lunes, 31 de diciembre de 2018

El pollo rey y el gallo viejo - Raúl del Pozo

El pollo rey y el gallo viejo - Raúl del Pozo

UN DÍA DE LOS AÑOS 90 me llamaron de Zarzuela diciendo que me iba a recibir el Rey Juan Carlos. Cogí un taxi y me presenté en La Zarzuela. Esperé en una sala de madera hasta que me pasaron adonde esperaba el Monarca. Durante unos minutos viví una situación absurda. Me habían dicho que al Rey no se le debe preguntar ni decirle la verdad, y yo no hablaba, ni Juan Carlos tampoco. Sospeché que él había olvidado para qué me habían citado. Pronunciamos monosílabos confusos sobre el tiempo, sobre restaurantes y sobre Madrid, hasta que pensé que había que decir algo fuerte para llamar la atención de Su Majestad. Le dije de sopetón: "Señor, se ha dicho estos días que se había fugado a Suiza con Lady Di". Y el Rey, sin pensarlo dos veces, contestó: "Si Lady Di no tiene culo. La he visto en Marivent en bikini y te lo digo como macho: no tiene culo".
A partir de este momento la conversación fue disparatada, indiscreta, sorprendente, pero cuando terminamos de hablar y yo me iba, el Rey debió recordar por qué estaba yo allí y dijo con energía: "Cuando tengas que hablar algo relativo a mi hijo, el Príncipe de Asturias, llámame para confirmar la noticia aunque sean las dos de la mañana. Yo ya me he ganado el reinado, pero mi hijo tiene que ganárselo".
Al Rey lo que le preocupaba era el futuro de la institución tan expuesta a las abdicaciones, los exilios y las restauraciones. Recordé mientras salía de palacio que unos días antes yo había escrito que Felipe de Borbón estaba enamorado de Eva Sannum y había amenazado a sus padres advirtiéndoles de que era capaz de renunciar a sus derechos dinásticos si no le dejaban casarse con la modelo. Nunca olvidé aquel recado de Juan Carlos I y tampoco nunca creí aquello que escribió el guardaespaldas de Lady Di sobre el intento de Juan Carlos de seducirla ni las palabras de Diana de Gales diciendo que el Rey de España era un sobón.
Lo han destronado por su mala conducta, pero Juan Carlos sigue siendo la referencia universal de nuestra democracia
Siempre tuve presente aquella advertencia sobre su hijo y el inmenso cariño con que lo mencionó, y sobre todo lo tuve en cuenta cuando se ha sabido que la relación entre los dos ha pasado por momentos difíciles. En la historia de los reyes de Shakespeare suelen estallar celos y hasta guerras entre príncipes y bastardos, reinas y favoritas, y sobre todo, entre padres e hijos cuando está en juego la corona. Quizás hubo celos, complicados con el complejo de Edipo y el amor a la madre Doña Sofía, entre el pollo y el gallo viejo destronado. Dice Sancho, "el rey es mi gallo", pero cuando hay dos en el mismo corral se disputan el palo más alto del gallinero y se convierten en basiliscos, porque los dos simbolizan la arrogancia y la majestad.
Hubo incomunicación y recelo, errores de protocolo, necesidades de Estado y de apariencia y se intentó quitar de en medio, de las fotos y los fastos, al Rey cesado cuando en la calle se gritaba: "Hay que tumbar el régimen del 78", "no hay dos sin tres, República otra vez". Esta vez a la Monarquía-nómada, itinerante, se la querían cargar los nacional-populistas y la izquierda comunista que fue el gran apoyo de Juan Carlos en la Transición. Era un mal momento para desencuentros y disgustos entre padre e hijo. Los estúpidos áulicos siguieron desairando a Juan Carlos impidiéndole que fuera a veranear a Mallorca con la familia o borrándole del aniversario de la democracia. Luego, por fin, le dieron su sitio en la ceremonia del aniversario de la Constitución.

Motero, piloto de combate, golfo, ha sufrido accidentes en cacerías o practicando el esquí. Ha tenido cientos de amantes. Lo han destronado por su mala conducta, pero Juan Carlos sigue siendo la referencia universal de nuestra democracia, uno de los pocos reyes buenos de la Historia, un estadista heterodoxo y castizo, inteligente y cautivador. Y sobre todo, siempre ha amado a su hijo y ha trabajado por el futuro de esta institución. Me cuentan que está feliz. Va a las cacerías y sólo tira a pluma, ha abandonado las monterías y ya no mata elefantes. "La relación con su hijo es magnífica aunque le preocupen el futuro de la Monarquía y la inestabilidad de España. Cree que Felipe VI lo está haciendo muy bien".

lunes, 17 de diciembre de 2018

Casado resucita al PP - isabel San Sebastián

Casado resucita al PP - isabel San Sebastián

El centro-derecha vuelve dividido, aunque con fuerza, al escenario que abandonó hace una década
Frente a un Pedro Sánchez nervioso, de manos inquietas, vacuidad argumental revestida de verborreica solemnidad y actitud arrogante a falta de razones de peso, Pablo Casado apareció ayer en el Congreso como un político sólido, de convicciones firmes y discurso bien armado. No solo un gran parlamentario, capaz de hablar sin papeles como hacen quienes creen de verdad en lo que dicen, sino un auténtico líder, dispuesto a conducir nuevamente a su partido a las posiciones ideológicas que abandonó el marianismo en aras de un relativismo suicida.
El nuevo dirigente del PP propinó al presidente del Gobierno una paliza dialéctica de las que duelen. Lo derrotó en todos los frentes: el europeo, el económico, el nacional y el catalán. Mientras Sánchez, como es habitual en él, se refugiaba en la chulería, la vaguedad y un buenismo infantiloide, Casado desgranó un rosario de hechos inapelables. Le faltó una gran dosis de autocrítica, tal como le reprochó Albert Rivera, dado que la situación de ruptura a la que ha llegado España se debe en buena medida a los errores cometidos por el Ejecutivo de Rajoy, pero acertó en el fondo, acertó en el tono, acertó en el diagnóstico y acertó en el tratamiento. Si el discurso de Casado recoge el contenido de su pensamiento y expresa sus intenciones, si refleja la línea de actuación que está dispuesto a seguir a partir de ahora, prescindiendo de los peones que encarnan precisamente la posición contraria, cabe confiar en que de su mano resucite el Partido Popular que conocimos antaño, antes de que los complejos y la debilidad vaciaran de contenido sus siglas.
El centro-derecha vuelve por fin con fuerza al escenario que abandonó inexplicablemente hace una década. Regresa dividido en tres, pero regresa. Si la irrupción ruidosa de Vox en el panorama político ha producido ese efecto, bienvenida sea. Porque hacía tiempo que muchos españoles anhelábamos oír hablar de España con naturalidad, sin que nuestro patriotismo, homologable al de cualquier vecino europeo, fuese asimilado a posiciones fascistas. Hacía tiempo que ansiábamos escuchar en la sede de la soberanía nacional una refutación convencida y contundente de las tesis separatistas, más allá de las basadas en la mera conveniencia económica. Hacía tiempo que soñábamos con asistir a un debate en el que varias fuerzas pugnaran por representar mejor a quienes amamos a España, creemos en los principios que consagra la Constitución y exigimos que el Gobierno los defienda con todos los medios a su alcance, sin recular ante los dogmas impuestos por la dictadura de lo políticamente correcto; sin regresar una y otra vez a un «diálogo» absurdo y estéril, abocado a chocar contra un muro de supremacismo cada vez más envalentonado; sin claudicar ante las exigencias liberticidas del independentismo, como hizo Zapatero ante ETA; sin abandonar a su suerte a quienes, pese a todo lo ocurrido, siguen confiando en el Estado de Derecho. Ayer, después de mucho esperar, vimos al PP y Ciudadanos protagonizar brillantemente esa pugna, frente a un sanchismo impotente, enterrador del PSOE en Andalucía, echado en brazos del golpismo y rehén del populismo podemita, que balbucea frases copiadas de algún manual de citas y apelaciones al lobo de la extrema derecha, en lugar de cumplir con su obligación de gobernar. ¡Nunca es tarde si la dicha llega!

