martes, 26 de marzo de 2013

El lenguaje sexista, al descubierto - Amando de Miguel



El lenguaje sexista, al descubierto - Amando de Miguel

No quisiera abrir aquí una subsección de chistes machistas, pero se trata de un género (con perdón) que ilustra muy bien el principio de la polisemia de las palabras y las frases. Este nuevo chiste lo envía Gabriel Ter-Sakarian, veterano libertario. Dice así:
La Guerra del Golfo hizo mucho por elevar la dignidad de la mujer musulmana. Antes de esa guerra, el marido iba montado en un burro y la mujer caminaba a pie detrás de él. Después de esa guerra el marido sigue montado en un burro y la mujer sigue yendo a pie, pero no detrás del marido sino delante... por si hay alguna bomba enterrada.                        
Carlos (de Almería) da en el clavo al interpretar la cantinela de lo que él llama "sindicalés, una degeneración del politiqués". Le dio la pista esta declaración de un sindicalista en una manifestación: "No somos banqueros, sino bancarios y bancarias". Es decir, no aparecían las "banqueras". El principio es que ese doblete de "ciudadanos y ciudadanas", etc., se aplica solo cuando los términos son positivos. Por ejemplo, en el sindicalés no se dirá nunca "los corruptos y las corruptas". La consecuencia es clara: el plural genérico de toda la vida vale solo cuando hay alguna denominación despectiva. Añado que ese hecho prueba que las palabras suelen estar cargadas de un sentido desdeñoso o admirativo según quien las pronuncie. Al hacer ese distingo, en el caso de la muletilla "ciudadanos y ciudadanas", etc., lo que se refuerza es lo que se quiere evitar: el sexismo en el lenguaje.
Pedro M. Arauz Cimarra se maravilla y se irrita de que en una tertulia una periodista, muy razonable ella, se refiriera a "esos señores de ETA". Tiene razón en su queja el de Manzanares de la Mancha. No son señores, jaunak en vascuence, aunque esa voz pudiera ser tachada de sexista. No lo son aunque algunos de ellos hayan llegado a señorías, esto es, a diputados del Congreso.
José Antonio Martínez Pons lanza una ácida crítica a la tesis de que se ha conseguido ya la igualdad de los dos sexos. Se basa en las siguientes apreciaciones:
1) Las maniquíes o modelos femeninas cobran mucho más que sus equivalentes masculinos y, además, esos últimos, en el subconsciente popular, tienen una consideración un poco extraña.
2) En los partidos de baloncesto y en otros deportes, para entretener al público en los tiempos muertos, se exhiben mozas ligeritas de ropa pero no mozos.
3) Hasta para anunciar una margarina sale, sin venir a cuento, un chica luciendo muslamen.
Añado un hecho más sencillo: las mujeres pueden exhibir más parte de piel que los varones.
Ya de paso, don José Antonio critica a los mismos a los que se les llena la boca con lo de la condena de Galileo hace 500 años y al tiempo arremeten contra los que publican ideas contrarias a las suyas.
Luis Cáceres me demuestra que la palabra arte es masculina en singular y femenina en plural. Me ha convencido. Pero, entonces, ¿ya no podremos decir "arte poética" o "arte cisoria"?

Ahorrar para morir - David Torres



Ahorrar para morir - David Torres
Lo de la “quita” es un hallazgo semántico fenomenal. Como si el dinero te lo robara tu madre. La primera vez que leí la palabra “quita” estampada en un titular no se me ocurrió ni por asomo que se refería a la tercera persona del singular del verbo quitar. Pero así es. Mucho neoliberalismo, mucha economía de mercado, pero al final los bancos se rigen por aquel sencillo principio de la infancia: “Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita”.
Creíamos que los bancos eran un lugar seguro donde depositar los ahorros, un colchón algo más sofisticado, con cerraduras, mecanismos de seguridad e intereses variables. También lo creyeron los chipriotas y mira. Aceptamos resignados la quita porque somos tiernos cochinillos cuya vida depende de la bondad de los banqueros. También porque, gracias al cine, aprendimos que un atraco, en realidad, es una obra de arte. Puede robarse un banco a tiros o destripando una caja fuerte estilo abrelatas, pero las auténticas obras maestras del género, las más elegantes, se hacen a punta de corbata, desde dentro, estrechando manos con grandes sonrisas y abrazos. La quita de Chipre es la Capilla Sixtina del arte del atraco. Para el caso, les habría ido mejor a los pobres chipriotas metiendo sus ahorros en un saco y tirándolos al mar.
He tenido que mirar en wikipedia para ver quién es ese Dijsselbloem que dice que lo de Chipre es un ejemplo a seguir. Me he encontrado con una jeta de listillo que no hubiese sobrevivido en mi colegio ni cinco minutos. De la tempestad de collejas que le habría caído encima se le habrían fundido las gafas. A Dijsselbloem no sólo no le cayeron suficientes sino que ha acabado de macho alfa de la manada. Está claro que, con esta recua de bribones al mando, los europeos habríamos salido ganando de haber dejado los destinos del continente en manos de la familia Corleone. Por lo menos, los de la mafia son profesionales y saben cómo hacer las cosas. Fíjense si no en el FMI, cuya trayectoria, de Rato a Lagarde pasando por Strauus-Khan, parece un elenco fallido de Scorsese.
Habrá que aceptar que aquella dura lección del ahorro que con tanto sacrificio nos inculcaron nuestros padres, al final, no ha resultado muy buena idea. Más nos valdría quemar las tarjetas de crédito y arrasar hasta con las telarañas de la libreta, al estilo de aquel sabio consejo de George West, a quien le preguntaron cómo había podido pulirse una fortuna entera: “Gasté millones de libras en mujeres, coches y alcohol; el resto lo derroché”.
Al mirar a Chipre, la sensación de los ahorradores italianos, portugueses y españoles es la misma que la del cochinillo cuando ve la fecha de San Martín acercarse pasito a paso por el calendario. Tanto jamón y ya no nos quedan piernas. Tantos billetes y tan poca gasolina.

Sexo de manual - José Luis Alvite

Sexo de manual - José Luis Alvite

Un profesor me explicó de niño la sexualidad con un cruce de guisantes. Fue lo más lejos que llegó su charla en aquel bachillerato segregado por sexos en el que yo siempre supe que no aprendería sobre la carnalidad nada que no pudiese averiguar cualquier mañana de domingo en los futbolines. No comprendo que la Junta de Andalucía distribuya un manual recomendando posturas para el coito a niños de doce años, la edad que yo tenía cuando sin necesidad de ayuda pedagógica descubrí que los seres humanos desarrollaban su sexualidad siguiendo sus instintos, igual que lo hacían los perros, que perpetuaban su especie sin recurrir a un sexólogo. ¿Cómo puede ser que la Junta convierta en una asignatura lo que es un instinto? ¿Acaso en su niñez no se dieron cuenta estos listos de que la sexualidad era algo que ocurría sin remedio y que sólo necesitabas que alguien en casa te dijese que no podías emparejarte con la abuela, con el molinillo del café, ni con las gallinas del corral? ¿Alguien tuvo que explicarles que antes de defecar hay que tener ganas y bajarse los calzoncillos? Doce años tenía yo cuando me metí aquel mes de agosto en la ducha con una foto de Mamie Van Doren y disfruté con ella sin necesidad de que nadie me explicase cómo hacerlo, poseído por el natural instinto del sexo, ávido de placer y exultante de energía, sin que alguien me hubiese instruido, sólo temeroso de que, en el caso de que aquello no afectase a mi conciencia, deformase en cambio mi letra. Mamie Van Doren jamás se enteró de lo nuestro, ni lo conté en los futbolines. He tenido desde entonces una sexualidad exuberante, imaginativa y feliz. Jamás necesité un monitor de la Junta de Andalucía. Lo único que de verdad inquietó mi adolescencia fue el temor a desarrollar mano de tenista. Al cura ni le extrañó siquiera que en agosto me confesase con los guantes puestos...

