martes, 24 de junio de 2014

Pablo Iglesias en el Ritz - David Torres

Pablo Iglesias en el Ritz - David Torres
Pablo Iglesias dio una charla en el Ritz en mangas de camisa y la Península Ibérica no se salió del eje terrestre. La imagen es tan irreal como si Mariano Rajoy hubiese ido a arengar a las masas a La Cañada Real vestido con el chaqué de funerales con que asistió a la proclamación de Felipe VI. Un oxímoron textil. Los políticos de antes tenían cintura y fondo de armario suficiente como para simultanear varias clases sociales según las diversas horas del día. A Felipe González, cuando se hartaba de recibir embajadores, le planchaban el traje de pana para que fuese a dar un mitín en Vallecas o en Carabanchel; costaba un huevo mantener intactas las arrugas de aquella chaqueta, tanto que al final decidió clausurar el guardarropa de pobre y apañarse con unos cuantos sastres de lujo, que le salía más barato.
A Pablo Iglesias no fueron a oírle, porque ya sabían de sobra lo que iba a decir, sino a ver si se presentaba con la ropa de Alcampo. La escena fue electrizante, recordaba aquella vez que Fernando Arrabal recogió un premio, no recuerdo cuál pero algo solemne, y acudió vestido con una camiseta de Mickey Mouse. Los expertos en protocolo se echaron las manos a la cabeza por aquella increíble muestra de mal gusto; uno señaló que al menos podía haber llevado una del Pato Donald. O del Tío Gilito, que al menos era millonario.
Pablo Iglesias iba con coleta, como los toreros, y a media faena tuvo que torear a un espontáneo que le preguntó por qué estaba aleccionando al gobierno de Venezuela para que reprimieran a su hija. A Pablo Iglesias le brotan espontáneos por todos lados, en los periódicos, en las tertulias televisivas, hasta en los desayunos del Ritz. Cualquier día le sale uno de debajo de la cama preguntándole si hizo la primera comunión de marinero en la flota venezolana. A este paso van a tener que aforarlo más deprisa que al rey, cuyos abogados están trabajando un aforamiento de Fórmula 1 que es la comidilla de los ingenieros de Ferrari. A fuerza de desprestigiarlo y de vocear que incluso viaja en tren, pudiendo hacerlo a dedo, casi no queda ya un español que no piense si este hombre no tendrá algo bueno. Hasta le llamaron para analizar la teleserie Juego de tronos y cualquier día de éstos van a llevarlo a Sálvame para que desenmascare a Kiko Matamoros.
La idea es quemarlo antes de que lleguen las elecciones, fundirlo a fuerza de apariciones estelares, una estrategia que no ha resultado muy bien con Belén Esteban, aunque los cerebros grises de la caverna confían en que en algún momento su intelecto o su cultura lo traicione. Todos están esperando el resbalón, el ataque de nervios, la mala leche, la pezuña que asome entre la buena educación, los argumentos impecables y las exquisitas maneras. Le envían Marhuendas, periodistas legionarias y tertulianos de alta graduación igual que a Mazinger Z le lanzaban robots desde una cadena de montaje para que le hicieran de sparrings y ver si le encontraban algún punto flaco. Pero, de momento, los puntos resultan demasiado flacos y esquiva todos los proyectiles. Se defiende muy bien, en un estilo zen, mitad Kung Fu, mitad Jesucristo, y hay señoronas del barrio de Salamanca a quienes incluso ya les cae simpático.

En el Forum Europa del Ritz, bajo las lágrimas de cristal de las arañas, los podemólogos cambiaron de tercio y probaron la táctica de echarle al ruedo un proletario, un defensa leñero de la vieja escuela, un viejo héroe de las barricadas que debieron de haber reclutado los servicios secretos y que le atacó con la boca llena de Venezuela. Hábil, el diestro sorteó la embestida y luego prosiguió tranquilamente el adoctrinamiento de botones y camareros, ya que nadie más hacía caso. Parecía Sigmund Freud con coleta cuando explicaba a la alta sociedad vienesa que el problema consistía en que se estaban follando a sus propios hijos. Como si no lo supieran.

jueves, 19 de junio de 2014

Un “podemos” de la tornillería municipal - Nacho Mirás Fole

Un “podemos” de la tornillería municipal - Nacho Mirás Fole
Ahora que llevo ocho meses de baja observando obras públicas me doy cuenta de que, en realidad, los jubilados que miran detrás de las vallas lo que querrían es estar ellos mismos en el tajo. O mejor: dirigir la orquesta. Como toda esa gente que se desgañita en la grada porque sabe más que el míster y no le dejan demostrarlo. Porque una cosa es que no puedas trabajar y otra diferente que seas un inútil.
Como adelanté en esa plaza del pueblo que es el Facebook, ayer decidí hacer un “podemos” de las obras públicas y pasé a la acción directa, harto como estoy de llamar por teléfono a los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento para que no me hagan ni puto caso. Poco faltó para que acabase en la Audiencia Nacional. Sí, sí, veréis…
Resulta que a pocos metros de mi portal, en la zona peatonal que piso irremediablemente si quiero salir de casa, una papelera de acero inoxidable colgaba de un tornillo desde hace cosa de dos años. No sé ni la cantidad de veces que he llamado para avisar. En el mismo lote, otros recipientes parecidos, también abandonados por falta de mantenimiento, acabaron en la furgoneta del chatarrero de guardia. “¡Pero si esto se arregla con un tornillo del 8!”, bramaba para mí mismo cada vez que pasaba por delante del metálico objeto. Es la herencia de haber sido becario infantil en el taller de carpintería metálica de mi padre.
Ayer no pude más. Arranqué la moto, puse rumbo a mi chino de cabecera y por el módico precio de sesenta céntimos compré un lote de tres tornillos acerados del 8 con sus respectivas tuercas y volví a mi calle. Transformado en un espontáneo del mantenimiento, en un activista peligroso, tardé dos minutos en reparar una papelera que llevaba abandonada dos años. Los vecinos, desde las ventanas, debieron de flipar: “¿Qué carallo hace este manipulando la papelera? ¿Ya tiene que buscar en la basura?”. Pero como últimamente todo me resbala, terminé el operativo, hice unas fotos del resultado  -por si el alcalde se conmueve y me quiere descontar los sesenta céntimos en el próximo recibo del IBI- y di por finalizada la maniobra. “Te pareces a uno que sé yo -me escribió mi amiga Nuria Fernández-, que cuando le sobra un poco de cemento de algún trabajo se dedica a tapar los baches del barrio”. Vaya, Jorge, ¡va a resultar que somos un comando con células independientes!
Lo más cachondo del asunto es que, justo cuando acababa de recoger las herramientas, desembarcó en la zona la Guardia Civil toda junta. No exagero: un despliegue uniformado en toda regla, con sus agentes con pasamontañas -anda que no hacía calor- sus coches oficiales apurando la primera, sirenas… todo un número. Nada menos que un dispositivo especial coordinado por la Audiencia Nacional para detener en el barrio a un supuesto colaborador de un grupo armado. Si llegan a desembarcar solo cinco minutos antes y me ven poniéndole las tuercas que le faltaban  a un bidón de acero inoxidable me aplican allí mismo la ley antiterrorista.  Ya estoy viendo a los Tedax rodeando el recipiente para desactivar las cacas de perro en bolsitas que llenaban el cubo. Y yo explicándome: “Se lo juro, señor guardia, yo soy un vecino aburrido que estaba arreglando la papelera porque el Ayuntamiento no me hace puto caso. Y además tengo cáncer”. “¡Guarde silencio, majadero, ¿no tiene una excusa mejor? ¿Manipulando metralla justo antes de un operativo antiterrorista? ¡Levante las tuercas, digo, las manos!”
Yo es que me tomé muy a pecho que mi enfermera favorita de oncología me recomendase tener “la cabeciña ocupada” ¿Verdad, Isabel? Por eso me he convertido en un activista de la tornillería así, a lo loco, de la noche a la mañana. Y soy reincidente: hace días enderecé una señal de tráfico que alguien tumbó dando marcha atrás. A mano. Eso sí, señores alcaldes entrante y saliente (Santiago tiene una gestión municipal muy complicada): a lo que me niego es a baldear los contenedores de la basura que huelen a podrido que tumban. Algo huele a podrido en Santiago… jeje. Así que eso se lo dejo a los del mantenimiento de Urbaser. No será que escasea el agua este año. Que hablen las fotos de mi intervención y sigo:

Activismo aparte, me encuentro razonablemente bien. El día 25 toca control y, si todo está en orden, preparar otro nuevo ciclo químico, el cuarto. Aunque me canso cada vez más, sobrevivo con una calidad de vida de ocho en una escala del uno al diez. ¿O acaso conocéis a más pacientes oncológicos con un tumor en grado III que se dediquen a arreglar papeleras? Ahora me preparo para la ruta burrocrática de los miércoles, ya sabéis: centro de salud, empresa, universidad… A ver si ahora no me viene la Inspección y me empura por arreglar una papelera pública estando de baja.
Sigo capeando los problemas gástricos que me generan la quimioterapia y el Septrin Forte con la leche sin lactosa y los yogures con bífidus. El resultado es bastante aceptable. Lo que sale, al final, es tan importante como lo que entra.
La moqueta que me había abandonado en el cuero cabelludo, sobre todo en el lado que me radiaron, ha vuelto a hacer acto de presencia. Tengo ese pelillo fino que Camilo José Cela etiquetaba de “pelo de hijo de puta” pero, según pasan los días, aumenta el calibre y viste más. No, si aún acabaré haciéndome las mechas californianas después de haber lucido mondo y lirondo tanto tiempo.
Tengo que preparar la logística burrocrática para poder abandonar Santiago un mes entero, con la quimio en el neceser, y procurar que mi familia tenga unas vacaciones lo más normales posibles. No es fácil, con esa mierda de la baja semanal. Pero si el trozo de cerebro que no me han extirpado me ha bastado para solucionar un problema de mantenimiento del mobiliario urbano que el Ayuntamiento no resolvió en dos años, malo será que no encontremos la fórmula. Qué ganas de poner tierra por medio. A lo ancho, no en vertical, que ya estáis haciendo segundas lecturas. Si en la resonancia magnética de octubre sigo teniendo el cerebro saneado será el momento de volver a hacer vida normal. Aunque, después de todo y convertido en un paciente crónico, ¿existe la vida normal? Existe la vida, en cualquier caso.
Dentro vídeo. Tócala otra vez, Steve Harley, que tienes apellido de moto y me animas la mañana.