España ha reaccionado. Harta de agresiones, harta de provocaciones, harta de desafíos y de ofensas, la Nación ha recuperado la voz a través de los líderes orgullosos de representarla. Ahora falta que quien ocupa el poder merced a un pacto con sus enemigos permita hablar a la ciudadanía.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Los desacostumbrados - Manuel Jabois

Los desacostumbrados - Manuel Jabois

Si una persona le corta el clítoris a su hija de once años, o la obliga a casarse con un señor de cincuenta, o la mata, se le juzga no en atención a nuestras sagradas costumbres sino a nuestra sagrada ley
Si Pablo Casado estuviese rodeado de buenos asesores, o asesores sin más, o simplemente rodeado, alguien le habría hecho llegar el sábado un ejemplar de Yo tuve un sueño, de Juan Pablo Villalobos. Ese día, Casado pronunció una de las frases que marcan la vida política de una persona y veremos si la de un partido: “O los inmigrantes respetan las costumbres de Occidente o se han equivocado de país. (…) Aquí no hay ablación de clítoris, aquí no se matan los carneros en casa y aquí no hay un problema de seguridad ciudadana”. Ni de izquierdas ni de derechas, efectivamente, pero con dramático giro de guion.
Olvida Casado que si España permitiese eso, huirían también. La ablación del clítoris y la seguridad ciudadana son dos de los muchos motivos por los que los inmigrantes escapan de sus países: quieren entrar en España para que no les mutilen y para que no los maten en una guerra, amén de otras ventajas, ninguna de ellas fiscal.
Huyen no de sus costumbres, sino de sus anomalías, y lo hacen para dirigirse a una sociedad en la que los crímenes no son juzgados por Dios ni por terroristas, sino por los tribunales de justicia. En España, como sabe Casado, no se castigan las costumbres, se castigan los delitos. Por eso, si una persona le corta el clítoris a su hija de 11 años, o la obliga a casarse con un señor de 50, o la mata, se le juzga y se le mete en la cárcel no en atención a nuestras sagradas costumbres, sino a nuestra sagrada ley. Decir lo del carnero ya es directamente sacarse la careta y pisarla.
Al otro lado del Atlántico, el escritor Juan Pablo Villalobos ha construido una crónica sobre el viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos. Hay pocas cosas más idénticas que la desesperación y el miedo de un migrante. No es un ensayo, ni una ficción, ni enseña a pensar: sólo muestra. Se levanta sobre el testimonio real de 10 menores que no lo abandonan todo, sino que van en busca de lo que les abandonó a ellos, casi siempre sus familias. Es un libro corto y seco, quizás el libro que más se parece a su tiempo político y el que mejor explica las cosas, precisamente porque deja que se expliquen solas.
Uno de los niños cuenta el viaje frustrado de su madre a Estados Unidos; allí trabajaba para mandarles dinero, un dinero que las maras, en su país de origen, reclamaban para ellas. “Mi mamá trabajaba para pagarles a los pandilleros y por eso mi abuela se cansó y ya no quiso pagar y la mataron. Y también mataron a mi tío. Por eso mejor nos venimos. Kevin decía siempre que prefería morirse en México que en Guatemala. Siempre me decía: Nicole, prefiero morirme en el camino”.

La versión lujosa que Casado dio sobre la inmigración se contrapone, como tantas otras versiones lujosas de problemas que afectan a los demás, a la realidad. Pero cala, vaya si cala. Hay pocas cosas más peligrosas que una sociedad permeable a los delirios: una sociedad a la que se le inocula un miedo artificial. Por eso el peligro de la ultraderecha no es su existencia, sino la resistencia a definirla como lo que es, asumir su agenda hasta elevarla al centro del debate y homologarla como pieza parlamentaria de utilidad. Citar como ha citado Casado literalmente el “no hay sitio para todos” o esgrimir la falacia del aprovechamiento de las “ayudas sociales” coloca al PP más cerca de costumbres antidemocráticas que de la ley, y es sabido que quien hace eso se equivoca de país, por el bien del país.

Juego de patriotas - Juan Manuel de Prada

Juego de patriotas - Juan Manuel de Prada

Con patriotas como estos se hacía antaño un patio de Monipodio como de perlas; y hogaño se hace un «gobierno bonito» y paritario
Afirmaba Julio Camba que en España hay muchas personas de cuyo patriotismo no tenemos otra noticia que las gallinas que se engullen, las copas que se sorben o los cigarros que se fuman. A estas formas de falso patriotismo habría que añadir la de aquellos de los que no tenemos otra noticia que los euros que escaquean. El gobierno del doctor Sánchez, por ejemplo, es un parque temático de este tipo de patriotismo: tenemos a Pedro Duque, el ministro astronauta, que después de saltarse alegremente la ley de gravedad, decidió saltarse todas las leyes fiscales; tenemos a Isabel Celaá, la escamoteadora de Villas Meonas; tenemos a Nadia Calviño, que baraja los testaferros como si fuesen naipes; tenemos a María Luisa Carcedo, más experta en dietas que el dómine Cabra… Y tenemos a Borrell, al que hay que echar de comer aparte.
Con patriotas como estos se hacía antaño un patio de Monipodio como de perlas; y hogaño se hace un «gobierno bonito» y paritario. Entre toda esta olimpiada de ministros patriotas ninguno nos causa tanto pasmo como Josep Borrell, de quien podría decirse aquello que Talleyrand decía de su rival Fouché: «Desprecia tanto a la Humanidad porque se conoce bien a sí mismo». En Borrell, sin embargo, todo el mundo ve, misteriosamente, un nuevo Talleyrand al que se concede licencia para perpetrar todo tipo de trapisondas, desde las más veniales hasta las más gruesas. Así, por ejemplo, se le perdona la pantomima que montó en el Congreso, a costa de un escupitajo fantasmal que exageró como si lo hubiesen nevado a gargajos. Y se le perdonan sus lastimosos devaneos con ese poderoso caballero «que da y quita el decoro / y quebranta cualquier fuero». Ya antes de que fuera ministro, se supo que Borrell había sido palomo en un chirlata de interné, donde primero le excitaron la avaricia y después le madrugaron una fortuna. Y ahora sabemos que hizo un birlibirloque muy patriótico con acciones de una compañía que administraba, al saber que estaba a punto de quebrar (y, según se cuenta, la información privilegiada se la pasó otro patriota como la copa de un pino, entonces presidente de la compañía en quiebra y hogaño secretario de Estado).

A todos estos lastimosos enjuagues, que delatan al hombre patéticamente corroído por el gusanillo de la codicia, añade Borrell una ejecutoria grimosa como ministro, con episodios de indolencia y chapucería superlativos, como el reciente fiasco de Gibraltar. Pero todo este ramillete de fechorías se le perdona a Borrell porque se le tiene por un gran defensor de la unidad de España, que al parecer consiste en dejar España hecha una escombrera, a merced de especuladores y garduñas bursátiles, mientras nuestro dinero toma las de Villadiego. Pero lo cierto es que Borrell no cree en la unidad de España, sino en el blindaje del Estado-Leviatán al servicio de la plutocracia europeísta. Alguien que, en contra de la estelada (bandera inventada a medias), enarbola la bandera de la Unión Europea (que es una invención completa), como hace Borrell, demuestra que no ve en España una patria digna de ser amada, sino un engendro artificial, un Frankenstein putrefacto que sólo puede despertar aborrecimiento entre quienes aún no tengan tupidas las meninges por el patrioterismo pauloviano. Pues esta visión hórrida de España, contraria a su historia y tradición política, contraria a su realidad biológica y espiritual, es la mayor fábrica de independentistas que uno imaginarse pueda. Sólo el patrioterismo pauloviano puede tener por paladín a Borrell, quien podría ostentar como lema aquellas palabras que Pío XI dedicó al dinero apátrida, que allá donde encuentra su provecho funda su patria: Ubi bene, ibi patria est.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Gordos fuera - David Torres

