viernes, 19 de abril de 2013

Comiendo curas - Pedro Narváez



Comiendo curas - Pedro Narváez
Ya hay quien se persigna cuando ve a Elena Valenciano aparecer blandiendo los papeles en el atril. No es que tenga halo de santidad, pero miran al cielo para protegerse de su verbo antirromano ahora que Rubalcaba, su jefe provisional, ha pasado de dar pellizcos de monja a dejar cardenales de tantos azotes como da a la Iglesia. Primero el IBI, luego los crucifijos, ahora el aborto, como si tan peliagudo asunto fuera cosa sólo de sotanas y no también de conciencia y hasta de contenedores de basura. La Iglesia no legisla, lo hacen los políticos con un programa ignoto que suele acabar en pólvora mojada, ceniza sobre ceniza, pero resulta rentable como argumento alimentar el hambre de comer curas y eructar alzacuellos. Las pancartas se levantan como catedrales con sus góticos mensajes en el tormento de la consigna y el éxtasis de la protesta. Allá cada cual con sus pecados. Rubalcaba, a quien siempre se ha imaginado vestido de prelado en el centro de una conjura vaticana, prefiere vestirse de penitente de la cofradía de la procesión anticatólica antes que dar argumentos que el común entienda, él que va de pedagogo, al que sólo le faltan esos ridículos power point que tanto abaratan los consejos de ministros. Los curas de Fellini miraban a la cámara retando su impostura, «Giulietta de los espíritus» oía voces del más allá que exprimían su soledad sexual, Buñuel martirizaba a la casta Viridiana: la cultura católica tiene a Miguel Ángel pero también a su cruz. Lo de Rubalcaba sin embargo es artillería simplona que apunta a los conventos como si el mal de España se escondiera en los campanarios y en el cepillo. Terminemos diciendo Amén. Como la propia Valenciano dice en su facebook.