance económico. Una mejora que hubiera sido impensable sin el esfuerzo realizado por las familias, las empresas y el sector público.
Especialmente buenos han sido los datos del sector exterior, una clara demostración de lo mucho que ha mejorado la competitividad de las empresas españolas en estos últimos años.
Otro factor clave que ha cambiado es la confianza. Crece la confianza a medida que la economía española está reduciendo sus desequilibrios. Son muy importantes las medidas que se están adoptando para lograr la reducción del déficit público; la fuerte reestructuración bancaria acometida; el doloroso proceso de devaluación interna (reajuste de precios, de salarios y de márgenes); y la corrección de nuestro déficit comercial exterior.
Nos encontramos en los inicios de la recuperación y es un buen momento para tonificar de nuevo el músculo inversor. Sin embargo, indudablemente, aún quedan retos pendientes. El proceso de desapalancamiento continúa y aún nos queda recorrido para reducir la deuda privada y para detener el crecimiento de la deuda pública. Pero, lo más importante de todo, es que España debe volver a crear empleo.
Los esfuerzos de los últimos años están produciendo los primeros resultados
En el tercer trimestre de 2013, el empleo aumentó en 40.000 personas, uno de los incrementos más altos de los últimos años. No debemos olvidar que nuestro crecimiento futuro dependerá, en gran medida, de la capacidad de la economía de generar ocupación, porque la recuperación no culminará hasta que se traslade a las familias y, por tanto, disminuya el desempleo.
Desde hace 12 años, la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE) se reúne anualmente para analizar los principales desafíos a los que deben hacer frente los profesionales que gestionan las empresas españolas. Este año, gracias al apoyo de las instituciones andaluzas, la cita se ha celebrado en Málaga los días 13 y 14 de noviembre. Más de 1.500 directivos de toda España hemos analizado las estrategias que las empresas deben aplicar para impulsar la recuperación económica y fomentar la generación de empleo. Porque, al hablar de las grandes magnitudes macroeconómicas y de la problemática financiera, corremos el riesgo de pasar por alto un elemento que, en realidad, es el más importante para el futuro de un país y sus ciudadanos.
El factor principal que determina el éxito de una economía y de sus empresas no es otro que la existencia de emprendedores. Personas comprometidas, perseverantes, con visión realista, con vitalidad y energía, con sentido de la responsabilidad social y con dotes de liderazgo que les permita tener la capacidad (a menudo innata) de asumir riesgos, pero también fracasos.
En el contexto que estamos viviendo, nos equivocaríamos si prescindiéramos de los cambios y nos limitáramos a gestionar nuestra posición actual en los mercados, como si fuera un factor estático. El cambio es hoy el único principio de gestión incontestable. Los líderes se deben preparar para situaciones que ni siquiera pueden imaginar. Lo peor que nos puede pasar es que nuestras empresas pasen a estar básicamente administradas, en lugar de estar dirigidas. O, mejor aún, lideradas.
A lo largo de mi carrera profesional he conocido a muchos líderes, de diferentes sectores y con distintas filosofías, de quienes siempre he intentado aprender. Todos los líderes comparten unos rasgos comunes, unas características, que todos deberíamos procurar incorporar como guía de actuación. El líder innova, no administra. El líder desarrolla, no se limita a mantener. Se centra en las personas y no en los sistemas y estructuras. Tiene una perspectiva de largo alcance, no una visión cortoplacista. Pone en tela de juicio la situación de las cosas, no se limita a aceptarlas. Comunica, no ordena. Inspira confianza y consigue que sus colaboradores confíen en sí mismos.
En definitiva, un buen líder debe tener visión, credibilidad, confianza en sí mismo, optimismo en el futuro y auctoritas, es decir, una autoridad moral socialmente legitimada y reconocida.
Debemos intentar mejorar los tiempos que nos ha tocado vivir. De nada sirve lamentarse. Los esfuerzos que hemos realizado estos últimos años están produciendo sus primeros resultados. Pero debemos proseguir en el esfuerzo y estar preparados para aprovechar las oportunidades que, hoy, ya están surgiendo.
Con todo el bagaje que hemos acumulado, no tengo ninguna duda de que estamos muy bien preparados para lo que nos depare el futuro. Tal como dijo Séneca, “no hay árbol más recio y consistente que aquel que el viento azota con frecuencia”.

