jueves, 8 de agosto de 2013

Los caracoles - Salvador Sostres



Los caracoles - Salvador Sostres
A ELLA no le gustaba cocinarlos pero me los preparaba cuando se lo pedía porque siempre me quiso más que a nada en el mundo. Me pasaba el sofrito por el chino para que no me encontrara los pedacitos de cebolla que tanto me disgustan. Le preocupaba que las cáscaras se rompieran y que me tragara una sin darme cuenta, así que después de hervirlos extraía cada caracol para que me los pudiera comer sin peligro, alegre y feliz como siempre que estaba con ella. Nadie me ha querido tanto ni tan desinteresadamente como mi abuela Rosario. Luego mis padres se divorciaron y todo saltó por los aires.
Pero si alguien cree que no hablar con tu padre es dejar de tener relación con él no puede estar más equivocado. El vínculo es tan obvio que no hablar con tu padre es también una manera de relacionarte con él, especialmente tortuosa y trágica. La mala conciencia. El vacío. La rabia. Y un pasado cada vez más desfigurado hasta el punto de que el principal inconveniente para retomar el contacto ya no es lo que sucedió sino el tiempo que ha pasado, el silencio, la distancia.
Ayer hablaba con un amigo de los distintos modos de cocinar los caracoles y me puse a pensar en mi abuela. En lo bestias que somos los hombres y en lo injusto que fue para ella. Al principio intenté mantener nuestra relación aunque no me hablara con mi padre, pero cada encuentro se convertía en una interminable súplica para que perdonara al que a fin de cuentas es su único hijo, y yo estaba tan enfadado con lo que él había hecho que la insistencia de mi abuela me ofuscó y dejé de ir a verla.
Me he dado cuenta de que de un tiempo a esta parte pienso mucho en ella, ahora que en mi vida estoy mucho más en la fase de conceder importancias que de reclamarlas. Me atormenta que no conozca a mi mujer ni a mi hija. A veces pienso en ir a visitarla pero me acaba deteniendo el peso de los 15 años que han pasado, y el descalabro emocional del reencuentro, a cambio de lo improbable que sería retomar el hilo.
Ella fue la única vez que he sido lo más importante del mundo. Los caracoles. El sofrito. La ternura como una casa abierta e infinita. Que te quieran así te da acceso a la verdad más profunda y nunca más te abandona una indestructible seguridad en ti mismo, ni esa fuerza como de Dios que te levantade cualquier caída.