lunes, 29 de septiembre de 2014

De exorcismos, cerveza, fútbol y otros vicios - Javier Cid

De exorcismos, cerveza, fútbol y otros vicios - Javier Cid

Como Pitita Ridruejo cada vez que alterna con la Virgen en los carrascales de España, yo mismo he tenido esta semana mi propia experiencia místico-esotérica: he comido una salchicha extra large, aderezada a la usanza bábara con sus pimientas y sus mostazas, en el restaurante de Múnich donde el monstruo Adolf Hitler orquestó el Putsch de la Cervecería. En otras palabras: me he embutido una bratwurst como un brazo de gitano sobre uno de los barriles donde se fraguó la Solución Final.
Ni un mísero canapé me he llevado a la boca desde que alterno en la crónica social
Me tiemblan aún las carrilleras no ya por lo suculento del embutido, que también, sino por soportar el peso mórbido de tanta Historia sobre el espinazo; tal fue mi sinergia con los fantasmas de la Vieja Europa, yo que siempre he estado en el bordillo de la esquizofrenia, que hasta me pareció ver al Führer atusándose el bigote fascista, primero, y echándome un bramido después, en el justo instante en que un churrete de ketchup se me precipitaba sobre la pechera.
Lo de Hitler no es nuevo, pues los cambios de estación siempre me perturbaron el juicio. Similar alucinamiento sufrí hace algunos inviernos en los remilgados salones del Hotel Palace, cuando tomaba un té inglés con Teófila Martínez, mandamasa de Cádiz city. No sé si en un milagro o en un delirio, la buena mujer se me transfiguró en Ava Gardner en mitad del trasiego de porcelanas y huevos benedictine, o acaso lo soñé, y hasta se le tiñeron los ojos de color esmeralda, como el verde que te quiero verde de Federico. Sólo después supe por boca del maître que estábamos sentados en la mesa misma en la que la que Ava, de puro golfa, le dio pasaporte a Luis Miguel Dominguín. Yen otra de mis crisis de litio, allá por Cannes una copiosa mañana de abril, me creí Brigitte Bardot al bajar las escaleras de La Croisette, y me pasé los días siguientes empapado en fiebres y musitando soflamas ecologistas con acento francés.
Vengo más teutón que nunca tras un viaje relámpago a la Oktoberfest de Múnich
En mi casa ya sospecharon de mis artes brujas desde que al nacer me faltase una costilla. Yde todas mis destrezas, que son tantas como infinitas, la de mimetizarme con el entorno es la que más me luce en estas alegres páginas de domingo. Tanto es así, que hoy me siento más teutón que nunca tras un viaje relámpago a la Oktoberfest de Múnich, una bacanal de cerveza y chucrut que me ha dejado la riñonada como un camión cisterna.
Como vengo siendo un desarrapado, ni un miserable canapé me he llevado a la andorga desde que alterno en los albañales de la crónica social. Yo que me imaginé envuelto en tafetanes y departiendo con Isabel Preysler sobre la revolución bolivariana -incluso me soñé rebañándole los Ferrero Rocher en alguno de los 13 inodoros de Porcelanosa que alicatan Villa Meona-, he tenido que conformarme con seguir las andanzas de la jet en el puñetero ¡Hola! Por eso no pude declinar la invitación de Paulaner, santo grial de la industria cervecera alemana, y me he dejado caer como una hermosa valquiria por las carpas prodigiosas que estos días también frecuentan Ernesto de Hannover, Alberto de Mónaco, Guardiola o Xabi Alonso.
Por esas mismas carpas transitan estos días Ernesto de Hannover o Guardiola
Gran país Alemania, vive Dios, con esos monjes paulinos que en el siglo XVII comenzaron a fabricar su propia cerveza para soportar los envites del ayuno mientras aquí nos dábamos al canto gregoriano. Así calzan los bábaros ese porte rubicundo y esas nervaduras de columnata jónica y esos escotes como balconadas de la Estafeta; no como nosotros, que nos quedamos en los garbanzos y el morcillo y ahí tenemos a Fernando Esteso.

Si seré sensible a los rigores de la cerveza que incluso me noto más talludo y más rojizo, yo que soy de natural chaparro, y he regresado de Baviera con la líbido de un regimiento de infantería. Hasta sus trajes regionales me embelesan, y cautivado estoy con esas pantorrillas teutonas al viento, esas enaguas con ribete y esos sombreros de terciopelo de Miesbach con plumas tirolesas. Por instinto, pienso en nuestro folclore de bandurria y gaita sanabresa, y se me abren las carnes al evocar a Esperanza Aguirre revestida de chulapa, aSusanaDíaz de cofrade o flamencona y a Rita Barberá de exuberante fallera. Y así nos luce el PIB...