jueves, 8 de agosto de 2013

Desconecta - Manuel Jabois



Desconecta - Manuel Jabois
UNA DE las razones por las que me hice periodista fue para no tener que leer periódicos. Después supe que aquello aún se podía superar: siendo periodista también evitaba leerme a mí mismo. Que hubiese una persona que se leyese mis páginas con un enorme rotulador rojo que era como un instrumento de castración fue una especie de liberación sexual, un orgasmo fallido en el cuerpo de otro. Siempre consideré un acierto que mi primer lector fuese un señor que me leyese por contrato para señalarme los fallos, a veces con horror. Y me parece aún mejor que en esta época, en la que la correspondencia al autor con su sello y su cartero ha sido sustituida por el Enter, ese señor que me grita no sólo sea el primero sino también el último, aunque éste ya no cobre. Ya es imposible escribir sin que haya detrás un lapicillo rojo que te vaya corrigiendo la ortografía y la moral, y a mí me parece bien; de hecho, internet es una bendición para los periodistas por la oportunidad de escuchar espantado argumentos e insultos. Más instructivos los segundos que los primeros, pues he aprendido más de un «gilipollas» bien tirado que de un sermón con voluntad didáctica. Si usted me encuentra en la cama con su señora, rómpame la cara o, si es hombre de honor, apuñáleme sobre las sábanas blancas, pero por favor no se siente en el sofá a contarme su vida apoyado por la Wikipedia. Claro que éstos son pequeños desajustes. La verdadera felicidad son las vacaciones. Una amiga se prohibía acercarse a 200 metros del periódico. Otros renuncian a internet, que es como cortar el cordón umbilical con el mundo; me parece verlos a veces separarse del planeta como un trozo desgajado y perdido en el espacio que luego, en septiembre, pretenden acoplar sin éxito. «¡No me estoy enterando de nada!», te dicen felices a mediados de agosto. «Y has tardado 30 años en darte cuenta», dan ganas de responderles. No reparan en que una de las razones por las que uno se hace periodista es para seguir siéndolo fuera de la redacción. El placer de consultar el Ipad cada cinco minutos sin que nadie pronuncie la palabra «desconecta», que retrotrae a la Edad de Piedra, y abrir el periódico no para leerlo sino para velarlo, como si la actualidad dependiese de si tú la miras. Eso sí: corre uno el riesgo de leerse a sí mismo por despiste, como me pasó una vez, que empecé a leerme creyendo que el artículo era de otro y ya estaba riéndome de él en la segunda línea.