martes, 20 de enero de 2015

José Luis Alvite - Alejandro Diéguez Pazos

José Luis Alvite - Alejandro Diéguez Pazos

Alvite es uno de esos tipo que, cuando te deja, te empobrece. Desde la primera copa en el Rahid, con otro amigo común, insustituible y también desaparecido, Luis Mariño, comprendí que compartir la genialidad ajena ayuda a sobrellevar la mediocridad reinante.

Un pluma privilegiada que nunca pudo sobrevivir mucho tiempo en ninguna redacción, Alvite merece figurar en la más reducida nómina de los más grandes columnistas de este país. Su particular personalidad le alejó de los foros que se supone que uno debe frecuentar si quiere darle relumbrón a su pluma.

Empezó haciendo sucesos en El Correo Gallego y después se fue a La Voz de Galicia, pero fue en la última etapa de Diario16 en donde los descubrió Herrera, que lo llevó a sus programas de Radio Nacional primero y de Onda Cero, hasta que la enfermedad llegó. Al tiempo, publicaba sus columnas en La Razón y en el Faro de Vigo.

La fortaleza física y mental de Alvite han hecho larga esta enfermedad. La misma fortaleza que le permitía apurar las copas hasta que Suso cerraba "El Corzo" y compatibilizar su trabajo en la caja de ahorros con sus magistrales columnas.

Las genialidades brotaban de su pluma con una naturalidad pasmosa. En esta profesión de gente seria y políticamente correcta, Jose Luis era un extraterrestre. Su particular modo de vida y su brillantez fuera de lo común daban pié a la incomprensión de buena parte de sus jefes.

Da pudor escribir una columna sobre Alvite, en su territorio, la columna periodística, sabiendo que uno nunca podrá estar a la altura de lo que él se merece.

Juegas con ventaja, Al, tu pluma me apoca y tu muerte me agarrota. Hasta siempre, hermano.