Gordos fuera - David Torres

Durante varias horas, ayer martes, planeó la noticia de que la Conselleria de Sanitat de Valencia había prohibido la incineración de cadáveres con obesidad mórbida, con lo que daba la impresión de que los pobres gordos moribundos deberían ir pensando emigrar a Murcia o a Albacete justo antes de su deceso. La noticia sonaba rara incluso para Valencia, que es una tierra propensa a los fenómenos paranormales: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Terra Mítica, la visita del Papa y cosas así. No se entendía que la grasa, con lo bien que arde, fuese vetada en la patria de Las Fallas y más o menos en la misma costa donde Chirbes ambientó una novela llamada precisamente Crematorio. La muerte nos iguala a todos excepto a los gordos.
Al rato, alguien en la Conselleria reaccionó al revuelo mediático y dio marcha atrás al veto, especialmente cuando se hizo público que el motivo de la prohibición era la elevada cantidad de combustible requerido para incinerar a un gordo y lo que iba a contaminar luego el medio ambiente. El comunicado de Sanidad especificaba además que la cremación de corpachones demasiado voluminosos podía generar problemas técnicos en las instalaciones, una excusa que parecía calcada de Ryanair y sus tarifas abusivas por exceso de equipaje. Verdaderamente, el concepto de que un gordo a la parrilla gasta un montón de cerillas, cuesta mucho quemarlo y produce más humo que tres flacos de una tacada da una idea de lo necesarias que son las Consejerías, por no hablar de ciertos consejeros.
Esta noticia mortuoria se corresponde en el plano vital con el desafío médico propuesto por el municipio de Narón, en el que el pueblo entero (39.000 almas, el 40% de ellas con sobrepeso) se ha comprometido a bajar cien mil kilos de peso en dos años. Se trata -dicen las autoridades responsables- de promover el ejercicio y fomentar hábitos saludables de alimentación, pero qué quieren que les diga, a mí eso de suprimir los gordos del paisaje urbano me suena a totalitarismo, igual que lo de pesar los muertos, como si para acabar en un tarro de ceniza tuviesen que desfilar primero por la Pasarela Cibeles. Ni siquiera Hitler, cuya plana mayor estaba formada mayormente por esqueletos en diversos estados de descomposición, consiguió que adelgazara el mariscal Göring.
Una tarde que no tenía otra cosa qué hacer, zapeando por esos canales perdidos de la televisión profunda, di con un reality increíble titulado Mi vida con 300 kilos. Tuve que frotarme los ojos cuando comprobé que el título no era una hipérbole y que allí había pacientes que arrastraban su propio campo gravitatorio. Prácticamente todos ellos se concentran en Estados Unidos, quizá por la mala alimentación o porque, como dice mi mi amigo Jesús Llano: “No hay gordos en Etiopía”. Salían una madre y una hija que pesaban entre las dos más de media tonelada y cuya dieta principal consistía en una especie de bocadillo de ensalada. La hija había mejorado la receta original envolviendo filetes empanados de cerdo en unas enormes hojas de lechuga. No entiendo cómo lograron engañar a la báscula, pero al cabo de unos meses ambas habían perdido ciento y pico kilos, una proeza alucinante cuando pienso en lo que me costó a mí bajar de los noventa. “No estoy gordo, estoy fuerte” o “No estoy gordo, soy de pecho bajo” son algunas camisetas que podía haber llevado entonces, aunque me hubiera gustado más una que dijera “No estoy gordo, estoy cerca”.
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jueves, 8 de noviembre de 2018

La moto de Pedro Sánchez - David Torres

La moto de Pedro Sánchez - David Torres

¿Qué es robar un banco comparado con el Tribunal Supremo? El órgano máximo de la judicatura acaba de darle un nuevo empujón a la famosa máxima de Bertolt Brecht, según la cual todo lo que pueda extraer un ladrón de un banco siempre será en defensa propia y además tiene cien años de perdón. Hace unas semanas, el Supremo pegó un gatillazo espectacular tras follarse a la banca en una sentencia sobre el impuesto hipotecario. Fue un caso único tanto en la literatura médica como en la judicial, ya que había que rastrear con lupa para encontrar un caso semejante de gatillazo post-coitum, incluidas la retirada del semen a la bolsa escrotal y disculpas públicas al respetable que aquella noche llenaba la sala porno.
Fue Bismarck, el imponente canciller alemán, quien advirtió que nadie obedecería las leyes ni comería salchichas si supiera cómo se hacen unas y otras. Estas últimas semanas, el pueblo español no sólo ha tenido un atisbo demasiado explícito de cómo se cocinan los apaños judiciales sino que además ha visto a través de la rendija del dormitorio cómo se daba la vuelta a la tortilla y al final era la banca la que se follaba al Tribunal Supremo. Sin condón ni medidas de protección sexual ni métodos contraceptivos: a fondo, a pelo y hasta la última gota. Perdonen los detalles y las disculpas, pero así es la banca, digo, la vida.
Nada más conocerse la decisión, Pedro Sánchez anunció que arreglaría los desperfectos gracias a una maniobra inédita en la sala de máquinas: ya que el poder judicial se había atascado en plena jodienda, Sánchez, desde el timón del ejecutivo, bajará hasta la sentina del legislativo para hacer los arreglos pertinentes. Con lo fácil que sería eliminar el impuesto y agilizar los trámites hipotecarios al estilo sueco, tal y como sugería Rikard Anderson en este mismo diario, es decir, obligar al sector financiero a que cumpla su función social a la hora de conceder un préstamo. Sánchez, en cambio, en previsión de que la banca vuelva a cargar los costes a lomos del sufrido contribuyente, ya ha untado de vaselina su filípica apelando para que esto no suceda a “la responsabilidad del sector financiero”. Como siempre, el psocialismo en España consiste en vender una moto, descubrir los problemas treinta años tarde, señalarlos con mucho escándalo y dejarlos luego en el mismo sitio. El impuesto hipotecario es como el cadáver de Franco, putrefacto, maloliente e inamovible.
Sánchez es un tipo que sale indemne de cualquier batacazo, incluso apuñalamientos por la espalda, así que tampoco se espera que en esta ocasión se haga mucho daño. Ha subido a la palestra igual que Evel Knievel, aquel legendario motorista de acrobacias que saltaba por encima de ristras de automóviles, murallas de fuego, hileras de autobuses y piscinas llenas de tiburones. A lo largo de su dilatada carrera y a través de diversos y vistosos accidentes, se fue rompiendo la pelvis, el fémur, la cadera, el cúbito y el radio hasta acabar ingresando en el Libro Guiness de los Records como el hombre con más fracturas de hueso contabilizadas en el planeta: 433 para ser exactos. Knievel dijo una vez que cualquiera puede saltar con una moto, el problema llega a la hora del aterrizaje. Sus motocicletas no salieron tan bien paradas como él, pero tranquilos, que en este caso la moto somos nosotros.
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domingo, 28 de octubre de 2018

