viernes, 31 de mayo de 2019

Invisibles - Anita Batwin

Invisibles - Anita  Batwin


Hoy es el día mundial de la Esclerosis Múltiple. Imposible no hablar de ello, como una de las 55.000 personas afectadas por la enfermedad en nuestro país. Dos de cada tres somos mujeres. El diagnóstico suele darse entre los 20 y los 40 años.
Este año se ha dedicado a visibilizar la enfermedad y sus síntomas. ¿Cómo medir el dolor?, ¿cómo poder tan siquiera explicarlo?, y es que los espasmos musculares, la rigidez, el dolor neuropático y otros síntomas pueden hacer el día a día muy complicado e indescriptible.
Es muy complejo hacer visible y tangible algo que no lo es. Si ves a alguien que lleva una escayola, sabes que seguramente se ha roto un hueso y que le duela. Probablemente porque has sentido algo parecido o conoces a alguien que le haya pasado. Eres capaz de empatizar con ese dolor y hacerlo visible en tu imaginario. Pero una enfermedad como esta, son tantos síntomas diversos y muchas formas de encararla también, es aún una asignatura pendiente.
Muchas veces he sentido que se me juzgaba y se ponía en entredicho mi dolor o mi sufrimiento: “si parece que estás muy bien”, oía. O “eres una quejica y una exagerada”, “tienes que ser más positiva”, “con una mejor actitud estarás mejor”. No dudo que haya algo constructivo y de aprendizaje en todo ello. Por supuesto, no dudo de la importancia de tener una mente positiva y optimista. Pero es que a veces duele demasiado y es agotador. Lo más agotador de todo es la incomprensión que muchos de nosotros sentimos, porque a veces es complicado también para quienes nos rodean poder entender lo que sentimos.
Ninguna esclerosis es igual a la otra, por algo se la llama “la enfermedad de las mil caras”. Comparar o compararnos no nos hace avanzar, porque cada una tiene su propia realidad. No nos hace inferiores el hecho de no poder escalar el Everest o hacer marcas deportivas, pero bien por quienes sí pueden hacerlo. En cualquier caso, no caigamos en banalizar lo que supone una enfermedad grave y apostemos por contar o mostrar la importancia de sus síntomas, en muchos casos incapacitantes. No nos sintamos forzados en mostrar nuestra mejor cara; mostrar nuestras vulnerabilidades puede ser también un acto político.
Presentar únicamente la cara positiva de esta enfermedad, es absurdo. No existe nada positivo de tener esta enfermedad, ni esta ni ninguna. No existe nada positivo en vivir cronificada con muchos medicamentos para seguir adelante y, en el mejor de los casos, parar la progresión.
Por supuesto mi recuerdo en un día como hoy para los y las profesionales que nos dedican su tiempo y sus cuidados. También a todos nuestros familiares y amigos que cuidan de nosotros y son comprensivos o lo intentan. Reitero además la importancia de pagar impuestos para que podamos seguir recibiendo nuestros tratamientos. Necesitamos una sanidad pública de calidad, que resista ante los ataques de liberalización. Necesitamos que se investigue mucho más, que se destinen partidas a ello; necesitamos también que en todas las Comunidades Autónomas existan las mismas oportunidades y una mayor equidad en el acceso a las prestaciones sanitarias públicas. Es importante hacer entender al Estado, al Gobierno, que la inversión no es un gasto superfluo, sino una apuesta por la amortización de lo público. Salimos mucho más caros al sistema estando enfermos que con una cura.
También es importante el reconocimiento del 33 por ciento del grado de discapacidad con el diagnóstico, algo que yo tuve que pelear duramente ante un tribunal de valoración. Ese reconocimiento no es más que un mínimo apoyo que podemos recibir para incorporarnos al mercado laboral con una pequeña protección, ni más ni menos. No es ningún regalo porque la enfermedad no lo es. De hecho, y en este sentido, el año pasado se consiguieron 180.000 firmas de apoyo a través de la plataforma Change.org.
No hablaré en otros casos que no es el mío, pero sí me atreveré a decir que la fatiga es algo que nos afecta a muchos de nosotros. Yo siempre explico que es algo así como la batería de los móviles cuando se acaba; llega un momento en el que tengo que pararme a descansar, porque me pesa el cuerpo como una losa, me duele de agotamiento y me cuesta pensar con claridad. Me he cortocircuitado, me digo. Y toca descansar, y toca cargar la batería del cuerpo, para volver a empezar.
Para finalizar estas líneas, tan sólo un deseo, que no es pedir poco.
Investiguen, investiguen e investiguen… el tiempo juega en nuestra contra.
Te necesitamos para seguir apostando por las voces críticas.

