domingo, 31 de agosto de 2014

El suceso nuestro de cada día - Ferrer Molina

El suceso nuestro de cada día - Ferrer Molina
MUERE agosto y suben las temperaturas, como si el verano no quisiera abandonarnos. Con este sofoco y sin apenas noticias, España se convierte en una gran siesta. El ideal de Rajoy. A falta de otra cosa, los periódicos se llenan de sucesos. La prensa imita en verano a la tele: en lugar de pasar páginas, a veces uno tiene la sensación de estar zapeando. La calma es tan asfixiante que hay días en que un suceso es, informativamente, un tesoro. Note el lector que para el puente de la Virgen de agosto siempre descarrila un tren en Centroeuropa, mayormente en Austria o en Suiza. Da igual que no haya víctimas. Un tren descabalgado de la vía tiene gancho. Agotado el filón de los ingleses que estampan la vida con el balconing, siempre hay nuevas desgracias dispuestas a captar nuestra atención. Creía que la palma se la iba a llevar este año el caso de la pareja polaca que murió a primeros de mes al caerse por un acantilado de ochenta metros en la costa portuguesa tratando de hacerse un selfie. Pero ha venido a superarles el belga herido grave en Gerona al echarse encima una tonelada y media de agua desde un avión contra incendios en su original intento por sumarse a la campaña del "cubo helado". Son sucesos casi al límite de la realidad, más propios de leyenda urbana, como aquel del novio al que los amigos le seccionan el cuello con una motosierra en medio del banquete tratando de cortarle la corbata.

El suceso es necesario. Tiene efectos terapéuticos. Produce una catarsis en el individuo similar a la que el teatro produce en el espectador. El Caso cerró porque a sus editores no se les ocurrió dispensarlo en las farmacias o exigir una subvención al Ministerio de Sanidad. Hacía una labor médica y social. Se le motejó injustamente como "el periódico de las porteras". Si hoy no tiene sitio es porque han venido a sustituirlo las teles, que tienen la ventaja de que no hace falta saber leer para ponerse la dosis y reproducen mejor el color de la sangre. En épocas de crisis el suceso nos hace ver que hay otros que lo pasan peor. En ese sentido es conservador, porque invita al conformismo. Pero también es realista: es más verdad un agricultor aplastado por su tractor en el campo que no que el director de Inmigración de la Generalitat inaugure la embajada de Biafra en Cataluña. Los sucesos nos recuerdan que hemos sobrevivido a otro verano.

viernes, 29 de agosto de 2014

Las reglas de las mareas - Ánxel Vence

Las reglas de las mareas - Ánxel Vence
Una toxina de lo más natural, aunque de enojosos efectos sobre el intestino, está forzando desde hace algunos días el cierre de la mayoría de los polígonos mejilloneros de Galicia. Se trata de uno de esos habituales si bien inoportunos períodos de "marea roja" con los que la mar -que es una señora, como bien saben los marineros-, se purga y regula sus ciclos en determinadas épocas del año.
La purga del mar, como la llaman los vecinos de la costa de este reino, ha dejado fuera de combate a la mayor parte de las bateas: esa pacífica Armada de 3.000 naves en las que se cría el mejillón. Y no solo eso, naturalmente. Bajo ellas se cultivaba también hace años el reputado tabaco con denominación de origen rubio de batea, que tanta fama dio a los contrabandistas gallegos en toda España y parte de Europa.
No habría novedad alguna en un suceso que se repite con periodicidad todos los años, de no ser porque las autoridades francesas atribuyeron al molusco de las rías la causa de setenta intoxicaciones en su país. Ningún análisis o prueba similar avala de momento la alerta sanitaria decretada por nuestros vecinos de arriba de los Pirineos: y, de hecho, Francia mantiene abiertas sus fronteras comerciales al mejillón de Galicia. Nada más lógico si se tiene en cuenta el estrecho control preventivo que aquí se ejerce sobre las bateas y la trazabilidad de sus productos.
Aun así, el mal ya está hecho, con el lógico daño a la imagen de los bivalvos en los que este reino es líder de Europa y acaso del mundo.
Estas desgracias que nos afligen periódicamente han de ser consecuencia de los muchos pecados en los que incurrimos los gallegos, gentes de tendencia impía que rinden devoción por igual a los vicios de la gula y la lujuria.
Obsérvese que los mejillones y otros bivalvos, ahora en cuarentena parcial, evocan exteriormente la forma del pubis o monte de Venus, diosa concupiscente de la que deriva -no por azar- el nombre de la venera cuya concha usan como símbolo los peregrinos a Santiago. Aquí la llamamos vieira, palabra que como se sabe es uno de los escasos vocablos -junto a las tradicionales "morriña" y "saudade"- que la lengua gallega ha exportado a la castellana. Y tampoco hará falta advertir que un mejillón abierto entre sus dos valvas es la viva imagen de cierto órgano femenino que el avisado lector imaginará sin grande esfuerzo.
Nada sexistas en estos asuntos de erotismo culinario, los gallegos solemos encontrar también curiosas similitudes con los atributos de la masculinidad en otras especies de marisco. Tal es, por ejemplo, el caso de los percebes, que en su variedad más apreciada -la de O Roncudo- reciben la significativa y enaltecedora denominación de origen: "carallo de home", en homenaje a su calibre.
Cae de cajón que tanta voluptuosidad no podía quedar sin penitencia. Si los placeres de la lujuria pueden tener como indeseado efecto secundario una enfermedad de Venus (venérea suena peor), también los de la gula se purgan a veces con desórdenes en la parte del vientre.
Sorprende, si acaso, que un fenómeno tan natural y recurrente como el de la marea roja desate tales alarmas en Francia. Los franceses, que gastan fama de ser gente lasciva y condescendiente con los vicios, debieran saber ya a estas alturas que la mar femenina de los marineros tiene también sus reglas para purgarse de impurezas. Y no hay por qué tomarla con el mejillón.

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miércoles, 27 de agosto de 2014

