viernes, 12 de abril de 2013

No molestar - Manuel Jabois


No molestar - Manuel Jabois
UNA de las ventajas de las nuevas tecnologías es que, al contrario de lo que pregonan, nos alejan sustancialmente de todos. Lo compruebo en el iphone, donde tengo a todo el mundo a mano precisamente para no tenerlo a pie; no hay modo, gracias al móvil, de que se acerquen sin previo aviso. El primer drama de mi vida en pareja es que la familia de ella vive aferrada a un pasado legendario en el que el fijo, el telefonillo y el timbre de la puerta constituyen un sendero sin desbrozar por el que transitan como Adán por el paraíso; me he acostumbrado por supervivencia y por amor. Pero ellos son la excepción, si bien clamorosa. A mí desde que tengo Whatsapp que me llamen al móvil me parece un acto violentísimo que normalmente dejo sin respuesta por puro estupor. «¡Quién osa!», clamo por la casa adelante con el móvil sonando en la mano como si fuese una bomba. Lo lógico, entiendo yo, es que primero se acerque uno por Whatsapp y luego, previo pacto, se acuerde una charla sólo si es menester y tras tácitos sobreentendidos. La llamada telefónica, en un mundo en el que vivimos conectados por cualquier cosa, es una intromisión en la parcela privada comparada a la de un elefante en el salón. Pero más asaltado me siento cuando suena el fijo, que me hace brincar del sofá como si hubiese muerto alguien. No digo ya si es el telefonillo: marco rápidamente el número de la policía. Y, en fin, no me causaría menos pavor Norman Bates disfrazado de su madre a los pies de la cama a las cinco de la mañana que un timbrazo a la puerta; suelo mirar por el ojo de la cerradura en silencio, descalzo, hasta que pasa tanto tiempo que escucho cómo el que ha llamado sale de la ciudad. Quizá se entienda así mejor mi querencia por la inviolabilidad del domicilio privado y mi pavor ante el escrache, que es, de cuanta tortura psicológica pueda haber, la más frenética de todas.