lunes, 25 de marzo de 2013

Pensiones públicas: pobres e insostenibles - Juan Ramón Rallo



Pensiones públicas: pobres e insostenibles - Juan Ramón Rallo
Las pensiones públicas están en peligro. No por ser pensiones, sino por ser públicas. Nada hay en las economías capitalistas que impida abonar rentas de jubilación crecientes en el tiempo; de hecho, lo lógico en un sistema económico que cada vez acumula más capital debería ser que las personas pudieran abandonar antes su vida laboral y percibir remuneraciones cada vez mayores; es decir, uno esperaría que, conforme nos enriqueciéramos, pudiéramos jubilarnos antes y en mejores términos.
Mas nada de esto sucede en nuestros piramidales y estatales sistemas de previsión social. Nuestros monopolizados sistemas de Seguridad Social se asientan sobre el madoffiano principio de que el sustento de los pensionistas actuales se ha de pagar no con las rentas que se derivan del patrimonio acumulado por esos pensionistas durante su vida laboral, sino con la exacción de los obreros actuales (quienes, a su vez, devengarán un muy solidario derecho de saqueo contra los trabajadores futuros). Problema: conforme la pirámide demográfica se invierte, el botín extraíble de los empleados se reduce, al tiempo que se incrementa el número de beneficiarios que esperan vivir de ese botín. El resultado de semejantes tendencias demográficas no puede ser más palpable: lejos de jubilarnos cada vez más pronto y con una pensión cada vez mayor, lo hacemos cada vez más tarde y con una renta más reducida. El colmo de la solidaridad intergeneracional.
En este sentido, un gobierno socialista que, como el de Zapatero o el de Rajoy, aspire a conservar intacto el fraudulento sistema de pensiones actual sólo puede recorrer un camino: el de continuar rebajando las pensiones. A tal situación nos conduce mantener este muy antisocial sistema público frente a la muy superior alternativa de la capitalización privada.
Así, la reciente reforma del PP sólo supone dar una nueva vuelta de tuerca a este pauperizador programa estatal. A medio plazo, los españoles sólo podrán jubilarse a los 63 años en caso de haber cotizado un mínimo de 35 y aceptando una quita sobre su pensión mensual del 33%. O, dicho de otro modo, si queremos seguir jubilándonos a los 65 años –tal como se había prometido hasta la fecha­– habrá que aceptar un recorte de la pensión mensual del 15%. Y eso, asumiendo que las condiciones actuales se mantengan: una muy arriesgada hipótesis si se atiende a los hechos de las últimas tres décadas. Esperen nuevas rebajas en el futuro.
Por ejemplo, un trabajador que perciba un salario de 2.000 euros mensuales (en 12 pagas) como media a lo largo de su vida laboral (en realidad, durante los últimos 25 años de vida laboral, mientras haya trabajado más de 38 años) cobrará a los 67 una pensión de 2.000 euros al mes (en 12 pagas). Si, en cambio, desea jubilase a los 63, la pensión mensual caerá a los 1.350 euros.
Comparemos este resultado con el que se obtendría en un sistema privado de capitalización. Un trabajador con un sueldo mensual de 2.000 euros estará cotizando a la Seguridad Social (exclusivamente para el pago futuro de pensiones) unos 7.200 euros anuales. Los mercados bursátiles mundiales han proporcionado entre 1900 y 2010 una rentabilidad media real (descontada inflación) del 5,4% (y si aprende a invertir con eficacia, este porcentaje puede hasta triplicarse). Capitalizando esta cotización a esta rentabilidad media durante 38 años, resulta que este trabajador habría acumulado un patrimonio de 900.000 euros y percibiría una pensión mensual de unos 3.000 euros. Es decir, este trabajador no sólo cobraría un 50% más que en el sistema estatal, sino que contaría con un patrimonio financiero de casi un millón de euros (que podría legar a sus herederos o a su cónyuge).
¿Les parecen unas cifras de otro mundo? Pues no lo son. El actual sistema privado de pensiones de Chile ya ofrece rentas esperadas de jubilación equivalentes a unos 3.000 euros mensuales para aquellos que se cobren un salario mensual de 2.000 euros; y si uno opta por jubilarse a los 63, la pensión esperada no es de 1.350 euros –como en la popular España– sino de 2.300 (un 70% más). No es Alicia en el País de las Maravillas, sino el poderosísimo sistema privado de capitalización, del que nuestros muy socialistas politicastros nos impidieron y nos siguen impidiendo disfrutar en España.
Por si lo anterior fuera poco, aparte de disfrutar de una pensión media muy superior o de un cuantioso patrimonio personal inexistente en el sistema estatal, las pensiones privadas tienen tres virtudes adicionales que las vuelven preferibles: contribuyen a capitalizar la economía y a generar todavía más riqueza, extraen las pensiones de las manazas de nuestros gobernantes y, sobre todo, son sostenibles. Ahí es nada.

sábado, 23 de marzo de 2013

Mundo sin precio - José Luis Alvite

Mundo sin precio - José Luis Alvite

Vacaciones sin dinero. Es lo que toca este año en Semana Santa. Por lo tanto, vacaciones sin viajes, sin gastos, sin derroche. Se impone la contención y el regreso a una realidad que creíamos superada para siempre, el retorno a esa vida sencilla en la que tendremos que reencontrarnos con los viejos placeres que nunca costaron mucho dinero: las interminables tardes sin ocupación, las campanadas sin brida en la iglesia de la parroquia, los recuerdos rescatados del cajón en el que hace años que no miramos, el menú barato en una de esas tabernas a desmano en las que todavía hay latas de conservas con el precio de la postguerra y sobrevuelan la bombilla unas moscas lentas como el aceite, y tan gruesas y lanares, que forran el aire y oscurecen la luz. ¿Y qué hay de malo en el retorno a ciertas privaciones? Nada, en absoluto. Será bueno que descubramos que el precio de las cosas tiene con frecuencia poco que ver con el placer que nos producen. Hay pocos viajes tan interesantes como quedarse quieto y entretener la cabeza con pensamientos que hace tiempo que no frecuentamos. O apearse al final de la línea del autobús y descubrir que a media hora del portal de casa existe aun un mundo sencillo, manual y sincero en el que ni los perros llevan collar, ni importa mucho que sea de la semana pasada el periódico de hoy. Yo uno de esos días iré en coche hasta el norte de Portugal con el dinero justo para no hacer cuentas y con la certeza de que en Valença, en Caminha, en Viana, también el progreso se ha desmoronado, la gente regresa al instinto de sobrevivir y los hombres hablan tan bajito, que en los cementerios sólo hacen algo de ruido los muertos al expulsar los gases de la extremaunción. Y seré feliz en ese mundo viejo, fronterizo y educado en el que la gente sólo discute por el placer de disculparse.

viernes, 22 de marzo de 2013

Muérase, gracias - David Torres



Muérase, gracias - David Torres
Ayer un familiar acudió a la sección de Urgencias de la Fundación Jiménez Díaz con síntomas claros de lo que parecía un cólico nefrítico: dolor en los riñones y sangre al orinar. Después de cuatro o cinco horas muy divertidas retorciéndose en la sala de espera, pasó a la consulta, el médico palpó un poco aquí y allá, se rascó el coco y finalmente consideró que tampoco había que darle muchas vueltas. Decretó por ciencia infusa que tenía todas las papeletas de un cólico nefrítico y/o quizá de una posible infección, así que recetó Nolotil a saco y un antibiótico a ojo, diagnóstico que realizó en tres minutos escasos, sin hacerle pasar por rayos X y sin pedir siquiera un análisis de orina para descartar males mayores.
Si tenía una infección, bien, y si no, mejor. Hay otras posibilidades, eso lo sabe de sobra hasta un ignorante cum laude como servidor de ustedes, diplomado en hipocondría por la universidad del temor. Hablando de posibilidades, aquí sólo caben dos. O el tipo que lo atendió era un carnicero con bata que no habría durado once segundos en el equipo de House, o el hombre tenía que atenerse a la directiva de recortes que reservan las pruebas más elementales únicamente para pacientes de caza mayor. Así andan las cosas de la Inseguridad Social en el reino de España, año mariano del Señor de 2013.
No es una anécdota suelta, qué va. Por desgracia, esto es el Nolotil nuestro de cada día. En Castilla-La Mancha la Sanidad está siendo desmantelada al ritmo de un taller de desgüace hasta el punto de que de muchos buenos hospitales no va a quedar ni el nombre. Cospedales los van a llamar. En algunos centros, los servicios de radiología se han externalizado y derivado hacia clínicas privadas, para ahorrar gastos innecesarios, dicen, de manera que lo mejor es que el paciente se traiga de casa su propia radiografía, al carboncillo o a la acuarela, como mejor se le dé. Gracias a Núñez Feijóo, los enfermos de las provincias de Lugo y Orense harían bien en ir alquilando un cuarto en la capital o una parcela en el cementerio, lo que más cerca les pille.
En menos de un año, uno de los mejores servicios sanitarios del mundo va camino de convertirse en un tarot de curanderos digno de la mejor aldea africana, una novedosa consulta de adivinación en la que poco falta para que nos atiendan por teléfono y nos lean el horóscopo en vez de la tensión. A través de las redes sociales, cientos de médicos se están jugando el puesto por denunciar casos intolerables de negligencia. Todo merced a la gestión criminal de un gobierno que ha decidido cortar por lo sano, nunca mejor dicho, y a las veleidades de una ministra apellidada Mato que es capaz de multiplicar sus viajes, sus coches de lujo y sus fiestas de cumpleaños y de dividir sus pacientes según una sencilla regla de tres: los que se curan solos y los que nunca se van a curar.

jueves, 21 de marzo de 2013

El lujo - Salvador Sostres



El lujo - Salvador Sostres
PRIMERO fue quedarme sin aliento subiendo unas escaleras y luego tomarme la tensión y darme cuenta de que estaba a 10 de mínima. A mi mujer le dije 8,5 para no preocuparla, pero el que por primera vez empezó a preocuparse fui yo. Luego me pesé y, aunque por poco, pasaba de los 100. Me propuse estar un mes sin beber. Me sometí a dieta. Tomé la determinación de acudir a un gimnasio.
Durante años he pensado que no hay nada más humillante que el ejercicio físico ni cueva más siniestra que un gimnasio, pero ahora soy padre y pienso que mi hija tiene derecho, durante los años que me queden, a tener un padre, y no un espantapájaros.
«Lo barato acaba siempre saliendo caro, y en todos los sentidos de la palabra»: es el lema obsesivo de mi abuela, así que como siempre le hice caso. También entre los gimnasios, aunque parezca un oportunismo que lo diga, existe el lujo. Ársenal. Sólo hombres. Zona altísima de Barcelona. Altísima porque como no conduzco y voy andando, la ascensión es tal que forma parte de mi entrenamiento.
Acudo cada día y contento. Casi tanto como mi mujer que ve como al fin sus plegarias han sido atendidas y he decidido cuidarme. Nadar me hace sentir bien pero no es esto lo que me alegra.
Me alegra el lujo. A través del lujo todo es soportable, dulce y agradable. Cuando te alejas del lujo, te alejas de la verdad, de la pulsión más pura del sentimiento. El lujo es una categoría espiritual y nuestra más primera y vital necesidad. Luego podrás pagarlo o no podrás, pero tú ponte una camisa de Zara y te sentirás un fraude y ponte una de Armani y será como volver a casa.
Cuando nado en el Ársenal, las brazadas me parecen saludos en un cóctel de generales.
El lujo vuelve placentero lo que más te pueda disgustar, porque guardamos memoria del Paraíso y Dios nos creó con alma y la característica del alma es el lujo. Yo lo conocí de pequeño y desde entonces supe para qué tengo que levantarme cada día e ir a trabajar. Es el reto eterno de la Historia de la Humanidad.
Confía siempre en el lujo y el lujo nunca te fallará. Mi hija corre hacia mí cuando llego a casa, y ya no me cuesta tanto agacharme para cogerla en brazos. El lujo redime y salva. Pertenecemos a un mundo expectante de maravillas y milagros.

