lunes, 27 de diciembre de 2021

Sumisos de los idiotas - Pablo Montes

 Sumisos de los idiotas - Pablo Montes


Me van a disculpar, pero estoy hasta los cataplines de las decisiones (o más bien la falta de ellas) que en los últimos días han tomado nuestros gobernantes para atajar la sexta ola de la pandemia. No debería sorprendernos porque en estos dos años hemos visto de todo. Estados de alarma tumbados por el Constitucional, engaños masivos sobre la efectividad de las mascarillas, cierres indiscriminados sin evidencias científicas, una docena de cambios de criterio acerca de las vacunas, ausencia de mando único, el tarado de Pere Aragonès pidiendo que sus delirios restrictivos se apliquen en toda España, sanitarios abandonados a su suerte... Todos sabemos que el virus ha ido un paso por delante y que muchos científicos están descolocados. No lo pueden decir públicamente para que no cunda el pánico, pero la realidad es esa. Sin embargo, todo este desconcierto está provocando un hartazgo sin precedentes en la ciudadanía. El caldo de cultivo para los negacionistas, los antivacunas, los insumisos y los que no se fían de lo que nos cuentan. Lógico y normal.

Hasta la llegada de las vacunas fui un defensor de determinadas medidas restrictivas que impidieran la expansión del virus. Eran momentos en los que, en cada ola, los hospitales se colapsaban. La covid fue letal para numerosas personas que, de otra forma, no se hubieran marchado. Sin embargo, todo cambió con los pinchazos. La mayoría aceptamos las dosis necesarias para recuperar nuestra vida. Por mucho que los cenizos anticiencia digan lo contrario, los sueros funcionan (unos más que otros). De no ser así, con la incidencia actual, tendríamos que montar hospitales de campaña en cada ciudad y no habría sanitarios suficientes para atender semejante aluvión de pacientes.

Es fundamental recuperar nuestras vidas, mantener las medidas de prevención en los espacios cerrados que todos conocemos, y seguir adelante. El alarmismo actual es injustificado. No lo digo yo, lo aseguraba la prestigiosa viróloga salmantina Ana Fernández-Sesma esta pasada semana en LA GACETA. “Las vacunas funcionan y hay que seguir insistiendo en que se cumplan las cuarentenas, las medidas de seguridad en interiores y la realización de test”, afirmaba. Pero no podemos seguir paralizando un país sanitaria y económicamente. Esta Navidad se ha colapsado la Atención Primaria porque muchos querían hacerse un test de antígenos gratis antes de la cena de Nochebuena. Y mientras, se siguen aplazando resonancias, escáneres, TAC, cateterismos y otro tipo de pruebas que detectan con tiempo enfermedades muchísimo más graves que la covid. Parece que ya no existen otras dolencias. Todo, absolutamente todo es coronavirus. ¡Basta ya! Cada día que pasa. Cada prueba que se retrasa, es un tumor que avanza de forma inexorable y provoca sufrimiento, dolor y muerte. Ya es hora de cambiar nuestras prioridades de una santa vez y poner a la covid en el lugar que merece. Sin restarle importancia, pero sin convertirla en la absoluta protagonista.

Mientras, la única medida tomada por el presidente del Gobierno para disfrutar de la Navidad en paz es el regreso de la mascarilla en la calle. ¿Nos toma por idiotas? El problema es que el aborregamiento general ha provocado que los tapabocas vuelvan a inundar las vías públicas para seguir respirando nuestra propia mierda en lugar de inhalar aire puro. La paradoja es macabra. En el interior de una discoteca con decenas de desconocidos a tu alrededor puedes despojarte de la mascarilla para mamarte, y sin embargo por la calle es obligatorio llevarla. De locos. En casa para recibir a toda la familia, el tapabocas se queda en el cajón, pero, ¡cuidado! En cuento pises la calle haz el favor de ponértelo que el SARS-CoV-2 aparece como un resorte desde el espacio sideral para penetrar en tu garganta y fosas nasales. Muchos hemos renunciado a cumplir este decreto absurdo a la altura de auténticos cabezas de chorlito. Es hora de dejar de someternos a la dictadura de unos idiotas que nos están llevando a la ruina moral y económica.