lunes, 29 de mayo de 2017

El ciego que me enseñó a ver - José Iribas

El ciego que me enseñó a ver  - José Iribas

Hoy vuelve a visitar Dame tres minutos Jesús Portilla, que en su día publicó aquí el post ¡Papá, cuánto duele crecer!“.
Jesús nos habla hoy de un ciego que enseña a ver.
Me ha traído a la memoria a Xabier, ese joven invidente del que te hablé en esta entrada del blog. También me he acordado de otros posts como Lo que nos une o ¡Reconcíliate! Te lo mereces“, donde se menciona aquello de que solo se ve bien con el corazón…
Agradezco a Jesús su generosa aportación y os dejo con él.
Tuya es la palabra, amigo.
El ciego que me enseñó a ver
Podría ser un cuento o una historieta de esas que te cuentan, pero no, esta es una vivencia personal en un viaje reciente que he disfrutado con mi mujer y unos amigos.
La verdad es que me sorprendió ver que, entre el grupo que íbamos a recorrer diferentes ciudades que prometían una belleza singular, se encontrara una persona ciega. El pensamiento que enseguida vino a mi mente fue: ¿cómo va a disfrutar este hombre de tanta belleza?
Pero por su semblante, por su sonrisa y por su alegría, estaba claro que había venido por su propia voluntad sin que nadie le hubiera forzado, ni amigos, ni su propia mujer, que le acompañaba.
Todos sabemos, hemos oído o nos han contado, que cuando se pierde uno de los sentidos, los demás se agudizan, pero aún así, llama la atención —o por lo menos a mí me la llamaba—, que determinadas bellezas que están ahí para verse, sean visitadas por alguien que no puede ver.
La verdad, es que me parece fantástico, digno de admiración y un gran ejemplo, comprobar que las maravillas que nos proporciona este mundo y sus diferentes lugares, están ahí para que las disfrutemos todos y que nada ni nadie ponga impedimento alguno para recrearse, para admirar y para ver, aún sin poder ver.
Y es cierto, para mí —y seguro que para todos—, fue una gran lección comprobar día tras día que quien más veía más era el ciego, ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo, iglesia tras iglesia, paraje tras paraje y rincón tras rincón.
No había momento y lugar, en que la expresión de su cara no me transmitiera la belleza que sentía en su interior a través de sus sentidos totalmente expectantes.
La brisa del mar, el frescor sobre la piel, el calor del sol, las fragancias de los jardines, el aroma de bollos recién hechos, el trinar de los pájaros, el deambular de la gente, el silencio de una iglesia, el replicar de las campanas, las observaciones y comentarios de la gente…
Y seguro que él percibía muchos más sonidos, muchas más experiencias y muchas más sensaciones, que quedaban reflejadas en su cara y en sus gestos, expresándonos con ellos que él estaba allí con nosotros, gozando de las mismas maravillas pero percibidas de otra manera que provocaban en él un deleite especial.
En ‘El podio de los triunfadores’, intento con cada artículo haceros sentir dónde se encuentra el verdadero triunfo. Este es un ejemplo más que tal vez alguno no termine de entender, sin darse cuenta de que todo lo que hace crecer, te lleva a triunfar.
Pasamos por la vida sin ver, sin oír, sin sentir y tenemos que cruzarnos con una persona con dificultades de movilidad para que nos enseñe a movernos, con un sordo para que nos enseñe a escuchar o con un ciego para que nos enseñe a ver.
¿Cuántas veces —como decía en un anterior artículo—, oigo pero no escucho, busco pero no encuentro, formo imágenes que después no son, construyo pensamientos que se deshacen mirando pero no viendo, y poniendo delante de mí árboles que no me dejan ver todo lo maravilloso que esconde el bosque?

Solo cerrando los ojos e intentando poner a funcionar todos mis otros sentidos, fui capaz de comprender que este ciego estaba viendo mucho más que yo. Porque no solamente brilla lo que la luz alumbra, sino también lo que la oscuridad esconde. Muchas gracias Enrique..

