jueves, 26 de diciembre de 2013

Las maracas de Machín - José Luis Alvite

Las maracas de Machín - José Luis Alvite

Soy trasnochador recalcitrante desde hace treinta años. Durante no poco tiempo desayuné a las cuatro de la tarde. Mi vida llegó a ser tan caótica, que a veces en mi cuerpo las doce de la noche eran media mañana. Tuve un par de accidentes de carretera causados por el sueño y un puñado de peleas en lugares en los que el más inocente podría sacarte los mocos por las nalgas. Todo el tiempo me parecía poco para estar despierto. Hubo momentos terribles en mi agitada existencia en los que con las prisas estuve a punto de adelantar la primavera abriendo las flores en la sartén. Recuerdo haber empezado una promesa en brazos de una mujer y haberla cumplido al poco rato en brazos de otra. Llegué a fumar diez paquetes diarios de 'Ducados' y tenía la boca tan seca que escupía en alemán. Como reportero de sucesos frecuentaba las comisarías y los garitos, los catres y las autopsias, la sangre y la saliva. Llegué a tal grado de extenuación y de sueño que en una ocasión metí en el coche a un travesti y me salvé de milagro cuando a aquel hada agresiva con la mano le encontré un 'Lladró' entre las piernas. Siempre tuve fortaleza física pero no soy la Catedral de Santiago, así que también recuerdo amargos momentos de impotencia, de soledad y de hastio, días tristes y oscuros en los que a solas en el coche, para sentir que tenía algo, contaba con una mano los dedos de la otra mano. Hay ropa mía en sitios que ni recuerdo. Conocí a tipos sin esperanza cuya tarjeta de visita era una pelotita de papel. Estaba perdido. Un día descubrí que mi padre me trataba como a un pariente lejano. Me apestaban a tabaco el sudor y la orina. Mi boca estaba tan áspera, maldita sea, que recuerdo haber bebido agua para pasar la saliva. Me cegaban la rabia y el cansancio. Fue terrible. Viajaba a solas por las carreteras con una mezcla de furia y decepción, distante de mí y de la realidad, como si condujese desde el maletero del coche. Todo eso hice durante treinta años de mi existencia. Llegué a ser columnista en Galicia y en Madrid y me integré en el equipo de Carlos Herrera, pero con mi vida reconozco que lo mismo podría haber acabado en la mafia de Palermo. Con una vida nocturna tan dilatada es fácil cometer errores y los míos no son pocos. Hay tipos que me retiraron el saludo y mujeres que me confunden con sus perros. Pero nunca rompí una cabina de teléfono, ni uno de esos escuálidos árboles del nuevo urbanismo, ni arrojé colillas en el suelo de los garitos, ni canté en la vía pública, ni le jodí a nadie el sueño. No sé de un solo sitio al que no pueda volver. Tengo saldadas mis cuentas y zanjadas mis disputas. Por su aliento me sé de memoria el 'ogino' de mis amigas. A veces tengo la vista tan cansada por el ajetreo de la maldita madrugada, que el periódico sólo podría leerlo en 'cinemascope'. Sé que cualquier día expulso por la uretra las anginas. Pero no despierto a nadie, ni meo en la calle. Y si me pegasen un tiro en el puto vientre, por no molestar iría en silencio a que mediesen cuatro puntos aprovechando la tanza que sobra en cualquier autopsia.