Isidro Fainé es presidente de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos y presidente del Grupo La Caixa.

Cabina de camión - José Luis Alvite

Cabina de camión - José Luis Alvite

«Estoy tan delgado, que ni siquiera se me calientan los pies al andar», me dijo aquel tipo poco antes de doblar la rodilla y morir. Recordé entonces lo que la escritora Kate Sinclair le había escrito en una carta a su amigo Al, narrador de las historias del Savoy: «Mi madre me inculcó desde niña la idea de que a un hombre hay que juzgarlo por la sensación de sinceridad y entereza que transmite, hasta que me hice mayor y descubrí que lo que me gusta de un hombre no es que inspire confianza, sino que desprenda calor, igual que un piso es un hogar si su atmósfera de repente al entrar en él te empaña las gafas». Hay una cierta sabiduría existencial en la actitud de muchas mujeres al identificar la esperanza con la luz, y la felicidad, con el calor.Que un hombre sea singular u ocurrente y tenga las ideas lúcidas puede ser incluso irrelevante en comparación con que tenga la calidez emocional del pianista y las manos ácimas, mullidas y calientes del panadero. Admito que me resulta interesante el recuerdo de aquella carta en la que la veterana escritora Kate Sinclair le definía a su amigo Al su postura acerca de la relación entre la grandeza moral de un hombre y la temperatura de su cuerpo. Después de hacer recuento de algunas experiencias muy personales, disipaba cualquier posible duda sobre su manera de entender ciertos valores humanos: «Aunque no dudo sobre los grandes valores morales del ser humano y en algunos casos acepto su valor casi canónico, me resisto a creer que una reflexión sea por su propia naturaleza más interesante que un impulso. Maldigo la desgracia de haber llenado mi vida de decisiones sensatas. Estuve unas cuantas veces en la cabeza de un hombre inteligente, pero echo de menos haber pasado al menos un rato en el corazón encebollado de uno de esos tipos rudos en cuyo pecho hace el mismo calor que en la cabina de su camión».

martes, 19 de noviembre de 2013

Cincuenta sombras de Rouco - David Torres

Cincuenta sombras de Rouco - David Torres
Puede parecer inapropiado pero resulta perfectamente lógico que el arzobispado de Granada haya editado un libro sobre cómo debe comportarse una mujer ante su marido en ese difícil trago del matrimonio. El hecho de que las féminas no pinten nada en la institución eclesiástica se corresponde sutilmente con el rol que deben adoptar durante la vida en pareja: cero pelotero. La autora del libro, la periodista italiana Constanza Miriano, asegura que “le corresponde a la mujer llevar al hombre al encuentro de su virilidad, de su paternidad y del ejercicio de la autoridad”. Constanza ha hecho una relectura de la epístola de San Pablo a los efesios donde explora fundamentalmente el concepto de sumisión: “Ser sumisas significa, literalmente, estar por debajo para ser apoyo de todos los miembros de la familia”. De los miembros viriles, se entiende. Eso de que la mujer se siente encima de su esposo a hacer el caballito, da mucho gusto pero como que queda feo. Tanto alboroto y al final lo que ha escrito esta buena señora es la versión católica de Cincuenta sombras de Grey.
En cuestiones de sexo duro, ninguna autoridad tan competente como la Iglesia. Eso ya lo sabía yo desde los ocho años, cuando un cura de la parroquia de San Blas me puso sobre la pista de la masturbación. Lo he contado ya en mi libro de viajes sobre Polonia, pero no deja de ser instructivo, así que lo contaré una vez más. Fui a confesarme una mañana y cuando terminé mi tanda de pecados, al cura aquel le debió de parecer poca cosa porque me preguntó si me hacía tocamientos. ¿Tocamientos? Era la primera vez que oía semejante palabro. “¿No te has tocado en tus partes íntimas?” Negué con la cabeza, asustado ante el miedo de suspender la asignatura de religión. Pero estaba decidido a aprobar el examen así que estudié a fondo para que la siguiente confesión no me pillara por sorpresa. Me equivoqué de plano porque entonces el cura me preguntó si no había tocado ahí a otros amigos o si no me había tocado ahí algún familiar. Reconozco que me asusté: me pareció que era llevar la experimentación demasiado lejos y demasiado pronto. A lo mejor cuando dejara atrás los pantalones cortos.

