jueves, 1 de enero de 2015

La palabra del año pasado - David Torres

La palabra del año pasado - David Torres

No me gustan mucho los resúmenes ni las listas anuales, menos aún los propósitos para el año venidero. Soy uno de esos optimistas incorregibles que confían en que lo mejor que podría pasarle es envejecer. Aun así, creo que no tendría muchos problemas en elegir la palabra que mejor resume los últimos 365 días. Creo que no sería un nombre propio, a pesar de que este año nos han dejado el mejor guitarrista del mundo y el mejor novelista de los últimos tiempos. Los hemos perdido, a Paco y a Gabriel, pero nos quedan su música y sus libros, y aunque la fecha de su muerte fuese un zarpazo de dolor para sus íntimos, no dejará al cabo del tiempo más que una nota falsa en la extensión gozosa de la soleá y una sola cifra perdida en la estirpe torrencial de los Buendía.

Por seguir recordando a García Márquez, entre los muertos grandes de este año el más insignificante de todos poseía un apellido lo bastante elocuente para convertirse en símbolo: de su profesión, de la crisis que padecemos y del mundo en que vivimos. Los epitafios desmesurados por Emilio Botín intentaban cubrir con albañilería de saliva y adulación la oquedad de un oficio dedicado únicamente a amasar dinero. Ya es triste que el beneficiario de una doctrina jurídica que es el hazmerreír del mundo occidental se llevara más obituarios y reverencias al más allá que el autor de Cien años de soledad o que el músico inmortal de Almoraima.

La palabra del año debería ser “ébola”, no porque reveló hasta el fondo las miserias de la privatización sanitaria en España ni por la heroica enfermera que salvó la vida de milagro, sino porque esas tres sílabas pavorosas deberían haber significado el descubrimiento de otras tres sílabas, la emersión de un continente sepultado en nuestra conciencia desde siempre. Sin embargo, como ya advirtiera Kant, una cosa es el ser y otra el deber ser, y por desgracia África sigue tan hundida como la Atlántida. Mientras tanto, el ébola no ha significado otra cosa (aparte del chorreo apabullante de varios millones de euros) que el sacrificio gratuito de un perro y la dimisión de una inútil profesional, y pongo ambas desapariciones en el orden que les corresponde.

Muchos creen que la palabra del año es un verbo en primera persona del plural, no ya por su aparición fulgurante en medio del tablero político ni por los ladridos de pánico con que diversas jaurías mediáticas siguen intentando apagar su hoguera y no hacen sino avivarla. No es Podemos la palabra, y sin embargo tiene que ver con ellos, es un sustantivo antiguo e indio, acuñado para la política española tiempo atrás pero que únicamente este año se ha revelado como el término preciso, la palabra que andábamos buscando y que teníamos en la punta de la lengua. El denominador común que engloba a los banqueros impunes, a los ministros meapilas, a los viejos elefantes políticos refugiados en los consejos de administración, al presidente cuántico y a su corte de los milagros, a los porqueros corruptos del estado, a todas las cuatreras de la poltrona y la tijera, a los mercaderes de Dios y a los sacerdotes del dinero. Casta. Eso es lo que son. Casta.