miércoles, 11 de diciembre de 2013

Hasta la vuelta, primos! - Nacho Mirás Fole

Hasta la vuelta, primos! - Nacho Mirás Fole
De todas las cosas que me llaman la atención de los gitanos, una que me entusiasma, y bien lo sabe mi amigo Sinaí Giménez Jiménez (la primera con G, la segunda con J) es esa costumbre que tienen de hacer piña cuando uno de la comunidad se pone enfermo o, en el peor de los casos, se muere. Un gitano en un hospital significa que otros trescientos hacen guardia en la puerta. Y los payos los miramos, a menudo sin entender semejante movilización calé. Pero lo que los gitanos hacen, en realidad, es distribuir energía como hace Red Eléctrica Española, ni más ni menos, luz que alumbra al que la necesita y que no se vende: se regala. Yo ingreso esta tarde en el Hospital Clínico de Santiago para operarme de un tumor cerebral y llevo detrás a todos mis gitanos, que sois vosotros, ya sea en persona o a través de las redes sociales que, bien utilizadas -en eso fui un visionario- son maravillosas. Estoy convencido de que cuando, en unas horas, llegue a Admisión, el segurata vendrá directamente hacia mí y, expeditivo, me dirá: “Mire, señor, o deja a toda esa gente en la puerta o se va a operar a su puta casa”.
-Pero es que soy un gitano virtual, oiga. ¡Somos todos primos!
-Pues lo dicho. O se me desnuda y se me pone el pijama de luces usted solo o que lo opere su padre con la radial. ¿Se hace una idea de lo que come toda esa gente? ¡Recortes, amigo, recortes!
Así que, sintiéndolo mucho, os dejaré en la puerta, pero os pienso llevar en el corazón, que como está escondido debajo del pijama, seguro que cuela.
Durante estos días he recibido tantísimos gestos, correos, whatsapps, abrazos, besos y mensajes que me parece haber asistido -no os lo toméis al pie de la letra- a mis propias honras fúnebres sin haber muerto del todo. Os juro por estas que este gitano virtual está abrumado; he llegado a pensar que, en cualquier momento, me iban a dedicar una calle en un polígono industrial. Estoy citado a tantas comidas de celebración para cuando me liberen que mi ácido úrico -ácido único, dice mi padre- acabará siendo ácido sulfúrico. Pero pienso cumplir con todos y todas.
El nivel de entrega y afecto es de tal calado que mañana, a la hora en la que dos neurocirujanos arranquen la motosierra, una comunidad entera de carmelitas vedrunas de Vitoria estará pidiendo por mí en los primeros rezos de la mañana. Eso ya no es recomendación, es línea directa con Dios. Es un regalo de la tía Sole que, como una gitana más, se ha empeñado mandar personal a esta Unión Temporal de Empresas que habéis creado, entre todos, para sanear la cabeza de un individuo que nunca creyó, y juro otra vez, ser merecedor de semejante despliegue humanitario. ¡Con la cantidad de cosas realmente importantes que hay en el mundo por las que hacer piña! Acabo con un abrazo especial para esa legión de alumnos de la Facultade de Xornalismo que, a final de curso, acaban convirtiéndose en compañeros y en amigos. Ayer debí estar más rápido y pagarle el desayuno a Óscar, a Sara y a Carla; pero queda para el regreso.
Una cosita más: vale que me deseéis suerte. Pero también a los neurocirujanos, no vaya a ser que tengan precisamente hoy la cena de empresa y acaben perjudicados en uno de esos antros de perdición que recomienda mi amigo Juan Capeáns en sus Vidas Licenciosas. Un abrazo. Hasta la vuelta. Y lo dicho: si no me acuerdo de algunos, os volvéis a presentar, que estaré encantado de volver a conocer a tipos como vosotros.
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Me da pie Santiago Jaureguizar, compañero periodista y escritor a quien admiro en la distancia -deberíamos solucionar eso en algún bar, Santiago, antes de que los prohíban-, a escribir la décima entrega de estos episodios nacionales para arrancar la semana decisiva. Dice Jaureguizar que está viviendo lo mío como una novela de Simenon, mirando día a día mi Facebook “con la esperanza de que Maigret acabe por darle un sentido a cada cosa que no comprendo y de que todo vuelva al punto del que nunca debió moverse”. Ojalá Maigret me hiciera también ese favor a mí, que hace unos días escribí en el estado del Whatsapp: “Why me?” y ahí sigue colgado.
Por el momento, querido comisario, los hechos son pocos y hasta, si me apura, raros. Pero unos detrás de los otros, como el dibujo de puntos de una revista de pasatiempos, han dado lugar a que este individuo que le escribe ingrese en el Hospital Clínico de Santiago de Compostela el próximo miércoles, a las 18.00 horas, para someterse al día siguiente, jueves 12, a una craneotomía pterional que tiene como fin arrancar un tumor situado en el lóbulo temporal derecho del cerebro. Como las trepanaciones craneales en tiempos de Sinuhé, el egipcio, pero con herramientas del siglo XXI y con un figurante caracterizado para la faena con un bonito pijama de la Seguridad Social, de esos que tiran de la sisa.
Como le gustaba decir a Jack el Destripador, vamos por partes. El asesinato en Santiago de Compostela de una niña de origen asiático, ese crimen horroroso que conmocionó a España -bien sabe de lo que hablo-, acabó provocando en mi faceta profesional de cronista de sucesos un estado de estrés tan brutal que colapsé en el baño pequeño de mi casa hace ahora dos meses. Me rompí. Pensaron que me moría, tal fue la coreografía de las convulsiones. En Urgencias, adonde llegué inconsciente y sin pantalones, me recetaron reposo y tranquilidad y, solo por seguridad, me sometieron a las pruebas habituales que se les hacen a los estresados. Y fue uno de esos controles, querido Maigret, el que reveló a través de una resonancia magnética el contenido indeseable que mi cabeza, cerrada a cal y canto desde hace 42 años, escondía. Como escribí en su momento, en el mal estaba el remedio y, gracias al colapso, los neurólogos pudieron diagnosticar el fondo del asunto, con independencia de que la tensión acelerase, como aceleró, algo que habría ocurrido solo más adelante, quizás meses, quizás años… no se sabe. Se dieron pues las circunstancias para un cortocircuito que, de otro modo, y siendo uno perro viejo en el oficio de contar tragedias y barbaridades, difícilmente se habría producido ahora. Hay otros aspectos que, en mayor o menor medida, pudieron contribuir a que se iniciase la reacción en cadena, pero el principal lo tengo claro; sigue dando carnaza a las televisiones todas las mañanas.
Mi situación sanitaria ha desordenado mi vida hasta el punto de que pienso, digo, y hago cosas que dificilmente pensaría, diría o haría de no haber reventado como una castaña aquella mañana del 6 de octubre del año 2013. Soy otra persona, comisario, o quizás, y así lo creo, soy ahora la persona que debería haber sido hace tiempo pero que, dejándose llevar, vivía secuestrada en mi interior, esperando a salir. Y me han liberado a macheta. Hay quien me dice que, desde que me pasó lo que me pasó, incluso escribo mejor. Bueno… Creo que, en realidad, lo que pasa es que pienso con mucha más claridad y lo demás viene por añadidura. Me emociono más, quiero más -muchísimo-, paladeo más la vida y su belleza… Eso lleva aparejado, claro, un pánico atroz a perderlo todo en cualquier momento; hoy, mañana… o el jueves por la mañana. Después de agitar gozos y temores en la Thermomix de mi sesera, lo pongo todo por escrito a 500 pulsaciones por minuto y lo que sale es este serial ególatra en el que hay un personaje principal al que conozco tan bien que apenas tengo que documentarme.

