domingo, 28 de abril de 2013

Golpe de suerte - Ernesto Sáenz de Buruaga


Golpe de suerte - Ernesto Sáenz de Buruaga
No me gustan las estadísticas en las que los hombres se convierten en números para dar cuenta de una desgracia. No me gusta la exactitud de las matemáticas donde no cabe un error para solucionar el problema. Necesito de ese margen que te permite construir la realidad con tu propio esfuerzo para romper la estadística y demostrar que el mundo tiene más corazón que ciencia exacta. Mi amigo José, como cualquiera de los suyos, no puede ser una cifra más de una compleja estadística. Tiene mujer y dos hijos, está en el paro y lleva más de tres años saliendo de casa para acudir a entrevistas de trabajo. Lo más amable que escucha es esta frase: «de momento no tenemos nada pero si hay algo le llamaremos».
Al principio fue un choque tremendo. Tuvo una fase de subidón porque, con su experiencia y su currículo, estaba convencido de que podía encontrar un nuevo empleo pese a que las cosas estaban difíciles. Pero el paso de los meses le iba minando su autoestima. Tiene 56 años y su exceso de cualificación es otro inconveniente absurdo con el que no había contado. Llamó a sus amigos, a sus conocidos, a los compañeros de profesión para pedir con humildad no una subvención a fondo perdido sino un puesto de trabajo. Pero sigue sin ver esa anunciada salida de su propio túnel y con la moral por los suelos. En un momento dado se planteó montar una pequeña empresa. Una quimera para quien no tiene más que su casa y teme perderla si algún día deja de pagar al banco su alquiler.
Espera que le llegue el golpe de suerte que busca desesperadamente mientras maldice a esos políticos que reparten peces en lugar de cañas para pescarlos. A los que reparten comidas para los niños por decreto mientras firman cheques con dinero ajeno para los bolsillos propios de amigos o conocidos. A los que se dedican a política de barricada en lugar de pactar soluciones a los problemas que nos corroen. A los que no saben lo que es ir al supermercado, montar en autobús o subir al metro y hacen demagogia tan barata como insultante. Al gobierno que se resigna a su suerte. Mi amigo es una buena persona. Merece dormir tranquilo sin despertarse angustiado porque no sabe de que vivirá pasado mañana.