viernes, 26 de mayo de 2017

Lo que quiero ahora - Ångeles Caso

 Lo que quiero ahora - Ångeles Caso

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila. También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

viernes, 19 de mayo de 2017

Fran Rivera, postorero y mártir - David Torres

Fran Rivera, postorero y mártir - David Torres

Fran Rivera, que este año se corta la coleta en Ronda, se está despidiendo de los toros por la puerta grande. Concretamente, la de la pantalla de 50 pulgadas donde cada semana sale a hombros de una multitud, igual que la efigie de aquella Virgen que contaba Buñuel, que la sacaban en procesión para que terminara con la sequía y, como seguía sin llover ni gota, la tiraron al lecho seco del río y la hicieron mierda. Cuando se está acostumbrado al sonido de la gloria, el caso es que lo silben a uno. A Rivera, misacantano en los ruedos televisivos, de momento le caen broncas y pitos pero, si sigue por ese camino, no tardará mucho el día en que le corten las dos orejas. Las suyas.
Tampoco es el primer torero que canjea la sangre y la arena por un oficio menos épico y menos folklórico. Joaquín Miranda, que de joven fue banderillero en la cuadrilla de Juan Belmonte, tiró por los riscos de la política y llegó a ocupar el cargo de gobernador civil de Huelva después de la guerra. Tiempo después, Belmonte asistía a un festival benéfico que presidía Miranda cuando un amigo suyo señaló hacia arriba y le preguntó si era verdad que ese señor había sido banderillero suyo.
-Sí, señor- dijo Belmonte.
-¿Y cómo se puede llegar de banderillero a gobernador?
-Ya ve usted. Degenerando.
En efecto, a fuerza de caer pendiente arriba, Fran Rivera ha terminado por demostrar que Paquirrín es, contra todo pronóstico, el intelectual de la familia. Ya sabemos que el toro no sufre, pero para demostrarnos que el torero tampoco, Fran Rivera se arriesga en cada tertulia a que lo empitonen vivo. Hace apenas un mes, en uno de esos programas con los que Antena 3 patrocina la lobotomía (y que lleva el vejatorio título de Espejo público, para que no le quepa duda a quien lo vea), el diestro formuló en tono retórico la paradójica cuestión de si para ser antitaurino hay que dejar de ducharse. Diversos especialistas concluyeron que no tiene mucho que ver una cosa con la otra. El propio Rivera va siempre niquelado y peinado, como si se hubiera caído en la marmita del champú cuando era pequeño, y aun así, cada vez que habla, hay tormenta de caspa.
Esta semana vislumbramos nuevamente el peligro de ducharse siete veces al día, cuando Rivera, obnubilado por sus excesos higiénicos, dijo que le encantaría que volviera la mili, que es una lección de vida y un orgullo eso de ir de español por el mundo. En lo de la lección de vida lleva más razón que un santo, que en la mili yo aprendí a no dar ni palo al agua, sin contar barrigazos, novatadas y borracheras. Eso sí, ducharnos nos duchábamos un montón. Pero los teóricos neoliberales que abogan por el despido libre nunca le agradecerán bastante a Rivera que vuelva a proponer la esclavitud obligatoria y patriótica. De hecho, ya están preparando la opción de trabajar un año gratis, como los becarios de Jordi Cruz, cuando no la de trabajar gratis toda la vida. En el programa político que presentó el martes Susana Díaz -y que redactó el lunes por la tarde, entre tapa y tapa-, la Lorzana Andaluza ofrece una propuesta cultural basada principalmente en el chiringuito. No debiera descartar la posibilidad de proponer a Rivera para la cartera de Cultura, Morcilla, Toreo y Postoreo.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Sí, yo soy ciclista… ¡No me mates, por favor! - Federico Quevedo

Sí, yo soy ciclista… ¡No me mates, por favor! - Federico Quevedo

Lo que espero de ti es que me respetes, que nos respetes. Que tengas paciencia, porque lo que estamos haciendo nos supone un esfuerzo, un sacrificio muchas veces

No me gusta salir solo con la bici, le tengo mucho respeto a la carretera y siempre pienso que yendo en grupo a los ciclistas se nos ve más y disminuimos el riesgo de accidente, además de que en caso de que este ocurra nos ayudamos unos a otros. Pero hace un par de fines de semana tenía que hacer un entrenamiento muy concreto de cara al Campeonato de España de Triatlón de Media Distancia que se celebró este pasado fin de semana en Pamplona —el Half Triathlon Pamplona-Iruña—, y como el compañero que iba a venir conmigo se indispuso esa noche, el domingo por la mañana agarré mi bici a las 9:30 y me lancé a la carretera.
Todo iba muy bien, mi intención era hacer un recorrido de unos 75 kilómetros dirección Navalcarnero y vuelta por Villaviciosa, pero me equivoqué de camino. No había hecho nunca esa parte de la ruta, creyendo que había carretera entre Navalcarnero y Villaviciosa seguí adelante y acabé en el arcén de la A-5. Menos mal que era bastante ancho y, consciente de mi error y de que aquello me podía costar un disgusto, me lancé a por la primera salida que encontré, cuando a los pocos metros un coche de la Guardia Civil de Tráfico se situó delante de mí y encendió primero los intermitentes y después las luces amarillas del techo señalizando a los coches que se situaran a la izquierda.