Cuatro décadas después, el sexo duro sigue siendo la principal preocupación de la iglesia católica. Cuando habla de las leyes injustas que afectan al matrimonio y a la familia, Rouco Varela no se refiere a la estafa de las preferentes, ni a los desahucios que están provocando un maremoto de suicidios, pobreza, mendicidad y angustia. Básicamente se refiere al matrimonio gay, esa abominación donde no se sabe quién debe ser sumisa, quién debe ejercer la autoridad y quién debe ir al encuentro de la virilidad de quién. Ana Botella lo explicó muy bien mediante una excitante metáfora agrícola que conjugaba peras con manzanas, y con la relectura de La cenicienta, un cuento que también enseña a las mujeres los inefables placeres de la sumisión. Si lo sabrá ella, que ejerce la autoridad de alcaldesa sólo porque un varón lo quiso.

Chulos reales - Raúl del Pozo

Chulos reales - Raúl del Pozo
Hemos llegado a la expresión áurea a la que llegó Quevedo anticipándose a la Red: «Yo escribo lo que vi y doy a leer mis ojos». Contamos este apocalipsis sin caballo blanco, negro, rojo y bayo sino como en Four Horsemen; los cuatro jinetes de Ross Ashcroft narrando cómo corceles desbocados aplastan a las personas.
En España, estos corceles podrían resumirse así: Monarquía en declive, Cataluña al borde de la secesión, crisis sin fin y una corrupción que ha dejado las instituciones manchadas. La crisis es el más escuálido y esquelético de los caballos. Joan Rosell se lo ha dicho muy bien a la temible Ana Pastor en El objetivo: «Los dos tercios de las empresas están en pérdidas».
Casi todo lo demás es propaganda, excepto que la recesión ha terminado, pero con un futuro en el que hay que elegir entre minijobs, emigración o paro. El mundo ha cambiado, el modelo es China y la demografía será del hijo y medio, sin viagra para el abuelo.
Los otros trotes hacia el abismo tienen arreglo. Rajoy declara que no aceptará que se juegue con la soberanía, los catalanes no se han acordado del Conde Duque de Olivares. El Conseller de Economía de Mas, ya sin socialistas para el balcón, comenta que si la línea extrema prevalece, si no es en esta generación, será en la siguiente: Cataluña tendrá estado propio.
Junqueras tiene la ilusión de proclamar la república de Cataluña con gramallas, maceros con cachiporras de plata y pubillas de castellers. Pero ya recula y explica que la consulta se hará más pronto o más tarde. Ellos mismos lo irán dejando hasta las calendas griegas y recordarán que proclamaron dos veces la independencia y no hubo nada. Si llegara a ocurrir, más se perdió en Cuba.
De la Monarquía unida a la corrupción, ¿qué? El día 21 de noviembre el Rey volverá al quirófano. Mientras Juan Carlos no tire la granada de gules y las tres flores de lis, no lo moverán y, en el caso de que lo hagan, los Borbones siempre vuelven. Es una ley histórica. En lo tocante a la corrupción unida a la Monarquía, recordemos a los corresponsales del XIX . Decían: «Los contrabandistas y los chulos de las reinas e infantas son la única fuerza que nunca se desorganiza en España».

María Cristina se lió con Fernando Muñoz guardia de corps, tres meses después de la muerte de Fernando VII. La Reina Madre lo hizo duque y marqués, terminaron juntos en el exilio. ¿Y hablan ahora de corrupción en la familia real? A Muñoz, el chulo conquense, le acusaron hasta de vender esclavos.

