jueves, 18 de abril de 2013

El precio del pudor - José Luis Alvite

El precio del pudor - José Luis Alvite

Se veía venir, incluso cuando parecía derrotada por el pudor, arrinconada por las habladurías, en aquel momento inicial en el que se supo de su vídeo íntimo y la gente hizo piña con ella para arroparla contra el frío inclemente de la maledicencia y ponerla a salvo de cuantos comentarios amenazaban con destruir su recatada vida provinciana en un pueblo en el que incluso podría ser pecado tragar saliva con los ojos abiertos. Olvido Hormigos se mostró afectada y pensó en el amparo de los tribunales, hasta que pasado el tiempo nos hemos dado cuenta de que el techo de su pudor moral consistía en vestirse de traje de año para la televisión y esconderse a la vista de todo el mundo en la portada de una revista que en vez de leerse se trincha, de modo que se ha convertido en una de esas divinidades que se aparecen en las cabinas de los camiones y durante el ritual momento del afeitado en el que los hombres le piden al peluquero una de esas revistas que se miran sin gafas. Yo me alegro de que Olvido Hormigos haya superado el embarazoso trance moral con esa euforia publicitaria con las que tradicionalmente se han resarcido de los sinsabores de la vida las espías, las actrices sin reparto y las coristas. Está en su derecho de convertir el pudor en dinero. El mismo derecho que me asiste a mí para decirle que su reconversión en rutilante estrella de la carnicería se veía venir desde el primer momento, desde el instante en el que frente a las cámaras de televisión no se comportaba como una mujer rota y acosada, sino como alguien que supiese que no hay un solo error moral que no tenga remedio si se sabe convertir a tiempo el dolor en dinero y en publicidad el remordimiento. Felicidades, Olvido Hormigos, aunque camino de la gloria sólo consigas avivar el jadeo los perros y alegrar desde un almanaque el taller laico del chapista.