Pensé que, con toda la razón del mundo, me iban a parar y a multarme, pero lejos de ser así me fueron escoltando unos 50 metros por delante hasta que señalicé mi desvío a la derecha para tomar la carretera hacia Villaviciosa, y entonces simplemente dijeron adiós y siguieron su camino. No lo comprendí hasta que llegué a casa y leí la noticia que ya me habían enviado a mi WhatsApp: una conductora ebria había matado a dos ciclistas —el tercero moriría días después— y herido a otros en Oliva. No ha sido el único atropello en estos dos fines de semana: el sábado, seis ciclistas fueron arrasados en Tarragona y el domingo, cuando volvía de Pamplona a Madrid, en Navarra caían otros dos bajo las ruedas de otro vehículo conducido por una conductora borracha.

Este fin de semana fue un nuevo periodo negro para el ciclismo con el atropello de un grupo que dejó dos muertos y tres heridos graves. La autora conducía borracha. No me sorprende

El sábado, a la orilla del Pantano de Alloz, donde íbamos a comenzar el Half Triathlon de Iruña, más de 1.000 triatletas guardamos un minuto de silencio por nuestros compañeros de Oliva y solo unos pocos minutos después cogeríamos nuestra bicis para lanzarnos a tumba abierta camino de Pamplona por una ruta de 85 kilómetros con tráfico. Poco, es verdad, y en una ruta muy vigilada, pero ¿quién vigila al que de manera descontrolada y bajo los efectos del alcohol o las drogas, o ambas cosas a la vez, pone sus manos en un volante?
Yo salgo con mi bici casi todos los domingos, con mi grupeta o solo algunas veces, me puedes encontrar por la sierra, haciendo puertos, o por cualquier carretera cerca de Madrid. Llevo un casco amarillo unas veces, negro otras, y ahora ya sé que lo próximo que tengo que hacer es poner una luz roja en la tija de mi bici para que cuando tú, conductor, vengas por detrás, me veas. Lo que espero de ti es que me respetes, que nos respetes. Que tengas paciencia porque lo que estamos haciendo nos supone un esfuerzo, un sacrificio muchas veces, que lo hacemos porque queremos, faltaría más, pero la inmensa mayoría de nosotros no vivimos de la bici, aunque muchos vivimos gracias a la bici.

Estos últimos días la carretera se ha teñido de negro para la bicicleta con la muerte en Valencia de dos ciclistas, la de Scarponi o el accidente de este martes de Chris Froome

Por eso te digo, te decimos todos: no nos mates. Aprende a convivir con nosotros, y nosotros te lo pondremos fácil. Te ayudaremos a adelantarnos cuando veamos que tienes espacio para hacerlo, incluso aunque haya línea continua porque, ¿sabes?, puedes hacerlo, puedes rebasarla dejando un metro y medio —y si dejas dos, te lo agradeceremos aún mas— entre el coche y nosotros y nadie te va a multar por ello, pero sí te pueden multar si no lo haces, te pones nervioso y empiezas a tocar la bocina —está prohibido, otra cosa que los conductores no saben— y a gritarnos.
Aprende a convivir con nosotros, y nosotros te lo pondremos fácil. Te ayudaremos a adelantarnos cuando veamos que tienes espacio para hacerlo
Somos vulnerables… Tú llevas entre las manos una máquina de matar, y nosotros vamos sobre una máquina en la que podemos morir. Y la mayoría de nosotros tenemos familias, mujeres, novias, hijos, madres que rezan por que volvamos cada vez que salimos por la puerta con los bolsillos del maillot cargados de geles y barritas y la bici a cuestas. No debería ser así, nadie reza para que vuelva un 'runner' que sale a correr el domingo por la Casa de Campo, que también se está volviendo imposible para todos los fines de semana a la vista de lo peligrosas que se han vuelto las carreteras.

