sábado, 29 de junio de 2013

Que estudien otros - Pedro Narváez


Que estudien otros - Pedro Narváez

El expediente académico del que esto firma es tan corriente que serviría de papel de estraza en el mostrador de una tienda de ultramarinos. Tan normal para el canon de entonces que hasta había algún sobresaliente en Literatura o Historia, que es mérito para una memoria de pez, y un diploma en redacción del que mejor no presumir. Como si Nadal ganase en Wimbledon. No todos podemos alardear como Posada de poseer un cerebro digno de donar a la ciencia. ¿Qué no haría el doctor Frankenstein hoy con las cabezas de sus señorías, que sólo alcanzan a desear mal fario, más que crear un monstruo analfabeto? No es tiempo de cadáveres exquistos. Ocurre que los debates inaplazables como el de las becas se convierten en brutas polémicas y «all the rest» es ruin y patético. Se ha impuesto la máxima de que todos tenemos derecho, pero para obligaciones ya están las del Tesoro, que nos sacan del apuro. Resulta peligroso que estemos peleándonos por un 6,5 mientras se destinan partidas para los comedores escolares porque hay niños que tienen hambre sin que los devore el «The New York Times». Y así, los universitarios comen de la sopa boba y engordan su ignorancia a la vez que flaquea la ayuda a la dependencia. La universidad se convierte en un campus de mediocridad donde el talento es una María y el ministro de Educación, el hombre del saco. O sea, los héroes son villanos. Como en las películas de Scorsese, la mafia educativa le acabará dando una pala a Wert para que cabe su propia fosa después de arrancarle la lengua. La universidad debería ser una fábrica de talentos pero se convierte en el remedo de «Fuga de cerebros», en la que el más listo no sabe ponerse un jersey del derecho porque no conoce el revés. España se ha contagiado del síndrome del cinco «pelao» y no sólo no saltan las alarmas sino que se celebra con recochineo el estudio de la pocilga como germen de la revolución del tonto del pueblo.

viernes, 28 de junio de 2013

El arte conceptual de Barcenas - David Torres


El arte conceptual de Barcenas - David Torres
Al parecer la mayor parte de la fortuna de Bárcenas proviene, en efecto, de la fortuna, una espectacular serie de carambolas que hacen sospechar si las leyes de la probabilidad, la inercia y la gravitación universal no estarán amañadas a su favor. Ya que la evolución está encaminada desde el paramecio hacia formas de vida cada vez más inteligente, parece que con Bárcenas hemos tocado techo. Aterrizan Bárcenas, el suertudo, y Fabra, el lotero ilustrado, juntos en Las Vegas y a la mañana siguiente Las Vegas parece Móstoles. Pero si jugaran una partida final a todo o nada tirando una moneda al aire, y Fabra apostara a que cae cara o cruz y Bárcenas que cae de canto, no lo duden. El dinero ni se crea ni se destruye pero siempre cae del lado de Bárcenas.
Bárcenas explicando el origen de su fortuna es como un gran jugador de póquer intentando aclarar su estrategia de juego. Todo depende de los primos. Fundamentalmente el ex tesorero recurría tres fuentes de financiación, a cual más estrafalaria: una serie de jugadas afortunadas en la Bolsa, unos inversionistas que le daban dinero porque sí y unos cuadros que compró por unos eurillos y luego revendió por una millonada. Lo mismo podía haber dicho que el dinero le llovía del cielo, igual que a Dánae, que le cayó Zeus encima en forma de lluvia dorada. A falta de hipótesis mitológica parece claro que el desplome mundial de la Bolsa fue, ante todo, culpa de Bárcenas.
Lo que ya resulta más raro es que en Suiza haya unos señores que no sabían qué hacer con tantos millones y se los acaben regalando a Bárcenas. Inversionistas los llaman, que debe de ser el término suizo para “tonto del culo” y “alma de cántaro”. A lo mejor es costumbre en Suiza regalar maletines forrados de billetes igual que aquí es costumbre darle unas monedas al pobre de la esquina. Es la diferencia entre pedir limosna a la salida del Ahorramás o a orillas del lago Lemán, que debe de ser primo de los Lehman Brothers.
Por último, el mercado artístico, que nunca será lo mismo después de Bárcenas. Dice Isabel Mackinlay, la pintora y restauradora argentina, que ella no ha visto los cuadros que el ex tesorero le encargó vender ni en pintura, pero ¿dónde se ha visto a estas alturas del milenio que haga falta pintura en un cuadro? Los cuadros inexistentes eran arte conceptual, sin óleo, sin marco y sin más tela que un cheque repleto de ceros, ya que Bárcenas no hacía más que seguir las consignas del arte contemporáneo. Demian Hirst empanó un tiburón blanco en metracrilato, le puso un título chulo y se forró de arriba abajo. Piero Manzoni, artista conceptual italiano, envasó noventa botes de su propia mierda, los firmó, los numeró y los vendió a tocateja. No pretendía engañar a nadie porque la etiqueta de cada bote lo decía bien clarito: “Mierda de artista”. Transcurridas varias décadas, un buen amigo de Manzoni sugirió que en realidad contenían yeso pero nadie ha osado recurrir al abrelatas por si el mito se desbarata. A la mierda se le pasó la fecha de caducidad, como a la mayoría de los delitos fiscales en España. Lo que importa en el arte conceptual es el concepto, le dijeron. Lo mismo que dice Bárcenas.

jueves, 27 de junio de 2013

Cuidado con las bodas - Alfonso Ussía


Cuidado con las bodas - Alfonso Ussía
Antaño, la gente se casaba por la Iglesia y se conocía de verdad en el viaje de novios, lo que los cursis denominan luna de miel. En muchas ocasiones, poca luna y menos miel. He conocido a recién casados, que a la vuelta del viaje de novios se han devuelto los rosarios de sus madres y todo lo demás, regalos de pedida de mano incluidos. Mi vieja amiga Amaya Ipurdi-Aundi, gran culona, se casó en San Sebastián con un opositor a Notarías y escaparon después de la cena de la boda a una playa del Caribe. Ahí estuvieron veinte días. Volvieron separados. Amaya experimentó una gran decepción cuando él, paseando por la orilla de la playa blanca, el mar azul celeste y las palmeras de rigor –todas las playas del Caribe son iguales–, le confesó que no sabía nadar ni montar en bicicleta. Había estudiado tanto que no tuvo tiempo para aprender a nadar ni a montar en bicicleta, habilidades imprescindibles para toda mujer donostiarra. Para colmo, en la primera noche, el opositor a Notarías, en lugar de proceder al sacramentado fornicio se puso a estudiar con la excusa de las inmediatas oposiciones, y ella se quedó a dos velas. Un desastre. Otros en cambio, volvían felices de sus viajes y ella, algo abrumada por el pudor, le confesaba a su madre en el aeropuerto: –Creo que estoy esperando, mamá–.
Ahora, los recién casados de retorno a la Madre Patria, tienen un nuevo inconveniente impuesto por el Partido Popular. Un requerimiento de la Agencia Tributaria en el que se les exige toda suerte de datos y facturas concernientes a la boda. Unos ilustres abogados me han facilitado la copia del requerimiento a unos clientes.En el impertinente documento se les requiere la fecha y lugar de realización del banquete. Si han instalado carpas para los invitados. Formas de pago y nombre de las personas a quienes se extendieron las facturas, así como una fotocopia de las facturas del restaurante o «catering» y los justificantes de los medios de pago de las mismas. En lo que respecta al transporte, se les demanda información del alquiler del coche nupcial, alquiler de autobuses para el desplazamiento de invitados, nombre de la empresa autobusera, muestra de la factura y fotocopias y justificantes de los medios de pago de las susodichas. En el apartado «Flores», nombre y dirección de la floristería donde se encargaron los arreglos florales relativos a la ceremonia religiosa y banquete, y facturas, y más facturas, así como la justificación del pago. En otro apartado «Fotografía, Vídeos, Disco Móvil y Orquesta» lo mismo de lo mismo, e igualmente por conceptos de «Trajes de Boda». Y finalmente, para no dejar puntada sin hilo y dinero para pagar los sueldos de los asesores de los políticos, El apartado «Joyería, Alianzas y Arras» con todas las exigencias anteriores. La novia y cliente de este despacho de abogados tuvo una pequeña charla discordante con su investigador. –Necesitamos la factura de las arras–; –imposible; informe de mi parte al señor Montoro que las arras eran de mi bisabuela, que falleció hace treinta años, y no tengo factura ni idea de donde las compró–; –pues aquí vamos a tener un problema. Las facturas hay que guardarlas y adjuntarla al bien heredado. Y sin factura no hay prescripción posible–. Una manera amable, optimista y positiva de iniciar el largo camino del matrimonio.
Y todo para pagar a mangantes, a chulos del sistema, a organizaciones amigas, y a golfos redomados que viven a costa del contribuyente. A partir de ahora, cuidadito, mucho cuidadito con las bodas.

El habla común - Amando de Miguel



El habla común - Amando de Miguel
Una cosa es lo que enseñan los gramáticos y otra lo que habla la gente. Cierto es que todos cometemos errores de sintaxis, y habrá que esmerarse para corregirlos. Pero dejemos que la lengua fluya sin demasiados diques en el habla corriente.
Jorge González y Argüelles de Miranda reconoce que hay algunos refranes muy pertinentes, pero muchas veces son contradictorios unos con otros. Eso es así, pero opino que es una bendición. Pasa lo mismo con las palabras: unas son admirativas y otras despectivas. Echamos mano de una y otra según convenga a nuestro argumento. Lo mismo hacemos con los refranes y los dichos. Sancho Panza era un maestro en ese difícil arte de recurrir a los refranes que le convenían.
Me escribe David, un barcelonés que estudió con los jesuitas de la calle Caspe, vivero de tantos escritores y otros hombres públicos. Recuerda que un profesor (nacionalista él) les dijo que llamar Raimundo Lulio a Ramon Llull era algo malintencionado. No lo creo. El nombre germánico Raginmund se latinizó como Ragimundus o Raimundus. En la antigua Corona de Aragón se utilizó la versión de Ramón o Ramon (catalán). En castellano se dijo Ramón o Raimundo. En el caso de algunas personas eminentes, su nombre original se traduce limpiamente al castellano cuando hablamos en ese idioma. Por ejemplo, Juan Jacobo Rousseau, Tomás Moro o Alejandro Magno. No hay ningún ánimo peyorativo en esa traducción. Por lo mismo, Ramon Llull es para los castellanoparlantes Raimundo Lulio, y no se hable más. No es un demérito para el famoso escritor, filósofo, franciscano y mallorquín; más bien todo lo contrario.
Pablo Barrantes Gordo da en el clavo al señalar que algunas expresiones correctas resultan estragantes cuando se repiten mucho en el habla pública. Por ejemplo, el "mire usted". Creo que lo lanzó en su día Aznar y ahora lo repite Rajoy y todos los hoplitas que le siguen. Otra muletilla es "la verdad que…". Reconozco que yo acudo a ella algunas veces. Don Pablo sostiene que es típica de las declaraciones de los futbolistas de renombre. Otra manía que señala don Pablo: el verbo acercarse para indicar desplazarse a un sitio. Efectivamente, es un abuso. Hay una versión más castiza y útil: la de llevar a alguien a un lugar favorable aprovechando un trayecto. Por ejemplo, yo puedo preguntar al final de una reunión: "¿Alguien me acerca a Moncloa?". Siempre hay alguien más elegante que contesta: "Yo te llevo donde sea. No soy de los que acercan sino de los que llevan".

