sábado, 12 de febrero de 2022

En defensa propia - Alberto Estella

 En defensa propia - Alberto Estella


PERTENEZCO a una institución que tiene dos mil años de existencia, la única en la historia de tan larga duración. Naturalmente adolece de defectos y soporta graves problemas, porque la integran personas de carne y hueso, y por tanto místicos y pecadores, santos y misioneros ejemplares, pero también curas pederastas. Es mi Iglesia, con toda la grandeza de su misión espiritual y algunas bajezas terrenales. Es mi credo, “la fe de mis mayores”, mis padres, mis abuelos... esa suerte de creencias, símbolos y costumbres en torno a nuestro Dios. Nunca he sido un meapilas, incluso algunos pudieran acusarme de ser como el don Guido de Machado, de mozo muy jaranero y de viejo gran rezador. Pero ¿cómo no salir en defensa de mi Iglesia? Acaso no tenga otra oportunidad. Y quienes pudieran hacerlo con más solvencia, carecen de este privilegiado púlpito.

He tenido dos maestros en mi vida, nuestro Padre y mi padre, que atesoraba una fe inquebrantable (tanta que, en su última enfermedad, devolvió la fe a un sacerdote – así lo reconoció -, que la estaba perdiendo). Una vez más, me he acordado de él. Hoy creo que apela a mi responsabilidad como cristiano, cuya fe ha flaqueado en algunas ocasiones. Me lo dice con el “Acuérdate de mí”, de Gabriel y Galán: “Si vacila tu fe, Dios no lo quiera, / y vacila por débil o por poca, / pídele a Dios que te la dé de roca, / ¡y acuérdate de mí! ;/ que yo soy pecador porque soy débil, / pero hizo Dios tan grande la fe mía, / que, si a ti te faltara, yo podría/ ¡darte mucha fe a ti!”.

Desde el más exquisito respeto a otras actitudes, y a la ética civil -que me ha dado más de una lección-, reivindico la magnitud espiritual de la Iglesia católica, y los valores de su gigantesca obra. ¿A qué se debe esto?, se preguntarán. Obedece a los ataques que está recibiendo desde muchos frentes, con motivo de las denuncias por abusos sexuales de algunos de sus ministros, indignos de vestir la sotana. Conviene precisar dos aspectos: algunas críticas cometen la vileza de identificar el todo con la parte, la Iglesia con sus más miserables miembros; y recordar que los abusos cometidos en el seno de la Iglesia constituyen ¡nada menos! (pero nada más) que el 0,2% del total.

La izquierda radical, amparada hoy por el gobierno y el ateísmo militante, sigue creyendo con Marx que la religión es el opio del pueblo; llama a los socialistas católicos comehostias; y aprovecha cualquier motivo para denigrarla. La viñeta de más éxito del diario español de mayor difusión, era ayer un cardenal de cuya mitra sale un bebé (¡). Otro ejemplo cercano, lo que vomitó en nuestro último Pleno Municipal la concejal de IU: “Tenemos una Iglesia violando niños”. La Iglesia se dedica desde Simón Pedro a consolar, educar, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, evangelizar, llevar su mensaje de paz y solidaridad a todos los confines. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin la Iglesia católica? En el Estado español, aconfesional, ¿qué institución civil desempeñaría, y con que eficacia, la labor impagable, colosal, de Cáritas? ¿Qué fe ha creado más belleza? Sin la religión católica Mozart no habría compuesto su Requiem, ni Doyagüe su Miserere; Velázquez no hubiera pintado su Cristo, que llevó a Unamuno a escribir su más extenso poema; Bernini no hubiera tallado el éxtasis de Santa Teresa; ni podríamos asombrarnos ante una modesta ermita románica, la moderna catedral de Los Ángeles, de Rafael Moneo, o nuestra “abuela”.

Se ha propuesto una Comisión parlamentaria de investigación. No me gustan esas Comisiones (presidí antaño la de RTVE y acabé dimitiendo). Esta será de persecución de los delincuentes, pero se convertirá en un acoso injusto a la Iglesia católica. Al tiempo.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Desahucio digital - Ignacio Camacho

 Desahucio digital - Ignacio Camacho


 No son sólo los bancos. La atención al público se está deshumanizando incluso en servicios básicos como el sanitario bancario gracias a las firmas recogidas por un médico valenciano pero el problema va mucho más allá y afecta al trato que los colectivos vulnerables reciben en una sociedad desentendida de los obstáculos que para ellos supone una transición digital ejecutada a ritmo demasiado rápido.