Los heridos en las vías interurbanas españolas aumentan en el 70% de las provincias. El número de fallecidos, en cambio, está en su mínimo histórico


Diecinueve ciclistas muertos en lo que va de año es mucho, cuatro más que en todo el año 2016. Un número suficientemente alto como para que tú, conductor, te lo tomes en serio y lo tengas presente cada vez que nos veas en tu camino… Cuánto vas a perder por ponerte un rato detrás de nosotros, ¿uno, dos… tres minutos quizá? Nosotros podemos perder la vida. Y lo suficientemente alto, también, como para que las autoridades competentes, el Gobierno, empiecen a tomar medidas que pasan por invertir para ampliar los arcenes de muchas carreteras y endurecer las penas para casos como los de estos últimos fines de semana. Ni un ciclista más muerto en las carreteras, ni uno más… Y nos uniremos si hace falta cuantas veces sea necesario para reclamarlo.

lunes, 8 de mayo de 2017

El premio José Luis Alvite - Ceferino de Blas

El premio José Luis Alvite - Ceferino de Blas

El premio periodístico que lleva el nombre de José Luis Alvite es el más auténtico de cuantos se dedican a la profesión. La mayoría de los que se convocan reúnen otras connotaciones, como puede ser el Miguel Delibes, que está mixtificado por ser el titular más novelista que periodista, o el Julio Camba, por razones análogas. Otros del tipo del José Couso a la libertad de prensa, hacen hincapié en motivaciones como la trágica muerte del fotógrafo gallego más que en la dimensión profesional. 

Es evidente que son premios justificados, por estar dedicados a unos personajes que se han ganado el ser recordados por la creación de estos galardones con su nombre, que prestigian con sus trayectorias profesionales. 

Pero el José Luis Alvite añade a los argumentos aportados que se premie al periodismo puro en la persona de un profesional de los pies a la cabeza, que en su vida no ha hecho otra cosa que buen periodismo, desde el difícil cometido del columnismo. Y que sus exitosos libros sean la recopilación de los artículos, sin que le haya dado por la incursión a otros géneros literarios. 

En su vida en las redacciones, Alvite abarcó todos los géneros, desde los sucesos a la información local, pero lo que le valió la admiración de los lectores, el aprecio de los críticos y el respeto de los compañeros, es haber creado un mundo diferente, en el Savoy. Una metáfora a la que tuvo la inteligencia de arrastrar a sus seguidores, de forma que se sintiesen inmersos en ese espacio onírico, y gozasen de la suerte de sentirse en otra atmósfera, como si estuvieran contemplando una película de época. Y al acabar la lectura experimentasen la sensación de haberse sumergido en un mar de nubes, a veces oscuras como las que preludia una tormenta, pero casi siempre bellas como las que colorea una puesta de sol sobre las Cíes. 

Un acierto de la Asociación de Periodistas de Galicia, el grupo que Arturo Maneiro creó hace veintitrés años como nexo de unión entre las viejas Asociaciones de la Prensa y el nuevo Colegio Oficial de Periodistas, cuando la carrera de periodismo dejó de estudiarse en las antiguas escuelas y pasó a las facultades universitarias. 

La microhistoria gallega de la profesión recuerda que aquella bienintencionada pretensión de convertir la Asociación en Colegio, como ocurría con otras profesiones -abogados, físicos, médicos... -, no fue posible porque, según cuentan, en el Colegio se empezó a abrir la puerta a no licenciados universitarios, cuando uno de los menesteres de los Colegios es la tutela de la profesión e impedir el intrusismo. 

Así nació la Asociación de Periodistas de Galicia, que convoca los premios Diego Bernal, otro periodista, periodista, que formó parte del grupo de fundadores de este colectivo profesional, que ya va por su XXII edición, y el José Luis Alvite. Dos nombres de comunicadores santiagueses que prestigian la profesión. 

Otro argumento de por qué es el más periodístico de los premios conecta con la herencia familiar. Hubo Alvites periodistas desde principios del siglo pasado, y el apellido siempre estuvo ligado al FARO, del que fueron corresponsales en Compostela. Un Alvite llegó a rizar el rizo, y fue corresponsal a la vez del FARO y "La Voz de Galicia". 

Era una personalidad muy activa y el más dinámico de los promotores de erigir una estatua a Rosalía de Castro en Compostela, por lo que vino a Vigo a lograr la participación de la ciudad en la empresa. Por falta de dinero el monumento a la poetisa tardó en terminarse y no se inauguró hasta 1917. 

Otro Alvite escribió, en 1921, las crónicas de la tragedia del "Santa Isabel", frente a la isla de Sálvora, por las que los lectores de este periódico se enteraron del mayor naufragio ocurrido en las costas españoles. 


Por estas y más razones que pueden aportarse, es de justicia reseñar el acierto de la Asociación de Periodistas de Galicia de haber creado el premio Alvite. En la primera edición se lo concedió al columnista y politólogo, José Luis Barreiro, y en la segunda, la pasada semana, a Ánxel Vence Lois, maestro de periodistas y el mejor articulista que luce en esta ahora de buenos columnistas en Galicia. Enhorabuena Ánxel, y que tu ingenio no deje de deleitarnos.