Como ejemplo extremo del habla dislocada está el parlamento de un gitano que acude con su mujer al ginecólogo. Me lo envía un libertario que desea permanecer anónimo por el temor a que pueda pasar por "políticamente incorrecto". Pero el razonamiento del gitano no tiene desperdicio. Copio solo algunas frases. Debe respetarse la ortografía auténtica:
Ayy miíre, dotor, es que tenemo un problema: mi mujer y yo quereemo tener condescencia y no podeemo, pero no sabeemo lo que es. Porque o yo soy omnipotente o mi mujer es histérica. Otro dotor nos dijo que mi mujer tenía la vajilla rota y la emperatriz subida. A mí, hace años, me operaron de la protesta, y a lo mejor me han dejado escuelas en el cuerpo. A mi mujer le hicieron una coreografía y el médico nos dijo que hiciéramos el cojito a diario. Otro doctor nos recomendó hacer vida marítima más endeseguido, pero na de na. Además mi mujer hace tiempo tuvo un alboroto y le nació el féretro muerto. Yo creo que personarmente que tol problema es que mi mujer es frigorífica, porque nunca llega al orégano.
Creo que no hace falta traducir los tecnicismos que emplea el gitano.

Fuego meado - José Luis Alvite

Fuego meado - José Luis Alvite
Sería por culpa de la ambigüedad moral que te invade al cabo de tantos meses de insomnio, el caso es que aquellos fueron sin duda los momentos en los que estuve cerca de acertar con mi vieja idea de unir mi destino al de una mujer ambiciosa, atractiva y perversa en la que incluso fuese imperdonable la bondad, alguna de aquellas fulanas ambiciosas y desalmadas, maduras y desesperadas, aun hermosas, en cuya compañía siempre pensé que incluso la muerte podría parecerme un premio, y mi cadáver, el trofeo. Se llamaba R. y necesitaba unirse a un hombre que le ayudase a desplazar de su lado al tipo rudo y vulgar con el que llevaba quince años casada. «Bésame –me decía– y sentirás como un anticipo de la gloria el placer de escupir en la boca de mi marido». Acudí a su casa unas cuantas tardes aprovechando que aquel tipo trabajaba por horas acarreando equipajes en un hotel. Me gustaba correr el riesgo de que apareciese su marido y hubiese una trifulca. Sabía que me estaba engatusando y que aquella historia podría acabar muy mal, pero en el fragor de la lujuria, en la berrea de su cama con las patas desiguales, de repente me sentía redimido por el olor de la fruta que llegaba desde la cocina mientras en la boca de aquella mujer maduraban la saliva y las blasfemias y se apoderaba de mi conciencia el deseo de no parar, el ansia de insistir en el riesgo, como un atleta que si corre hacia la meta es por temor a que por la espalda te alcance de nuevo el fracaso. «Tienes que sacarme de aquí y ocultarme a tu lado en alguna parte», me pidió una de aquellas tardes. «Será lo mejor –insistió– antes de que mi marido sepa lo nuestro y pierda la cabeza». Me gustó que hablase de «lo nuestro». Sonaba cómplice, amoral y excitante, como si estuviese robando en sus bolsillos mi propio dinero...
Ella era una pasión para mí, una tentación arriesgada que yo sabía que me perdería interés tan pronto dejase de suponer también un peligro. Deseba compartir su intimidad, pero no quería cometer el error de formar parte de su rutina. Y tampoco estaba seguro de que sus sentimientos no fuesen más que la falsa apariencia de su ambición, la ganzúa en la que a veces me parecía que se convertía su sonrisa cuando pensaba que yo jamás sería capaz de tomar una decisión que no fuese copia literal de la suya. «Podríamos alquilar un piso en el otro lado de la ciudad, en una de esas calles que tanto te gustan en las que ni siquiera estuvo más de cuatro veces el cartero», me propuso una de aquellas tardes de lujuria y tensión en su alcoba. «Tú disfrutarías con más calma del placer y yo estrenaría cada noche lencería», dijo con aquella voz saciada que olía como su pelo. Me defendí como pude: «No funcionaría. Suele ocurrirme que me produce más placer viajar cuando, sentado en mi automóvil, imagino que voy al volante de un coche robado. ¿No estamos bien así? Me atrae el riesgo que corremos. Creo que un hombre como yo sólo puede ser feliz si para conseguir la felicidad necesita agallas». Escuchó mi contraoferta ladeada en la cama, con un cigarrillo en la mano, sin perder la compostura, segura de sí misma, sin duda convencida de que sucumbiría a su proposición tan pronto volviésemos a encontrarnos en su alcoba y mis manos descubriesen otra vez en su cara el mismo tacto irresistible que si pasase la mano por sus medias. Solía ocurrir, sobre todo cuando pasaban algunos días sin vernos y al sentir su sensualidad invertebrada pensaba que incluso si me disparase en la boca me habría parecido sexo oral. Una tarde me dijo: «Los vecinos hablan y mi marido escucha cosas. Un día se me escapará tu aliento en su boca...».
Me desentendí de sus sugerencias como pude y seguí visitándola en su casa. La idea de alquilar un piso al otro lado de la ciudad no era desde luego lo que esperaba de ella. Necesitaba una alternativa más fuerte, algo que en vez de disminuir la tensión aumentase el peligro y nos obligase a tomar una determinación dramática, un giro inesperado que, además de confirmarnos como amantes, nos uniese en la custodia del secreto de algo verdaderamente inconfesable. Mi idea era entonces que dos amantes no podrían conseguir el placer de la gloria si camino de alcanzar el paraíso no les saliese al encuentro el grave riesgo de pisar la cárcel. Se lo había dicho la primera vez que bailamos juntos en aquel húmedo local sin gente en el que la pista se oscurecía aún más al encenderse la lepra de la luz. «No sabría decirte qué es exactamente lo que me ocurre contigo, pero creo que por primera vez me doy cuenta de que eres la clase de mujer tentadora y complicada con la que sería feliz compartiendo al mismo tiempo mi dinero, tu codicia y un cargo de conciencia». Ella se refugió con ahínco entre mis brazos como si con aquel pensamiento la hubiese cogido el frío. «¿Matarías por mí?», preguntó casi con rutina, sin darle demasiada importancia, como si supiese la respuesta. Enterré mis narices en el aliento pecuario de su abundante mata de pelo negro y aspiré su olor a caballeriza, el perfume carnal y cobrizo de aquella melena en la que me pareció que contenía su estampida la yeguada ciega del sexo. ¿Por qué diablos no habría apalabrado con ella aquella noche el crimen que además de confirmarnos como amantes nos convirtiese en cómplices? Comparada con aquella posibilidad, la idea de mudarnos a un piso a las afueras me resultaba un riesgo sin la menor emoción. Era como asaltar un banco y abrir allí mismo una cuenta con el dinero del botín...
Al ver que yo no me decidía a dar el paso que esperaba de mí, buscó una excusa para espaciar nuestras citas. Sin duda, pensaba que el racionamiento me haría entrar en razón de la manera como solemos hacerlo los hombres cuando nos puede el deseo: perdiendo la cabeza. Aunque llevábamos poco tiempo juntos, me conocía bien. Sabía que la buscaría aun a sabiendas de que ella fuese sólo el cebo al final de la ratonera. Nuestra relación estaba aún en ese punto en el que, antes de convertirse en una costumbre, lo que uno siente por una mujer es un capricho. Era justo ese momento de ambigua moralidad en el que una mujer nos resulta fascinante por lo que desconocemos de ella, el tiempo no muy largo, pero intenso, en el que una mujer nos parece una diosa gracias a no haberla visto nunca repasando la lista de la compra sentada en el retrete. Ambos sabíamos que aquella atracción no tardaría en resentirse por culpa de la rutina y que entonces mi entusiasmo iría a menos. Por eso cuando nos reencontramos una noche en el mismo local en el que habíamos bailado aquella vez, me dijo ella: «O nos decidimos ahora o no lo haremos nunca. Con el tiempo nos volveremos sensatos y ya no encontraremos razonable perder el sentido. Nos volveremos rutinarios y mansos. La nuestra sería entonces una relación aburrida por la que pasarían diez años cada día. Incluso podríamos tener la desgracia de que mi marido ni se entere de lo nuestro, de modo que, como me dijiste una noche, habremos vencido con el extraño sinsabor de no haber derrotado a nadie». Bailamos de nuevo la canción de entonces y acordamos que yo alquilaría un piso a mi nombre al otro lado de la ciudad. Nos dimos un largo beso deshuesado y sentí como por su boca pasaban a la mía su conciencia, su alma y las vísceras de su saliva.
De repente irrumpió un verano cálido y húmedo, la meteorología carnal y caldosa que alienta la infidelidad, afianza los vicios e incita al crimen. Pensé entonces que la temperatura que me impedía concentrarme para escribir solía ser en mi caso la misma que me llevaba a relajarme y temí que mi conciencia fuese incapaz de reprocharme nada que en cierto modo me alentase a cometer el calor. Recordé que en las estribaciones de mi adolescencia el verano era el momento de la vida en el que prevalecía la lotería de los instintos y me podía permitir el olvido impune de los preceptos reglamentarios del catecismo. Por encima de los treinta grados centígrados mi conciencia se sentía libre de perder el control y Dios se esfumaba como un gramo de sal en un plato de sopa. Fue entonces cuando nos instalamos en aquel piso al otro lado de la ciudad, en una calle anónima en la que era como si las fachadas de los edificios estuviesen escondidas dentro de sus portales, un rincón en el que con el viento se agrupaban el olvido, la mierda y los perros. Ella lo consideró «un primer paso» en sus planes. Aspiraba a más, a mucho más. «Me gusta que hayas tomado esta decisión por mi, cariño –dijo– pero creo que no merezco que este placer momentáneo se convierta en un castigo duradero... Necesito vivir a tu lado el tibio calor refrigerado de la gente con clase, compartir en algún momento el placer de lo exclusivo en uno de esos lugares elegantes en los que tú me dijiste aquella noche que se escucha a lo lejos, como un cuco, el peloteo de las chicas tontas dando indolentes raquetazos en sus pistas de tenis... ¿Recuerdas?, un sitio como el Gran Hotel de La Toja,... ese refinado ambiente sin ruido en el que en la luz del bar inglés medra como maleza la cretona de la penumbra...».
En medio del calor insoportable de aquel verano tuve un momento de lucidez y comprendí que mi conciencia era más elástica que mi economía, y que si seguía el ritmo que marcaba ella, llegaría el momento en el que no podría costearme mis instintos. Ella insistía en el capricho de una vida elegante. «No soy una mujer cualquiera. Jamás habías imaginado tu vida al lado de alguien como yo. Tenemos que salir de este horno y que se nos vea. Nuestra cama es como acostarse en una llaga. Tenemos una nevera que asa el hielo. ¿Para qué me tienes? ¿Para ocultarme? ¿Serás tan idiota de tener un coche de lujo parado en el garaje?»... «No puedo pensar con este calor –me defendí– Tampoco sé muy bien qué pretendes. ¿Ya no te sirve el dichoso piso al otro lado de la ciudad? ¿No se trataba de evitar a tu marido? Te dije que no sería una buena idea. La Toja no es nuestro mundo. Estamos donde nos corresponde, en un piso en el que solo valdría la pena robar la basura. Somos llamas distintas de la misma hoguera y estamos condenados a abrasarnos en uno de esos fuegos meados que dejan en el suelo un rastro de orina al arder». Se ausentó al dormitorio y regresó al poco rato cambiada de ropa. «Es el único vestido que tengo sin estrenar. Comprenderás que no me lo he puesto para asistir elegante a nuestro fracaso. Arréglate y nos largamos. Tengo algo de dinero en el bolso. ¿Me subes la cremallera?». Me volvió la espalda y se recogió con las manos el pelo sobre la nuca. Yo no quería ceder, pero lo hice. Fue como si le hubiese subido la cremallera del vestido con las manos de otro hombre. Sentí como si con el calor de su cuerpo fuese a salirme por el pecho el sudor de la espalda. Pensé que en La Toja estaría a la sombra el sol.
Cenamos sin problemas en el Gran Hotel de La Toja. Aunque elegí una mesa al final del comedor, mi chica llamaba tanto la atención que fue como si aquel rincón estuviese en la mitad del salón. Ella me sugirió que le pidiese «algo elegante, ya sabes, una de esas recetas francesas que no sabría pronunciar». Me pareció una buena idea, así que al ordenar el menú le sugerí al camarero que nos trajese «algo a juego con su vestido, para ella, y para mí, si es tan amable, cualquier cosa que al salpicar no perfore mi corbata». El camarero sonrió con una mezcla de profesionalidad y cachondeo, se dio la vuelta y desanduvo sus pasos con esa elegante y silenciosa elasticidad que en un soldado sería sin duda cobardía. Miré a mi chica y pensé que, en medio de aquel silencio, tan sólo una semana antes se habría escuchado con absoluta claridad el litúrgico goteo de su ovulación, como un estribillo de amatistas derramándose en la patena de la comunión. Entonces ella buscó mis ojos con su mirada y me dijo: «No volveremos a vernos. Sólo necesitaba una noche así, algo elegante en lo que pensar cuando esté de regreso en mi dormitorio y me cueste conciliar el sueño en esa cama en la que decías que relinchaban el aliento, el somier y los besos. Siempre supe que jamás matarías por mí. Sé que un día contarás lo ocurrido entre nosotros y que entonces tu cobardía parecerá que fue inteligencia. No importa. Nunca creí que lo nuestro saldría bien. Nos destruiría la rutina de la felicidad. Somos como esos jugadores que apuestan atraídos por el riesgo de perder. No digas nada. Devuélveme a la calle en la que vivía y si algún día nos encontrarnos, por favor, repíteme lo que me escribiste aquella noche en un posavasos de papel: ''¿De verdad no eres un escalofrío de niebla al final del humo?''».

