miércoles, 21 de agosto de 2013

El loco - José Luis Alvite

El loco - José Luis Alvite

Amigo Al: Tanto tiempo después de haber entrado en este maldito manicomio, tengo la trágica sensación de que empiezo a acostumbrarme. Mi organismo se ha hecho resistente a los tratamientos y mi espíritu soporta el ostracismo. Desistí de quitarme la vida. El veneno me engorda y he vencido por fin la tentación de saltar al vacío. He aprendido que la libertad no consiste en correr a lo largo sino en correr por dentro, en ser un atleta interior, un fondista del pensamiento. Estos hijos de perra pueden imponerte el pijama pero no los sueños. Ahora comprendo que soy libre para estarme quieto entre mis propios brazos. Por las noches me entregan todavía una novela terapéutica pero no hago caso, así que los enfermeros acabaron por aceptar que alguien como yo mejora mucho si lee con la luz apagada. Y en cuanto a la autoestima, es otra cosa totalmente relativa, amigo. Antes aspiraba a salir en la primera página de un periódico recogiendo un premio o confesando un asesinato, pero con el tiempo he comprendido que el destino publicitario de algunos hombres es salir en el recibo de la luz. Estos tipos me dieron tantas descargas en estos años, muchacho, que si pudiese flirtear con una señora, tendría que advertirle que lo nuestro no sería formar pareja sino hacer masa. Con el voltaje que me sacuden periódicamente, me siento ligero como un telesilla. Recuerdo que de niño mi madre me insistía en la luz del alma. Con el tiempo descubres que lo que llevas dentro, muchacho, es el contador de la silla eléctrica. ¡Y qué importa! El electricista del manicomio me deja extenuado. Creo que el cansancio es la única cordura que me puedo permitir. También podría morirme para alcanzar la lucidez de la posteridad. Pero la muerte me interesa poco. La muerte sólo sería una buena excusa para llegar tarde al electroshock.