Del Martini al meconio - David Gistau

Del Martini al meconio - David Gistau

Oí decir que las mujeres viven la maternidad desde que se quedan embarazadas. Pero que, para asumir la paternidad, los hombres necesitan ver al niño ya nacido. De hecho, algunos no lo aceptan ni aparecen hasta que el chaval gana su primer Roland Garros. Algo hay de cierto. Durante el embarazo de Romina, cuando nos hacíamos la broma de que por fin tenía una novia con más barriga que yo, ella hablaba a alguien que todavía no existía, le ponía música clásica para sosegarlo, acercaba el vientre al televisor para comprobar si reaccionaba a los goles, y hasta creía que las patadas eran una suerte de código Morse que permitía la comunicación. En cambio, yo hacía planes de viajes para los meses siguientes y luego me sentía culpable por no haber recordado que para entonces estaríamos anclados por un recién nacido que, a diferencia de las plantas, no podría confiarse a alguien que lo regara. Romina había hecho una mutación psicológica de la que emergieron una determinación a la espera y cierta trascendencia más allá de sí misma, de las pequeñas miserias personales que ya no importaban. Yo me hacía el remolón para paladear todavía un ratito la más infantil concepción de la libertad: aquélla según la cual ninguna decisión afecta a nadie salvo a uno mismo, aquélla en la que puedes declararte disponible para lo que venga, para los tam-tams que llaman a lo azaroso. Un hijo es decir no y quedarte cuando antes decías sí y te ibas. Aún tenía que descubrir que de semejante fijación saldría una mejor versión de mí mismo: cimiento sobre el cual proyectar cosas que perduren. Tampoco ver nacer a Luca me bastó para sentirme padre. No inmediatamente, al menos. Las contracciones comenzaron a las cuatro de la mañana. Y, en vez de dejarnos arrebatar por el zafarrancho de parto, calculamos por los minutos transcurridos entre una y otra que aún podíamos dormir en vez de abocarnos a esperar en el ambiente hostil, gélido, de una sala de hospital. Ya allí, Romina aguantó el dolor como si le hubieran dado un trago de whisky y un trozo de cuero para morder durante la extracción de una bala en un western. En el paritorio, ubicado detrás de Romina, yo sólo pensaba en controlar las emociones ante extraños por pudor, y me fijaba en los rostros del médico, de la matrona y de las enfermeras porque creía que, si algo salía mal, alguna expresión torcida les delataría. Vi los fórceps, como una prótesis de Robocop, y pensé en eso: en que parecían una prótesis de Robocop, no en que pudieran dañar al niño. «Es muy rubito», dijo alguien. Y entonces apareció Luca, amoratado, con la cara arrugada y aplastada como la de un cachorro de Shar Pei, pero no me sentí padre. Me lo pusieron en los brazos, lloroso, y le busqué defectos, mutilaciones, manchas con la forma de Australia o del ratón Mickey, pero no me sentí padre. Lo tuvo Romina cobijado en el pecho, le habló en un tono amistoso, ligero, sin excesos emotivos, y no me sentí padre. Desfiló por la habitación toda la familia buscándole parecidos, y no me sentí padre. Le pusieron manoplas para que no se arañara y un gorrito para que no se enfriara, mamó por primera vez, y no me sentí padre. Hice infinidad de llamadas para dar la noticia, muchas de ellas a la Argentina, y no me sentí padre. Llegaron flores, compré hamburguesas en un Vips y una tarjeta para el televisor, me trajeron una bata y un neceser para asar la noche, confirmé al periódico que cubriría la sesión parlamentaria dos días después, y no me sentí padre. Me sentí padre por primera vez cuando, ya desaparecías las visitas, oscurecido el día, vinieron para llevarse a Luca al nido. Una enfermera empujó su cuna y, como debía entrar en otra habitación para recoger a otro recién nacido, dejó a Luca solo, abandonado en mitad del pasillo, a merced de cualquier orco o leopardo que pasara por ahí. Y fue esa indefensión del niño incapaz todavía de reñir sus peleas, de mi hijo, la que avivó un hondísimo instinto de protección por el que me abofeteó el descubrimiento de que era padre. Me enteré yo, y también la enfermera que a altas horas de la madrugada hubo de explicar a un tipo en bata que o hacía falta que montara guardia en la puerta del nido, «no hay orcos, no hay leopardos, y usted también debe descansar». El primer mes en casa de un recién nacido es un excelente motivo para preguntarse dónde está Zihuatanejo, aquel pueblo mexicano donde el Tim Robbins de Cadena perpetua creía que nadie le buscaría jamás. La situación no sería tan estresante si no incluyera la obligación de mantenerlo vivo. Cada tres horas, suena el llanto de una alarma como la de la cuenta atrás de Lost. Se acabó dormir, para siempre, porque incluso en los meses siguientes uno descubrirá que no es ya capaz sino de un sueño superficial, de garita, que permita atender el llanto. Hoy en día, incluso cuando duermo a cientos de kilómetros de Luca, salto en la cama si rechina la bisagra de una puerta en otra planta del hotel. Para las parejas primerizas, la experiencia sólo puede acarrear dos consecuencias: o las destruye, o las amarra con ligazones nuevas, más fuertes que las anteriores, cuando quererse consistía en esperarse delante de un cine o en decir qué guapa estás antes de salir a cenar, y no en aprender juntos a introducir un supositorio en el culo de un bebé al que torturan los cólicos y el estreñimiento mientras el reloj avisa de que apenas faltan unas horas para ir a la oficina. Quién nos habría dicho que los dedos de sostener Dry Martinis acabarían manchados de meconio, y que no importaría, que no habría por ello nostalgias de otra vida. Quién nos habría dicho que el sosiego repentino de un niño insomne que se acurruca junto a tu piel entregándose contendría muchas más emociones que todos esos viajes postergados, que todas las promesas del tam-tam. Y así, con cada expresión nueva descubierta en su rostro, con el primer paso, la primera sonrisa, sus primeros brazos tendidos en bienvenida cuando llegas a casa, las primeras veces que es capaz de jugar y de reír a carcajadas una gracia. Y no sigo porque ya dije que el pudor me impide sentir ante extraños, y ustedes lo son. Hay hombres impermeabilizados a los que no cambia una experiencia intensa. No soy uno de ellos. Luca me ha cambiado, ha espantado ansiedades y búsquedas heredadas de los afanes encontrados en las lecturas. No me importa sentir que para mí ya es tarde para muchas cosas, porque las hará él y, por delegación, las haré a través de él. Salgo de las librerías con colecciones completas de Corto Maltés, de Astérix, de Tintín, que permanecerán un tiempo largo empaquetadas, hasta que él pueda hacer sus primeros descubrimientos de lector. Me preparo para sus preguntas, me esfuerzo por ser mejor, excelente, por si acaso en el futuro le da por tomarme como ejemplo. Encima se me parece muchísimo, por lo que veo en él un yo sin estropear, con todas las posibilidades intactas, que me ha prolongado el ciclo vital como si mi resurrección ya hubiera ocurrido. Siento admiración anticipada por el espectáculo que será su juventud, por los mínimos esbozos de personalidad que me permiten intuir en él a un tipo que vivirá con gozo y al que ya tengo ganas de contarle cuánto de hermoso le aguarda. Que salga a vivir, algún día, sabiendo que cualquier rescate estará a tan sólo una llamada de teléfono. Que sea un hombre con códigos del que nadie pueda decir que falló como amigo. Ya iremos viendo todo eso. Ya lo iremos hablando. Lo que pido es tiempo para acompañarle al menos un trecho largo de su camino vital, como espectador y como cómplice. Porque, de todas las sensaciones nuevas que me ha inoculado Luca, la peor es la hipocondría. Por primera vez en mi vida, temo morir. Me siento obligado a permanecer aquí al menos 25 años más, los que él pueda necesitarme, y en eso no quiero fallarle. Mi hijo no ha de ser lo que yo fui: un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto. Voy a dejar de fumar.

Saliva en rama - José Luis Alvite

Saliva en rama - José Luis Alvite
A mi edad es difícil cambiar de vida pensando en recuperar los placeres asociados a los malos momentos en los que me consta que fui errático, insensato y, a pesar de todo, feliz. Es evidente que llega un momento en el que la decencia nos llena de resignación y de grasa. Viví durante muchos años en ambientes sórdidos en los que aprendí a encontrar agradable el asco y descubrí que a veces la comida, cualquier comida, mejora su sabor si te la sirven con hambre a media luz en una vajilla sin lavar. A veces al final de una larga noche de vicios me plantaba insomne con un par de fulanas en la cafetería "Donas" y desayunaba con ellas un guiso de pollo que podría perforarte la camisa si por un descuido te salpicase la salsa en ella. Las fulanas estaban a menudo ojerosas, tristes y destempladas, llevaban carreras en las medias y yo sé que con frecuencia les repetía en la boca el semen gomoso y maleado del último cliente. Una madrugada mi amiga Rosita me llevó a dormir a su casa en un catre que tenía una pata calzada con un catecismo, se bajó las bragas, metió un espejo entre los muslos y me dijo que había tenido tanto trabajo aquella noche que lo que veía en aquella madriguera entre sus piernas parecía la piel muerta y rugosa de los codos. Me fijé en las paredes de su habitación, pintadas de manera desigual en colores que yo no recordaba haber visto antes. Me dijo que estaban empapeladas pero que la mayor parte de lo que se podía ver eran restos de comida salpicados con motivo de las frecuentes peleas que había tenido durante meses con su chulo, un tipo flaco y rudo que incluso dormía con el ceño fruncido. "Muchas veces pensé en lavar la pared y pintarla de nuevo –me dijo mi amiga– pero creo que sería una estupidez porque si no te fijas mucho resulta que toda esa mierda parece puesta ahí adrede por un decorador... No sé que opinas tú, tesoro, pero yo creo que limpiar estas putas paredes sería como teñirle de caoba el pelo a Richard Gere". Después me metí con ella en cama y nos juntamos como dos perros callejeros empujados contra el fuego por la soledad y la nieve, acosados por el cansancio, en ese punto desganado en el que tener sexo puede resultar tan agradable como defecar mierda con tabasco en un orinal de carne forrado en los bordes con los labios de un sapo. Nos dormimos respirando cada uno en la boca del otro las heces del aliento, pasando con la saliva en rama el grisú del asco. Se diría que no fue una escena idílica y puede que no lo fuese. A mi me gusta recordar aquellos días ácidos y desencantados, vividos muchas veces al borde de la ruina moral y casi con insectos en la uretra, aunque solo sea porque ahora me doy cuenta de que fue entonces cuando comprendí que los florales besos de las chicas buenas en los que exhala su aliento Dios no son necesariamente mejores que aquellos otros de las fulanas en los que asoma de repente el inconfundible sabor del escabeche. A lo mejor es que la vida se entiende mejor si de vez en cuando en el primer sorbo del desayuno de hoy regurgita ese asco fisiológico y contenido en el que croa a destiempo la cena de ayer.

Seis puñados de lentejas - José Luis Alvite

Seis puñados de lentejas - José Luis Alvite
Conozco a muchas mujeres que estarían dispuestas a romper con su vida familiar de muchos años y dar un paso hacia delante en busca de la libertad y del placer sin importarles siquiera que al otro lado de la niebla acaso les esperen la decepción, el remordimiento o el abismo. Sólo unas pocas al final se deciden a dar el paso, echan dos mudas en una bolsa, queman en un cenicero la última lista de la compra y salen al encuentro del tipo con el que esperan compartir la emoción de la incertidumbre, la indescriptible excitación del caos, enfrentadas a partir de ese instante a una existencia aleatoria en la que sólo queden a mano las cosas que estén fuera de su sitio. Pero esa clase de mujer son casos contados. El resto hacen conjeturas, sopesan las ventajas y los inconvenientes, y aunque aprietan los dientes y parecían dispuestas a no volver la vista atrás, lo cierto es que recogen otra vez la llave del felpudo y prefieren renunciar. Ellas dicen que se quedan porque se deben a los suyos, pero yo creo que en esas circunstancias mis amigas llaman responsabilidad a lo que ellas y yo sabemos que sólo es cobardía. Esa actitud claudicante y miedosa recuerda en cierto modo la angustia de los esclavos negros de Virginia o de Alabama al enfrentarse a la incertidumbre de la libertad tras la derrota del Sur y el desmoronamiento de aquel mundo señorial, soñoliento y esclavista en el que si bien se sabían atados a la disciplina de las oprobiosas plantaciones de algodón, al menos estaban seguros de cenar cada noche cualquier cosa que diese pena vomitar y mejorase al menos la comida de los perros. Una de esas amigas mías se hace trampas para vencer la tentación de romper amarras y no le importa reconocerlo. Una madrugada me la encontré de copas en la barra del «Corzo» y me dijo: «Me da miedo que mi conciencia no me reproche la decisión de abandonar a mi familia y cambiar de vida para ser feliz. Para que eso no ocurra me creo compromisos estúpidos que me obliguen a seguir en casa al día siguiente. ¿Por qué diablos crees que pongo tan a menudo a funcionar la lavadora sin ropa y dejo cada noche seis puñados de lentejas en remojo? Puede que sea muy triste, pero necesito convertir mi aburrimiento en un deber». Mi amiga ya no ama a su marido y sus hijos viven lejos. Pero no se larga de casa porque, aunque ella no lo diga, yo sé que lo que de verdad le preocupa no es tener un buen motivo para marchar, sino que no acierte luego con una buena razón para volver.