miércoles, 26 de junio de 2013

El empollón - Antonio Lucas



El empollón - Antonio Lucas
El ministro José Ignacio Wert parece ir por la vida como uno de esos tertulianos frívolos e inflamables que sueltan incandescencias por los platós a ver si les crece el Twitter. El último chispazo lo dio ayer en TVE sugiriendo que un universitario que no llegue al 6,5 de nota media debería plantearse dejar o cambiar los estudios porque, principalmente, no tendrá derecho a beca si la necesita. El fondo del asunto es atroz. Perverso. Mucho peor que agarrar el sintagma «golpismo universitario», dejarlo caer aquí, en la columna, y esperar a lo que venga. Más o menos a la manera alegre de Wert, pero haciendo menos daño.
El respeto a la educación pública y la obligación de preservar el derecho a su acceso es otra de las reglas democráticas que están siendo sometidas a una demolición controlada. Diríamos, en homenaje a Mandela, que la medida del ministro establece un apartheid académico que no puede ser casual, pues se van a joder no los que no alcancen el 6,5, sino los que no puedan pagarse el no llegar a la nota por los motivos que sean. Eso lo propone el ministro de un Gobierno que ha forzado a algunos de los mejores licenciados de este dudoso país al fabuloso mundo de la «movilidad exterior» (hallazgo de su compi Iluminada Báñez), como si los huidos de alto expediente estuviesen en Mallorca de balconing con un tanga por manguito.
Wert, tan propenso al starlettismo, ha encontrado por fin la bomba de relojería que iba buscando en sus apariciones: la segregación entre quienes pueden financiarse la carrera desde el cinco pelao y la puta calle de quienes se tengan que retirar de los estudios con un 6,4, por insolventes. Está disimulando la discriminación con esa cursilada de la excelencia. Pero en el fondo ruge el rencor académico que impulsa a algunos empollones, según se reconoció en este periódico el ministro/tertuliano. Algo así como un ajuste de cuentas del Pepito Grillo de turno, de los que creen en la enseñanza como negocio y apostolado. Pues lo de la formación y la igualdad de oportunidades les parece cosa de clases medias y sólo genera Ni-Nis. Por cierto, Ni-Nis que votan.
Este nuevo zafarrancho de combate con el que inaugura el verano el peor valorado del Ejecutivo es, aún, más infame e injusto que el show que ha dado en la cartera de Cultura. Al final, con asuntos así, uno se pregunta de qué sirve un ministro de Educación (y de lo otro) como JIW. Quizá, a la manera de los tertulianos, viva tan sólo de eso. De malbaratar. De confundir. De dejarse ver.

El yelmo de niebla - Raúl del Pozo



El yelmo de niebla - Raúl del Pozo
La palabra ya no es carne, como en Mallarmé, sino cifra e insulto, proverbio e injuria. Se ha agrandado el castellano con escraches, minijobs y pareados injuriosos («Reforma laboral para la Casa Real». «Que la Europa de los mercados se vaya al coño de su puta madre»). Cada día nacen y mueren cientos de palabras y maldiciones. Abuchean a la Reina en ferias y conciertos; a los ministros, banqueros y hombres de Estado les llaman estafadores a cualquier hora del día.
La verdad es que los silbidos a la Reina son pequeñeces si las comparamos con Los Borbones en pelota, donde se ve a Isabel copulando con un burro, o las burlas de Galdós, Valle-Inclán o Blasco Ibáñez acusando a los reyes de corruptos y déspotas. El idioma se enriquecerá aún más a medida que nos vayamos empobreciendo con el calor porque las primas son para el verano; lo explica José Carlos Díez, abierto como las farmacias 24 horas; escribe que con las vacaciones se dejan los mercados en manos de los especuladores que provocan el «efecto rebaño» o los búfalos perseguidos por hienas. También podría explicarse como la estampida de los carneros de Panurgo. (Para vengarse de Panurgo, Pantagruel le compra un carnero y lo arroja al mar, los otros carneros del rebaño al oírle balar se tiran también al mar).
Al final, seremos una desbandada infame de borregos que vamos donde nos dicen cuando la economía, más que ciencia, es un género literario. Ya se compran más los libros sobre la recesión que sobre crímenes. Entre las 10 obras más vendidas de no ficción hay cuatro sobre este asunto: Lo que debes hacer para que no te roben la pensión, Hay vida después de la crisis, Escuela de Bolsa y Empresa familiar.
En un reciente congreso de lingüistas dijo un académico que la recesión constituye un fértil humus no sólo para la filosofía, sino también para la lengua. O sea, que el castellano no es un idioma sólo para hablar con Dios y seducir novicias sino el segundo idioma en transacciones comerciales, como ya es el segundo en la Red. Algunos necios declaran en eso de la Marca España que el idioma castellano es un «activo» cuando es la más gloriosa lengua del mundo, la que cantó las hazañas de héroes verdaderos, no de ficción como los griegos.
El idioma que acompaña mejor las quejas de la guitarra se ha hecho más fuerte en la plaza que en la Bolsa; el lenguaje de los brókers y banqueros es en realidad un argot con pedanterías léxicas, una jerga para estafar con preferentes y sawps a los jubilados y justificar las subidas de impuestos, el yelmo de niebla para ocultar a los ladrones.