20 años de erecciones - Jesús Ruíz Mantilla

20 años de erecciones - Jesús Ruíz Mantilla

NACIÓ COMO un fracaso. Lo que se intuía como un simple alivio fue una revolución. Así surgió el Viagra. Fue un efecto secundario que se convirtió en una descarga de felicidad universal al llegar hace 20 años a las farmacias. Y a las alcobas. Cuando sus precursores, comandados por el ­premio Nobel estadounidense Robert Furchgott, buscaban remedio a las enfermedades cardiovasculares con el sildenafilo, se dieron cuenta de que apenas ­producía efectos sobre la angina de pecho, pero sí de bulto en el pene de quienes lo tomaban. Apesadumbrados pero medio sonrientes, intuyeron que podían alargar muchos sueños…
Uno suele rehuir la entrada en los hospitales. Cada cual tiene sus razones. Pero el deber llama para el aniversario de los 20 años de la llegada del viagra a España y ahí que nos presentamos en el 12 de Octubre para consultar al doctor Javier Romero Otero. Es toda una autoridad en urología. Cuando lleva cinco minutos de conversación específica, divulgativa, directa y adornada a base de dibujos instantáneos con todo tipo de vasos sanguíneos y aparatos reproductores bien marcados sobre el folio en blanco, mira de reojo y tira diagnóstico:
—En los años en que se ha asentado el viagra, aparte de la disfunción eréctil, ha cambiado el paradigma de otras enfermedades, como las cardiovasculares. Quienes presentan síntomas de lo primero es muy probable que en dos años o así puedan padecer problemas de corazón. Así que quienes llevan vida sedentaria y van sobrados de peso quedan sobre aviso…
Agradecida la prevención, fuera del despacho recapitulamos: ¡el viagra fue la bomba! Lo han comprado 66 millones de personas en todo el mundo, según el laboratorio Pfizer, y solo en España, calculan, ha favorecido 50 millones de relaciones sexuales desde su aparición. La marca pionera se forró inicialmente: de los 100 millones de dólares previstos para el primer año pasó a 1.000. Resultó ser el primer potenciador a escala global. Luego se le unieron otras marcas con distintos efectos y fórmula —Levitra, Cialis…— para elegir lo que más convenga. Incluso los genéricos en los últimos años, a un precio mucho más asequible, junto a los timos por Internet. Aunque en Pfizer ahora afronten el bajón por culpa de un mercado mucho más variado, el laboratorio ya ha pasado a la historia como pionero.
Además, con el tiempo, el medicamento mutó también hacia sus propósitos iniciales y transformó el diagnóstico de la disfunción eréctil. Lo hizo pasar del terreno de la enfermedad psicosomática al campo coronario de nuevo, porque comenzó a verse como síntoma de problemas cardiovasculares.
Bien… Si es así, ¿por qué, tal como cuenta un varón activo con 70 años —nadie quiere dar nombres a su experiencia en este reportaje, salvo los expertos—, los de su quinta aún tienen reservas para probarlo? Más si, como dice Ramón Abascal, urólogo también del hospital Central de Oviedo, “está claro que la medicina ha dado más gustos que disgustos”.
Este hombre de 70 años anduvo sin ayuda hasta los 62. “Empecé a fallar en 2012”. Por entonces tenía pareja estable, pero como monógamo propiamente no se le puede calificar. Ahora tampoco abusa, aunque lo ha probado casi todo en el campo de la disfunción, aparte del Viagra: “Todos producen el mismo sofoco. Pero para relaciones estables viene mejor el Cialis. Mientras que para esporádicas, el Levitra”, aconseja hecho todo un oráculo. “Aunque, bueno, yo con cuatro o cinco veces a la semana voy que chuto, no soy de los que andan dando el salto del tigre”.
¿A la edad que tiene? Inevitable recordar a Luis Buñuel cuando en sus memorias confiesa que estaba deseando llegar a ciertos años para librarse de la tiranía del deseo: ¿Qué hubiera sido del maestro en la era del viagra? Misterio.
Sin embrago, con nuestro amigo septuagenario se impone la naturalidad sin aditivos doctrinarios ni traumas oscuros. Pertenece a una generación que creció preparándose para que un día la fiesta se acabara. Había que aprovechar lo máximo entre los huecos que dejaba la mala conciencia de las primeras masturbaciones con obligada penitencia de confesión, una expectativa de matrimonio y el ocaso. Él ha tratado de rebelarse contra esa hoja de ruta. Por eso, cuando conoció el invento que en octubre de 1998 se introdujo en España, lo recibió como un milagro.
En España han tenido lugar 50 millones de coitos gracias al viagra, calcula el laboratorio Pfizer
Aquel primer año batió marcas pese al precio: se vendieron 1,5 millones de pastillas a 7.000 pesetas (42 euros) la caja de cuatro unidades de 50 mg. Una buena acogida para un país en el que se calculaba que dos millones de hombres sufrían disfunción eréctil. Las ventas aumentaron el año siguiente a velocidad desaforada, con un incremento del 60% en los siguientes 12 meses. Nada más aparecer, como quien dice, entre 40.000 y 50.000 españoles optaron por probar. “Ha cambiado la vida de mucha gente. Hablan de jóvenes suficientemente preparados, pero resulta que ahora los jubilados también nos sentimos suficientemente preparados”, comenta nuestro setentero. “A mí el viagra me ha venido muy bien. Me ha aportado mucha seguridad, por eso me resulta raro que a algunos de mi quinta les produzca reparo, sientan que si lo toman les puede dar algo. Claro que a muchos los comprendo. Cuando llevas 35 años casado, a lo mejor lo que falla es la libido, no otra cosa. Y no es que yo sea Tarzán, a ver si me entiendes. La perspectiva que te pone por delante es como la de las nuevas tecnologías. Uno no queda condenado. Con este invento, a cierta edad, tú decides cuándo parar, no tu cuerpo”.
Lo llamativo es cuando aparecen datos de consumo precoz. El remedio, que se había concebido para edades avanzadas, se extiende sin freno entre los jóvenes. Una paradoja implícita a su descubrimiento como efecto secundario.
Así como el equipo de Furchgott entendió su eficacia contra la disfunción eréctil y se olvidó de su propósito inicial, los veinteañeros y treintañeros lo utilizan como un seguro infalible ante las sorpresas inesperadas de la noche en edades donde debería instalarse la despreocupación. El viagra ha roto las fronteras de la edad, aunque este aspecto espante a los médicos, a los sexólogos, a los responsables de la salud pública. Fue también una prueba. Después pasó a ser un hecho. Ahora, entre muchos menores de 40 se ha convertido en hábito.
“Hoy cualquier buen camello contemporáneo que se precie ofrece viagra como mercancía junto a otros productos”. Lo comenta un catalán de 40 años con trabajo nocturno que comenzó a probarlo a los 31. “Me lo ofreció gratis un familiar que era visitador médico”, confiesa. Aquello tenía visos de parecer un test de mercado premeditado. Él empezó en plan lúdico con el Levitra. “Era mucho más agresivo que el Cialis, con el que estoy ahora. Viene bien para las primeras citas, cuando no conoces a la persona. Por una cuestión psicológica. A la segunda o tercera puede que ya no te haga falta. Lo que más me gusta es la erección continuada, en plan extended version, y que puedes liberar tu cabeza de la presión. Elimina el pudor, te hace sentir más viril”.
Aunque también, en lo que afecta al Levitra, dice, hay que andar con ojo. “Los efectos no deben llevar a engaño ni a que crean que eres un superhéroe. Al fin y al cabo, es una forma de doparse que te hace muchas veces sentirte confundido. ¿Es esto real?, te preguntas. Y no sabes responderte bien”. Por si acaso, nuestro trabajador nocturno confiesa poco a la otra parte si se mete la dosis o no. “Aunque cuando ya vas cogiendo confianza lo puedes llegar a comentar: ‘Esta noche, pastillita, ya verás’. Como una forma de amor incluso, de generosidad compartida y complicidad dentro del juego de pareja”.
No es lo que algún médico le ha dicho a otro hombre de 64 años que quiere compartir su experiencia: “Un urólogo me contó que al recetarlo en consulta contrastaba la sonrisa de ellos con la cara de terror de ellas, calibrando quizá cierto exceso de pasión”. Él lo probó hace siete años porque los efectos secundarios de otro medicamento le producían bajón. “Fue poco tiempo, pero muy útil. Soluciona el problema cuando se presenta. Ahora, desde luego, puede producir un priapismo sospechoso. La mujer con la que estaba entonces lo detectó. Pero he de decir que venían a ser erecciones nada molestas. Un descubrimiento, vamos. Para mí, el viagra ha sido un pequeño hito que ha hecho feliz a mucha gente. Te metes algo para poder llegar a más lugares y conocer otras cotas. De hecho, supongo que también habrá dado pie a muchas infidelidades, aprovechando las ganas”.
Infidelidad, maldita palabra. O viceversa. Casi integral, específica e identitaria dentro del mundo gay. Como tal se define quien nos ofrece el siguiente testimonio: 58 años y jamás osó acostarse con una mujer. “Como dicen mis amigos norteamericanos, soy un gay gold star”. Por no dar, no debió ni consentirle un beso a su única novia cuando ambos tenían 21 años: “Le dije: ‘Mira, no. Me gustan los hombres”. Y eso no se estilaba mucho en el pueblo norteño donde creció. Quizá por eso no le costó apenas adaptarse al ritmo de la capital. “Los gais, ya sabes: primero follar y luego ya, si eso, hablamos”. El sexo es el centro. Y en su caso, la penetración activa es fundamental. La única opción. “En eso pesa la infancia en el pueblo. Es cuestión de educación. Nos sentimos más machos. Nosotros la necesitamos; un pasivo, no lo creo. En mi generación esa distinción era importante. Ahora no tanto. Son mucho más versátiles”.
Comenzó a tomar las píldoras por recomendación de un psicólogo. “Los homosexuales de mi quinta somos algo neuróticos. Todo se encadena. La inestabilidad lleva al alcohol y de ahí a la disfunción. Comencé a tomar las pastillas y me producían náuseas, dolor de cabeza. Llegan los problemas de orgullo. Y, claro, también si se lo comentas a tu pareja, él puede pensar que puede ser un problema suyo, que no te excita o atrae lo suficiente. Al contrario también. Si tienes un amante más joven y casado con una mujer, como es mi caso, no se lo digo. ¿Dónde queda la autoestima?”.
Para él, la diferencia entre tomar y no tomar afecta. Prefiere seguir disfrutando del juego. “No someterme todavía a la eutanasia sexual, como dice un amigo. Pero tampoco me frustraría perder el deseo. Dejé de fumar, dejé de beber y ya no practico sexo tanto como practicaba. El tiempo lo lleno cocinando o yendo al cine”.
“Lo que más me gusta es que elimina el pudor y la presión, te hace sentir más viril”, comenta un hombre de 40 años
También parece cierto que en el mundo gay el efecto de una pastilla nunca se desaprovecha. “La urgencia la resolvemos sí o sí. Sabes que entras a las cinco en una sauna y puedes salir a las nueve de la noche. Siempre encuentras algo. Por no hablar de las aplicaciones. Yo no soy muy aficionado porque están acabando con los sitios de ambiente. Pero para un apretón sirven”. Otro aspecto donde aprecia el declive de esos locales es en una afición que no se daba entre los de su generación: “A los gais de mi edad no nos gustaba el fútbol, pero ahora entras en cualquier local de Chueca y están poniendo un partido. Hay sitios en los que, cuando aparezco, salto: ‘Pero ¿qué bar de maricones es este?”.
Puede que dentro del mundo gay se hable tanto de sexo como de sexualidad. Ana Flora Álvarez, terapeuta sexual, sabe por sus trabajos de campo a diario que entre los heterosexuales no ocurre. “Sobre todo, entre los hombres. Nosotras sí tratamos la sexualidad. Si supieran que la mayoría de las mujeres somos clitorianas antes que coitales, necesitarían menos viagra y lo reemplazarían por más trabajo de boca y manos”. También tiene reproches para ellas: “La masturbación no se da con la frecuencia ideal en las mujeres. Si no conocemos bien nuestro cuerpo y nuestros puntos erógenos, tampoco podremos transmitírselo a ellos”. Se cansa de advertirlo en sus terapias de grupo o sus reuniones de tupper sex, con todo tipo de artilugios propicios para la fantasía táctil.
Para fantasías, Estefanía, pocas. Lleva 20 de sus 51 años ejerciendo en la calle por el centro de Madrid. Su clientela oscila entre los veinteañeros y los octogenarios. En el bolso mete cada mañana preservativos y viagra. “La consigo porque me la procura un farmacéutico a cambio de un servicio”. Lleva mucha rabia encima. Desde niña: “Yo que no quería hacer el amor salvo con la persona que realmente quisiera, mira dónde he acabado”. En el oficio, dos hijos muertos y enterrados lejos y otro al que mantener. “No hace nada en la vida, pero si no le mando dinero y no me quiere hablar, yo ni duermo”. Así sobrevive ella amargada, pese a que muchas veces, más que sexo, lo que procura es psicología: “Lo del viagra muchas veces es cabeza. Los jóvenes van a lo que van, pero con las personas mayores hay que tener paciencia. Contratan el servicio, se toman la pastilla, se dan una vuelta y regresan. Muchos tienen esposa, por no contar casi todos, que yo les digo: ‘Si usted tiene su mujer, ¿a qué se viene acá?’. Me dicen que por morbo, así que yo les finjo. En la calle hay hombres que no le dan importancia a la belleza, sino al trato”. Aunque también abundan peligros: “Algunos viejos que con el viagra exigen hacerlo a pelo porque creen que sienten más profundo. Yo jamás trabajo así. Es para darles un cuascazo”.
Para pocos trotes anda este nuevo invitado a compartir sus experiencias con 65 años. Accede con gusto, porque presume de ser un experto provisto de 10 dedos y lengua. En su caso, el exceso de alcohol y drogas le llevaron demasiado pronto a tener problemas: “Con 45 años me di cuenta de que no me respondía bien ese amigo con quien tan maravillosamente me había entendido siempre: mi pene”. Un psiquiatra le dio el remedio. “El deseo no había desaparecido; las ganas, menos”. Pero el efecto tampoco fue tan deslumbrante como para otros: “Me dio confianza, pero el sexo, a veces, pasaba sin pena ni gloria”. Lo tomaba a hurtadillas. En alguna ocasión, precipitadamente. “Entonces me veía abocado al bendito onanismo. Otras funcionaba como un enorme afrodisiaco. Ahora ando retirado; si vuelvo a encontrar pareja, recurriré de nuevo a ello y dejaré mi vida de ermitaño”.
Si no fuera porque esta mujer de 52 años residente en Cataluña empujó a su pareja hacia el viagra, también él llevaría quizás una existencia de retiro. Pero ella siempre confió en el poder de la pastilla para prolongar sus relaciones, aunque tuviera sus decepciones: “Al abrir el maletero del coche de mi exmarido, descubrí bajo la alfombrilla esa que cubre la rueda de repuesto un paquete de Viagra. Si lo utilizó conmigo, no lo noté. Puede que fuera con otras…”. Aun así, no le tomó manía al medicamento. Al contrario, una vez divorciada y metida en otra relación, decidió utilizarla como regalo. “Mi pareja me invitó a un fin de semana romántico en las montañas. Era un poco chapado a la antigua. Yo no tenía ni idea de si lo había utilizado o no, el caso es que a mí él me encantaba y estaba decidida a disfrutar de su compañía”.
Fue a la farmacia y se asesoró. La noche pedía cena íntima y descorche de vino. “Te traigo un detalle, ábrelo”. Había envuelto el paquete casi con lazo. “¿Qué es?”, preguntó él. “Lo que llaman el éxtasis de la vida”, respondió ella. Se lo explicó con tacto, por si acaso se sentía ofendido en su virilidad, y él aceptó. Cuando llevaban una copa de vino y se disponían a servirse la segunda, él frenó. El alcohol estaba contraindicado para los efectos. Así que agua. Bailaron… “Entonces yo noté que aquello hacía efecto”, comenta ella, “por el roce”. Aun así, yo me di cuenta de que la cara le cambiaba de color. Siguieron, pero al entrar la madrugada el tono rojillo de los calores era morado: “Como el del vino tinto. ¡Coño! Me asusté. ¡Ay, Dios…!”. Para colmo, se le había inflamado un testículo.