Queso parmesano - Jose Luis Alvite

Queso parmesano - Jose Luis Alvite
Nunca se lo dije e incluso la evité durante algún tiempo, pero siempre supe que su conciencia jamás le perdonaría la sensación de suciedad que sintió al despertar por la mañana en una cama en la que parecía que acabásemos de deshuesar la cabeza de un caballo. Ni siquiera el agua de la ducha le sirvió aquella mañana de alivio. El suyo era un problema de conciencia y ambos sabíamos que el sentimiento de culpa no era algo que se controlase escupiendo el requesón en el retrete. Fue inútil que durante la noche tratase de inculcarle con cariño mi idea de que la mala conciencia es algo relativo que se puede controlar del mismo modo que en caso de apuro puede uno contener la orina. Le sugerí sin éxito que relativizase lo ocurrido. Me dijo que su conciencia era más sensible que su estómago y que la acidez le preocupaba menos que el remordimiento. Yo no dije nada, pero es cierto que pensé que en su caso de donde le venía la incomodidad no era de haber conculcado una norma moral, sino de haber accedido en cama a prácticas que le producían gastritis. Suele ocurrir que la conciencia rechaza ciertas actitudes no porque sean moralmente reprobables, sino porque son digestivamente inconvenientes. Eso pensé, sí, es cierto, pero tampoco dije nada. Entrometerse en la conciencia de una mujer es hasta cierto punto más aceptable que interferir en su dieta. El problema aquella noche era que a ella se le estaba armando un lío entre la conciencia y el estómago, de modo que no sabía si arrepentirse sinceramente o levantarse al baño y vomitar. Cada persona es un mundo y no hay recetas universales para controlar el malestar moral. Una fulana me dijo de madrugada en un garito que durante sus primeras noches de trabajo en el burdel había llorado mucho más que en toda su vida hasta entonces, porque “no podía entender que tuviese que ganar con tanto asco el dinero que necesitaba para que mis hijos no se fuesen a cama con hambre”... “hasta que un día me dije a mi misma que si era capaz de controlar la conciencia, a partir de entonces pensaría que algo entre mis piernas me ayudaría a convertir toda aquella mierda en comida, igual que la trituradora del carnicero pica la peor carne para hacer apetitosas albóndigas... y así lo hice, periodista, y desde aquel día, ¿sabes?, desde aquel día controlé el asco y no volví a tener remordimientos. Ahora llevo muchos años en el oficio, cielo, y estoy de vuelta de muchas cosas. Ni siquiera los obispos se tiran pedos de incienso, amigo mío. Dile a tu amiguita que no se haga demasiadas preguntas sobre la posible indecencia de lo que hace con su boca. Ni siquiera Dios se hace la mitad de las preguntas porque estoy seguro de que no le gustarían las respuestas. A mí la vida me enseñó que la mitad del sexo es deseo y el resto, a partes iguales, egoísmo, hipocresía y comida. Por eso te digo, querido, que a mí ahora lo que me preocupa de mi vida sexual no es lo que pienso, sino lo que eructo”. Se lo conté a mi amiga y puse interés en que lo asimilara, pero fue inútil. Su conciencia no le admitía nada de lo que le afectase al estómago, así que se echó un novio quisquilloso y llevó como si tal cosa la aburrida vida sexual de una esponja. Nos tropezamos de madrugada años más tarde en la barra de un bar e intercambiamos novedades. Yo le conté que mi vida era casi la de antes y que aun comía de todo en cama. Ella se sintió algo incómoda con el tema y no se extendió mucho. Solo dijo que en el fondo echaba de menos la dieta indiscriminada de años atrás y que seguramente era por pensar intensamente en aquello por lo que cada vez que su chico le llenaba la boca de una saliva dulce y antibiótica que parecía agua bendita, ella se levantaba al baño llena de nostalgia y eructaba un gas penetrante y fermentado que le dejaba en el paladar un regusto a queso parmesano.

Lluvia en la Moraleja - José Luis Alvite

Lluvia en la Moraleja - José Luis Alvite
Hay pocos elementos tan literarios como la lluvia, hasta el punto de que cualquier párrafo mediocre puede mejorar si uno acierta a colar una frase en la que descarguen las nubes. Supongo que los editores conocen el valor literario de la lluvia, aunque se comprende su malestar por el aguacero que deslució la jornada inaugural de la Feria del Libro en Madrid. Es cierto que la lluvia que dispersa a la gente y vacía las calles es la misma que abarrota los cafés, pero no es buen negocio si se trata de que la gente acuda al Paseo de Coches del Retiro. Es obvio que la lluvia que vacía las calles con su toque de queda es menos agradable que si solo descarga por escrito en una novela o resbala como a ganchillo por la pantalla del cine. El viernes almorcé con mi editor, Alejandro Diéguez, en compañía de Lorenzo Díaz, el sutil colega de Onda Cero que sabe en lo que piensa incluso la gente que casi con toda seguridad yo diría que no piensa en nada. Nos instalamos en la terraza de La Máquina, en La Moraleja, y el agua nos obligó a guarecernos en el porche del restaurante. Fue una evacuación ejecutada por los responsables del negocio con esa diligencia sin prisas que siempre nos parece un recurso a la medida de la capacidad exclusiva de los ingleses para convertir en sublime protocolo las angustiosas vicisitudes de cualquier tragedia. Lorenzo no se inmuta casi por nada, así que en medio de la tempestad organizó el menú y moderó luego una sobremesa en la que hablamos de todo, incluidas unas cuantas referencias a la inútil e impagable belleza de entretiempo de esas mujeres ricas y ociosas que pisan con la numismática huella del dinero, exquisitas e inabordables, como suaves tacadas de Cartier engarzadas en el aliento de un galgo sobre un tapiz de seda. A mí me gusta mucho cuando Lorenzo Díaz me trata de usted para establecer un cierto clima de objetividad sociológica en la conversación, depone la cubertería sobre el plato del arroz a banda e introduce una pausa para que se escuche –como una baza de aire, como un full de seda– el aleteo oleoso de los gorriones húmedos picando en el suelo el pan desdentado por la lluvia. Con tanta agua en la calle no quedan mesas libres en el restaurante y sin embargo no hay ruido porque la gente rica mastica en off. Lorenzo hace otra pausa mientras los gorriones se llevan las migas a los setos y en medio del silencio se desliza, como un velero de piqué, una de esas deslumbrantes mujeres de mundo en cuyos cuerpos de alta costura incluso se convierte la lluvia en ropa. Y yo supuse que para alguien como ella mi sonrisa solo sería la firma de un mendigo en un cheque sin fondos.

Humo en la chimenea - José Luis Alvite

Humo en la chimenea - José Luis Alvite
Esta vez la Feria del Libro de Madrid me encuentra relajado y con espíritu de colaboración. Sin dejar de ser con frecuencia errático e imprevisible, me he dado cuenta de que el afecto que me tienen los lectores merece que corresponda con el mínimo esfuerzo de dedicarles una frase y mi firma, como en anteriores ocasiones, sólo que ahora siendo consciente de que entre mi mano de escribir y sus ojos de leer se ha establecido a lo largo de los años una relación que va más allá de lo simplemente circunstancial y excede sin duda del simple cumplido. Muchos colegas son reacios al contacto estrecho con el público y prefieren la distancia, ignorantes sin duda de que la verdadera talla de un hombre la da su sencillez, no el pedestal al que se aúpa. Además de darme cuenta de eso, he comprendido que mi editor no es en absoluto mi enemigo y que arriesga su dinero en una empresa en la que a veces el éxito consiste sólo en conseguir que por culpa de las deudas no le embarguen súbitamente la edición de un libro que sale al mercado como resultado de un esfuerzo y con la remota esperanza de que no lo lea únicamente el olvido. Alejandro Diéguez, que es mi editor, sabe bien de mi inconstancia porque la ha sufrido con un estoicismo que nunca sabré agradecerle. Como editor y como amigo saca ahora de la imprenta el título «Humo en la recámara», una colección de textos sobre historias del Savoy publicados en LA RAZÓN, y yo estaré mañana y el sábado en El Retiro madrileño para firmar ejemplares porque lo merecen él y mis lectores. Y también, lo reconozco, porque me he encariñado con toda esa gente con la que me escribo en Facebook y a la que le debo la suerte de que me prodiguen su afecto sin preguntarse siquiera quién soy y sacudiéndose el bolsillo en la apuesta por un libro que si no les gusta sólo les va a servir para el lamento por haber quebrantado su economía y para convertirlo sin en el menor remordimiento en leña para que las llamas hagan fumadas frases de bruma que se esfumen sin apenas repercusión por el tiro de la chimenea. Soy sincero si reitero que me importan poco las rentas económicas de mi trabajo literario. Y no lo digo por soberbia, ni porque sea rico, sino, lisa y llanamente, porque mi verdadera aspiración en el asunto de escribir ha sido siempre la de alimentar la esperanza de que a mi muerte no se presente un jodido acreedor con una orden para embargarles a los míos mi recuerdo, su dolor y mi cadáver.