Sexismo: el último tabú - Amando de Miguel



Sexismo: el último tabú - Amando de Miguel

Hoy se reproduce con el sexismo el temor que en su día hubo de ser denunciado por judío o protestante ante la Inquisición. José María Navia-Osorio recibe una invitación para asistir a unas interesantes jornadas médicas. Van dirigidas a "Gerentes, Directores de Asistencia, Directores de Enfermería y Directores de Gestión", y se especifica: "Hombres y mujeres". Entiendo que la cautela está en su punto, por si pudiéramos entender que solo hay mujeres en el personal sanitario. Lo del sexismo empieza a ser un trauma, valga el terminacho médico. ¿O habrá que decir "una trauma"?
Ignacio Trías se atreve con un chiste machista, a mi modo de ver nada hiriente y con mucha gracia. Lo transcribo para que sirva como ejercicio de carácter para superar los prejuicios sexistas:
Definiciones:
1) Tener agallas es llegar tarde a casa después de una noche de juerga con los amigos, ser recibido en la puerta por tu mujer con la escoba en la mano y decirle: "¿Estás barriendo o vas a volar?".
2) Tener huevos es llegar tarde a casa después de una noche de juerga con los amigos, oliendo a alcohol y perfume, con carmín en la camisa, darle una palmada en el culo a tu mujer y decirle: "¡No pongas esa cara que ahora vas tú!".
3) Tener agallas y huevos es llegar a casa en las condiciones anteriores y decir a tu mujer: "¡Vamos a echar un polvo!". La mujer contesta: "No tengo ganas. Me duele la cabeza". Responde el marido: "¡Pero bueno! ¿Qué os pasa hoy a todas?".
Como puede verse, se trata de un chiste resueltamente machista o masculinista. Lo que no entiendo es por qué no hay ni siquiera palabras para describir la ideología masculinista, o la hembrista. Esa ausencia es ya el verdadero sexismo en el lenguaje y en la mentalidad prevalente. Tampoco se comprende muy bien que en los grupos feministas haya solo mujeres y que los machistas sean solo varones. Algo no funciona bien en ese campo.
Hay más cosas. El principio de las cuotas por sexo al 50% debería aplicarse, por ejemplo, a los estudiantes universitarios o a los egresados de algunas oposiciones, como jueces y otros altos funcionarios. En esos casos la estadística nos dice que hay más mujeres que varones. Luego, con el principio del 50%, debería excluirse un cierto número de mujeres.
Si las mujeres ya pueden ir en los submarinos, no se entiende por qué sigue habiendo competiciones deportivas separadas para cada uno de los dos sexos. ¿O habrá que decir "géneros"? Por cierto, considerar género a las mujeres en la expresión violencia de género, ¿no es una ofensa al hemisferio femenino?
El traje talar es prácticamente igual para los curas y las monjas cuando no van de paisano. ¿Por qué los varones que no son clérigos no llevan faldas? Me parece un caso de intolerable sexismo.
¿Por qué sigue habiendo discriminación pública en los baños o servicios evacuatorios para varones y mujeres por separado?
Definitivamente, nos queda un amplio camino por recorrer. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Noche con gabardina - José Luis Alvite

Noche con gabardina - José Luis Alvite

Apoyado en la barra del bar, un tipo bien trajeado tomaba notas de madrugada en un cuaderno. «Un día perderé la memoria –me dijo– y con estas notas podré reconstruir mi pasado. Tengo docenas de cuadernos como éste, escritos todos por mí. Anoto cada cosa por pequeña que parezca, incluso lo que pierdo de hacer por culpa de escribir en el cuaderno. Anotaré que esta noche estuve hablando contigo, aunque no sepa quien eres». Al otro lado de la barra del bar bebía con calma un tipo abrigado con una gabardina tan sucia que parecía recién salvada del fuego con un manguerazo de lodo. Yo estaba en medio de los dos. Sin mirarme siquiera, el tipo de la gabardina sucia se dirigió a mi: «¡Bobadas! Ese tipo del cuaderno sólo dice bobadas. Arrastra su vida en un cuaderno como si fuese un puto contable. Seguro que se corta el pelo en la pastelería. Fíjate en mi gabardina. Mi gabardina no miente. Es mi memoria y mi conciencia. No hay en ella una sola mancha que no produzca placer o insomnio. Mi gabardina pudre el jabón, amigo. La llevaba puesta cuando rompí con mi chica y cuando maté a aquel tipo por el que discutimos. Hay más vida en esta jodida gabardina que en todos los cuadernos del puto contable». Le dio un trago a la copa y levantó la voz: «Eh, tú, el de las libretitas! Te diré algo: La autopsia de mi gabardina diría más de la vida de un hombre que todas esas mariconadas que anotas con tu jodida letra de sastre. Esta gabardina ladraría al plancharla. ¿Me escuchas, señor contable? ¿Cómo es que te has alejado tanto de la oficina, colega? Tienes una letra demasiado buena para haber llevado una vida interesante. La vida de verdad es ciega y escribe con manchas». «Tengamos la noche en paz», intervino el barman. «Tranquilo, patrón. No mancharía de fresa mi jodida gabardina».
No esperéis el final sorprendente de algo que no dio tanto de sí. A veces en el bar no ocurría por la noche nada interesante si es que no se atascaba un disco o alguien tiraba de la cisterna del retrete. El tipo bien trajeado siguió arrastrando la minuciosa bitácora de su vida con sus anotaciones en el cuaderno y el fulano de la gabardina sucia entró en esa calma reflexiva que sería sensatez si no fuese porque era cansancio. Escaleras arriba se escuchaba la lluvia deambulando descalza en la marquesina del bar. «Mi jornada se acaba aquí –dijo el tipo trajeado– así que cierro mi libreta y mañana será otro día. Se me olvidó anotar que a la lubina de mediodía le faltaba sal, pero lo apuntaré en casa. ¿Qué se debe?». «Nada, no se debe nada –respondió el tipo de la gabardina–. En el 80 maté a un tipo con un traje como ése y estoy en deuda con quienes se parezcan a él. Pagar tus antibióticas copas de contable tranquilizará a mi conciencia. No digas nada y arranca». El tipo de la libreta se largó con sus flácidas pisadas de baba y el barman dejó la cuenta al alcance del otro. «¿Hemos bebido 200 euros? No llevo tanto encima (rebuscó en los bolsillos). Sólo esto: dos monedas antiguas de Hungría, un palillo con sangre y la foto de mi chica de entonces. Supongo –miró al barman–... quiero suponer que tendrá el agradable gesto de no cobrar antes de que tenga yo el arranque furioso de no pagar –me miró–. ¿Qué opina el caballero?». «Yo devolvería esa foto al bolsillo. Una chica así es demasiado dinero». «Sí, lo es», apoyó el barman. Entonces el tipo se quitó la gabardina y la dejó desgarbada sobre la barra. «Cuídela, patrón. Y no la lleve a limpiar. Por 200 cochinos euros tiene usted un best-seller de 500 páginas. El pañuelo ensangrentado en el bolsillo sólo es el prólogo»...

La lección - Alfonso Ussía



La lección - Alfonso Ussía
Me ha parecido ejemplar y contundente la lección de humildad que le ha dado Cristina Fernández de Kirchner al Papa Francisco. Podría haberse presentado ante Su Santidad con una pamela negra de las que no caben ni en la Plaza de San Pedro, y lo ha hecho con un sencillo sombrerete con menos tela que el solideo del Santo Padre. Llevaba joyas y pulseras de oro, pero sin pretensión alguna. La amada presidenta de los descamisados, los montoneros, los peronistas y los desfavorecidos argentinos, no podía presentarse ante un compatriota ligera de adornos auríferos, porque una cosa es la sencillez y otra muy diferente acudir ante el Papa como si fuera una «tana» recién desembarcada. Además, que ella como Fernández no es «tana» o italiana, sino gallega o española, y en este punto hay que recalcar el enorme esfuerzo que ha hecho la presidenta para hablar con el Papa en español.
Para colmo, ha volado más de 10.000 kilómetros para asistir a una Misa, cuando en Buenos Aires no mueve el trasero ni diez metros para visitar la iglesia más cercana a la Casa Rosada. Lo de ser el Papa es muy cómodo. Organiza la Misa en el Vaticano y no tiene que hacer equipajes, ni colas en el aeropuerto de Eceiza, ni pasar por el arco detector de metales, ni demás engorros viajeros. Ella, humildísima y con su casquete polar negro, para no dar que hablar, doce horas de vuelo desde Buenos Aires a Roma. Bueno, según se ha sabido, hizo escala en Marruecos. Una tontería. El avión presidencial, como el buque-escuela de la Armada Argentina, el «Libertad», pasa por momentos de amenaza de embargo, y para evitar disgustos, dejó la aeronave en Marruecos custodiada por Mohamed VI, con quien doña Cristina mantiene estrechos lazos de amistad. Allí en Marruecos le esperaba un avión, con salón, habitación individual, cuarto de baño modelo «Texas» y otras tonterías de nada, y cuyo coste apenas lo notarán las economías de los argentinos. Una cosa es ser humilde, y otra muy diferente, tonta. Y doña Cristina no lo es. En lugar de alojarse en la Embajada de Argentina, –como han hecho, por ejemplo, los Príncipes de Asturias en la de España–, doña Cristina Fernández se instaló en un hotel. A eso se le llama campechanía. ¿Para qué sirve presumir de embajada? ¿Para qué molestar la vida cotidiana del embajador y señora? –No, no quiero molestar, me voy a un hotel–. Tuvo suerte y consiguió una habitación bastante buena en un céntrico hotel ubicado a pocos centenares de metros del Vaticano. Ya se sabe cómo son los italianos. Aprovechan cualquier excusa para aumentar los precios, e intuyendo que la señora Fernández iba a lo del nuevo Papa, le han pasado una factura de 3.000 euros por noche, que de acuerdo, no es calderilla, pero tampoco para tirar cohetes, que al fin y al cabo la Presidenta de una nación pujante y sin problemas económicos como es la República Argentina, tiene que instalarse en hoteles representativos, aunque lo haga desde la más estricta austeridad.
Me emocionó comprobar su prudencia, cautela y buena educación. Permitió al Papa que oficiara la Misa sin pretender, en ningún momento, interrumpirlo. Más aún, cuando años atrás le decía de todo por enfrentarse con su difunto esposo –Él– siendo el Papa un soberbio y presuntuoso Arzobispo de Buenos Aires.
La Misa del inicio del Pontificado de Francisco, pasará a la historia por la humanidad y sencillez que dejó a su paso la Presidenta de la nación en la que nació el Papa. El resto, vanos oropeles y tramoya. Gracias, madre de los necesitados.

