domingo, 18 de agosto de 2013

Una fábula de esopo - Fernando Sánchez Dragó



Una fábula de esopo - Fernando Sánchez Dragó
UNOS TANTO y otros tan poco. Leí el miércoles que una empresa surcoreana ha decidido poner dodotis a sus empleados para que no conviertan el horario laboral en un queso de gruyère yendo y viniendo del tajo al váter. No doy excesivo crédito a la noticia, chusca a más no poder, pero cuando el río suena... En Japón trabaja la gente, por gusto y sin retribución alguna, muchas más horas de las que estipulan sus contratos y a nadie se le ocurre tomar más de cinco días de vacaciones al año. Los chinos, ni les cuento. Los norteamericanos gozan (pues gozo es para su nivel de vida) de despido libre, una box para almorzar in situ y un par de semanitas de holganza, como mucho, entre el 1 de enero y el 31 de diciembre. A los alemanes les quitan el móvil al llegar al curro para que no charlen con las novias y los amigotes. Es –todo lo dicho– un estilo de vida. Aquí, en España, llega agosto (y aunque no llegue, porque todo el año es carnaval, como dijo Larra), y las playas se llenan mientras las ciudades se vacían, las tiendas echan el cierre, los funcionarios sestean, las carreteras se colapsan, los políticos practican el senderismo, los grifos de cerveza de los bares no dan abasto, las discotecas parecen vagones de metro en hora punta, el mar se esconde bajo una aceitosa capa de filtros solares, los telediarios entrevistan a señores con michelines y señoras con celulitis que nos informan acerca de lo fresquita que está el agua, los jóvenes aúllan frente a las cámaras como las huestes de Caballo Loco alrededor del campamento del general Custer y el país –¡durante todo un mes, al que luego se sumarán los fines de semana (que empiezan el viernes a mediodía y terminan el lunes a las tres de la tarde), las navidades, la pascua, los puentes, las vacaciones blancas, las fiestas patronales, las bajas por el síndrome postvacacional, las depres de los trabajadores, el cafelito de media mañana y los cigarritos cada veinte minutos!– se transforma, para desesperación de la Merkel, en un continuo jijí, en un constante jajá, en un programa de telecirco, en unas manitas de mus, en una hilera de tumbonas... Muy bien. Es otro estilo de vida. En su derecho están las cigarras a cantar cuanto quieran, pero con una condición: que no se quejen, que no pidan limosna, que se resignen en vez de indignarse... ¿Cómo diablos van a salir de la crisis si a lo único que aspiran es a irse de vacaciones?