Larga vidorra al rey (y a los pobres - David Torres

Larga vidorra al rey (y a los pobres - David Torres

Tras una gira de despedida de cinco años que ha abarcado partidos de fútbol, cenas onomatopéyicas, inauguraciones varias, hoteles de lujo y corridas de toros y de las otras, el rey emérito ha decidido tirar la toalla y pedir la jubilación definitiva. Creíamos que ya había abdicado, pero esto de las abdicaciones borbónicas es un protocolo muy ceremonioso y complejo, más aun en el caso del rey emérito, que ya había abdicado de cazar elefantes, de una cadera, de la otra cadera, de la reina Sofía y de Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Lo mismo les pasa a los reyes del rock, llámense Elvis Presley o los Rolling Stones, que anuncian una última gira y se pasan media década despidiéndose, como los borrachos en los bares cuando juran que una copa más y se vuelven a casa. De hecho, algunos fans aseguran que Elvis todavía sigue apareciéndose en una gasolinera de Memphis y que los Rolling Stones siguen tocando después de 
Es difícil elucidar a qué va dedicarse el emérito ahora que ha decidido quitarse de los toros, el fútbol y los viajes gastronómicos. Las malas lenguas dicen que el monarca funciona al revés que los ginecólogos, que trabajan donde los demás nos divertimos, mientras que él se divierte a tope en los sitios que la agenda de La Zarzuela considera trabajo. Es muy posible que las malas lenguas se equivoquen y que donde los súbditos díscolos sólo ven cachondeo, diversión, limusinas kilométricas y habitaciones de tres mil euros la noche, en realidad sólo haya desgana, hastío y sudor, el destilado sudor áureo de los borbones.
A mí me lo dijo un amigo senador, hijo de una de las mayores familias del régimen: la suerte que había tenido de nacer en una familia pobre, criarme en un barrio obrero e ir a un instituto de barrio. No como él, que tuvo que estudiar en el Colegio Alemán de Madrid y tuvo la desgracia de que se lo dieran todo hecho. Nadie, excepto un millonario o un borbón de pura cepa, sabe el esfuerzo que hay que hacer para saludar a tanta gente en las reuniones y el aburrimiento de pasarlo siempre divinamente. De otro modo, no se entiende que el artista anteriormente conocido como Juan Carlos I abdique al cuadrado.

El Banco de España, en cambio, ha visto esta paradoja perfectamente y ha advertido a los pobres que dejen de darse la vida padre y hagan como el rey, que a partir de ahora va a dedicarse a la meditación trascendental, al ayuno intermitente y a ahorrar la paga. Lo ha hecho además prácticamente al unísono del anuncio del fin de la gira de despedida real, como si hubiera un cable subterráneo oculto que uniera la Zarzuela y la Fuente de Cibeles. Quién iba a suponerlo. La recomendación financiera ha sonado casi igual que aquel gracioso consejo de la reina María Antonieta, cuando le dijeron que el pueblo no tenía pan que llevarse a la boca y respondió que comiera pasteles. Poco después, gracias a chistes monárquicos de este estilo, su cabeza rodó muy graciosamente por el suelo, pero de momento no hay peligro de que en España inventemos ni la guillotina ni la pólvora. Vivan las cadenas.