El fin de los Pujol - Salvador Sostres


El fin de los Pujol - Salvador Sostres


Después de tantas lecciones políticas y morales, después de tantas indicaciones que los Pujol nos han dado sobre cómo ser unos buenos catalanes y unos meritorios patriotas; después de tanto exigirnos rigor y virtud, militancia y confianza ciega, después de tanto cinismo y de tanta farsa, Oriol Pujol Ferrusola ha acabado imputado por tráfico de influencias.
Su hermano Oleguer tenía como mínimo tres millones de euros en el extranjero, los que declaró en la amnistía fiscal a la que se acogió. Otro hermano, Josep, regularizó dos millones pero falta saber a qué conclusiones llega el ministro del Interior, que dijo el otro día en el Congreso que está investigando si el segundo hijo del ex presidente de la Generalitat cobró la venta de su empresa Europraxis a través de empresas extranjeras. Las fechorías del hijo mayor, Jordi, aprovechándose del cargo de su padre, las conoce todo Barcelona.
Si los Pujol no hubieran sido tan arrogantes, tan pedantes; si los Pujol, especialmente el padre, no nos hubieran perdonado tanto la vida, no nos hubieran intentado explicar tantas veces lo que está bien y lo que está mal, lo que es decente y lo que es grosero, tal vez ahora no haría falta ser tan duro con ellos. Pero lo que han hecho los Pujol contra Cataluña es tan grave judicial como moralmente, y merecen no sólo que caiga sobre ellos todo el peso de la Justicia, sino nuestro más absoluto reproche y desprecio.
La trama que Oriol Pujol pretendía montar, y por la que ha sido imputado, demuestra, además de su falta de honradez, su falta de inteligencia. Su calculada renuncia continúa en la línea del cinismo de su familia. Ha renunciado a sus cargos en Convergència pero no dimitirá como diputado, de modo que continuará cobrando un sueldo público. Es en general discutible si un imputado tiene o no que dimitir. Pero no en el caso concreto de Oriol Pujol, que fue el encargado de comunicarles a Lluís Prenafeta y a Macià Alavedra que les suspendían su militancia en el partido cuando Baltasar Garzón les detuvo del modo más arbitrario e injusto. De hecho, no sólo no han sido juzgados todavía, sino que lo más probable es que su caso sea archivado.
La meticulosidad con que Oriol Pujol cortó cuellos ajenos contrasta de un modo escandaloso con lo indulgente que ha sido consigo mismo, y demuestra una vez más que los Pujol consideran que la ética son aquellas normas que tienen que cumplir los demás para que ellos puedan hacer (y cobrar) lo que les dé la gana.
He comido dos veces con Oriol Pujol. La primera vez me prometí que nunca más lo haría y después de la segunda cumplí mi promesa. Es un político insignificante de conversación aburrida e indocumentada. En el segundo almuerzo pedí sólo un plato y aun así se me hizo eterno. Si no fuera hijo de su padre nunca habría llegado a nada ni habría sido nadie.
Lo que él pierde teniendo que retirarse de la política lo gana la política y lo gana Cataluña. Con Oriol liquidado, los Pujol, desprestigiados y ya sin ningún poder, han sido extirpados de la vida pública catalana. El negocio les ha salido redondo durante estos años. Nunca sabremos todo lo que se han llevado.

lunes, 18 de marzo de 2013

Las mentiras de Pujol - Carlos Herrera


Las  mentiras de Pujol - Carlos Herrera 
Todo se hace nauseabundo cuando Pujol muestra la faz más falsa de su persona.
EMPIEZA a reventarme hablar o escribir de asuntos relacionados con Cataluña casi tanto como a mis lectores leer o escuchar reflexiones al respecto de un asunto enconado que amenaza con separar a golpes de azada a varias comunidades razonablemente relacionadas a través de los años. Hablar de la cansina temática catalanista en cualquier rincón del resto de España -y de la propia Cataluña- es garantizarse el hastío o la tensión innecesaria. Pudiendo hablar del nuevo Papa, ¿quién va a querer hablar de Jordi Pujol? Lo razonable sería escribir hoy acerca de aquella tarde bonaerense en la que un grupo de periodistas españoles charlamos con el arzobispo de la diócesis platense, llevándonos una impresión de órdago acerca de aquel cura sencillo y brillante que nos describía las pequeñas tragedias argentinas con precisión milimétrica. O hablar de la clarividencia con la que dibujaba los perfiles del cardenal argentino el extraordinario cardenal español Amigo Vallejo, ese Papa que se pierde la Iglesia Católica. O divertirse con las cuitas que hacen zozobrar al pobre Pérez Rubalcaba, que está pasando un quinario que ni Cristo en el Gólgota. O aventurar acerca de los ministros quemados del Gobierno de Rajoy, víctimas de una próxima crisis. Pues no, la contumacia de algunos columnistas como este que está volcado sobre estas teclas, hace que el repetitivo y aburrido asunto catalán sea objeto de lectura de usted, sufrido lector, que cada vez que asoma la temática suelta un bufido y se pone a otra cosa.
El Instituto de Estudios Económicos ha presentado unas interesantes conclusiones agrupadas bajo el título «La Cuestión Catalana, Hoy». Viene a decir lo que suponemos todos, que la independencia unilateral de Cataluña tendría unas consecuencias desastrosas para la vida diaria de los ciudadanos catalanes, los cuales sufrirían la penuria empobrecedora que todos imaginamos. Nada que pueda sorprender a cualquier persona con dos dedos de frente. Jordi Pujol, presidente perpetuo de la catalanidad, ha añadido, con razón, que el resto de España también saldría perjudicada, conclusión a la que se llega sin necesidad de ser un lince. Es evidente que Cataluña sería viable, antes o después, como lo podría ser cualquier región medianamente industrializada, pero nadie sopesa el tiempo mediante entre una cosa y otra. Y nadie descarta el roto que le supondría al resto del país el desencaje de una parte esencial de su prosperidad. España, como tal, también saldría adelante, pero no sin dejar rastro de su fractura en el camino. Sin embargo, todo se hace nauseabundo cuando Pujol muestra la faz más falsa de su persona: «Yo, que nunca he sido independentista, ahora votaría SI en un referéndum por la independencia». Es, evidentemente, mentira. Pujol siempre ha sido independentista. Siempre. Con más o menos disimulo pero siempre. Y ha trabajado para conseguir el objetivo de desagrado social y desapego personal que hoy se experimenta en Cataluña. Y ha educado a dos o tres generaciones de jóvenes catalanes para que brotaran independentistas desde la factoría de las escuelas. Y ha tensionado las estructuras para hacer de la población catalana un conglomerado de permanentes agraviados.
Todo lo que ocurre hoy estaba en la cabeza de un farsante que hoy quiere hacerse pasar por una pobre víctima a la que no le han dejado otra opción que la de votar SI en un referéndum por la independencia. Está bien que sea lo que sea, pero no que pretenda -y a veces consiga- convencer a una buena parte de tontos útiles que proliferan por España. El cinismo ilustrado del personaje resulta efectivo para confundir a aquellos que siempre están dispuestos a cargar con las culpas propias y también con las ajenas: ese eterno complejo que asalta a algunos individuos que creen que cuando son atacados es porque han hecho algo mal. Sorprendentemente aún hay gente que se cree a este individuo. Tienen lo que se merecen, evidentemente.
  

Lo que tus hijos no aprenderán en el cole - Mónica Müller



Lo que tus hijos no aprenderán en el cole - Mónica Müller

En Europa Occidental, desde ya hace unas décadas se ha venido desarrollando la idea de un gran Estado, llamado "del Bienestar", que promete a la gente bienestar y seguridad por medio de derechos y más derechos, que permitirían trabajar menos, jubilarse antes, vivir eternamente de los subsidios, ir al médico las veces que se quiera..., sin gastos extras de ningún tipo. Como si el bienestar cayera del cielo.
Ahora sabemos que todo eso es un cuento de los políticos de turno, con su varita mágica, y que los ciudadanos se han dejado embaucar, creyendo que el Estado sería capaz de convertir en realidad su derecho a vivir mejor con menos esfuerzo.
"Así se formaron al menos dos generaciones de europeos. En escuelas que en vez de formarlos para el esfuerzo y la responsabilidad los han formado para reclamar derechos e inculcado la fatal creencia de que el Estado benefactor se haría cargo de todo", ha escrito Mauricio Rojas.
Por todo ello, hoy se hace más que necesario que nunca recordar las "Once reglas que tus hijos no aprenderán en el cole", escritas por Charles Sykes pero que muchos atribuyen erróneamente a Bill Gates:
  1. La vida no es justa. Acostúmbrate a ello.
     
  2. Al mundo no le importa tu autoestima. El mundo esperará que logres algo, con independencia de que te sientas bien contigo mismo o no.
     
  3. No ganarás 5.000 dólares al mes nada más salir del instituto, y no serás vicepresidente de compañía alguna, con coche a cargo de la empresa, hasta que hayas estudiado y trabajado mucho.
     
  4. Si piensas que tu profesor es duro, verás cuando tengas jefe: éste sí que no tendrá vocación por la enseñanza ni grandes dosis de paciencia.
     
  5. Dedicarse a preparar hamburguesas no te quita dignidad. Tus abuelos tenían una palabra diferente para describirlo: lo llamaban oportunidad.
     
  6. Si metes la pata, no es culpa de tus padres, así que no lloriquees por tus errores; aprende de ellos.
     
  7. Antes de que nacieras, tus padres no eran tan aburridos como ahora. Empezaron a serlo cuando empezaron a pagar tus cuentas, lavar tu ropa y escucharte hablar acerca de lo superguay que eres y lo carcas que son ellos. Así que, antes de emprender tu lucha por las selvas vírgenes contaminadas por la generación de tus padres, pon orden en tu propia vida, empezando por tu cuarto.
     
  8. En la escuela puede haberse abolido la diferencia entre ganadores y perdedores, pero en la vida real no. En algunas escuelas ya no se repite y te dan las oportunidades que necesites para encontrar la respuesta correcta en un examen y sacar adelante la tarea. La diferencia con la vida real es total.
     
  9. La vida no se divide en evaluaciones. No disfrutarás de largas vacaciones estivales en lugares remotos, y muy pocos jefes colaborarán a que te encuentres a ti mismo. Todo eso tendrás que hacerlo en tu tiempo libre.
     