Nos toman por cucarachas - Juan José Millás

Nos toman por cucarachas - Juan José Millás
Los animales que más asco nos dan son aquellos a los que más partido sacamos. Fíjense en la rata, el animal preferido de los investigadores. Puede haber ratas sin laboratorio, pero no habrán visto nunca un laboratorio sin rata. Un laboratorio sin rata es como una cocina sin perejil. Qué digo como una cocina sin perejil; como unas judías con bogavante sin bogavante. La idea de laboratorio lleva incluida la de rata. Y la de rata, la de laboratorio. Personalmente, hace años que no puedo imaginar una rata sin la permanente.
Llamo permanente a esos electrodos que les ponen en la cabeza y que sirven a los científicos para saber en qué piensan (en qué piensan las ratas, no ellos). Tuve de pequeño, en mi añorado y temido suburbio, una familiaridad con estos roedores que los investigadores han logrado hacer añicos. ¿Y por qué la rata es carne de experimentación? Porque se parecen mucho a nosotros. No digo físicamente, excepto por el peinado (mi tía filomena también llevaba rulos), sino psíquicamente. Lo leí en un ensayo: forman familias muy parecidas a las nuestras, con cuñados y con abuelos y con primos. Además, también son caníbales. La diferencia es que una rata solo se come a otra cuando está muerta. Nosotros nos devoramos vivos. Bajarle el sueldo a alguien un 40% porque sí, de hoy para mañana, es como extraerle el hígado y darle un bocado.

Lo de las ratas viene a cuento de las cucarachas, valga el rodeo. Las combatimos (a las cucarachas) con toda clase de armas, incluidas las químicas. Los insecticidas son puro napalm, puro gas mostaza. Afectan a la respiración. Las cucarachas respiran dentro de esa especie de ataúd que tienen por endoesqueleto. No pueden escapar de él. Se asfixian en su interior si poder siquiera convulsionarse, pese a lo que alivia una buena convulsión. Mucho asco, vale, pero de ellas hemos deducido el chip. El chip es lo más parecido a un grillo, otro animal de la misma familia. Ahora acaban de inventar las cucarachas a control remoto. Les colocan sobre la espalda una especie de mochila pequeña, repleta de circuitos, y las dirigen con un mando a distancia. Solo que en lugar de hacerlas cambiar de canal, las hacen cambiar de idea. Están buscando el modo de hacernos cambiar de idea a usted y a mí. Nos toman por cucarachas.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Salario público medio: 40.150 euros; privado: 24.071 - Roberto Centeno