El hambre y la razón - José Luis Alvite

El hambre y la razón - José Luis Alvite
Es verdaderamente chocante que eso que llamamos países ricos lo sean incluso a medida que se están llenando de pobres, como le ocurre a España, un lugar en el que ya hay gente que eructa en ayunas y donde sólo prospera la mendicidad. Las estadísticas oficiales establecen promedios de renta que nos acreditan como un país próspero, pero luego uno sale a la calle, mira a su alrededor y se da cuenta de que ese modelo algebraico es una mentira estadística y que en realidad la gente se está empobreciendo y ya casi no existe el español medio del que nos hablan los datos oficiales. Yo sé de trabajadores que cada vez que cobran su salario saben que sólo les va a servir para llegar a duras penas a finales del mes anterior. De nada sirve que los políticos les hagan preciosos discursos posibilistas y les prometan que la solución está cerca. Mi amigo asalariado está harto de palabras y se rebela contra la idea de que la felicidad está en el conocimiento, en la cultura, porque cada vez que vuelve a casa se encuentra con que la realidad es una familia con hambre y una nevera vacía. Está muy bien que los políticos extiendan la cultura, inauguren bibliotecas y ofrezcan teatro en la calle, pero, ¡demonios!, yo sé de muchos hombres y mujeres que aceptan la cultura porque es algo bueno, sin duda, pero en este preciso momento de sus vidas preferirían algo caliente que aunque no sirva para leer, al menos se pueda comer con cuchara. Yo no dudo de que haya políticos sinceros que se vuelcan de buena fe en planes a largo plazo. Hay gente así en la vida pública española, es cierto, pero no lo es menos que en la situación por la que atravesamos, con cinco millones de parados y con el horizonte debajo del suelo, lo que se necesitan son soluciones urgentes, entre otras razones, porque por mucho que la cabeza pueda conseguirlo, el hambre real jamás hace planes que se pasen mucho de la hora de la cena. Y no se diga que quienes se quejan carecen de razón. Un hombre desesperado por el infortunio y acosado por la angustia no está obligado a razonar para exigir justicia. Nadie podrá culparle por los desmanes del capital, ni responsabilizarle de la sorprendente paradoja de que el peso de su riqueza haya echado casi a pique a un país en el que incluso están adelgazando las ratas. Habría que mirar hacia mucho más arriba para exigir responsabilidades a quienes han convertido tanta miseria en un próspero negocio. A lo mejor entonces caeríamos en la cuenta de que las cárceles no están tan llenas como parece. Pero no culpemos a los conejos de la voracidad de los buitres. ¿Acaso a un tipo que tiene hambre podremos negarle que tiene también razón?

Grasa en la cintura - José Luis Alvite

Grasa en la cintura - José Luis Alvite
Con motivo de la espectacular aglomeración humana de los «indignados», estos días se escucha hablar mucho sobre que en realidad esas concentraciones pudieran tratarse de un movimiento callejero sin calado intelectual, una reacción casi adolescente, todo insensatez, furia y gimnasia, condenado de antemano al fracaso una vez que sobre la pulsión asamblearia pase en tropel el tiempo y el peso de la cruda realidad devuelva a su sitio tanto entusiasmo, como si lo que ocurre no fuese otra cosa que una pasajera explosión hormonal. ¿Habría sido mejor que todos esos jóvenes consumiesen el tiempo y la esperanza en los botellódromos que, a saber con qué intenciones anestésicas, les ofrece el Poder? Es verdad que en la vida de un hombre la juventud es un periodo corto de tiempo que tarde o temprano desemboca en la horrible desgracia de la cruda sensatez y que muchas de las ilusiones de esos años dorados se malogran precisamente por culpa de que con el paso de los años los seres humanos deploramos los valores del impulso, nos volvemos cartesianos y caemos en la cuenta de que de todas las ideas que se nos suben a la cabeza, sólo tienen verdadero valor aquellas que estuvieron antes en el estómago. Si se hiciese un estudio al respecto, se vería que respecto del tipo lírico, revolucionario y soñador, el hombre burgués pesa una media de diez kilos más y sueña vivir con la holgura que se necesita para que pueda permitirse el lujo de pasar hambre por prescripción facultativa. Uno le echa un vistazo a los portavoces asamblearios de Puerta del Sol, observa su delgadez casi ojival, los compara con sus padres y se pregunta a sí mismo cuál es la razón por la que con el paso del tiempo la conciencia degenera en intereses y por un extraño metabolismo el pundonor se amontona como grasa en la cintura. ¿Cuál es el proceso bioquímico que determina la evolución del pensamiento político y de la ética humana? Yo no lo sé, como es obvio, pero sospecho que el único error verdaderamente grave e irreversible de la juventud es la vejez. Puede ser que con el paso de los años muchos de esos rousonianos muchachos de la Puerta de Sol deriven en altos ejecutivos como los que ellos ahora repudian. Y a mi eso me entristece mucho porque cuando a los sesenta años de edad uno se puede permitir comprarle un anillo a su tercera esposa, se da cuenta de que era más feliz cuando su ilusión revolucionaria no era convertirse en cliente preferente, sino apedrear a la luz del día el escaparate de la joyería.

Democracia real - Jose Luis Alvite

Democracia real - Jose Luis Alvite
Nada más producirse las manifestaciones promovidas a golpe de llamamiento improvisado por la organización "democracia real ya.es", destripadores mediáticos al servicio de los partidos mayoritarios se apresuraron a descalificar la iniciativa alegando unos que se trata de una burda promoción camuflada de la extrema izquierda, y otros, advirtiendo de que lo que salió a la calle no es otra cosa que un brote nostálgico y efímero de la Falange. En alguna tertulia radiofónica a los entregados participantes les faltó tiempo para dejar caer de manera sibilina la idea de que pudiera tratarse de un derroche poco preocupante del entusiasmo callejero de una juventud ociosa que en realidad desistirá de su objetivo desestabilizador tan pronto se nuble el cielo, refresque el tiempo y los disperse la lluvia. Yo por iniciativa propia me solidarizo con esos muchachos que arremeten contra el sistema, censuran la inutilidad manifiesta de la clase política y no ocultan su repugnancia por el imperio del dinero obre cualquier otro valor humanístico. Puede que se trate solo de unos pocos miles de ilusos soñadores con tiempo libre y sin empleo, pero conviene no perder de vista que es en la relativa edad de la inocencia, cada vez más tardía, cuando un hombre hace aquellas cosas tan hermosas que de otro modo le impedirían hacer la codicia, la conveniencia o la razón. Ni sé quienes son los promotores de esa lucha, ni me importa. No los descalificaré por su origen, sino por sus hechos. En una ocasión me fui a la costa de viaje, salí a mirar el paisaje, bajé el seguro de las puertas del coche y lo cerré con las llaves dentro. Intenté bajar la ventanilla para recuperar las llaves y no pude. Pensé en la posibilidad de romperla e iba a darle con una piedra justo en el momento en el que me saludó un delincuente al que conocía por mi condición de reportero de sucesos. Entonces le pedí de favor que abriese la puerta de mi coche, como si fuese a robarlo. Lo hizo en un santiamén y yo le quedé muy agradecido. Aceptó mi propina y se sintió pudoroso, legal y regenerado, tanto que yo creo que le pesó no tener a mano papel y lápiz para extenderme una factura con el IVA. Comprendí entonces que, según en qué circunstancias, un ladrón de coches puede convertirse en un respetable cerrajero. Cuento esto a propósito de la duda suscitada acerca de quienes puedan estar detrás de ese movimiento que proclama la necesidad incuestionable de regenerar la democracia española, a todas luces infectada de demagogia, nepotismo e indecencia, sin duda escasa de mecanismos para sanearse a si misma sin que alguien desde la calle, desde el dichoso pueblo, le meta mano. Puede que lo que promueven esos miles de muchachos sea solo uno más entre tantos y tan decepcionantes movimientos asamblearios surgidos en España y ahora reeditados con una mezcla de senderismo, idealismo y nostalgia. Me da lo mismo. Cualquier noticia de que algo se mueve en la sociedad española es bienvenida en un momento en el que la situación es tan dramática como la de la muchacha que ha caído al agua y para no morir ahogada acepta que la salve el tipo que está segura que a continuación se propasará con ella. Hemos llegado en la vida pública española a una situación tan lamentable, que el miedo a equivocarnos por luchar alguna vez por la regeneración de la democracia no nos libraría jamás del remordimiento por no haberlo intentado nunca. A mi el estallido de ese movimiento no me sorprende en absoluto. Es posible que alguien convierta la iniciativa en correa de transmisión de fuerzas ocultas tan reprobables como las que esos muchachos pretenden debilitar. Tampoco eso me importa demasiado ahora. Con un 20 por ciento de parados, la gente encarcelada por la pobreza en la calle y el desempleo juvenil más elevado de Europa, no estamos en condiciones de esperar a que nos saque del agua la Providencia. Incluso los creyentes saben que cuando se padece una enfermedad muy grave, Dios es más eficaz si en el tratamiento le echan una mano el oncólogo y esa chica tan masculina que despacha subempleada en la farmacia de guardia.