  10. La televisión no es la vida. En la vida cotidiana, la gente tiene que salir del café para ponerse a trabajar.
     
  11. Sé amable con los nerds: es muy probable que termines trabajando para uno de ellos.

Canción de lodo - José Luis Alvite

Canción de lodo - José Luis Alvite

Por extraño que parezca, la verdad es que no contaba con llegar a esta edad con tantos años. Me pregunto qué diablos pudo ocurrir para que me haya sucedido semejante cosa. Y sobre todo, me inquieta la sensación de que a la velocidad con la que ha transcurrido mi vida, los días que me queden serán cuestión de horas y, si las uvas no se resisten, pronto se le irá el sol a la última vendimia. Ya no me queda ropa que estrenar, ni errores que aun me valga la pena cometer, y tampoco voy a necesitar la memoria para recordar las cosas que ya jamás me van a ocurrir. Un viejo amigo mío me dijo hace tiempo que a cierta edad un hombre se da cuenta de que incluso la salud es mala para el cuerpo y que a partir de entonces lo mejor que puede hacer es echar mano de los zapatos que le aprietan para asegurarse de no caminar tanto que pueda incomodar a los suyos por culpa de morir lejos del portal de casa. «Perderás velocidad –me dijo– y de nada te servirá decir que en realidad no tienes prisa. Tampoco harás planes para después de haberlos hecho. Un día te darás cuenta de que tu vida consiste ahora en convencerte de que solo es importante encontrar una mortaja que no destiña al llorar». No sé... no lo tengo claro... Ya hace tiempo que despierto en la misma postura en la que recuerdo haber sucumbido al sueño. Ni me entusiasman las cosas con las que me ilusionaba, ni me sabe la comida mejor que el hambre. Creo que solo necesito una última oportunidad para bailar aquella lenta canción de lodo con la que nunca me atreví y confesarle a ella aquello que siempre pensé decir: «Soy mayor y no me hago ilusiones. Hace años habría ido bailando contigo hasta el cielo, nena, pero ahora me conformo con pasar cerca del baño»...

domingo, 17 de marzo de 2013

Como agua naufragada - José Luis Alvite

Como agua naufragada - José Luis Alvite

De una carta que no me importaría haber recibido: 
Hola, amigo desconocido: ¿Sabes por qué te escribo? Anoche revolviendo en mis cosas antes de cambiar de ciudad, encontré una nota que me escribiste la única madrugada que estuvimos cerca de estar juntos. Tú llevabas un rato tomando copas en la barra del club y yo fumaba para quitarle el sabor al chicle. Llovía a cántaros. Las otras chicas hacían corro contándose sus hijos, su soledad y sus fracasos. Hablabas con el jefe, que estaba de brazos cruzados. Le dijiste que con aquella luz roja y la jodida mezcla de sordidez y remordimientos, te sentías como si estuvieses tomando las copas con un candil en el interior de un cerdo. Me fijé en lo mucho que fumabas. Prendías un cigarrillo sin haber expulsado de la boca el humo del cigarrillo anterior. Entonces pediste un trozo de papel y vi que escribías algo en lo que la mitad de la letra era el humo del tabaco, y el resto, según te escuché decirle al jefe, "el vuelo apaisado de una bandada de cejas siguiéndole en voz baja el rabillo a la oreja de un ojo oriental". Se conoce que no te gustó lo que acabas de escribir, así que hiciste una pelotita con el papel, la arrojaste entre las colillas del cenicero y te ausentaste al baño. Al volver, tu cenicero estaba limpio y la pelotita de papel la había desplegado por curiosidad en mis manos. ¿Recuerdas aquella nota, amigo desconocido? Supongo que no. El jefe me había dicho que solías hacer anotaciones así en trocitos de papel y que a veces iban a dar a las manos de cualquier chica o directamente a la basura y que en ocasiones una cosa y la otra casi te parecía la misma cosa. Yo misma me pregunto ahora por qué tuve interés en leer un papel que tu mismo acababas de despreciar. ¿Recuerdas aquellas frases? Las dejaste en la basura del cenicero y yo metí la mano y todavía las conservo en mi poder. ¿Y sabes por qué todavía la conservo? Supongo que te parecerá una estupidez, pero la conservo porque fue como meter los dedos en la mierda del perista y encontrar un anillo a tu medida. La primera frase me apeteció tomarla como algo personal porque me pareció hermosa y triste a la vez, o porque dadas las circunstancias, aquella noche estaba tan necesitada de hablar con alguien, que no me habría importado que cualquier hombre sincero me vomitase en la boca la cena para mi hija. ¿Recuerdas aquella primera frase? Me la sé de memoria pero suelo leerla porque me gusta imaginar al final de cada frase la mano de la que viene el hilo de un pensamiento que me llenó de agradable incertidumbre y de inquietante esperanza en medio de mi terrible soledad de tantos días, y precisamente aquella noche en la que llovía tanto que, como le dijiste al jefe, la mitad del paisaje era el sediento náufrago de la otra mitad. Decías en aquella primera nota: "Incluso en un sitio como este le cabe a uno la esperanza de ser capaz de pintar un cisne mojando el pincel en la mierda de un cerdo". Nunca sabré en qué o en quien pensabas al escribir aquello, pero lo tomé como algo personal porque necesitaba sentir algo así, porque estaba sola y triste, y porque me pareció que llovía a cántaros sobre mi tumba, y también porque era la primera vez que el humo de un puñado de cigarrillos se convertía a mi vista en algo que tal vez valiese la pena leer entre dos bostezos, mientras las otras chicas se contaban como si tal cosa sus novios, sus fracasos y todas esas mentiras que se cuentan las mujeres solitarias cuando saben que, como decía otra de tus frases, "a veces la verdad solo sirve para estropear la alentadora sinceridad de una hermosa calumnia". Escribiste luego algo que redondeaste con una tachadura que lo hace ilegible, y como si entresacases un hilo de una madeja, le añadiste al borrón de algo por lo que me valió la pena comprar un brazalete en el que desde entonces lo llevo grabado: "La expresión de esa chica sentada al fondo de la barra me hace pensar que a veces la belleza ocurre chocante y cruel, como una pesadilla en la mitad de un buen sueño, como una mariposa volando en llamas por el interior de un cadáver, ...y entonces, amigo mío, entonces te fijas en alguien como ella y piensas, ¡Oh, Dios!, que esta es una de esas misteriosas ocasiones en las que jurarías haber visto entre el humo a una mujer en cuya vida incluso la muerte perteneciese al pasado". 
Fue el jefe quien me dio tu dirección. Me advirtió de que si te escribía, lo hiciese sin fe alguna en recibir contestación. No me importa que no respondas. Solo quería decirte que conservo aquel papel. Y que cuando me entra llorera y se me nublan los ojos, ¿sabes?, cuando por las cosas de la vida se me nublan los ojos y veo borroso el papel, es como si esos renglones fuesen el esqueleto del humo de aquella mariposa volando en llamas por el interior de mi cadáver". (Para "Anacrusa" y "Alasalamar", que siempre estarán entre el humo de mis cigarrillos).

sábado, 16 de marzo de 2013

¡Enséñame la pasta...! - Julio Miravalls


¡Enséñame la pasta...! - Julio Miravalls
Un escalofrío recorrió la red esta semana cuando se supo que Whatsapp pretende cobrar suscripción por el uso de su mensajería instantánea. En verdad, Whatsapp -el mayor éxito tras Twitter- nunca dijo ser gratis, pero nadie ha tenido sensación de pagar. En la tienda Apple, la app cuesta 0,89, con frecuentes ofertas a cero euros (y los hackeros no pagan). En Android es gratis. Por el servicio, nada.
Tras el escalofrío, los jedis y los siths de las redes han sentido un estremecimiento en la Fuerza cuando en algún oscuro despacho de Mountain View fue asesinado el Google Reader, aunque, como Hugo Chávez, seguirá un tiempo de cuerpo presente.
Y en Wikipedia reaparecen sus cíclicas peticiones de dinero (30 dólares, sugiere), en modo donación, para sus pobrecitos servidores (la Britannica, sin tapujos, se ofrece por 19 céntimos diarios).
Todo cuesta dinero, nada funciona sin gastos. Pero el Whatsapp triunfa porque deja comunicarse sin coste con todo el mundo -y en todo el mundo- sin que nadie se pregunte cómo se paga la factura de la luz de sus máquinas.
El Reader de Google es un servidor RSS. Un sistema que muchos usan sin saberlo cuando abren aplicaciones como el horrendo Flipboard o tantos pseudoperiódicos basados en la lectura del chorro informativo de una o más webs, que tiran, a su vez, del chorro del teletipo. Todo automático, todo gratis...
Pero la propia lógica de internet se aplasta a sí misma. Si ahora Whatsapp pretende cobrar, nos vamos a Line, que ambiciona su sitio, ofreciéndose gratis (valdrá con que lo tengan también mis amigos). Y si Google apaga su RSS, ya lo encenderá otro (Digg ha corrido a anunciar planes).
En internet no se lee, ni se mira, ni se aprende: todo se «consume». Gigantescas corporaciones se disfrazan de altruismo y libertades para hacerse imprescindibles, hasta convertir en yonki a ese consumidor masivo de cosas gratis -que le costarían un poquito- antes de gritarle al fin: «¡Enséñame la pasta!». Solo que, por ahora, siempre viene detrás otra oferta gratuita.

