martes, 30 de septiembre de 2014

Referéndum interruptus - Ánxel Vence

Referéndum interruptus - Ánxel Vence

Sin más que pulsar el interruptor del Tribunal Constitucional, Mariano Rajoy va a dejar en suspenso la votación convocada por su colega Artur Mas para saber si los vecinos de Cataluña quieren o no la independencia. A la palabra latina referéndum le conviene en este caso el adjetivo "interruptus" que generalmente se aplica al coito cuando media la imposibilidad traumática de alcanzar el orgasmo.
Tal es el inconveniente de fijarse unas expectativas que, a fuerza de desmesuradas, encuentran un difícil encaje con la realidad. Los varones a la antigua, por ejemplo, solían imaginar un ideal de esposa que se desenvolvería con maneras de señora en el salón, con artes de cocinera en la cocina y con maestría de prostituta en la cama. Infelizmente, luego podía ocurrir que la elegida se comportase como una prostituta en el salón, como una señora en la cocina y como una cocinera en la cama, con la subsiguiente decepción para el marido.
Ese mismo riesgo de frustración lo corren aquellos que, entre el cero y el infinito, se marcan como ideal la consecución de la independencia, que viene a ser la más alta cumbre a la que puede escalar un país. El fastidioso interruptus acecha siempre en tales situaciones, como acaso compruebe en los próximos días el voluntarioso presidente de la Generalitat.
El problema está en crear un deseo de complicada satisfacción tal que, por ejemplo, el de la independencia. A eso se ha dedicado en los últimos años Artur Mas con no poco éxito, todo hay que decirlo. Del 33 por ciento de encuestados que hace apenas unos años se declaraban a favor de un Estado soberano en Cataluña, se ha pasado a más de un 54 por ciento en los últimos sondeos sobre tan delicada cuestión.
Debaten los sabios de Barcelona y Madrid -tan parecidos a los de Bizancio- sobre las causas de ese llamativo crecimiento de vocaciones independentistas en el viejo Condado, aunque es dudoso que lleguen a acuerdo alguno. Unos atribuyen la culpa (o el mérito) al Gobierno central, por su negativa a considerar siquiera la posibilidad de un diálogo que ofreciese alternativas a las demandas de los políticos catalanes. Los otros sugieren, en cambio, que el globo de la soberanía ha sido artificialmente hinchado por la propia Generalitat gracias a los abundantes medios escolares e informativos de los que dispone para hacerlo.
Los deseos pueden crearse, desde luego. Lo saben bien los publicistas que buscan el "target" del consumidor para convencerlo de la necesidad de comprar un coche, una lavadora, una marca de galletas o -ya puestos- un candidato a las elecciones. El maestro de la propaganda Joseph Goebbels, por ejemplo, logró persuadir a un pueblo tan culto como el alemán de su superioridad frente al de otras naciones, sin más que repetírselo una y otra vez en los medios.
Es natural. Los pueblos, al igual que los individuos, aceptan de buen grado las adulaciones a su vanidad y las prédicas de quienes les aseguran que son víctimas de la codicia y/o la envidia del vecino.
Lo malo de avivar estas querellas más o menos ilusorias es la posibilidad de que el proceso abierto desemboque en la frustración de un interruptus como el que está a punto de producirse en Cataluña, con el resultado -más bien ingrato- de que todos, acá y allá, salgamos perdiendo. El esfuerzo inútil conduce a la melancolía, aunque nadie recuerde ya los consejos de Ortega y Gasset.