jueves, 30 de abril de 2020

Brujos contra el virus - Ánxel Vence

Brujos contra el virus - Ánxel Vence

Es fama que la gripe se cura en una semana con medicinas y en siete días sin ellas; pero eso no impide que cientos de brujos estén ofreciendo fórmulas mágicas para acabar con el virus -mucho más letal- que actualmente nos aflige. Aunque los hombres de ciencia coincidan en que no hay vacuna, ni medicamento, ni antiviral que permita la prevención o el tratamiento del Covid-19, nada de eso disuade a los magos de proponer sus remedios, por lo general "naturales" y "alternativos".
Sugiere por ejemplo el todavía rey del mundo, Donald Trump, que un buen chute de desinfectante en vena o una ración extra de rayos UVA podrían espantar del cuerpo al virus de la corona; y en esto se conoce que lidera al Partido Republicano. No es Trump el único, aunque sí el más famoso e influyente de los devotos de la brujería que la epidemia en curso ha hecho emerger por todas partes.
Unos proponen el tabaco como excelente preventivo del contagio; otros el consumo de alcohol, de limón o de jengibre; y los más tradicionales ensalzan las virtudes del ajo y de la cebolla para ponerle freno a la epidemia.
Quizá el más animoso de todos sea el gobernador keniano de Nairobi, Mike Sonko, que se dedica a repartir botellas de coñac entre sus administrados en la creencia de que un buen lingotazo será mano de santo contra el coronavirus. Funcione o no la recomendación, al menos les habrá alegrado la vida un rato, aunque la resaca no se la va a quitar nadie.
Todo lo contrario a lo que ha propuesto una exministra de Educación del Perú, de nombre Marilú, quien recomienda a sus compatriotas beber agua -y no coñac- cada quince minutos. De acuerdo con su opinión, el agua, aunque sea del grifo, arrastra al virus hasta el estómago, en donde los jugos gástricos darán cuenta de él en un periquete.
Otros, como el antes mentado Trump, sugieren que el virus no resiste los efectos del calor, por lo que un buen baño de sol o la ingestión de bebidas calientes tales que el té o el café ayudarían extraordinariamente a mantenerlo a raya.
Mucho más moderado, el presidente de Turkmenistán, Gurbanguly Berdymukhamedov (con perdón) ha difundido un vídeo en el que aconseja a sus súbditos el uso de la pimienta y la quema de hierbas medicinales como prevención infalible contra el bicho. La medida es puramente profiláctica, dado que un anterior líder de Turkmenistán, Saparmurat Niyázov, había prohibido ya por ley la existencia de enfermedades infecciosas, ya fuesen de origen vírico o bacteriano. Y la disposición sigue en vigor, aunque no es seguro que los virus lean el BOE de esa feliz república.
Infelizmente, los médicos y la OMS no paran de desmentir el supuesto efecto preventivo o terapéutico de cualquiera de esas pócimas milagrosas. La mera lógica sugiere, por ejemplo, que la exposición a altas temperaturas no le da ni frío ni calor a un virus que ya se ha propagado por países con todo tipo de climas, incluido el tropical.
La arribada de los brujos parece, en todo caso, un fenómeno natural en tiempos de confusión como los actuales, tan propicios al surgimiento de vendedores de crecepelo que desafían a la ciencia, siempre fría y poco dada al populismo. Inquieta, si acaso, que entre ellos figure el gobernante más poderoso del planeta; pero es que el mundo gira al revés últimamente. A este paso, los colegios profesionales de hechiceros van a acabar protestando contra esta intromisión en sus dominios.