El sueño y el hambre - José Luis Alvite

El sueño y el hambre - José Luis Alvite
Vivo lejos de la madrileña Puerta de Sol y reconozco que la pereza de desplazarme me puede con seguridad más que la tentación de hacerlo, pero también yo estoy indignado, como toda esa gente que proclama la repugnancia que les produce la vida política española. Hay dudas de que se trate de una manifestación espontánea de la ciudadanía harta y asqueada, lo que para algunos ortodoxos de la irrespirable vida pública supondría un lastre ético y motivo sobrado para la descalificación automática de una reacción ciudadana que probablemente rechazan por temor a las consecuencias morales de comprenderla. Yo desconozco si hay una mano que mueva a toda esa gente con oscuras y aviesas intenciones y la verdad es que no me importa mucho ignorarlo. Si de lo que se trata es de limpiar de mugre la vida pública de mi país, me trae sin cuidado de quien sea la mano que mueve la escoba. Puede que en esa riada humana que proclama la necesidad de sanear la política española se haya colado con intereses inconfesables cierta basura ideológica, pero tampoco eso me preocupa demasiado porque desde la noche de los tiempos es sabido que cuando descarga la tormenta y la lluvia altera su cauce, incluso en los ríos más limpios la corriente arrastra sin remedio cierta cantidad de mierda. Yo me pregunto a quién puede molestar que toda esa gente proclame su asco y pida un cambio drástico en la higiene de la vida pública española. También me gustaría saber si la juventud de una parte de esos manifestantes es motivo suficiente para descalificar sus aspiraciones, como si no fuese cierto que la Historia está sobrada de formidables destellos de euforia casi juvenil en los que el instinto pudo por fin más que la razón, probablemente porque es en los momentos de indignación incontenible cuando el pueblo llano se siente capaz de convertir en imaginación la furia, y la resignación, en talento. La verdad es que este levantamiento civil no me sorprende por lo repentino que surge, sino por lo tardío que aparece. Por mi parte, bienvenido sea. Los políticos de este país tendrán que darse cuenta de que a veces el pueblo llano se cansa cuando lleva demasiado tiempo sentado. Puede que en esta ocasión cierto caos terapéutico sea la solución que nos libere de la modorra causada por el odioso e interesado orden de los oligarcas. Nadie detendrá jamás a quien en realidad no lucha sólo movido por un sueño, sino desvelado por el hambre.

Las patatas - Jose Luis Alvite

Las patatas - Jose Luis Alvite
Son muchos los indicadores económicos que ponen de manifiesto el empobrecimiento general de los españoles. Lo peor en esta ocasión no es que se vendan menos pisos, que haya decrecido la compra de coches o que sea más fácil encontrar mesa para cenar en el restaurante. Mucho más grave que todo eso es que según los sondeos del mercado se haya disparado el consumo de patatas, un producto cuya demanda suele decrecer de manera sensible en momentos de prosperidad. Hay muchas maneras de averiguar la marcha real del país, pero el dato de las patatas parece incontestable, más aun que el del precio del pollo, que era hasta ahora la referencia más socorrida para conocer con cierto rigor estadístico la salud de las cuentas familiares. Pero hay otras señales alarmantes, entre ellas la sobrecogedora evidencia de que en los comedores benéficos se sientan a la mesa personas cuya presencia allí era impensable hace solo unos meses. Y si uno se fija bien hasta descubrirá la sombra obvia del empobrecimiento en el número de personas que se deshacen de su perro porque necesitan para que coman los suyos el dinero que les costaba a diario la dieta del animal. Si preguntásemos a los empleados del servicio de limpieza tal vez detectaríamos otra inequívoca señal del creciente empobrecimiento en la calidad de las basuras domésticas. De las calles han ido desapareciendo los perros que husmeaban en los desperdicios, y si prestásemos atención, nos daríamos cuenta de que por falta de contenido orgánico en las basuras, tenemos ya vagando sin aliento por nuestras ciudades a muchos de los gatos más delgados de Europa. Según los expertos tendremos crisis para cuatro o cinco años, lo que significa que incluso cabe la posibilidad de que las patatas se conviertan en artículo de lujo y los españoles más necesitados se vean obligados a improvisar una dieta de emergencia, con severas restricciones acordes con cualquier hecatombe ecológica o propias de inquietantes tiempos de postguerra. Yo miro alrededor y me preocupa que cada día eche el cierre algún negocio, que las basuras ya no tengan huesos ni espinas y que los perros miren con recelo a sus amos, quien sabe si temerosos de dejar de ser un fiel amigo de antes para convertirse en una receta de cocina que sus invitados degusten en una cena a media luz, condimentado el pobre can si fuese conejo a la cazadora. ¿Saldremos de esta? Desde luego que si, claro que saldremos. Los ciclos de la economía suelen hacer mejor las cosas que los políticos que interfieren en ellos. Superaremos el mal momento, bajará otra vez el consumo de patatas y nuestros gatos ganarán peso. Y llegado ese momento habremos aprendido que el empobrecimiento de estos años nos sirvió al menos para darnos cuenta de que el ser humano da lo mejor de si mismo cuando tiene los sueños de sus dioses sin perder de vista la dieta de su perro.

Malas noticias - José Luis Alvite

Malas noticias - José Luis Alvite
Puede ser moralmente discutible que un periódico se cebe en el dolor ajeno para aumentar sus ventas y afianzarse con tal motivo en el mercado. También es discutible la moralidad de quienes ayudan a ese objetivo comprando el diario en el quiosco. Muy a menudo las personas que censuran la actitud del periódico son las mismas que lo compran, como ocurre con esos programas de televisión que si son tan criticados será porque es mucha la gente que los ve. Lo queramos o no, las normas del mercado están con frecuencia por encima de las normas de conducta y suele ocurrir que la oferta es poco ética o explícitamente inmoral porque hay una demanda que también lo es. Cada exceso cometido por los medios de comunicación casaría en todo caso con la correspondiente voracidad de quienes compran el producto, igual que si prosperan los restaurantes de comida rápida se debe a que es muy numerosa la clientela ávida de consumir la clase de menú que decían detestar. En el caso de la prensa escrita, la literatura periodística suele considerarse menos ofensiva que las imágenes de televisión y aun así se polemiza sobre la crudeza de sus textos o sobre la rapacería de sus fotos. Es como si alguien pretendiese cargar sobre la prensa la responsabilidad de los estragos causados por los terremotos o por las guerras y se diese por sentado que la conciencia del periódico coincide en todo caso con su cuenta de resultados. Es cierto que la descripción de la muerte aumenta la difusión de los periódicos y que ésta se contrae con la buena noticia de que no ocurre nada grave, pero eso es así porque, lo queramos o no, el periodismo sigue siendo sin remedio una variante relativamente intelectual de la vieja peluquería de señoras, rancia y sólida institución mediática en la que, como es bien sabido, muchas mujeres se sentaban a que les hiciesen la permanente en frío sólo para que les diese tiempo de enterarse al dedillo de asuntos de los que es obvio que jamás se enterarían en la iglesia. Fui redactor de sucesos durante más de veinte años y podría jurar que cada vez que el periódico informaba de que alguien había resultado herido grave en una reyerta, lo que el público bienpensante esperaba era que la siguiente fuese sin remedio la noticia de su muerte. No quiero ser malpensado pero estoy seguro de que la mayoría de las personas que acuden al quiosco se decepcionarían si el diario no incluyese en sus páginas ese día las malas noticias que uno tantas veces se juró a si mismo que sólo desearía leerlas en el caso de que fuese ciego.

lunes, 25 de agosto de 2014

Palabras de Nacho Rey-Alvite a su tío

Palabras de Nacho Rey-Alvite a su tío

Vaya..., escribirte para enviarte mis mejores deseos debería ser tan sencillo como un domingo a media tarde; pero comenzar y seguir se complica. Realmente no se qué demonios decir. Soy de esos tipos que prefieren el silencio. Me sentiría culpable de enviarte ánimos, así que te envío un simple abrazo, un fuerte abrazo y la sensación de que a media tarde del domingo, el olor a colada de las chicas de tu Savoy lo cachearán inhóspitas, amargas y nostálgicas, aquellas necrológicas y editoriales hormigas que algún día enraizarán el celuloide de mi velada mirada gris. No hay final sin brisa y siento la escabechada calma sonámbula de aquel último ducados en el chajuán ingrávido de todo un verano de lucha y moscas. La tarde del domingo haré sobremesa en el prurito de la luz azul, rutinaria y serosa del acomodador de tu mirada. Espérame, me debes una copa, con hielo. Sé que estarás en forma entonces, porque no soportarías una sobremesa en las crustáceas ruinas de un suspiro. Estarás mañana en mi café, y aunque distantes, sonreiremos juntos al azar. Espero que estés bien. Un abrazo tío

Porno en Valladolid - David Torres

Porno en Valladolid - David Torres
Una vez le preguntaron a Ron Jeremy cuál era el sitio más raro dónde había echado un polvo y dijo: “En Valladolid”. Y explicó que no fue exactamente un polvo, sino una violación en masa: “Las mujeres me acosaban por la calle, algunas hasta se sacaban las bragas por la cabeza y me las arrojaban a la cara. Tuve que salir corriendo mientras cientos de mujeres frenéticas me perseguían gritando guarradas y obscenidades increíbles. Una de ellas me lanzó un sujetador como si fuese un tirachinas y por poco me salta un ojo. Pensé que no iba a salir vivo de allí”.
Jeremy, la mayor estrella del porno mundial, es un hombre gordo, feo y bajito al que jamás le ha fallado su herramienta de trabajo. Nunca jamás hasta aquel día fatídico en Valladolid: “No sabía que mi trabajo fuese tan conocido en Castilla-León. Al final, una docena de mujeres posesas me arrinconaron contra un ascensor, abrieron las puertas, se metieron dentro y dieron al botón de parada. Yo empecé a rezar porque, aunque estoy acostumbrado a toda clase de depravaciones, orgías y espectáculos cerdetes, nunca había visto esa cantidad de mujeres en tal grado de excitación. En el porno hay mucho de teatro, ¿sabe usted? Se bromea, se acaricia, se toquetea, incluso se habla un poco para romper el hielo, pero éstas no. Éstas estaban enloquecidas, parecían ménades a punto de devorar a Orfeo”.
Desde entonces Ron Jeremy ha cogido pánico a los ascensores y no ha vuelto a rodar jamás una escena pornográfica que tenga lugar en una de esas terribles jaulas metálicas. Ni siquiera se atreve a entrar solo en un ascensor: “Una vez en Los Angeles monté en uno en un rascacielos, me vi solo frente al espejo y no sé qué me pasó por la cabeza pero pensé que iba a violarme yo mismo. Creí que había vuelto a Valladolid. Qué miedo pasé”. La ascensorofobia de Jeremy es bien conocida por los psicólogos vallisoletanos, que están hartos de tratar pacientes con el mismo síndrome. “En Valladolid es moneda corriente, ya se sabe: un hombre solo e indefenso entra en un ascensor cuando en el último momento se cuela una mujer, da al botón de parada, empieza a desgarrarse la ropa, a chillar y a exigir que le haga un hijo entre el tercer piso y el ático. Parece una broma, sí, pero es una verdadera tragedia. No se imagina la cantidad de machos vallisoletanos que han cambiado el gimnasio por subir y bajar escaleras a pata. Entre nosotros, los profesionales, ya tenemos una estadística hecha. La llamamos la lista de Schindler”.
Al final fue un golpe de suerte lo que salvó a Jeremy. Cuando ya estaba tirado en el suelo del ascensor y mientras las mujeres le arrancaban la ropa a bocados, de repente sintió un tirón en el pelo que le hizo aullar de dolor. “Pensaban que iba disfrazado y que llevaba una peluca. Resulta que me habían confundido con el alcalde de Valladolid. Me libré por los pelos, bien lo puede decir”.