Los cateados - Arcadi Espada


Los cateados - Arcadi Espada
Querido J:
Unos 1.300 profesores de Kaduna (Nigeria), de los 1.599 que fueron sometidos a unas pruebas de control de conocimiento, suspendieron en pruebas de Matemáticas y lenguas básicas de un nivel equiparable a alumnos de Primaria. En Queensland (Australia) casi la mitad de los aspirantes a maestros de escuela falló partes de una prueba que incluía preguntas de Lengua y Matemáticas que un niño de siete años debe poder responder. En Bihar (India), unos 8.000 profesores de escuela primaria fueron incapaces de responder a preguntas sencillas de Ciencias, Matemáticas, Inglés y Lengua. En 2011, en la Comunidad Autónoma de Madrid (España), 14.110 aspirantes se presentaron a unas oposiciones para lograr una plaza de maestro. Sólo aprobaron 1.913 personas, un 14%.
De las pruebas de Madrid tenemos algunos detalles. Un 84% de los opositores no supo reconocer correctamente en la oración un adverbio (mucho), una preposición (durante), una conjunción (pero), un artículo contracto (del) y dos pronombres (que, me). Un 66% no supo ordenar de mayor a menor números presentados en forma decimal o de fracciones. Y un 69% no supo colocar en un mapa con división provincial las regiones autónomas españolas. Hay muchos más detalles aritméticos, lingüísticos, geográficos, etcétera. Pero te bastará con ésos. Luego hay una multitud de anécdotas. El que dice que disertar es irse por las ramas, una respuesta que tiene la dimensión de un tanque de revelado. El que dice que Ciudad Real es una provincia andaluza. El que dice que el Ebro pasa por Madrid. El que dice que la gallina es un mamífero. Y las gordísimas faltas de ortografía de algunos ejercicios. Pero se trata de anécdotas que hay que dividir por 14.000.
El escándalo memorable es otro, a mi juicio. Se ve al trasluz en la defensiva y airada respuesta de los sindicatos que han contraatacado con memeces y conspiraciones (as usual) ante la estupenda iniciativa de transparencia (sí, eso que les gusta tanto exigir para los poderosos, pero que debería regir para todos) del Departamento de Educación de la Comunidad de Madrid. El escándalo es que 12.197 maestros han suspendido una prueba cuya exigencia de conocimiento no supera el de 1º de ESO. Una prueba que, en realidad, es parte de un proceso de selección para lograr plaza de maestro en la Comunidad de Madrid, al que después se añadirán otras evaluaciones como las de la experiencia. Entre los errores es preciso separar aquéllos que son, por así decirlo, estructurales de los meramente circunstanciales. No es lo mismo ser incapaz de reconocer un pronombre personal en una oración que ignorar que el Ebro pasa por Palencia. (By the way: la prueba introduce aquí una excepción llamativa desde el punto de vista lógico que también informa sobre la calidad de los examinadores: después de pedir la relación de provincias ribereñas del Ebro, el examinador escribe: «No obstante, podrán no penalizarse las respuestas que no incluyan la provincia de Palencia como ribereña del río Ebro.» Es puramente extraordinaria la discrecionalidad de la penalización y el hecho de que Palencia no se incluya por ser ribereña sólo en tres kilómetros: ¡como si Palencia pudiera estar un poquito embarazada de su Ebro!). Sin embargo, esa distinción entre estructural y circunstancial tiene sentido para los ciudadanos no implicados, pero lo pierde en el caso del opositor.
El opositor es un hombre que busca trabajo. Un hombre que busca trabajo en un país que tiene casi seis millones de parados. Recordemos, 12.197 maestros, un 86%, han suspendido la prueba. Muchos de los que se han presentado tienen trabajo. Es decir, ejercen como maestros, en alguna forma u otra de interinidad. Es muy preocupante, desde luego, que personas que están formando a niños tengan un nivel de conocimientos inferior al que deben exigir a los niños que tratan de formar. Pero aún más grave y meditable me parece la actitud del que busca trabajo.
España tiene un problema descomunal con el trabajo. Endémico. Cualquier análisis de la situación económica, de sus hipotéticos brotes verdes, es prácticamente inmoral cuando se encara con la evidencia de que casi la mitad de la población joven está en paro. Una situación que afecta al 27% de la población activa. Se supone que en estas condiciones un opositor es una fiera. Y que una oposición por una plaza de maestro en Madrid, combate terrible por la supervivencia y el futuro, debería presentar unos resultados muy distintos. El temario de esas oposiciones es perfectamente accesible al nivel de cualquier persona que se lo proponga. Y, desde luego, de un maestro, que por obligación ha debido hacer el Bachillerato. La dejadez, la indolencia, el desentendimiento que suponen esos resultados dice demasiadas cosas ingratas sobre la fibra de los opositores. Naturalmente uno puede fracasar en la oposición y en la vida. Pero aquí ni siquiera hay fracaso, porque no hay lucha. Sólo una desmayada frivolidad.
¿Están esos 12.197 entre los que protestan por los recortes en la enseñanza, entre los que acusan al Gobierno, cualquier gobierno, de dejación? ¿Cuántos hay, entre ellos, de acérrimos defensores de la responsabilidad pública en la enseñanza? ¿Será capaz de presentarse el que no sabe reconocer una preposición en una frase como una víctima de la decadencia del sistema público? ¿Como una víctima del neoliberalismo imperante?
Hombre, hombre.
¡Qué desierto de coderas!
¡Qué mendrugos en defensa del estado de su bienestar!
Sigue con salud,
A.

Río con sandía - José Luis Alvite

Río con sandía - José Luis Alvite

A l jovencito Jorge Mario Bergoglio se le cruzó en el camino el aroma de la carnalidad primeriza de aquella chiquilla porteña, se sintió enamorado y en un arrebato de sana pasión le planteó la posibilidad de casarse y el dilema de meterse a cura si ella lo rechazaba. ¿A quien no le ha ocurrido algo así en esa edad en la que los chiquillos creen que para ser un hombre sólo se necesita un empleo, un vicio y desistir de la merienda? Es esa la edad en la que se ve venir la adolescencia y los muchachos dudan entre el placer lírico de leer un poema y la tentación de imitar lo que en la calle hacen bajo el sol los perros. Es fácil imaginar al jovencito Bergoglio perturbado al descubrir que está entrando en ese confuso territorio emocional y fisiológico en el que uno recuerda haber descubierto la pegadiza estribación del sexo al hundir la cara en la pulpa de la sandía, volvió luego sus ojos hacia el corro de las chiquillas y supo que en la taracea de aquellos cuerpos ácimos empezaba a desovar sus grumos la hembra salobre de la lujuria, el nudo corredizo de la obstetricia. Los doce años del jovencito Bergoglio no fueron distintos de los de los otros chiquillos, ni hizo seguramente nada que los demás no hayamos hecho a esa edad en la que cualquier bofetada te deja en la boca un anfibio sentimiento de árida tristeza mezclado con un húmedo regusto de fruta, como la primera vez que nos metimos desnudos hasta el medio del río y sentimos como piafaba entre las piernas aquella agua amniótica, caldosa y labial con la que al cabo de los años recordaríamos haber tenido un lío de faldas. El chiquillo Bergloglio es ahora ese Papa carismático y afable en cuyas manos vagamente nodrizas y escolares son muchos los que esperan que se abra con los ojos cerrados la hembra aniñada del pan.

viernes, 15 de marzo de 2013

El Papa Paco - David Torres


El Papa Paco - David Torres
Es una pena que llevemos tantos años huérfanos de Felipe Mellizo, aquel entrañable locutor con barba de sátiro y cara de filósofo en paro. Sin duda él habría sabido exprimir el jugo a la elección del cardenal Bergoglio lejos de las papanateces habituales. Mellizo, más que presentar los telediarios, los defenestraba, que es la única manera decente de comentar la actualidad. Cuando Juan Pablo II todavía estaba recuperándose del atentado que casi le cuesta la vida, Mellizo se quedó muy serio mirando a cámara y comentó: “El Papa mejora. Ya toma alimentos semisólidos. O semilíquidos, según se mire”.
Se mire por donde se mire, lo del Vaticano es un éxito mediático a todos los niveles. La fumata blanca ha barrido con una ristra de famosos dándose piscinazos e incluso con Mercedes Milá, que protesta porque Falete le está robando audiencia y liderazgo intelectual. Deberían aprender los programadores de televisión, que si una teleserie no les funciona a la primera media hora, la suprimen sin remordimientos. La iglesia católica lleva un montón de siglos funcionando con el mismo formato, aunque ignoro si algún pontífice ha aguantado tanto tiempo como Ferguson en el banquillo del Manchester United. Algunos, por razones misteriosas, han aguantado menos que el chicle de Ferguson.
El caso es que a mucha gente, mayormente agnósticos, ateos y masones, le escandaliza que Bergoglio sea más bien tirando a derechas y que se llevase bien con Videla, como si en el Vaticano hubiesen pensado seriamente para el puesto de jefazo supremo en un teólogo de la liberación. También les cabrea bastante que el nuevo pontífice esté en contra del aborto y del matrimonio gay. ¿Pero a quién se pensaban que iban a elegir? ¿A Willy Toledo? ¿A Almodóvar?
Más de uno habrá pensado que la iglesia ha emigrado de Alemania a Argentina en una sola fumata, como en los viejos tiempos de los criminales nazis y la red Odessa. Yo prefiero pensar que el nuevo Papa, como buen aficionado al fútbol, va a aclararnos por fin si Dios es Maradona o es Messi. Lo malo es que, al ser argentino, la próxima encíclica va a salirle un tocho en veinte tomos, como la Enciclopedia Británica. De momento, me gusta que haya elegido el nombre de Francisco, sobre todo si lo ha hecho en homenaje al poverello d’Assisi, San Francisco de Asís, amigo de los animales y patrón de los veterinarios, uno de los pocos santos que cuenta con mi devoción incondicional. Según cuenta Chesterton en su maravillosa biografía, Francesco predicaba a los lobos, los perros y los pájaros con más éxito que a muchos cristianos. Y cuando el cirujano iba a quemarle un ojo, según los burdos procedimientos médicos de la época, Francesco le suplicó al fuego con la misma ternura que profesaba a cualquier criatura viviente: “Hermano fuego, Dios te hizo bello, poderoso y útil, te ruego que seas amable conmigo”.
Francesco también fue amigo de los pobres, no de la pobreza, lo cual quiere decir que renunció a toda posesión material, tal y como Cristo enseñó. Si a este Papa se le ocurriera la peregrina idea de llevar al Vaticano por el mismo camino, en efecto, iba a durar menos que el sabor del chicle de Ferguson.