sábado, 22 de junio de 2013

La beca, para quien la trabaja - J. A. Gundín



La beca, para quien la trabaja - J. A. Gundín

Admitamos que el ministro Wert no es el chico más popular de la clase, que incluso tiene un aire de repelente niño Vicente poco recomendable a la hora del recreo. De hecho, algunos dirigentes populares están esperando a que Rajoy se dé la vuelta para ajustarle en el patio algunas cuentas. Y sin embargo, Wert tiene razón al elevar el listón académico para recibir una beca. En concreto, propone que la nota media para ser becado sea de un 6,5, en vez del 5,5 actual. No parece que el ministro requiera del universitario un esfuerzo sobrehumano capaz de causarle una apoplejía. Todo lo que reclama es un aprobado alto, ni siquiera un notable. Pero como la izquierda, CiU y ciertos barones del PP se han lanzado a su yugular con hambre atrasada, es de temer que el duro, el implacable y el sacamantecas al que ha sido reducido Wert por sus adversarios, acabe reculando. Sería una lástima.
Un país que debe casi un billón de euros está obligado a sopesar con mucho tiento hasta el último céntimo de sus arcas, porque de lo contrario no podrá devolver los créditos, quebrará y se hundirá en la miseria. El despilfarro de hoy será la ruina de mañana. Las becas no son ningún despilfarro, sino una necesidad social de primer orden. Tampoco son un gasto, sino una inversión de futuro en lo más valioso de una nación: sus jóvenes. Por esa misma razón deben concederse con rigor, con responsabilidad y con equidad. Es obligado sostener económicamente al estudiante no sólo porque carezca de medios suficientes, sino porque además trabaje duro y coseche unos resultados académicos irreprochables. Las becas no pueden ser el refugio de los mediocres, ni el pienso de los parásitos, ni el alpiste de los vagos, sino un acto de justicia que exige reciprocidad: de la sociedad hacia el alumno que necesita apoyo y del alumno hacia la sociedad ante la cual debe justificar que el dinero del contribuyente no ha sido malversado. Toda beca es un contrato de lealtad y de solidaridad mutua que ninguna de las partes está autorizada a romper. El estudiante tiene derecho a conquistar el futuro, sin que la falta de dinero sea un obstáculo, y la sociedad tiene derecho a reclamar el fruto de su inversión. La beca es como la tierra: para quien la trabaja. Según sea la calidad intelectual y el rendimiento del estudiante, así será la España del futuro. Puede ser una sociedad resignada al aprobado raspado o puede ser un país con ambición de notable. A lo primero es a lo que aspira la izquierda. Pero no parece que ninguna universidad logre así entrar en el ranking de las 200 mejores del mundo; serán, sencillamente, universidades de 5,5 de media.

Títulos universitarios y otras falsificaciones - Francisco Pérez Abellán


Títulos universitarios y otras falsificaciones - Francisco Pérez Abellán

En Alemania hay un comando que se ha impuesto la tarea de revisar las supuestas tesis doctorales de los jerarcas y ya han hecho dimitir a dos ministros. Van los tíos, se hacen con las tesis de los susodichos y se las leen, como se lo digo y por difícil que parezca. Son un puñado de héroes anónimos. La inteligencia enmascarada. Enseguida encuentran las trampas y pillerías y se las arrojan a los tramposos a la jeta. Normalmente, los tramposos suelen tener vergüenza y dimiten. El segundo cayó hace poco: era la titular de Educación.
En España eso no pasaría, porque hay muchos ministros que ni siquiera son doctores, y además, apuesto que algunos, los capaces de delinquir, siempre una minoría, como tienen el rostro de cemento armado, si les arrojasen una falsificación, se quedarían tan panchos.
Resulta que los ministros alemanes, tan educados ellos, tan fríos y eficaces, copietean y se sirven de los rincones del vago de internet para conseguir la excelencia universitaria. Es lícito sospechar que eso pasa aquí también, el reino del licenciado Vidriera, la improvisación, la picaresca, el patio de Monipodio y la patria de Rinconete y Cortadillo.
Aquí nadie es lo que parece y a menudo se suplantan cargos, títulos y funciones. Hay falsos títulos aristocráticos detentados por timadores, pero más a menudo hay quien compra títulos universitarios por la red o en apaño y se los adjudica sin haber pasado ni por la puerta de la Universidad. La Meretérica, según Chiquito, dicho así sin otro afán que definirla a lo popular, porque yo soy hombre de tricornio, ha detenido hace unos días al jefe de la Policía Municipal de Pinto por un presunto delito de falsificación de título universitario para presentarse a la oposición en la que ganó el puesto que desempeña. Cosa que ha dejado a mil timadores temblando.
El procedimiento fue artesanal y simple: un montaje fotográfico en el que quitó un nombre y puso el suyo. Pero hay mil y un trucos para hacerse con un falso título universitario en España, país de tráfico de títulos, en el que, aunque es un delito penado con hasta tres años de cárcel, muy rara vez la Meretérica o la pasma o la pestañí capturan a nadie por ser un falso doctor (no sólo médicos) o un falso licenciado.

Esa es una de las principales causas de lo mal que va todo. Numerosos individuos sin control pueden pastelear, darte el santo, engañarte, desvalijarte, desempeñar funciones, quitarte una oposición, hacerte competencia desleal, suplantando la personalidad o representación de otro.
Hay un mercado de tesis doctorales y unos sinvergüenzas que se sirven de becarios o estudiantes meritorios para copiar tesis de aquí y de allá, de modo que el exclusivo club de los doctores, siete u ocho mil en cuarenta millones, crece en parte envenenado. Traicionado por falsos investigadores que nada investigan, a no ser el mercado negro de la venta de dignidades.
España tiene leyes que favorecen a los delincuentes, eso ya no es ningún secreto, pero en concreto hay normas que impiden que cualquiera pueda aclarar sus sospechas llamando a una universidad para saber si don Cojoncio doctor o licenciado, según una ley de protección de datos que se pasa tres pueblos.
A ver, ¿qué daño le hace al honor de cualquiera que se pregunte si es o no licenciado por la Complutense? Pues la Complutense no te lo dice, a menos que seas el interesado. De forma que los que han falsificado títulos pueden estar de momento tranquilos, porque lo mismo pasa en las demás universidades públicas y privadas.
Malas noticias sin embargo para los que compran doctorados copieteados, porque acaba de constituirse en España el comando cazador de falsos doctores. Gente que buscará las tesis en las bibliotecas, allí donde deben estar, y las entregarán a expertos en la materia, y descubrirán a los inútiles que no fueron capaces de defender la tesis en la universidad que les corresponde y tuvieron que viajar para encontrar una con tragaderas, algunas de las cuales ya las olfatea la Meretérica, que a la vez que tiene una ciberpolicía, como cuerpo moderno que es, ya tiene agentes tras los suplantadores y falsificadores de títulos, como en lo de Pinto.
Los suplantadores que hasta ahora han dormido como un niño tras un atracón empiezan a estar en peligro, porque serán descubiertos. Guerra a los doctores ful (no sólo médicos). Incluso algunos de los negros utilizados para la falsificación podrían ser perseguidos por los guardias jóvenes de Valdemoro, porque ya se sabe que entre Pinto y Valdemoro anda la cosa.
En España, un director de la Guardia Civil se hacía pasar por licenciado en Económicas e ingeniero, cuando no había pasado del bachiller, y el que más y el que menos maquilla su curriculum, añade o redondea, ajeno al peligro. Algunos frikis que hacen de periodistas en la TV han tenido que quitar a toda carrera los títulos de licenciados de su curriculum en las redes sociales, porque solo están licenciados en golfería.
Ha habido en España ministros, y más, que se han doctorado mientras llevaban ministerios, dictaban leyes, viajaban sin cuento, se peleaban con la oposición… Sin ninguna duda, todo este tropel son genios capaces de mascar chicle y caminar a la vez, y no como ese presidente norteamericano que si mascaba chicle no podía doblar las rodillas. Los cazafantasmas ya están tras sus pasos. La hazaña no ha pasado inadvertida. Se van a enterar.
Doctorarse, hacer la tesis doctoral, es la amargura de entre tres y cinco años de miles de licenciados universitarios. Hasta el autor de bestsellers Umberto Eco tuvo que hacer in hilo tempore, deprisa y corriendo, un manual de Cómo se escribe una tesis doctoral. El caso es que la mayoría nunca termina, porque escribir cuatrocientos folios de lo que sea, con una investigación de por medio, referencias científicas y la demostración de las conclusiones, es una prueba de solvencia de la que no todo el mundo es capaz. Al hilo del prestigio universitario y aprovechando las leyes mal hechas que protegen datos, cuya ocultación amenaza a todos, se ha establecido un nido de suplantadores, licenciados vidriera, frágiles hasta decir basta, una vez que la Guardia Civil ha decidido tirar de la manta. Es tan grave que en el momento de meterles mano se terminará con la crisis, tanto la de excelencia como la otra.

viernes, 21 de junio de 2013

Sombrero de paja - José Luis Alvite

Sombrero de paja - José Luis Alvite

En sus labios aprendí de oídas a leer, compartimos de niños los libros y la ropa, estuvimos mucho tiempo en las mismas fotos y me gustaba sentarme a su lado en el muelle de Cambados porque mi hermano miraba el horizonte con una mezcla de ansia y resignación, como si el tiempo que estaba por venir fuese apremiante y al mismo tiempo innecesario, igual que un buey tirado por caballos. Tenía los ojos muy vivos y muy azules, tan limpios y tan traslúcidos que eran como esa poca agua en la que incluso hace pie la lluvia.
Sabía tocar la guitarra y dibujaba a tinta china unas mujeres con los ojos velados por una indiscreta ceguera como de vidrio, con un portal en el vientre, y en el portal, un mendigo con el esqueleto amarillo de un niño cenando hambre azul en su regazo. Una tarde se cayó al mar vestido al bordear la escollera del muelle y salió a flote sin reloj y sin zapatos. Fue aquella la primera vez que temí que se acabasen para siempre las fotos a su lado, el ábaco de la música presintiendo el tiempo en su guitarra y aquellas tardes de verano en las que nos sentábamos en la bajamar de Tragove y mirábamos como bogaba en su dorna un marinero a merced del cansancio, en un matorral de espuma. Me había dicho mi hermano que al retirarse la marea bajo el sol de agosto, con el agua seca y ardida podríamos hacernos un sombrero de paja.
Tendría que recordárselo cuando murió, pero me pareció tan pensativo que no me atreví a distraerlo. Mi hermano sabía tantas cosas que al ver su cadáver algo me dijo en mi interior que en realidad no era aquella la primera vez que se moría. Y si hoy le recuerdo aquí es porque cuando murió estaba yo tan ocupado en acabar aquel bendito sombrero de paja, que mis estúpidas manos no tuvieron entonces tiempo para las flores.