sábado, 23 de agosto de 2014

El insulto, como una de las Bellas Artes - Fray Josepho

El insulto, como una de las Bellas Artes - Fray Josepho
El verano parece haber ablandado a nuestros poetas rivales. El calor, la holganza y el morapio fresquito han caído sobre sus ceñudas cabezas como bálsamo pacificador: lejos de las habituales disputas, se dan la mano con sendos sonetos verdaderamente fraternales.

CÓMO INSULTAR A MONSIEUR DE SANS-FOY
Por Fray Josepho

Insultar a Sanfuá con un soneto
será agradable, artístico y barato.
Para empezar, digámosle pazguato,
cerrando suavecito este cuarteto.

Sigamos con simplón analfabeto.
Después, sumemos lerdo gurripato.
En el séptimo verso, mentecato.
Y todo con muchísimo respeto.

Entrando en los tercetos, sin despiste,
llamémosle tolondro pichatriste.
Y luego, emperador de los estultos.

El verso doce llega. Ya se acaba.
Metamos en el trece tonto el haba.
Y adiós a mi soneto con insultos.

(De bonus para adultos,
a guisa de remate y estrambote,
pongamos otro más: caracipote).

TE QUEREMOS ASÍ
por Monsieur de Sans-Foy

¿Qué diré de este fray sin asomo de mancha?
No osaré mencionar, mi querido colega,
la barriga abacial que te circunnavega:
colosal Taj Mahal, por su parte más ancha.

¿Qué diré yo de ti, por tomar la revancha?
¿Que la piel, con la edad, se te pliega y repliega?
Fue del mismo percal la vestal De la Vega...
(Vaya pancha que está, tras pasar por la plancha).

Para qué criticar tus pequeños defectos...
Las palabras soeces, los sonetos abyectos,
la afición a clavarme por detrás el puñal...


Te queremos así, los que somos de casa.
Se te empieza a apreciar, cuando al fin se traspasa
la muralla letal de tu olor corporal.

jueves, 21 de agosto de 2014

Matamoscas y panceta - Javier Cid

Matamoscas y panceta - Javier Cid


VENGO advirtiendo, yo que soy muy de advertir cosas inútiles, que el verano es una ciénaga donde fermentan, como bacilos, los peores atributos del ser humano. Ya lo cantaba mi tía Blasa, que era fea como las avutardas pero muy viva: «Fuente de pastores, en invierno tiene agua y en verano, cagajones». Andaba siempre con esta trova entre los dientes cada vez que veía a un veraneante paseársele delante de casa con el bronceado chocarrero, la andorga al aire y el hatillo colmado de pareos, balones de Nivea y bocatas de tortilla. Blasa, que de puro contrahecha tuvo que desplegar otros encantos más etéreos, tal que la ironía, diagnosticó así el horterismo de esta santa nación cada vez que el estío nos explota en la cara.
Ha de ser la canícula que nos abotarga, o la arena de Roquetas de Mar, que nos escuece desde el tuétano al mondongo. O la siesta, sabe Dios, que no entiende de ricos o pobres y de 4 a 8 barre las 17 Españas como un Hiroshima apocalíptico. Franqueado julio y avanzado agosto, muy mal fario y peor sombra tendrá aquel hereje que no cumpla los preceptos del buen español: chancletas de plástico, panceta con pimientos, pieles a la brasa y recocidas, King África, la Ibiza psicotrópica, un pis en alta mar, la abuela a trallazos con el matamoscas, filetes empanados y partidas de brisca. Salmonelosis, la isla de Perejil, sangría a 20 euros, un libro facilón que nadie acaba nunca pues el sol y la sal le arrancarán las letras, la nevera portátil, las suecas prodigiosas y ese selfie en Marbella junto a un yate imposible. Un cuñado, un mosquito, un Frigo Pie, aquel primer beso que resultó un desastre, la orquesta Expresiones, un «bébete el zumo, que se le van las vitaminas», la Nacional III, Verano Azul y su bucle satánico, ensaladilla rusa. Y cerveza caliente, que ha de ser cancerígena y, puestos a elucubrar, debe de engordar el doble la muy hijaputa.
Así está la corrala en veranillo, señoras y señores; todos a una bajo el palio de los agostos, como pastores sin zambomba, dándole lustre al made in Spain. Y debiéramos andarnos con más tiento, pues es tan corto el amor y tan largo el olvido -Neruda- que se empieza con un chupito nomás, así como para rebajar los calores, y se acaba pasando revista a todos los ejércitos como la chicuela aquella del mamading en Magaluf. Lo escribió Lorca (bajo el oro solar del mediodía morderemos la manzana), y lo auguró también la tía Blasa, a la que nunca le gustaron las islas y jamás se fió del trajín de Mallorca.

sábado, 16 de agosto de 2014

Laura - Salvador Sostres

Laura - Salvador Sostres
NO SÉ si mi mujer o yo cometimos el error de olvidar un tubo casi lleno de Lacasitos en la habitación de Maria, y la niña procedió a la devota consumición de todas las chocolatinas que contenía. Mi mujer se escandalizó de su voracidad y trató de explicarle las virtudes de la moderación. Yo simplemente la cogí en brazos, la abracé y le pregunté si le habían gustado. Me contestó con una de esas sonrisas que hacen sentir a un padre un santo con la tarea terminada.
¿Contra qué exceso podría educarte yo, Maria? Naturalmente tiene razón tu madre. ¿Pero qué otra cosa se puede hacer con un tubo de Lacasitos que alguien ha dejado a tu alcance? Amamos la vida y tenemos hambre.
El lunes era el mejor día porque Laura preparaba una extraordinaria carne estofada con patatas. Cuando terminaba de cocinarla la dejaba reposar en la olla de cerámica sobre los fogones apagados y aprovechaba para bañar a mi hermana. Yo debía de tener 11 años, mi hermana siete y mis padres todavía no se habían separado. Penúltimas estampas del paraíso extraviado.
Entonces yo hacía mis incursiones a la cocina, picando un trozo de carne y luego uno de patata, y chupándome los dedos mientras huía para que Laura no pudiera detectarme. Tierna la carne, densa la salsa. Luego, en la mesa, Laura repartiría el botín a partes iguales porque a mi hermana también le encantaba y la puñetera ha tenido siempre un muy buen saque para lo que le ha interesado. De modo que yo sabía perfectamente que mi única ventaja sería la que obtuviera en el saqueo previo. Un día le salió tan bueno e hice tantas incursiones que no dejé ni la salsa.
Fui consciente de lo que hacía, y de que me caería el cielo encima. Pero ahí estaba aquella deliciosa obscenidad sin vigilancia. Si hubiera habido dos ollas, las dos habría vaciado. A partir de aquel día Laura se especializó en esconder por la casa todo lo que cocinaba, hasta que llegaba la hora de cenar. Aunque me llamaba al orden, se sentía muy halagada de que buscara como un lobo su tesoro, que nunca supe encontrar. Un sobrino suyo me lo contó en su funeral.

Hija mía, Maria de mi vida, tu madre tiene razón con lo de la moderación y hazle caso. Pero yo, ¿qué quieres que te diga? Venimos de una olla fundamental y de un amor sagrado. Ahí estaba tu tubo de Lacasitos como ahí estaba mi estofado. Qué lástima que no pudieras conocer a Laura, te habría encantado.