Salario público medio: 40.150 euros; privado: 24.071 - Roberto Centeno
En el año 1975 España tenía una de las mejores Administraciones Públicas de Europa. Los cuerpos de élite como abogados o economistas del Estado, catedráticos, médicos, notarios, etc., que serían gradualmente marginados por el primer Gobierno socialista, daban una solidez y una eficacia a nuestra Administración como jamás la había tenido con anterioridad. El desastre de la Transición lo cambiaría radicalmente. De 1975 a 2012 el crecimiento del empleo público en España sería el mayor del mundo con diferencia: un 260%, una cifra escandalosa que se compara con crecimientos inferiores al 10% en el  mundo desarrollado, casi cero en la UE o el -20% en Italia. 
En cifras absolutas, el aumento sería de 1,8 millones de empleados públicos, de los cuales 1,1 millones fueron nombrados a dedo y 580.000 con oposiciones a medida. Sólo en puestos duplicados hay más de 700.000 personas. La razón de la sinrazón de este disparate histórico no es otro que el modelo de Estado impuesto a los españoles, todo multiplicado por 17 y sin control alguno. La dimensión del sector público en España no ha sido el resultado de la preferencia social de los ciudadanos, sino del nepotismo y el sectarismo político más descarnado de la oligarquía política corrupta que se hizo con el control del país, robándonos la democracia y enchufando a parientes y amigos y correligionarios políticos a cientos de miles.
La consecuencia inevitable de tal dislate es que nunca antes habíamos tenido unas Administraciones tan incompetentes, porque jamás en España ni fuera de ella el 40% de los empleados públicos había sido designado a dedo sin la menor preparación para el puesto a desempeñar –68 asesores de Rajoy no tienen ni el título de graduado escolar–, ni jamás en España ni fuera de ella un 20% de empleados públicos había sido seleccionado con pruebas a medida. Sólo un 40% de los funcionarios españoles ha realizado oposiciones limpias y transparentes, que son los que mantienen y protegen el país. La Administración española es hoy la más costosa en términos de PIB y la de menor productividad de toda Europa.
Los salarios públicos, al contrario que en el mundo desarrollado, donde son inferiores a los privados, en España son casi el doble. En concreto, el salario medio en el sector público en 2012 era nada menos que de 40.150 euros
En el caso de la enseñanza este desastre adquiere tintes absolutamente dramáticos. En la enseñanza primaria y secundaria, según la OCDE, “los profesores españoles son los que menos horas trabajan, los que más cobran y los que peores resultados obtienen”. Esto condena a aquellos jóvenes sin medios económicos a una enseñanza de tercera clase. Y en la Universidad es peor aún, desde que el trío infame Maravall, Solana y Rubalcaba eliminó las oposiciones como medio de seleccionar al profesorado y lo sustituyeron por el nepotismo y el carnet de izquierdas. El 85% de los profesores universitarios no está capacitado para enseñar las materias a su cargo y los rectores ya no son los mejores, sino los izquierdistas y más radicales. La consecuencia obvia: el nivel de paro entre los graduados en universidades públicas es un 50% mayor que en las privadas.
Y como guinda del pastel están los salarios públicos, que  al contrario que el mundo desarrollado, donde son inferiores a los privados, en España son casi el doble. En concreto, el salario medio en el sector público en 2012 era nada menos que de 40.150 euros, frente a sólo 24.071 en el sector privado. Cuando el 60% de los trabajadores ocupados gana mil euros o menos, cuando desde que se inició la crisis la población en riesgo de pobreza o exclusión social ha subido en 5 puntos porcentuales hasta el 28,2% –diez veces más que la media de la UE–,  esto es sencillamente un expolio inaceptable. El hecho de que el sueldo medio sea tan alto es debido a las decenas de miles de políticos y sus enchufados con sueldos de escándalo que llegan a los 60/80.000 euros, mientras el resto de empleados públicos tiene salarios casi mileuristas. 
El disparate nacional: “En España hay pocos empleados públicos”
Una de las mayores estupideces, tanto porque es una burda falsificación de la realidad como porque es contrario a lo que vemos todos ante nuestros ojos, es la afirmación de que en España no sobran empleados públicos, sino que faltan. Se trata de un engaño urdido por los sindicatos y la casta política a los descerebrados habituales, donde en las comparaciones internacionales que emplean como argumentación utilizan las estadísticas del Registro Central de Personal del Ministerio de AAPP, que ni incluye a los empleados de las empresas públicas, que ascienden a más de 600.000, ni el personal de contratas de servicios públicos externalizados con varios cientos de miles, algo que demuestra el total desgobierno de lo público.
Los hospitales españoles son los que menor tiempo de atención regular dedican de toda Europa, sólo funcionan de mañanas
