domingo, 24 de noviembre de 2019

Constantes vitales - Juan José Millás

Constantes vitales - Juan José Millás

A VECES ME pregunto cuántos difuntos hay en Madrid, no en el cementerio, claro, sino en sus propias casas. Quien dice Madrid dice Barcelona, Valencia, Bilbao, etcétera. Es mucha la gente que fallece en su domicilio sin que nadie lo advierta hasta pasados unos meses, incluso unos años. Guardo en la memoria el caso de una señora que se murió en el sofá del salón, viendo un programa de Tele 5 sin posibilidad alguna, lógicamente, de cambiar de canal. Así permaneció la pobre todo ese tiempo. Piensa uno que no es lo mismo, aunque estés difunto, tragarse la programación de un canal de pago, con su cine de calidad y tal, que la de uno generalista, con Belén Esteban a todo trapo. A lo mejor, el purgatorio consiste en pasar una temporada viendo Sálvame o Supervivientes por cruel que nos parezca. Pero mucho mal tendría que haber hecho en vida esa mujer para merecerse tal castigo. Quizá, en fin, no fuera más que un accidente.

El caso es que desde entonces no ha dejado de multiplicarse este tipo de sucesos. El último ocurrió en una vivienda del bloque de pisos de la foto, situado en el distrito de Ciudad Lineal, de Madrid. La muerta tardó en ser descubierta 15 años. Un récord. Gracias a la humedad del cuarto de baño, donde se halló su cuerpo, y a un ligero flujo de aire, procedente de una ventana entreabierta, su cuerpo se había momificado. Durante todo ese tiempo siguió cobrando la pensión de jubilación y pagando los recibos de la luz, agua, etcétera. En otras palabras, sus constantes vitales, desde la lógica capitalista, funcionaban. De ahí que no se le emitiera el certificado de defunción.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Andropausia - Carmen Pérez Novo

Andropausia - Carmen Pérez Novo

Hasta hace muy poco tiempo, todo lo relacionado con la menopausia convertía a la mujer en un ser colérico, caprichoso, irritable y con las facultades físicas e intelectuales muy disminuidas. Sin embargo, en la actualidad, afortunadamente para nosotras, se piensa de forma totalmente distinta. Su incorporación al trabajo nos ha hecho comprender que estos "años fatídicos" no son obstáculo para que iguale, en algunos casos, o supere, en otros muchos, en tranquilidad, sosiego, serenidad, capacidad profesional y atractivo físico a los hombres. ¿Y por qué sucede esto? Pues sencillamente señores, porque también existe, lo que podíamos llamar el "climaterio masculino". O andropausia.
Según una encuesta nacional, que ha realizado hace meses el Grupo de Estudio de Salud del Hombre, bajo el auspicio de la Sociedad Española de Urología y Andrología, a un grupo de españoles entre 45 y 74 años, son muchos los que padecen los síntomas que caracterizan esta época de la vida masculina: sofocos, dificultad para conciliar el sueño, estado de ánimo depresivo, fatiga, nerviosismo, alteraciones del sueño, taquicardia, cefaleas, cansancio físico, falta de concentración, reducción del número de erecciones matinales, disminución de la libido?
Señores, ¿cómo les ha quedado el cuerpo? Porque, al fin, es necesario que abran los ojos a la realidad y se den cuenta que, hasta la fecha, vivían atrapados por la oferta consumista de una falsa juventud eterna masculina. He dicho falsa, caballeros. Sé de lo que estoy hablando. Porque, eso de que solo las mujeres envejecen y que su sexualidad se desvanece antes, es algo que ya ha pasado a la historia.

Por eso, necesario que sepan que, aunque hay grandes variaciones individuales, todos estos síntomas se asocian con una disminución en la producción de testosterona, cuyos niveles descienden bruscamente a partir de los 60 años. Porque, el descenso de esta hormona, es una de las muchas causas de la menor potencia y actividad sexual. Y es que, como ustedes saben por propia experiencia, aunque no lo reconozcan, su actividad sexual a los 50 años es la mitad de cuando tenían 30, sólo una quinta parte cuando alcancen los 75 y desaparece casi por completo por encima de los 80 ¿Qué ustedes prefieren utilizar el término "crisis de la edad madura" que no es tan fuerte, ni bla bla, bla. Pues piensen lo que quieran, pero curen la ceguera del corazón y asuman, de una vez por todas, que ustedes también envejecen.