Dios está en La Nube - Pedro G. Cuartango

Dios está en La Nube - Pedro G. Cuartango
INCONSISTENTE, vaporosa e intangible, La Nube se ha ido apoderando de nuestras vidas. Ya no somos nada sin ella. Nuestra biografía está inscrita en este ser misterioso que extiende sus tentáculos por todo el planeta.
Heráclito decía que no es posible bañarse dos veces en el mismo río, lo cual no es cierto porque La Nube está ahí como algo eterno e inmutable en la que se contienen todos los signos del mundo, a semejanza de la biblioteca universal de Borges. Stephen Hawking escribió que el tiempo es teóricamente reversible. Ello se cumple en La Nube donde el pasado queda abolido y resulta siempre recuperable en la infinita memoria que lo guarda todo.
Apple, Microsoft, Amazon y Google son marcas e incluso formas de vivir. Pero todas ellas se nutren de La Nube, seno materno que las cobija y alimenta, origen primigenio de todas las cosas. La Nube es como el ser que impregna la esencia de todos los entes: nada puede existir sin su presencia.
Nuestros deseos, nuestra esencia, nuestra identidad se hallan en ese nuevo éter que se ha convertido en la metáfora de la existencia del hombre moderno, condenado a flotar en el mundo de lo virtual en el que la simulación es la ley suprema.
La sociedad del espectáculo se ha transmutado en una aldea global en la que ya no hay tiempo para vivir porque la ilusión de la comunicación es más fuerte que la propia experiencia de lo real. La Nube es la encarnación del sueño de Hegel de lo absoluto porque en su interior se suprimen todas las contradicciones y la realidad alcanza su máximo grado de racionalidad hasta el que punto de que no existe ni se concibe nada fuera ella.
Dios Padre aparece retratado en las bóvedas y en los tímpanos de las iglesias flotando entre las nubes, símbolo del poder celestial. Siempre han representado en la imaginación humana lo que está más allá y se acerca a lo divino.
La tecnología ha materializado esa vieja identificación y ha conseguido hacer de La Nube la verdadera deidad de nuestro tiempo hasta el punto de suscitarnos la duda de si también Dios estará dentro de ese ente que lo penetra todo.
Queda sin responder la pregunta de qué es La Nube. No es hardware, ni software, ni la combinación de ambos elementos. Es un salto cualitativo en la evolución de la técnica que toma conciencia de sí misma, al igual que hay un momento en el que el ordenador Hal se rebela contra su muerte en la película de Kubrick.

Hemos creado La Nube y ya estamos felizmente en ella. Lo que no sabemos es qué piensa hacer La Nube con nosotros. Probablemente será clemente porque nos necesita para reafirmarse en su existencia o mejor en su conciencia. Los hombres, sus humildes servidores, estamos aquí para loar su gloria.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Dime qué te debo - Pedro Simón

Dime qué te debo - Pedro Simón
CON vosotros vuelvo a comprobar que de niño se hacen cosas más descabelladamente sensatas: construir lo destruido en cinco minutos, inventarse un buen final echándole mucho cuento, madrugar como si nos fueran a quitar la mañana, mancharnos la camiseta de lamparones para sentirnos al fin limpios, hacernos los muertos hasta resucitarnos de risa. Con vosotros vuelvo a comprender que liarse a hacer todo propende a nada y viceversa, que se puede desescombrar el odio con un tatatachán, que querer que siempre ganen los vaqueros es hacer el indio, que con los periódicos no se hacen banderas sino banderines.
Para los que no sabemos casi nada, para los que no iremos muy lejos este verano, para los que jamás querríamos estar de vuelta, un intensivo de agosto con críos es el mejor de los cruceros de secano. O sea, tu gran lección pequeña. Los deberes que nos ponemos. La goma de borrar chichones. El repaso que me dais. Y también (ya vais creciendo): el miedo que le tengo a otro septiembre.
(...)
Conozco a un tipo que tiene dos caniches a los que sienta a la mesa pero que no puede ver a los niños; a otro que sólo viaja a hoteles donde no admitan menores aunque sí dejen pasar a hijos de puta; y a un tercero, soltero, que diserta sobre la mala educación de todos (chicos, padres, hamsters), eso sí, hablando muy alto y con la boca llena.
Todo lo que desaprendo durante el año lo vuelvo a recordar cada verano, todos los jarrones que rompo en el crudo invierno los ando pegando hoy. Sentado en el suelo. Con dos monos en la chepa.
No sé dónde leí que el problema crucial es que los críos dejan un día la infancia, pero los padres nunca dejamos la paternidad. Y en vacaciones menos. Así me va, que me pongo a jugar yo solo con las construcciones y mi mujer me mira diciendo no es eso, no es eso.
(...)
Ojalá no olvide lo que os estoy viendo hacer de forma ostensible, como para que yo me entere de una vez: por ejemplo, que a veces hay que ponerse de puntillas para llegar y no pasa nada, que de noche hace falta muchísimo valor para reconocer que estás acojonado, que la vida no merece la pena si no pasas por encima de ella como un defensa central entrando al remate, yendo con todo, que las cosas de plastilina resisten porque no hacen alarde de dureza.

Me estáis enseñando como nunca este verano. Me estáis invitando a todo. Bebo de tu barra libre, hijo. Deja, guarda eso. Dime qué te debo.

Héroes anónimos en el nombre de Dios - Federico Quevedo

Héroes anónimos en el nombre de Dios - Federico Quevedo
Ayer murió el padre Miguel Pajares. Hacía menos de una semana que fue repatriado a España infectado por el virus del ébola. Lo primero que ocurrió fue un debate absurdo sobre quién o quiénes debían sufragar esa repatriación, debate que zanjó el presidente del Gobierno dejando claro que ese gasto dependía del Estado y que ese debate era estúpido. Lo segundo que supimos fue que a Miguel Pajares le iban a tratar con un nuevo medicamento que ayer mismo la ONU autorizó como experimentación en enfermos de ébola en la zona afectada. Lo último que hemos sabido ha sido que Miguel Pajares fallecía afectado por el virus letal.
¿Quién era Miguel Pajares? Yo no lo sé, y supongo que la mayoría de ustedes, tampoco. Pero de lo que estoy seguro es de que Dios existe y de que desde ayer a las 09:28 de la mañana Miguel Pajares está con Él en el Cielo. No puede ser de otra manera. Miguel Pajares ha puesto nombre a miles de voluntarios y cooperantes que desde hace tiempo se dejan la vida ayudando a los demás, y que ponen en práctica la principal enseñanza del Evangelio: ayudar al prójimo. Y hacerlo hasta el límite de entregar la propia vida por los demás.
Ellos ponen rostro a otros muchos héroes anónimos que en el nombre del Padre están dispuestos a dar su vida por salvar las de los más débiles y marginados, y lo hacen por la única razón del amor que les lleva a una entrega que para la mayoría de nosotros sería imposible
Es verdad que en estos países trabajan otras muchas organizaciones humanitarias, que lo hacen allí al igual que lo hacen en los campos de refugiados de Jordania donde se apelmazan cientos de miles de sirios desplazados de una guerra cruel. Pero hay pocos ejemplos como el del padre Miguel Pajares y sus otros dos compañeros de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios fallecidos a causa del virus del ébola. Ellos ponen rostro a otros muchos héroes anónimos que en el nombre del Padre están dispuestos a dar su vida por salvar las de los más débiles y marginados de la sociedad, y lo hacen por la única razón del amor que les lleva a una entrega que para la mayoría de nosotros sería imposible.
Son héroes pero, sobre todo, son santos que explican el porqué de la existencia de la Iglesia y de su labor en la tierra. Su ejemplo es una lectura viva del Evangelio, son la prueba evidente de que Dios existe y de que dio su vida por nosotros en una Cruz. Solo así se puede explicar que haya hombres dispuestos a dar su vida por los demás y que tras su muerte haya otros que quieran recoger ese testigo y estén dispuestos a viajar a la zona crítica sabiendo que se exponen también a morir infectados por el virus.

La muerte del padre Miguel Pajares debería hacer reflexionar a muchos cristianos que solo entendemos la religión una vez cada siete días, pero también a todos esos que hacen del ataque constante a la Iglesia y al Cristianismo su leit motiv, y que ofrecen una visión falsa y tergiversada de lo que de verdad representa la religión para los hombres. La enseñanza del padre Miguel Pajares vale más que todas las asignaturas de Educación para la Ciudadanía juntas, vale más que miles de horas de ética, pero explica el porqué de la necesidad de llenar los corazones de los niños de un espíritu igual al que ha movido al padre Miguel Pajares a entregarse a los demás hasta el límite de perder su propia vida, y eso solo lo enseña la asignatura de la Fe.

Delirium tremens’ - Javier Cid

'Delirium tremens’ - Javier Cid
ESCRIBO estas líneas al traspié, entre lingotazos de curry y absenta que me abrasan todos los pliegues del intestino, desde un abrevadero clandestino en el país de las sonrisas. Que no es España, vive Dios, donde hace mucho que perdimos las cosquillas y no tenemos el organillo para verbenas. Me he dejado caer por Tailandia para descansar de ustedes y de vosotros, pues una vez leí en un foro de internautas ayurvédicos que la mezcla de especias asiáticas y alcoholes prohibidos depura el maldito cuerpo y el bendito espíritu. El espíritu, cierto es, lo tengo leve y lívido, y a veces, cuando el mar de Andaman no sacude la costa con sus olas tizónicas, hasta me escucho el karma de los latidos. Pero el puñetero cuerpo se ha vencido, al fin, a una gastritis como un fuego fatuo que me tiene night and day (léase, todo el santo día), en posición de flor de loto sobre el retrete. En estos menesteres me hallo cuando recibo una llamada desde Madrid y se me apremia a escribir esta columna. Solícito, acepto el encargo. Que servidor tendrá el tracto escocido y la glotis como una campana catedralicia; pero siempre escuché en las tertulias de eruditos con mucha labia y mayor cirrosis que los escribientes sacan su mejor pluma en las peores adversidades. A Hemingway le tocó la guerra, a Virginia Woolf un trastorno bipolar y a mí una diarrea. Y las rotativas no esperan ni a los muertos, ni a los locos, ni a los caprichos de mi liturgia digestiva.