La monarquía cuántica - David Torres

La monarquía cuántica - David Torres
Me llena de orgullo y satisfacción anunciarles que en las primeras horas del día de hoy (exactamente entre la medianoche, cuando entró en vigor la abdicación, y el momento en que el príncipe Felipe tome posesión de la corona) España habrá sufrido un eclipse monárquico en el cual al frente del Estado, durante esas pocas horas, no había timonel ni capitán, sino un hiato entre palotes. Juan Carlos I ya habrá dejado los mandos y Felipe VI, oficialmente, todavía no le habrá sucedido, a no ser que retransmitan la ceremonia en diferido desde Nueva Zelanda, que con Cospedal por en medio todo puede pasar. Tampoco sería el primero que se estrenase ante la prensa a través de una pantalla de plasma.
De hecho, ante las formidables medidas de seguridad con que van a blindar la cabalgata de Felipe y Letizia, casi sería más barato alquilar un Papamóvil o transportarlos virtualmente en un camión con videopantalla. Más que los reyes de España, parece que fuese a pasear por Madrid Kim Jong-Un subido a la trasera de un Land Rover y cazando parientes entre la plebe. Miles de policías, docenas de helicópteros y ciento y pico francotiradores de los hombres de Harrelson dan la medida de un fervor popular que no se veía desde que los Beatles vinieron a tocar a Las Ventas. En aquellos tiempos a más de un policía se le escapó la porra para que la peña aplaudiera con más ahínco: “Que bailes, coño”. Según las instrucciones del comisario-jefe, el público tenía que divertirse de lo lindo, de modo que al que vieran con cara larga, aburrida o huraña, le caían varias hostias por desafecto al régimen.
Casi medio siglo después las cosas tampoco es que hayan cambiado mucho. La diversión por cojones es una especialidad popular y por eso Ana Botella (tan querida como votada, lo mismo que Felipe) ha ordenado a los madrileños que se esfuercen en mostrarse como los súbditos que somos y seremos. Si se lo permitieran, los más monárquicos hasta se arrojarían al paso de la comitiva y se dejarían tatuar la cara con los neumáticos. Si se lo permitieran, los menos monárquicos arrojarían otra cosa.
Me he enterado por pura chiripa que en la ceremonia no habrá coronación propiamente dicha, porque aquí somos muy campechanos y la corona duerme a la bartola sobre una almohada cervical en perfecta metáfora. Por lo demás no tengo ni la menor idea de en qué consistirá la ceremonia: si en una jura sobre la Constitución, una jura sobre la Biblia, una jura de bandera, una jura de almohada o una jura por Snoopy. Creo que hay que jurar algo e ipso facto te cae la realeza encima, ese manto de armiño cuántico que llevaba doce horas revoloteando por los cielos españoles. Sé que como periodista deberían interesarme esos detalles, pero yo soy de esos renegados que prefieren ocuparse de la realidad en lugar de ocuparse de la realeza. La realidad, es decir, los miles y miles de niños madrileños que van a quedarse sin almuerzo el año que viene para pagar los fastos del desfile, los pobres que habrán sido expulsados de los cajeros, las putas que esta mañana no podrán enseñar la mercancía en Montera, los mendigos centrifugados hacia el extrarradio, toda la miseria y la humanidad plebeya que habitualmente campan a sus anchas por esas calles del viejo Madrid y que por un rato tendrán que dejar paso a la España una, grande y libre.

martes, 17 de junio de 2014

José Luis Alvite realiza el ejercicio de ventriloquía periodística que jamás haya soñado entrevistador alguno

José Luis Alvite realiza el ejercicio de ventriloquía periodística que jamás haya soñado entrevistador alguno
Sesenta y una charlas de fácil y divertida lectura que demuestran el conocimiento de los personajes y el entorno histórico
Redacción, 16 de junio de 2014 a las 12:13
'Las Charlas de nunca' son un conjunto de entrevistas imaginarias con personajes desaparecidos.

Dejando a un lado a sus chicos del Savoy, Alvite nos sorprende desdoblándose en etrevistador y entrevistado, demostrando un profundo conocimiento de los personajes al tiempo que hace gala, una vez más, de su capacidad de generar metáforas deslumbrantes.

Este libro es el ejercicio de ventriloquia periodística más grande que jamás haya soñado entrevistador alguno. Sin el riesgo del desmentido, que siempre provoca situaciones desagradables, Alvite se desdobla en el que pregunta y en el preguntado.

Más de uno sale ganando, porque cuesta imaginar a Marilyn Monroe declamando para el 'New York Times' que el himen fue menos importante en su vida que la última cereza del Martini. El autor de esa frase que dice siempre que el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre. Es generoso, incluso, para repartir pedreas de inteligencia como un donante de sangre que tuviera excedente de cupo.

Sesenta y una charlas de fácil y divertida lectura que, lejos de quedarse en un engarce de ocurrencias, demuestra un profundo conocimiento d elos perrsonajes y de su entorno histórico.

José Luis Alvite es periodista. Desde sus colaboraciones habituales en el extinto 'Diario 16', 'La Opinión de A Coruña', 'El Faro de Vigo' o 'La Razón', nos han regalado y nos sigue regalando columnas que nos han creado estilo y adeptos. Columnas en las que se ha recreado su mundo nocturno cargado de tipos sospechosos.

En las Ondas ha pasado por los micrófonos de Radio Nacional de España y actualmente sigue recalando de cuando en cuando en 'Onda Cero', siempre de la mano de Carlos Herrera. En Mayo de 2014, Ézaro Ediciones publicó una primera recopilaciónn de artículos de José Luis Alvite agrupados en un libro titulado 'Historias del Sarvoy'.

En el año 2007 publica 'Almas del nueve largo' en donde siguió utilizando esas demoledoras metáforas con las que esculpe a sus personajes y ambientes.

En el 2008 'Áspero y sentimental' sorprendió a muchos de sus lectores habituales porque en él Alvite describe su propia vida con una crudeza similar a la que a menudo utiliza para describir a sus personajes del Savoy.

Tres años después, en 2011, Alvite vuelve con 'Humo en la recámara' al lugar en donde su coche llevaba aparcado doce años en doble fila, "por ganar tiempo en caso de sobrevivir el cierre precipitado del negocio esta cerrado".

En el 2012 se publica 'Lilas en un prado negro', donde cambia a los chicos de Savoy por los del psiquiátrico de San Antón de Restande, una sucesión de historias narradas por un tipo que llevaba unos años recluido en un manicomio, un hombre en el que el autor se desdobló para vaciar sus angustias.

Ahora, con 'Charlas de nunca', el autor cede el protagonismo a grandes personajes de la historia, desde actrices de Hollywood al mismísimo Jesucristo, entablando con ellos un diálogo caracterizado por sus singulares metáforas y particular sarcasmo.

sábado, 14 de junio de 2014

El as en la manga de iOS 8: pantalla partida para iPad - Alberto G. Luna

El as en la manga de iOS 8: pantalla partida para iPad - Alberto G. Luna
Hace pocos días Apple anunció su último sistema operativo iOS 8. La nueva plataforma para móviles y tabletas que estará disponible el próximo otoño no ha presentado cambios revolucionarios respecto a su antecesor iOS 7, pero sí incluirá algunas mejoras sustanciales.
Entre otras novedades, iOS 8 simplifica el uso de los servicios de mensajería y correo electrónico, y mejora el sistema de autocorrección que a partir de ahora permitirá no sólo modificar palabras mal escritas sino también ofrecer posibles respuestas a mensajes recibidos incluso antes de que el usuario empiece a teclear.
También mejora Siri (que incluye Shazam), incorpora la posibilidad de enviar notificaciones basadas en la localización o la posibilidad de llevar un mayor control de la batería. Pero por lo visto no son las únicas modificaciones.
iOS 8 incorpora una funcionalidad oculta que no fue mencionada durante la pasada keynote y que permite utilizar distintas aplicaciones con la pantalla partida.