martes, 18 de junio de 2013

Al c... de su p... Madre - Fray Josepho


Al c... de su p... Madre - Fray Josepho

Este domingo, el parlamentario andaluz Juan Manuel Sánchez Gordillo soltó un discurso en el que pidió (¡gritó!) que "la Europa de los mercaderes se vaya al coño de su puta madre". Literal.
"Las partes de su mami cortesana.
De su progenitora vil, la almeja.
La concha de su pelandusca vieja
o su materna vulva de fulana.
La txirla de su amatxo barragana.
De su ascendiente, el chirri de pelleja.
El maternal parrús de su vulpeja
o er shosho de su mare casquivana".
Pudiendo decir esto, que es sencillo,
quisiste, Juan Manuel Sánchez Gordillo,
llenar de acentos líricos tu vaso.
¡Poeta y andaluz! ¡Ya estás, sin duda,
–con Bécquer, Juan Ramón y Luis Cernuda–,
en la gloriosa cumbre del Parnaso!


lunes, 17 de junio de 2013

El oro del becerro - Alfonso Ussía



El oro del becerro - Alfonso Ussía

«Para ser rico, es imprescindible levantarse cada mañana con la única intención de ganar dinero». Creo que fue Juan March el que acuñó tan interesante sentencia. No se me había ocurrido con anterioridad. He intentado seguir sus consejos y puedo adelantar, que hasta el momento, el fracaso no se ha separado de mí. Para colmo he leído que cada español nace con una deuda de veinte mil euros, por aquello de las obligaciones contraídas por el Estado. Son tantas las definiciones del dinero, que compiten con las del amor y el humor. «El dinero sólo sirve para arruinarse» es quizá, la que más me ha complacido. Es como una definición de mi familia, de mis antepasados, y todo lo familiar suaviza las aristas. Antaño, hubo españoles que ganaron mucho dinero honradamente. Ahora es imposible, por cuanto el dinero honrado sólo sirve para que Hacienda lo recupere. El becerro de oro es un sueño, una quimera, en tanto que el oro del becerro es una realidad incontestable. Pero se ubica en la meseta superior de la boina, y son muy pocos los que deambulan por ahí. Los que viven, se mueven, manejan y deciden encima de la boina, contraen un riesgo. En el caso, poco probable, de que sean sorprendidos contando billetes sustraídos al prójimo, pueden experimentar la eventual incomodidad de la cárcel. Pero no por mucho tiempo. El dinero procura los mejores abogados y siempre hay un juez que se deja intimidar.
Le estoy dando vueltas por mis neuronas a la frase de March, y no termino de ver el camino. Para tener dinero hay que ser influyente. Lo malo es que para llegar a ser influyente, hay que tener dinero, y que me aten esa mosca por el rabo. A Bárcenas le han documentado ya 47 millones de euros en Suiza. El extesorero del PP es un hombre inteligente que ha sabido aplicar la máxima de March. Y lo ha hecho vendiendo cuadros e invirtiendo en bolsa. Admirable rendimiento. Sucede que para vender cuadros hay que heredarlos o comprarlos previamente, y la segunda opción es inviable sin dinero. Me estoy haciendo un lío. Hoy se ha sabido que la familia del Pino, que es riquísima y no necesita ganar más dinero ni arriesgarse a quedar mal ante la sociedad, ha estado sobornando al partido del independentista Mas a cambio de concesiones de obras en Cataluña. Ante todo, presunción de inocencia, pero el contenido de la acusación de la Fiscalía Anticorrupción no es de agradable lectura: «Un acuerdo criminal que era relativamente sencillo pero institucionalmente demoledor». ¿Les compensa pasar por tan malos tragos cuando tienen dinero para que vivan siete generaciones sin dar con un palo al agua? El oro del becerro vuelve locos a muchos. ¿De qué les sirve más dinero y más poder si el mayor problema de la vida lo tienen superado? El mayor problema de la vida es conseguir un digno pasar por ella sin angustias. «El dinero es sólo un problema para los que no lo tienen», dijo Oscar Wilde. De ahí que no comprenda a los que lo tienen y se buscan problemas, porque esa actitud es de tontos, y los tontos sólo ganan dinero si son ricos, pero tontos. Un pobre tonto siempre será pobre, en tanto que un rico tonto siempre será rico, y lo dejó claro Paul Lafitte.
Los más ricos de España son aquellos que nadie conoce, y que viven holgadamente sin llamar la atención. Lo decía el gran actor Arturo Fernández, que acaba de recibir la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo. Del trabajo limpio y honrado durante decenios sin rozar un euro ajeno. «Para mí, la riqueza consiste en poder invitar a mis amigos a cenar y pagar puntualmente las facturas del sastre». Estos que quieren ganar muchísimo más de lo muchísimo que ya tienen, terminan por conseguir una situación poco apetecible. «El dinero no proporciona amigos, sino enemigos de mayor calidad». Y éstos son los que terminan denunciando, y se rompe el cántaro, y por necios de la avaricia conocen de primera mano el sinsabor del desprecio. En fin, que he decidido no hacer caso de la máxima de Juan March.

domingo, 16 de junio de 2013

Polillas - María José Navarro



Polillas - María José Navarro

En Madrid no se habla de otra cosa: ¿de Bárcenas? No. ¿De los problemas de Messi con el fisco? No. ¿Del nuevo look de Cristiano Ronaldo y sus gafas de secretaria del 1,2,3? Hombre sí, de eso sí, pero no es eso de lo que nos toca a nosotros ahora. En Madrid no se habla de otra cosa que de la invasión de polillas, ahora llamadas «Mariposas Gamma» como para darle más empaque al polillismo, cosas de los entomólogos. Estos días en Madrid una abre una ventana y entra una polilla gamma, abre un armario y salen dos polillas probándose un abrigo tres cuartos, mirándose de soslayo en el espejo. Se ve que los bichos en cuestión vienen de África migrando hacia tierras más frías y han parado en Madrid a tomar vermouth y visitar la Feria del Libro. Las polillas gamma, por lo que se ve amantes del cine Dogma, prefieren pasar el verano en Escandinavia, que se está más fresco. Lejos quedan los tiempos en que las suecas venían en verano a España; ahora el cambio climático y la crisis hacen que sean los bichos sureños los que se vayan al Norte a descansar. Un dato a resaltar: la última vez que hubo una invasión polillera como ésta fue el verano en que el Atleti ganó el Doblete. Entonces se achacó a que hacía tanto tiempo que no salían banderas rojiblancas a la calle que con ellas salieron todas las polillas de los armarios. Esta vez, dado que esa excusa ya no vale, pensamos que quizás los uruguayos del equipo hayan pedido la ayuda sobrenatural de aquel fino delantero centro, Polilla Da Silva, azote de porteros. Adiós, muchachas. Llamad cuando lleguéis.

‘Braveheart’ y ‘Mujercitas’ - Salvador Sostres



‘Braveheart’ y ‘Mujercitas’ - Salvador Sostres
Artur Mas capituló el martes anunciando que piensa agotar la legislatura, convoque o no convoque su consulta, dejando claro de este modo que no piensa convocarla, porque todo el mundo sabe que, después de un referendo secesionista, o declaras la independencia en caso de ganarlo, o dimites y convocas elecciones en caso de perderlo. Mas certificó el martes que ha fracasado y que ni él se toma ya en serio su propio proyecto.
No podrá Mas, en esta ocasión, practicar su habitual victimismo, que es el refugio de los mediocres, para culpar a España de su fracaso. El Gobierno no ha hecho nada que haya ido más allá de expresar su oposición al proceso. Aunque la aparente pasividad de Rajoy haya desesperado a muchos, su discreción ha sido crucial para provocar el fracaso del actual líder convergente, que se maneja mucho mejor sobrerreaccionando ante las supuestas ofensas de sus adversarios que siendo capaz de construir un proyecto valiente y sólido.
Mas ha fracasado en todo lo que ha intentado: le perpetraron dos tripartitos y, cuando por fin gobernó, no pudo hacerlo con mayoría absoluta. Durante sus años de oposición, condenó a los catalanes a un Estatut extravagante, rocambolesco y absurdo por culpa de haberlo laminado con Zapatero a cambio de que le facilitara llegar a ser presidente de la Generalitat, cosa que Zapatero, lógicamente, no cumplió, en una demostración más de su escaso sentido del honor y del poco valor que tuvo siempre su palabra.
Luego confundió una manifestación francamente multitudinaria con todo un pueblo y convocó elecciones anticipadas llevándose un monumental batacazo. Ahora se rinde antes de que la batalla haya comenzado.
Esto no significa que el independentismo haya muerto, ni que los independentistas hayan desistido. Esto tampoco significa que la independencia sea una opción ilegítima o necesariamente perdedora. Lo que significa es que la pasión no puede sustituir a la inteligencia y que, para conseguir lo que te propones, no basta con creer que tienes razón, sino que hay que ganar. Sin una articulación política madura, el catalanismo no hará nunca nada y dice muy poco de la sensatez de un pueblo seguir como ratoncillos acríticos y moralmente invertebrados al primer tarado que enarbola una estelada.
Antes de reclamar algo a los demás, y esto sirve para el independentismo y sirve para todo y todos, tenemos que estar seguros de que nosotros hemos recorrido nuestra parte del camino y que estamos a la altura de lo que exigimos. Antes de quejarnos, tenemos que asegurarnos de que somos mejores que lo que denunciamos. Hay que pagar siempre un precio y Mas se ha doblegado a la primera dificultad. Para conseguir la libertad de un pueblo no siempre es indispensable morir, pero es imprescindible estar dispuesto a ello. Mas se ha rendido porque el Estado le ha prohibido hacer su consulta, como si no lo supiera desde el principio. Estoy harto de estos Bravehearts de pacotilla que, al final, resulta que sólo son personajes secundarios de Mujercitas.
La mediocridad sólo conduce a la mediocridad, por mucho que la euforia te haga creer tan cerca de la gesta. Sin calidad sólo hay derrota y miseria. Nada es posible sin pagar el precio y sin inteligencia.