En todos los demás países sí están incluidos, lo que representa un cambio tan radical que, si las cifras que se comparan fueran homogéneas, ocuparíamos el número uno de Europa por este concepto. El país en el que la diferencia es mayor es Francia, donde la cifra de empleados públicos es de 5,4 millones, debido a que la mayoría de los grandes monopolios, al contrario que en el resto del mundo, continúan nacionalizados –el gas, la electricidad, el carbón, el tabaco, EADS (Airbus), Renault etc.–, lo que añade millón y medio de personas. Al no contabilizar empresas públicas, las comparaciones que circulan son un camelo total.
En segundo lugar, está lo que vemos con nuestros ojos todos los días. Cuando la sanidad y la educación fueron transferidas por Aznar a las autonomías, el número de empleados públicos en las mismas creció en más de 30.000, el gasto sanitario pasó de 38.000 millones de euros en 2002 a 95.000 en 2012, mientras el número de horas semanales trabajadas cayó de 34 a 31 hoy, una cifra vergonzosa cuando se compara con la media de los grandes países, que se encuentra en 39 horas semanales. En el área sanitaria, los hospitales españoles son los que menor tiempo de atención regular dedican de toda Europa, sólo funcionan de mañanas, por las tardes hay miles de millones de instrumental sin uso alguno y decenas de miles de metros cuadrados de consultas vacíos.
Dos ejemplos entre mil. Como faltan empleados públicos, en la Empresa Municipal de Transporte de Madrid, entre 2005 y 2012, de 4 directores se pasó a 9; de 5 jefes de división, a 23; de 5 “ayudante técnicos”, a 45, y el 80% a puro dedo. Como la EMT está quebrada, después de enchufar a más de 100 personas con un coste de 6 millones de euros, la inútil de la Sra. Botella dice que hay que reducir los salarios en un 7% para asegurar la viabilidad de la empresa. En el caso de la sanidad, el incremento de personal ha sido brutal desde el disparate de Aznar de transferirla a las CCAA, y fue aprovechado por la casta para colocar a miles de familiares y amigos sin cualificación alguna, ya que se trata de personal no médico. Un ejemplo, en el Hospital de la Fe, el mayor de Valencia, un despilfarro escandaloso de Zaplana, hay más de 600 enchufados, de ellos ¡147 telefonistas! Y así todo.
Un millón de empleos públicos menos crearía 3,5 millones de empleos privados
Como el Gobierno no está dispuesto a recortar drásticamente el empleo público –y antes de echar a uno solo de sus familiares, amigos y correligionarios– ha congelado por cuarto año consecutivo el sueldo a todos, excepto a los 20.000 asesores de lujo. Como consecuencia de la inflación, de las subidas de impuestos y de servicios esenciales como la electricidad y el gas, que han bajado en toda Europa menos en España, la pérdida de poder adquisitivo es de un 30%.
Que los salarios públicos sean un 67% superiores a los privados es algo que no ocurre en ningún lugar del planeta, sólo en la España de las autonomías corruptas
Durante el pasado año, el total de sueldos de los empleados públicos de todas las AAPP fue de 116.453 millones. De esta cantidad, la parte del Estado ascendió a 19.200 millones, para un total de 566.000 funcionarios, lo que supone un salario medio de 33.922 euros/año. El resto, 97.253 millones, se lo repartieron los 2,26 millones de empleados públicos del resto de Administraciones, empresas autonómicas, municipales, fundaciones y chiringuitos varios, donde se concentra la casi totalidad de enchufados y demás mangantes con un sueldo medio de 43.032 euros año, un 26,9% superior a los funcionarios que han tenido que realizar una oposición de verdad, y un 79% más que los salarios del sector privado, lo que es un escándalo absoluto.
A efectos comparativos y para engañar a la gente, suele utilizarse la comparación entre los empleados públicos y la población total o bien la población activa. Aparte que estos ratios, siempre que se ponga el número de funcionarios de la EPA y no la cifra falsa del Ministerio de AAPP, demuestran que en España sobran funcionarios a cientos de miles. La verdadera comparación es la relación entre empleados públicos, los que cobran, y los ocupados no públicos, los que pagan, ya que ello nos permite ver con toda claridad por qué España no puede costear la salvajada de 116.453 millones en salarios públicos, que son ya el 25,6% de las rentas salariales totales (el 44,2% del PIB en 2012), tanto si sobran como si faltan.
Las cifras del cuadro ponen de manifiesto con toda claridad la desmesura y el coste inasumible que ha alcanzado en España el empleo público, 2,5 veces más en términos de masa salarial total que en EEUU, Alemania, Holanda, o más de cuatro veces el de Reino Unido. Que los salarios públicos sean un 67% superiores a los privados es algo que no ocurre en ningún lugar del planeta, sólo en la España de las autonomías corruptas hasta la médula, donde la casta política paga así a sus parientes y correligionarios con el dinero expoliado al resto de los españoles. El cuadro muestra también la absoluta falsedad de todas las comparaciones al uso, ya que por cada 4,8 trabajadores privados ocupados existe un empleado público, mientras que en el resto de países la media es de 8,7 ocupados por uno público. Dicho en corto: sobran la mitad de los empleados públicos.

