martes, 20 de enero de 2015

Compostela y sus dioses - José Ramón Ónega

Compostela y sus dioses - José Ramón Ónega

HOY APARCO la Cibeles porque me invade un sentimiento de orfandad, al conocer la desaparición de Baldomero Cores Trasmonte. Un intelectual vocacional, profesor excelso, amigo del alma. Llevaba en la cabeza lo público y en las manos la sutileza del jurista. Cores fue mi profesor de Derecho Político, en la cátedra de Lucas Verdú. Me honraron, Cores y Lucas, con matrícula de honor en la disciplina. Baldomero me encargó la sección Ecos universitarios en La Voz, cuando le encomendaron la delegación en Santiago. Un artículo suyo cantaba: “Duro coma os cons de Muxía e garoleiro coma os pimentos de Herbón”. Así era él. Tenía la pluma fácil y el estilo elegante. Jurista nato y persona noble. Como galleguista, dejó un importante legado que todavía está por analizar. Soy testigo de cómo se zambullía, absorto, en la obra de Alfredo Brañas. Puerto Rico significó para él un fuerte impacto psicológico. Su magisterio no se detenía en lo formal, sino que desentrañaba la esencia. Tengo muchas anécdotas del profesor Cores, pero no olvido lo que viví en Méjico, después de una reunión con magistrados del Poder Judicial. Me mostraron la rica biblioteca del tribunal y me sorprendió ver, en lugar destacado,  el Derecho Político de Lucas Verdú y la Teoría política y comunicación social, de Baldomero Cores. Los magistrados conocían en profundidad la obra de Cores.  Tomen nota algunos para rendirle el homenaje que merece.

EN HOMENAJE A VALLE-INCLÁN Desde la memoria de Baldomero Cores, evoco a Valle-Inclán. He visto la foto del alcalde Agustín Hernández en el homenaje a Valle en Boisaca. El primero que se tributó a Valle-Inclán lo organicé cursando tercero de Derecho con ocasión del XXV aniversario de su muerte. Era rector Echeverri, y jefe del SEU, Ricardo Fernández Castro. En el gabinete de Ricardo colaborábamos, entre otros, Carlos de Blas, que ejercía socialismo práctico en el SUT, y yo llevaba la página en La Noche con la ayuda de Couselo, alevín ya desbocado entonces del periodismo. A Borobó, socialista, director de EL CORREO GALLEGO y La Noche, le hacíamos gracia, como me confesó más de una vez.  Propuse la organización del homenaje a Valle-Inclán, que se comu-
nicó al Rectorado. La respuesta no se hizo esperar. La policía me buscó preguntándome qué coño era eso. Llamó el rector y el decano indagando contenidos e intenciones. Respondí que un ho-
menaje a Valle, genio universal y gallego de nación, era obligado. La policía dijo que cuidadito y el rector que ojo al cristo.

LA VISITA AL DOCTOR GARCÍA SABELL Pedí al Dr. García Sa-
bell que clausurase el evento, visitándole en su casa de la Rosa-
leda. Un retrato suyo, a modo de caricatura, colgaba al inicio de la escalera.  García Sabell me dijo: “Es un Picasso”. Me contó anécdotas de Valle, entre ellas la de cuando recibió, como médico, una nota del genio ya muy enfermo: “Doctor, venga enseguida: estoy a punto de quejarme como una mujer”. Otra anécdota me la confió Borobó. El día del entierro de Valle, una gran multitud de curiosos y amigos, se congregó en los soportales de la rúa del Villar para despedirle. Cuando sacaban el féretro, una terrible tormenta de truenos y relámpagos forzó la dispersión aterrorizada del gentío. Pero en el ce-
menterio, tuvo lugar otra escena digna de un relato tremendista de Valle-Inclán. Cuando se procedía a introducir la caja en la sepultura, un admirador de Valle, fijándose en que llevaba el crucifijo, voceó: “¡Valle-Inclán no puede llevar el símbolo de la represión y del oscurantismo!”. Se inclinó sobre el féretro y arrancó con sus manos la cruz. Como la tierra estaba mojada de la tormenta, resbaló cayendo sobre la caja. El mismo Valle no hubiese descrito la escena con tanto realismo. Un relámpago vivísimo seguido de una descarga de trueno, descargó sobre el cementerio, iluminando el rostro del difunto. Una página de las Sonatas.  Contaba Borobó que tiempo después el osado admirador fue ejecutado por falangistas. 

SABIDURÍA Y SENSIBILIDAD El ciclo remató con una visita a la tumba de Valle-Inclán. Invité a don Ramón Otero Pedrayo, y nos fuimos en taxi a Boisaca. En el camino, don Ramón me señalaba el milagro de la primavera, con sus tonos de verdes y sus matices. En la palabra del gran prócer, estaba el milagro de la sabiduría y la sensibilidad. Depositamos un ramo de rosas sobre la piedra y don Ramón me preguntó: “E agora, ¿que facemos? ¿Parécelle que recemos un padrenuestro?”. Rezamos, sobrecogidos. Allí estaban los restos del más brillante y sublime gallego que hizo de la pluma un prodigio. Me pareció sentir al marqués de Bradomín poniendo su capa sobre nosotros.

ALVITE NOS HA DEJADO Hoy llega la noticia de que José Luis Alvite nos ha dejado, cerrando el Savoy, empeñado en llegar en tren a una ciudad sin ferrocarril.