Apple stop - Arcadi Espada



Apple stop - Arcadi Espada
Querido J:
El último evento de Apple (convoca tres o cuatro por año en los que presenta las novedades de cacharros y programas) llegó en un momento de incertidumbre para la compañía. Su gurú, Steve Jobs, lleva casi dos años muerto. Las acciones han bajado de modo notable. Los graves errores de sus mapas la llevaron a un inexplorado territorio del ridículo, provocando movimientos traumáticos en la cúpula. Y Samsung y Google le están planteando por vez primera una competencia eficaz y feroz. El evento del lunes, aún rodeado de la habitual publicidad gratuita que la marca ha sabido desarrollar de modo incomparable, se anunció bajo el signo del software. Nada de nuevos teléfonos, tabletas u ordenadores. Sólo instrucciones nuevas. El presagio era bueno. Salvo los ordenadores, que necesitan incorporar de algún modo –difícil– el diálogo táctil; y salvo su siempre anunciada y aplazada entrada en la fabricación de televisores, el hardware de Apple es, por así decirlo, suficiente. Evidentemente, sus dispositivos podrán adelgazar, hacerse más nítidos y cubrir un amplio capricho de tamaños; pero hasta el desarrollo de las pantallas flexibles, o de cualquier otro ingenio comparable, la cacharrería no podrá ofrecer sorpresas tan radicales como aquel pellizco en el cristal que cambió el modo de ver ¡y de ser visto!
Las máquinas de Apple, y para qué hablar de las otras, subsidiarias, están por encima de la inteligencia que las hace funcionar y las aprovecha. Como tú, yo con esas máquinas leo, escribo y fotografío, y a eso voy a referirme. Naturalmente que la pantalla del iPad debe mejorar a la luz del día y hacer homogénea su iluminación en interiores. Naturalmente que el teclado y el zoom de la cámara son los que son. Pero las limitaciones se hacen intolerables cuando afectan al manejo de los libros, de los textos y de las fotografías que la máquina contiene. Es difícilmente creíble que habiéndose inventado el libro electrónico, uno no pueda buscar una palabra en el conjunto de su biblioteca; que no pueda manejar los créditos de un documento (título, autor, palabras claves, etc.) en el mismo aparato donde lo lee; o que en la tienda de libros, creada a imagen y semejanza de la Apple Store, cuyo aspecto de tómbola y organización de bazar chino es una afrenta ya célebre, sea imposible, por ejemplo, buscar racionalmente libros por idiomas. Eso por referirme a aspectos funcionales inmediatos. Por no referirme, por ejemplo, a que Apple no ofrezca películas en versión original con subtítulos ni haya firmado todavía un acuerdo con la New York Review of Books para que sus reseñas formen parte de la iBookstore. O, ya subiéndome a las alturas, por no aludir al aspecto, puramente fotocopiado, que ofrece su quiosco. Poco antes de morirse, dijo Steve Jobs que no quería una nación de blogueros. Bien está. Pero el movimiento se demuestra andando. No veo que los legendarios ingenieros de Apple se hayan puesto a trabajar con periodistas en el diseño y producción del periódico de nuestro tiempo.
Eso en cuanto a lo que leo. Escribir es otro sufrimiento. Apple tiene un programa de tratamiento de texto, el llamado Pages, que es lo que su desdichado icono indica: un anacrónico tintero con plumilla que mancha. Baste decir que es aún más pesado, más elefantiásico, más torpe, más confuso y más inútil que Word. Que Apple no haya dotado sus ordenadores, y sobre todo, a sus tabletas de algo parecido al simple lienzo blanco de IA Writer (sus virtudes son los innumerables defectos de Pages: pero sus limitaciones son excesivas) es prueba demasiado tajante de su incuria. Y en este punto, por piedad, evitaré referirme a su iBooks Author, ese programa que la compañía sacó hace tiempo con la noble finalidad de que cualquiera pudiera hacer libros electrónicos. En fin... No es que ni siquiera un programa llamado de libros electrónicos sea capaz de programar que se abra una ventana al clicar sobre una palabra (una entre las mil y una de sus limitaciones: basta compararlo con The Atavist); es que ni siquiera pueden hacerse libros. Como en el caso de los periódicos, tampoco veo a los ingenieros de Apple trabajando con las editoriales. No veo, en fin, esa necesaria alianza, ¡histórica!, entre las soluciones y los problemas, esa dura y fértil negociación que todo escritor mantiene con su maquetista. Quedan las fotos. Para los que hemos tirado de carrete es inverosímil que un rectángulo de vidrio pueda fotografiar como lo hace. Ahora bien: respecto a su orden y catalogación, estamos como con aquellas esquineras adhesivas, tan morosas. Lo cierto es que este lunes Apple susurró a sus monaguillos que iba a dar señales inequívocas de la renovación de su inteligencia. Cuando acabó la llamada keynote, los impúberes empezaron a dar saltitos y palmas, mientras gritaban ¡Ive, Ive!, por un John Ive que dicen ha renovado el diseño del sistema operativo de los ordenadores y, sobre todo, de los aparatos móviles. Los impúberes no han aprendido aún que el diseño de las cosas son las cosas, como ejemplifica tan bellamente el caso de Rafael Marquina, muerto esta semana, y autor de una aceitera para contener y verter el aceite sin mancha. Lo cierto es que la gran novedad de la siempre pomposamente llamada conferencia de desarrolladores de Apple ha sido la renovación de la paleta (ahora pastelera) de colores del sistema operativo, con una nada desdeñable adición de transparencias, gasas y tutús. Es verdad que parece en trance de desaparición el hórrido skeumorfismo, más cursi e injertado que una nectarina, porque las desdichas nunca son completas. Pero la puerilización general del nuevo aspecto de Apple es un hecho indiscutible, y un símbolo inquietante cuando se combina con la ausencia de noticias de renovación potentes sobre las cuestiones que te he reseñado más arriba –y que son sólo algunas de las cuestiones–. Ahora bien. Sí han anunciado, con grandes tambores, que Siri tendrá voz de hombre. Una decisión comprensible. Era muy incorrecto que un robot dotado de esa paupérrima inteligencia (aunque comilón de energía... ¡como tonto!) tuviera sólo voz de mujer.
A mí, como comprenderás y aunque sea cliente, que Apple se pare me trae más o menos sin cuidado. Pero es que su estancamiento es sospecha fundada del Estancamiento.
Sigue con salud.
A.
«El estancamiento de la compañía es sospecha fundada del Estancamiento»

sábado, 15 de junio de 2013

La Feria - Raúl del Pozo



La Feria - Raúl del Pozo
La Feria del Libro es muy importante, más que aquellas en las que los cartujos vendían yeguas de raza. Este mercadillo del ingenio y la vanidad congrega a príncipes, concejales y gente que muchas veces se va con las bolsas de plástico llenas de aire.
No todos los autores escriben por vanidad, algunos escriben para vivir, cuando por fin descubren que la egolatría es el principal género literario y que los lectores admiran sobre todo los pensamientos que coinciden con los de ellos mismos. Alguien tendría que investigar la diabólica relación entre autor y lector, y la voracidad con que consumen ediciones de pronto, inesperadamente, de un libro. Camilo José Cela veía ése como un hecho misterioso e ignoraba las causas de la delectación o el rechazo. Pascal, ludópata antes que filósofo, aconsejaba a los escritores que no pensaran tanto en sí mismos y no provocaran al lector porque el lector suele tener tanto ego como el escritor.
Cuando estás en una caseta como el niño que vende naranjas en una autopista o la pantera en una jaula de Ámsterdam, puedes ver cómo pasan algunos visitantes increpándote con la mirada mientras se dirigen, orgullosamente, a que les firme un libro el que está al otro lado de la caseta. No es paranoia, es real. Por eso es casi un placer no tener libro en la mesa de novedades; así la editorial te pondrá a hacer la carrera con el título que te ha premiado después de pactarlo con un jurado de pega o atrezo. En la feria se trabaja de dependiente para tu editor, para tu representante, y sólo envían taxis y flores a los best y a los shares. La feria son unos ejercicios espirituales sobre la vanidad, bajo los árboles, entre mujeres que leen la mano.
Me han contado que algunos escritores de culto han sido aplastados por Revilla y por la madre de Jesulín. Vete tú a contarles a estos príncipes de las letras que los libros más vendidos de la Historia, a excepción de El Quijote y algunos relatos piadosos, fueron los anuarios de Hacienda, los almanaques y los libros de cocina.
A mí me hubiera gustado ser un best seller, pero exigiendo a los editores que no me llevaran al Retiro como a los monos, aunque tuviera que olvidar la fuente pura de la prosa y sin llegar a la audacia de relatar el lobby gay del Vaticano, lo cual resultaría un trabajo de riesgo.
Un best seller, qué sueño, aunque dijera Borges que en su época no había best sellers y así no podían prostituirse los escritores. «De mi libro Historia de la infamia–escribe– vendí 37 ejemplares en un año. Podía imaginar mis 37 lectores. Pero 5.000, 10.000 son ya la abstracción, la nada».

viernes, 14 de junio de 2013



Las debilidades de un sistema de reparto - José T. Raga
Las debilidades de un sistema de reparto son varias, quizá por eso no está permitido dicho sistema en el aseguramiento privado, de donde no puede inferirse que cuando se trata de pensiones públicas la debilidad natural se convierta, por el hecho de lo público, en fortaleza.
La debilidad fundamental es la dependencia de los ingresos presentes para satisfacer derechos que se han adquirido a lo largo de muchos años de contribución al sistema. Es evidente que en momentos de crisis y de bajo empleo –situación actual–, las insuficiencias financieras se hacen presentes, poniendo en peligro el buen fin del derecho adquirido.
El sistema se ha venido desarrollando como si las condiciones de referencia hubieran permanecido constantes. Apenas pequeños retoques: número mínimo de años de cotización para tener derecho a la pensión máxima, número de años a considerar para determinar la base reguladora para el cálculo de la pensión, y poco más.
La edad de jubilación para la pensión máxima –supuestos cumplidos los demás requisitos– en los sesenta y cinco años teóricos ha sido considerada un logro social, que ahora puede convertirse en el enterrador del propio sistema. Desde que nos vanagloriábamos de estos logros –principios de los ochenta– hasta el día de hoy, la esperanza de vida media de la población española se ha elevado en más de veinte años –sólo en los últimos trece años, del 2000 al 2012, ha pasado de 75,8 años a 81,6 años–. Por ello, si el jubilado medio nacido en el año 2000 esperaba percibir diez años de pensión hasta el momento de su muerte, quien se jubile habiendo nacido en 2012 esperará ser pensionista durante más de diecisiete años, con lo que las cuentas, pronto o tarde, no cuadrarán.
En este sentido, estaría más que justificada la fijación de la edad de jubilación en relación con la esperanza de vida, pues es más complejo y de peores consecuencias económicas incrementar las cotizaciones para financiar el incremento de gasto en prestaciones, pues éste estaba pensando para una esperanza de vida claramente inferior de la que hoy goza la población española. Pero eso de alargar la vida activa parece que no produce entusiasmo en un país en el que el nirvana se consigue con la holganza.