Pero no entraron en pánico. Se fue al baño, leyó los efectos secundarios y se calmó. No le hizo ni caso a los síntomas. La experiencia había merecido la pena: “Había roto su apatía y descubierto una especie de fuego interior que permanecía apagado. Le salió el hombre”, comenta ella. Ni discutieron la conveniencia de seguir o no seguir tomándola. Aquello rompió un tabú en él y abrió un mundo para esta mujer madura que, con un divorcio a cuestas, tiene toda una segunda vida de plenitud por delante. 

domingo, 21 de octubre de 2018

La importancia del origen - Juan José Millás

La importancia del origen - Juan José Millás

Leo con sorpresa en El País que el 80% de los fabricantes de fármacos se encuentran en India o China. Me pregunto si no debería ponerlo en las cajas, como figura en las etiquetas de la ropa. Fabricado en Hong Kong. No es lo mismo tomarse un ibuprofeno que viene de aquí al lado que uno procedente de Pekín. El de Pekín tiene que hacer más efecto, al menos en espíritus impresionables como el de un servidor. No he estado en China (o sí, ahora no caigo), pero me pasé la infancia aprendiendo a hacer sombras chinescas y más tarde leí la saga de Fu Manchú, personaje que me dejó marcado en esos años que con el tiempo devienen en la patria del hombre. Antes de ponerme a escribir este artículo me he tomado un ansiolítico que quizá esté fabricado en Bombay. También Rudyark Kipling, nacido en esa ciudad cuando pertenecía al Imperio Británico, nos dejó una huella que se prolonga en nuestros hijos y nietos a través, por ejemplo, de El libro de la selva. La idea de un Lorazepan Normon ranurado procedente de aquellos parajes resulta muy excitante, aunque lo utilicemos, paradójicamente, para tranquilizarnos.
El caso es que una vez más la literatura y la farmacia se encuentran. De joven no era capaz de ponerme a escribir sin haber ingerido un par de optalidones con un café bien cargado. El optalidón de entonces era maravilloso, aunque estuviera fabricado en Fuenlabrada, que cae a dos pasos de mi domicilio. Nunca pensé en esto, en el lugar del que procedían los medicamentos. Me viene en consecuencia a la memoria aquella canción que empezaba así: "Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes". Mamá, yo quiero saber de dónde son las anfetaminas. De súbito, tengo una necesidad imperiosa (necesidad imperiosa, no se lo pierdan) de conocer el origen de los jarabes con codeína que tanto y tan bien me han ayudado a descubrir los otros costados de la realidad.