Actualmente el Surface de Microsoft permite dividir la pantalla en dos simplemente arrastrando una aplicación sobre otra que ya esté abierta. De esta forma, la tableta de los de Redmond permite trabajar con dos aplicaciones a la vez. Algo muy útil para algunas tareas que les diferencia del iPad y por lo que se vanagloria la propia compañía en algunos vídeos promocionales.
Para alternar entre distintas aplicaciones en el iPad se necesita hacer doble click en el botón Home e ir entrando y saliendo en las distintas aplicaciones. Lo que resulta un tanto incómodo.
Según han filtrado distintos medios norteamericanos tras probar la beta, Apple ha decidido incorporar la pantalla partida en la próxima versión del SO, en parte motivados por las sugerencias de sus usuarios, que en múltiples vídeos conceptuales ya habían solicitado esta tecnología a los de Cupertino.
El iPad, cada vez más enfocado al trabajo
El sistema de pantalla partida es una función que ya conocemos por otros fabricantes como Samsung o LG. Con esta utilidad se puede por ejemplo tomar notas al mismo tiempo que se está llevando a cabo una videollamada. Ya funciona en algunos teléfonos con pantalla grande pero resulta más útil en las tabletas ya que están más orientadas al trabajo.
Hace poco Apple lanzó al mercado un iPad de 128 GB con más memoria, pensado para los que utilizan la tableta para el trabajo
En el vídeo que se ha publicado se puede apreciar cómo logran dividir el panel del iPad y ampliar o empequeñecer la pantalla para facilitar de esta forma distintas tareas.
No es la primera vez que Apple lanza un guiño de estas características a sus usuarios que utilizan la tableta para el trabajo. Hace poco lanzó al mercado un iPad de 128 GB con más memoria. También viene trabajando mucho tiempo en el ecosistema con infinidad de aplicaciones orientadas exclusivamente al trabajo.
El propio fabricante asegura que más del 85% de las 100 empresas de la lista de la revista Fortune "tienen o evalúan la inclusión del iPad" en sus modelos de negocio.

De cualquier forma, para ver las nuevas funcionalidades de iOS 8 en los dispositivos de Apple habrá que esperar hasta el próximo otoño.

viernes, 13 de junio de 2014

La larva del frío - José Luis Alvite

La larva del frío - José Luis Alvite
Cuando yo iba de niño a la escuela, no había en toda la ciudad dos relojes que marcasen la misma hora, ni en la calle un rostro que se pareciese tanto a otro, y a mí se me metió entonces en la cabeza que estaban tan frescas las estatuas del parque que hasta temía que se doblasen con el peso casi hablado de las palomas. En mi casa había una cocina inglesa de hierro, con hornillos y arandelas, en la que ardía una llamarada limpia, olorosa y aseada en la que un día creí descubrir los destemplados cachorros del fuego. Entre el portal de casa y la puerta de la escuela discurría cuesta abajo una calle sin coches en la que medraban juntos la brisa, la hierba y los niños. Mi maestra se llamaba Lupe. Fue ella quien me enseñó a escribir guiando mi mano sobre los grumos de aquella caligrafía primeriza en la que yo sé que sentí por primera vez que me subía hasta la mandíbula, como tanza de seda, el inquietante ganglio del sexo. Una vez que supe escribir recuerdo haber tenido la tentación de dirigirle una carta de amor a la maestra y aguardar luego su respuesta con poca convicción, sin apenas esperanza, temeroso de que a ella no le apeteciese emparejarse con alguien al que tendría que calzarle el culo con un cojín para besarlo en el cine sin necesidad de agacharse. A veces ella se ponía a mi espalda para ojear mis deberes y yo volvía con disimulo la cara para aspirar la madurez perfumada y comestible de su aliento mientras se cernía sobre mi rostro, como una ingle de ámbar, la hembra herniada de su melena fosca, el excitante heno de su peinado. Yo era sólo un niño, lo sé, pero ya entonces me imaginaba sentado en mi mesita de la escuela con el mandilón azul de reglamento y la cabeza tocada con el audaz y cosmopolita sombrero de un gangster. En primavera Lupe abría las ventanas que daban a la calle y entonces la brisa atravesaba la escuela hasta el fondo de una galería verde que yo recuerdo que era azul. Un día dejé para siempre aquella escuela y nunca quise saber qué fue de mi maestra. De la calle se esfumaron la brisa, la hierba y los niños. Después me hice mayor, maldita sea, y ahora sé que de las llamas en las que anidaban los cachorros del fuego salió, con sus alas de amianto, la larva del frío.

Cana al aire - José Luis Alvite

Cana al aire - José Luis Alvite
A medida que uno cumple años se da cuenta de que las posibilidades de que le ocurra algo grandioso son mucho menores que las de que le sobrevenga algo malo. Hay personas que acuden al médico tan pronto notan en su salud cualquier señal preocupante de que algo no funciona como debería. Otras, en cambio, prefieren pensar que la visita al médico a la postre sólo va a servir para que donde buscaba una enfermedad, el especialista le encuentre cuatro, igual que ocurre cuando al cambiarle al aceite al coche con diez años de uso, el tipo del taller te advierte de que lo mejor, será que lo malvendas para el desguace. Yo soy de los que prefieren ignorar las enfermedades hasta que sus síntomas las hacen tan evidentes que lo mejor es apuntarse voluntariamente a la cola del forense. No es nada nuevo, ni se trata del sentido de la fatalidad que le entra a cualquiera a partir de que le ocurre algo inquietante. Hay una edad a partir de la cual los riesgos son inevitables y si estás mal del corazón incluso puede resultar trágica la alegría de despertar cada mañana. Un amigo mío que sufría una enfermedad incurable me dijo de madrugada en la barra del «Corzo»: «Me han diagnosticado algo que no tiene remedio y convivo desde entones con la idea de que uno de estos días al volver tarde a casa me encontraré con que me abre la puerta mi viuda. Así son las cosas, amigo, y así hay que aceptarlas. En realidad desde hace ya algunos años siempre estuve preparado para una noticia así. Ya hace mucho que no soy un crío, amigo. Me di cuenta de que me había hecho irremediablemente mayor el día en que leí en el periódico la noticia de que se había muerto de viejo mi pediatra. Supe entonces que mi biografía estaba hecha y que lo que ocurriese a mayores solo serviría para encarecer mi esquela. Cada día que despierto lo considero un regalo con el que no contaba. Con la vida que he llevado la verdad es que no contaba con estar vivo a estas alturas. A veces me siento por la mañana en la mesita del bar y rechazo la prensa del día porque considero que a mi solo me corresponde leer con relativo entusiasmo el periódico de ayer». No me importó darle la razón. Ya no soy un chiquillo. Ahora sé que mi biografía está casi hecha y que, si bien se mira, y pensando interesadamente en la resurrección, tal vez la muerte sólo sea una cana al aire.

Sillón de barbero - José Luis Alvite

Sillón de barbero - José Luis Alvite
Mientras escuchaba una tertulia radiofónica acerca de lo que habría de ser una existencia satisfactoria, llegué a la conclusión de que la calidad de vida consiste en vivir en una ciudad pequeña o en un pueblo, y que una condición necesaria para la felicidad vital sería la posibilidad de residir en un lugar en el que todo parezca que está tan cerca, que incluso quede a mano el horizonte.BEra domingo y no le di demasiadas vueltas al asunto, aunque pensé que esa idílica visión de la existencia prolifera sobre todo entre quienes sufrieron el desgaste físico y emocional de las grandes ciudades y desean el retorno a espacios más habitables para reencontrarse con un mundo manual y primario en el que la única mancha que arrastra el río es la sombra como de cristal que hace el agua en el fondo siempre recién lavado. Yo vivo en una ciudad pequeña en la que podría decirse que incluso está a mano lo que queda lejos. A pesar del crecimiento urbano de los últimos veinte años, el ambiente y las dimensiones son tan entrañables que yo diría que hasta los coches pueden ir a pie a cualquier parte. Yo entiendo muy bien a quienes dicen que en una ciudad así puedes sentirte protegido, porque es cierto y se agradece, aunque me gustaría que entendiesen que al mismo tiempo también puedes sentirte vigilado. Puede que lleves una vida a tu aire, ajena a lo que piensen los demás, y que no te importe nada de cuanto murmuren ellos, en la seguridad de que aunque por exceso de juerga y por falta de sueño hayas olvidado lo que hiciste en la última semana, te enterarás con todo detalle tan pronto como por culpa del cansancio, llevado de la curiosidad, o por el simple capricho de asearte, te desplomes casi sin aliento en el sillón giratorio del barbero.Naturalmente, no hay que excluir las inexactitudes propias de los rumores que circulan en los sitios pequeños.BHace ya algunos años, mi barbero de toda la vida detuvo en alto las tijeras, sopló el humo de su cigarrillo y me dijo: «Conviene que sepas que incluso la gente de tu confianza murmura de ti». «Ya sé que te trae sin cuidado lo que digan, pero supongo que no te gustará que alguien haya dicho que sabe de buena tinta que incluso a veces te acuestas con tu mujer».

El resuello del viento - José Luis Alvite

El resuello del viento - José Luis Alvite
La verdad es que a mí me trae sin cuidado que el Gobierno reduzca la velocidad permitida en las autovías. Aunque me gusta correr en el coche, salgo a la carretera sin prisa por llegar y más bien acelero para perder de vista el lugar del que he partido. Mis planes cuando salgo de viaje se reducen a detenerme cuando me apetece y a reanudar la marcha cuando ya no le encuentro sentido a haber parado. Cuando de las llanuras al oeste del río Missouri sólo se sabía que incluso con su vastedad se quedaba sin resuello el viento, los tipos de las caravanas se detenían donde a los caballos los rendía el cansancio. Entonces prendían fuego, hacían café y dormían recostados en el vientre puerperal de sus monturas. Al amanecer apagaban los rescoldos de la hoguera con las borras del café, aviaban la carreta y seguían camino. Nada les corría prisa. Nadie les esperaba. Ni la soledad ni el silencio habían visto allí jamás un cementerio. El mapa estaba por dibujar y hasta llegar a las montañas nada estaba escrito de que al otro lado de los abetos y las ventiscas los esperase en orden de revista el mar. Para mí tiene poco sentido darse prisa puesto que al fin y al cabo ni uno solo de nosotros dará un paso de más antes de meter los pies en los zapatos cauterizados de su cadáver. A veces me detengo en la carretera sin haberme fijado en las señales y pido un periódico de la zona para saber dónde diablos me he parado. Puede que entonces descubra que me he desviado de mi rumbo y que en ese caso lo mejor será hacerse a la idea de llegar con naturalidad a otra parte, como el tipo con las ideas poco firmes que, camino de la iglesia para su boda, se enamora de la florista que le vendió con algo de descuento la orquídea para el ojal. Tengo muy escaso sentido de la rentabilidad de los viajes. Por eso me importa poco que el Gobierno retoque a la baja la velocidad en las autovías, ni que lo haga con el discutible pretexto de ahorrar combustible. Ni tengo prisa, ni me mueve la idea de llegar a un lugar determinado. Mi idea de la vida es conocer gente y seguir camino. Puede que mi manera de viajar no sea la mejor para enriquecer mi cultura turística, pero tampoco eso me preocupa demasiado. Igual que fracasar con una mujer te deja a veces la tentación de escribir una buena frase, pasar de largo por las ciudades es una manera como otra cualquiera de que te entren ganas de volver.