La gallina es un mamífero - José García Domínguez


La gallina es un mamífero - José García Domínguez
La gallina es un mamífero; Ávila, una bucólica villa costera de pescadores ubicada en la provincia de La Coruña; y Soria, el nombre oficial de una comunidad autónoma, acaso nacionalidad histórica. Eso piensa, parece, un número estadísticamente significativo de diplomados en Magisterio pertenecientes a la ya célebre "generación mejor preparada de la historia de España". Miseria intelectual, la de tantos maestros Ciruela que, para sonrojo colectivo, acaba de airear la Consejería de Educación de Madrid. Otro testimonio de una asombrosa incompetencia, la de la red de instrucción pública, que no se explica con rutinarias apelaciones a las deficiencias técnicas de tal o cual ley educativa votada por el Parlamento.
Porque el Chernobyl cultural español posee raíces más antiguas y más hondas. A fin de cuentas, esos pobres analfabetos que imparten docencia en las aulas infantiles no son mucho más ignorantes que otros que sientan cátedra a diario sobre lo humano y lo divino en los foros audiovisuales. España, y no cabe achacarlo a la Logse, es hoy la sociedad más democrática de Europa. Ningún país occidental tolera menos las jerarquías que el nuestro. Ninguno. El peor insulto aquí tal vez sea tildar a alguien de elitista. De ahí que tantas gentes instruidas se esfuercen por disimular su condición emulando el lenguaje burdo y los modos toscos propios de cuanto se tiene por popular.
Bien saben que el elemental respeto a la sintaxis comienza a pasar por pretenciosa pedantería, cuando no por intolerable clasismo. Solo lo basto, y mejor cuanto más zafio, ofrece garantías de unánime celebración y general aplauso. Por algo las supremas celebridades del papel couché, novísimos modelos del éxito social, surgen de la cantera del fracaso escolar. Va para un siglo y medio, cuando parecía que habíamos tocado fondo, una generación de intelectuales se planteó como misión primera la de redimir a España de su incultura. Creían ellos, y no andaban lejos de la verdad, que el problema español era, ante todo, un problema de educación. Recuérdese, tan reproducido, el diálogo entre Joaquín Costa y Giner de los Ríos. "Giner, necesitamos un hombre", dijo Costa. A lo que el pedagogo krausista respondió: "Joaquín, lo que nos hace falta es un pueblo". Y en ésas seguimos. Lo de los maestros, desengañémonos, apenas es un síntoma.

Pensiones de hambre - Emilio J. González
El Gobierno ha decidido que a partir de 2014 va a informar a los contribuyentes mayores de 50 años del importe de la pensión de jubilación que les corresponderá en el momento del retiro, con el fin de que puedan calcular la diferencia entre la cantidad de dinero que percibirán efectivamente y la que pensaban que iban a cobrar, para que quien quiera tener una pensión más elevada pueda ahorrar o contratar un seguro que se la proporcione. ¿Qué nos dice esto? Pues muy sencillo: que el sistema no da más de sí y que la única forma que tienen los políticos de arreglarlo es bajarnos la cuantía de las pensiones que nos corresponderían si no se aplicaran las medidas del Pacto de Toledo, como, por ejemplo, la ampliación a toda la vida laboral del periodo de cómputo de la pensión, que supone reducirla en, aproximadamente, un 35% en relación con la que se percibiría sin este cambio.
Después de que los políticos y los sindicatos insistieran en mantener el sistema público de pensiones tal cual, sin cambios ni reformas que introdujeran cuando menos un sistema mixto entre capitalización y reparto, ahora nos encontramos con lo que se veía venir desde hace años en cuanto se analizaba la pirámide población española. Y es que un modelo como el nuestro, que financia las pensiones de hoy con las cotizaciones de hoy, es inviable en una sociedad cuya población envejece. Para complicar más el asunto, encima el ajuste anticrisis se está produciendo vía reducción de salarios, lo que disminuye la base de cotización del sistema, o sea los ingresos, y vía salida de trabajadores hacia otros países, lo que recorta el número de cotizantes. Pues bien, en este contexto, lo que tendría que hacer el Gobierno es recortar otros gastos públicos con el fin de que el déficit del sistema de pensiones se pudiera financiar con los ingresos procedentes de la tributación general. Porque recortar se puede recortar por muchas partes, empezando por los asesores y los coches oficiales y siguiendo por el cierre de las autonomías. Y es que los españoles pagamos impuestos para tener buenos servicios públicos y buenas prestaciones sociales. Pero nuestros políticos piensan de otra forma, creen que el dinero público no es de nadie, cuando en realidad es de todos, y lo utilizan para sus propios fines, empezando por el de llenar las administraciones de parientes, amigos y miembros del partido. Estos gastos no los están tocando, y sin embargo nos recortan las pensiones. No tienen vergüenza.
Ahora, encima, nos dicen que nos van a informar con antelación de cuál será nuestra pensión para que vayamos ahorrando con el fin de poder cobrar más después. La pregunta es: ¿de dónde va a salir ese dinero?; porque quien esté en paro no puede ahorrar, a quien le han bajado el sueldo y llega justo a fin de mes tampoco, y quien todavía soportar una hipoteca onerosa de veinte o treinta años, menos aún, con el agravante de que los pisos, la tradicional hucha de las familias, no van a volver a valer ni de lejos lo que se ha pagado por ellos en los últimos veinte años. Es decir, que, salvo aquellos que ganen mucho dinero, aquí prácticamente nadie va a tener esa capacidad de ahorro para poder complementar la pensión pública cuando llegue el momento de la jubilación. Por ello, y ya que los políticos de todos los partidos y los sindicatos decidieron en su momento no reformar el sistema de pensiones, lo que tendrían que hacer ahora es reformar el gasto público y acabar con todos los despilfarros y con las autonomías, a fin de abrir margen en los presupuestos para financiar el déficit de la Seguridad Social y permitir que la gente se pueda jubilar con una pensión digna, no con una de miseria, que es a lo que nos están condenando entre unos y otros.

jueves, 14 de marzo de 2013

Falta de respeto - Alfonso Ussía


Falta de respeto - Alfonso Ussía
Unos amigos de la otra orilla –me refiero a América, la otra orilla del Atlántico–, me invitaron a comer en un restaurante de esos llamados de «cocina de autor». Decoración gélida y como es habitual, los camareros vestidos de negro. Cuando nos ofrecieron la carta experimenté la misma sensación que en aquella lejana tarde colegial cuando me obligaron a aprenderme de memoria la «Marcha Triunfal» de Rubén Darío. Una carta interminable. Les puedo asegurar y se lo aseguro, que después de pasar la vista por los aperitivos, entrantes, ensaladas, carnes y pescados, ni una sóla oferta culinaria me sedujo. Con gran parsimonia, llegó el «maitre», muy sobrado de vanidades y distancias. Mis amigos, recién llegados a Madrid tenían hambre y se despacharon con alguna de las bobadas correspondientes. Y a mí, sinceramente, me apetecía cenar una tortilla francesa con jamón. Así de sencillo.
Cuando se lo solicité al sobrado y distante «maitre», éste me observó de arriba abajo como si fuera un delincuente. –Lo siento, pero no tenemos tortilla francesa con jamón–. Inicié el debate. –¿Tienen ustedes huevos?–. –Si, por supuesto–. –¿Y jamón?–. –Efectivamente–. –Entonces todo se puede arreglar. Le dice al jefe de cocina que rompa dos huevos y les añada jamón. Y eso es una tortilla francesa de jamón–. –Un momento, que voy a consultar–.
La consulta fue rápida. Con «maitre» se acercó hasta nuestra mesa el Jefe de cocina, de quien deduje que era el propietario del local. Muy antipático. –Le decía a su «maitre» que sólo me apetece comer una tortilla francesa con jamón. Y su «maitre» me ha dicho que es imposible satisfacer mi sencilla demanda–. Entonces, el genio de la «cocina de autor», probablemente premiado con alguna estrella «Michelín» de las que se compran, me soltó como un escopetazo una oración contudente: –Usted no me puede humillar así. Usted me está faltado al respeto–.
¿Una tortilla francesa con jamón es una falta de respeto? ¿Una tortilla francesa con jamón es una humillación profesional? ¿No será, al contrario, una falta de respeto ofrecer a un indefenso cliente «lomitos crudos de dorada del Estrecho con salsita de fresas y bellotitas dulces»? No sólo una inconmensurable falta de respeto, sino el timo del tocomocho. Esa insignificancia se sirve de la siguiente guisa. Dos lomitos –nunca mejor escrito–, de dorada bajita del Estrecho, una salsita de fresas y una bellota confitada. El precio 32 euros. Lo de la bellota dulce lo ignoraba, pero parece tener una gran aceptación en la zona machega de Albacete, de lo cual me congratulo. Una zona repleta de impresionantes dehesas, con una producción de bellotas generosísima, y cuyos propietarios o cooperativistas ignoran su desmedido valor. Porque lo más grande del plato era la bellota. Y lo más caro.
España es una joya de la gastronomía popular. Allá donde se vaya, se encuentra uno con un milagro. Pero de decenios a estos días se ha poblado de centenares de restaurantes que permanecen muy poco tiempo abiertos, pero se forran a costa de los besugos que reservan sus mesas. Algo, o mucha culpa, tienen los gastrónomos oficiales que se mueven de un lado a otro, sin necesidad de abrir la cartera. También en esto España está sometida a una mafia de gente muy educada, pero mafia al fin. El restaurante en cuestión, una porquería.

martes, 12 de marzo de 2013

El secreto del cónclave, los inhibidores y la excomunión - Antonio Casado


El secreto del cónclave, los inhibidores y la excomunión - Antonio Casado
En la Capilla Sixtina, bajo los impresionantes frescos de Miguel Ángel y Boticceli, esta tarde se cierran por dentro los cardenales electores. Su tarea consiste en descubrir cuál de esas 115 cabezas ha sido la señalada por el Espíritu Santo como jefe de la Iglesia Católica número 266 de la serie histórica. Lo ha dicho el cardenal nigeriano John Olorunfemi Onaiyekan: “Dios ya ha decidido quién debe ser el nuevo Papa. Ahora nos toca a nosotros descubrirlo”.
Todo ello, en el mayor de los secretos. Hay pena de excomunión para quienes lo violen. Pero en el Vaticano se fían más de los inhibidores que del compromiso de confidencialidad. Se ha decidido blindar el temor a las penas del infierno con una 'jaula de Faraday'. Todas las señales electromagnéticas quedan bloqueadas. No pasa nada si uno o varios participantes en el cónclave olvidaron dejar en casa el teléfono móvil. La tentación no tendrá efectos colaterales.
Además de las nuevas tecnologías, en este caso al servicio del secreto de las deliberaciones, el Espíritu Santo se apoya en la matemática para elegir la cabeza del purpurado sobre la que debe posarse antes de la fumata blanca. Para facilitar esa sobrenatural labor, el nuevo Papa necesitará el apoyo de al menos dos tercios de los cardenales. O sea, 77 votos como mínimo antes de retirarse a la sacristía de la Capilla Sixtina para resolver en llanto el peso de la responsabilidad que le va a caer encima.
No es para menos. Alguien ha dicho que en esta ocasión se busca a un Jesucristo con un máster en dirección de empresas. Es decir, que tenga el carisma del Cristo de los milagros y la capacidad organizadora de Amancio Ortega. Para frenar la disminución de fieles y aumentar el número de sacerdotes, pero también para que la Iglesia deje de funcionar como en la Edad Media y se incorpore a los métodos de gestión del siglo XXI.
El quinielismo se ha desatado entre los vaticanistas. Se basa en esa especie de susurrante campaña electoral que son las llamadas 'congregaciones'. Los señores cardenales han celebrado ocho de esas reuniones previas desde el lunes de la semana pasada. Y de ellas, lo único que parece deducirse es la formación de dos bloques dominantes. Por un lado, el de los americanos, aparentemente pastoreados por el activo arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan. Por otro, el más numeroso grupo de cardenales italianos (28 exactamente), que parecen apiñados en torno a otro de los papables, el arzobispo de Milán, Angelo Scola.
Aunque quedamos a la espera, ya se puede hablar de la bicefalia vaticana como un elemento perturbador en la hoja de ruta del nuevo Pontífice. Las asignaturas pendientes de la Iglesia son las mismas que angustiaron a Joseph Ratzinger. Desde las intrigas vaticanas a la crisis de vocaciones, pasando por los incumplimientos del sexto y séptimo mandamiento en ciertos sectores de la Jerarquía. Será muy difícil encararlas sin remitirse a lo que hizo o dejó de hacer el Papa anterior. Será como si lo estuviera viendo y oyendo al otro lado de la pared. Es un vago motivo de inquietud que flota en el ambiente. Sin mayor precisión, puesto que habría que remontarse seis siglos atrás para encontrar un precedente de elección de un nuevo Papa cuando el anterior está vivo.