Curiosamente, lo primero que hago al abrir una novela es localizar su origen. Me fascina esa leyenda según la cual "este libro se terminó de imprimir en los talleres Equis situados en la localidad Tal el 20 de junio de 2018". Por ahí los empiezo. Me sorprende que jamás haya empezado por el mismo lugar las medicinas.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

“Una adopción fallida es lo más parecido a que se te muera un hijo” - Manuel Jabois

“Una adopción fallida es lo más parecido a que se te muera un hijo” - Manuel Jabois

Un 2% de los 70.560 procesos realizados en España desde 1996 ha terminado mal
Sucedió en España. Después de un largo proceso, una pareja cumplió su sueño de tener una hija. La adoptaron en Ucrania cuando ella tenía dos años. Desde el principio su madre vio que la niña no se conseguía adaptar ni a un nuevo país ni a una nueva familia. Sentía cada día el sufrimiento de la niña, que creció rebelándose contra todo y contra ella misma. Su madre decía de ella que era como una mariposa encerrada en su crisálida, que solo se podía ver e intuir porque permanecía aún encerrada sin poder volar. Durante años, la mujer trató de que su hija la quisiese y de que viese que aquella casa era un hogar y aquella familia la suya. Fue en vano; a los 16 años la chica se suicidó. Lo hizo “harta de no encontrarse”, según le contó su madre a la escritora Yolanda Guerrero. La mujer nunca dice que su hija murió: su hija “se fue”, y lo hizo para dejar de ser crisálida y convertirse por fin en una mariposa libre. La que lleva su madre desde entonces tatuada en el tobillo.

La niña contaba 12 años cuando se le diagnosticó trastorno del apego, habitual entre niños abandonados. Tenía dificultades graves para dar y recibir afecto, a causa de experiencias emocionales traumáticas durante el primer año y medio de vida. Fue tarde para ella y para sus padres. Guerrero publicó el año pasado El huracán y la mariposa (Catedral). La autora, periodista de EL PAÍS durante más de 20 años, ficcionó una adopción fallida, algo que ella vivió personalmente. Prefiere no hablar de su caso (“hubo dos personas en esa historia, dos ya adultas, yo soy solo una de ellas”), pero sí refiere a este periódico varias adopciones con las que trazó su historia tras documentarse. En su novela, por ejemplo, cuenta la historia de una madre que adopta a una niña de siete años que desenvuelve, con el tiempo, un odio enfermizo hacia ella, a la que empieza a atacar y golpear cuando crece. Está basada en una historia real, la de la desesperación de una mujer que, rendida, prefiere que algún día su hija la mate antes de abandonarla de nuevo. Hasta que su psicólogo le hace ver que el crimen también arruinaría para siempre la vida de su hija. Entonces se dirige a la Administración y pide que se hagan cargo de ella.
Con esta historia Guerrero rompió un silencio y un estigma: el de las adopciones que salen mal, un porcentaje ínfimo en el total de los procesos que se llevan a cabo en España. Según el Observatorio de la Infancia, 70.560 menores fueron adoptados en España (54.000 en el extranjero) entre 1996 y 2016; de esas adopciones, explica Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla, alrededor de 1.440 fueron fallidas. Un porcentaje de un 2% en España, cuando en Europa asciende al 4% y en Estados Unidos llega a ser del 10%. Los menores regresan entonces a los centros a la espera de una nueva adopción, cada vez más complicada.
Llamada por el título, El huracán y la mariposa, la madre con una mariposa tatuada en su tobillo contactó con Guerrero. No fue la única. El año pasado, en la librería Teseo de Fuengirola, un hombre de unos 60 años cogió el micrófono en la presentación del libro y contó su experiencia: su mujer y él adoptaron a dos hermanos que también padecían, sin saberlo sus padres adoptivos, el trastorno del apego. La familia vivía en un pequeño pueblo. De puertas afuera, era la familia ideal; de puertas adentro, un infierno que finalmente desbordó la puerta de casa. Los episodios violentos de los ya adolescentes hicieron que el pueblo, y su propia familia, diesen la espalda a los padres “por no saber educarlos”. El hombre terminó su intervención llorando: “Los culpables sois vosotros, nos repetían”. Su mujer cayó en el alcoholismo y él en la depresión. Se acabaron marchando del pueblo.
El trastorno del apego es habitual entre niños abandonados
“La adopción”, advierte Jesús Palacios, “es uno de los mejores y más potentes recursos de protección infantil. Lo bien que ha cambiado la vida para los padres y para los niños es indescriptible”. A raíz de la fallida adopción de la niña india, entregada a la Administración por sus padres tras comprobar que tenía 13 años y no siete como les habían dicho, los medios han puesto el foco (también este) en las adopciones que no funcionan. Pero estos casos, repite Palacios, representan el 2% del total. Eso no quiere decir que los procesos de adopción sean historias siempre “maravillosas”: son “historias de educación, de crecimiento”.
Una idea ingenua
Ana Fernández Manchón, psicóloga clínica que lleva más de 20 años atendiendo a familias que han adoptado hijos, dice que cuando un proceso de adopción se interrumpe, con lo que más se ha encontrado “ha sido con familias poco preparadas y poco sostenidas”. “Familias que no conocían realmente lo que era una adopción, que tenían una idea ingenua y ligera del proceso. Se encontraban con una realidad que no podían asumir. Y tampoco encontraron a tiempo apoyos de profesionales o de la propia red familiar”.
Yolanda Guerrero señala algo en lo que mucha gente cae: ni adoptar es un acto de caridad, ni los niños tienen que estar agradecidos. “A veces te encuentras con noticias referidas a hijos adoptados y escuchas, muy habitualmente, comentarios del estilo 'fíjate, con lo que hicieron sus padres sacándole de este y otro sitio. Eso no es así”. La psicóloga clínica Montse Lapastora, una profesional con años de experiencia en adopciones a sus espaldas, advierte de las expectativas, que suelen ser desmesuradas. “Y las expectativas de las familias no se suelen cumplir, porque no todo es feliz. Muchos padres piensan que con cariño se arregla. El cariño no basta. Es imprescindible, pero no basta. Se requieren más cosas”. Lapastora coincide en esto con Guerrero, que suele decir que “con amor no se consigue todo”. “Es una frase bonita pero no es verdad. Conozco experiencias suficientes como para saberlo: no todo se soluciona con amor”. Montse Lapastora ha tratado familias con hijos adoptados a los pocos meses que nunca han consentido que sus padres les den un beso porque, simplemente, no soportan que nadie les toque. “Y los padres siguen luchando día a día, les llevan a terapia y hacen lo que sea”, refiere. Porque se habla, matiza, de padres que no pueden más y ceden la tutela, pero hay otro tipo de fracasos, encubiertos: “Como no pueden hacerse con ellos, los mandan a estudiar fuera”.
Una psicóloga ha escuchado más de una vez: "¿Me pasará lo que a Asunta?"
No hay adopción sin adversidad, explica Palacios desde Sevilla. “No hay adopción sin experiencias complejas para el niño. Niños que han sufrido maltrato, abandono, negligencia, experiencias institucionales prolongadas no siempre en buenas condiciones. Vienen con heridas emocionales. Y con un enorme potencial para crecer y adaptarse, y para salir adelante: son niños increíblemente fuertes. Tienen una enorme fragilidad por sus experiencias acumuladas, pero también una enorme capacidad de adaptación y para salir adelante. Para intentar hacer feliz a alguien, para desear que alguien les haga felices. Son niños fantásticos, en general”. Ocurre que estos niños han aprendido a desconfiar. “Ya no ven al adulto como fuente de protección sino como un peligro, porque los adultos para ellos han sido peligrosos antes”, dice Palacios. “Les han hecho daño, les han abandonado, les dijeron cuánto los querían y les daban palizas, les dijeron cuánto los querían a condición de que no dijesen a nadie lo que estaba ocurriendo entre ellos”.
“Yo lloraba y no sabía por qué”, empezó a hablar un chico en unas jornadas sobre adopción y apego organizadas por Afamundi en Santander en octubre el pasado año. “Lloraba y creía que no se acabaría nunca. No sabía de dónde venía ese llanto, pero aprendí a vivir con él”. Hasta que tuvo la ayuda profesional de su psicólogo, Alberto Rodríguez, presente en esas jornadas. Él le enseñó, dijo, que sí se podía acabar alguna vez con aquello.
El promedio de las adopciones que terminan mal es de cinco o seis años de convivencia. “Las familias no tiran la toalla a la primera dificultad, no es una decisión caprichosa”, dice Palacios. Si la adopción es problemática, la mayor parte de las familias luchan durante años para sacarla adelante. Si no, llega el luto. Lo cuenta Ana Fernández Manchón: “Una adopción fallida es lo más parecido a que se te muera un hijo. El duelo que tienen que hacer los padres por un hijo adoptivo que no pueden criar es un desgarro. A veces se piensa que es una frivolidad, y que los padres devuelven algo que no les gusta. No, no es un objeto, es un hijo. La fractura y el dolor que se produce en los adultos que adoptan y tienen que renunciar, después de tantos años de ilusión y espera, es tremendo. Y en cuanto al menor, la herida es casi irreparable. Un menor viene de un abandono, ya se cuestiona a sí mismo ('no debo de ser bueno, no debo de tener condiciones, porque me han abandonado'); imagina que ese niño llega a una familia en la que espera tener los padres que le faltaron y se encuentra con un nuevo rechazo”.