Suele argüirse por la casta política y los indocumentados habituales que "pobrecitos los empleados públicos, no podemos echarlos porque, si no, habrá mas parados". Aparte de la desvergüenza de esta opinión, ya que los trabajadores privados sí pueden ir al paro (los que producen) pero no los públicos (los que no producen), ocurre que por cada trabajador público que se ponga en la calle, particularmente de los que son de CCAA y ayuntamientos, que cobran mucho más, se crearían 3,5 empleos en el sector privado. Es decir, que si echáramos a un millón de enchufados crearíamos 2,5 millones de empleos netos, y si los despedidos fueran 'asesores' se generarían 6 puestos de trabajo por cada uno de estos mangantes.

Piano de cola - José Luis Alvite

Piano de cola - José Luis Alvite

Cada vez que se incorpora al Savoy una corista nueva, Ernie le ofrece una sencilla recepción, la invita a cenar a su mesa y le hace unas cuantas precisiones. Se trata de puntualizar la filosofía del trabajo. Les dice: «No cometas el error de querer dejar tu huella desde el primer día. A los tipos que vienen por aquí lo que les interesa de tu pie no es la huella, nena, sino el zapato. Y en cuanto a tu aspecto, métete en la cabeza que no estás aquí para vender Biblias sino para impresionar al público. Te quiero decir que conserves tus lunares, si los tienes, y no te obsesiones con el dermatólogo. Pertenecemos a un mundo en el que un lunar todavía no es una patología». A muchos les parecerá un criterio machista pero las cosas hay que verlas en su ambiente natural. Al público del Savoy lo que le interesa de las coristas no es su cociente intelectual sino la carnalidad de su peinado. A veces las coristas tienen un momento de ternura y de ensimismamiento y les da por escribir. La pobre Terry Shelton lo hacía a menudo aprovechando los descansos. Ernie Loquasto se quedaba mirándola y me decía: «En esto precisamente consiste la magia de la carnalidad y del espectáculo». Ernie se refería al instante en el que, en el punto más hondo de su abstracción, la pobre Terry subrayaba su Biblia con el lápiz de labios.Esa mezcla de pensamiento y perfidia surge a menudo en las literarias mujeres de Jardiel, que nos retrata a sus venéreas hembras envueltas en un halo de obstetricia y heliotropo. Y así era también aquella Polina Suslova que arrastró a Dostoievski por los casinos de Europa llenándolo del inefable gozo de la flaqueza. Muchos grandes hombres sucumbieron encantados a esa extraña pócima tan femenina que se fabrica mezclando adecuadamente la poesía y la mercería, la felación y el Ave María. Chopin disfrutó con la misma angustia. Un piano no está completo si en su cola no se pudre el alma de una mujer capciosa, una de esas sofisticadas mujeres a las que el palco de la ópera les sienta como un biombo. 

Conversación en la cafetería: 1-III-2014 - Percival Manglano

Conversación en la cafetería: 1-III-2014 - Percival Manglano
–Hola Mari, buenos días. –Hola Paco. Vaya cara de frío que me traes...
–Ya, maja. Ponme un café calentito, a ver si entro en calor. Y una tostadita con aceite y tomate, como siempre. –Marchando el café. Ahora, el precio de la tostada ha subido. Te la tengo que servir con una botellita de aceite porque se han prohibido las aceiteras.

–¿Cómo que se han prohibido las aceiteras? ¿Quién las ha prohibido?
–¿Quién va a ser? El Gobierno. Vaya preguntas haces… Dice que así se protege al consumidor y que la calidad del aceite con recipientes no rellenables será mejor.
–Pero si a mí el aceite que tenías en las aceiteras me gustaba. Si no me hubiese gustado, no lo habría tomado. Vamos, ni que me hubieses estado envenenando hasta ahora… –La duda ofende, guapo.
–Es un decir, Mari. Llevo desayunando aquí desde hace años porque me encantan las tostadas que pones. Yo estaba contento con su calidad. Si hubiese querido un aceite extra ripitifú –y lo hubiese querido pagar–, me habría ido a desayunar al sitio ese de diseño que abrieron en la esquina con luces de colores y unas raciones que casi no se ven en los platos. –Ya. Ese no ha tenido que cambiar los precios de su carta. Bueno, ¿te pongo la tostada o no?
–¿Y las tazas de café también deberán ser no rellenables? ¿Y los platos y cubiertos del menú no reutilizables? Porque, claro, imagínate que se lavasen mal y me pudiese dar algo. –No des ideas, Paco, no des ideas.
–Y, encima, hacen esto después de habernos subido los impuestos y de que hayan bajado los salarios, para el que tiene trabajo, claro. Pues vaya forma de proteger al consumidor sacándole el dinero del bolsillo… –Tienes las mejillas más coloradas que cuando entraste, Paco. Déjalo estar o te va a sentar mal el desayuno.
–Que no, que no, que esto no puede ser, Mari. Todo el día sacándole los cuartos al ciudadano y diciendo, encima, que es por su propio bien. ¡Sabré yo lo que es mi propio bien! Vamos, lo va a saber un político mejor que yo… Como si poder elegir lo que quiero fuese peor para mí que no poder hacerlo. Es como cuando quisieron reducir el tamaño de las hamburguesas
–Mira, Paco, hay que ser prácticos. Si quieres, te sirvo la tostada al precio antiguo poniendo yo el aceite de la botella de la cocina, que esa aún no me la han prohibido. Esto me supone más trabajo por el mismo precio de antes pero te lo hago porque eres amigo. –Pues ¿sabes qué te digo? Que no. No veo por qué tienes que ser tú la perjudicada de esto. Se me han quitado las ganas de tomarme la tostada. Ponme mejor unos churritos.
–Vale, Paco, pues una de churros. –Vaya hombre, con la tontuna esta, se me ha enfriado el café…