Era obvio que las fusiones financieras y la concentración provocada por la crisis de 2008 iban a provocar una transformación del modelo de negocio. La bajada de tipos fuerza márgenes cada vez más cortos y empuja a las entidades a diversificar sus productos hacia los fondos y otras fórmulas de inversión muy complejas para personas acostumbradas a una gestión rutinaria de sus pequeños ahorros. Se han cerrado multitud de sucursales y las que permanecen abiertas son en la práctica meros puntos de venta donde estorban esos pensionistas que acuden sólo a actualizar sus libretas o a efectuar exiguos reintegros de las cuentas. La política de reducción de personal obliga a restringir los horarios de caja y alejar de las oficinas el mayor número posible de operaciones cotidianas. Y en ese esfuerzo lógico de competitividad, que exige fuertes desembolsos en tecnología aplicada, las personas de más edad se sienten preteridas, desahuciadas, inservibles como trastos arrumbados en el desván de una casa. Incluso socialmente acomplejadas por su escasa habilidad para pagar un recibo en una máquina, hablar con una voz artificial o entendérselas con una pantalla.

No es una cuestión de alfabetización digital, sino de sensibilidad, de inclusividad y de empatía, por decirlo con palabras de moda. De humanismo en la acepción más solidaria y generosa. De evitar la sensación de aislamiento de una generación que ya está bastante sola y que además lleva dos años esquivando la amenaza de una muerte próxima. Como dice el promotor de la campaña, ser viejo no es ser torpe ni inútil ni idiota; significa haber sobrevivido a muchas circunstancias penosas que ni imaginamos los que hemos crecido en la modernidad indolora. Merecen que se les mire y se les trate de otra forma. Al menos, que solucionar un trámite de poca monta no se les vuelva una aventura incómoda.

Abusos - Salvador Sostres

Abusos - Salvador Sostres

La causa general contra la Iglesia atenta contra la credibilidad de los que de verdad sufrieron, y constituye un doble abuso hacia ellos.


Los supuestos abusos sexuales de la Iglesia se usan como propaganda y hurgan en ellos los que se quedaron sin rumbo y sin idea, sin otro propósito que el de intentar aún ganarle la guerra a Franco; y aburridos ya de desenterrarlo y de organizarle mudanzas, se ponen insultar a la Iglesia para dar curso a otro de sus grandes resentimientos. Pero nadie puede contra lo inmutable: Franco ganó la Guerra y se les murió en la cama. Y con la Cruz, como todos, lo único que pueden hacer es cargarla.

 misma rabia contenida en quien las escribe, denotan poca compasión y mucha ansia por sacar tajada política, y no parecen en absoluto interesadas en arropar a las víctimas, a las que no dudan en utilizar, exprimir y manosear como si sus sentimientos fueran pura mercancía.

Además, cuesta creer en la espontaneidad de la publicación de esta cascada de dramas de hace 20 o 30 años. Me tiende a desconcertar la tragedia en diferido. Es verdad que cada cual tiene sus circunstancias, y que no todas son tan favorables como pueden ser las mías y las de mi familia, pero si algo tan grave me hubiera sucedido, no habría dudado en denunciarlo al instante. La mayoría de las presuntas víctimas lo fueron en una España democrática y en la que este tipo de delitos se reconocían y se perseguían. La causa general contra la Iglesia que en el fondo de todo este asunto subyace atenta contra la credibilidad de los que de verdad sufrieron, y constituye un doble abuso hacia ellos, al que la izquierda se abona con su habitual falta de escrúpulos.

La Historia es vieja y se repite. El tic de socialistas y comunistas cuando colapsan, por falta de argumento, de generosidad o de talento, es siempre quemar iglesias y con nosotros dentro. A mí muchos amigos me han ayudado y nunca ha sido desnudándome en público, ni exponiendo mi dolor, ni mucho menos usándome como artillería. Las dificultades que está teniendo Pedro Sánchez para encontrar un relato que no sea el de su hampona supervivencia, y la impotencia de Joseph Oughourlian por no poder hacer de Prisa algo que merezca la pena, tienen que ver con este afán por reducir a la Iglesia a sus errores y a sus delitos, inevitables como en cualquier familia tan extensa, y a descontextualizarlos del inmenso bien que produce. Comisiones de investigación, dicen que independientes, se han puesto en marcha para resarcir a los afectados y me parece imprescindible, porque estos crímenes no sólo merecen el oprobio sino un tribunal que los condene. Pero estaría bien, también, que una de estas comisiones se ocupara de saber qué ha hecho alguna vez la izquierda que no haya sido sembrar miseria y muerte allí donde la Iglesia se ha arrodillado, se ha abierto en canal, y ha hecho brotar la difícil, casi imposible esperanza.

lunes, 7 de febrero de 2022

Con dos botones - Manuel Muiños

 Con dos botones - Manuel Muiños


Tal vez eran tres: si, no y abstención, en fin, dos o tres da igual, eran muchos y muy fácil equivocarse, además le puede pasar a cualquiera, incluido un diputado. Sin duda, la tensión era mucha y había mucho en juego, pero lo que nos ha dejado claro este buen hombre es que para piloto de aviación no vale cualquiera. Esperemos que al gobernante de turno en Rusia, China o Estados Unidos les aclaren bien los números o los colores, solo faltaba que alguno fuera daltónico y le diera por apretar el botón.

