martes, 23 de abril de 2013

Tentación sureña - José Luis Alvite

Tentación sureña - José Luis Alvite


Por muchas razones es admirable Italia, un país unido por las bisagras de la guerra, como ocurre con esos boxeadores que con la extenuación del combate permanecen un rato abrazados y temen que el golpe determinante, el que decida la pelea, sobrevendrá en el primer descuido al ordenar el árbitro que se separen. Como suele ocurrir en España, también los italianos se debaten entre el Norte cartesiano e industrioso y el Sur instintivo, cálido y fisiológico. Los italianos tienen sobre nosotros la ventaja tradicional de que prosperan cada vez que concurre en sus vidas la inmensa suerte de quedarse sin gobierno. Sobreviven al jaleo con dignidad, incluso con un toque de esa distendida elegancia que tienen los pueblos que, como Italia y como España, saben convertir en una ocupación la pereza, en lotería el álgebra y en arte el dolor. A mí me ha costado mucho aceptar el valor emocional del Sur como ese solar a veces árido, a menudo caliente, en el que surgen con frecuencia esos poetas formidables en cuyas manos se convierte en agua dócil el tacto consonante del esparto. Es ahora cuando comprendo que en los momentos difíciles el Norte se derrumba sobre sus contables mientras que el Sur permanece como siempre ha sido, luminoso y esperanzado, lleno de azaleas y chiquillos, lejos de lo racional, de espaldas a lo sensato, como ocurre en Italia, ese país en el que dieron lo mejor de sí mismos los poetas ingleses y alemanes, aquellos tipos que huyeron de la pulcra y fría isobara de la razón y se marcharon al Sur, a esos parajes meridionales en los que los marineros cavan vaginas de agua al hincar en el mar de Positano la turgencia sudada de sus remos. Y yo, que soy del Norte, siento también la tentación de esas tierras de sombras blancas en las que no es impensable que vuelen las palomas por el interior de los gatos dormidos. (A Carlos Herrera, porque sí).