lunes, 27 de abril de 2020

El coronavirus según Groucho - David Torres

El coronavirus según Groucho -  David Torres

Con el coronavirus pasa que cuanto más sabemos de él, menos seguros estamos. No hace falta propagar bulos ni inventarse datos porque los organismos oficiales, desde el gobierno chino al español, pasando por la OMS, son una auténtica fábrica de incertidumbres. Por ejemplo, el protocolo con mascarillas y guantes. Primero nos dijeron que había que ponerse mascarillas y guantes; luego matizaron que no, que podía ser contraproducente, que mejor colocarse la mascarilla y los guantes sólo a la hora de hacer la compra; después llegaron los expertos chinos y dijeron que en Europa no teníamos ni puta idea de hacer las cosas, que había que ir con mascarilla nada más asomar la gaita por la puerta de casa. Lo más seguro es que vete a saber, porque el kilo de mascarillas está desplazando al patrón oro y al barril de petróleo, y además las hay de tantos tipos que al final acabaremos extendiendo el carnaval hasta Nochevieja.
Para colmo, de los expertos chinos tampoco te puedes fiar mucho, porque lo mismo te venden mascarillas para disfrazarse de doctor Lecter que pruebas rápidas defectuosas por toneladas. El otro día una dio positivo en un señor de Manchester, quien no tenía síntomas de coronavirus pero resultó que estaba embarazado de mellizos. En cuanto a las cifras de víctimas que los chinos han manejado desde el inicio de la pandemia oscilan entre el farol y la coña marinera: tres mil y pico, chino arriba, chino abajo, contando despistados. Un poco menos y dicen que sólo se les ha muerto un gato. Las estimaciones oficiosas -hechas a partir de las urnas funerarias desplazadas en camiones y los números telefónicos dados de baja en los últimos meses- van desde unos cincuenta mil fallecidos en Wuhan a los más de 21 millones de celulares evaporados en todo el país durante los últimos tres meses. Suena raro, sí, pero a lo mejor se pasaron todos de golpe a Vodafone.
Por una vez hay que darle la razón a Donald Trump cuando suspendió la financiación de la OMS no sólo porque su director ha alabado la transparencia de Pekín (es verdad: no hay ni que rascar el cristal para ver la mierda), sino porque fallan más en sus recomendaciones y pronósticos que una escopeta de feria. Aparte de los guantes y las mascarillas, también la han liado parda con el ibuprofreno, sobre el cual al principio decían que agravaba los síntomas, después que no pasaba nada y ahora desaconsejan su uso aunque no ven que provoque ningún efecto negativo. Por momentos da la impresión de que la OMS la dirige el doctor Hackenbush, aquel personaje de Groucho Marx que le decía a una señora hipocondríaca que agitase todo el tiempo los brazos. "¿Y así me curaré, doctor?" "No, pero no quedará ni una mosca". Cuando la señora protestaba muy enfadada porque le habían enseñado una placa de rayos X que demostraba que no padecía ninguna enfermedad, el doctor Hackensbush replicaba: "¿Ah sí? ¿Y a quién va a creer? ¿A mí o a esos embusteros rayos X?"
Es verdad, la cosa no está para bromas, por eso no se entiende que casi cuatro meses después todavía no haya nada casi seguro sobre esta enfermedad, excepto que no, joder, no es una puta gripe. Se decía que no atacaba a los niños pero ya han muerto unos cuantos; que no se llevaba por delante más que a los ancianos, pero hay miles de jóvenes fallecidos; que no se contagiaba a los animales y se ha infectado hasta un tigre del zoo de Nueva York, como para no andarse con ojo con las mascotas.
Por no saber no se sabe ni el origen del bicho: que si un chino se había comido un murciélago en mal estado, imitando a Ozzy Osbourne; que si otro se había follado un pangolín con mala leche. Hasta hoy, una de las pocas certezas es que los especialistas descartan el origen artificial del coronavirus, pero el biólogo Luc Montaigner, premio Nobel de Medicina en 2008, asegura que se trata de una manipulación genética de un laboratorio de Wuhan donde hubo una fuga accidental mientras investigaban una vacuna contra el SIDA. Yo de vacunas sé lo mismo que José Manuel Soto, Fran Rivera o Quique San Francisco, pero ésta, la verdad, me parece la bomba: funciona igual que aquel sistema antirrobos de James Bond, que intentabas forzar la cerradura y el automóvil explotaba hecho cachos. A ver si la posverdad va a ser esto.