La pasión y la leña - José Luis Alvite

La pasión y la leña - José Luis Alvite

Está muy extendida la idea de que las personas somos menos capaces de sentir pasión a medida que pasa el tiempo y nos hacemos mayores. Es de suponer que si se dice eso será porque se trata de un comportamiento humano fácil de observar, algo que ocurre cotidianamente a nuestro alrededor y que en algún momento nos afecta a todos. Según eso, la capacidad del ser humano para apasionarse es temporal y se extingue progresiva e inexorablemente, igual que en el atleta merman sus fuerzas hasta que se da cuenta de que ya no es competitivo y opta por retirarse. Yo no estoy de acuerdo con que las pasiones se esfuman tanto como se reduce la fortaleza física, aunque es cierto que con los años nos volvemos cómodos y preferimos trasladar a la confortable habitación de un hotel lo que antes hacíamos con nuestra pareja en el asiento de atrás del coche. Hay inconvenientes físicos que entorpecen el desarrollo de las pasiones, pero no creo en absoluto que las destruyan. Sé de hombres que todavía se apasionan con su pareja como cuando eran muchachos, aunque ahora se frenen un poco en su conducta, no porque se lo pida el pudor, sino porque a veces se resienten de su hernia discal. El problema de muchos hombres es que no se sienten atraídos por la mujer con la que llevan años conviviendo, y en consecuencia, ya no les tienta la idea de sentarse con ella en la última fila del cine, algo que sin duda harían con la vecina que tiende la ropa en el mismo patio que su mujer desde hace veinte años. También es cierto que la pasión requiere cierta costumbre de codearse con ella y la mayoría de la gente vive estancada en situaciones de convivencia en las que el entusiasmo erótico ha ido remitiendo hasta ser sustituido por la costumbre, cuando no por el deber. Pero no culpemos de eso a la edad, porque no puedo creer que esté incapacitado para la fogosidad de la pasión un tipo que es capaz de partir en una sola tarde toda la leña que va a necesitar su chimenea durante el invierno. Yo creo que el gran enemigo de la pasión es el confort y que la pérdida de entusiasmo de muchos hombres de donde viene no es de una supuesta pérdida de masculinidad, o de un deficiente riego sanguíneo, sino de una excesiva afición al sofá. Si viviesen rodeados de menos comodidades, buscarían sensaciones nuevas y tendrían una vida más apasionada. Entonces tal vez recordarían los dorados tiempos de pasión, de esperanza y de escasez, cuando por no tener sofá se acostaban con su chica y sólo de vez en cuando se levantaban de la cama para descansar. 

Noches de tambor - Jose Luis Alvite

Noches de tambor - Jose Luis Alvite
Conocí de madrugada en "Corzo" a un tipo que se relacionaba con las mujeres a condición de que los fines de semana ellas renunciasen a él. Cada vez que alguna se resistía a esa condición, aquel tipo rompía casi sin inmutarse, como si lo suyo fuese la estricta obediencia debida a algo que para él era un sacramento. Con motivo de que una de sus parejas se incomodase por no poder compartir el inminente fin de semana, aquel tipo le dijo que la cláusula era inapelable. "Necesito tiempo para mi, solo para mi, exclusivamente para mi. Si estamos todos los días juntos, lo nuestro morirá sin remedio al cabo de unas pocas semanas. No hay un solo placer que no mejora si se vuelve a él después de un descanso, nena. El amor, como la defecación, le debe su placer a la suerte de ser algo esporádico. Si fuese siempre primavera, a las mariposas les arderían las alas, las abejas vomitarían en las flores y a los poetas con tantos versos se les cansarían las manos". Ella no aceptó la condición y lo dejaron. Entonces empezó a salir con otra mujer a la que sabía enterada de su manera de ser. Aunque sabía que fracasarían, ella le preguntó que podía hacer para que la relación durase más. Y él le dijo: "Pensando en que los sábados y los domingos los quiero para mi, lo mejor para que dure al menos cinco días será que empecemos a salir un lunes".
Yo he sido siempre un amante intenso y continuo, ansioso de estar todo el rato con mi chica, pero comprendo que la convivencia suele ser difícil y que muchas parejas le deben su duración a la suerte de distanciarse con frecuencia. La intensidad como yo la entendía solía resultar perjudicial porque no dejaba tiempo ni para dormir. Las mujeres que no me dejaron por desamor, lo hicieron sin duda por cansancio. Una mujer puede soportar tus rarezas, tus caprichos, incluso a veces tu deslealtad, pero es difícil que resista a tu lado si a la desgracia de escuchar de madrugada su conciencia se une la fatalidad de no oír por la mañana el despertador. Yo tenía rachas de una pasión asfixiante seguidas de momentos de desinterés en los que tomaba distancia e incluso podía desaparecer sin dejar rastro. Creo que en ambos casos la mía fue una conducta equivocada y entiendo que lo mejor habría sido un término medio entre el agobio y la indiferencia. Una amiga mía a la que solía contarle mis dificultades de relación, me dijo: "No puedes someter a tu chica a ese ritmo de vida. Déjala respirar, cielo. En el día hay tiempo para todo, incluso para permitirse algún momento de reconfortante soledad. Tú estás acostumbrado a un ritmo de vida que a otras personas les resultaría agotador. Esa muchacha se sacrifica, pero ya no resiste más. No seas tan trepidante, por favor. Tienes que comprender que sales con una mujer, cariño, no con un tambor". Mi amiga me convenció y cambié de actitud. Solté cuerda para que mi chica viese un cambio y la dejé respirar. Lo malo fue que en el tiempo en el que ella descansaba, conocí a otra y al instante me volqué en ella. También esta se resintió de tantas noches casi sin dormir y volví a comentarlo con mi amiga, que insistió en el viejo reproche, solo que esta vez introdujo una variante a mi medida: "Bueno, creo que lo tuyo es dejar un tambor por otro tambor. Te va la percusión, cielo. No creo que tengas mucho remedio. Tus relaciones estarán siempre condenadas al fracaso. No puedes esperar que tu chica duerma un promedio de dos horas diarias porque a ese ritmo incluso camino del cementerio se quedaría dormida la muerte. Pero creo que pierdo el tiempo opinando sobre esto. Sigue con tu vida trepidante. No tienes remedio. Jamás dejarás de ser así. Tal vez lo arregles un poco dándole un respiro a tu pareja gracias a que tocarás el tambor al mismo tiempo en dos orquestas distintas".
El tipo que se desmarcaba de sus parejas los sábados y los domingos cedió a los pocos meses, lleva quince años casado con la misma mujer y consiguió hacerse con un empleo en el que solo trabaja los fines de semana. Yo duermo bastante más y mejor de lo que dormía y gracias a no salir tan tarde del pub, mi barman pudo retirarse más temprano a su casa y mejoró sensiblemente su vida de pareja. Otros clientes hicieron lo mismo y algunas calles de la ciudad quedan ahora desiertas antes de que pase el camión de la basura. Hace poco me reencontré con un viejo barman y me dijo: "Dejé mi trabajo de noche y me busqué uno a la luz del día. Gracias a eso pude acostarme a la misma hora que mi mujer y tener un hijo. ¿Parece una buena noticia, verdad? Pues no lo es, amigo. Con la convivencia empezaron los problemas. Cuando yo llegaba a casa al amanecer, ella decía que se le hacía grande la cama; ahora que despierto a su lado, dice que se le hace pequeño el baño".