Porque un hijo adoptivo “es un hijo a todos los efectos”, sentencia Montse Lapastora. Y no hay más abandonos de padres adoptivos que de padres biológicos. Ocurre que en padres adoptivos es más llamativo. “El caso Asunta, por ejemplo. Unos padres mataron a su hija, punto. A su hija. Era su hija, sin apellido. No su 'hija adoptiva'. Y cuando se insiste en que la hija es adoptiva puede ocurrir lo que me pasó a mí en el centro, donde hubo niños que me preguntaron antes de ser adoptados: '¿A mí me va a pasar lo mismo que a Asunta?'”.

Barrio Sésamo, 123 - Eduardo Jordá

Barrio Sésamo, 123 - Eduardo Jordá

La relación entre Epi y Blas
A mi hijo no le gustaban demasiado los episodios de Epi y Blas. Prefería a la rana Gustavo, a Bluky, al monstruo de las galletas, a Paco Pico, al conde Draco o a la cerdita Peggy (uno de sus capítulos favoritos era el de la boda en una iglesia entre la rana Gustavo y la cerdita Peggy). Como mi hijo nació cuando ya no se emitían los programas de "Barrio Sésamo", los teníamos que ver en recopilaciones de vídeo. Yo tampoco los había visto en su día (a mí me pillaron demasiado mayor), así que pude descubrir un mundo que me fascinaba y me sigue fascinando. Y mis personajes preferidos, claro, eran Epi y Blas, aquella pareja de amigos que vivían en el sótano del número 123 de Barrio Sésamo. A mi hijo, en cambio, le parecían aburridos. "Son tontos", me dijo un día. Y otro día hizo un comentario más misterioso aún: "Parecen personas mayores".
Supongo que se refería a que Epi y Blas llevaban una vida muy casera. Tenían una salita de estar con dos sillones y un florero, tenían una cocina, tenían un baño con una bañera y tenían un dormitorio con dos camas (y con su foto colgada en la pared). A Blas le gustaba leer libros y leer el periódico cómodamente sentado en su sillón (y podemos imaginar que con las pantuflas bien puestas), hasta que llegaba Epi y le interrumpía con su patito de goma o con sus preguntas absurdas o sus caprichos inexplicables. Epi era simpático, tontorrón, miedica, curioso. Blas, en cambio, era circunspecto, serio, responsable, gruñón (y muy paciente). Epi se pasaba la vida haciendo preguntas. Y Blas se pasaba la vida contestándoselas. Un día, si no recuerdo mal, Epi tuvo la feliz idea de guardar los cubitos de la nevera bajo una manta eléctrica. Cuando fue a buscarlos, se encontró con que donde había cubitos ya solo había un charco de agua. Y como es natural, el pobre Blas tuvo que explicarle por qué había ocurrido aquel desastre.
Estaba claro que Epi y Blas representaban dos visiones antagónicas de la personalidad humana, igual que don Quijote y Sancho o Mr. Pickwick y Sam Weller o el Gordo y el Flaco. Epi era ingenuo, impetuoso, alocado, y si pudiera votar, seguramente votaría a la izquierda. Blas, en cambio, era un personaje serio, paciente y gruñón que seguramente tendría ideas conservadoras. Pero los dos personajes opuestos -el optimista y el gruñón, el alocado y el circunspecto- vivían juntos en una misma casa, compartiendo incluso el dormitorio, porque los creadores de Barrio Sésamo querían hacer ver a los niños que dos personas muy distintas podían convivir juntas y aprender la una de la otra y descubrir que la vida era mucho más interesante cuando uno podía compartirla con alguien más. Por eso, supongo, mi hijo veía a Epi y Blas como dos personajes aburridos, y peor aún, como dos personajes mayores. Pero es que estaban concebidos para ser eso: una pareja que convivía y chocaba y se impacientaba y tenía que aprender a tolerar la forma de ser del otro, con sus caprichos y manías, con sus interrupciones y sus incomodidades.
A mi hijo nunca se le pasó por la cabeza que hubiera la menor conexión sexual entre Epi y Blas, por la sencilla razón de que mi hijo veía sus programas con cuatro o cinco años. A esa edad, sus nociones sobre la sexualidad serían más bien nebulosas, aunque el perturbado doctor Freud lo habría incluido ya en la etapa anal-sádica o de latencia genital o en cualquiera de esos campos de concentración psíquicos en que el buen doctor se empeñaba en encerrar la mente de los niños. Pero al mismo tiempo estaba claro que mi hijo veía a Epi y Blas como dos personajes "mayores" que no tenían nada que ver con Peggy ni con la rana Gustavo ni con el conde Draco. Sus vidas parecían distintas a las vidas de los demás muñecos. Ellos tenían neveras, lamparitas, sillones, periódicos. Incluso tenían una foto de ellos dos, abrazados, presidiendo su dormitorio.

Y como es natural, un día empezó a rumorearse que Epi y Blas eran gais. Bastó que el sexo dejase de ser un tema del que no se hablaba jamás con los niños (algo que ocurrió a finales del siglo XX) y de repente las conductas sexuales lo llenaron todo. Un muñeco dejaba de golpe de ser un muñeco y se convertía en otra cosa, de hecho, en cualquier cosa. Y es normal que fuera así, porque lo que antes era un tabú, ahora ya no lo era. El creador de Epi y Blas -Frank Oz- desmintió que los muñecos fueran gais, porque lo único que había querido era crear una pareja antitética que se llevara bien. Pero el creador no es el dueño de sus personajes, ya que el lector o el espectador pueden hacer lo que quieran con ellos. Y en un mundo donde la homosexualidad es normal, lo más normal es que haya niños y adultos que vean a Epi y Blas como una feliz -y gruñona- pareja homosexual, aunque eso fuera lo último que tenía en la cabeza su creador, allá por 1969, cuando empezó a imaginar un muñeco naranja con la cabeza redonda y otro muñeco amarillo con la cara alargada como un pepino.