Como llevo dos semanas guarecido de los ruidos del mundo, busco un rincón cualquiera en el que sople una brizna de Wi-Fi, que es como la gasolina que nos mantiene vivos. Me cuelo por entre los escombros de la dictadura militar, donde los soldados son auténticos mickjaggers que se fotografían como estrellas del rock con turistas lozanas, como ternascos, y pringadas de afeites por aquello de los rayos UVA. Finalmente, el vaivén de Bangkok me conduce hasta el viejo ordenador de un viejo café de un viejo barrio junto al viejo río. Y allí me sumergo de lleno en las noticias, no fueran a estar las musas que alumbran mi escritura entre los millones de Pujol, entre la cocaína del Elcano o en las pateras que estos días desangran el Estrecho. Tenemos nueva Reina en las regatas, ha muerto Robin Williams, Belén Esteban ya está en Benidorm. Con tanta buena nueva me empieza a rondar un delirium tremens allá en el bajo vientre. Y las musas se me han ido. Así que si nada más se les ofrece, queridos lectores, mi gastritis y yo volvemos al retrete del que nunca debiéramos haber salido.

martes, 12 de agosto de 2014

Éxito arrollador de Arturo Mas - Luis María Ansón

Éxito arrollador de Arturo Mas - Luis María Ansón
TRAS una costosa y larga campaña para que los catalanes residentes en el extranjero ejerzan su derecho a votar en el referéndum del 9 de noviembre, hay que reconocer que Oriol Junqueras y su narigante escudero Mas han cosechado un éxito clamoroso: casi el 1% de los 211.000 catalanes que viven fuera de España ha solicitado votar.
Ante semejante éxito, ante el clamor imparable de los catalanes residentes en el extranjero, la reacción internacional, silenciada por la Prensa canalla de Madrid, ha sido fulminante y espectacular. La Reina Isabel II de Inglaterra ha dirigido a Arturo Mas un telegrama de aliento y simpatía. Angela Merkel le ha comunicado que Alemania entera está rendida ante la sabiduría del líder de la Generalidad. El presidente de Francia, François Hollande, ha telefoneado al señor Mas para expresarle su enhorabuena. Por su parte, el presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, ha mantenido con el presidente de la Generalidad una larga conversación de 45 minutos durante la cual, aparte de felicitarle por el éxito obtenido, le ha ofrecido toda clase de ayudas y ha puesto a su disposición la V Flota, liderada por el buque insignia catalán, generoso regalo de Alfonso Ussía. El presidente de China, Xi Jinping, ha dirigido al honorable señor Mas un e-mail extraordinariamente expresivo y le ha invitado a que visite, en compañía de Jordi Pujol, la Ciudad Prohibida. El Emperador del Japón, Akihito, le ha comunicado el fervor del pueblo nipón. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, se ha emocionado al conversar, según ha dicho, con «el libertador de un pueblo noble y una nación histórica».
Incluso el Papa Francisco ha comunicado a Arturo Mas que se dispone a calzarse las sandalias del pescador y trasladarse a Barcelona, con la esperanza de que el líder catalán le conceda una audiencia para poder expresarle personalmente su apoyo y felicitación. En el palacio de San Jaime el regocijo se ha hecho inextinguible. El presidente ha decidido condecorar con la Gran Cruz al Mérito Catalán, con distintivo estelado, a los 599 residentes en el extranjero que han decidido votar. Los 210.401 que se negaron no cuentan, son despreciables. El éxito de la campaña para atraerse el voto de los catalanes que residen fuera de España demuestra hasta qué punto es certero el camino que desembocará el 9 de noviembre con la apoteosis personal de Arturo Mas, el salvador de la patria catalana, el Caudillo de Cataluña por la gracia de Dios, el futuro Generalísimo de sus Ejércitos de Tierra, Mar y Aire.

domingo, 10 de agosto de 2014

El ébola infecta Twitter - Jorge Alcalde

El ébola infecta Twitter - Jorge Alcalde
Queridos nairalanders, y todos aquellos que hayan leído mis mensajes. Mi nombre es Adesewa y quiero pediros perdón: fui yo quien inició el falso bulo de que el ébola se cura con agua salada.
Este mensaje apareció ayer en la red social Nairaland, una comunidad online para nigerianos que cuenta con 1.300.000 usuarios. Es la declaración pública de una joven estudiante responsable de una ola de desinformación que durante unas horas recorrió el país africano, donde el ébola empieza a expandirse sin control. Adesewa reconoce que todo empezó como una broma entre amigos. Envió un mensaje a la red social con el siguiente texto:
El Ministerio de Salud de Nigeria ha comunicado a toda la población la necesidad de bañarse con agua caliente y sal antes de esta noche como medida efectiva de protección contra el virus del Ébola, que se expande por el aire.
El mensaje fue colgado a las 7:08 de la mañana. A mediodía había miles de peticiones de información y de personas que lo habían reenviado a sus contactos. Por la noche, cientos de nigerianos aseguraban que beber agua salada cura el ébola.
Dice Adesewa:
No pude parar la reacción en cadena. Incluso gente a la que le he dicho que he sido yo quien mandó el primer mensaje no me cree. Sólo mis amigos que estaban advertidos de mi broma son conscientes de que todo es una estupidez.
Desde otro ordenador de Nigeria, alguien utilizó Google para buscar las palabras Ebola, cure. Y entre los resultados descubrió un artículo de la BBC sobre las investigaciones del doctor Maurice Iwu, según las cuales la nuez de kola (Cola acumminata) se había demostrado eficaz para contener el virus. Como no podía ser menos, lo mandó a todos sus contactos sin reparar en que el artículo era de 1999 y que la investigación ha sido desacreditada.
El propio Ministerio de Salud de Nigeria tuvo que salir al quite... eso sí, con un tuit.
El ébola no tiene cura, no hay tratamiento específico ni vacuna conocida.
El problema es que la cuenta de Twitter del ministerio nigeriano solo tiene 1.200 seguidores, diez veces menos que la red social donde se expandió el primer bulo.
El Daily Mail aseguraba el jueves que los equipos médicos británicos que trabajan en Sierra Leona para combatir la epidemia estaban encontrando serios obstáculos a su trabajo por parte de ciudadanos que no creen que el ébola sea real; piensan que no es más que una conspiración del Gobierno.
A través de redes sociales y rumorología varia, los habitantes del país africano habían recibido cientos de mensajes con esa absurda información: "En Sierra Leona no hay virus, el Gobierno está inventando los casos para aumentar las peticiones de ayuda internacional". En un pavoroso artículo en Newsweek, Chac McCordic, jefe de un grupo de apoyo médico voluntario, dice:
Sentí que el ébola estaba fuera de control en Sierra Leona cuando vi a un grupo de jóvenes riéndose del paso de una ambulancia con un infectado a bordo.
Las risas ocurrieron en los alrededores de una cabina de teléfonos de Kenema, hace unas semanas. Días después, cuando los primeros afectados llenaban el hospital de esa ciudad, una multitud asaltó las instalaciones e incluso depositaron cadáveres infectados en medio de la calle.
Sí, las redes sociales también han sido infectadas. Ahí están los exabruptos en Twitter de Donald Trump contra la repatriación de los americanos contagiados. "Los compatriotas que trabajan en Liberia deben asumir las consecuencias de sus actos". "Detengamos la repatriación. Estados Unidos ya tiene suficientes problemas".

Por cierto, que el millonario conservador estadounidense parece tener similar sensibilidad a la de asociaciones de médicos progresitas en España que han sugerido que el padre Miguel Pajares fuera atendido lejos de nuestras fronteras. Y se han despachado desde cuentas de Twitter con iconos alusivos al movimiento de las batas blancas. Curiosos compañeros de cama está propiciando el miedo al contagio.

La moda del minishort - Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy

La moda del minishort - Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy
Nuestros poetas no se recluyen en torres de marfil ni escriben sus delicados versos alejándose del mundanal ruido. Los nuestros son poetas del pueblo y de la calle... dispuestos siempre a arrimar la nariz allí donde está la noticia. Tan cerca como les sea posible.
Juzguen ustedes.

NO SALGAS, FRAILE
por Monsieur de Sans-Foy

Lo llaman minishort, las muy cochinas,

y es algo que estremece, este verano,
pues van con ambos glúteos tan a mano
que a alguno se le saltan las retinas.

Provocan taquicardias repentinas,

lo mismo en el chaval que en el anciano,
detrás de ese pandero tan lozano
que cubren diminutas pegatinas.

Cautivo en tu minúsculo aposento

cercado por los muros del convento,
no sabes ni de qué te estoy hablando.

Mejor... porque, a pesar de la sotana

católica, apostólica y romana...
los ojos se te posan en lo blando.

ENXIEMPLO DEL 'MINISHORT'
por Fray Josepho

La moda en las mancebas es llevar minishort,

e pónenselo todas, quando visten de sport.
De Murçia a Finisterre, de Cádiz a Somport,
ca dizen que ponello provoca grand confort.

Non puedo describillo, ca vivo en mi cenobio

(lo cual, seyendo fraire, es natural et ovio),
et nunqua estoy expuesto a semexante oprobio.
Mas solo de pensallo… me muero del agobio.

Me dizen los que saben (e yo les presto escucha)

que con el minishort la tentaçión es mucha.
Ca nótanse las mollas e márcase la hucha
(e yo de la vergoña me pongo la capucha).

Non me contedes nada d’aquesta nueva prenda,

que mi menguada pesquis quiçab non lo comprenda.
Concluyo, por indiçios, que es cosa muy tremenda,
que exhibe ante los homes la zona más pudenda.

¿Por qué tales usanzas excluyen al varón?

¿Por qué lo llevan fembras pero los machos non?
¿Non éramos eguales, en la Constituçión?
¡Quisieran muchos homes ponerse tal calçón!

En este sieglo agora, ya egual es lo que valga,

villana cual villano, fidalgo cual fidalga.
E ansí, Mesié Sanfuá, cuando a la calle salga,
ponerse ha minishort pora luçir la nalga.


¡Mesié, fazetme caso, seredes el primero

que muestre a los viandantes porçiones de trasero!
¡Seredes precursor! ¡Seredes el pionero!
¡Recognoscer os han en todo el mundo entero!