martes, 20 de agosto de 2013

El Holocausto - José Luis Alvite

El Holocausto - José Luis Alvite

No conviene dejarse llevar por el pesimismo. Una vez que lo hice acabé en el diván del siquiatra comiendo turrón de ansiolíticos. Juraría que fueron los días más terribles de mi existencia. Quería recuperar mis ilusiones pero no podía. Mi sueño recurrente era soñar que era insomne. No le veía sentido a mi vida. Revisados ahora, mis textos de entonces parecen escritos con el bombo de la lotería. Estaba desesperado. Me abrumaba la sensación de haberme mudado a un piso que daba al interior de otro piso. Lo más consistente de mi maldita cabeza era la foto del carné. Se me ocurrió pensar que un tipo así sólo podría suicidarse disparándose en la cabeza una bala anticaspa. Leía con la luz de la nevera y bebía leche gris. Una fulana con la que compartí algunos de aquellos días cocinaba a veces para mí y como era muy realista, me decía "cómete eso antes de que cicatrice". Había tanta mierda en la vajilla que un día le sugerí que probásemos a limpiarla con goma de borrar. ¡Joder!, parecía la loza del Holocausto. ¡Buena chica! ¡Excitante mujer! Recuerdo que al andar le blasfemaban las medias en la becerrada de sus muslos. En cama era un soplete. Sudaba guiso de jibia. Por la mañana el catre parecía un accidente de aviación. Me olía a pies la pasta de dientes. No sabría cómo explicarlo pero el caso es que iluminó mi vida en los peores momentos de mi existencia, aunque recuerdo que durante la cena siempre me dio la surrealista sensación de que aspiraba inútilmente a ser una refinada mujer del mundo, una de esas mujeres que fueron a Harvard para aprender que es de mal gusto comer con la boca llena. Fue ella quien una madrugada me dijo: "Tienes que centrarte, cielo. El aire no tiene aceras". Fue como escucharle a Rocío Jurado una copla de Leibniz. No hice caso. La subestimé. Estoy arrepentido. Fui injusto. Creí que el techo cultural de aquella fulana era el almanaque de un chapista. Lo cierto es que su pelo era la librea del aire.