Ironías aparte, quizá esta supuesta o real equivocación podría ayudarnos a pensar un poco más en qué tipo de mundo y de sociedad estamos generando. Está en juego la ley de la reforma laboral, casi nada, nos la jugamos por un voto. Está en juego el presente y el futuro de millones de seres humanos, su situación laboral y de rebote la familiar y social. No es una bobada. Tampoco es una bobada la situación a la que se está abocando a nuestros mayores, situándolos en un estado de exclusión social, de arrinconamiento total, mostrando por ellos una indiferencia que no es ni medio normal. Hay todo tipo de leyes para proteger a todo bicho viviente, pero nuestros mayores parece que no llegan, para muchos, ni a esa categoría. Son parte de los descartados que dice el papa Francisco, y yo diría descatalogados de la sociedad. Ya están pasados de fecha, caducados y por lo tanto estorban. Quizá quienes hoy ignoran a nuestros mayores no son conscientes de que cada vez se aproximan más y van sumando años para seguir sus pasos. Está bien denunciar el trato que pueden recibir, y muchas veces reciben, en algunas oficinas bancarias dependiendo de la humanidad de quién les atienda. Pero no es sólo eso, hay muchos momentos, y desde la pandemia más, en los que nuestros mayores se encuentran con situaciones vitales realmente duras y angustiosas. Basta pensar en la soledad de su casa y no digamos en la soledad del hospital. Da igual en la ciudad que en el mundo rural, la sensación de abandono está pasando a ser en muchos casos situación de abandono. Las redes sociales y el mundo telemático los están condenando al aislamiento, a la distancia social. Ver la imagen de sus seres queridos a través de una pantalla no creo que sea suficiente para llenar sus vacíos y sus ansias y deseos de compartir sus recuerdos, ilusiones, esperanzas y, sobre todo, sus sentimientos. ¿Es así como se construye la civilización del amor? ¿el estado de bienestar? ¿es así como generamos el espacio de confort para nuestros mayores? No estaría de más pensar que gracias a ellos disfrutamos de mucho de lo que somos y tenemos. Se nos olvida con facilidad quién estaba a nuestro lado cuando los que necesitábamos ayuda y compañía, protección y cuidados éramos nosotros. Cuidado, que a lo peor estamos apretando el botón equivocado.

martes, 1 de febrero de 2022

La muerte de un paseante - Pedro García Cuartango


La pandemia ha agudizado una cultura onanista en la que cada individuo vive aislado en su reducto interior

Tal vez con el foco puesto en la polémica sobre el festival que se ha celebrado en Benidorm para elegir representante en Eurovisión, nos ha pasado un tanto desapercibida la muerte del fotógrafo René Robert, de 84 años. Salió a pasear por el centro de París y cayó desvanecido sobre una acera. Allí permaneció nueve horas sin que nadie mostrara el menor interés por él. Falleció no por la gravedad del golpe sino a causa de una hipotermia. Si alguno de los cientos de viandantes que pasaban le hubiera ayudado a tiempo, habría salvado la vida. Pero no lo hicieron, tal vez porque creían que era un ‘clochard’ o un borracho.

 muertes de un día cualquiera en París, en Francia o en el mundo, una gota de agua en un océano de sufrimiento. Pero nos pone delante de la gran contradicción de una sociedad en la que la tecnología ha abolido todas las fronteras para comunicar a las personas mientras que, a la vez, la gente es incapaz de mostrar empatía por un anciano caído en una calle. Observamos cómo muchos se indignan en las redes sociales por un perro maltratado o por alguien que no utiliza la mascarilla en un espacio público, pero no he visto apenas comentarios sobre este caso que revela la despersonalización de las grandes ciudades y la soledad de los ancianos que sobreviven en ellas a la espera del final.

Hay ahora en nuestro país un interesante y necesario debate sobre la España vacía, pero se hurta, yo diría que se esconde, la situación de cientos de miles de ancianos dependientes, abandonados a su suerte y ni siquiera con recursos económicos para paliar su pobreza material. No figuran como prioridad en este Gobierno que se preocupa de otros colectivos cuya protección parece más rentable políticamente.

No es sólo que los ancianos ya no pueden ir a un banco para ser atendidos o hacer una gestión por los sádicos e intrincados procedimientos digitales administrativos, sino que además no figuran en la agenda de nadie. Y no hay que echar sólo la culpa a los gobiernos, porque, si existe alguna responsabilidad, recae en todos nosotros.

La pandemia ha agudizado una cultura onanista en la que cada individuo vive aislado en su reducto interior, en muchos casos, relacionándose con su entorno a través de un avatar. Lo digital ha suplantado a lo real, el espectáculo al contacto personal. Hasta el punto de que el drama de los ancianos nos parece una ficción. O mejor, una evidencia que es preferible ignorar.

Decía Sartre que el infierno es el otro. Y lo es porque parece que la pobreza, la soledad, la marginación son enfermedades contagiosas. Tal vez por eso nadie quiso tocar a René Robert, cuyo caso no hubiéramos conocido de no ser un fotógrafo famoso. Ese es el drama: el anonimato de los viejos en una sociedad donde son un estorbo.