domingo, 15 de septiembre de 2013

A cup of café con leche - Pedro G. Cuartango



A cup of café con leche - Pedro G. Cuartango
Cuando vi la semana pasada a Ana Botella reivindicar en Buenos Aires el café con leche ante el Comité Olímpico Internacional me vino a la memoria que el gran Honoré de Balzac era adicto a este brebaje, que, según cuenta en su Tratado de los excitantes modernos, le ayudaba a trabajar por las noches y le ponía en contacto con las musas de la inspiración.
«Las ideas me llegan a galope y las ocurrencias se agolpan mientras el café hace correr la tinta sobre el papel cuando me veo apremiado a cumplir con un encargo»; escribió el maestro de Tours que, como Charles Dickens, soportaba largas jornadas con la pluma y el tintero para pagar sus deudas.
A Ana Botella no le sucede lo mismo. Ella también es adicta al café con leche, como hemos podido ver en su reciente comparencia ante los medios, pero los efectos que le provoca son contrarios: le relaja.
Los cultivadores ya preparan un homenaje a la alcaldesa de Madrid que parecía que, en lugar de los Juegos, quería vender «a relaxing cup of café con leche», que era la bebida favorita de la generación del 98.
Lo que resulta difícil de entender es que los indonesios, los chinos y los franceses del COI hayan podido resistirse a un señuelo tan poderoso como tomar una taza con unos churros en la Plaza Mayor. Si Balzac hubiera tenido la oportunidad de acompañar su café con leche de unas suculentas porras, estoy seguro que podría haber escrito varias Comedias Humanas.
El café con leche era la perfecta metáfora de una España de las eternas esencias, pero los miembros del COI no lo han comprendido. Pero eso no es culpa de Ana Botella, que soñaba con los Juegos al igual que Balzac con casarse con Madame Hanska, la condesa polaca por la que suspiró durante años.
Balzac era un gran soñador. Se hizo construir un palacio que nunca habitó, pero que le arruinó. A la alcaldesa le ha sucedido lo mismo: tiene unas instalaciones que han costado el ojo de una cara y no sabe que hacer con ellas.
Esperamos que a esta mujer no le ocurra lo que le sucedió al autor de Eugenia Grandet: que se pasó toda la vida esperando a la condesa y sólo la logró cuando ya estaba en el lecho de muerte. Lo de los Juegos puede exigir una espera aún más larga.
Balzac tenía un gran talento para crear personajes. Muchos de ellos parecen más reales que su propio autor, como el doctor Bianchon al que llamaba en su agonía. Lo que yo no sé es si los Juegos existen o son una ensoñación de la alcaldesa, parecida a la de Marcel Proust al mojar su madalena en la taza de té. Pero siempre nos quedará el cielo de Madrid y el café con leche.