Horario de trenes - José Luis Alvite

Horario de trenes - José Luis Alvite
Querida Paloma Pedrero:
Fue hace más de seis años y aún tengo fresco el recuerdo de aquella columna tuya a la que me aferré para salvar la piel en un momento de mi vida en el que la muerte era la única mujer que me atraía. A veces me ponía frente al espejo y me veía sólo la nuca, como si yo mismo me hubiese vuelto adrede la espalda. El mío era por entonces el viaje emocional de alguien desquiciado cuya idea de la liberación era irse en globo al centro de la Tierra. Me había hecho con un horario de trenes y sólo era cuestión de elegir el lugar en el que acostarme en las vías mientras imaginaba a los míos recogiendo en sacas el contrabando de lo que quedase de mí. Había redactado una nota pensando en explicar los motivos por los que me suicidaba, Paloma, pero la rompí porque pensé que con mi mala letra seguramente se entenderían mejor los pedazos de papel. Por lo demás, estaba seguro de que mi muerte en aquellas circunstancias le importaría muy poco a la gente y sólo habría sido tratada en la prensa local como el motivo rutinario de un pequeño retraso en el tren. Fue entonces cuando leí aquella columna tuya, querida Paloma, y decidí darme una tregua y esperar el paso a deshora de otros trenes. Conservo todavía aquel horario del ferrocarril y nunca se fueron del todo mis ganas de morir, pero, ¿sabes, amiga?, tengo también a mano tus ojos y tus palabras, tu generosa amistad y el suficiente sentido común para darme cuenta de que la muerte es un esfuerzo baldío, tedio todo el rato y una mala postura para mucho tiempo. Llueve a cántaros y truena sobre Compostela, las nubes van tan bajas que vuelven musgo el fuego y en mis manos cansadas es más tarde que en mis ojos insomnes, pero releo tus cosas, Paloma, y me digo a mí mismo que mientras haya alguna posibilidad de sonreír aunque sea sin motivo, no tendrá sentido que me quite la vida sin estar yo de pie al lado de las vías para identificar con seguridad los restos apócrifos de mi cadáver. Gracias a ti, Paloma, ahora tengo claro que lo mejor para suicidarme será que me haga con un horario de los trenes que por suerte ya pasaron. Además, querida amiga, he llevado una vida muy confusa y no quiero que haya peleas para no aparecer en mi esquela.

Mujeres - Jose Luis Alvite

Mujeres - Jose Luis Alvite
Cosas que alguna vez les escuché decir a las mujeres con las que, por lo que fuera, tuve algo que ver:
– "Ahora que soy mayor, me doy cuenta de que cuando era joven los hombres que de verdad valían la pena eran aquellos a los que ignoré porque según mis amigas no me convenían".
– "A los diez años de casada recordé que mucho tiempo antes mi madre me había dicho que meterte demasiado tiempo con el mismo hombre en cama es la peor manera de despertar de un sueño".
–"No importa que el hombre al que te unas sea un desconocido. De todos modos, con el tiempo no hay un solo hombre que no se convierta en un extraño".
–"Estoy segura de que jamás tuve un orgasmo con mi pareja. ¿Acaso crees que no despertaría si lo hubiese tenido?"
– "Los hombres nos dicen que nos aman por cualquier pequeño detalle que vieron en nosotras. Por lo general se refieren al pequeño detalle sobre el que tenemos la costumbre de sentarnos".
–"No nos llamemos a engaño. En la relación matrimonial lo más divertido es ser la otra".
–"Lo malo de que un hombre te prometa amor eterno es que tengas la desgracia de que sea cierto". – "Dejó de interesarme mi marido porque siempre tenía un motivo por el que llegar tarde a casa. Entonces me eché un amante y se enteró. Ahora detesto a mi a marido porque siempre tiene una disculpa para volver temprano a casa".
– "Puede que no lo creas, pero mi marido llevaba una vida tan desordenada que una noche en un bar me lo presentó su amante cuando ya llevábamos ocho años casados".
– "Cada vez que un hombre dice que te está mirando a los ojos te entra la duda razonable de que tengas los ojos tan abajo".
–"En cama, lo único interesante que aprendí con el soso de mi marido fue a cruzar las piernas".
– "Desengáñate, hija. Solo hay dos clases de hombres: los infieles y las mujeres mayores de cincuenta años".
– "Por desgracia, los hombres que te causan el dolor de arruinar tu vida suelen ser los mismos que alguna vez te hicieron feliz al deshacer tu cama".
–"Se diga lo que se diga, el hombre que tarda en salir de casa es siempre menos interesante que el que tarda en volver".

Espuma de cordero - José Luis Alvite

Espuma de cordero - José Luis Alvite
Mis amigas Emma y Susana me invitaron una noche a cenar juntos en un restaurante vanguardista de Compostela al que acudían casi en peregrinación los políticos de pelaje más variado y un puñado de esos artistas que se sabe que lo son porque lucen el fular mejor que sus parejas. La gente hablaba tan bajito que ni siquiera movían con su aliento la llama de las velas. Mis amigas ordenaron de inmediato que les sirviesen algo que estaba en otro idioma. Yo le eché un vistazo a la carta y me di cuenta de que de todo lo que allí había escrito a duras penas entendía el precio. En la duda de no acertar con algo que fuese de mi gusto y para no provocar la impaciencia del camarero, señalé con el dedo una de las líneas del menú. Entonces el camarero se inclinó discretamente a mi lado y me susurró al oído: «Eso que señala usted es un verso de Paul Verlaine, señor». Me rehice del espantoso ridículo como pude y le pregunté si en medio de aquella parrafada en otros idiomas había por casualidad algún manjar que en vida hubiese tenido patas. El camarero asintió con la cabeza y al poco rato dejó la comanda delante de mis narices, sobre la mesa, con una espumosa reverencia de coreógrafo: «Su cordero, señor», me dijo con indisimulada y cosmopolita satisfacción. El cordero era un pastel verde y anaranjado, flácido, untuoso, que en cualquier sanatorio antituberculoso habría sido una flema de la tisis. A lo largo del plato cruzaba el cordero el trazo amarillo de algo que a mí me pareció vaciado por presión del interior del abdomen de una mosca gigante. Iba a llamar al camarero para quejarme por el exceso de color y la ausencia de cordero, pero desistí para no dejar en mal lugar a mis amigas. Me molestó su pasividad y aquel conformismo acorde con la cordial resignación de los otros comensales. Pero me limité a mostrar mi enfado en un inútil arranque de dignidad: «¿Es que no os dais cuenta de que en el parabrisas del coche dejan cada día gratis las palomas raciones como las que estamos comiendo? Esta tarde he estado en el Museo de Arte Contemporáneo y he visto colgado en la pared algo con el mismo aspecto que lo que ese tipo nos ha puesto para cenar. ¿Y qué hago con todas estas hierbas de colores? ¿Se comen o sólo se comentan? Ese tipo me prometió que me daría algo que hubiese estado vivo alguna vez. Me ha mentido. Joder, ¿desde cuando tiene patas la espuma?». Casi no probé bocado, e hice cuanto pude para precipitar el final de la velada. Luego pensé que una crema como aquel cordero la utilizaban los subalternos en los quirófanos para afeitarles el pubis a los pacientes.

Gente despoblada - José Luis Alvite


Gente despoblada - José Luis Alvite


Por propia decisión, porque la sociedad se ha vuelto insolidaria o porque les fueron mal las cosas, cada vez hay más personas que viven solas. No hay más que echar un vistazo a los buzones del portal para comprender hasta qué punto es cierta tanta soledad. Un viejo delincuente compostelano me contó en una ocasión que había decidido no entrar a robar en los pisos en los que vivía gente solitaria porque después de desvalijar la vivienda le entraba pena por la situación del inquilino y se veía en el deber moral de darle conversación a su víctima. Aquel tipo era un reputado criminal, un tipo frío acostumbrado a resolver sin miramientos, pero se dio cuenta de que para sus víctimas se había convertido en una visita incómoda pero hasta cierto punto agradable. «Hay gente que está tan sola –me dijo– que te juro que he llegado a un momento en mi carrera delictiva en el que cometo los delitos casi por un inesperado sentido de la misericordia. Hay gente dispuesta a ofrecerte cuanto tiene con tal de asegurarse de que volverás a su casa aunque sólo sea porque sabe que le darás conversación mientras le robas». Aquel hombre era un tipo duro, ya te digo, pero pasó muy malos tragos por culpa de entrar donde no tendría que haber entrado. En una ocasión decidió subir a robar en un piso porque era enero y no soportaba el frío huesudo de la calle. No pretendía otra cosa que abrigarse un rato y aprovechar para sustraer cualquier minucia que encontrase a mano. Así me lo contó él: «Al fondo del pasillo escuché toses al otro lado de una puerta y entré. Vi a una anciana muy delgada metida en cama. Había enfermado y llevaba tres días sin comer. Toqué su frente. Estaba tan fría que pensé que lo peor que podría ocurrirle sería que con la muerte entrase en calor. Entonces te juro que me dije a mí mismo que lo que los suyos le habían hecho era sin duda peor que lo que yo pudiese hacerle. La vieja me confesó que había algo de dinero en un cajón de la cómoda. Y, joder, amigo, aquella pobre vieja me dijo: «Llévate ese dinero, hijo. Te lo has ganado por venir a verme. Es una suerte que hayas entrado a robar. Y no tengas mala conciencia. Date prisa y vuelve a la calle o te acatarrarás». Entonces aquel tipo retiró el dinero del cajón de la cómoda, desanduvo el pasillo y se largó con la sensación de que se cruzaría escaleras abajo con los gusanos por los que esperaba impaciente aquel flaco cadáver despoblado.