Al fondo de la ratonera - José Luis Alvite

Al fondo de la ratonera - José Luis Alvite

Intento descifrar el mecanismo que hace que algunas mujeres resulten irresistibles sin necesidad de ser primorosamente hermosas y reconozco mi fracaso. Sé que se trata de algo generalmente invisible, aunque es probable que ese resorte casi endocrino de la mujer irresistible asome al exterior a través de una sutil cicatriz en el rostro o concluya en la acupuntura de su ademán casi inalámbrico al pinchar con enigmática intención la aceituna del martini. Hay también en el aliento de algunas mujeres una pizca de pimienta que tiñe de marrón el humo de su cigarrillo y le añade al aire que respiras un puntito de sudor y perversidad, esa pizca de venenoso y exquisito condimento que matiza el sabor de la comida. Barbara Stanwick no era físicamente nada del otro mundo, pero se comprende que a Fred MacMurray lo arrastrase a cometer un crimen en «Perdición» y sólo sorprende que tardase más de diez minutos en resultar irresistible con aquella sonrisa suya en la que era como si acabase de romper con sangre y carmín el filo azucarado de una copa de «Alexander». Pero, ¿qué hace que una mujer así resulte tan seductora? ¿Surge acaso en ellas una personalidad arrolladora y fatal tan pronto pliegan el delantal en la cocina y retocan la carrera en las medias con una lasciva sutura de saliva? Uno mira el vientre de la mujer que le parece irresistible y se da cuenta de que lo que en principio era un sagrario de dignidad y obstetricia, se convierte luego en algo oscuro, aromático y tentador, como el trecho angosto y enrejado que conduce al apetitoso cebo enganchado en un resorte al final de la ratonera. Tengo una amiga que es así y no sé como explicarle lo que a su pesar me ocurre con ella. El caso es que sin ser una belleza canónica la encuentro irresistible. Es como si después de sorber ella su martini, fuese a escupir yo el hueso de la aceituna.
Frente a la mujer irresistible se pregunta uno quién será su amante afortunado, el tipo que le abre la puerta del coche y le separa la silla en el restaurante, el estilista que retoca su pelo hurgando en su melena con el rabo del peine... y a veces uno mira el resplandor de su rostro, la luz tamizada de tu tez, y supone que en el alma de una mujer como ella quien de verdad maneja los resortes es un discreto e impagable electricista, alguien como aquellos tipos de la Warner o de la Paramount que sabían con incontestable exactitud cuantos amperios había que deslizar por la sonrisa lisérgica de Joan Bennett para que en «La mujer del cuadro» Edward G. Robinson aceptase casi con placer verse involucrado en un asesinato. Tampoco Joan Bennett era una belleza rotunda, una simétrica mujer sin defectos, y tenía sin embargo ese encanto sugerente y perverso que a mi me resulta irresistible, esa capacidad de persuasión con la que incluso podría conseguir que la asesinases a ella para ver luego como se desvanece en su rostro la luz de la vieja marquesina del cine Rialto, la buganvilla gris de su fotogénica y cautivadora codicia, ese extraño polen que resulta al mezclarse el sexo, el dinero y la avaricia en la brasa escalfada del cine. Conocí a una mujer que me pareció irresistible y le pregunté cual creía ella que era el secreto de su atractivo inapelable. «No hago nada para ser así. Serán los genes, encanto –me dijo–, o que me ves con buenos ojos. Hay mujeres que comen sardinas y les huele a ostras el aliento. Será que hay un metabolismo de la belleza, cielo, algo que ocurre dentro de ti y en el caso de que no te ocasione flato, te produce luz». Después prendió un cigarrillo y me echó el humo a la cara. Y al parpadear me pareció tener en los ojos las pestañas penales de Joan Bennett.
En el retrete regurgitaba la cisterna y en la barra del bar sólo quedaba ella, una mujer de casi cuarenta años, rubia como cualquier morena, sentada en su taburete, el codo apoyado en el mármol, la copa en la mano y un cigarrillo ardiendo en el cenicero con un humo lento que se descompuso como un sauce con el rebufo al pasar cerca el barman. Escribí una nota en el posavasos de papel y soplé suavemente hasta deslizarlo al alcance de su mano: «Sé que no eres de aquí. Paró de llover a mediodía y llevas puesto el chubasquero. ¿Te importaría que esta noche fuese por mí por quien finges que no esperas?». Le hice llegar entonces mi bolígrafo y ella me devolvió la nota franqueada con su letra en el reverso: «Nunca quise ser del sitio en el que estoy. En realidad espero por un hombre con el que me cité a esta hora en otra parte. Mañana tendría que viajar a un lugar al que no deseo ir.¿Sabes de algún sitio sin pretensiones en el que pueda dormir tanto que pierda el tren?». Le planté fuego al posavasos y me ausenté al baño mientras la nota ardía en el cenicero con una llama en cuclillas que parecía una dalia azul. Ya no estaba ella cuando volví a la barra. El barman me entregó un mensaje suyo: «Querría contarte muchas cosas, pero no tengo la letra tan pequeña. Me he ido porque llevo puesto el chubasquero y parece que vuelve a llover. Hay una fonda barata al doblar la esquina. Soy una madura belleza sin dinero. ¿Quieres ser en mi camino el obstáculo inesperado que me ayude a perder el tren?». Y salí a la calle bajo la lluvia y di con ella en la penumbra de aquella fonda barata. Me resultó una mujer irresistible. Ella dijo que no quería nada, pero, ¡qué demonios!, reconozco que la suerte de no pagarle me costó dinero.
Es probable que lo que hace irresistible a una mujer sea lo que nosotros suponemos de ella sin necesidad de saber mucho, como cuando de un hotel nos atraen el ir y venir de los taxis, las banderas sin identificar y lo que sucede en su puerta giratoria. También puede ocurrir que ese atractivo tenga su origen en su personalidad real y en su aspecto físico al mezclarse con nuestra imaginación. Las mujeres fatales del cine son el resultado de mezclar en las dosis adecuadas la belleza de la actriz, la intensidad de la luz y la fértil imaginación del guionista. La fascinación de la mujer irresistible aumenta al decrecer la luz, del mismo modo que al apagar la lámpara incuba la mente voluble del hombre el instinto sexual y el deseo de delinquir. Lo que es seguro es que hay mujeres cuya fuerza persuasiva es un misterio que se complica al indagar en él. A mí me gustaron siempre las que son persuasivas para la seducción y demoledoras para el placer, sin importarme los desperfectos que pudiera sufrir por culpa de perder la voluntad y convertirme en su rehén. He sentido el regusto de compartir su piel y su alma a cambio de soportar como un idiota el monto de sus facturas y el peso de sus maletas, entregado sin condiciones a la rigidez de su voluntad y al vaivén de sus caprichos, incluso a sabiendas de que en la biografía de una mujer como ella un tipo como yo sólo podría ser esa parte de la letra pequeña en la que cae siempre la jodida mancha de café. No importa que la historia salga mal y que de su melena recuerdes sólo el suave portazo amarillo. Lo que cuenta es el emocionante riesgo de haberla compartido, como si cayeses al agua y la única posibilidad de no morir fuese agarrarte, con una mezcla de lucidez y desesperación, al caimán que te acecha.
Yo no sé por qué razón hay mujeres que resultan irresistibles sin ser las mas hermosas, ni las más provocativas. Hay en esas mujeres un carisma determinante, del mismo modo que se da en algunos hombres esa vis cómica que los hace especialmente simpáticos antes incluso de abrir la boca. Sin importar siquiera que lo pretenda, una mujer así puede arrastrarte por su manera de estarse quieta en medio de la gente, o en ese instante de rutina doméstica en la que hace números mientras bate mecánicamente un huevo. Yo conozco a una mujer así y estoy seguro de que en un momento dado haría casi cualquiera cosa que ella me pidiese. Desprende algo misterioso que me atrae y podría someterme, vejarme o destruirme. A lo mejor no se trata de un rasgo de su personalidad que pueda averiguar el psicólogo, sino de un subliminal aroma bioquímico del que sólo pueda averiguar algo su endocrino. No sé si será cierto, pero una fulana me dijo de madrugada en su garito que hay mujeres de apariencia insignificante que en su actitud seductora son capaces de proezas impensables, «como ocurriría si vieses a una hormiga cargada con el peso descomunal de la cabeza de un perro». Yo encajo desde luego en el retrato que hizo al referirse a que hay hombres que se prestan con gusto a ser destruidos por alguien así y ceden a la fatalidad sin rechistar, como un reo que subiese las escaleras del cadalso con su cabeza depositada en un cesto. A veces una mujer así pasa cerca, desprende el vaho anfetamínico de su seducción y lamento que no se detenga y me arruine la vida. Y entonces me quedo decepcionado y pensativo, derrotado por la evidencia de que pasa el tiempo y va a ser difícil que me arrastre a la perdición una de esas mujeres irresistibles en cuyas pestañas se desliza, como una trainera de rimel, la frase impecable de tu epitafio.