martes, 2 de septiembre de 2014

Petroleros sin petróleo - Ánxel Vence

Petroleros sin petróleo - Ánxel Vence

Cuentan Reuters y otras agencias noticiosas que Venezuela se dispone a importar petróleo de Argelia para paliar la escasez de crudo ligero en un país que, paradójicamente, dispone de las mayores reservas de oro negro del planeta. Algo así como si Arabia Saudita importase arena para rellenar sus desiertos o Groenlandia se embarcase en una masiva compra de hielo. Esto ha de ser cosa del imperialismo, que no para de tramar maldades contra la revolución bolivariana.

No hay por qué darle mayor importancia a esa aparente contradicción. A fin de cuentas, también en los supermercados de la marisquera Galicia, pródiga en centollas, mejillones, almejas y santiaguiños, es frecuente ver nécoras llegadas de Escocia y hasta percebes de Marruecos. Se conoce que los gerifaltes de Venezuela son gente previsora que se pone la venda del petróleo argelino antes de que se produzca la herida del desabastecimiento.

El régimen bolivariano que actualmente conduce el chófer de autobús Nicolás Maduro ya había demostrado una competencia más que notable en el arte de desabastecer a su población de productos de primera necesidad como, un suponer, el papel higiénico. Inspirado por su predecesor el coronel Hugo Chávez, que unas veces se le aparece en forma de pájaro chogüí y otras en las paredes del Metro, Maduro atribuyó esa carencia a una sucia conjura de los contrarrevolucionarios, deseosos de minar la moral y la adecuada higiene del pueblo.

Resuelto a luchar contra esta peculiar variante de guerra sucia, Maduro anunció hace cosa de un año la importación de millones de rollos de papel bajo el convencimiento de que a la revolución se la defiende también en el íntimo campo de batalla de los retretes. Por desgracia, tales medidas no han alcanzado a paliar la escasez de tan necesario bien de consumo: y es que el imperialismo, como el demonio, nunca descansa.

Tanta es la saña con la que las grandes potencias capitalistas acosan al régimen fundado por Hugo Chávez que sus sucesores se han visto obligados a instaurar una especie de cartilla electrónica de racionamiento para evitar que los acaparadores de comida hagan fortuna con el contrabando. El efecto inmediato ha sido la proliferación de colas para adquirir cualquier mercancía, hábito que, lejos de resultar molesto, ayuda notablemente a la socialización de un país. En la fila del supermercado se intercambian opiniones, puede uno comentar la actualidad y hasta entablar relaciones amorosas durante las largas horas de espera por el litro de leche o el rollo de papel-tisú.

Infelizmente, la ley de Murphy funciona también en un país de suyo mágico como suelen serlo todos los de Latinoamérica, poblados de gallinazos, zancudos, hormigas voladoras y Tiranos Banderas, por no hablar ya de los niños-iguana imaginados por García Márquez. Todo lo que puede empeorar, inevitablemente empeorará, de tal modo que lo que empezó con una grave carestía de papel higiénico ha derivado en la mucho más enojosa -y paradójica-- escasez de petróleo que ahora amenaza a una Venezuela dotada de las más grandes reservas de crudo y gas del mundo.

Se ignora cómo han podido lograr tan alta proeza las autoridades al mando de ese rico país empobrecido por sus gobernantes; pero ya nos la explicarán, más pronto que tarde, los eruditos de las universidades europeas. Seguro que descubren a la CIA detrás de tan extraordinario quilombo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es