domingo, 25 de agosto de 2019

Esta mi Salamanca empinada - Alberto Estella

Esta mi Salamanca empinada - Alberto Estella

Seguid fumando y os vais a enterar
(Proverbio chino)
Lo de que Salamanca se parece a Roma, las siete colinas y tal y tal, queda muy bien. Mas para quienes padecemos “problemas de movilidad”, o simple vejera, esta Roma chica se nos hace cuesta arriba. No les cuento para los EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), siempre resollando. Es difícil ir de un sitio para otro sin un sube y baja, como en las etapas ciclistas con puertos de varias categorías.
Cuando uno no era todavía EPOC, creía que las calles eran llanas. Ahora que las transita después de millones de cigarrillos – culpables de un “guapo” enfisema -, echando los bofes, con paradiñas de recuperación– disimulando frente a los escaparates -, las llama, como este espacio, “Calle del desengaño”. Ejemplo: la Calle Zamora. ¡Es un falso llano! Para llegar a San Marcos, desengáñense, hay que pedalear.
- Para Cuesta, la de Enero, don Estella.
- ¡No! Me lo advirtió un sabio amigo, nacido y crecido entre barrancas, en un pueblito de Gredos. No había advertido las cuestas salmanticenses, hasta que le operaron de corazón:” Alberto, ¡Salamanca está llena de cuestas!”. Si, están en el callejero. Yo nací en Obispo Jarrín, que subía y bajaba en un pis-pas; de niño alcanzaba La Alamedilla subiendo la Cuesta de la Raqueta, como si tal cosa; llegaba a tiempo a los Mondas subiendo Padre Cámara; iba detrás de mi padre remontando la “cuesta de Moneo”, para visitar a la abuela; me parecía sin sentido llamar ¡Cuesta! a la del Carmen; y cargué años con el Cristo de la Luz y Nª Sª de la Sabiduría, Calle Compañía arriba, sin relevo y sin bufar. ¿Ahora? Llegar desde Gran Vía a mi Centro de Salud – ubicado a mala leche arriba de Santi Spiritus -, es como subir el Tourmalet (uno ha visto trineos y esquíes en su terrible rampa, aprovechando un nevadón). Tengo dicho a los responsables que dispongan de oxígeno a la entrada, para recuperar a los que llegamos sin huelgo.
Con lo dicho no se van a creer donde vivo: en lo alto de la Cuesta más pina de la ciudad, Carvajal (acaba de inmortalizarla Malocha Pombo). Es una pared a escalar. Pusieron árboles por si alguien tropezaba, para agarrarse y no rodar hasta San Pablo, también empinada. La alternativa es otra hermosa cuestecita, El Tostado. Puedo salir por San Vicente Ferrer, pero hay que subir a la Plaza de Anaya. Está uno cercado por cuestas y repechos temibles, pero a estas alturas no es cosa de cambiar de ciudad ni de domicilio. Peor están los EPOC de Toledo o de Cuenca, pongo por caso. No digo los de Alcoy, que mi amigo sevillano Pepe López de Sagredo Camacho – reprimo del mejor columnista patrio, Ignacio Camacho López de Sagredo-, lamentaba en la última Convención Nacional de Casinos, que no hubieran planchado desde su anterior visita. ¡Planchar, alisar! Esa sería la solución para los mayorcitos, lisiados, quienes tienen que desplazar muchas arrobas, o los que tenemos mala saturación de oxígeno en sangre. Que nos allanaran Salamanca hasta dejarla plana. Otra opción es callejear “Ventolín” en mano, o con las “gafas” y la mochililla con la botellita del gas. Inútil. Como dicen en mi pueblo “fuelle viejo, maltrecho el pellejo”.
Si desarrugaran la montañosa Suiza – o nuestras Sierras -, su extensión sería más del doble. Aquí los moros o los cristianos, se subieron defensivamente a un cerro cercano a un río, y vengan callejuelas empinadas. Que diferencia con quienes eligieron un llano, una meseta, y trazaron calles y avenidas con cartabón, como San Petersburgo o Washington. Aunque el mejor ejemplo que conozco es Brasilia, como la palma de la mano. La única capital fundada en pleno Siglo XX, eligiendo una ecoregión virgen, una sabana, una perfecta planicie, donde no hay un solo desnivel, para hacerla la capital político-administrativa de la nación.
¿Hay soluciones? Ser más joven, no haber fumado, cambiar de caderas y rótulas... En la hermosa isla de Santorini, te recogen en el puerto los acemileros, que te suben en la caballería, en fila india, hasta la cumbre, donde está la ciudad. Para nuestro futuro Centro de Recepción de Turistas, yo que munícipe me pensaría si alquilar mulos para remontar Tentenecio - con parada en Casa Lis -, hasta coronar la Rúa Mayor evitando el resuello de los forasteros con dificultades. Otra respuesta sería instalar algún elevador, como el histórico de Santa Justa de Lisboa, o cuando menos funiculares, que también los hay en la capital portuguesa.

Esta España pindia, esta Salamanca empinada, coño, se me hacen cuesta arriba. Pero son tan bellas...

miércoles, 21 de agosto de 2019

Meteorismo - Alberto Estella

Meteorismo - Alberto Estella

En tema tan prosaico, escatológico, me sirvo de Bécquer: “Los suspiros son aire y van al aire. / Las lágrimas son agua y van al mar”. / Dime, lector, cuando echas un cuesco, ¿sabes tú dónde va? Va a la atmósfera, es gas que contamina, y coopera al cambio climático. Bueno, pues los vegetarianos, veganos y algunos científicos, sostienen que las ventosidades de las vacas causan un impacto del diez por ciento y hay que dejar de comer carne de vacuno, eliminar los establos... Reflexiono a propósito de la noticia, comentada el lunes por Paco Novelty en su columna “Los pedos de nuestras vacas”. Hizo una excelente defensa de la cabaña charra de régimen extensivo, la que carea al aire libre, morucha y otras razas.
El final de la historia es que los descendientes de los neandertales colaboremos no comiendo carne de vacuno. Me niego. No la comía en cuaresma, ni comprando la Bula, pero si hay algo que me apasiona es la carne, y privado de la humana por razones obvias, me apunto a masticar la de buey. Pienso seguir yendo al “Racha”, de Endrinal de la Sierra, donde el amigo Pepe la tiene inmejorable. Comprendo que uno de esos mastodontes de mil kilos que alimenta y sacrifica, haya echado en su larga vida muchos gases por el principio y el fin de su tubo digestivo, pero no creo que eso dañe a nada ni nadie, su carne es tentadora y uno es carnívoro.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Si se escapa una pluma, pidamos perdón. Pero el flato, aunque molesta une, al decir de Quevedo: “Hasta que dos no se han peído en la cama no se tiene por aposentado el amancebamiento”. Los cuescos hieden, pero también divierten y si no que se lo pregunten a los que los dedican ruidosamente como gracieta; a los que queman al “hombre que sale dando voces entre dos piedras feroces”, con peligro de abrasar su retambufa; y al compañero de mili de Cachichi que, regulando sutilmente el esfínter, como instrumento de viento, entonaba los primeros compases -solo los primeros -, de “El gato montés”. Dejemos en paz a las vacas, terneros y bueyes. Porque luego vendrán a por los voluminosos elefantes, las caballerías...y los pedorros.