Amor con abrelatas - José Luis Alvite

Amor con abrelatas - José Luis Alvite
¿Cómo podría explicar qué es el amor alguien que a duras penas entiende el abrelatas? Yo he estado enamorado unas cuantas veces y siempre supe que lo que sentía era para el resto de nuestras vidas, aunque no tardé en darme cuenta de que la vida por lo general es más larga de lo que dura el amor. A lo mejor es que le llamamos amor a lo que sólo es fascinación, conveniencia o simple astigmatismo. O una emoción insuperable con la que acostumbramos a cubrir de manera interesada las lagunas que deja en nosotros el desconocimiento del otro. Una mujer se enamoró de mí en un momento en el que mi mala fama llegaba a los sitios diez minutos antes de que lo hiciese yo. Luego me di cuenta de que en realidad aquella mujer se había enamorado de un hombre marginal e imprevisible que sin duda no era yo. Renunció a lo nuestro tan pronto supo que yo era mejor persona de lo que ella había imaginado y que jamás había matado a un hombre. Me dijo: «¿Sabes, cielo? Me cautivó tu mala reputación porque me tentaba la posibilidad de reformarte. Es terrible descubrir que mis esfuerzos en ese sentido serán innecesarios. En realidad lo que yo esperaba de lo nuestro era que me dieses la oportunidad de intentar cambiarte y correr con ilusión el riesgo de no conseguirlo. Esperaba a un tipo peligroso con una cobra tatuada en la espalda y temo haberme encontrado con un diácono que lleva pegada en la planta del pie una calcomanía indeleble de Santa María Goretti». La verdad es que yo no era en absoluto el tipo virtuoso que ella creía haber descubierto, pero aproveché su decepción para perderla de vista sin necesidad de fingir dolor al despedirme. Lo nuestro me había aburrido antes incluso de haber hecho el menor esfuerzo para que durase, como le ocurriría al caballo que en el hipódromo desistiese de la salida en el hándicap por haberse agotado en el cajón. Me pregunto ahora por qué me he aburrido tantas veces en el transcurso del amor. Pero, ¿qué diablos es el amor? Hay muchas definiciones al respecto y ninguna parece definitiva. ¿Es el amor una conquista de los instintos?¿Una carencia intelectual? ¿Un error de apreciación? ¿Algo engañoso que se nos pasa como cualquier mala postura en cama? ¿Y si sólo es una fascinación que se desvanece cuando a nuestros sueños se les repite la cama? Yo no sé qué diablos es el amor. Sé lo que siento ahora, pero creo que si pudiese definirlo, con seguridad no sería amor.

El polluelo de las caricias - Jose Luis Alvite

El polluelo de las caricias - Jose Luis Alvite
Nunca como ahora estuvieron entre nosotros tan mal vistas las emociones. Es frecuente que los hombres se reserven sus sentimientos para no parecer vulnerables y algunas mujeres se contienen de mostrarse delicadas porque circula la idea de que los aspectos más refinados de la feminidad son de derechas, esa enfermedad. En algunos bares de copas los hombres han perdido presencia en la barra, ocupada ahora mayoritariamente por pandillas de amigas que beben y fuman como antes bebían y fumaban sus parejas. Algunas de mis amigas se entregaron al sexo con un sorprendente desenfreno y no se privan de contar con detalle sus numerosas aventuras y de quejarse de lo poco consistentes que son ahora algunos hombres. Aunque los avances femeninos hasta apoderarse de la intendencia hostelera son encomiables como inequívoca señal de redención, no es menos cierto que en los servicios de medicina interna de los hospitales ha saltado la alarma en el sentido de que además de alcanzar la barra del bar, las mujeres han conseguido también elevar su cuota en las patologías hepáticas. Ahora se habrán dado cuenta de que uno de los graves errores de su revolución ha sido no caer en la cuenta de que no se puede conquistar ciertos territorios de la masculinidad sin contraer también sus enfermedades, de modo que además de orgullo, ahora las mujeres tienen también cirrosis.
¿Y qué hicieron los hombres? Emprendieron el camino contrario, así que ahora se cuidan mucho, se dan cremitas, trasnochan menos y cuando sus mujeres están embarazadas, acuden con ellas a la consulta del ginecólogo, escuchan los latidos del feto con la oreja sobre el vientre de la señora, como si fuese el sonar de un submarino, y llegado el momento del parto, ella da a luz mientras él asegura sentir entre las piernas la surrealista dilatación de su pedagógica matriz de fogueo. Al hombre se le permite esa sensibilidad obstétrica pero se le recrimina que sea vulnerable a otras clases de emoción, como la que le pide conmoverse en el cine, leyendo un poema o contemplando en televisión un documental sobre los niños que sobreviven en Bogotá comiendo a puñados un escombro de compresas, cucarachas y cuervos. Nadie cree en el hombre emotivo. Se supone que es blando y poco resuelto, incapaz de defender a mordiscos a los suyos. Es obvio que quien cree eso se equivoca. Yo he visto a tipos duros, muy duros, con la carne aun más dura que los huesos, sacudirle al idiota insolente que le faltó a la chica del local de alterne, cambiarle a puñetazos los rasgos de la cara, enfriar luego, pasarle la mano por el hombro a la víctima y conmoverse sinceramente con su desgracia. El matón del club tipo le dijo de madrugada al tipo al que acababa de cambiarle el parecido: "Joder, es que tenías que haber parado cuando te lo dije, maldita sea. ¿No ha pensado en tu mujer, capullo? ¿Y qué dirás ahora en casa? Yo te he partido la cara, de acuerdo, conforme, pero, dime, cabronazo, ¿has pensado en como me siento yo ahora? ¿Dónde tienes tú la sensibilidad, mamón de mierda? Esto que te hice lo merecías, pero va a mi conciencia. ¿Sabes como me duele a mi cada uno de los golpes con los que te destrocé la cara, mamonazo?". Al poco rato llegó la policía. Mientras un agente examinaba el rostro del herido, su compañero habló con el matón del club, al que le tuvo que rogar que se tranquilizase. Una vez recobrada la calma, se explicó delante de los patrulleros: "Ese fulano, como tantos otros, supone que yo soy un tipo duro e insensible, carne de mula, simple cecina, y están equivocados. Me confunden con el bate de béisbol que hay detrás de la barra. Y el bate y yo somos maderas distintas, ¿sabes, colega? Yo también tengo madre, como ese capullo. ¿Un tipo duro?¿Y qué coño es un tipo duro? Mi madre se llama Balbanera y no quedó preñada de un cactus. Mi dureza es un oficio, ¿comprendes?, no una manera de ser. Estoy casado y tengo dos hijos pequeños. Mi mujer cree que corro turnos de noche en los hoteles de la ciudad. A las seis de la mañana entro en casa en las puntas de los pies y abrazo un rato al perro para quitarme de encima el perfume de las mujeres. Después arropo a mis hijos, me siento a los pies de sus camas y me digo a mi mismo que lo que hago en ese club tal vez no sea decente, ni recomendable, pero, joder, mis hijos no creerán a nadie que les diga que las manos juntas de su padre no son el nido en el que por Navidad pone sus huevos el polluelo de las caricias”.

Cosas de pareja - José Luis Alvite

Cosas de pareja - José Luis Alvite
Si todo el mundo se casa enamorado y a pesar de eso al cabo de algún tiempo empiezan las deslealtades y los engaños, será, supongo, porque al menos uno de los dos no está a gusto en la pareja. En alguna parte acabo de leer un trabajo estadístico que revela que más de dos tercios de las mujeres españolas casadas están satisfechas de su vida sexual. Si por otra parte, un segundo estudio advierte que la mayoría de los hombres casados no son felices en sus relaciones íntimas de pareja, ¿qué habré de entender? Solución A: que ellas mienten; solución B: que mienten ellos; solución C: que para ellas la satisfacción sexual consiste en no verse en el apuro de tener sexo gracias a que sus parejas ya no las desean. Por supuesto, cabe en esto toda clase de elucubraciones. Por ejemplo, es fácil observar que muchos matrimonios funcionan bien gracias a la facilidad con la que en cama cada uno acepta el rechazo del otro, aunque luego de cara a la galería hagan circular una versión distinta. Yo creo que muchas parejas son sexualmente felices gracias a que lo mal que lo pasan en cama se compensa con lo bien que mienten al contarlo. Hay quien sostiene que en matrimonios de más de diez años el nivel de satisfacción sexual en la pareja sólo es ligeramente superior al que sentirían si les ardiese la cama. Algunos teóricos en la materia consideran que más allá de tres o cuatro años de convivencia es difícil sostener sinceramente los niveles de excitación iniciales. En una línea parecida, un sexólogo amigo mío aduce la tesis de que cuando en un matrimonio de ocho o diez años ambos cónyuges defienden en público a ultranza la bondad de sus relaciones sexuales, es que algo no va bien en la pareja. Al marido evasivo que rehúye la cama de matrimonio le tienta a menudo la necesidad de proclamar entre los amigos su fogosidad marital, del mismo modo que algunos criminales con mala conciencia se presentan en comisaría dispuestos a colaborar en el esclarecimiento de un crimen del que, por supuesto, se consideran inocentes. Gracias al creciente prestigio social de la sinceridad, los hombres somos ahora más honestos, así que de vez en cuando salta a la palestra el marido desprejuiciado y vanguardista que reconoce haber consumado su matrimonio acostándose con el hermano de la novia. Yo me casé dos veces y aunque nadie tuvo queja de mi conducta en cama, la verdad es que a mí, como soy inquieto, siempre me hizo ilusión consumar mi matrimonio y el de algún amigo.