domingo, 23 de septiembre de 2018

El regreso de D'Artagnan - Fernando Sánchez Dragó

El regreso de D'Artagnan -  Fernando Sánchez Dragó

Rara vez sigo los debates parlamentarios. Me aburren. Tampoco leo lo que la prensa dice de ellos y apago la radio en cuanto salen a relucir. Veo el hemiciclo de las Cortes como una pecera habitada por pececillos de colores apagados que abren y cierran sus bocas sin proferir sonidos o como un tanatorio en el que los difuntos bostezan, miran sus móviles y aplauden cuando el regidor de su partido, como si estuviesen en un concurso de la tele, les dice que lo hagan. Lo siento, Señorías, pero son ustedes un coñazo. Sus intervenciones en el Congreso parecen ensaladas de quinoa. No les vendría mal sazonarlas con una pizca de uasabi. Tómese lo que acabo de escribir no como una falta de respeto, sino como el risueño desahogo de un octogenario que ya no tiene razón alguna para morderse la lengua. El pasado martes, sin embargo, cambié de opinión, aunque sospecho que no será por mucho tiempo y que enseguida volverá lo que Leopardi llamaba la quiete dopo la tempesta. Asistí, atónito, a una metamorfosis digna de Ovidio (no de Kafka ni del doctor Moreau ni de Mary Shelley). La pecera y el tanatorio se transformaron de repente en ring del Campo del Gas, en albero de Las Ventas y en tiroteo del O.K Corral. Fue D'Artagnan, digo, Aznar, el hacedor de ese milagro. El cuarto mosquetero de Dumas tardó veinte años en volver a desenvainar su estoque. Aznar, digo, el Jedi, lo ha hecho en algo menos de tres lustros. No importa. El símil se mantiene. En la derecha española, más o menos escorada al centro en dos de sus formaciones, hay ahora tres mosqueteros: Casado, Rivera y Abascal. La gravísima situación de deterioro, por no decir necrosis, que padece el país, exige que los tres líderes citados allanen sus diferencias y aúnen sus impulsos para oponerse con perspectivas de éxito a quienes en la trinchera contraria ya lo han hecho. Tiempo habrá, cuando la tempesta amaine y regrese la quiete, para que cada uno recupere su programa. Tal es la lección que se desprende de la trilogía de Dumas. Athos, Portos y Aramis, electrizados por la reaparición de su antiguo jefe, lo hicieron: todos para uno y uno para todos. Aznar, con su demoledora catilinaria, puso el otro día banderillas de fuego en el coso de la política y trazó la pauta que debería inspirar la estrategia de quienes de verdad aspiren a desalojar del poder a los responsables de la necrosis, digo, deterioro, a la que más arriba hice referencia. O eso, o el diluvio.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Natalia Ferraccioli - Raúl del Pozo

Natalia Ferraccioli - Raúl del Pozo

Algunos lectores se han interesado por el motivo de mi ausencia en esta página. Con profunda melancolía les informo, ayudándome con el título de Faulkner: he estado al pie de la cama donde agonizaba Natalia, con la que llevaba 48 años casado. Murió a las seis de la mañana del 11 de septiembre en la habitación 309 de la clínica de San Camilo. A ella le debo gran parte de lo que soy y lo poco que tengo. Durante cuatro años Natalia ha sido sometida a esa tortura medieval que es la diálisis donde magníficos médicos la mantuvieron con vida y en los últimos días lucharon en la UCI . Dice el poeta que como un naufragio hacia dentro nos morimos, pero ella se fue con la elegancia con la que se comportó durante toda su vida. Sus últimas palabras fueron para preguntarme si había dado de comer a nuestra perrita Dana; luego, sonriendo y mirando mi ropa, como una dama romana a un celtíbero dijo: "Vas muy bien conjuntado". Por último habló en italiano.
En los últimos siete años ha sido atacada por la cruel venganza del tiempo: cáncer de estómago, de mama y fallo renal. Hemos veraneado juntos a la sombra de nuestro granado y hemos visto cómo la enfermedad aniquilaba su belleza y deformaba su esqueleto. Su destrucción me recuerda a la de Isabel de Portugal, pintada por Tiziano que tanto asombró al duque de Gandía que, al verla muerta y desfigurada, con sus bellas formas borradas, ingresó en la Compañía de Jesús. La emperatriz se extinguió, no su bravura. Ordenó apagar los candelabros para que no vieran su cara deformada y cuando le recomendaron que gritara, contestó: "Me moriré, pero no gritaré".

Alguien dijo que la ciencia no alarga la vida, sino la vejez y que prolongar la agonía es multiplicar la muerte, pero Natalia ha soportado con dulzura los últimos instantes y ha muerto una sola vez como los valientes. Estuve viendo cómo iba perdiendo la respiración y la conciencia y cómo se extinguía su bella luz. Los médicos que la han atendido -Ramón Delgado, Antonio Gómez Moreno y otros-, la han calificado de "enferma diez". Se negó a salir de la sesión de diálisis en silla de ruedas, a que bajáramos la cama de su habitación a la planta baja cuando apenas podía andar. Disimulaba su dolor para no hacernos sufrir. Era un gran dama. Que nadie diga que los italianos fueron corriendo hasta Guadalajara. No he visto un ser tan valiente como Natalia Ferraccioli. Permaneció serena aunque oía, como Adrie, la mujer de Mientras agonizo, clavar y aserrar su caja.

sábado, 15 de septiembre de 2018

El eterno retorno - Juan José Millás

El eterno retorno - Juan José Millás

Coincidí en el ascensor con los vecinos del ático, un matrimonio de gordos. En los primeros años sólo era gordo él, pero ella fue poco a poco persiguiéndolo hasta darle alcance. Dos meses después lo había adelantado. Él engordó entonces un poco más. Parecían dos corredores en el esprint final, ya a punto de alcanzar la meta de la gordura absoluta. Esto fue hace años, cuando me trasladé a ese edificio de apartamentos. Como teníamos horarios distintos, nos veíamos poco, pero creo que nos caíamos bien. Estoy seguro de que más de una vez estuvieron a punto de invitarme a su ático, desde el que se disfrutaba de unas vistas espectaculares, para cenar o tomar algo. Ignoro a qué se dedicaban, pero tomaban siempre juntos el ascensor, cuya capacidad máxima era de cinco personas. Cuando iban ellos, sólo cabía una más si era delgada, como yo.
Aquel día, en el ascensor, subiendo, parecían radiantes, como si vinieran de una fiesta y aún les duraran los efectos del alcohol. Me dijeron que iban a adelgazar. Quizá, pues, venían del endocrino. Sonreí amablemente y les deseé suerte. Empezó a perder peso él, pero ella espabiló enseguida y le sacó cuatro o cinco quilos. Cuatro o cinco quilos de menos. Emprendieron de nuevo una carrera loca, como cuando engordaban, ahora hacia la meta contraria. Cuando ellos iban en el ascensor, cabíamos seis. Ella se arregló los trajes, o se compró unos nuevos, no tengo ni idea, pero él seguía con las camisas y las chaquetas de siempre, en cuyo interior, más que moverse, su esqueleto bailaba. Llegados a este punto, se divorciaron y abandonaron el ático, primero ella y a las pocas semanas él.

Ayer los encontré en un restaurante, compartiendo una costilla de ternera de Ávila que se salía de la fuente. Habían engordado otra vez, él más que ella. Me acerqué a saludarlos y se mostraron muy efusivos. Me dijeron que habían estado en el endocrino y que iban a adelgazar. Después de aquella cena, claro. Les deseé suerte, pero llevaban escrito en la cara que la pérdida de peso los conduciría de nuevo a la separación y que, desde la separación, se lanzarían una vez más a la obesidad, donde sin duda volverían a encontrarse. Curiosa versión del eterno retorno.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Cagada - Juan José Millás

Cagada - Juan José Millás

Exhumación Franco: Cagada
García Márquez, fascinado como vivía por los dictadores, habría escrito una novela corta genial sobre la exhumación de los restos de Franco. El Gobierno de Sánchez, según se nos dijo en julio, aspiraba a componer un relato breve, pero le está saliendo Guerra y paz. Los últimos cálculos de la vicepresidenta apuntan al mes de diciembre como la fecha más probable para levantar la losa de 1.500 kilos y proceder al desenterramiento. Un regalo de Nochebuena, en fin. Quizá los puestos de belenes de la plaza Mayor vendan este año calaveras de plástico del Caudillo para que los nostálgicos las cuelguen de sus árboles de Navidad.
Todo esto era para decir que no se ha podido hacer peor. Inexplicablemente, se le ha dado al enemigo medio año para lloriquear. El mismísimo nieto del dictador, un botarate al que arrebataron el apellido de su padre para que no se perdiera la memoria del abuelo, ha salido en las teles en plan hombre de Estado quejándose del revanchismo de la izquierda. Esa familia de mediocres, que vive impunemente de lo que nos robó el viejo, ha aparecido como víctima de una macabra acción de los enemigos de España. No es todo: un numeroso grupo de militares, o de exmilitares, ahora no caigo, se han permitido el lujo de firmar a cara descubierta un manifiesto a favor de la dictadura. Por si fuera poco, esa cagada de granito conocida como Valle de los Caídos se ha convertido en un insólito lugar de peregrinación.


No negamos la buena voluntad de nuestros dirigentes, pero alguien debería advertirles de que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Para compensar el regalo de Nochebuena, sería fantástico que los Reyes Magos nos trajeran la renta básica universal. Pero ni siquiera está anunciada.