sábado, 25 de mayo de 2019

Nihilismo en el Everest - Juan Manuel de Prada

Nihilismo en el Everest - Juan Manuel de Prada

El bobo moderno es un pobre débil mental que cree que lo sabe todo
Esas imágenes de turistas en reata, haciendo cola por alcanzar la cima nevada del Everest, me ha parecido la metáfora más cuajada del nihilismo contemporáneo. Apostaría el cuello a que todos esos majaderos jamás han subido al teso desde el que se otea su pueblo; en cambio, tienen todos una necesidad existencial irreprimible de hollar las nieves del Himalaya (que, por lo que se aprecia en la foto, están más holladas que el coño de Mesalina). Chesterton se burlaba del hombre moderno que reniega del tren, por parecerle que estimula el gregarismo, y adquiere un automóvil, pensando que así podrá dar rienda suelta a sus ansias infinitas de libertad… para terminar atrapado en un atasco. Pues, a la postre, todos estos bobos modernos que huyen del gregarismo terminan acudiendo gregariamente a los mismos sitios. Y es natural que así ocurra, pues el bobo moderno, aunque empachado de consignas individualistas y ensoñaciones de independencia (que no son sino implantes emocionales que la propaganda ha insertado en su cerebrín de jilguero), es la expresión más patética y terminal del hombre-masa.
El bobo moderno es un pobre débil mental que cree que lo sabe todo y que ya no disfruta con nada, porque tiene la sensibilidad estragada; y que, para no sucumbir al tedio y la abulia, necesita estar sometido a un constante bombardeo de estímulos, necesita convertir el mundo entero en el parque temático de sus caprichos mentecatos, necesita «consumir» bulímicamente experiencias «límite». Santiago Alba Rico gusta de hacer una distinción entre «cosas de comer» (que garantizan nuestra supervivencia biológica más elemental), «cosas de usar» (que incorporamos a nuestra vida, como apéndices de nuestro propio cuerpo) y «cosas de mirar», que nos sobrecogen y maravillan con su grandeza y nos sirven, desde su lejanía inalcanzable, para medir nuestra pequeñez. Todas las formas de civilización que han existido han sabido respetar esta distinción; pero nuestra época ha convertido en mercancías de consumo todas las cosas, incluidas las «cosas de mirar», hasta transformar el mundo entero en un incesante aquelarre turístico, en una orgía inacabable del gregarismo. «A esta locura -escribe Alba Rico- la llamamos “consumo” como característica paradójica de una civilización que se juzga a sí misma en la cima del progreso: comerse una mesa, comerse una casa, comerse una estatua, comerse un paisaje. Pero una sociedad que no distingue entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar, porque se las come todas por igual, es una sociedad primitiva, la más primitiva que jamás haya existido».

Y la más nihilista también. Pues el bobo moderno es un nuevo catoblepas que, después de consumir «experiencias» de forma bulímica y sin sentido alguno de la responsabilidad, termina en la autofagia; o, como señala Alba Rico, en una «hiperinflación de egos estereotipados, cerrados e idénticos como mónadas e incapaces por eso mismo de constituir una comunidad». Porque, a la postre, todos esos cosmopaletos en reata que hacen cola para alcanzar la cima del Everest, sólo quieren entronizar su insulsez, haciéndose un selfi; lo mismo que la petarda que se pone relleno en las tetas y cuelga orgullosísima en Instagram la foto con el desaguisado, lo mismo que el yihadista que posa orgulloso ante las cámaras, rodeado por las cabezas cortadas de sus víctimas, que sopesa como si fuesen melones en sazón. El bobo moderno busca afirmarse en medio de la nada que él mismo ha generado, en medio del mundo reducido a páramo que su bulimia ha esquilmado, el mundo hecho añicos donde piruetea su narcisismo inane, carne de cañón para la neurosis y la pulsión suicida.