Percival Manglano, exconsejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Chester Newman - José Luis Alvite

Chester Newman - José Luis Alvite

Al piano suele sentarse el entrañable Larry Williams, un tipo que en los ensimismados momentos de nostalgia, toca suave como si interpretase a Gershwin con las manos en los bolsillos. Larry se casó tres veces. De sus ex esposas, lo más íntimo que conserva son números de tres teléfonos cortados.Del bueno de Larry el pianista escribió en una ocasión el reportero Chester Newman: «Este tipo viajó mucho antes de recalar en el club de Ernie Loquasto.Nunca paró mucho en los sitios. Se dice de él que entraba en las ciudades buscando expresamente la salida. En un local nocturno de Baltimore todavía le recuerdan como el pianista que debutó con su última actuación. A sus pies les cuesta seguirle los pasos. Pero Larry tiene una memoria emocionada de las cosas y de los lugares por los que pasó. La noche que le conocí en el Savoy, su partitura en el atril era un mapa de carreteras».¿Chester Newman!, ¡Dios Santo!, el viejo reportero del Clarion lleva decenios contándoles a sus lectores los crímenes de la ciudad. Dice que un tipo es interesante cuando da que hablar o cuando hace sufrir. En una ocasión acudió al asesinato de un infeliz del que nadie sabía nada. A Chester le costó cubrir un puñado de párrafos con la historia de aquel desdichado. El colofón todavía hoy resulta de una expresividad indiscutible. Escribió Chester en el Clarion: «El caso es que el de ayer fue un crimen sin palabras, una noticia sin texto, algo así como haberle disparado directamente a mi papelera. La víctima fue un hombre irrelevante contra el que ni siquiera había una mala excusa para dejarle vivo. Nada más examinar el cadáver, el detective Fuller dijo que en un tipo así, lo único realmente interesante es el orificio de salida». 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Penumbra con salmuera - José Luis Alvite

Penumbra con salmuera - José Luis Alvite

Nuestras vidas son la recolección de hechos que recordamos por la sana emoción que significaron en su momento, pero son también el recuento de aquellas otras cosas que conmemoramos por el daño que nos hicieron, por el pésimo aspecto que tenían o por su penetrante mal olor. Hay en nuestros remordimientos una especie de poso olfativo que los hace duraderos, no en función de lo mal que hicimos entonces las cosas, sino por lo mal que aquellas cosas olían. Pero hay también una gratitud recordatoria al asociar ciertos niveles de placer con determinadas dosis de peste, como el que recuerdo hacer sentido al seguir con los ojos cerrados el ácido rebufo de la muchacha con el cuerpo aliñado con el sudor de algún esfuerzo acumulado,con las ingles marinadas después de un largo viaje en tren, baqueteada por el tedio y desalentada por la fatiga, los ojos diezmados por el cansancio, así y todo excitante y alimenticia, lascivo condimento, vietnamita poleo de lujuria, como aquella gitana de la que creí haberme enamorado porque al cruzar las piernas hacia el viento en aquel descampado me llegaban desde la comisura de sus entrañas –ováricas y capciosas–, la resina crustácea de su menstruación y aquel aroma urticario en el que se mezclaban en magnífico equilibrio el licor viscoso del sexo y la pulpa sobada del hocico de un perro que eructase el aliento grapado de un cangrejo. ¡Qué agradable escarmiento el de aquellos días de placer y de asco! Recuerdo que por San Bieito tía Pepita salía de la novena en Cambados y yo me quedaba de niño un rato husmeando en la penumbra de la iglesia la salmuera que dejaban en los bancos las labiales grupas tordas de las muchachas.Y gracias a aquello ahora sé que un mal olor no destruye la conciencia sin haber deteriorado antes la madera.