sábado, 3 de enero de 2015

Un sinvivir - Juan José Millás

Un sinvivir - Juan José Millás

Estoy a la espera de la migraña liberadora, que no acaba de llegar. Digo que es liberadora porque me exime de continuar trabajando. Es la coartada perfecta para abandonar la escritura de la novela que tengo entre manos. Seguiré mañana, me digo, pues con este dolor de cabeza no hay quien haga nada. La migraña afecta al globo ocular izquierdo que deviene en un planeta de dolor incrustado en la cara. Se anuncia con la visión de figuras geométricas y gran aparato fosforescente: una especie de lluvia de estrellas a plena luz del día. También con una agudización del pensamiento que dura poco: no da ni para construir medio sistema filosófico. Medio sistema filosófico malo, quiero decir, de los de andar por casa. A veces, le precede también una neuralgia de faringe que al principio confundía con infecciones de garganta. Esa neuralgia se traslada al oído interno y desde ahí viaja al ojo, donde se instala de forma definitiva.
Me he despertado con todos los síntomas que anuncian el advenimiento de la migraña y me he sentado pacientemente frente al ordenador para recibirla como se merece. Pero viene con retraso, lo que me sume en un estado de excitación nerviosa indeseable. ¿Qué hago? ¿Retomo o no retomo la novela? Si no la retomo y la migraña tampoco se presenta, me sentiré culpable por no haber trabajado. Puedo acelerar su llegada fumándome un cigarrillo, pero nunca fumo a estas horas de la mañana ni sin haberlo merecido. El cigarrillo es un premio. Lo enciendo siempre a media tarde o al final de la jornada. A veces lo combino con el gin tonic. Se trata de una suerte de jornal, pero el jornal hay que ganárselo. Se empieza fumando a las siete de la mañana sin motivo y sabe Dios cómo acaba uno.

Un ibuprofeno, tomado a tiempo, puede cortar el avance de la migraña. ¿Pero por qué cortarlo? Somos también esto: puro dolor. En la migraña, si uno ha aprendido a manejarla, hay también un cierto grado de dicha. Digamos que te da una perspectiva de la existencia. Los días peores son aquellos en los que avisa de su llegada, pero no aparece. Los días en los que, como hoy, te da plantón. Ya había hecho uno sus planes con ella y ahora tiene que rehacer toda la agenda. La vida es un sinvivir.