Chatarra sin perros - José Luis Alvite

Chatarra sin perros - José Luis Alvite
En un parque de Compostela hay una obra escultórica marrón que si no fuera porque asistí a su solemne inauguración oficial, pensaría que se le cayó allí de su carreta al jardinero. Yo no dudo de que el autor de esa pieza escultórica se haya devanado los sesos para expresar alguna idea en un tosco volumen geométrico rebozado con un montón de oxido, pero ni la gente se detiene a admirarla, ni los niños la golpean son sus pelotas, ni recuerdo tampoco haber visto que se posase en ella alguna vez un pájaro y tampoco mean en ella los perros. La mañana de su descubrimiento, un funcionario de la Policía Municipal miró de reojo al alcalde, pensando, supuse yo, en que a una leve indicación el regidor tendría que intervenir para retirar con ayuda de otros agentes aquel odioso obstáculo de la vista del público. En una de esas reacciones automáticas tan propias de la multitud dócil y protocolaria, el público prorrumpió en aplausos y concluido el acto oficial la escultura quedó donde estaba sin que alguien se atreviese a cubrirla discretamente con una sábana. Se trata de una obra voluminosa y muy pesada que aun nadie se ha atrevido a cargarla en un camión con objeto de malvendérsela como chatarra a algún perista que disponga de treinta euros para un despilfarro. Yo no sé si los compostelanos que se acercan a ese parque se sienten inspirados por la dichosa escultura, pero es seguro que las mamás temen que a los niños se les infecte cualquier herida con su óxido. El otro día salió el sol y una pareja de novios se sentó sobre el césped al lado de la escultura. Me dio la impresión de que ella extendía un periódico sobre la hierba por temor a que le manchase de óxido los pantalones la sombra de la escultura. Supuse que a la chica lo que le preocupaba no era que la escultura fuese indescifrable, sino que resultase corrosiva. Mientras caminaba hacia el coche pensé luego que aquella obra marrón recordaba mucho la chatarra que resultaba en la II Guerra Mundial al final de las grandes batallas de carros de combate. Pasaron casi veinte años sobre aquella escultura y es tan defectuosa que ni siquiera silba el viento en ella. Hoy he vuelto a reflexionar sobre cierta concepción del Arte y, como otras veces, he llegado a la decepcionante conclusión de que al enfrentarse con los metales, el escultor no ha conseguido con su discutible inspiración mejores resultados que la artillería con su implacable contundencia.

Políticos que no leen - Raúl del Pozo

Políticos que no leen - Raúl del Pozo
Hay genios españoles que no son cocineros. Uno de ellos es Juan José Hidalgo, de Air Europa, que ayer ascendió a los cielos después de sanear su empresa. Se inauguró el nuevo hub del Aeropuerto Adolfo Suárez y se celebró a lo grande la alianza de Air Europa con SkyTeam (hub significa base de operaciones). Los aeroplanos de Air Europa se moverán en las terminales T1, T2 y T3.
Según la ministra Pastor, el hub reducirá y resumirá la estancia en el aeropuerto y el pasillo de conexiones hará las terminales más rápidas y flexibles: «Será llegar y embarcar». Hubo muchos discursos y casi todos improvisados. Improvisó Ana Botella, improvisó Ignacio González y hasta Juan José Hidalgo. Le pregunté al presidente de la Comunidad de Madrid: «¿Por qué, de pronto, los políticos hablan sin papeles?». «Hay cosas delicadas -dijo- que es mejor leer, pero los discursos quedan mejor si se improvisan».
José María García, íntimo amigo de Juan José Hidalgo, obligó a éste a repentizar y estuvo de cine. Desde que se hundió Miguel Arias Cañete por leer y hacer caso a sus asesores, los políticos y los empresarios torean sin la muleta de papel. Juan José Hidalgo, como la mayoría de los campesinos que se han hecho a sí mismos, sabía dónde iba y cómo hablaba desde el principio. No hay viento favorable para el que no sabe a dónde va. Hidalgo lo sabía desde que era un niño en Villanueva de los Condes (Salamanca).
Como los emigrantes de Juanito Valderrama, se fue a Suiza en los años 70. Trabajó de albañil y después, siguiendo el vuelo de los halcones, se dedicó a transportar, hasta que surgió una flota. A pesar de atizar en la ruleta, llegó volando a la revista Forbes y ahora rompe el monopolio de Iberia.
Le pregunté a José María por qué en vez de ser logopeda de Juan José no se ofrece a la COPE para sustituir a Saénz de Buruaga: «Con este Papa y con esta Conferencia Episcopal, sí estaría dispuesto a volver a la COPE», me dijo.
La mayoría de los españoles necesitamos logopedas, incluidos los reyes. Juan Carlos tropezó en las palabras durante la Pascua Militar y el balbuceo le costó un serio disgusto.

Como dice el tartamudo Jorge VI en la película El discurso del rey: «Si soy un rey... ¿dónde está mi poder? ¿Puedo firmar un Gobierno, puedo subir los impuestos, declarar la guerra? ¡No! En el pasado todo lo que un rey debía hacer era lucir un uniforme y no caer del caballo. Ahora nos hemos convertido en actores». Actores que tienen que ensayar con guijarro en la boca sólo para leer el discurso del Gobierno.

Putas per cápita - David Torres

Putas per cápita - David Torres
Hay que cuadrar cuentas como sea y para eso la estadística no falla. El Tribunal de Cuentas europeo ha decidido que, ya que la Unión Europea no es más que una inmensa casa de putas, los gastos en drogas y prostitución deben contabilizarse en el P.I.B. del país. Las siglas P.I.B. (antes “producto interior bruto”; ahora “polvos invertidos bien”) nunca habían sido tan transparentes como ahora, cuando la autoridad competente calcule los chutes que les corresponden a cada español y los casquetes per cápita. Interior es que va por la nariz o por vía intravenosa y bruto, pues eso mismo.
Algunos españoles, pobres y poco patriotas, seguro que descuadran la estadística pero, por suerte, para eso tenemos una clase política concienciada que va a esnifar por catorce y a cerrar burdeles de carretera hasta que se les fundan los neones. Cada ministerio, cada secretariado, cada ayuntamiento y cada delegación provincial propondrán unos objetivos mínimos, un presupuesto anual en farlopa, viagra, condones y mamadas hasta que saquemos adelante el país. La verdad es que ya llevan décadas trabajando en ello.
Esto de incluir en el P.I.B. del país los gastos en vicios ilegales es una bombilla que sólo se le puede encender a un comisario europeo meditando por el barrio rojo de Amsterdam a las once de la noche. Es una ocurrencia tan genial que uno se pregunta cómo no se les había ocurrido antes. O mejor dicho: en qué coño estaban pensando. Lo cierto es que un reguero de polvos blancos sobre carne fresca en lencería fina espolea mucho el ánimo viril, como bien saben los poetas románticos, los músicos malditos y los narcotraficantes colombianos. Es la misma medida que se le ocurrió al tío Pelambres, ilustre borracho del barrio de Tetúan que paseaba su sabiduría de barra en barra: “Hay que follar por la patria, Carmelo. Ponme otro coñac”. El tío Pelambres era un visionario que profetizó que cualquier día a las fulanas les iban a cascar el IVA igual que a los camellos de esquina les iban a endiñar un ticket de la hora. Es una lástima que se adelantara tanto a su época porque hoy día tendría una oficina en el ministerio de Hacienda, un renglón en el B.O.E. y un despacho en Bruselas.
Se calcula que, con este empujón matemático, España no sólo puede sanear el déficit y saldar la acojonante deuda de la banca, sino colocarse en cabeza de la economía mundial. Concretamente, entre la campanilla y las fosas nasales. Y si en la corrección estadística se incluyeran también los millones de Bárcenas, el dinero negro del Gürtel, las cuentas suizas del PP, los eres andaluces, los áticos que nadie sabe cómo han sido, los coches oficiales y los no oficiales que crecen en algunos garajes como matojos, fácilmente podríamos salirnos de la tabla y dedicarnos en exclusiva al opio y a las saunas.
Por desgracia, el problema de sacar a flote la economía sumergida es que luego la puñetera no flota, es decir, que no desgrava, por mucho que folles fuera de casa e incluso aunque te pongas condón. Más de un escritor ha intentado colar en la declaración de Hacienda, en el apartado de gastos, el whisky y los habanos que pasaron religiosamente por caja y que tanto ayudan a la inspiración, y al final no colaron. Así no hay manera de levantar el P.I.B., y mira que los profesionales de la economía lo intentan.

martes, 10 de junio de 2014

La ventriloquia y el periodismo: Charlas de nunca - Nacho Mirás Fole

La ventriloquia y el periodismo: Charlas de nunca - Nacho Mirás Fole

Noventa, un número redondo. Un peso pesado en la báscula, un límite de velocidad… Quiero dedicarle la entrada número 90 de esta etapa de www.rabudo.com a mi amigo, maestro y camarada José Luis Alvite. Charlas de nunca es el título de su nuevo libro, recién salido del horno gracias a Ézaro. No exagero si os digo que es una de las mejores lecturas que os puedo recomendar. Marilyn Monroe, Frank Sinatra, Alfred Hitchcock, Al Capone, Franco, María Callas, Verónica Lake… ¡El mismísimo Jesucristo entrevistado por Alvite en este ejercicio de ventriloquia periodística imprescindible e inteligente! Es la primera vez que soy prologuista. Cuando el editor Alejandro Diéguez me pidió que hiciera los honores fue como si me hubiese regalado las llaves de un un portaaviones nuclear: un juguete acojonante cuyo manejo implica, claro, una enorme responsabilidad. La asumo con orgullo. Haber participado en este increíble musical de entrevistas, aunque sea desde la posición de esta humilde corista, supone una de las mayores satisfacciones que haya podido tener en este tan jodido momento de mi vida. Crónicas de nunca llegará en días a las librerías. Os adelanto el prólogo en la confianza de que este verano desayunaréis diamantes con Audrey Hepburn, esa mujer de la que se enamoró mi amigo “el día que comprendí que en su cuerpo incluso la Vespa de Vacaciones en Roma era ropa”.