domingo, 19 de mayo de 2019

A precios de Turquía - Antonio Burgos

A precios de Turquía - Antonio Burgos 

Está de moda que todo el mundo se vaya a Turquía para que le hagan un injerto capilar
Sin tantas tonterías de ahora del marketing y de los nichos de mercado, que suena a cementerio... Cuando escucho a alguien decir que se va a hacer rico con un nicho de mercado que ha descubierto, no sé si felicitarlo o mandarle una corona mortuoria para que la coloque en dicho nicho. Sin tantas tonterías, decía, de técnicas de ventas, hasta con el buen paño que en el arca se vende se ha utilizado siempre el precio bajo como gancho para atraer compradores. Cuando ponían por el verano puestos callejeros de melones bajo un cobertizo de lona, melones que eran todos de Villaconejos por la misma razón que hace de Aguinaga a todas las angulas, de Sanlúcar a todos los langostinos y de Arcade a todas las ostras, el tío que estaba al frente de la mercadotecnia melonar pregonaba:
-¡Más barato que en el mato!
Cuando Tánger era ciudad internacional, trasunto del ambiente de la película «Casablanca» y se encontraban baratísimos los tesoros de la época, que eran los relojes y las plumas estilográficas, un comerciante de Sevilla que vendía estos artículos, hasta por la radio se anunciaba con su lema, parecido al de los melones:
-Relojes y estilográficas más barato que en Tánger.
Yo creía que con las ventas por internet y la globalización de los mercados ya había pasado esto de encontrar tesoros de baratura de determinados artículos en ciertas ciudades. Que ya ningún melón era más barato que en el mato o un reloj que en Tánger. Hasta que leyendo periódicos por internet me salió casi a pantalla completa el anuncio de una clínica de algo que me imagino que será la próxima moda de saturación de mercado en la sanidad privada, tras la inflación de los gabinetes odontológicos donde parece que algunos hasta regalan los implantes y que a empastes de caries convida la casa. En el anuncio que digo, salía un señor con una bata blanca anunciando una clínica de pueblo, donde al parecer son una maravilla en la moda de los implantes capilares para los calvos o los que tienen más entradas que la Monumental de México. Vamos, como lo que anunciaba en tiempos Bertín Osborne, pero con bata blanca. Y al modo de los melones o los relojes, anunciaba el señor de la bata blanca desde su pueblerina clínica de injertos capilares: «A precios de Turquía». Óle. Está de moda que todo el mundo se vaya a Turquía para que le hagan un injerto capilar masivo y baratísimo y lo dejen con más pelo que Los Beatles cuando empezaban. Lo que me hace recordar una vieja sevillana humorística rociera: «Este año al Rocío/van tós los calvos/a pedirle a la Virgen/los pelos largos». Bueno, pues ya no se va al Rocío: ahora se va a Turquía. No sé si a usted le ha pasado como a mí, que se haya encontrado a beneficiarios de las clínicas capilares de Turquía, que defienden con ardor de conversos:
-Pues tú deberías ir a Turquía a ponerte el pelo que te falta en las entradas. Te quitarías un montón de años de encima.

Y a continuación te dan los detalles de la capilar pasión turca, que si el hotel y el viaje van incluidos en el precio, que si te recogen en el aeropuerto y no tienes que ocuparte de nada. Cuentan los que han estado últimamente que el aeropuerto de Estambul está lleno de señores con la cabeza llena como de vendas o tiritas, muchísimos de ellos españoles. Son los que han ido a Turquía a ponerse el pelo como a la Virgen del Rocío iban todos los calvos. Ahora quieren importar la moda y vencer al turco como en Lepanto, y poner aquí los implantes capilares más baratos. Mientras «a precios de Turquía» sean estas cosas del pelo, no hay que alarmarse. Lo malo es que Sánchez está poniendo las libertades y la economía «a precios de Venezuela».

martes, 7 de mayo de 2019

Patas arriba - Juan José Millás

Patas arriba - Juan José Millás

Estar colocado, en la antigüedad, significaba tener trabajo. Una colocación era un empleo, preferentemente un empleo fijo. El significado fue luego desplazándose por debajo del significante hasta el punto de que "colocarse", hoy, significa alcanzar estados alterados de conciencia a base de la ingestión de psicotrópicos. No sabemos cuánta gente "colocada" hay en el mundo. Resulta muy difícil distinguir en el metro o en el autobús a los "colocados" de los "descolocados", siendo estos últimos, paradójicamente, los representantes de la normalidad. Lo cierto es que un porcentaje muy alto de conductores a los que se les hace el control antidrogas da positivo. Y que muchísimos billetes de 20 o 50 euros tienen restos de cocaína.
Ahora nos acabamos de enterar de que las anguilas del Támesis están hiperactivas debido al consumo de alcaloides provenientes de la orina de los habitantes de Londres. Hacen falta muchos litros de pis contaminado para provocar ese efecto, sobre todo si pensamos que ha pasado previamente por el filtro de los riñones. Todo esto era para decir que lo raro, casi, es tropezar con gente "descolocada". El que no se "coloca" con sustancias ilegales, se "coloca" con fármacos. O con alcohol. Vivimos en sociedades con tasas altísimas de desempleo en las que todo el mundo sin embargo está colocado. Quizá la gente se "coloca" porque no encuentra colocación.
Cada vez, en fin, que un londinense tira de la cadena, llegan al Támesis unos cuantos miligramos de cocaína, de alcohol o de benzodiazepinas diluidas en la evacuación. La batalla entre los estimulantes y los ansiolíticos, a juzgar por el estado de las anguilas, la están ganando los estimulantes. De ahí que nuestras ciudades resulten tan eléctricas. Su compañero de usted en la oficina acaba de levantarse de la mesa para ir al lavabo, no sabemos si al objeto de meterse una raya por las narices con un billete de 20 euros o para metérsela a una anguila con una descarga de la vejiga. A su compañero le han ascendido porque se "coloca" y hace él solo el trabajo de cuatro. Usted está a punto de perder la colocación por permanecer sobrio.