Naturalmente, si a esto añadimos la disminución de la natalidad, que ha convertido la pirámide de edades en un cilindro ligeramente abombado por el centro, y con una tasa de desempleo del 26%, se comprenderá cuál es el problema al que nos enfrentamos.
La naturaleza de la cotización no es la de un impuesto, sino la de un precio para adquirir el derecho a una prestación futura; es decir, lo que en el aseguramiento privado llamamos prima. Dado que el Estado es el garante y que como administrador ha sido, al menos, negligente en reformar a tiempo el sistema, recórtense las prebendas y respétense los derechos. Vamos, es como yo lo veo.

La ITV de Messi - Pedro Narváez


La ITV de Messi - Pedro Narváez

Messi nos da una idea de lo barata que está la carne de político. La prueba es que nadie en público le llama sinvergüenza, como ya le habrían gritado si en vez de en el banquillo estuviera en la bancada. Al cabo, su presunto delito es más de lo mismo. Por menos de lo que la Fiscalía dice que ha defraudado, a un alcalde lo empalan al estilo Vlad III, más conocido como Drácula. No es que defienda a los impresentables ni a los chorizos o a las butifarras caviar, pero si la Justicia es igual para todos, no lo es el cariño, que no puede comprarse en un telediario, sobre todo si es de TV3. Los héroes erran mientras consigan el pañuelo de la amada, que es la afición, ya desvirgada pero aún en celo. Messi, el ángel de la Masía, no sólo habla catalán en la intimidad, que es como si uno supiera ruso y en una cumbre con Putin sólo lo utilizara para hacer pis, sino que ha aprendido rápido las costumbres de las élites que lo encumbraron como el dios de la nueva patria que posa con la camiseta de la «senyera». Un argentino antes que un español, porque ya se sabe que en el Río de la Plata nos llaman cosas que no se atrevería a soñar Tardà. Pujol padre asegura que sus hijos tienen su propia vida y Messi hijo no sabe qué hizo su padre con tanto dinero. Los que toman los colores del Barça como la bandera de su delirio, tan proclives a faltar, optaron ayer por un silencio de hospital. Cosas de familia. El astro tendrá que pasar ahora la ITV de la moralidad y entrenar para parecer un chico honesto además de un genio, que es donde le saca cuatro penaltis a Oriol Pujol. Sólo queda que el rey se quede desnudo porque la pareja de diseñadores italianos que le pagan los calzoncillos también están acusados de sisar al fisco. No vale marcar paquete cuando Hacienda tiene las pelotas en su córner, con todos los puntos para ganar la Liga.

miércoles, 12 de junio de 2013

Chochines y chochitos - Alfonso Ussía



Chochines y chochitos - Alfonso Ussía

El concejal del Bloque Nacionalista Gallego de Cambados, provincia de Pontevedra, de siempre ha sido reconocido en su tierra por su ingenio y elegancia. Se titula el hombre «Xaquín» Charlín, apellido éste que me suena en demasía. Don «Xaquín» –me temo que se traduce por «Joaquín»–, es un político muy exigente con las facturas de los ginecólogos. El caso es que ha sabido que el ginecólogo de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, le ha cobrado a ésta por sus servicios 40.000 euros, y ni corto ni perezoso, empujado por su culta ironía, ha manifestado que doña Soraya tiene un «chochito de oro». Las feministas, como es de esperar, más calladas que un berberecho de las Rías Bajas porque la Soraya ridiculizada no es la suya.
Don «Xaquín» se siente feliz y orgulloso con su hallazgo semántico, y se ha justificado en su ironía, porque le han enseñado desde niño que la ironía consiste en eso. No tiene culpa. Y ha cerrado sus declaraciones con un contundente «yo soy así». Es decir, así de grosero, así de procaz y así de penco. Una lástima que don «Xaquín» ignore los conocimientos más básicos de la ornitología, porque si en lugar de «chochito de oro» se hubiera decantado por «chochín de oro» tendría más amplio margen para justificar su cochinada machista.
El chochín, como don «Xaquín» ignora –y rima en consonante con «Xaquín» y Charlín–, es una preciosa ave de pequeño tamaño de la familia de los troglodítidos. Su denominación latina es como la de Baden-Baden en su topónimo, es decir, «troglodytes troglodytes», o lo que es igual, un «troglodytes» sin ningún tipo de prudencia. El chochín es pequeño, como doña Soraya, y de cuerpo rechonchillo, como el de doña Soraya, y vive en los bosques, espesuras y jardines de toda España.
De haber dicho el concejal nacionalista que doña Soraya es un «chochín de oro», ornitológicamente podría haber acudido al ámbito de la ironía, pero por desgracia, don «Xaquín» es de los que confunden los chochines con las cigüeñas, que algo habrán contribuído las segundas en el aumento de la factura del ginecólogo con resultado positivo, porque doña Soraya dio a luz a un precioso niño. Pero no. La ornitología o la simple y sencilla contemplación del movimiento aéreo de los jardines de Cambados no van con don «Xaquín». Y para insultar o menospreciar a doña Soraya ha optado por el concepto «chochito», que además de una mendaz fórmula machista es de una zafiedad y ordinariez sólo pronunciable por un ciudadano manifiestamente inferior. No especifico inferior a qué, porque don «Xaquín» lo sabrá y nunca me ha gustado adentrarme en intimidades. Se advierte también que el concejal no ha leído a nuestros clásicos del Siglo de Oro ni a los del siglo XX, porque si a don Francisco de Quevedo, don Luis de Góngora, don Miguel de Cervantes, o en la modernidad contemporánea, a su paisano don Camilo José Cela, se les hubiera caído un objeto pesado sobre un pie, no habrían desalojado el desahogo del dolor con un «¡Chochito!», sino con un «¡Coño!» mondo y lirondo que actúa de calmante por su clásica contundencia. Lo de «chochito» puede ser incluso una cursilería, como el pompis, que deja de serlo a los siete meses de edad para convertirse, ya definitivamente, en un culo.
Pero con independencia de estas auroras boreales, lo que hay que defender es una cuestión de ética y estética. La ironía jamás ha sido patrimonio de los groseros y los sandios.

domingo, 9 de junio de 2013

Fármacos, represión y control - Mónica Müller



Fármacos, represión y control - Mónica Müller
La autora en el libro Pandemia. Los secretos de una relación peligrosa: humanos, virus y laboratorios (editorial Sudamericana, 2009) relaciona el virus A (N1H1) con la famosa y letal Gripe Española de 1918 que fue provocada por un virus precursor del actual. Los síntomas, el mecanismo por el que mata, las lesiones que muestran las autopsias son idénticos en 1918 y 2009. Entonces hubo una primera ola benigna y una segunda que causó entre 30 y 100 millones de muertes en ocho meses. ¿Cómo saber si también esta vez habrá una segunda ola letal? Mónica Müller con un estilo apasionante y el rigor de una especialista devela una historia silenciada durante más de noventa años. Analiza los paralelos con el presente y echa luz sobre las zonas oscuras de la poderosa industria de los fármacos que hoy esta siendo investigada bajo acusaciones de escándalo. El presente texto fue elegido por la autora para ser publicado por la revista Topía. 

