viernes, 19 de abril de 2013

La butifarra - Salvador Sostres



La butifarra - Salvador Sostres
COMETÍ el error de salir dos noches seguidas y eso por lo general se acaba pagando caro. Al llegar el lunes de madrugada, ese apetito feroz que te da el haber bebido me condujo directamente al frigorífico. En un táper descubrí una magnífica butifarra hervida y blanca que me zampé fría, tomándola por un extremo con un papel de cocina y mojándola sin observar ninguna conveniencia en el pote de mostaza. Me bebí una Vichy, tapé a mi hija y me metí en la cama mamado, saciado y feliz.
A la noche siguiente llamé a mi mujer cuando salí del Ársenal paseando hacia Via Veneto. Es muy agradable nadar justo antes de cenar. El cuerpo se predispone a la gesta y al ánimo. La conversación fue muy agradable. La niña había cenado bien y ya estaba acostada. Buenas noches, y ese absurdo pero imprescindible «no llegaré tarde».
Todavía el paseo duró un rato y a muy poca distancia del restaurante mi mujer me llamó y cuando contesté el mundo se vino abajo con sus gritos y sus reproches, y algunas de esas palabras que si un hombre las dijera a una mujer dormiría aquella noche en el calabozo. Mi santa esposa, siempre santa, consideró una falta de respeto que me comiera «toda» la butifarra sin pensar en ella y más cuando ya llevaba dos noches cenando fuera.
Entré en Via Veneto compungido, con un gran sentimiento de culpa. Pere Monge, el hijo del propietario, detectó enseguida el disgusto en mi cara. «¿Va todo bien?», me preguntó, y le conté la historia. «Déjelo en mis manos». Y aunque no entendí a qué se refería, no dije nada porque vi que mis invitados ya habían llegado y no quería hacerles esperar.
Pasada media hora mi mujer me volvió a llamar agradeciéndome emocionada el gesto que había tenido de haberle hecho mandar una butifarra perfectamente hervida y de la mejor calidad.
Sólo Via Veneto ha alcanzado la perfección en el arte de servir a sus clientes. Nada comparable existe en ningún rincón del mundo occidental.
Sólo las mujeres pueden llevárselo todo por delante por una ausente butifarra, y en apenas unos minutos regresar dulces y amorosas del temporal cuando la butifarra vuelve a comparecer, jugosa y radiante y coronada por unas crujientes patatas soufflé.