viernes, 19 de septiembre de 2014

Gramsci, en Sálvame - Raúl del Pozo

Gramsci, en Sálvame - Raúl del Pozo
Antonio Gramsci se pasó media vida en la cárcel. Él mismo reconoce que se movía en la celda como una mosca que no sabía dónde morir. Ahora, por fin, lo han liberado de los barrotes entre Silvio Berlusconi y José Manuel Lara. El pensador de la revuelta del pan enunció una teoría según la cual todos los hombres son filósofos y Marx, como Dios, también está en los pucheros y en los platós. Veo al maravilloso italiano, ideólogo de los Consejos de Fábrica, en Al rojo Vivo y Las mañanas de Cuatro. Sale muy guapo, sin chepa.
La política se ha convertido en un share y los políticos han terminado tirándose de espontáneos a programas. El propio Alfonso Guerra fue sorprendido en directo cuando se tiró al estudio Juan Carlos Monedero, un gramsciano puro, que hizo decir al canijo: «Se hacen mítines en la televisión».
Unos días después, a la hora en la que Amador Mohedano suele estar cagando en los matorrales de Chipiona y Paquirrín mojando el pincel en un jiñadero, entró en semidirecto Pedro Sánchez en el programa de Jorge Javier Vázquez. El secretario general del PSOE se proclamó antitaurino, criticó al Toro de la Vega y prometió una ley contra el maltrato animal.
Los políticos del PSOE ya no son tan arrogantes, no les basta su santuario mediático y van a buscar a los electores donde están. A esa hora, el sabio pueblo español o trabaja o soba en la siesta hipnotizado con Sálvame, los 120 últimos días de Sodoma, un programa divertido, crudo y escatológico, entre el Marqués de Sade y Arniches.
Así como el Papa Francisco ordenó a los cardenales que movieran el culo y a la calle, Iglesias-Monedero, con la antorcha de Gramsci, han logrado que los jóvenes políticos del arco parlamentario vayan a discutir a los programas serios y a los de cotilleo, donde unos hacen de rufianes y otros de monjas.
Hasta ahora, no salir en televisión era signo de elegancia. Carmen Rigalt suele decirme que tendrían que indemnizar por el desgaste de imagen y por sacarte sin maquillar. Pero los políticos han descubierto que las ballenas de La 2 no votan y que todas las papeletas se cuentan.
«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos». Esas palabras de Gramsci las recuerda Monedero y dice que se nos trata como espectadores en «sociedades saturadas audiovisualmente».

Pero los nuevos pretendientes tienen claro que hoy, tanto para vender un champú como para ser alcalde o eurodiputado han de pasar por plató.