Nuestra relación con el universo microscópico es una historia de guerras. El estado de antagonismo permanente contra lo invisible y la producción de armas nuevas contra cada amenaza son característicos de la idea que los humanos tenemos de nuestra posición en el mundo. La industria farmacéutica lleva ese concepto a su punto máximo cuando promete para cada mal un remedio y presenta los hechos naturales y las etapas biológicas como enfermedades.
El hábito ya naturalizado de tomar una droga química contra cada síntoma es la consecuencia directa de esa forma de entender la salud y la enfermedad. El uso de antitérmicos es un claro ejemplo. La fiebre es un mecanismo de defensa muy ingenioso: si no existiera habría que crearla y su inventor entraría con honores a la historia de la medicina. La temperatura corporal elevada inhibe el crecimiento y la reproducción de organismos infecciosos y es la protagonista principal de una delicada cascada de reacciones inmunitarias que incluye la liberación de agentes antitumorales. A los virus se les complica la vida cuando la sangre supera los 38 grados; su fantástica capacidad de replicación se hace lenta hasta que quedan desactivados. La fiebre no es una enfermedad. La fiebre cura. Entonces ¿por qué los médicos recetan antitérmicos en forma rutinaria? Un residente de un hospital respondió con una honestidad desarmante: -Porque existen. ¿Y por qué los pacientes toman antitérmicos en cuanto su temperatura sube más allá de los 38 grados? Porque los médicos los recetan.
En nuestro mundo atravesado por la pulsión de consumir, la publicidad no respeta nada. Los fármacos son objeto de deseo tanto como los vestidos y los relojes. Hay drogas que quedan bien y otras que son demodées o poco elegantes, y muchas veces el único límite para tomarlas es la capacidad económica para comprarlas. Nadie quiere el antidepresivo que se tomaba hace diez años. Todos quieren el de Melanie Griffith, que acaba de ser lanzado en Estados Unidos y cuesta 100 dólares la caja.
Cuando un argentino tiene dolor de garganta o está resfriado va a la farmacia, elige al azar o por consejo del farmacéutico un antibiótico y lo toma como le parece. En lugar de comprar veinte comprimidos compra cinco porque no le alcanza la plata, o en lugar de tomarlo siete días lo toma dos porque enseguida se siente bien (no porque el antibiótico ya haya actuado sino porque la enfermedad concluyó su curso natural). Los farmacéuticos cuentan que muchos clientes piden “déme un antibiótico bien fuerte” o “déme el mejor, aunque sea más caro” como si estuvieran comprando un buen par de botas de trekking. No saben que no existe un antibiótico mejor ni uno fuerte, sino uno específico para cada caso. Sin saberlo, están favoreciendo la creación de una cepa bacteriana super resistente a todos los antibióticos conocidos, lo que pone en peligro su propia inmunidad y por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano. Pero esos pacientes no son responsables: creen en lo que su médico les dice y en lo que la publicidad les muestra como un valor confiable. Su médico muchas veces les indica un antibiótico cuando no es necesario, y los comerciales de televisión les aseguran que pueden volver hoy mismo al trabajo aunque estén con gripe, y tener mayor vitalidad, mejor humor y rendir más tomando determinadas drogas. Dos tabletas de aspirina, es la receta que los protagonistas de unos comerciales de TV dan para combatir el cansancio o el abatimiento. Una sola tableta de 500 mg. altera la coagulación de la sangre durante siete días y puede producir hemorragias gástricas. Y 1000 mg. no hacen más efecto que 500. Sólo duplican el riesgo de tener un grave accidente hemorrágico y las ganancias del laboratorio.
Todos los días alguien cuenta que por indicación médica está tomando amoxicilina por un catarro bronquial o un dolor de garganta. ¿Le hicieron un test rápido para saber si la causa era bacteriana o viral? ¿El catarro tenía una evolución sospechosa, o era la secuela natural de un resfrío que se resolvería tosiendo y expectorando durante una semana? 
-Me lo dieron por si acaso- es la respuesta más frecuente.
En el primer año de la carrera de medicina, a lo sumo en el segundo si uno es muy distraído, se aprende que las enfermedades virales no se tratan con antibióticos. En cualquier caso es poco probable que alguien se gradúe sin enterarse. Para alentarnos a afrontar el arduo plan de estudios, un profesor de anatomía nos decía que si uno deja un ladrillo en la puerta de la Facultad de Medicina y seis años después lo retira, se lleva un médico. Con seguridad, aún ese médico estaría al tanto de la diferente terapéutica que requiere un cuadro viral y uno bacteriano. Sin embargo, esas indicaciones absurdas son la rutina diaria en guardias, consultorios y clínicas privadas y hospitales públicos. Y son posibles porque el sistema de salud las consiente con la aprobación o el silencio.
La venta libre de antibióticos es un mensaje tanto para los pacientes como para los profesionales. Si cualquiera puede tomar el que en otra oportunidad le recetó un médico simpático o el que tomó una amiga que sabe mucho de medicina ¿qué le impide al médico recetarle uno a un paciente que no lo necesita?
Los corticoides son otra familia de drogas salvadoras que se indican en forma superflua y abusiva y en consecuencia los pacientes utilizan a la ligera. Son recursos milagrosos frente a reacciones alérgicas inflamatorias que pueden comprometer la vida, pero para hacer su efecto supresor ponen al organismo en estado de alarma. Si a uno lo corre un león las glándulas suprarrenales segregan adrenalina, un corticoide natural poderoso que sale al torrente sanguíneo para llegar a todos los órganos y tejidos y poner en suspenso una serie de funciones poco importantes para dar lugar a otras imprescindibles en esa coyuntura. La inflamación que las células experimentan como respuesta a una agresión desaparece en segundos. La sangre afluye a los músculos en cantidad suficiente para que tengan fuerza para correr en sentido contrario a donde está el león y los bronquios se abren para que no falte oxígeno en esa carrera desesperada. Por eso son potentes broncodilatadores. Pero tomarlos en forma crónica pone al organismo en un estado de alarma permanente, como si todo el día y todos los días lo estuviera corriendo un león. Alteraciones de la inmunidad, osteoporosis, destrucción del cartílago de crecimiento en los chicos, acumulación anormal de grasa corporal, estrías cutáneas y alteraciones psíquicas son algunos de sus efectos secundarios que aparecen con el uso masivo o continuado. Sin embargo, muchos médicos los indican en forma automática por una inflamación de la garganta, una otitis o la extracción de una muela, cuando una articulación se inflama por una torcedura o cuando un músculo duele por una contractura. Los deportistas profesionales reciben con frecuencia corticoides inyectados en el punto de la inflamación para que puedan volver a salir a la cancha o al ring como si no estuvieran lesionados. Para las empresas comerciales el dolor no es el mensaje de auxilio de un tejido que sufre y necesita reposo, sino un obstáculo para el cumplimiento de un contrato.
Bien mirado, casi todo nuestro vademécum oficial está compuesto por drogas anti-cualquier reacción defensivadel organismo. La tos, que expulsa hacia el exterior partículas que de otra manera podrían llegar a los pulmones, es un síntoma temible que hay que conjurar por cualquier medio. Una diarrea o un vómito, mecanismos autolimpiantes liberadores de toxinas, una manchita roja en la piel o mocos verdes en la nariz merecen un llamado de urgencia al médico y el pedido de una receta que “corte” el síntoma. Si el médico está de vacaciones la solución está en la farmacia, donde le venden a elección y sin receta antibióticos, antihistamínicos, antitusivos, analgésicos, corticoides o antiinflamatorios, lo que el cliente pida.
La pasión creciente por las drogas es un fenómeno mundial motorizado por el marketing especializado, pero en la Argentina parece estar tomando un ritmo enfermizo. Entre 2002 y 2008 el consumo pasó de siete a trece unidades (cajas o blisters) por persona.[1]
Nadie le da tiempo a su inmunidad para que pelee y salga fortalecida del encuentro con un microbio. Y nadie tolera sentirse cansado, dolorido, débil o triste. La tristeza, sobre todo, goza de muy mala fama. La vulgarización de términos provocada por un exceso de psicoterapias pret à porter hace que se la llame depresión aunque uno tenga buenos motivos para estar triste. En consecuencia se la trata como a una enfermedad, sacudiéndole dos o tres fármacos a la vez para inhibir sus desagradables síntomas: el llanto, la queja, la falta de deseo y la reflexión penosa.
Desde hace más de veinte años el casal argentino psicóloga-psiquiatra canta siempre la misma letra con independencia del paciente que tenga en el diván: un antidepresivo + un ansiolítico. Sólo las drogas y las marcas cambian cada año según los nuevos lanzamientos de la industria. Lo que antes era fluoxetina ahora es venlafaxina. Lo que antes era bromazepam ahora es clonazepam. Lo que antes era trabajo psicoanalítico arduo, interesante y profundo ahora es un service superficial para suprimir esas odiosas lágrimas que nadie quiere ver.
En algún punto del tratamiento la psicóloga, que como las azafatas casi siempre es mujer, deriva al paciente a su coequiper psiquiatra, que como los comisarios de a bordo casi siempre es hombre. El diagnóstico y la terapéutica serán siempre los mismos: “usted está deprimido y ansioso; va a tomar esto y esto durante unos años para aprovechar mejor su terapia”.
No hay evidencias de que la tasa de suicidios haya disminuido desde que se generalizó y se multiplicó en forma geométrica el uso de antidepresivos. Las estadísticas mundiales son contradictorias y cada una relativiza a la siguiente. Lo único seguro es que en los dos últimos años en los Estados Unidos hubo un alarmante aumento de casos entre los niños y los púberes y también entre los soldados que vuelven de llevar la democracia al mundo bárbaro, aunque en general son puestos bajo tratamiento psiquiátrico desde el momento mismo en que vuelven a pisar la tierra donde nacieron. Es comprensible: el suicidio puede ser un alivio en los países donde rige la prohibición de estar triste.
Estuve en Nueva York en noviembre de 2001, un mes y medio después del atentado contra las Torres Gemelas. Por toda la ciudad había altares espontáneos con retratos de personas desaparecidas, flores, poemas, mensajes desgarradores y esperanzadas sartas de grullas de origami. Dos estaciones de subterráneo estaban clausuradas, aplastadas por los escombros y atravesadas de arriba a abajo como brochettes por vigas de hierro. Las primeras planas de los diarios anunciaban el inminente apresamiento de Bin Laden con títulos de Play Station en tamaño catástrofe: “Bin Laden is on the run!” “We got him!”. A cinco cuadras a la redonda del lugar donde habían estado las torres flotaba un olor fuerte a caballo muerto. Debajo de los escombros todavía quedaban más de mil cadáveres descomponiéndose. Dos veces por día camiones hidrantes rociaban los despojos con líquidos desinfectantes. Por las ratas, me explicaron mis amigos. Compré una cámara de fotos en un local a 100 metros de las torres. Desde el segundo piso se veía el interior de algunas oficinas: cortinas blancas flameando por fuera de las ventanas descalabradas, un escritorio intacto de diseño exquisito; frente a él dos sillas del mismo juego volcadas, papeles volando y planeando hacia la calle. Cuando quise probar la cámara me advirtieron que estaba prohibido hacer tomas de las ruinas.
La gente parecía activa y sonriente como siempre. Bush indicó con tono enérgico: “¡Ahora hay que consumir, consumir, consumir!” Los locutores de radio de voz estentórea instaban a salir y comprar como si nada hubiera sucedido: -Pass and move on! –repetían como un mantra capaz de convencer de que no había pasado nada y la vida continuaba. Le pregunté a mi amigo neoyorkino más sensible si podía dormir, si no estaba asustado, impresionado o angustiado. Me contestó que no era hora de lamentarse. Para los americanos era hora de trabajar y producir, no de llorar. Ante esa respuesta tardé un poco en hacerle mi segunda pregunta de sudaca sensiblera. Por fin me animé y sin vacilar me aseguró que no, que no sentía olor a caballo ni a ningún otro animal muerto a quinientos metros alrededor de las torres.
Esta experiencia es un indicio pero no permite afirmar que el delito de estar triste sea un invento estadounidense. Cuando en agosto de 2000 el submarino nuclear ruso Kursk se averió y quedó encallado en el fondo del mar de Barents con 118 marineros a bordo, las cámaras de televisión se demoraron filmando a las madres de los tripulantes mientras miraban el punto en el agua donde a 108 metros de profundidad sus hijos vivían sus últimas horas en lenta agonía. Una de ellas, llorando desesperada, increpó a los responsables del martirio de su hijo. Un brazo masculino con uniforme azul y entorchados dorados apareció de la nada y la sujetó mientras una enfermera le clavaba una jeringa y le inyectaba un sedante. Dos segundos después la mujer cayó inconciente y una ambulancia se la llevó fuera del alcance de las cámaras.
La pena y la ira, como la vejez y la muerte, se han transformado en espectáculos bochornosos que nadie quiere presenciar. Los fármacos para disimularlos, neutralizarlos y controlarlos son un bien tan valorado en nuestra civilización que casi nadie sabe vivir sin ellos.