Camino cada día más de una decena de kilómetros, casi siempre solo. Y pienso, observo y proceso tal cantidad de sensaciones que, al final de la jornada, casi agradezco a mi tumor que me haya despertado a la vida a hostias. Pero tengo miedo, comisario, mucho miedo. Porque no entiendo qué pinto yo en todo esto, por qué en el reparto de papeles de la realidad me ha tocado este y no uno de monaguillo, torero o capador. No sé si va a tener respuestas para darme, señor, pero si así fuera espere un par de meses, al menos hasta estar seguros de que la cirugía no ha mermado mi capacidad de comprender. En todo caso, y se lo digo en serio, dedique más esfuerzo a aclarar lo de la niña; es una cuestión de justicia y de equidad. España está pendiente. Lo que cuentan por ahí sigue sin entrarme en la cabeza. A fin de cuentas, lo mío es un daño colateral mínimo y que no le interesa, si acaso, a nadie más que a mí mismo y a unos cuantos allegados. Como Roberto Carlos (el cantante), yo siempre quise tener un millón de amigos, pero voy a poquitos. Monsieur Jules Maigret, no le arriendo la ganancia. Puede visitarme en la tercera planta del Clínico a partir del viernes, cuando salga de la UCI envuelto para regalo. Mientras, reciba mi afecto por escrito, en la confianza de que sabrá arrojar luz sobre mis sombras y sobre las de mi amigo Jaureguizar.