Niños, si vuestros padres nunca os han castigado es que no os quieren como es debido - Emilio Calatayud

Niños, si vuestros padres nunca os han castigado es que no os quieren como es debido - Emilio Calatayud


Buenas, soy Emilio Calatayud. De niño fui muy tímido para los estudios y muy valiente para las trastadas. Así que mis padres mes castigaron mucho y bien. Se lo agradezco. Siempre suelo decir que si no me hubieran castigado tanto seguramente no hubiese sido juez. Y nunca dejé de querer a mis padres. Tampoco tengo traumas. Y aprendí una lección que luego me ha servido para ejercer el oficio: niños, si vuestros padres nunca os han castigado es que no os quieren como es debido. Suena duro, pero es la verdad. Igual es que no saben, igual es que no quieren o igual es que no pueden porque han llegado tarde.

Padres, si castigáis a todas horas a vuestros hijos es que no los queréis como se debe - Emilio Calatayud

Padres, si castigáis a todas horas a vuestros hijos es que no los queréis como se debe - Emilio Calatayud


Buenas, soy Emilio Calatayud. Padres, si castigáis a todas horas a vuestros hijos es que no los queréis como se debe. Es más, igual es que no los queréis. La virtud está en el término medio y el sentido común. Tan malo es pasarse como no llegar. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Pero ese debe ser nuestro horizonte como padres: la educación es no dejarles hacer todo lo que les dé la gana, pero tampoco no dejarles hacer nada. Equilibrio. Habrá veces que lo consigamos y otras que no, porque no somos perfectos. Pero no hay rendirse. Ánimo, que los hijos ‘solo’ son para toda la vida.

viernes, 1 de noviembre de 2019

El poeta - Juan José Millás

El poeta - Juan José Millás

Era el mismo Ricardo el que iba abandonando su foto en los urinarios de los restaurantes y cafetería
Tras el postre, fui a orinar a los servicios del restaurante en el que había comido con mi amigo Ricardo. Al bajarme la cremallera, descubrí en el urinario una fotografía suya, de las de fotomatón. No tuve valor para meter la mano y retirarla, pero tampoco para desaguar sobre su imagen. Me reprimí, pues, y volví a la mesa, donde preferí no comentar lo sucedido. Nos tomamos el café y nos despedimos sin que por fortuna él hubiera hecho intención de acudir al lavabo.
Ya en casa, telefoneé a un amigo común que al relatarle el caso me dijo que era el mismo Ricardo el que iba abandonando su foto en los urinarios de los restaurantes y cafeterías del centro en una especie de maniobra autodestructiva que consideraba acorde con su condición de poeta maldito. Nunca tuvo vocación de poeta maldito, pero al haber fracasado como poeta a secas, albergaba la esperanza de triunfar de este modo. Tal vez la televisión, la radio o las redes sociales se hicieran eco de su campaña masoquista.

Durante los siguientes días visité por curiosidad los lavabos de los restaurantes y cafés frecuentados por escritores y periodistas y comprobé que en todos sus urinarios, sin excepción, había fotos de Ricardo, la mayoría deterioradas ya por las sucesivas rachas de orines que se habían vertido sobre ellas. Al final no pude reprimirlo y lo llamé para que cesara en aquella actitud que dañaba su imagen. Replicó que estaba dispuesto a cualquier cosa para que su poesía llegara a los lectores y que este sistema de hacerse famoso le parecía original. Solo necesitaba salir en uno o dos telediarios. Colgué apenado por él, por el mundo y por los telediarios. De momento no ha logrado convertirse en un poeta maldito, pero sigue siendo un maldito poeta.