Todo está patas arriba.

El trabajo libera, sí, a los negreros - David Torres

El trabajo libera, sí, a los negreros - David Torres

Es difícil elucidar en qué momento exacto el trabajo pasó de ser un derecho básico a un privilegio, pero sospecho que la metamorfosis se aceleró tras la caída del bloque soviético. Junto a mi hermano y a un amigo que también ha acabado en un periódico, trabajé un verano en un vivero cerca de Barajas donde en seguida comprendí que esos eslóganes idiotas sobre el curro (“el trabajo es salud”, “el trabajo dignifica”) los debía de haber inventado algún mamarracho que no había pegado palo al agua ni un día de su vida.
Había que levantarse a las seis y pico de la mañana, empalmar dos autobuses, llegar a las naves a las ocho y ponerse a plantar tronquitos del Brasil ocho horas seguidas, con una breve pausa para almorzar, en medio de una humedad de manglar y de un calor de invernadero. Llegaba un momento en que las manos empezaban a marchar por sí solas, como Chaplin apretando tuercas en Tiempos modernos, y que los sueños iban poblándose de tierra y macetas. Si tienen un tronquito del Brasil en casa, adquirido a finales de los ochenta, de ésos que van creciendo como si pretendiera colonizar el pasillo, luego el salón y después del planeta, a lo mejor está regado con mi sudor, el de mi hermano o el de mi amigo.
A pesar del calor, de la humedad y del tedio infinito de plantar troncos, se trataba de un trabajo a jornada completa que hoy, en lugar de jóvenes estudiantes, realizarían inmigrantes, cuarentones desesperados o chavales hambrientos por la mitad del salario. Tuve la suerte de ir empalmando diversos oficios uno tras otro (cobrador de recibos a domicilio, profesor, dependiente en unos grandes almacenes, librero) esquivando siempre, de pura chiripa, al paro, el gran monstruo que diezmó mi generación y arrasó con las siguientes. He acabado por recalar en la prensa, un apartado en crisis permanente donde abundan los recortes, los despidos, los becarios e incluso los esclavos agradecidos, como lo demuestran plataformas de negreros al estilo de The Huffington Post en las que el trabajo de escribir es, en efecto, un privilegio que se paga con la publicación y una palmadita en la espalda.
A buena parte de la prensa -cuya labor debiera ser denunciar estos abusos, pisoteos e incumplimientos de los derechos laborales básicos- le ha tocado además la tarea de maquillarlos mediante vistosos eufemismos. A la media jornada ahora se le llama “job sharing“, un invento que consiste en compartir el trabajo y, por supuesto, el sueldo. Al hecho de no poder salir de casa porque el dinero no alcanza ni para pipas lo llaman “nesting“, una estrategia hogareña que rebaja la ansiedad y tranquiliza la mente. A la imposibilidad de poder alquilar un piso propio y tener que compartirlo con varios colegas lo han bautizado con el nombre de “coliving“, un novedoso concepto inmobiliario en el que la juventud se prolonga hasta la jubilación, si es que llega algún día. A la triste necesidad de recoger comida de la basura, como los mendigos, se le denomina “friganismo”, una dieta posmoderna que aligera mucho los bolsillos. Falta únicamente que pongan de moda el suicidio para ahorrar costes a la Seguridad Social, pero tampoco quiero dar ideas.

La historia es antigua, proviene de los siervos de la gleba, de la genial táctica capitalista de abolir la esclavitud para que los antiguos siervos tuvieran que pagarse ellos el alojamiento y la comida. Gracias a sus fabulosos mecanismos de control, el capital ha despejado la clásica ecuación romana del panem et circenses quitando el pan y dejando sólo el circo de las redes sociales, internet y los videojuegos. Por eso el neoliberalismo ha llegado al extremo de bañar la explotación laboral absoluta con tintes de color rosa: sin ir más lejos, la UEFA anunciaba esta semana la búsqueda de “bailarines voluntarios” para la ceremonia inaugural de la Champions League, a pesar de contar con un presupuesto de miles de millones de euros. La pregunta es cuándo se les ocurrirá a los amos del cotarro pasar del trabajo entendido como privilegio al trabajo realizado como lujo y empezar a cobrar a los tontos que quieran escribir, bailar, conducir un taxi o transportar paquetes. “El trabajo libera” rezaba en las puertas de los campos de concentración. Están en ello.