El periodismo y la ventriloquia

Nacho Mirás

Prólogo, Charlas de nunca. Ézaro, 2014

Pablo Picasso era un genio con flequillo encantado de conocerse; Frank Sinatra, la clase de hombre que esnifa ostras; Hitler solo quería ser profesor de gimnasia del Tercer Reich, pero la coreografía se le fue las manos; y Jesucristo añora un pasado en el que la Iglesia que fundó no era más que un equipo de trece sindicalistas cruzando el lago Tiberiades en una patera. Seguro que usted, como yo, tenía pocas dudas de semejantes hechos. Pero algunas de las personalidades más relevantes de la Historia han tenido que hablar por boca de José Luis Alvite para para certificar lo que siempre sospechamos: que a los personajes históricos nos los han contado mal, sin profundizar, con poco interés.

Me gusta imaginarme al hijo de Dios Nuestro Señor dándole las gracias al periodista por haber publicado en un suplemento dominical una entrevista en la que el propio Jesús de Nazaret, empeñado en que lo tuteen, confiesa su miedo a aparecerse con la cruz a cuestas en una playa de Marbella por si algún niño lo confunde con un surfista en camisón. “Alvite, magnífica entrevista; la próxima vez avisa, no vaya a ser que me pregunte el Jefe y no sepa qué decirle”.

Las Charlas de nunca son el ejercicio de ventriloquia periodística más grande que jamás haya soñado entrevistador alguno. Sin el riesgo del desmentido, que siempre provoca situaciones desagradables, Alvite se desdobla en el que pregunta y en el preguntado. Y más de uno sale ganando, porque cuesta imaginar a Marilyn Monroe declamando para el New York Times que el himen fue menos importante en su vida que la última cereza del Martini. El autor de esa frase que dice que el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre es generoso, incluso, para repartir pedreas de inteligencia como un donante de sangre que tuviera excedente de cupo.

El día que leí en ese pregonero de 140 caracteres que es Twitter la declaración de mi maestro y amigo José Luis contando que tenía dos cánceres, me desplomé: “Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche”. Era la confirmación de que Dios, el padre del surfista, llevaba ya una temporada leyendo poco, tocando de oído, esparciendo mierda por aspersión. ¿Es que no le gustó la entrevista a su hijo, Señor? ¡Rencoroso!

Alvite, incluso con la ITV caducada, es el espejo periodístico en el que me miré cuando yo tenía diecinueve años y él ya era un veterano de este oficio de contar la vida. “No te preocupes, camarada, este fulano ha confundido la selva con un manojo de grelos”, me escribió para defenderme en público un día que un concejal me llamó al orden por preguntarle una inconveniencia.

En aquellos tiempos, a principios de los noventa, el coche de Al era una madriguera infestada de colillas y recibos de Fenosa. Llegó a vivir dentro. Pero me gustó el reflejo que me devolvió aquel retrovisor torcido una vez que estábamos parados frente a la puerta del Maycar, ese local nocturno de Santiago que no es si no la trastienda del Savoy que gobierna Ernie Loquasto.

Yo no le llegaré jamás a mi maestro ni a las uñas de los pies, ya no digo escribiendo, sino a la categoría de sus enfermedades. El mío es un cáncer solo; para empatar tendría que recurrir al horóscopo.

Pero no estamos solos. Siempre creí, camarada Alvite, que las carreras no serían posibles sin toda esa gente que está en los arcenes animando a los ciclistas. Gracias a ellos nos queda un montón de recorrido y de gasto para la Seguridad Social, que se empeña en mantenernos de una pieza como si de verdad le importásemos al sistema. Estamos pasando los mejores peores momentos de nuestras vidas y, además, vivimos para contarlo.

 Te quiero, maestro; Ya sabes que mi coche es tu casa. Puedes instalar también a esos personajes que llevas en la maleta donde José Luis Moreno transporta el hambre de cartón de Monchito, la lucidez de Macario y la mala hostia de Rockefeller, ese cuervo que saluda como Shakira, con la pelvis; a esa gente que vegeta en la mochila de Maricarmen y sus muñecos como doña Rogelia, tirando con una exigua pensión de viudedad y una pañoleta; incluso podemos hacerle sitio al profesor de gimnasia del Tercer Reich en el hueco de la rueda de repuesto, que seguro que cabe.

Será divertido que las charlas de nunca sean las conversaciones de siempre. Y para siempre. Ya te dijo aquella vez Joseph Pulitzer, que era un sabio del periodismo al que entrevistaste nunca, que ahora la gente solo se conecta cuando está lejos y que lo que los periodistas debemos conservar es “la curiosidad de una peluquera, la dignidad de un mendigo y ortografía bastante para saber que un texto no se puede empezar con una coma”. Pues por nosotros que no quede. Tuteémonos, compañero, camarada, amigo.

Recuerdos de nunca - José Luis Alvite

Recuerdos de nunca - José Luis Alvite

En un momento de mi vida en el que me pareció que se me hacía tarde para perder el tiempo en los recuerdos, decidí escribir un diario en el que supuse que podría rastrear luego los términos de mi existencia. Puse empeño durante algunos días y escribí unas cuantas páginas de aquel diario. Desistí cuando pensé que el tiempo que dedicaba a la enumeración de lo que me había sucedido me impedía exponerme a que me ocurriesen cosas nuevas. No negaré que mi resistencia a continuar con el diario fue debida también a que me di cuenta de que lo más relevante que había anotado en aquellos pocos días no era una conversación amena  o un suceso crucial, sino el buen sabor de boca que me había dejado una ración de fabada. Decidí suspender las anotaciones en el diario y romper todo lo escrito hasta entonces. Y seguí dejando que la vida me ocurriese sin preocuparme de transcribirla, persuadido de que las cosas que son importantes se recuerdan luego sin necesidad de anotarlas. Casi nada es tan importante como parece. En realidad la vida está llena de momentos inolvidables que en vano tratamos luego de recordar. A lo mejor resulta que el diario  no hay que escribirlo para llevar cuenta de lo que nos ha ocurrido, sino para ser conscientes de lo que por suerte hemos olvidado. Lo mejor que nos puede ocurrir es que gracias a nuestra mala memoria seamos capaces de recordar aquellas cosas tan hermosas que jamás nos sucedieron. Es gracias a esa visión del pasado que tengo fresco en la memoria el recuerdo de aquel crudo día de noviembre en el que no cabía el agua en la lluvia. Me considero muy afortunado cada vez que pienso en lo azul que tenía la mirada aquella chica con los ojos tan negros.

Los huesos de Cervantes - David Torres

Los huesos de Cervantes - David Torres
Andan buscando los huesos de Cervantes pero, tal y como va la cultura en Madrid, seguro que encuentran antes los de Avellaneda. Herido en Lepanto, prisionero en Argel, encarcelado en Sevilla por culpa de la quiebra de un banquero, Cervantes fracasó en todas las aventuras que emprendiera excepto la gloria póstuma, de la que había alardeado jocosamente en unos cuantos sonetos publicados al frente del Quijote. Fue un pobre hombre que, como tantos escritores de la época, tenía que andar mendigando por la corte, suplicando favores y aceptando empleos absurdos como aquel de recaudador de impuestos que al final le costó varios meses de cautiverio. Al menos, según cuenta él mismo, en la soledad de la cárcel alumbró el personaje de don Quijote, una creación prodigiosa que no tiene rival en ninguna literatura. Fue Dostoyevski quien dijo que cuando un hombre se presentara en el Juicio Final y Dios le pusiera delante todos los horrendos crímenes, las guerras, las bestialidades y violaciones cometidas a lo largo de la historia, a ese hombre le bastaría para salvarse con llevar bajo el brazo un ejemplar del Quijote.
No bastaba con la miseria sino que además Cervantes tuvo que soportar la humillación de que un pintamonas que respondía al apodo de Avellaneda le robara sus personajes y los lanzara a un tiovivo de aventuras estúpidas. Un torpe plagio que nunca le agradeceremos bastante porque, para enmendarle la plana, don Miguel se embarcó en la segunda parte del Quijote, en cuyo prólogo se defiende de las acusaciones de aquel botarate anónimo que le había llamado “viejo” y “manco”, como si –explicaba Cervantes– “hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.
Diga lo que diga la prueba del ADN, a Cervantes no lo van a encontrar en el subsuelo del convento de las Trinitarias. Lo que había de inmortal en él está en las páginas del Quijote, del Persiles y de las Novelas Ejemplares. Más allá de los restos orgánicos, quien quiera asomarse a su vida tiene la espléndida biografía de Andrés Trapiello, La vidas de Miguel de Cervantes, y quien desee profundizar en sus desdichas editoriales puede leer Ladrones de tinta, la magnífica novela de Alfonso Mateo-Sagasta que juega, entre otras cosas, con el misterio de la personalidad oculta de Avellaneda. Mientrás él subsistía gracias a los donativos de sus mecenas, el arzobispo de Toledo y el conde de Lemos, y sus hermanas se alquilaban al capricho de comerciantes italianos, su obra iba dando la vuelta al mundo idioma a idioma. El arte de la novela se lo debe todo, absolutamente todo, desde los ensueños románticos de Emma Bovary a la persecución enloquecida del capitán Ahab en busca de una ballena infernal que es también un molino de viento. Faulkner dijo que leía el Quijote cada año, “igual que otros leen la Biblia” y Byron sentenció que era el libro más triste del mundo, “y más triste aún porque nos hace reír”.

El espíritu español está quintaesenciado en esa pareja desigual, el Flaco y el Gordo de la Mancha, que no se rinden nunca a pesar de los palos, engaños y desengaños que van jalonando su camino, una búsqueda plagada de fondas, cuevas, barrancos e ínsulas baratarias. En un país que apenas ha cambiado desde entonces, un país de Avellanedas donde miles de familias siguen sin saber dónde están enterrados sus padres y sus abuelos, nos estamos gastando una pasta en localizar los huesos de un genio ignorado y maltratado hace ya cuatro siglos.